Destinados

Autor: Lily_cullen
Género: Romance
Fecha Creación: 08/11/2015
Fecha Actualización: 09/01/2018
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 18
Visitas: 60885
Capítulos: 27

 

La rabia se apoderó de él y lo envolvió en una nube negra que amenazaba tormenta.

 

? ¿Qué pasa, Isabella? ¿Es que no te han bastado los ciento cincuenta mil dólares? ¿O te han entrado ganas de más por el camino?

 

Bella tenía la cara descompuesta por sus palabras, pero él sabía que era un truco, lo sabía muy bien. Cuando habló, lo hizo con voz temblorosa:

 

? ¿Qué dices?

 

? Se ha descubierto el pastel. Se acerca el final del contrato. Joder, ya llevamos cinco meses. Como no sabías qué iba a pasar, has tenido un pequeño accidente para cimentar el trato. El problema es que no quiero el crío. Así que vuelves a la casilla de salida.

 

Bella se dobló por la mitad y se rodeó el cuerpo con los brazos.

 

? ¿Eso es lo que crees?

 

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer, esta historia está adaptada en el libro Matrimonio por contrato: de Jennifer Probst. Yo solo la adapte con los nombres  de Edward y Bella.

Espero sea de su agrado :)

 

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 24:

Al día siguiente, Edward miró a su esposa enferma y meneó la cabeza.

— Te lo dije.

Ella gimió y se dio media vuelta para enterrar la cara en la almohada, tras lo cual tosió.

— Se supone que no debes decir eso. Necesito Frenadol.

Edward dejó a su lado una bandeja en la que le llevaba un tazón de caldo de pollo, agua y zumo.

— Ni de coña. Ya estás tomando antibiótico y jarabe con codeína para la tos. El médico me lo ha dejado muy claro. Además, nada de spray nasal. He leído un artículo sobre el tema.

— Quiero a mi madre.

Él se echó a reír y besó sus alborotados rizos.

— Tienes la televisión y el mando a distancia; una caja de pañuelos de papel; una novela romántica y el teléfono. Descansa un poco y dentro de nada estaré otra vez aquí.

— Tengo que ir a la librería. Rose es pésima atendiendo a los clientes.

— Hoy tendrá que apañárselas sola. Piensa en todos los hombres a los que engatusará para que compren más libros. Tómate el caldo.

Bella refunfuñó algo mientras él cerraba la puerta sin hacer ruido.

Se subió al Volkswagen con aire satisfecho. Con Bella en la cama, por fin tenía la oportunidad de cambiarle las ruedas y el aceite a esa birria oxidada. La había acompañado al médico, había llevado las recetas a la farmacia para comprar los medicamentos y después la había metido en la cama.

Parte de él contemplaba la escena desde fuera y se percataba de que estaba actuando como un marido. Un marido de verdad, no ficticio. Lo peor de todo era la profunda satisfacción que le provocaba ese papel.

Cuando llegó a su destino, cogió los papeles del coche de la guantera y se dispuso a esperar. Esperaba que Bella tuviera el historial mecánico del coche entre todo ese lío de papeles, de modo que comenzó a hojearlos.

La carta del banco lo dejó pasmado.

La leyó de arriba abajo y se fijó en la fecha. Era de hacía un mes. Mucho después de la boda. Después de que Bella hubiera conseguido el dinero. ¿Qué narices estaba pasando?

Lo llamaron por teléfono y sintió la vibración de su Blackberry. Contestó distraído.

— ¿Diga?

— Ya era hora de que me cogieras el teléfono.

Los recuerdos del pasado lo asaltaron de repente. Fruto de mucha práctica, el corazón se le heló de la misma manera que le sucedió a su voz.

— Carlisle. ¿Qué quieres?

Su padre se echó a reír.

— ¿Ese es el saludo que me merezco por parte de mi hijo? ¿Qué tal estás?

Edward soltó la carta en su regazo y siguió hablando con su padre de forma automática.

— Bien. ¿Ya has vuelto de México?

— Sí. Me he casado.

Por cuarta vez. Edward pensó que su madre saldría de repente de su escondrijo para armar gresca. Ese era el patrón habitual. Rose y él no eran más que peones que hacían el juego más interesante. Se le revolvió el estómago.

— Felicidades. Oye, tengo prisa y no puedo seguir hablando.

— Hijo, necesito discutir un asunto contigo. Quedamos para almorzar.

