El amor siempre vence a pesar de todo (+18)

Autor: isakristen
Género: Romance
Fecha Creación: 17/01/2013
Fecha Actualización: 25/08/2022
Finalizado: NO
Votos: 187
Comentarios: 473
Visitas: 340177
Capítulos: 40

Summary: Dos poderosas familias de la mafia enfrentadas desde hace generaciones por dominar la ciudad. Pero serán las hijas Charlie Swan: Rosalie, Alice e Isabella y los hijos de Carlisle Cullen: Emmett, Jasper y Edward quienes decidan que ya era hora de acabar con ese absurdo enfrentamiento Sin ser consciente del horror que se desataría al final, al enfurecer al que creían su mayor aliado.

 

Prologo:

Bella una adolescentes de 14 años, hija menor de Charlie Swan uno de los mafiosos más peligrosos de Chicago. Novia de Edward Cullen un adolescentes de 16 años hijo del mafioso Carlisle Cullen.

Su amor puro e inmenso era amenazado por sus familias, quienes desde hace años tenían una rivalidad por el dominio del poder. Ellos al enterarse de la relación amorosa de los jóvenes deciden separarlos y enviarlos lejos. Sin saber que su amor ya había dado frutos, unas pequeñas personitas que iban protegidas en el vientre de su madre, la cual los unirían para siempre. Dos niños con la marca del sol naciente en el brazo izquierdo de los Swan como la media luna en el brazo derecho de los Cullen.

Diez años después su amor seguía intacto, más grande que antes y ellos estarán listos e dispuestos a luchar por él y por su felicidad, uniendo así ambas familias. Quienes tendrían que unirse y luchar por la misma causa. Dos niños intocables por ambos bando, siendo su talón de Aquiles. Y sus enemigos no dudaran en utilizarlos, matando así dos pájaros de un tiro; rompiendo en el camino el acuerdo llegado desde hace generaciones de no incluir en la rivalidad a las mujeres y a los niños.

  


 "Los personajes más importante de esta historia son propiedad de Stephanie Meyer pero la trama es mía y no esta permitido publicarla en otro sitio sin mi autorización"

 


 

 Historia registrada por SafeCreative bajo el código 1307055383584. Cualquier distribución, copia o plagio del mismo acarrearía las consecuencias penales y administrativas pertinentes.

 


 

 Traíler de esta historia ya esta en youtube y en mi grupo  en facebook "Entre mafiosos y F.B.I"


Link del grupo de Facebook

https://www.facebook.com/groups/1487438251522534/

 Este es el Link del trailer: 

http://www.youtube.com/watch?v=BdakVtev1eI&feature=youtu.be

 

 


Hola las invito a leer mi Os se llama: Si nos quedara poco tiempo.

http://lunanuevameyer.com/salacullen?id_relato=4201

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Capítulo 2: Cumpleaños de Bella:

Capítulo beteado por Manue Peralta, Betas FFAD

www facebook com / groups / betasffaddiction

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Cumpleaños de Bella.

 

BPov

 

 

El tiempo siguió su marcha sin darme tregua a nada. Hoy ya era el gran día, según mi familia, me convertiría en toda una señorita.

 

Dejaría de ser una niña. Las personas me verían como una hermosa adolescente.

 

Hoy es 13 de septiembre. El día que cumplía mis quince años. Pero también era el día que mi Edward me daría su gran sorpresa. Aún sigo planeando como me iba a escapar de mi fiesta, sin que nadie se diera cuenta. Hoy todo el mundo estará pendiente de mí, como si me gustara, tener toda su atención. Lo bueno de todo es que como habrá demasiadas personas, mi padre no notará mi ausencia.

 

Tendría que tener un buen plan, hoy los escoltas serán mis sombras, irían hasta al baño conmigo, porque, según mi padre, sus enemigos podrían aprovecharse de cualquier distracción para atacar, ya que en los eventos hay demasiada gente. Y como todo mafioso, saben entrar sin ser vistos, y yo sería un blanco fácil.

 

Rose y Alice tendrían que ayudarme a que nadie me viera. Tal vez alegar estar enferma y encerrarme en mi habitación, salir por la ventana, aunque yo no tenga un buen equilibrio, y que solamente ellas suban periódicamente a revisar como sigo.

 

Eso sería después de bailar el vals, Emmett me recogería en la esquina del parque a dos cuadras de aquí y me llevaría a donde me espera Edward.

 

El día transcurrió sin mucho contratiempo, sólo con las locuras de Alice y la Bubú: "Bella esto, Bella aquello. Mira esto Bella, ¿el rosa o el azul? ¿El mantel cuadrado o el mantel redondo? ¿La figura de cristal o la figura de hielo? ¿Las rosas o las fresías? Ya no aguantaba más… estaba que explotaba; hasta que media hora después:

 

— ¡¡Bastaaa!! —grité, logrando que todo el mundo se volteara y me mirara fijamente, como si tuviera dos cabezas en vez de una. De mis hermanas yo era la más tranquila y nunca gritaba, por más que me exaltara. Me ruboricé al instante a más no poder, sentía mi rostro y mi cuello ardiendo, tanto por la ira contenida como por la vergüenza.

