Odioso adorable (+18)

Autor: Maggie_Swan
Género: Romance
Fecha Creación: 06/05/2017
Fecha Actualización: 23/11/2017
Finalizado: NO
Votos: 1
Comentarios: 15
Visitas: 26204
Capítulos: 12
Una joven ambiciosa.
Un ejecutivo perfeccionista.
Un odio insoportable.
Una atracción irresistible.
Una mezcla perfecta de sexo, amor y mucho descaro.
 
Bella Swan se ha relacionado con los Cullen desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Cullen Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para Edward, el atractivo hijo de los Cullen, que se comporta como un perfecto imbécil con Bella... hasta que una tarde, repasando una presentación, acaban sucumbiendo a la pasión encima de la mesa de reuniones.
Tratando de mantener el equilibrio entre la profesionalidad y la lujuria, descubrirán con pavor que no es solo el sexo lo que les une: están perdidamente enamorados. Pero todo es tan complicado... y los continuos malentendidos a los que tienen que enfrentarse no van a facilitarles nada la tarea...
 
Los personajes pertenecen a SM
La historia pertenece a Cristine y Lauren.
Original "Beutiful Bastard"
Esta historia contiene lenguaje sexual y vulgar no apropiado para menores de 18 años.
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Capítulo 7: capítulo 7

POVE

 Me pasé la mayor parte del sábado corriendo en el lago, tratando de airearme un poco, de tomar distancia y aclarar mis pensamientos. Pero aun así el viaje de una hora en coche hasta la casa de mis padres me dio mucho tiempo para que volviera la maraña de frustraciones a mi cabeza: la señorita Swan, cómo la odiaba, cuánto la deseaba, las flores que le había enviado Jacob. Me arrellané un poco más en el asiento e intenté que el ruido sordo del motor del coche me serenara. Sin embargo, no funcionó. Los hechos eran los siguientes: me sentía posesivo con ella. No de una forma romántica, sino más bien del tipo: « Darle un golpe en la cabeza, arrastrarla del pelo y cogérmela» , por así decirlo. Como si ella fuera mi juguete y yo no quisiera que ninguno de los demás niños del parque jugara con él. ¿No era eso muy enfermizo? Si ella me oyera alguna vez admitir tal cosa, me cortaría los huevos y me los haría comer. Ahora la cuestión era saber cómo proceder. Obviamente Jacob estaba interesado. ¿Cómo no iba a estarlo? Todo lo que le había llegado era información de segunda mano de mi familia, que obviamente la adoraba, y estaba seguro de que le habían enseñado por lo menos una fotografía. Si yo solo supiera eso de ella, también estaría interesado. Pero no había forma de que él llegara a tener una conversación con ella y la encontrara igual de atractiva. « Amenos que solo quiera cogérsela…» El sonido del cuero del volante chirriando bajo mis manos me dejó claro que era mejor que no pensara en eso. Él no habría accedido a conocerla en la casa de mis padres si no quisiera de ella más que sexo, ¿verdad? Sopesé esa idea. Tal vez sí que quería conocerla mejor. Mierda, incluso yo tenía que admitir que estuve un poco intrigado antes de que llegáramos a hablar. Por supuesto eso no me duró mucho y después ella ha demostrado ser una de las personas más exasperantes que he conocido en la vida. Desgraciadamente para mí, el sexo con ella es el mejor que he tenido. Maldición, mejor que él no llegara tan lejos con ella. No estaba seguro de tener un buen sitio para esconder un cuerpo por allí. Todavía recuerdo el momento en que la vi por primera vez. Mis padres vinieron a visitarme por Navidad cuando todavía vivía en el extranjero y uno de mis regalos fue un marco de fotos digital. Mientras miraba las fotos con mi madre, paré la presentación en una de mis padres de pie junto a una chica muy guapa de pelo castaño. —¿Quién es la que está contigo y con papá? —le pregunté. Mamá me dijo que se llamaba Bella Swan y que trabajaba de asistente para mi padre y empezó a contarme todo tipo de maravillas. No tendría más de veinte años en la foto, pero su belleza natural era deslumbrante. A