— Lo siento, estoy ocupado.

— Será una hora como mucho. Hazme un hueco.

La amenaza resonó con fuerza desde el otro lado de la línea. Edward cerró los ojos con fuerza mientras luchaba contra el instinto. Sería mejor hablar con él por si acaso Carlisle tenía la retorcida idea de ir a por Dreamscape e impugnar el testamento. Menudo lío.

— De acuerdo. Nos vemos a las tres en punto. En Planet Diner.

Cortó la llamada y clavó la vista en la carta.

¿Por qué le había mentido Bella al decirle en qué había usado los ciento cincuenta mil dólares? ¿Estaría involucrada en algo que él jamás había sospechado? Si había solicitado un préstamo al banco para ampliar la librería y este lo había rechazado, ¿en qué había empleado su dinero?

Las preguntas siguieron asaltándolo, pero todas carecían de sentido. Por algún motivo, Bella no quería que él descubriera la verdad. Si necesitaba dinero para algo, debería haber acudido a él a fin de que solicitaran el préstamo juntos, porque de esa forma se lo habrían concedido sin dudar. ¿Qué narices estaba pasando?

Como tenía que esperar hasta que el mecánico acabara con el coche, se marchó a la oficina para hacer tiempo. Llamó a Bella para ver cómo se encontraba y preguntarle si estaría bien hasta que él acabara de almorzar con Carlisle. La tentación lo instaba a preguntarle cosas más serias, pero una parte de sí mismo dudaba, porque no tenía claro si quería saber la verdad. Aunque estuviera enamorado de ella, había algo básico que no había cambiado: no podía ofrecerle estabilidad ni niños. Al final, si Bella seguía a su lado, acabaría odiándolo. La idea le provocó un pánico abrumador.

Carlisle lo esperaba sentado en un rincón del restaurante. Edward observó al hombre que le había dado la vida. El dinero y la ociosidad parecían sentarle bien. El sol mexicano le había aclarado el pelo y el bronceado de su rostro le otorgaba un carisma del que en realidad carecía. Era un hombre alto que siempre iba vestido con ropa de marca. Ese día llevaba un jersey rojo de Ralph Lauren y pantalones y mocasines negros. Sus ojos brillaban inducidos por el alcohol. Seguramente se había tomado un cóctel para poder enfrentarse al hijo que perdió hacía ya mucho tiempo. Cuando Edward se sentó a la mesa, analizó las similitudes entre ellos. La misma estructura ósea y los mismos rasgos faciales. Se estremeció. Enfrente tenía justo lo que más temía en la vida. La posibilidad de convertirse en su padre.

— Edward, me alegro de verte.

Carlisle le tendió una mano y se saludaron con un apretón, tras lo cual pasó unos minutos coqueteando con la camarera.

Edward pidió un café.

— Bueno, ¿qué te trae por Nueva York, Carlisle?

— Irina nació aquí. Estamos de visita. Se me había ocurrido instalarme de nuevo en la ciudad durante una temporada. Establecer mi hogar. ¿Te apetecería que pasáramos más tiempo juntos?

Edward comprobó el estado de sus emociones para ver si las tenía bajo control. Por suerte, no sentía nada.

— ¿Por qué?

Carlisle se encogió de hombros.

— He pensado que podía pasar más tiempo con mi único hijo. Hace mucho que no nos vemos y eso. ¿Qué tal va el negocio?

— Bien. —Edward bebió un sorbo de café—. ¿Qué querías discutir conmigo?

— Me han dicho que te has casado. Felicidades. ¿Amor, dinero o sexo?

Edward parpadeó.

— ¿Cómo dices?

Su padre soltó una carcajada.

— Que por qué te has casado con ella. Yo me casé con tu madre por amor y acabó siendo un desastre total. Con la segunda y la tercera, me casé por el sexo y tampoco funcionó. Pero con Irina es por el dinero. Por el dinero y por el respeto. Tengo la sensación de que este sí va a durar.

— Una teoría interesante.

— Bueno, ¿por qué te has casado tú?

Edward apretó los dientes.

— Por amor.

Carlisle se echó a reír mientras partía sus tortitas.

— Lo llevas crudo. Al menos el tío Aro te ha dejado un buen trozo de tarta. Me he enterado.

— Ni se te ocurra impugnar el testamento. Ya está todo hecho.

