Ante el silencio de Edward, Kibble retomó la palabra.
— Dijiste que los anteojos se rompieron. Por qué no le compraste un nuevo par antes de venir a Cullen?
Edward se encogió de hombros con rabia y tomó un gran trago de brandy.
— Temes que ella sienta repulsión por tu rostro. — Nuevamente no fue una pregunta.
— Planeo comprarle los anteojos dentro de una semana — Edward respondió entre dientes , enojándose por sentirse culpable
Kibble se quedó en silencio por un momento, con aire pensativo, después preguntó :
— Ella no maneja dinero propio ?
— Qué ? Claro que si. — El sabía que Isabella tenía dinero. Su madre le había contado, a la vuelta de una de las pruebas, que ella se había comprado un pequeño frasco de perfume. Después de eso, él se había enterado que Isabella recibía regularmente una pequeña cantidad de su herencia desde que había cumplido veinte años. Naturalmente, ella tomará posesión del resto con el casamiento. Ellos habían firmado algunos papeles ese día para transferir una parte del dinero a una cuenta a la que ella tenía acceso. El resto debería ser invertido.
— Cuál es la razón de tu pregunta, Kibble?
— Mera curiosidad, mi lord .
Levantándose, el mayordomo tomó el último trago de brandy y dejó la copa usada en la mesa antes de salir.
— No puedes mantenerla sin ver para siempre. — Fueron sus últimas palabras antes de cerrar la puerta.
Edward ya estaba harto de ese tipo de comentario. Él bebió el último trago de brandy, después se levantó , fue hasta la mesa y se sirvió una nueva dosis. No necesitaba el sermón del mayordomo. Ya tenía bastante con su propia consciencia, recordándole que Isabella estaría más segura si pudiese ver y evitar cualquier peligro. Pero, para mantenerla segura, había recomendado que toda la servidumbre estuviese atenta; varios ojos ciertamente eran mucho mejor que apenas los de ella, él argumentó consigo mismo para aplacar su consciencia.
En cuanto a que Isabella supiese sobre los riesgos que estaba corriendo , tal vez eso la pusiese más ansiosa, y él deseaba que su esposa viviese tranquila. Isabella comenzaba a florecer ahora que estaba lejos de la tiranía de su madrastra. Definitivamente no quería que nada interferir en el comportamiento de ella, haciéndola una mujer tímida y temerosa.
Al dirigirse nuevamente a la poltrona con el brandy en la mano, Edward se dijo a sí mismo que todos esos argumentos eran perfectamente válidos, pero en su interior se sentía incómodo por saber la verdadera razón por la cual no quería que Isabella usase los anteojos.
Suspirando, se sentó pesadamente en la poltrona una vez más y se quedó mirando la copa, reflexionado sobre la injusticia de la vida. Él había encontrado la mujer ideal, alguien que amaba y deseaba . Alguien que lo hacía reír y era la persona más dulce del mundo. La ironía era que, mientras la presencia de ella en su vida lo había hecho más paciente y bondadoso para con los demás, lo hacía cruel para con ella, la persona que más amaba. Privarla de las actividades que tanto le gustaba era realmente un egoísmo muy grande de su parte.
Edward súbitamente posó la copa lleno sobre la mesa y se levantó decidido. Iba a darle anteojos a Isabella. Aunque eso le costase su propia felicidad, tenía que asegurar la de ella.
Amargado con la crueldad del destino, Edward dejó el salón y subió las escaleras. Le contaría a Isabella que al día siguiente irían a la aldea para encargar los anteojos. De esa manera, no tendría posibilidad de acobardarse y cambiar de idea nuevamente.
Edward estaba en el tercer escalón da escalera cuando oyó el sonido de una agitación en el frente de la casa. Se detuvo , descendió, atravesó el hall y abrió la puerta. Era el segundo carruaje viniendo de la ciudad que acababa de llegar. Edward se volvió para el interior de la casa en el exacto momento en que Keighsley, visiblemente cansado, salía del carruaje, volviéndose después para ofrecer su mano a Joan. La criada de Isabella también mostraba señales de cansancio después del largo viaje.