lo largo de los años su cara aparecía de vez en cuando en las fotos que me enviaba mi madre: recepciones de la empresa, fiestas de Navidad e incluso fiestas en la casa. Su nombre también salía ocasionalmente cuando me contaba historias de los contratiempos habituales del trabajo y la familia. Así que cuando se tomó la decisión de que volvería a casa y me ocuparía de la dirección de operaciones, mi padre me explicó que Bella acababa de terminar su licenciatura en empresariales en la Universidad Northwestern, que había obtenido una beca para un máster que requería experiencia en el mundo real y que mi trabajo era la posición perfecta para ser su tutor durante un año. Mi familia la quería y confiaba en ella, y el hecho de que ni mi padre ni mi hermano tuvieran ninguna reserva sobre su capacidad para desempeñar el puesto a mí me lo decía todo. Accedí inmediatamente. Estaba un poco preocupado porque mi opinión sobre su apariencia interfiriera con mi capacidad para ser su jefe, pero me tranquilicé rápidamente diciéndome que el mundo estaba lleno de mujeres preciosas y que me resultaría fácil separar ambos aspectos. Oh, qué estúpido fui. Y ahora podía ver perfectamente todos los errores que había cometido durante los últimos meses, cómo, incluso desde aquel primer día, todo me había llevado al punto en el que me encontraba entonces. Para complicar aún más las cosas, últimamente parecía que no podía llegar a nada con nadie sin pensar en ella. Solo pensar lo que había pasado la última vez me provocaba una mueca de dolor. Había sido unos días antes del « incidente de la ventana» , como yo lo llamaba. Yo tenía que asistir a una gala de una organización benéfica. Al entrar en el despacho me quedé impresionado al ver a la señorita Swan con un vestido azul increíblemente sexy que no le había visto nunca antes. En cuanto la vi, quise tirarla sobre la mesa y cogerla sin parar. Toda esa noche, con mi bellísima acompañante rubia a mi lado, estuve distraído. Sabía que estaba llegando al final de mi resistencia y que en algún momento todo iba a volar por los aires. No tenía ni idea de lo pronto que iba a ser eso. Traté de probarme a mí mismo que la señorita Swan no se me estaba metiendo así en la cabeza, yéndome a casa con la rubia. Entramos a trompicones en su apartamento y nos besamos y nos desnudamos muy rápido, pero todo se enfrió. No es que ella no fuera lo bastante sexy e interesante, pero cuando la tumbé en la cama era castaño el pelo que y o veía esparcido sobre la almohada. Al besarle los pechos lo que quería sentir era unos pechos suaves y abundantes, no aquellos de silicona. Incluso mientras me estaba poniendo el condón y acercándome a ella, sabía que era un cuerpo sin cara que estaba utilizando para satisfacer mis propias necesidades egoístas. Intenté mantener a Bella lejos de mis pensamientos pero fui incapaz de detener esas imágenes prohibidas de cómo sería tenerla debajo de mí. Solo entonces conseguí empalmarme del todo y me puse rápidamente encima de aquella chica, odiándome al instante por ello. Ahora me sentaba peor ese recuerdo que cuando pasó, porque ahora la había dejado meterse en mi cabeza y quedarse allí. Si podía soportar aquella noche, las cosas iban a ser más fáciles. Aparqué el coche y empecé a repetirme mentalmente: « Puedes hacerlo. Puedes hacerlo» . —¿Mamá? —llamé mientras miraba en todas las habitaciones. —Aquí fuera, Edward. Oí que la respuesta llegaba desde el patio trasero. Abrí las puertas y me saludó la sonrisa de mi madre que estaba dándole los últimos toques a la mesa que había puesto fuera. Me incliné para que pudiera darme un beso. —¿Por qué vamos a cenar aquí esta noche? —Hace una noche preciosa y he pensado que estaríamos todos más cómodos aquí que sentados en un comedor atestado. No creo que le moleste a nadie, ¿tú qué crees? —No, claro que no —respondí—. Se está muy bien aquí. No te preocupes. Y realmente se estaba muy bien. El patio estaba cubierto por una enorme pérgola