— Te veo un poco subidito, ¿no? En fin, creo que nos parecemos más de lo que crees. A ambos nos gusta el dinero y también nos gustan las mujeres. No hay nada de malo en eso. —Carlisle lo señaló con el tenedor—. No he venido para crearte problemas. Tengo mi propia fortuna y no necesito la tuya. Pero a Irina se le ha metido en la cabeza que tengo que acercarme a mis hijos. Había pensado que podíamos almorzar todos juntos. Ya sabes, con Rosalie y contigo. Y con los hijos de Irina.

La situación era tan ridícula que Edward se quedó sin palabras por un instante. Recordó todas las veces en las que le había pedido a su padre que hablara con él, que almorzara con él. Y en ese momento, porque su flamante esposa lo presionaba, Carlisle pensaba que él estaba más que dispuesto a llevar a cabo el experimento de mantener una relación paternofilial. Una punzada de amargura resquebrajó el hielo. Una oferta insignificante. Que llegaba demasiado tarde. Y lo peor de todo era que a Carlisle le daba igual.

Apuró el café y dijo:

—Te agradezco el gesto, pero paso. No te he necesitado nunca y no te necesito ahora.

La expresión de su padre se tornó cruel.

— Siempre te has creído mejor que yo, ¿verdad? El niño bonito. Pues escúchame, hijo, la sangre es la sangre y pronto te darás cuenta de que estás destinado a cometer los mismos errores que he cometido yo. —Y añadió las siguientes palabras con un tono desdeñoso—: ¿Quieres saber la verdad? Me casé con tu madre por amor, pero ella solo quería mi dinero. En cuanto me olí la verdad, quise ponerle fin a todo, pero era demasiado tarde. Estaba embarazada. Así que me quedé atrapado. Por tu culpa.

Edward tragó saliva al contemplar la pesadilla que se abría ante él.

— ¿Cómo?

Su padre soltó una risotada.

— Pues sí, fuiste su desesperado intento por retenerme y funcionó. Un niño conlleva una manutención y una pensión de por vida. Decidí quedarme e intentar que funcionara, pero jamás la perdoné.

Las palabras de su padre cobraron sentido a medida que las piezas encajaban. Carlisle jamás lo había querido. Ni tampoco había querido a Rosalie.

— ¿Por qué me cuentas todo esto ahora?

Su padre esbozó una sonrisa gélida.

— A modo de advertencia. Vigila bien a tu querida esposa. Si se ha casado por dinero y se percata de que te alejas, se las arreglará para que haya algún accidente, algún descuido. Te lo aseguro. Y acabarás atrapado. —Guardó silencio un instante—. Porque eres como yo, Edward.

Edward miró a su padre un buen rato. Aunque mantenía las emociones bajo control, distinguió la punzada del miedo al reconocer que el hombre que le había dado la vida ni siquiera respetaba a su familia. ¿Y si Carlisle estaba en lo cierto? ¿Y si había pasado años luchando contra sus genes en vano? ¿Y si estaba destinado a convertirse en otra versión de su padre, aunque tardara más tiempo en llegar hasta ese punto?

Las últimas semanas lo habían llevado a creer en cosas que no existían. El amor. La verdad. La familia. Bella ya le había mentido con respecto al dinero. ¿Qué más mentiras le había contado? Sintió un escalofrío en la espalda. ¿Y si Bella había planeado algo mucho más grande mientras él se enamoraba de ella?

Las dudas lo asaltaron con saña, pero las desterró mientras levantaba la cabeza.

— No nos parecemos en absoluto. Buena suerte, Carlisle.

Arrojó unos cuantos billetes a la mesa, pero las palabras que acababa de decir se burlaban de él con cada paso que lo alejaba de su padre.

Porque en el fondo de su corazón se preguntaba hasta qué punto eran ciertas. Se preguntaba si se parecía a Carlisle Cullen más de lo que pensaba.

 

 

 

 

 

Estaba embarazada.

Bella clavó la vista en la puerta tras la cual había desaparecido el ginecólogo. Sí, había tenido náuseas. Sí, no le había bajado el periodo, pero eso podría achacarse al estrés. A la locura de pasar las fiestas con su familia, al trabajo y a Edward. Además, ¿por qué iba a contemplar esa posibilidad cuando estaba tomando píldoras anticonceptivas?

Las palabras del médico resonaron en sus oídos:

— ¿Ha tomado algún medicamento en el último mes? —le preguntó.