— Esa es la criada de lade Isabella, verdad ? — Kibble preguntó, parándose al lado de Edward y viendo a los dos aproximarse .
Edward asintió con la cabeza.
— Ellos deben estar muy cansados, Kibble. Muéstrale el cuarto a Joan y hazla comer y descansar. Ella puede comenzar a trabajar mañana. Keighsley también.
— Muy bien — dijo Kibble e informó : — Lucy ayudó a lade Isabella a sacarse la ropa y entrar a la tina de baño, pero ahora ya está aquí abajo. Quieres que la mande a ayudar a lade Isabella a salir de la tina y vestirse para la cena?
— No es necesario — respondió Edward y se dirigió a la escalera. — Por favor, Kibble, ocúpate de que nuestra cena sea mandada en bandejas al cuarto de mi esposa. Vamos a acostarnos temprano hoy.
Los gruesos lentes de cristal de los anteojos aumentaban el tamaño de los ojos de Isabella . Ella giró la página del libro que estaba leyendo y continuó devorando la novela sobre una mujer infiel y el castigo que su marido le había impuesto . Ella había invadido la biblioteca de Cullen y había tomado ese libro que, en la prisa, había imaginado que podría serle útil.
Mientras se encaminaban al nuevo cuarto, Isabella le había preguntado a Lucy si Cullen disponía de una biblioteca y dónde quedaba situada. Después de mostrarle el cuarto, Lucy había bajado para mandar a preparar el baño para la nueva lady. Isabella había aprovechado la ausencia de ella, y había visitado la biblioteca. Ese había sido el primero libro sobre el tema en que estaba interesada que había llegado a sus manos. Con miedo a ser atrapada, había vuelto rápidamente al cuarto y, poco antes que Lucy retornase, lo había escondido debajo de la almohada. La criada la había ayudado a desvestirse mientras el agua caliente era traída. En seguida, la había dispensado, asegurándole que prefería tomar el baño sola. Cuando la criada había salido, Isabella tomó los anteojos y el libro y se metió en la tina.
Isabella giró una página más y estaba absorbida por la historia, escrita por una escritora llamada María de Zayas. Aunque el libro en cuestión no contuviese ideas sobre como complacer a un marido, el argumento era interesante y ella lo leía con placer.
Isabella estaba girando la página cuando oyó la perilla de la puerta siendo girada. Asustada, se sacó inmediatamente los anteojos , contemplando la puerta. Ya iba a decirle a Lucy que no debía haberse incomodado en volver cuando reconoció el cabello oscuro y la figura alta de su marido.
Con pánico, no se detuvo para pensar ni por un segundo, metió las manos dentro del agua, todavía sujetando en ellas el libro y los anteojos. Inmediatamente escondió el libro debajo una de sus piernas, preguntándose desesperadamente qué debería hacer a continuación.
— Cómo está el baño? — Edward preguntó a la distancia, y ella se dio cuenta por la voz que él sonreía.
Isabella abrió y cerró la boca sin saber que decir. No podía dejar que él se aproximase a la tina. Si lo hiciese, podría querer ayudarla a bañarse y la ayuda podría acabar en besos y caricias, con él dentro de la tina o sacándola de allí. En cualquier de los casos el libro sería visto.
La única salida que tenía era evitar que Edward se aproximase y para eso sólo se le ocurrió ir al encuentro de él mientras atravesaba el cuarto.
Como había imaginado, Edward se detuvo cuando la vio levantarse de la tina con el agua escurriéndose por su cuerpo desnudo y se quedó contemplándola boquiabierto, Isabella podía sentir el calor de la mirada sobre su cuerpo y sabía que estaba ruborizada, pero situaciones desesperadas exigían medidas desesperadas.
Antes que el marido recuperase el habla, Isabella salió de la tina y cruzó la pequeña distancia que los separaba. No dijo una sola palabra. Sólo caminó hasta él. En el momento en que se acercó, Edward extendió los brazos y la abrazó. Los labios de él inmediatamente buscaron los suyos y las manos de él fueron a su cuerpo, cargándola en seguida hacia la cama, sin dejar de besarla.