 

— Ya basta Alice, Bubú… por favor… me van a matar de un dolor de cabeza y de stress. Pueden hacer lo que quieran —dije ya más calmaba. Todo el mundo trabajaba en silencio. Solo mis hermanas y mi abuela me prestaban atención, pues mi padre no estaba en la casa. Y lo entendía. Hoy era una casa de locos. Suspiré para terminar de calmarme—. Saben perfectamente que no me gustan las fiestas —terminé mi protesta. Aunque sabía que era en vano, conociendo a Alice, nada la detendría. Era una fuerza imparable de la naturaleza.

 

—Ay Bellita, Bellita, mejor cierra esa boquita que calladita te ves mas bonita. Sabes que hoy es un día muy especial y aunque venga el papa, no se va a dejar de hacer la fiesta —solo se limitó a decir Alice. Lo único que hice fue rodarle los ojos. Con Alice nunca se gana—. Así que mejor ve a dormir un ratito mientras termino aquí y subo a arreglarte.

 

Puse los ojos en blanco, pero asentí con la cabeza y me dirigí a las escaleras. Subí suspirando: "Dios, ¿por qué no me diste una familia más normal?" pensé.

 

Al llegar a mi cuarto me lancé de lleno en mi cómoda cama, en esta casa creo que era la única que no me gritaba. Al cabo de unos minutos escuché toques en mi puerta. "Por favor Diosito, si me quieres un poquito, que no sea la loca de mi hermana", pensé.

 

—Adelante —dije temerosa que fuera Alice en un suspiro desde mi cama. No pensaba levantarme aunque se acabara el mundo. Pero por lo visto, Dios si me quiere; era mi Bubú y traía en sus manos una tiara de diamantes muy bonita. Se me hacía conocida, pero no recordaba dónde la había visto antes.

 

—Bella hija, no trates a tus hermanas a los gritos —me regañó—. Mira lo que te traigo. Esta tiara ha pertenecido a la familia Swan desde hace años, pasa de generación a generación. Primero la usó Rose en su fiesta, luego Alice y ahora te toca a ti. "Ah... de ahí la recordaba… de la fiesta de Alice", pensé.

 

—Ahora hay que ver quién de las tres se casará primero y la usará en su boda —terminó diciendo mientras la colocaba con cuidado en mi mesita de noche y se sentaba en mi cama—. Ay mi Nina...

 

Mi abuela acariciaba mi cabello. Así me decía ella desde pequeña.

 

—No te estreses, te saldrán arrugas y eres muy joven para eso —susurró cerca de mi cabeza. No me pude aguantar y estallé en carcajadas, sacando mi cabeza de debajo de la almohada.

 

—Ya sabes como es Alice, hoy es un día que debe ser uno de los días más felices de tu vida, el primero hasta que llegues el día de tu boda —dijo mirándome fijamente. "Mi boda", pensé. Todavía me consideraba una niña para pensar en eso. Pero no niego que soñaba con casarme con Edward y vivir hasta mi muerte con él.

 

—Bubú no estoy enojada, sólo que me traen como loca. Bella ponte esto. Bella quítate aquello. Te gusta esto o mejor no, esto esta mejor. Alice no toma en cuenta mi opinión, Bubú. Y además sabes que esto no me gusta. Yo solo lo hago para complacerlas, me hubiese gustado pasar desapercibida —terminé de decir. Recosté mi cabeza en su regazo.

 

—Tranquila mi Nina, es sólo por hoy. Anda, complace a esta vieja que no sabe si llegará viva al día de tu boda.

 

—Bubú sabes que no me gusta que hables de tu muerte, no quiero que te vayas —dije con lágrimas en los ojos. Yo no podría soportar si mi abuela se iba de mi lado para siempre. Ella es tan importante en mi vida como lo es Edward.

 

—No te preocupes mi Nina, no estés triste, aunque me vaya de tu lado, siempre te voy a cuidar desde donde esté —dijo abrazándome fuertemente contra su pecho—. Bien, mi niña no hay que llorar —murmuró soltando un poco su abrazo—. Hoy es un día especial, no hay que estar triste y pensando en cosas malas. Tú sabes que no te dejaré hasta que tú no hayas encontrado la felicidad —me volvió a abrazar fuerte y me dio un beso en la frente.

 

Se levantó de mi cama y se encaminó a la puerta, al rozar el picaporte se volteó y me dijo: —Y perfectamente sabes que para eso todavía falta mucho.

 

Dicho esto, se marchó cerrando la puerta tras ella.

 

"Si supieras abuela", pensé. "Ya la encontré y tiene nombre y apellido: Edward Cullen."