— No. Solo tomo paracetamol cuando me duele la cabeza. . . No, un momento, sí. Tuve principio de neumonía y me recetaron. . .

Dejó la frase en el aire al entenderlo.

El médico asintió con la cabeza.

— Antibióticos. Su médico de familia debería haberle advertido de que reducen los efectos de la píldora. Ya he visto este error antes. Espero que sean buenas noticias.

Un anhelo enorme se abrió paso en su pecho, provocándole un nudo de emoción.

«Sí, son buenas noticias. . . Al menos para mí», pensó.

Se subió a su Escarabajo. Después, colocó las dos manos sobre su estómago plano.

Un bebé.

Iba a tener el bebé de Edward.

Recordó las últimas semanas, que habían sido perfectas. Su relación se había estrechado hasta tal punto que el ritmo habitual entre marido y mujer se había convertido en algo cotidiano. La Navidad con su familia había sido más tranquila, ya que Edward se esforzó de verdad por disfrutar de la ocasión. Le hacía el amor con una pasión que le llegaba al alma. Creía que las barreras que había entre ellos estaban cayendo poco a poco. A veces lo pillaba mirándola con una emoción tan descarnada que la dejaba sin aliento. Sin embargo, cada vez que ella abría la boca para decirle que lo quería, él cambiaba de actitud por completo y se cerraba en banda. Como si sospechara que en cuanto ella pronunciara las palabras, ya no habría vuelta atrás.

Había estado esperando la oportunidad perfecta, pero se le había acabado el tiempo. Lo quería. Ansiaba tener un matrimonio de verdad, sin contrato. Y necesitaba confesarle lo que había hecho con el dinero.

Sintió los nervios en el estómago. Edward se había negado a casarse con Kate porque ella quería un hijo. Como era lógico, temía cometer los mismos errores que su padre. Pero ella esperaba que cuando comprendiera que el niño era real, que formaba parte de él, se abriría del todo y se permitiría amar.

Volvió a casa presa de la emoción y la expectación. No se le había pasado por la cabeza ocultarle la verdad. Esperaba que reaccionase con sorpresa y con un poco de miedo. Pero en el fondo sabía que Edward acabaría por hacerse a la idea. Al fin y al cabo, y puesto que no lo habían planeado, el destino debía de haberles enviado a ese niño por un buen motivo.

Se empeñó en creer que haría feliz a su marido. Las noticias lo obligarían a abrirse por completo y a aceptar el riesgo. Sabía que la quería.

Aparcó en el camino y entró en casa. Viejo Gruñón se acercó a la puerta para saludarla y pasó mucho tiempo acariciándole las orejas y besándolo en la cara, hasta que vio que movía el rabo con alegría. Contuvo una sonrisa. Ojalá su marido fuera tan fácil. Su perro había progresado mucho con un poco de amor y paciencia.

Entró en la cocina, donde Edward se afanaba preparando la cena. El delantal que tenía atado a la cintura lo proclamaba como el «mejor chef del año», y era un regalo de su madre. Se colocó detrás de él, se puso de puntillas y lo abrazó con fuerza antes de acariciarle la nuca con la nariz.

Edward se volvió y le dio un beso en condiciones.

— Hola.

— Hola.

Se sonrieron.

— ¿Qué estás preparando? —le preguntó.

— Salmón a la plancha, espinacas y patatas asadas. Y ensalada, por supuesto.

— Por supuesto.

— Tengo una noticia —dijo él.

Bella lo observó con atención. Sus ojos tenían un brillo triunfal y esos labios tan perfectos esbozaban una sonrisilla.

— ¡Ay, Dios! ¡Has conseguido el contrato!

— He conseguido el contrato.

Soltó un chillido y se lanzó a sus brazos. Edward se echó a reír y comenzó a darle vueltas antes de inclinar la cabeza y besarla. Como de costumbre, se sintió abrumada por la pasión y la ternura, de modo que le clavó las uñas en los hombros y se aferró a él. Después de que Edward la besara largo y tendido, la apartó un poco y la miró con una sonrisa deslumbrante. Le latía el corazón tan rápido y se sentía tan feliz que creía estar a punto de estallar.

— Estamos de celebración, nena. En el frigorífico hay una botella de champán que sobró de Nochevieja. Vamos a emborracharnos para celebrarlo.

Bella guardó silencio un momento, mientras se preguntaba cuándo soltar su bomba. Una mujer normal esperaría a que la cena estuviera servida y hubieran celebrado lo del trato del río. Una mujer normal esperaría al momento oportuno para que su marido se fuera acostumbrando a la idea poco a poco.