blanca con las vigas envueltas por enredaderas trepadoras muy tupidas. En el medio había una gran mesa rectangular en la que cabían ocho personas, cubierta con un suave mantel color marfil y la porcelana favorita de mi madre. Había velas y flores azules sobresaliendo de pequeños recipientes plateados por toda la mesa y un candelabro de hierro forjado emitía una luz vacilante por encima de nuestras cabezas. —Sabes que ni yo voy a ser capaz de evitar que Sofia acabe tirando todo esto de la mesa, ¿verdad? —dije metiéndome una uva en la boca. —Oh, se va a quedar con los padres de Rosalie esta noche. Y menos mal — continuó—, porque si estuviera aquí acapararía toda la atención. « Mierda» . Si estuviera Sofia poniéndome caritas desde el otro lado de la mesa al menos tendría algo con lo que distraerme de la presencia de Jacob. —Esta noche es para Bella. Me encantaría que ella y Jacob conectaran. —Ella siguió yendo de acá para allá por el patio, encendiendo velas y haciendo ajustes de última hora, completamente ajena a mi angustia. Estaba jodido. Contemplé un segundo la idea de huir de todo aquello cuando oí a Emmet… Puntual por una vez. —¿Dónde está todo el mundo? —gritó y su voz profunda resonó en la casa vacía. Le abrí la puerta a mi madre y al entrar encontramos a mi hermano en la cocina. —¿Y qué, Ed? —dijo mientras apoyaba su cuerpo robusto contra la encimera—. ¿Ansioso por lo de esta noche? Esperé hasta que mi madre volvió a salir de la habitación para mirarlo con escepticismo. —Supongo que sí —respondí intentando parecer muy informal—. Creo que mamá ha hecho barritas de limón. Mis favoritas. —Pero qué mentiroso eres. Yo estoy deseando ver a Black intentando ligar con Bella delante de todo el mundo. Va a ser una noche entretenida, ¿no crees? Justo cuando Emmet estaba arrancando un trozo de pan, entró Rosalie y le apartó las manos. —¿Es que quieres que tu madre se enfade porque le estropeas la cena que ha planeado? Haz el favor de ser agradable esta noche, Emmet. Nada de provocar a Bella ni de bromear con ella. Seguro que está muy nerviosa por todo esto. Dios sabe que ya tiene bastante con soportar a este —dijo señalándome. —Pero ¿qué dices? —Ya me estaba cansando de aquel club de fans enfervorecidos de Bella Swan—. Yo no le hago nunca nada. —Edward. —Mi padre estaba de pie en el umbral haciéndome un gesto para que me acercara a él. Salí de la cocina y lo seguí a su estudio—. Por favor compórtate lo mejor que puedas esta noche. Sé que tú y Bella no os lleváis bien, pero está en nuestra casa, no en tu oficina, y espero que aquí la trates con respeto. Apreté la mandíbula con fuerza y asentí mientras pensaba en todas las formas en que la había faltado al respeto durante las últimas semanas. Fui al baño un momento y justo entonces llegó Jacob, con una botella de vino y unas cuantas variaciones de sus efusivos saludos: « ¡Oh, estás fantástica!» para mamá, « ¿Cómo está la niña?» para Rosalie, y una recia combinación de apretón de manos y abrazo para Emmet y papá. Yo me quedé algo separado de los demás en el vestíbulo, preparándome mentalmente para la noche que me esperaba. Habíamos sido muy amigos de Jacob mientras crecíamos y en el instituto, pero no le había visto desde que volví a casa. No había cambiado mucho. Era un poco más bajo que yo, con una constitución robusta, pelo muy negro y ojos oscuros. Supongo que algunas mujeres lo considerarían atractivo. —¡Edward! —Apretón de manos, abrazo masculino—. Dios, tío. ¿Cuánto tiempo ha pasado? —Mucho, Jacob. Creo que desde justo después del instituto —le respondí estrechándole la mano con fuerza—. ¿Qué tal estás? —Genial. A mí me han ido las cosas muy bien. ¿Y a ti? He visto fotos tuyas en revistas, así que supongo que a ti también te ha ido bastante bien. —Me dio unas palmaditas en el hombro amistosamente. « Qué idiota» . Yo asentí y le devolví una sonrisa forzada. Decidí que necesitaba unos minutos más para pensar, me disculpé y subí arriba, a lo que había