— Pensé que estabas muy cansada después del viaje.
Sonriendo, Isabella le dio un beso en el borde de la boca, después se sentó en el borde de la cama y buscó los botones de los pantalones de Edward.
— Creo que nunca me voy a sentir cansada para vos, marido — Isabella aseguró. Mientras lo ayudaba a desvestirse, ella se recomendó a sí misma no olvidarse de tomar o libro y los anteojos de la tina cuando fuese posible…
—Mi lady está segura que no preferiría…
— No — Isabella interrumpió a Kibble de inmediato, esforzándose para mostrarse paciente y sonreír. —Prefiero acostarme un poquito. Una siesta es todo lo que quiero ahora.
— Se siente mal, mi lady? — Kibble preguntó preocupado.
Isabella se controló para no reaccionar mal a la pregunta. Honestamente, los criados de Cullen se preocupaban por ella como madres obsesivas. Uno u otro, y a veces varios de ellos, la seguía a todos lados en los últimos cuatro días, o sea, desde que había llegado a Cullen. Y si ella intentaba hacerse una escapada hasta su cuarto para tener un momento de privacidad, ellos se mostraban bastante molestos.
— Estoy bien — Isabella insistió con firmeza. — Es que he dormido poco últimamente y sólo quiero tomar una siesta.
— Está bien — Kibble se rindió —, si está segura que no se siente mal…
— No me siento mal — ella repitió. — Por favor, asegúrese que nadie venga a molestarme . Dígale incluso a Joan que no voy a precisarla.
Isabella ya estaba en la puerta del cuarto, después de haber sido seguida hasta allí por el mayordomo, con otros criados detrás de él. Forzó una sonrisa y entró en el aposento, cerrando la puerta detrás de sí y recostándose en ella con un suspiro.
Por el amor de Dios, ella pensó exasperada. Después sacó el libro del escondrijo entre sus faldas y lo lanzó sobre la cama. Sacudiendo la cabeza, todavía atontada con tanta atención de la servidumbre de la casa, metió la mano en el bolsillo de su falda y sacó la bolsita en que guardaba los anteojos. Poniéndoselos , miró alrededor del cuarto y se detuvo en la silla que quedaba delante de la cómoda. Resolvió tomarla, arrastrarla hasta la puerta y colocarla debajo la perilla.
Aliviada porque ahora nadie podría entrar de sorpresa , Isabella fue a la puerta que daba al cuarto de Edward. No había otra silla que pudiese usar para trabarla. Por un momento consideró dejarla como estaba, pero , temiendo que Edward pudiese entrar y sorprenderla con esos anteojos horribles, se dirigió hasta ella.
No disponiendo de otra silla, la solución sería correr otro mueble. Un baúl era el mueble más cercano . Era un pesado .Usando toda su fuerza, Isabella logró moverlo un poco, pero al ser arrastrado contra la madera del piso provocó un sonoro ruido.
Protestando entre dientes , Isabella redobló sus esfuerzos, esperando ser más rápida para no hacer tanto ruido.
— Mi lady? — La voz de Kibble se hizo oír ansiosa del otro lado de la puerta . — Todo está bien ?
Isabella bufó de rabia.
— Si, Kibble, todo está bien .
— Me pareció haber oído un ruido extraño — dijo el mayordomo. Isabella sopló una mecha de cabello de su rostro y dijo :
— Solamente estaba cambiando una mueble de lugar para que el cuarto quede a mi gusto.
Hubo un largo silencio y cuando Isabella juzgó que Kibble había aceptado su explicación, él insistió:
— No podría abrir la puerta por un minuto para que yo vea que mi lady está bien?
Isabella apretó los dientes con rabia, pero fue hasta la puerta del cuarto, retiró la silla , se sacó los anteojos, metiéndolos en el bolsillo de su falda y abrió la puerta.
— Vea, estoy bien.