Claro que ella nunca había sido normal. Las noticias del éxito de Edward le parecían un buen presagio para lo que ella tenía que decirle.

— Ya no puedo beber alcohol.

Edward la miró con una sonrisa mientras seguía preparando el salmón.

— Te has propuesto no empinar el codo, ¿no? No será por esta ridícula dieta, ¿verdad? El vino es bueno para la sangre.

— No, no es por la dieta. He estado en la consulta del médico hoy y me ha dicho que no puedo beber alcohol.

Edward la miró con el ceño fruncido.

— ¿Estás bien? ¿Has vuelto a enfermar? Te dije que fueras a mi médico. Al tuyo le encantan las tonterías holísticas y lo único que te receta son hierbas y esas cosas. Cuando pillaste la neumonía estuve a punto de tirarlo al suelo y hacerle una llave para que te recetara medicamentos de verdad.

— No, no estoy enferma. Me ha dicho otra cosa.

— ¡Ah! —Edward soltó la cuchara y se volvió hacia ella con expresión aterrada—. Nena, empiezas a acojonarme. ¿Qué pasa?

Su preocupación la conmovió. Le cogió las manos y le dio un apretón. Después, le soltó la noticia a bocajarro.

— Edward, estoy embarazada.

La sorpresa más absoluta se reflejó en los ojos de Edward, pero ella estaba preparada para esa reacción. Esperó con tranquilidad a que asumiera la noticia para poder hablar. Sabía que Edward no cedería a sus emociones, sino que pensaría con lógica y sería racional.

Edward se zafó de sus manos con delicadeza y retrocedió un paso, hasta chocar con la encimera de la cocina.

— ¿Qué has dicho?

Bella inspiró hondo antes de contestar.

— Estoy embarazada. Vamos a tener un niño.

Edward parecía no encontrar las palabras adecuadas.

— Pero. . . es imposible. Tomas la píldora. —Hizo una pausa—. ¿Verdad?

— Pues claro. Pero a veces pasan estas cosas. De hecho, el médico me ha dicho que. . .

— Qué conveniente.

Parpadeó al escucharlo. Edward la miraba como si le hubiera salido otra cabeza. De repente, se sintió muy intranquila. Retrocedió y se sentó en una de las sillas de la cocina.

— Sé que es una sorpresa. También lo ha sido para mí. Pero hay un bebé en camino y tenemos que hablar del tema. —Al ver que Edward guardaba silencio, continuó en voz más baja—. No lo había planeado. No había planeado que el nuestro fuera un matrimonio real. Pero te quiero, Edward. Estaba esperando el momento adecuado para decírtelo. Y siento mucho soltártelo así sin más, pero no quería esperar. Por favor, di algo. Lo que sea.

Su marido sufrió una transformación instantánea. El hombre a quien quería y con quien se reía comenzó a desaparecer. La distancia entre ellos creció, acompañada por un frío ártico que le provocó un escalofrío en la espalda. Su cara parecía tallada en piedra. Y mientras esperaba a que dijera algo, Bella tuvo el repentino presentimiento de que habían llegado a otra encrucijada en el camino.

 

 

 

 _______________________________________________

 

Hola chicas, aquí estoy de nuevo!!

 

Bueno como les dije arriba, estamos a punto de terminar esta historia. :D

 

Y quisiera que me dijeran que les ha parecido esta historia, su opinión es muy importante para mi chicas, ya lo saben. :)

 

Les gusto, les encanto, lo odiaron, más o menos. Ya saben chicas, acepto cualquier opinión, critica lo que sea. :P.

 

Bueno pasando a otro tema, les tengo una pregunta, esta historia tiene una continuación, nada más que ya no con Edward y Bella, sino con Rosalie y Emmett, entonces no sé si quieren que la suba o hasta ahí la dejamos, ustedes díganme, chicas. ^_^

 

Sino seguiría con mi plan original de subir otra historia que ya tenía pensado subir después de que terminara esta. Pero en dado caso de que quieran la continuación subiría dos, en caso contrario solo subiría una. ^^;

 

Bueno chicas, espero sus opiniones. :D

 

Nos vemos al rato o hasta mañana.

 

Besos y Cuídense. ^_^   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 23: Capítulo 25:

 
14431602 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10749 usuarios