sido mi antigua habitación. Nada más cruzar la puerta me sentí más tranquilo. La habitación había cambiado poco desde que yo tenía dieciocho. Incluso cuando estaba en el extranjero, mis padres la mantuvieron prácticamente igual que cuando me fui a la universidad. Me senté en mi antigua cama y pensé en cómo me sentiría si la señorita Swan tuviera algo que ver con Jacob. Realmente era un tipo guapo, y aunque odiaba admitirlo, había una posibilidad real de que congeniaran. Pero solo pensar en otro hombre tocándola hacía que todos los músculos de mi cuerpo se pusieran en tensión. Volví mentalmente al momento en el coche en el que le había dicho a ella que no podía parar. Incluso ahora, a pesar de todas mis bravuconerías falsas, seguía sin saber si podía hacerlo. Oí que volvían los saludos y la voz de Jacob en el piso de abajo y decidí que era hora de ser un hombre y enfrentarme a lo que estuviera por venir. Cuando llegué al último rellano la vi. Me daba la espalda, pero me quedé sin aire en los pulmones. Llevaba un vestido blanco. ¿Por qué tenía que ser blanco? Era una especie de vestidito de verano muy de niña, que le llegaba justo por encima de la rodilla y dejaba a la vista sus largas piernas. La parte de arriba era de la misma tela y tenía lacitos que se ataban encima de los hombros. No podía pensar en otra cosa que en cuánto me gustaría soltar esos lacitos y ver la prenda caerle hasta la cintura. O tal vez hasta el suelo. Nuestras miradas se encontraron desde diferentes extremos de la habitación y ella sonrió con una sonrisa tan genuina y feliz que durante un segundo incluso me la creí. —Hola, señor Cullen. Mis labios se elevaron un poco al verla hacer su papel delante de mi familia. —Señorita Swan —respondí con un gesto de la cabeza. Nuestras miradas no se separaron ni cuando mi madre llamó a todo el mundo para que saliera al patio a tomar algo antes de cenar. Cuando pasó a mi lado, hablé en un tono tan bajo que solo ella pudo oír. —¿Una buena tarde de compras ayer? Sus ojos se encontraron con los míos con esa sonrisa angelical en la cara. —Eso te gustaría a ti saber. —Me rozó al pasar y sentí que todo mi cuerpo se tensaba—. Por cierto, ha llegado una nueva línea de ligueros —me susurró antes de seguir a los demás al exterior. Me quedé parado y la boca se me abrió a la vez que mi mente volvía acelerada a nuestro escarceo en el probador de La Perla. Un poco más adelante, Jacob se acercó a ella. —Espero que no te importara que te mandara flores ayer a la oficina. Admito que tal vez es un poco excesivo, pero estaba deseando conocerte. Sentí que se me hacía un nudo en el estómago cuando las palabras de Jacob me sacaron de mi ensoñación lujuriosa. Ella se volvió hacia mí. —¿Flores? ¿Me llevaron flores? Yo me encogí de hombros y negué con la cabeza. —Me fui pronto, ¿se acuerda? Salí a prepararme un gimlet de vodka Belvedere. Según fue avanzando la noche, no pude evitar estar pendiente de ella por el rabillo del ojo. Cuando la cena por fin empezó, era evidente que las cosas entre ella y Jacob iban muy bien. Incluso flirteaba con él. —Bella, el señor y la señora Cullen me han contado que eres de Washington. —La voz de Jacob interrumpió otra fantasía, esta vez de mi puño golpeando su mandíbula. Levanté la vista para ver cómo le sonreía cálidamente. —Así es. Mi padre es jefe de policía en Forks. Nunca he sido una chica de ciudad. Hasta Port Angeles me parecía demasiado grande. —Se me escapó una risita y su mirada se dirigió directamente hacia mí—. ¿Le divierte, señor Cullen? Reí entre dientes mientras le daba un sorbo a mi bebida, mirándola por encima del borde del vaso. —Lo siento, señorita Swan. Es que me resulta fascinante que no le gusten las ciudades grandes, pero que haya escogido la tercera ciudad más importante de Estados Unidos para ir a la universidad y… todo lo que ha venido después. La expresión de sus ojos me dijo que, en otras circunstancias, yo ya estaría desnudo y encima de ella o tumbado en