 

Me recosté de nuevo en mi cama a descansar y sin más me abrazaron los brazos de Morfeo. No sé cuento tiempo transcurrió, pero me desperté al sentir una deliciosa caricia en mi rostro y mis brazos.

 

"Esto es un sueño".

 

Un hermoso sueño. Porque reconocería esas caricias aunque estuviera inconsciente, creo que inclusive si estuviera muerta. Mataría por que no me alejaran de ellas. No pueden ser ciertas. Edward no puede estar aquí en mi cuarto, con tantos escoltas regados por toda la casa.

 

—Amor, abre tus bellos ojitos achocolatados. Sé que estás despierta —me dijo una voz aterciopelada en mi oído, exhalando su aliento y haciéndome estremecer. Me levanté sobresaltada.

 

— ¿Edward? ¿Qué haces aquí? —le reprendí rápidamente antes de que me deslumbrara su bella sonrisa torcida.

 

—Tu pelo parece un almiar, pero me gusta —se limitó a decir. Me sonrojé instantáneamente por su comentario—. Eres adorable cuando te sonrojas —comentó acariciando mi mejilla sonrojada.

 

—Edward no me cambies el tema, sabes que es peligroso, ¿cómo entraste? —pregunté enojada. Me dio un beso en la frente y sentí mi piel arder donde me habían tocado sus labios. —

 

Tonta Bella, sabes perfectamente que sé cómo es el movimiento de tus escoltas. Nadie te cuida mejor que yo —me dijo abrazándome, ya estaba sentada en mi cama—. Ya no aguantaba para verte hasta en la noche, me haces demasiada falta —murmuró sobre mis labios y me dio un beso —o mejor dicho un gran beso— que me dejó un poco aturdida—, y entré por la ventana —susurró cuando nos separamos por falta de aire.

 

Él había recostado su frente en la mía, me volvió a besar, delineó mi labio inferior pidiendo permiso, se lo concedí gustosa, y nuestras lenguas empezaron una batalla campal por ver quién dominaba. Sentí como Edward me iba recostando poco a poco en la cama hasta que mi cabeza tocó la almohada y su hermoso cuerpo se posicionó encima de mí. Nos sobresaltamos al oír la puerta de mi habitación cerrarse, podría jurar que mi corazón se saltó un latido, al igual que el de Edward.

 

— ¡Edward! ¡¿Qué rayos haces aquí?! —lo regañó Alice. Suspiramos de alivio y podría jurar que el color volvía a mi rostro, yo debía estar más blanca que un vampiro, al igual que él.

 

—Agradézcanme que fui yo y no papá o la abuela, porque serían hombre y mujer muertos —continúo diciendo ya dentro de mi armario—. Bella, ¿qué esperas? Levanta tu trasero de la cama y ve a ducharte. Y tú Edward sal de mi casa ahora antes de que se den cuenta. Bella estará asombrosa está noche, Rose y yo la ayudaremos a salir —dijo saliendo del armario. Edward asintió.

 

—Gracias Al, de veras te lo agradezco —le agradeció Edward, dándole un beso en la frente—. Adiós mi Bella, nos vemos más tarde. Te estaré esperando.

 

Se inclino hacía mí y dejó un gran beso en mis labios. Nos separamos por falta de aire. Aunque yo me podría pasar la vida besando a Edward, sus labios eran como una droga para mí. Me dio un beso en la frente y se dirigió hacia la ventana, miró hacia abajo, se posicionó, flexiono los músculos y saltó con elegancia.

 

— ¿Qué esperas Bella? ¡Muévete! —me gritó Alice. Me levanté de la cama sin muchos ánimos y me dirigí a la ducha, puse a correr el agua caliente, me despojé de mi ropa y me metí bajo la regadera. Dejé mi mente volar y se me vino el recuerdo de mi primer beso con Edward. Para mí fue algo mágico:

 

*Flashback*

 

Fue en la tercera cita que tuve con Edward, después del cine donde nos conocimos, la cual no contaba como una cita.

 

Según me contó le robó mi número telefónico a Emmett. Al día siguiente, antes de irme al instituto entró su llamada para invitarme la próxima semana a una cena. Tendríamos que ayudar a Alice y a Jasper y nos veríamos en la Bella Italia a eso de las ocho de la noche.

 

Nuestros hermanos iban a bailar al pub, ya que nuestros padres habían salido de viaje a Italia a ver a Aro Vulturi, el jefe de los jefes de la mafia. Era importante. Algo referente a sus negocios sucios; alguien los había delatado con el FBI, de quién tuvieron que deshacerse, pagarles a algunos de los policías para borrar la evidencia.

 

Esa noche no me quejé cuando Alice me vistió. Me colocó un vestido ligero hasta la rodilla con corte en "v" en el cuello, de un azul celeste. Ella sabía perfectamente que el color azul es uno de mis colores favoritos al igual que el rosado. Esa fue la mejor cena de mi vida, pues Edward fue todo un caballero toda la noche.

