Una noche deseada (1)

Autor: Lily_cullen
Género: + 18
Fecha Creación: 23/02/2018
Fecha Actualización: 27/04/2018
Finalizado: SI
Votos: 1
Comentarios: 12
Visitas: 50148
Capítulos: 26

Isabella lo siente nada más entra en la cafetería. Es absolutamente imponente, con una mirada azul tan penetrante que casi se distrae al tomar nota de su pedido. Cuando se marcha, cree que no lo volverá a ver jamás, hasta que descubre la nota que le ha dejado en la servilleta, firmada  «E».

 

Todo lo que él quiere es una noche para adorarla. Sin resentimientos, sin compromiso, sólo placer sin límites. Isabella y Edward. Edward e Isabella. Opuestos como el día y la noche, y aun así tan necesarios el uno para el otro. Él es distante, desagradable y misterioso: sabe siempre lo que quiere y la quiere a ella. Ella es dulce y atenta, una mujer joven de hoy en día que se hace a sí misma y debe encontrar las respuestas a los interrogantes de la vida y de las relaciones a medida que los vive. Quiere ser feliz y amada, pero cuando Edward entra en su vida se da cuenta que ha perdido el control sobre sí misma y sucumbe a la pasión desenfrenada que nace entre ellos dos. ¿Debe escuchar a su corazón o a la razón?

 

“¿Crees que van a saltar chispas?”

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia le pertenece a Jodi Ellen Malpas del libro Una noche deseada. 

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Capítulo 3: Capítulo 2

Garrett nos guía por la entrada del personal del hotel mientras nos da instrucciones, señala la zona del servicio y se asegura de que sabemos con qué clase de clientela vamos a tratar.

En conclusión: unos pijos.

Puedo soportarlo. Tras comprobar que mi abuela estaba bien, prácticamente me empujó por la puerta de la calle y me lanzó las Converse negras antes de prepararse para ir al bingo con George y el grupo de jubilados del barrio.

—¡Que no haya nunca nadie con una copa vacía! —exclama Garrett por encima del hombro—. Y aseguraos de devolver todas las vacías a la cocina para que las laven.

Sigo a Alice, que sigue a Garrett, y escucho atentamente mientras me recojo la pesada melena con una goma del pelo. No parece muy difícil, y me encanta observar a la gente, así que esta noche promete.

—Tomad. —Garrett se detiene, nos planta una bandeja redonda a cada una, y me mira los pies—. ¿No tenías ningún zapato negro plano?

Siguiendo su mirada, agacho la cabeza y me levanto un poco las perneras del pantalón negro.

—Éstas son negras. —Muevo un poco los dedos de los pies dentro de las Converse pensando en lo mucho más que me dolerían los pies si estuviera llevando otro calzado.

No dice nada más; pone los ojos en blanco y continúa guiándonos hasta el caótico espacio de la cocina, donde decenas de miembros del personal del hotel van de un lado a otro gritando y lanzándose órdenes los unos a los otros. Me pego más a Alice mientras continuamos caminando.

—¿Estamos sólo nosotras? —pregunto, de repente algo alarmada. Tanta actividad frenética sugiere que habrá muchos invitados.

—No, también estará el personal de la agencia que suele utilizar. Sólo somos refuerzos.

—¿Es que hace esto muy a menudo?

—Es su principal fuente de ingresos. No sé por qué conserva la cafetería.

Asiento pensativamente para mis adentros.

—¿El hotel no ofrece un servicio de catering?

—Sí, pero la gente que estás a punto de alimentar y de dar de beber manda, y si quieren a Garrett, tendrán a Garrett. Tiene mucha fama en estas cosas. Deberías probar sus canapés. —Se besa la punta de los dedos y yo me echo a reír.

Mi jefe nos muestra la sala donde va a tener lugar el acto y nos presenta a los numerosos camareros y camareras del otro equipo. Todos parecen aburridos y fastidiados. Es evidente que para ellos esto es algo frecuente, pero para mí no. Estoy deseando que empiece.

—¿Preparada? —Alice coloca una última copa de champán en mi bandeja —. La clave está en sostenerla con la palma de la mano. —Coge su propia bandeja con la palma en el centro—. Y levántala un poco hasta el hombro, así. —Con un movimiento experto, la bandeja asciende y aterriza sobre su hombro sin que las copas se rocen lo más mínimo. Me deja boquiabierta—. ¿Lo ves? —La bandeja desciende desde su hombro hasta la altura de su cintura—. Cuando les ofrezcas las copas, sostenla aquí, y cuando te desplaces, súbela de nuevo. —La bandeja asciende y aterriza sobre su hombro una vez más sin problemas—. Recuerda relajarte cuando estés en movimiento. No vayas tiesa. Inténtalo.