el suelo sobre un charco de mi propia sangre. —La verdad, señor Cullen —dijo con la sonrisa volviendo a su cara—, es que mi padre volvió a casarse y como mi madre nació aquí, vine a pasar un tiempo con ella hasta que murió. Me miró fijamente durante un momento y tengo que admitir que sentí una punzada de culpa en el pecho. Pero desapareció en cuanto volvió a mirar a Jacob y se mordió el labio de esa forma tan inocente que solo ella podía hacer parecer tan sexy. « Deja de flirtear con él» . Cerré los puños mientras los dos seguían hablando. Pero varios minutos después me quedé helado. « ¿Podía ser?» Sí, eso sin duda era su pie subiendo por la pernera de mi pantalón. Menuda pícara diabólica estaba hecha, tocándome a mí mientras mantenía una conversación con un hombre que ambos sabíamos que no podría satisfacerla. Observé sus labios que se cerraban alrededor del tenedor y se me puso dura cuando se pasó la lengua lentamente por los labios para eliminar los restos de salsa marinera que le había dejado el pescado. —Vaya, del mejor cinco por ciento de tu clase en Northwestern. ¡Qué bien! —dijo Jacob y después me miró—. Seguro que estás contento de tener a alguien tan increíble trabajando para ti, ¿no? Bella tosió levemente, trayendo la servilleta que tenía en el regazo para cubrirse la boca. Yo sonreí y la miré a ella y después a Jacob. —Sí, es increíble tener a la señorita Swan a mis órdenes. Ella siempre consigue acabar todo el trabajo. —Oh, Edward. Qué amable por tu parte —exclamó mi madre y yo vi cómo la cara de la señorita Swan empezaba a enrojecer. Mi sonrisa desapareció cuando sentí su pie encima de mi entrepierna. Entonces presionó muy levemente contra mi erección. « Madre de Dios» . Ahora me tocó toser a mí, a punto de atragantarme con mi cóctel. —¿Está bien, señor Cullen? —me preguntó con fingida preocupación y yo asentí mirándola fijamente como si quisiera matarla. Ella se encogió de hombros y volvió a Jacob—. ¿Y tú? ¿Eres de Chicago? Continuó frotando suavemente contra mí el dedo del pie y yo intenté mantener el control de mi respiración y mi expresión neutral. Cuando Jacob empezó a contarle cosas sobre su infancia y la época en que fue al colegio con nosotros, para acabar hablándole de su negocio de contabilidad que iba viento en popa, vi que su expresión cambiaba de una de fingido interés a una de genuina intriga. « Mierda, no» . Metí la mano izquierda debajo del mantel y encontré la piel de su tobillo. La vi sobresaltarse un poco por mi contacto. Empecé a mover los dedos en leves círculos, le pasé el pulgar por el arco del pie y me sentí satisfecho cuando la oí pedirle a Jacob que le repitiera lo que acababa de decir. Pero entonces él dijo que le gustaría quedar con ella algún día de esa semana para comer. Mi mano pasó a cubrirle la parte superior del pie y a apretarlo con más fuerza contra mi erección. Ella sonrió burlona. —Podrás prescindir de ella durante la comida ¿no, Edward? —me preguntó Jacob con una sonrisa alegre y el brazo descansando sobre el respaldo de la silla de Bella. Necesité todo mi autocontrol para no saltar por encima de la mesa y arrancárselo. —Oh, hablando de citas para comer, Edward —interrumpió Rosalie tocándome el brazo con la mano—. ¿Te acuerdas de mi amiga Megan? La conociste el mes pasado en nuestra casa. Veintitantos, de mi altura, pelo rubio, ojos azules. Bueno, me ha pedido tu número. ¿Te interesa? Miré a Bella cuando sentí los tendones de su pie tensarse y la vi tragar lentamente mientras esperaba mi respuesta. —Claro. Ya sabes que prefiero las rubias. Puede ser un cambio agradable. Tuve que contenerme para no chillar cuando bajó el talón y me apretó los testículos contra la silla. Los mantuvo allí durante un segundo, levantó la servilleta y se limpió la boca. —Disculpenme, tengo que ir al tocador. Cuando ella entró en la casa, toda mi familia me miró con el ceño fruncido. —Edward —dijo mi padre con los dientes apretados—. Creía que ya habíamos hablado de esto. Cogí