 

Nuestra segunda cita fue dos semanas después de nuestra primera cena, ese día no tuve clase, por haber una reunión de profesores de última hora. Llamé a mi Bubú para avisarle que iría a la casa de Angie a hacer un trabajo, sus padres estaban de viaje y ella me encubriría si me llamaba. Edward salió antes de sus clases, con la excusa de que iba al hospital a hacerse un chequeo de rutina. Sus hermanos le ayudaron con eso.

 

Fuimos al parque de diversiones, nos subimos a todas las atracciones, entramos a las casa de los espejos, como también a la casa del terror. Edward me ganó un león de peluche en el juego de tira las botellas. Tenía una puntería increíble, las tumbó a todas con una sola pelota. A mí me costó un poco, pero lo logré. No llegué a igualarlo, pero no lo hice tan mal, así que el peluche que elegí fue una oveja y se lo di de regalo. Así yo tendría al león y él la oveja.

 

Tal vez mi equilibrio y yo éramos enemigos, pero mi padre se había encargado de que yo practicara mi puntería, ya que según él, nunca sabes cuando tienes que usar un arma para salvar tú vida y la de tu familia.

 

Para nuestra tercera cita, fue un mes después del día del parque de diversiones, ya que antes no logramos vernos. Mi padre nos envió a mis hermanas y a mí acompañar a mí Bubú, quién tenía que viajar por unos días a Vancouver por negocios y no quería viajar sola. Al final fueron tres semanas, porque mi Bubú quería conocer un poco la ciudad.

 

La siguiente semana de volver del viaje, salieron: Rose con Emmett, sus ayudantes eran Alice con Jasper quienes aprovecharon para verse también, así que era muy peligroso que nos viéramos esa semana.

 

Ese miércoles me llamó temprano para avisarme que me recogería en la casa de Ángela y que llevara zapatos cómodos para nuestra cita. Esa tarde llegó en su Volvo plateado a recogerme. Hicimos el viaje en silencio. Estaba muy ansiosa y él no estaba en mejores condiciones. Luego de veinte minutos —con la conducción loca de Edward— llegamos al lugar más hermoso que he visto en mi vida. La pradera era un pequeña circulo perfecto, lleno de flores silvestres: violetas, amarillas y de tunee blanco. Se podía oír el burbujeo musical de un arroyo que fluía en algún lugar cercano.

 

"Debemos estar cerca del río Michigan", pensé.

 

El lugar era mágico. Había valido la pena caminar ocho kilómetros llenos de peligrosas raíces. Nos sentamos en medio del prado, conversamos de cosas triviales, que habíamos hecho en el transcurso del mes, le conté de mi viaje a Vancouver y él me contó que había acompañado a Esme a una exposición de arte y como había estado muy triste por no tener noticias de mí. Me sonrojé por eso. Al poco rato me recosté en el suelo sintiendo como la brisa rozaba todo mi cuerpo y alborotaba mi cabello y lo lanzaba a mi rostro.

 

—Bella… —me llamó Edward. Abrí mis ojos, pues los mantenía cerrado disfrutando de la paz que se respiraba en el ambiente. Al hacerlo me encontré con el rostro de Edward a centímetros del mío.

 

—Quería decirte algo —continúo. Esperé a que se sentara a mi lado. A los pocos minutos lo imité, ya que me había dejado aturdida su belleza.

 

— Si... Edward... ¿Dime? —le dije tartamudeando un poco. Parpadeé varias veces para aclarar mi mente.

 

— No sé como hacer esto, es la primera vez que lo hago y no sé por donde empezar —susurró tan bajito que si no hubiera estado tan cerca no lo hubiese escuchado. Mientras se pasaba repetidas veces su mano por el cabello alborotando más si eso es posible. Al ver que yo no decía nada, continuó:

 

—Bella, desde que te vi en el cine no he podido dejar de pensar en ti. Ni un minuto al día. Te metiste en mi mente como en mi corazón. ¿Me harías el extraordinario honor de ser mi novia? —dijo levantando su bello rostro y mirándome a los ojos.

 

“¿Escuché lo que creo que escuché? ¿Ser su novia? ¿Yo… con él? ¿Él… conmigo?”

 

¡Ay Dios! Ya no puedo pensar con claridad y no sabía donde se encontraba mi voz para decir algo y mucho menos pensar de forma coherente. Edward me observaba con desilusión en la mirada esperando mi rechazo.

 

—Bella dime algo por favor, antes de que me vuelva loco, ¿aceptas o no? —continuó diciendo con nerviosismo.

 

— ¿Tú... —empecé. Sacudí la cabeza ligeramente para aclarar mi confusión— quieres que yo sea tu novia?