Deslizo mi bandeja llena por la superficie y coloco la palma en el centro.

—No pesa —digo sorprendida.

—No, pero recuerda que cuando las copas vacías empiecen a sustituir a las llenas pesará todavía menos, así que tenlo en cuenta cuando la subas y la bajes.

—Vale. —Hago girar la muñeca y elevo la bandeja hasta mi hombro con facilidad. Sonrío ampliamente y vuelvo a bajarla.

—Has nacido para esto —dice ella entre risas—. Vamos.

Me coloco la bandeja de nuevo sobre el hombro, doy media vuelta sobre mis Converse y me dirijo hacia el sonido, cada vez mayor, de las voces y las risas que provienen del salón de actos.

Al entrar, mis ojos azul oscuro se abren como platos al ver tanta riqueza, los trajes y los esmóquines. Pero no estoy nerviosa. Me siento tremendamente emocionada. Me espera una sesión de observación fantástica.

Sin aguardar a que Alice me dé la señal, me pierdo entre la creciente multitud, ofrezco mi bandeja a grupos de gente y sonrío, me den o no las gracias. La mayoría no lo hacen, pero eso no mina mi estado de ánimo. Me encuentro en mi elemento, cosa que me sorprende. Subo y bajo la bandeja sin problemas, mi cuerpo se desplaza sin esfuerzo entre las masas de opulencia, y voy y vuelvo de la cocina de vez en cuando para reabastecerme y seguir sirviendo.

—Lo estás haciendo genial, Bella —me dice Garrett mientras salgo con otra bandeja repleta de copas de champán llenas.

—¡Gracias! —canturreo, ansiosa por volver junto a mi sedienta multitud.

Veo a Alice al otro lado de la sala. Sonríe, y eso me da más energía todavía.

—¿Champán? —pregunto, mostrando mi bandeja a un grupo de seis hombres de mediana edad, todos ellos ataviados con esmoquin y pajarita.

—¡Vaya! ¡Fantástico! —exclama con entusiasmo un hombre robusto mientras coge una copa y se la pasa a uno de sus acompañantes. Repite el gesto cuatro veces más antes de coger la suya—. Está haciendo un trabajo magnífico, señorita. —Acerca su mano libre hacia mí, me mete algo en el bolsillo y me guiña un ojo—. Date algún capricho.

—¡No, por favor! —Niego con la cabeza. No voy a aceptar dinero de ningún hombre—. Caballero, ya me paga mi jefe. No es necesario. —Intento sacarme el billete del bolsillo mientras sostengo la bandeja firmemente sobre la palma de mi mano—. No esperamos propinas.

—No acepto un no —insiste, y me empuja la mano en el bolsillo—. Y no es una propina. Es por el placer de ver unos ojos tan bonitos.

Me pongo roja como un tomate al instante y no sé qué decir. ¡Debe de tener unos sesenta años como poco!

—Señor, lo siento, no puedo aceptarlo.

—¡Tonterías! —Me despacha con un bufido al tiempo que menea su mano rechoncha y reanuda la charla con su grupo mientras yo me quedo preguntándome qué diablos hacer.

Inspecciono la habitación, pero no veo a Alice, y a Garrett tampoco, de modo que me apresuro a servir el resto de las copas para volver a la cocina, donde encuentro a mi jefe colocando los canapés.

—Garrett, alguien me ha dado esto. —Dejo de un manotazo el billete en el mostrador y me siento algo mejor al confesarlo, pero abro los ojos como platos al ver que es de cincuenta libras. ¿De cincuenta? Pero ¿en qué estaba pensando?

Me quedo todavía más pasmada cuando Garrett se echa a reír.

—Bella, bien hecho. Quédatelo.

—¡No puedo!

—Claro que sí. Esta gente tiene más dinero que sentido común. Tómatelo como un cumplido. —Empuja las cincuenta libras hacia mí y continúa preparando unas pequeñas pizzas.

No me siento mejor.

—Sólo le he servido una copa de champán —digo en voz baja—. Eso no justifica una propina de cincuenta libras.