mi copa y me la llevé a los labios. —No sé a qué te refieres. —Edward —añadió mi madre—, creo que deberías ir a pedirle disculpas. —¿Por qué? —pregunté dejando mi copa sobre la mesa con demasiada fuerza. —¡Ed! —exclamó mi padre levantando la voz, lo que no dejaba posibilidad alguna de discusión. Tiré la servilleta sobre mi plato y me aparté de la mesa. Crucé la casa como una flecha buscándola en los baños de las dos primeras plantas, hasta que al llegar a la tercera vi que la puerta del baño estaba cerrada. De pie al otro lado de la puerta, con la mano apoyada en el picaporte, luché conmigo mismo. Si entraba ahí, ¿qué iba a ocurrir? Solo había una cosa que me interesaba a mí y sin duda no era disculparme. Pensé en llamar, pero sabía con seguridad que ella no me iba a invitar a entrar. Escuché con atención, esperando algún ruido o señal de movimiento del interior. Nada. Por fin giré el picaporte y me sorprendió encontrarlo abierto. Había estado en ese baño muy pocas veces desde que mi madre lo remodeló. Ahora era una habitación preciosa y moderna, con una encimera de mármol hecha a medida y un amplio espejo que cubría una pared. Encima del tocador había una pequeña ventana por la que se veía el patio y los terrenos que había más abajo. Ella estaba sentada en el banco acolchado, delante del tocador, mirando al cielo. —¿Has venido a humillarme? —preguntó. Le quitó la tapa a su pintalabios y se lo fue aplicando con pequeños toques. —Me han enviado para comprobar que están intactos tus delicados sentimientos. —Me volví para poner el pestillo en la puerta del baño y el chasquido resonó en el silencio de la habitación. Ella se rió y su mirada se encontró con la mía en el espejo. Se la veía muy serena, pero me fijé en su pecho que subía y bajaba; su respiración estaba tan acelerada como la mía. —Te aseguro que estoy bien. —Volvió a ponerle la tapa al pintalabios y lo metió en el bolso. Se levantó e intentó pasar a mi lado hacia la puerta—. Estoy acostumbrada a que seas un imbécil. Pero Jacob parece muy agradable. Debería volver abajo. Puse la mano en la puerta y me acerqué a su cara. —Me parece que no. —Le rocé con los labios un lugar debajo de la oreja y ella se estremeció por el contacto—. ¿Sabes? Él quiere algo que es mío y no puede tenerlo. Ella se me quedó mirando fijamente. —Pero ¿en qué época te crees que estamos? Déjame salir. Yo no soy tuya. —Puede que tú te creas eso —le susurré mientras mis labios bajaban levemente por su cuello—, pero tu cuerpo —dije metiéndole las manos bajo la falda y presionando la mano contra el encaje húmedo que tenía entre las piernas — piensa otra cosa. Ella cerró los ojos y dejó escapar un gemido bajo cuando mis dedos se movieron haciendo círculos lentos contra su clítoris. —Jódete —Déjame que te ayude a hacerlo —dije contra su cuello. Ella dejó escapar una carcajada temblorosa y yo la empujé contra la puerta del baño. Le cogí ambas manos y se las levanté por encima de la cabeza, manteniéndoselas sujetas con las mías, y me incliné para besarla. Sentí que luchaba sin muchas fuerzas contra mi sujeción y negué con la cabeza, apretando más las manos. —Déjame —repetí apretando mi miembro endurecido contra ella. —Oh, Dios —dijo con la cabeza ladeada para darme acceso a su cuello—. No podemos hacer esto aquí. Bajé mis labios por su cuello y por su clavícula hasta el hombro. Le sujeté ambas muñecas con una mano y bajé la mano libre para soltar lentamente una de las cintas que le sujetaban la parte de arriba, besándole la piel que acababa de quedar expuesta. Me pasé al otro lado y al repetir la acción me vi recompensado con que la parte de delante de su vestido se deslizó hacia abajo revelando un sujetador sin tirantes de encaje blanco. « Maldición» . ¿Tenía alguna pieza de lencería aquella mujer que no me hiciera quedarme a punto de venirme en los pantalones? Bajé la boca hasta sus pechos mientras le desabrochaba el sujetador. No me iba a perder la visión de sus pechos desnudos