 

— Isabella… —susurró cerca de mí, haciendo chocar su aliento en mi rostro logrando estremecerme— Ya no concibo mi vida sin ti, todo mi ser te pertenece, siempre estas en mis pensamientos. Te pertenece mi pasado, mi presente y mi futuro. No concibo vivir en un mundo en el que tú no existas. Entonces, ¿quieres ser mi novia?

 

— Si Edward, quiero ser tu novia —respondí lanzándome a sus brazos. Escondí mi cara en su pecho, ya que estaba tan sonrojada que debía parecer un tomate. Edward colocó un debo bajo mi barbilla y me levantó el rostro acariciando con su otra mano mi mejilla sonrojada.

 

— ¿Te han dicho que te ves adorablemente hermosa cuando te sonrojas? —susurró acariciando mis mejillas. Sus ojos verdes esmeraldas brillaban tan intensamente que me tenían hipnotizada. Bajó su mirada a mis labios, liberándome así del poder de su mirada— Bella me gustaría intentar algo, que llevo deseando desde hace un tiempo —dijo exhalando su aliento en mis labios. Pude sentir su sabor, algo que nunca había sentido; era una mezcla de menta con otras cosas. Su belleza aturdía mi mente, estaba expectante por lo que iba a ocurrir en pocos momentos.

 

"Dios me va a besar", pensé. Tanto había esperado este momento y por fin iba a ocurrir.

 

Vaciló... no de la forma habitual, vaciló de una manera imposible para prolongar el momento, entonces sus labios al fin se encontraron con los míos de una forma suave. Me trataba como si yo fuera a desaparecer. Nuestros labios se movían de una manera sincronizada y encajaban a la perfección como si fueran sido creados el uno para el otro. Ninguno de los dos profundizó el beso, nos movíamos delicadamente disfrutando del momento. Solo nos separamos por falta de aire. Recostó su frente en la mía y permanecimos con los ojos cerrados. No queriendo romper la mágica que fluía a nuestro alrededor. Mi sangre me hervía bajo la piel de mis labios quemándome.

 

*Fin del Flashback*

 

—ISABELLA MARIE SWAN, SAL INMEDIATAMENTE DEL BAÑO. NO ME HAGAS ENTRAR POR TI —el grito de Alice me sacó de mis pensamientos haciéndome volver a la realidad con una sonrisa estúpida bailándome en la cara—. YA ES MUY TARDE Y HAY MUCHO QUE HACERTE —volvió a gritar. Rodé los ojos mientras salí de la ducha envolviendo mi cuerpo con una toalla, suspirando repetidas veces, preparándome para enfrentar a mi loca hermana.

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Alice duró aproximadamente tres horas en arreglarme, sacó brillo en todo mi cuerpo, también colocaba extrañas cremas en mi piel, mientras que mi rostro estaba bajo una mascarilla de aguacate y unas ruedas de pepinos en mis ojos, Que yo no le veía el caso, pues a mi parecer, mi rostro estaba estupendamente. Me arregló el cabello y me hizo un peinado. Retiró completamente la mascarilla de mi cara, me maquilló ligeramente, me coloco rímel negro en las pestañas y un poco de sombras rosadas en los ojos, no me colocó base por que quería estar lo más natural posible. No hizo falta que me colocara rubor en mis mejillas, ya que el mío era natural. Por último el brillo labial rosado transparente en mis labios. Me levantó de mi asiento y deslizó delicadamente el vestido sobre mi cuerpo.

 

—Listo Bella. Puedes mirarte al espejo. He terminado mi obra de arte —dijo Alice dándome un empujoncito, logrando situarme frente al espejo de cuerpo completo de mi armario. La respiración se me quedo atorada en la garganta.

 

“¿Esta soy yo?”, pensé.

 

Parecía una princesa. Mi vestido era strapless de un color blanco tipo corsé, con diseños de flores rosadas y con un bonito lazo rosa que iba desde mi cintura hasta el final del vestido de mi lado izquierdo. El peinado era fabuloso, había recogido todo mi melena, dándole un diseño de ensueño, todo esta entretejido en forma de lazo, con adornos de rosas rosadas y pedrería. Mis zapatos eran una trampa mortal para mí, unas sandalias plateadas de tacón alto, muy bonitas, no lo puedo negar.

 

—Guau, Alice guau, te luciste —la elogié. De verdad había hecho una maravilla conmigo, había quedado preciosa.

 

"Espero que le guste a Edward", pensé. ¿Que me habrá preparado Edward?

 

Es siempre tan caballeroso y romántico. Ya quiero que termine mi presentación en la fiesta para poder ir donde me estaba esperando. Alice me sacó de mis pensamientos.

 

—Te lo dije Bella, que ibas a quedar preciosa —respondió, le rodé los ojos—. Bien es mi turno de ir a arreglarme —se dirigió a la puerta—. Rose hará mi peinado, mi abuela debe haber terminado con el de ella. Dicho esto salió de mi habitación.