—No, es verdad pero, como te he dicho, tómatelo como un cumplido. Métetelo en el bolsillo y sigue sirviendo. —Señala mi bandeja con un gesto de la cabeza, recordándome al tiempo que está vacía.

—¡Uy! Sí, claro.

Me pongo en marcha. Me guardo de nuevo la exagerada propina en el bolsillo, decidida a discutir el asunto más tarde, y cargo mi bandeja antes de perderme de nuevo entre la gente. Evito al caballero que acaba de darme cincuenta libras y me voy en la otra dirección, deteniéndome tras un vestido de seda rojo.

—¿Champán, señora? —pregunto, y le lanzo una mirada a Alice. Ella asiente para darme ánimos una vez más, sonriendo, pero ya no los necesito. Soy un hacha en esto.

Centro la atención de nuevo en la mujer vestida de seda, cuyo pelo negro, liso y brillante le llega hasta su trasero respingón. Sonrío cuando se vuelve hacia mí y descubre a su acompañante.

Un hombre.

Él.

E.

No sé cómo consigo evitar que se me caiga al suelo la bandeja recién cargada de copas llenas de champán, pero lo hago. Lo que no consigo evitar es que la sonrisa se me borre del rostro. Tiene los labios separados como en la cafetería, su mirada me atraviesa la carne, pero su rostro exquisito no transmite ninguna emoción. Su barba incipiente ha desaparecido, dejando únicamente una piel impecablemente bronceada, y su pelo oscuro está algo menos alborotado y cae formando unos rizos perfectos sobre las puntas de sus orejas.

—Gracias —dice la mujer lentamente, aceptando una copa y obligándome a apartar los ojos de ese extraño.

De su cuello delicado pende una enorme y brillante cruz de diamantes incrustados. Las esplendorosas piedras descansan justo por encima de sus pechos. No me cabe duda de que son auténticas.

—¿Tú quieres? —pregunta la mujer volviéndose hacia él y ofreciéndole la copa.

No contesta. Se limita a aceptarla de su mano, que presenta una manicura perfecta, sin apartar sus penetrantes ojos azules de mí.

No es nada receptivo, y mucho menos cálido, pero algo me quema por dentro cuando miro su rostro. Es algo que no había experimentado nunca, algo que hace que me sienta incómoda y vulnerable…, pero no asustada.

La mujer coge otra copa, y sé que ha llegado el momento de que me vaya a seguir sirviendo, pero soy incapaz de moverme. Siento que debería sonreír, lo que sea con tal de escapar de este impasse de miradas, pero lo que normalmente me sale de manera natural me está fallando ahora. Mi cuerpo ha dejado de responder, excepto mis ojos, que se niegan a apartarse de los suyos.

—Eso es todo —interviene la mujer con voz áspera, y doy un respingo. Sus delicados rasgos se han deformado en un gesto de enfado y sus ojos oscuros se han oscurecido todavía más. Tiene un semblante magnífico, incluso a pesar de que ahora mismo me esté mirando con el ceño fruncido—. He dicho que eso es todo —repite, y se interpone entre E y yo.

«¿E?» Decido en este mismo instante que la «E» es de «Enigma», porque eso es lo que es él en realidad. Me coloco la bandeja sobre el hombro y doy media vuelta lentamente sin decir nada. Me alejo y me siento obligada a mirar atrás porque sé que todavía me está mirando, y me pregunto cómo le estará sentando eso a su novia. De modo que lo hago y, tal y como sospechaba, sus ojos acerados se clavan en mi espalda.

—¡Eh!

Doy un brinco y la bandeja se me escapa de las manos sin que pueda hacer nada por evitarlo. Las copas parecen flotar hacia el suelo de mármol mientras el champán se derrama. La bandeja gira en el aire hasta que impacta contra el suelo duro con un estrépito que silencia la sala. Me quedo congelada en el sitio, rodeada de cristales rotos que no parecen detenerse nunca. El ensordecedor ruido resuena en el silencio que me rodea. Miro hacia abajo, mi cuerpo se tensa, y sé que todos los ojos se centran en mí.

Sólo en mí.

Todo el mundo me está observando.

Y no sé qué hacer.

—¡Bella! —La voz de pánico de Alice me obliga a levantar mi apesadumbrada cabeza y veo que corre en mi dirección con sus ojos castaños llenos de preocupación—. ¿Estás bien?