Kibble la observó lentamente de arriba a abajo, de manera desconfiada, como si temiese que ella estuviese ocultando algo . Después la mirada de él recorrió el cuarto.
Isabella se mordió el labio, rezando para que el entrometido no notase el baúl , pero, obviamente, él lo notó.
— Mi lady bloqueó la entrada del cuarto del conde. — El mayordomo se mostró asombrado ante ese descubrimiento.
— Lo bloqueé, si — respondió Isabella, impasible. — Es un arreglo temporario, Kibble. Necesito descansar por unos minutos, tener un poco de privacidad, y así me aseguro de que nadie me importune.
Kibble la estudió en silencio, después miró el interior del cuarto. Los dos estaban suficientemente cerca como para que Isabella notase como él se había puesto nervioso. Fue cuando los ojos de él se detuvieron en algo . Isabella no logró resistirse y se volvió también para ver qué le había llamado la atención . Naturalmente, podía ver nada sin los anteojos, solamente figuras borrosas.
— Hay un libro sobre su cama.
Isabella sintió su corazón detenerse. Se había olvidado completamente del libro . Intentando mantener una expresión serena, se volvió hacia el mayordomo, demostrando sorpresa:
— No sé .... tal vez Joan lo haya olvidado aquí.
— Sin duda — él concordó y preguntó : — Puedo llevarlo de vuelta a la biblioteca ?
— No te preocupes, Kibble, es sólo un libro. Voy a dejarlo en la mesa y Joan lo tomará más tarde.
— Tal vez ella quiera leerlo mientras usted descansa — él insistió. — Usted le dio la tarde libre a ella.
Isabella apretó los dientes. Buscaba una excusa urgente para poder quedarse con el libro cuando oyó a alguien gritar desde el piso inferior.
Kibble se dio vuelta y miró hacia el hall. disculpándose, fue hasta las escaleras desde donde podía ver la entrada.
Isabella creyó que su sentido de audición había aumentado desde que se había quedado sin anteojos. Era como si su cuerpo buscase compensar la falta de vista , agudizando los otros sentidos. Ella oyó perfectamente bien la respuesta de Frederick. Él dijo que un carruaje estaba aproximándose al patio.
Sin darse cuenta que Isabella había escuchado, Kibble miró hacia atrás y le informó :
— Perdóneme, mi lady. Parece que tendremos compañía.
Isabella observó la figura de él desaparecer escaleras abajo y entonces cerró la puerta del cuarto. Una vez a solas, su mirada se detuvo en el marco borroso de la ventana. Visitas inesperadas? Quién podría ser, se preguntó a sí misma. Poniéndose los anteojos, ella fue hacia la ventana que daba al patio del frente de la casa.
Había un carruaje subiendo por la alameda, pero fue sólo cuando se detuvo en el frente de l a casa que ella reconoció el escudo de la familia, en la parte lateral del vehículo.
Respirando profundamente, Isabella caminó rápidamente hasta la puerta. Ya iba a abrirla cuando se acordó de los anteojos. Se los arrancó , los colocó en el bolsillo y rápidamente fue al hall. Al llegar a la escalera, se agarró a la baranda y descendió cuidadosamente. Había aprendido la lección al torcerse el pie en las escaleras de la casa de su padre en Londres.
Kibble permanecía parado junto a la puerta de entrada, observando el primer pasajero que descendió del carruaje. Al llegar al lado de él, Isabella notó por la expresión desconfiada de su cara que Kibble no tenía la menor idea de quien er. Pero pronto él se enteró de la identidad del visitante al verla pasar corriendo y gritando:
— Papá, que bueno, no te esperábamos tan pronto!
Cuando su padre la vio, también se apresuró en dirección a ella y la abrazó cariñosamente. Isabella oyó entonces a Kibble comenzar a dar órdenes para que preparasen los cuartos y le avisó a la cocinera que habría invitados la cena.
— Cómo está mi niña? — lord Swan quiso saber, después de abrazarla. — Pareces saludable y contenta.
— Y lo estoy - confirmó Isabella, abriendo una amplia sonrisa. — Pero, qué pasó? No te esperábamos tan pronto. Algo malo ?