 

Me senté con cuidado en mi cama, no queriendo estropear nada, ni el peinado ni mucho menos el fabuloso vestido. Dejé volar mi mente, concentrándome en cosas triviales para no pensar en como estaría el salón decorado y de cuántas personas habría presentes o me daría un ataque de pánico a gran escala.

 

Sabía perfectamente que Alice no se había podido resistir a nada que le gustara. Debían estar mis compañeros de clases, tanto como los de Rosalie y los de ella misma, además de los amigos de la Bubú, como los conocidos de mi padre. Pero aún así, sabiendo que habría demasiadas personas acompañándome, me sentía sola, una de las personas más importantes de mi vida, me abandonó hace diez años atrás, sin preocuparse en buscarme de nuevo. Esa era mi madre Renée. El otro era Edward, sabía perfectamente que a él le gustaría estar aquí conmigo, pero eso sería muy peligroso para él, mi padre podría matarlo si llegara a estar aquí y no quiero que le ocurra nada malo a Edward.

 

No sé cuanto tiempo transcurrió pero Rose entró a mi habitación sin tocar. Su vestido era strapless de color fucsia, tres capas con diseños de madre perla en todo el torso y en la parte inferior del vestido. Su cabello esta recogido en una especie de flor en la parte alta de su cabeza, con algunos mechones rizados sueltos, su pollina esta separada a los lados de su cara. Usaba unas sandalias casi del mismo color que su vestido, de tacón alto. Esta noche haría que todos los hombres presentes se quedaran sin aliento y se les acelerara el ritmo cardíaco. Si el oso Emmett estuviera aquí, quedaría con la mandíbula en el suelo, dejando baba regada por todas partes y seguramente le daría un infarto.

 

— Lista Bells ya es hora, esperaremos a Alice para salir —dijo mientras se miraba en el espejo. Puse los ojos en blanco. "Rose siempre seria Rose", pensé. Su aspecto siempre por delante—. Ambas te acompañaremos hasta el inicio de las escaleras, papá te esperará ahí.

 

Me levanté de la cama porque Alice había entrado en la habitación, con su andar de bailarina. Venía con un vestido también strapless de un color morado con diseños de madre perla en el torso como en la falda de dos capas, muy parecidas al de Rosalie. Su cabello estaba recogido en un diseño parecido al de Rosalie, sin la forma de flor y los adornos, solo los mechones entretejido en la parte superior con rizos sueltos. Llevaba unas sandalias plateadas, parecidas a las mías de tacón alto. Jasper quedaría boquiabierto si la viera en estos momentos.

 

— Es hora, es hora —dijo Alice dando saltitos y aplaudiendo.

 

Salimos de mi habitación y atravesamos el pasillo principal del segundo piso, llegamos a las escaleras donde nos esperaba mi padre. Se podía escuchar de fondo una música suave, al parecer alguien estaba tocando el piano. Le había rogado a mi padre que en vez de una canción de vals común, bailáramos Claro de luna de Debussy, mi canción favorita al igual que la de Edward. Yo quería tener presente en ese momento algo que me recordase a él, sentirlo cerca de mí, puesto que él no podría estar aquí. Por más que quisiéramos.

 

—Estás preciosa hija —susurró mi padre con voz contenida, como si quisiera llorar. Me ruboricé al instante. Tomó mi mano y me dio un beso en la frente, mientras mis hermanas bajaban por las escaleras y llegaban al salón.

 

—Gracias papi, tú también estas muy guapo —le devolví el cumplido. Mi padre traía puesto un esmoquin negro de dos botones, con una camisa azul cielo y una corbata de un tono azul más oscuro con rayas blancas. Zapatos de vestir negros.

 

Descendimos las escaleras. El salón estaba decorado con estrellas brillantes que colgaban del techo, unos cuantos adornos que no me dio tiempo de estudiar, las mesas tenían un mantel blanco de fondo y encima un mantel rosa, las sillas estaban vestidas de blanco con rosa. De centro de mesa había un bonito adorno, con un ramo de flores en la punta, las copas y las servilletas, todo estaba en su sitio. Le daban al lugar un aspecto de ensueño, era como en un cuento de hadas.

 

Sabía que Alice botaría la casa por la ventana con esta fiesta.

 

El pastel era de cuatro pisos de rosa y blanco con adornos de flores y pedrería, en la punta estaba la tiara que me había llevado mi Bubú a la habitación. “¿En que momento la bajaron que no me di cuenta?”, pensé. Tan nerviosa estaba que no notaba lo que pasaba a mi alrededor.