Asiento y me arrodillo para empezar a recoger los cristales rotos. Hago una mueca al sentir un dolor agudo en la rodilla que me atraviesa la tela del pantalón.

—¡Mierda! —Inspiro bruscamente y las lágrimas empiezan a inundar mis ojos en una mezcla de dolor y auténtica vergüenza.

No me gusta llamar la atención, y suelo apañármelas para evitarlo, pero esta vez no hay nada que pueda hacer. He hecho que una sala con cientos de personas se suma en un silencio aterrador. Quiero salir huyendo.

—¡No toques los cristales, Bella! —Alice me obliga a levantarme y se asegura de que estoy bien.

Debe de haberse dado cuenta de que estoy a punto de desmoronarme, porque me arrastra rápidamente hasta la cocina, alejándome de mi público.

—Súbete —dice dando unos golpecitos en el mostrador.

Me subo de un salto, todavía intentando contener las lágrimas. Agarra el dobladillo de mis pantalones y me levanta la pernera hasta descubrir la herida.

—¡Ay! —Se encoge al ver el corte limpio y se aparta para mirarme—. Llevo fatal lo de la sangre, Bella. ¿Ése era el tipo de la cafetería?

—Sí —susurro, y me encojo al advertir que Garrett se acerca, aunque no parece enfadado.

—Bella, ¿te encuentras bien? —Se agacha y compone su propia mueca de dolor al ver mi rodilla sangrante.

—Lo siento—susurro—. No sé qué ha pasado.

Seguramente me va a despedir al instante por armar este espectáculo.

—Eh, eh. —Se pone derecho, y la expresión de su rostro se suaviza por completo—. Los accidentes suceden, cielo.

—Menudo espectáculo he montado.

—Ya basta —corta con severidad, se vuelve hacia la pared y descuelga el maletín de primeros auxilios—. No es el fin del mundo. —Abre la caja y rebusca hasta que encuentra unas toallitas antisépticas. Aprieto los dientes mientras me pasa una suavemente por la rodilla. El escozor hace que sisee y me ponga tensa—. Lo siento, pero hay que limpiarla.

Contengo la respiración mientras prosigue curándome la herida, hasta que me cubre la rodilla con una gasa y esparadrapo y me baja del mostrador.

—¿Puedes andar?

—Sí. —Flexiono la rodilla y sonrío a modo de agradecimiento antes de recoger la nueva bandeja.

—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunta él con el ceño fruncido.

—Pues…

—De eso, nada. —Se echa a reír—. Qué graciosa eres, Bella. Ve al baño y recomponte —dice señalando la salida al otro lado de la cocina.

—Pero si estoy bien —insisto, aunque no lo siento así. No porque me duela la rodilla, sino porque temo el momento de enfrentarme a mi público, o a E. Tendré que agachar la cabeza y evitar cierta mirada de acero, y terminar el turno sin más contratiempos.

—¡Al baño! —ordena Garrett, quitándome la bandeja y colocándola de nuevo sobre el mostrador—. Ya. —Apoya las manos sobre mis hombros y me guía hasta la puerta sin darme la oportunidad de seguir protestando—. Vamos.

Me obligo a sonreír a pesar de que sigo avergonzada y dejo atrás el caos de la cocina, entro en la enorme sala y me esmero en pasar inadvertida. Sé que no lo he conseguido. Los afilados ojos azules que me abrasan la piel lo confirman. Me siento como una inútil. Incompetente, estúpida y vulnerable. Pero, sobre todo, me siento expuesta.

Recorro el pasillo de moqueta afelpada hasta que cruzo dos puertas y llego a un lavabo tremendamente extravagante, con revestimientos en mármol y oro brillante por todas partes. Casi me da miedo usarlo. Lo primero que hago es sacar el billete de cincuenta del bolsillo y admirarlo durante unos instantes. Después lo arrugo y lo tiro a la basura. No voy a aceptar dinero de un hombre. Me lavo las manos y me planto ante el espejo gigante con marco dorado para volver a recogerme el pelo, y suspiro al encontrarme con unos ojos embrujados de color zafiro. Unos ojos curiosos.

Cuando la puerta se abre no presto mucha atención, y continúo colocándome algunos mechones sueltos de pelo detrás de las orejas. Pero entonces alguien se sitúa detrás de mí, proyectando una sombra sobre mi cara cuando me inclino hacia el espejo. Es E. Dejo escapar un grito ahogado, doy un salto atrás e impacto contra su cuerpo, que es tan duro y musculoso como había imaginado.