esta vez. Se abrió con facilidad y el encaje cayó, revelando la imagen que llenaba mis fantasías más obscenas. Cuando me metí un pezón rosado en la boca, ella gimió y sus rodillas cedieron un poco. —Chis —susurré contra su piel. —Más —me dijo—. Otra vez. La levanté y ella me rodeó la cintura con las piernas, lo que unió más nuestros cuerpos. Le solté las manos y ella inmediatamente me las llevó al pelo y tiró de mí con brusquedad para que me acercara. Maldición, me encantaba que hiciera eso. Volví a empujarla contra la puerta pero entonces me di cuenta de que había demasiada ropa por medio; quería sentir el calor de su piel contra la mía, quería enterrarme por completo en ella y mantenerla aplastada contra la pared hasta mucho después de que todos se hubieran ido a dormir. Ella pareció leerme el pensamiento porque sus dedos bajaron por mis costados y empezaron a sacarme frenéticamente la camiseta de los pantalones, levantándomelo y quitándomelo por la cabeza. El sonido de las risas que llegaba del exterior se coló por la ventana abierta y sentí que ella se tensaba contra mí. Pasó un largo momento antes de que su mirada se encontrara con la mía y estaba claro que le costaba decir lo que quería decir. —No deberíamos hacer esto —dijo por fin, negando con la cabeza—. Él me está esperando. —Ella intentó con poco entusiasmo apartarme, pero y o no me moví. —Pero ¿tú quieres estar con él? —le pregunté sintiendo una oleada de posesión abriéndose en mi interior. Ella me sostuvo la mirada pero no respondió. La bajé y la dirigí hacia el tocador, parando solo para colocarme justo detrás de ella. Desde donde estábamos teníamos una visión perfecta del patio de abajo. Acerqué su espalda desnuda a mi pecho y puse la boca junto a su oreja. —¿Lo ves? —le pregunté deslizando las manos por sus pechos—. Mírale. — Bajé las manos por su abdomen, por toda la falda, y hasta sus muslos—. ¿Te hace sentir así? Mis dedos la rozaron al subir por un muslo y meterse debajo de sus panties. Un siseo bajo escapó de su boca y yo sentí su humedad y entré en ella. —¿Conseguiría alguna vez que te mojaras así? Ella gimió y apretó las caderas contra mí. —No… —Dime lo que quieres —susurré contra su hombro. —Yo… No lo sé. —Mírate —le dije mientras mis dedos no dejaban de entrar y salir de ella—. Sí sabes lo que quieres. —Quiero sentirte dentro de mí, ahora. —No hizo falta que me lo pidiera dos veces. Me desabroché los pantalones en un segundo y me los bajé hasta la cadera, apretándome contra su trasero antes de levantarle la falda y agarrarle las bragas con las manos. —Rómpelas —me susurró. Antes nunca había podido ser tan salvaje y tan primitivo con nadie, en cambio con ella parecía justo lo que había que hacer. Tiré con fuerza y las sutiles bragas se rasgaron con facilidad. Las lancé al suelo y le pasé las manos por la piel, bajando los dedos por sus brazos hasta sus manos, donde le apreté las palmas contra la mesa que teníamos delante. En ese momento era una visión absolutamente maravillosa: agachada, con la falda subida hasta las caderas y su trasero perfecto a la vista. Ambos gemimos cuando y o me coloqué y me deslicé en su interior profundamente. Me incliné, le di un beso y volví a decir « chis» contra su espalda. Más risas nos llegaron del exterior. Jacob estaba ahí abajo. Jacob, que en el fondo era un buen tipo pero que quería apartarla de mí. Ese pensamiento bastó para hacerme empujar aún con más fuerza. Sus ruidos estrangulados me hicieron sonreír y la recompensé aumentando el ritmo. Un parte muy retorcida de mí sintió cierta reafirmación al ver a Bella silenciada por lo que le estaba haciendo. Soltaba exclamaciones ahogadas y buscaba con los dedos algo a lo que agarrarse mientras tenía mi miembro en su interior, duro, más duro, cada vez que intentaba hacer algún sonido pero no podía. Le hablé suavemente junto a su oído, y le pregunté si quería que la cogiera. Le pregunté si le gustaba que le dijera esas guarradas, si le gustaba verme