— No, nada — él aseguró rápidamente . — Sólo que terminé mis negocios antes de lo que esperaba y pensé en pasar un poco más de tiempo con vos y tu marido. — A propósito, dónde está él ?
— Edward fue revisar algo que precisa reparación — ella le explicó, enlazando su brazo en el de su padre. — Pronto estará aquí.
Isabella notó de reojo un movimiento junto al carruaje y vio surgir de la puerta un cuerpo de mujer. Lydia había venido , pensó, e inmediatamente soltó el brazo de su padre.
—Disculpa. Yo aquí hablándote y Lydia aguardando para bajarse.
— Oh. — Charlie Swan se volvió hacia el carruaje, disculpándose con su esposa y ofreciéndole la mano para que bajase.
Cuando pisó en el suelo , Lydia intentó alisar el vestido. Isabella sintió duda. Una parte de ella le decía que debería aproximarse y abrazar a su madrastra, como había hecho con su padre, pero su madrastra nunca había sido dada a las muestras de afecto , y ella no sabía como comportarse. Finalmente, ella se decidió. Le gustase a Lydia o no, como ella formaba parte de la familia, y debía ser tratada como tal. Enderezando los hombros, dio algunos pasos hacia su madrastra, la besó en la cara y la abrazó .
Lydia se puso rígida al ser abrazada, mostrándose sorprendida. Isabella entonces enlazó un brazo en el brazo de su padre y el otro por el de su madrastra y los invitó a entrar.
— Vamos. Quiero que conozcan a Kibble y a todo el personal. Por cuánto tiempo se pueden quedar?
— Creo que podamos quedarnos casi una semana antes de proseguir viaje. Si a tu marido no le importa — lord Swan completó.
— Al marido de ella no le importa en lo absoluto.
Isabella se detuvo y miró al costado. Edward estaba llegando desde los establos. Ella sonrió al verlo saludar a su padre y su madrastra, dándoles la bienvenida a Cullen
— Espero que no te moleste que estemos aquí ?
Edward dirigió su mirada al hombre que cabalgaba a su lado, lord Charlie Swan.
Era la mañana siguiente a la llegada de los Swan. El padre de Isabella había salido con él a inspeccionar la propiedad y todo estaba bien hasta que su suegro hizo esa pregunta.
— No, claro que no me molesta, mi lord . Qué le hace pensar eso?
Charlie Swan encogió los hombros , y la sonrisa que tenía en el rostro era irónica. Pasado un momento, él se justificó :
— Bien, es que ustedes están recién casados y probablemente les gustarían estar a solas para conocerse mejor.
Edward también esbozó una sonrisa tímida. Aunque originalmente hubiese deseado que el padre de Isabella postergase la visita hasta que él estuviese saciado de su joven esposa, o por lo menos hasta que lograse estar en el mismo cuarto con ella sin que desease arrancarle as ropas. Era difícil imaginar que podría tenerla sólo para sí por las dos o tres décadas siguientes.
— Tenemos todo una vida por delante. No puedo negarle apenas algunos días de visita.
Charlie Swan ensanchó su sonrisa.
— Amas a mi hija.
Edward se puso rígido en la montura. Todavía intentaba entender sus sentimientos hacia Isabella. Cada día con ella era una aventura. Esa mañana él había despertado con su joven esposa acariciando y besando su erección. Isabella había empezado a sorprenderlo con esas actitudes atrevidas en los últimos días. Su esposa parecía tan ansiosa por agradarlo como él a ella.
— Puedo ver que la amas — continuó Charlie Swan. — Por eso no comprendo por qué ella todavía está sin los anteojos.
Edward procuró controlarse e dijo :
— Ya deben estar en camino. Tuve que encargarlos a Londres. Pero quiero darle una sorpresa a Isabella, por eso le pido que no comente nada con ella.
Lord Swan pareció aliviado y concordó :
— Como te parezca mejor.