—Estás en el lavabo de las chicas —exhalo mientras me vuelvo hacia él.

Intento poner algo de distancia entre los dos, pero no consigo ir muy lejos con la pila detrás de mí. A pesar de mi estupefacción, me permito admirar su cercanía, su traje de tres piezas y su rostro recién afeitado. Emana un aroma masculino que parece de otro mundo, con una esencia de madera y tierra. Es un cóctel tóxico. Todo en él hace que mi sensible ser caiga en una espiral terrible.

Da un paso hacia adelante, reduciendo así el ya estrecho espacio que nos separa, y entonces me sorprende arrodillándose y levantándome con suavidad la pernera del pantalón. Me pego contra el mueble del lavabo, conteniendo la respiración, y me limito a observar cómo pasa el dedo con delicadeza por encima de la gasa que me cubre el corte.

—¿Te duele? —pregunta tranquilamente, dirigiendo sus increíbles ojos azules hacia los míos. Soy incapaz de hablar, de modo que niego con la cabeza y veo cómo su alta figura se pone de pie lentamente. Permanece pensativo unos instantes antes de volver a hablar—: Tengo que obligarme a mantenerme alejado de ti.

No le respondo que, al parecer, no lo está consiguiendo. No puedo apartar la mirada de sus labios.

—¿Por qué tienes que obligarte? —digo en cambio.

Apoya la mano en mi antebrazo, y me esfuerzo por no estremecerme ante el calor que recorre mi cuerpo al notar su tacto.

—Porque pareces una chica muy dulce que merece algo más de un hombre que el mejor polvo salvaje de su vida.

Para mi sorpresa, en lugar de sentirme pasmada, me siento aliviada, aunque acabe de prometerme que sólo será sexo y nada más. Él también está prendado de mí, y esa confirmación me obliga a levantar la vista hacia su mirada.

—A lo mejor es eso lo que quiero. —Lo estoy provocando, alentándolo, cuando lo que debería hacer es salir corriendo.

Parece sumido en sus pensamientos mientras las puntas de sus dedos ascienden suavemente por mi brazo.

—Quieres algo más que eso.

Está afirmándolo, no preguntándolo. No sé lo que quiero. Nunca me he parado a pensar en mi futuro, ni profesional ni personal. Vivo el día a día y ya está, pero una cosa sí que sé. Estoy pisando terreno peligroso, no sólo porque este hombre sin nombre parece atrevido, oscuro y demasiado perfecto, sino porque ha dicho que lo único que hará será follarme. No lo conozco. Sería una auténtica estupidez que me acostara con él, sólo por el sexo. Eso va en contra de todos mis principios, pero no veo ningún motivo para no hacerlo. Debería sentirme incómoda por las sensaciones que despierta en mí, pero no es así. Por primera vez en mi vida, me siento viva. Me siento vibrar, algo extraño ataca mis sentidos, y una vibración todavía más apremiante me ataca entre los muslos cerrados. Estoy palpitando.

—¿Cómo te llamas? —pregunto.

—No quiero decírtelo, Bella.

Me dispongo a preguntarle cómo sabe mi nombre, pero entonces el grito de Alice en el salón de actos resuena en mi cabeza. Quiero tocarlo, pero cuando elevo la mano para apoyarla sobre su pecho, él retrocede ligeramente, con los ojos clavados en mi palma, que flota entre nuestros cuerpos. Me detengo por un instante para ver si se aparta más. No lo hace. Bajo la mano y la poso sobre la chaqueta de su traje. Eso provoca que contenga el aliento repentinamente, pero no me detiene; se limita a observar cómo palpo suavemente su torso por encima de la ropa, maravillándome ante la firmeza que se esconde debajo.

Entonces me mira a los ojos e inclina la cabeza lentamente hacia adelante. Su respiración impacta contra mi rostro al acercarse, hasta que por fin cierro los ojos y me preparo para recibir sus labios. Está cada vez más cerca. Su aroma se intensifica y su aliento cálido me quema la cara.

Pero el alegre parloteo de unas mujeres interrumpe el momento. De repente me arrastra por el pasillo de los retretes y me mete de un empujón en el último cubículo. Cierra la puerta de golpe, me da la vuelta y me pega la espalda contra ella, me tapa la boca con la mano y acerca su rostro al mío. Mi cuerpo se agita mientras nos miramos, escuchando cómo las mujeres se arreglan frente al espejo, aplicándose carmín y perfumándose. Les grito mentalmente que se den prisa para que podamos continuar donde lo habíamos dejado. Casi he podido sentir sus labios rozando los míos, y eso sólo ha multiplicado por diez mi deseo por él.