 

Llegamos por fin al salón, había atravesado las peligrosas escaleras sin tropezarme. Nos dirigimos hacia la mesa donde estaba el pastel. Ahí nos esperaba mi Bubú y mis hermanas. El vestido de mi Bubú era de un color plateado, con un cinturón de un tono más oscuro que el vestido, adornado con flores, sus mangas eran una tela transparente con un delicado diseño. Su cabello corto estaba lacio, con su pollina a medio lado, que le daban un aspecto muy elegante. Sus sandalias eran tan bien plateadas de tacón alto. Al llegar a su lado mi padre tomó la tiara del pastel y la colocó cuidadosamente en mi cabeza, comenzó a sonar Claro de luna. Era como si esa fuera la señal para dar inicio al vals. Nos condujo hacia el centro de la pista de baile.

 

"Dios mío, que no me tropiece y me caiga", pensé. Empezamos a balancearnos de un lado a otro, al compás de la música, ya que ninguno de los dos éramos muy buenos bailarines que digamos.

 

—Bueno, mi niñita ya está creciendo —susurró mi padre contra mi cabello, pegándome contra su pecho.

 

—Papi, sabes que siempre seré tú niña, eso nunca va a cambiar —le contesté. Me abrazó más fuerte contra él.

 

— Eso ya lo sé Bells. Pero duele que ya ustedes no dependan de mí —murmuró en un hilo de voz. Me separé un poco para poder mirar su rostro. Mi ceño estaba levemente fruncido, porque no entendía de lo que estaba hablando—. Es que ya no eres mi niñita de coletas rosadas, que le gustaba que la llevara de caballito por todas partes —susurró conteniendo las lágrimas. Le miré intensamente—. Extraño mucho eso, Bella. Ahora eres toda una señorita con las hormonas alocadas, que se enamorará y se irá de mi lado a vivir su vida —continuó, dándome un fuerte abrazo.

 

—Lo siento papi —susurré—. Sabes que nunca te abandonaré. Eres el mejor papá del mundo. Te quiero mucho.

 

Me apreté más contra su pecho. Seguimos moviéndonos al compás de la música. Terminó la canción y pasé a bailar con mi Bubú, luego con mis hermanas. Después todo el mundo quiso bailar conmigo y yo no me pude negar, porque es de mala educación.

 

Ya había transcurrido como dos horas de baile en baile. Estaba molida, me dolían los pies, quería que todo esto acabara pronto. De repente llegó Alice a mi lado, “¿Qué querría? ¿Bailar otra vez conmigo? Por Dios, ¿es que no se cansa esta gente? Pues yo sí", pensé.

 

—Bella ya es hora —susurró Alice en mi oído. “¿Hora de qué?", pensé confundida. ¿Qué loca idea se le había pasado por la cabeza a mi hermosa hermana?—. Ay Bella, no me digas que ya lo olvidaste —me miró con indignación—. Emmett ya te esta esperando, ya le avisó a Rose. Me tomó de la mano.

 

¡Emmett! Por supuesto. Cómo se me había olvidado. Edward me está esperando en no sé dónde.

 

—Rose esta hablando con el encargado de la música para colocar algo más movido —continuó diciendo mientras nos conducía al jardín trasero, dónde no había personas y estaba con poca luz. La música cambió a reggaetón y todos los jóvenes se pusieron alborotados y bailaban por todas partes, nadie notó que nosotras nos alejábamos del salón—. No te preocupes por nada, nadie notará tú ausencia, si alguien pregunta por ti —dijo deteniéndonos en la entrada de la casa— diremos que te sentiste mal y subiste a tu habitación. Papá y la abuela se lo creerán —me tomó ambas manos—. Además ellos saben que no te gustan las fiestas y eso está a nuestro favor, la abuela pensó que estarías menos tiempo presente —me sorprendió con un gran abrazo— ¡Ah! Antes de que se me olvide entrarás por la ventana. Ahí ya esta puesta la escalera —murmuró, para luego empujarme hacia la calle. Le dije adiós con la mano y le lancé un beso con un soplo y me encaminé hacia el parque donde Emmett me estaba esperando—. BELLA CUIDATE POR FAVOR Y, DISFRUTA. —gritó Alice cuando ya llevaba caminando unos cuantos metros.

 

"Ojala Emmett de verdad me esté esperando. Estos zapatos me están matando", pensé.

 

Quince minutos después mi enorme cuñado me ayudaba a subir al asiento del copiloto de su Jeep, ya que con este vestido era una odisea. Puso en marcha el vehículo, para dirigirnos a lo desconocido, ya que no tenía idea de la sorpresa que me había preparado Edward.

 .

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.

 

Llevábamos aproximadamente media hora de camino. Ya estaba demasiado ansiosa, y no aguantaba toda esta incertidumbre, así que me decidí preguntarle a Emmett, rogando internamente que me respondiera.

 

—Emm, ¿me puedes decir a dónde me llevas? —pregunté. Él aparto la mirada de la carretera y me miró.