Edward íntimamente se rió de esas palabras. Si en realidad fuese como le pareciese mejor, Isabella nunca tendría los anteojos. Pero la consciencia le pesaba y, finalmente, él había resuelto encargar los anteojos para ella. Finalmente, no había llevado a Isabella a la aldea, ni le había contado nada sobre su plan . Le había dado algo de dinero a un mensajero para que fuese a la ciudad y comprase los anteojos. Todo sin que ella sospechase.
Edward se decí a sí mismo que quería darle una sorpresa . Aunque, la verdad era que, mientras Isabella no supiese que los anteojos estaban en camino, él podría retrasar el momento de dárselos por cuanto tiempo quisiese.
Suspirando, al avistar la casa, Edward espoleó el caballo, haciéndolo trotar. No quería hablar más .
La casa estaba en silencio cuando Edward y su suegro entraron. Encontraron a Lydia leyendo en el salón, pero los criados no estaban a la vista . Edward no tenía duda que estaban evitando a Lydia. Ella podía ser bastante insoportable y desagradable con los criados. Aparentemente, Isabella no era la única persona a quien le gustaba someter. La mujer atormentaba quien fuese más débil o estuviese en un posición inferior, como los criados.
Dejando a lord Cullen con su esposa, Edward subió para cambiarse de ropa . Se desvistió ye se vistió cerca del guardarropa, mirando varias veces hacia la puerta de comunicación con oelcuarto de Isabella. Se sentía curioso por saber dónde estaría ella y qué estaría haciendo. Era lo que siempre se preguntaba cuando estaban separados.
Se nota que la amas. Charlie Swan le había dicho, y él comenzaba a creer que verdaderamente la amaba . El hecho que hubiese decidido comprarle los anteojos era una evidencia de eso. Se sorprendía de la facilidad con que todo había sucedido. Era realmente amor lo que sentía por ella.
Isabella era una persona fácil de se amar, sin duda, pero era más que eso. Edward había creído que encontrar alguien con quien quisiese casarse sería casi imposible, sin considerar la posibilidad de llegar a amar a esa persona; pero todo había sido increíblemente fácil con Isabella desde el comienzo.
— Listo, mi lord . Precisa algo más ? — preguntó Keighsley al terminar de ayudarlo.
— No, gracias, Keighsley … sabes dónde está mi esposa?
— Creo que ella está en el cuarto, mi lord . Uno de los criados está en el hall, observando la puerta, una evidente señal de que ella debe estar allá dentro.
— Gracias — Edward se encaminó hacia la puerta comunicante, cuando el criado dejó el cuarto. Como siempre, estaba ansioso por ver a su mujer, por eso ni se molestó en golpear la puerta, intentando simplemente abrirla, pero estaba bloqueada.
Extrañando porque la puerta se había abierto sólo un poquito, la cerró e intentó abrirla de nuevo, una vez más sin éxito. Intentó entonces espiar por la hendija y la llamó :
— Isabella?
No hubo respuesta.
— Isabella? — él insistió, esta vez golpeando la puerta. — Isabella? Estás ahí? Hay algo bloqueando a puerta.
Sin obtener respuesta, Edward dio media vuelta y fue al hall, viendo a Frederick en el momento en que dejaba el cuarto.
— Sabes si lady Cullen está en el cuarto?
— Está, si, mi lord — Frederick confirmó, asumiendo una postura militar.
— Ella está sola? — Edward preguntó, encaminándose hacia la puerta del cuarto y girando la perilla. La puerta se abrió apenas unos centímetros.
— Estoy vigilando la puerta desde que ella entró, mi lord , y nadie más entró o salió. — Frederick se acercó al ver que Edward forcejeaba la puerta. — Qué pasa?
— La puerta está bloqueada con algo — Edward explicó y golpeó la puerta. — Isabella, si me oyes, di mi nombre!
Ambos permanecieron callados mientras aguardaban. Entonces Edward se dio vuelta impacientemente, y volvió a su cuarto, dirigiendose nuevamente hasta a la puerta comunicante. Estaba seguro que esa puerta había cedido un poco al intentar abrirla. Por lo menos , más que la del hall. después de una nueva tentativa, la empujó con más fuerza, soltando un gruñido, y la puerta cedió más un poco.