Pasa lo que me parece una eternidad, pero por fin se hace el silencio. Mi respiración sigue siendo agitada, incluso ahora que ha retirado la mano y me permite respirar.

Pega su frente a la mía y cierra los ojos con fuerza.

—Eres demasiado dulce. No puedo hacerlo —dice.

Luego me aparta de la puerta antes de salir apresuradamente, dejándome ahí hecha un estúpido manojo de deseo contenido. ¿Que soy demasiado dulce? Dejo escapar una carcajada burlona. Otra vez estoy enfadada. Estoy cabreada y dispuesta a seguirlo y a dejarle claro quién decide lo que quiero y lo que no quiero. Y no es él.

Salgo del cubículo y corro a comprobar mi aspecto en el espejo. Antes de salir del aseo y de dirigirme a la cocina llego a la conclusión de que parezco agobiada.

Veo a Alice, que aparece por la entrada de la cocina.

—¡Hola! Ya íbamos a mandar a un equipo de búsqueda. —Corre hacia mí, y su rostro de preocupación de broma se transforma en preocupación de verdad—. ¿Estás bien?

—Sí —digo quitándole importancia.

Supongo que mi aspecto refleja mi abatido estado de ánimo.

No le doy a Alice la oportunidad de insistir. Cojo una botella de champán y hago caso omiso de su mirada inquisitiva. Está vacía.

—¿Hay más botellas? —pregunto dejándola en el sitio con demasiada brusquedad. Estoy temblando.

 

—Sí —responde lentamente, y me pasa otra recién abierta.

—Gracias —sonrío. Es una sonrisa forzada, y lo sabe, pero no puedo evitar sentirme ofendida, o irritada.

—¿Seguro que…?

—Alice. —Dejo de verter el champán y respiro hondo. Me vuelvo, y una sonrisa sincera se dibuja en mi rostro atribulado—. Estoy bien, de verdad.

Asiente, poco convencida, pero me ayuda a llenar las copas en lugar de continuar insistiendo.

—Entonces será mejor que sigamos sirviendo.

—Sí —coincido. Deslizo la bandeja por el mostrador y la elevo hasta mi hombro—. Voy saliendo.

Dejo a Alice y me aventuro entre las masas de gente, pero ya no soy tan atenta con los invitados como antes. No sonrío ni la mitad al servir el champán, y no paro de inspeccionar el salón buscándolo. Me doy prisa en reabastecerme en la cocina para poder volver entre la gente cuanto antes, y no presto la menor atención a lo que me rodea, de modo que corro el riesgo de hacer el ridículo por segunda vez si este estado provoca que choque con algo y se me vuelva a caer la bandeja.

Pero me da igual.

Siento una necesidad irracional de verlo de nuevo… Y, entonces, algo hace que me vuelva, una energía invisible atrae mi cuerpo hacia la fuente que la emite.

Ahí está.

Me quedo petrificada en el sitio, con la bandeja a medio camino entre mi hombro y mi cintura. Me está estudiando, con un vaso que contiene un líquido oscuro planeando sobre su boca. Dirijo la mirada hacia sus labios, unos labios que he estado a punto de probar.

Mis sentidos se intensifican cuando levanta lentamente el vaso y vierte todo el contenido en su garganta antes de limpiarse la boca con el dorso de la mano y de colocar el recipiente vacío en la bandeja de Alice cuando ésta pasa por delante. Alice lo mira, y después se vuelve, buscándome. Sus ojos grandes y castaños se posan en mí brevemente y su mirada empieza a oscilar entre ese hombre desconcertante y yo con una mezcla de intriga y preocupación.

Él sigue mirándome con intensidad, y eso debe de haber despertado la curiosidad de su acompañante, porque ésta se da la vuelta y sigue su línea de visión hasta mí. Sonríe arteramente y levanta su copa de champán vacía. Me entra el pánico.

Alice ha desaparecido, de modo que no me queda más remedio que acudir yo misma. La mujer agita la copa en el aire, indicándome que mueva el culo, y mi curiosidad, junto con mi falta de mala educación, me impide desatenderla. De modo que me dirijo hacia ellos. Ella sigue sonriendo, y él, mirando. Por fin llego y les ofrezco mi bandeja. Su intento de hacerme sentir inferior es evidente, pero siento demasiada curiosidad como para que me afecte.