así de sucio, follándola tan fuerte que le iba a dejar cardenales. Ella consiguió balbucear un sí y cuando empecé a moverme más rápido y más fuerte, ella me suplicó que le diera más. Los botes de la mesa estaban tintineando y volcándose por la fuerza de nuestros movimientos, pero a mí no me importaba. La agarré del pelo y tiré para incorporarla y que su espalda quedara contra mi pecho. —¿Crees que él puede hacerte sentir así? Seguí embistiéndola, obligándola a mirar por la ventana. Sabía que me estaba poniendo en evidencia. Mi mundo se estaba cayendo a pedazos a mi alrededor. Necesitaba que ella pensara en mí esa noche cuando estuviera en su cama. Quería que ella me sintiera cuando cerrara los ojos y se tocara, recordando la forma en que habíamos follado. Mi mano libre subió por su costado hasta sus pechos, cubriéndolos y retorciéndole los pezones. —No —gimió—. Así nunca. —Bajé de nuevo la mano por el costado y se la coloqué detrás de la rodilla para subírsela hasta la mesa, lo que la abrió aún más a mí y me permitió entrar más profundamente en ella. —¿Has visto lo bien que me envuelves? —gruñí contra su cuello—. Te siento tan bien… Cuando bajes, quiero que recuerdes esto. Recuerda lo que me haces. La sensación se estaba volviendo abrumadora y sabía que cada vez estaba más cerca. Estaba más que desesperado. La necesitaba como una droga y ese sentimiento consumía todos mis pensamientos. Le cogí la mano, entrelacé nuestros dedos y las bajé por su cuerpo hasta su clítoris, ambas manos acariciando y provocando. Gemí por la sensación que tuve al entrar y salir de ella con tanta facilidad. —¿Sientes eso? —le susurré al oído, abriendo los dedos para que quedaran uno a cada lado de mí. Ella volvió la cabeza y gimió contra la piel de mi cuello. No era suficiente, necesitaba mantenerla en silencio. Aparté la mano de su pelo, le tapé la boca con cuidado y le di un beso sobre la piel enrojecida de la mejilla. Ella dejó escapar un grito amortiguado, posiblemente mi nombre, cuando su cuerpo se tensó y después se apretó a mi alrededor. Cuando ella cerró los ojos y sus labios se relajaron por fin en un suspiro satisfecho, empecé a buscar lo que yo necesitaba: cada vez más rápido, mirando nuestro reflejo en el espejo para poder ver cómo mis últimas embestidas hacían que se movieran sus pechos. El clímax empezó a desgarrarme. Ella dejó caer la mano de mi pelo para taparme la boca a mí ahora y yo cerré los ojos y dejé que la ola me embargara. Unas embestidas finales más profundas y fuertes y me vine dentro de ella. Abrí los ojos y le di un beso en la palma antes de apartarla de mi boca y apoyé la frente contra su hombro. Las voces que llegaban desde abajo, ajenas a todo, seguían llegándonos. Ella se apoyó contra mí y se quedó allí en silencio unos momentos. Lentamente empezó a apartarse y y o fruncí el ceño por la pérdida del contacto. Miré cómo se colocaba de nuevo la falda, recuperaba el sujetador e intentaba volver a atar los lazos del vestido. Yo bajé la mano para subirme los pantalones, recogí el encaje desgarrado de sus bragas y me lo metí en el bolsillo. Ella seguía peleándose con el vestido y y o me acerqué, le aparté las manos y le até de nuevo los lazos evitando su mirada. De repente la habitación era demasiado pequeña y ambos nos miramos en un silencio incómodo. Cogí el picaporte, deseando decir algo para arreglarlo, cualquier cosa. ¿Cómo podía pedirle que cogiera conmigo y solo conmigo y esperar que no cambiara nada más? Incluso yo sabía que pedirle eso era ganarme una buena patada en los huevos. Pero las palabras sobre lo que sentía al verla con Jacob no habían cristalizado aún. Tenía la mente en blanco. Frustrado, abrí la puerta. Y los dos nos quedamos de piedra al ver lo que había ante nosotros. Allí, de pie ante la puerta, con los brazos cruzados y las cejas elevadas por la sorpresa, estaba Rosalie.

Capítulo 6: Capítulo 6 Capítulo 8: Capítulo 8

 
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