— Nadie entró, mi lord — aseguró Frederick, que había ido detrás de él hasta el cuarto. — No saqué los ojos de la puerta ni por un instante.
Edward no hizo ningún comentario. Toda su concentración estaba centrada en la puerta que estaba forzando y, aunque lentamente, lograba abrir un poquito. El ruido producido por la madera raspando el piso le decía que un mueble pesado debía haber sido arrastrado hasta allí. Para complicar las cosas, una buena parte del piso estaba cubierto con una alfombra, lo cual probablemente estaba impidiendo que el mueble se deslizase mejor.
— Puedo ayudarlo, mi lord ? — Frederick preguntó solícitamente. — Tal vez si los dos forzamos…
Edward miró al muchacho, prácticamente un adolescente de unos dieciséis años, delgado como una vara, pero estaba tan ansioso que cualquier ayuda sería bienvenida.
— Apoya el hombro en la puerta y empuje cuando te diga.
Frederick se colocó al lado de él, con el hombro apoyado en la puerta, y ambos pusieron el máximo esfuerzo posible. Esta vez, la puerta cedió lo suficiente para que Edward pudiese mirar adentro del cuarto. Isabella estaba acostada, aparentemente durmiendo, pero él notó que la cara de ella estaba extremamente pálido.
— Una vez más — Edward ordenó, y ellos lograron dar un buen empujón a la puerta, lo suficiente para que fuese apartada y lo dejase ver que el mueble era un baúl .
Frederick estaba a la expectativa, observando ansiosamente si su amo podría pasar por esa pequeña abertura. Ambos dieron un suspiro de alivio cuando él lo logró.
— Ella está bien ? — Frederick preguntó, intentando entrar mientras Edward corría hacia la cama.
— Isabella? — Edward tomó la cara de ella entre sus manos . Su corazón casi dejó de latir al verla. No solamente había tenido la impresión que estaba pálida. Isabella estaba blanca como una sabana y completamente inerte.
— Cómo está ella ? — Frederick insistió, aproximándose a la cama.
— Pide ayuda! — le gritó Edward, frotando con su mano temblorosa en el rostro de Isabella.
— Por supuesto , mi lord . — Frederick comenzaba a dirigirse a la puerta , pero Edward lo llamó , al ver lo que bloqueaba la entrada de la otra puerta.
— Saca esa silla que está trabando la puerta y corre a pedir socorro.
La mirada de Edward recorrió el resto del cuarto, pero todo parecía en orden y no había nadie más allí.
Frederick dejó la puerta abierta al salir y Edward pudo oírlo gritar pidiendo ayuda al descender las escaleras. Con la esperanza que la ayuda llegase pronto, Edward volvió a examinar el rostro de su esposa.
Acostada en la cama, ella parecía tan pequeña y frágil… la tomó en sus brazos, abrazándola contra su pecho. No podía soportar mirar esa cara sin vida. Ella apenas parecía respirar, y la idea que ella pudiese morir lo aterrorizó . No soportaría perderla. Isabella era demasiado importante era todo en su vida. Dios, la amaba tanto que preferiría morir a vivir sólo con el recuerdo de ella.
— Quédate conmigo, Isabella — él murmuró, acariciándole la espalda. — No me dejes. Te necesito .
— Mi lord ?
Edward miró la puerta y vio a Kibble entrar. Detrás del mayordomo, estaban el padre de Isabella y varios criados.
— Frederick dijo que mi lady no está bien. Qué sucedió ? — Kibble preguntó, dando la vuelta a la cama y parándose al lado del lugar en que Edward estaba sentado, cargando a Isabella.
— No sé. Ella está muy pálida y no se despierta — Edward explicó.
— Déjame verla — dijo Kibble.
Charlie Swan también se aproximó por el otro lado. Edward acostó nuevamente a Isabella con gran delicadeza, y los tres hombres se inclinaron sobre ella.