—Tómate tu tiempo, querida —ronronea ella, cogiendo una copa y ofreciéndosela a él—. ¿Edward?

—Gracias —responde él en voz baja, aceptando la bebida. «¿Edward? ¿Se llama Edward?» Inclino la cabeza mirándolo y, por primera vez, sus labios se curvan ligeramente. Estoy segura de que, si quisiera, podría matarme con su sonrisa.

—Ya puedes largarte —dice la mujer.

Me da la espalda y tira de un reticente Edward para que haga lo propio, pero su gesto grosero no empaña mi satisfacción interior. Doy media vuelta sobre mis Converse, feliz de saber su nombre. Y esta vez no me vuelvo.

Alice se acerca a mí como un lobo en cuanto entro en la cocina, tal y como imaginaba que haría.

—¡Hostia puta! —Hago una mueca de dolor ante su lenguaje y apoyo la bandeja en el mostrador—. Te está mirando, Bella. Como si se te comiera con la mirada.

—Ya lo sé. —Tendría que estar ciega o totalmente idiota para no darme cuenta.

—Lo acompaña una mujer.

—Sí.

Me alegro de saber su nombre, pero esa parte no me hace tanta gracia. Aunque no tengo ningún derecho a sentirme celosa. ¿Estoy celosa? ¿Es eso lo que me pasa? Es una sensación que nunca antes había experimentado.

—¡Uuuh! Aquí hay tomate —canturrea Alice, riéndose mientras sale danzando de la cocina.

—Sí, y que lo digas —murmuro para mí mientras me vuelvo hacia la puerta, consciente de que ha seguido todos mis pasos hasta aquí.

 

 

Lo evito durante el resto de la noche, pero noto sus ojos clavados en mí mientras serpenteo entre la gente. Me siento constantemente atraída en su dirección, y me cuesta evitar que los ojos se me vayan hacia él, pero estoy muy orgullosa de mí misma por resistirme. Aunque me produce un extraño placer perderme en su mirada de acero, verlo con otra mujer podría estropearlo.

Tras despedirme de Garrett y de Alice, salgo por la puerta de servicio hacia la medianoche y me dirijo al metro, deseando acurrucarme en la cama y dormir hasta tarde.

—Sólo es mi socia. —Su voz suave detrás de mí me detiene y acaricia mi piel, pero no me vuelvo—. Sé que te lo estás preguntando.

—No tienes por qué darme explicaciones. —Continúo caminando, sabiendo perfectamente lo que hago.

Está prendado de mí y, aunque no estoy acostumbrada a estos juegos, sé que no debo parecer desesperada, por mucho que, muy a mi pesar, lo esté. Soy una persona sensata; reconozco algo malo cuando lo veo, y tengo detrás a un hombre que podría acabar con mi lógica.

Me agarra del brazo para evitar mi huida y me da la vuelta hasta colocarme frente a él. Si tuviera la fuerza de voluntad suficiente, cerraría los ojos para no deleitarme en su rostro exquisito, pero no la tengo.

—No, no tengo por qué darte explicaciones, pero lo estoy haciendo.

—¿Por qué?

No intento liberar mi brazo porque el calor de su tacto atraviesa la tela de mi chaqueta vaquera, templa mi piel helada y hace que me hierva la sangre. Nunca había sentido nada igual.

—No te interesa relacionarte conmigo.

No suena muy convencido, de modo que se está engañando si espera que me trague eso. Quiero hacerlo. Quiero marcharme, borrar de mi mente todos mis encuentros con él y volver a ser una persona estable y sensata.

—Entonces deja que me marche —digo tranquilamente igualando con mi mirada la intensidad de la suya.

El largo silencio que surge entre nosotros es un claro indicativo de que no quiere hacerlo, pero tomo la decisión por él y libero mi brazo.

—Buenas noches, Edward.

Doy unos pasos hacia atrás antes de dar media vuelta y marcharme. Es probable que ésta sea una de las decisiones más sensatas que he tomado en mi vida, aunque la mayor parte del lío que tengo en la cabeza me empuja a seguir con esto. Sea lo que sea.

Capítulo 2: Capítulo 1 Capítulo 4: Capítulo 3

 
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