— Mi Dios, ella tiene una palidez mortal! — exclamó lord Swan, alarmado.
— Está casi color ceniza — la Señora Longbottom comentó asustada .
Kibble levantó entonces los párpados de Isabella, examinó sus ojos y se curvó para olerle el aliento.
Edward observaba las acciones del mayordomo como si estuviese anestesiado hasta que él enderezó el cuerpo. Su semblante demostraba todo el pánico que sentía, asustando todavía más a Edward.
— Debemos purgarla. Fue envenenada.
— Qué ?— lord Swan y Edward dijeron al mismo tiempo, pero Kibble no estaba oyendo, su atención estaba to centrada en la mesa donde había un pedazo de torta a medio comer. Él se agachó entonces para olerlo y apretó los labios.
— La torta está envenenada.
— Pero todos comimos un pedazo de torta anoche — Edward lo contradijo.
— No este pedazo — Kibble afirmó, mirando a su alrededor . — Necesito algo para meterle en la garganta.
— Qué ?— Edward se alarmó .
Impacientándose, Kibble sugirió :
— Tal vez vos y lord Swan deban salir de aquí.
— No, yo me quedo — Edward protestó.
— Entonces intenta salvarla, si puedes— Kibble decidió, dirigiendose a la puerta.
— No, Kibble, por favor, vuelve! Necesitamos tu ayuda — Edward dijo secamente.
— Entonces tienes que irte. No puedo ayudarla con vos interrumpiendo y cuestionando cada movimiento mío — ordenó Kibble, retornando.
Viendo que Edward vacilaba Charlie Swan lo tomó por el brazo.
— Vamos, él tiene razón. Es mejor que nos vayamos aquí. Vamos abajo para no molestar aquí.
— Pero y si ella… — Edward comenzó a decir, completando en su pensamiento: Y si ella se muere?, no atreviéndose a terminar la frase.
— Uno de los dos tiene que irse, mi lord , o vos o yo — Kibble dijo implacablemente, y Edward sintió en sus hombros el peso de la derrota. — Voy a llamarlo cuando haya algún cambio — Kibble prometió, suavizando su actitud ante la concesión de Edward.
Edward asintió con la cabeza y siguió a lord Swan, saliendo del cuarto. Los dos hombres se mantuvieron callados, con los oídos atentos a las instrucciones que Kibble daba a los otros criados como un sargento de caballería.
— Ella estará bien — lord Swan procuró tranquilizarlo, sin conseguir disimular miedo en la voz .
Isabella era hija única, fruto de su amor con Margaret Swan. Era natural que estuviese tan preocupado como Edward.
Forzandose a dar una respuesta igualmente gentil, Edward condujo a su suegro hasta el salón, imaginando que, mientras aguardaban, un trago de brandy le haría bien a los dos. Abrió la puerta y dejó que lord Swan entrase primero. Tan pronto pisó el salón, se encontró con Lydia serenamente instalada en el sofá, con la cara absolutamente desprovista de cualquier expresión.
— Entonces, qué hizo ella ahora? Prendió fuego esta casa también? O se tropezó y se lastimó el dedo del pie? — ella preguntó en un tono sarcástico.
Edward sintió su sangre hervir, pero fue Charlie Swan quien tomó la iniciativa de responder. Parándose al lado de Edward, él miró a su mujer con total desprecio y dijo :
— Ella fue envenenada y, como sé que vos sos la única persona que la odia tanto como para hacer una cosa así , no sería tan arrogante, pues sos vos quien va a ir a la horca si ella llega a morir.
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!OH DIOS! !OH DIOS!, ¿QUIEN LA ENVENENARIA?????, TODO IBA TAN BIEN, BUENO EN LO QUE SE CABE PORQUE ESTE PAR DE TONTOS NO CONFIABAN TODAVIA UNO EN EL OTRO PARA DECIR LO QUE SIENTEN Y MOSTRARSE TAL Y COMO SON. ¿SERA LYDIA?, UUY YA NI SE QUE PENSAR
GRACIAS CHICAS POR SUS VISITAS
BESITOS GUAPAS
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