 

—Bueno... se supone que no debo decirte nada —susurró, se quedó pensativo por unos segundos. Ya me esta desanimando y resignándome a no recibir respuesta—. Es una cabaña, situada a las afuera de la ciudad, muy cercana al sendero que lleva al prado de Edward —respondió un poco indeciso. Bueno, por lo menos sabía algo de a dónde me dirigía—. Edward estará allá esperándote, yo solamente te dejaré —dijo mirándome de forma burlona mientras movía sus cejas subjetivamente.

 

Me ruboricé al instante haciendo que estallara en estruendosas carcajadas, logrando que me ruborice aún más. Luego de quince minutos más tarde, tomó un camino de piedras. Recorrimos aproximadamente dos kilómetros flaqueados por frondosos árboles y llegamos a aquel lugar mágico que me quitó el aliento.

 

Allí acurrucada en un pequeño claro del bosque, había una casita de campo hecha de piedras gris que resplandecía a la luz de las estrellas. La cabaña pertenecía con tanta naturalidad a aquel lugar, era como si hubiera surgido de la roca misma y fuera una formación natural. Las enredaderas vestían una de las paredes como una cortina que cubría hasta las gruesas vigas de madera. Unas rosas tardías de verano florecían en un jardín del tamaño de un pañuelo bajo las oscuras ventanas profundamente incrustadas en la pared. Había un caminito de piedras planas que brillaban en la noche como un reflejo de color amatista, el cual conducía a la vistosa puerta de madera y todo eso estaba cubierto de pétalos de rosas rojas con velas aromáticas alrededor formando un camino.

 

— ¿Qué esperas? —inquirió Emmett, con tal suavidad que encajó perfectamente con la serenidad de la escena. Una característica no propia de él— Entra.

 

Me ayudó a bajar del jeep. No puede hacer otra cosa que abrir y cerrar la boca, pero sin lograr articular palabra. Se volvió a subir al coche, puso marcha atrás y se marchó. Me quedé clavaba en mi lugar, respiré unas cuantas veces para poder lograr que mis piernas se movieran.

 

Llegué como pude a la entrada de la cabaña, tomé el picaporte y le di vuelta. La puerta se abrió con apenas un chirrido y entré a la sala de piedra. La sala de la cabaña parecía haber salido de un cuento de hadas. El suelo eran suaves piedras planas; las paredes eran de una madera de un tono cálido y otros eran de un mosaico de piedras. Había una chimenea en forma de colmena, donde ardía unas cuantas brasas a fuego lento, estaba amueblada con diferentes estilos, ninguna pieza hacía juego con la otra pero no por eso la habitación perdía la armonía. También se encontraba un estante con algunos libros, unas pinturas reposaban en las paredes.

 

Continúe mi camino siguiendo los pétalos de rosas y las velas aromáticas, llegando a otra habitación, donde se encontraba una mesa con mantel blanco, decorado con más pétalos de rosas alrededor de los platos que contenían la cena y también había pastelillos, con más velas. Edward me esperaba parado a un lado de la mesa con mi favorita sonrisa torcida. Él estaba vestido con un traje casual de color negro, llevaba debajo una camisa también negra de rayas. Su cabello cobrizo despeinado como siempre.

 

—Bienvenida amor —dijo Edward acercándose a mí—. Estás más hermosa que nunca —continuó acariciando mi sonrojada mejilla, se inclinó y me dio un casto beso en los labios—. Espero que te haya gustado lo que preparé como mucho amor para ti —susurró antes de abrazarme con cuidado de dañar mi vestido—. Aunque esto no es todo. Espero que tengas hambre —me dijo dirigiéndonos a la mesa.

 

—Si… mucha —respondí. Separó mi silla de la mesa y me indicó que me sentara. Tomé asiento mientras él hacía lo mismo frente a mí—. Todo un caballero, como siempre —me dedicó mi sonrisa torcida favorita.

 

Después de eso no volvimos hablar. Nos dedicamos a comer en silencio. Nuestras miradas hablaban por si solas. Al terminar la cena, nos levantamos de la mesa y caminamos de nuevo a la sala de estar, en un rincón estaba un corazón hecho de pétalos de rosas, más velas aromáticas, con dos velas rojas, dos copas con Champán y fresas con chocolates.

 

Esto no lo había visto cuando llegué, ya que estaba fascinada con la decoración de la cabaña. Como pude, me senté alrededor, ya que la falda de mi vestido me lo dificultaba. Me tendió una copa, bebí un sorbo del champán. Yo no tenía mucha práctica tomando alcohol, aunque estaba muy rico. Edward agarró una fresa embarrada de chocolate y la acercó a mis labios. Abrí mi boca aceptándola y me deleité con el sabor del chocolate.

 

—Te tengo un regalo —dijo como si nada, con su sonrisa torcida. Entrecerré mis ojos.

 

—Edward te dije que no quería regalo… —me interrumpió.

 

—Lo sé, pero la verdad no te escuché —respondió acercando sus labios peligrosamente a los míos. Su belleza a la poca luz de las velas, con la de la luna me deslumbró y no me salieron palabras para protestar. Él sabia que tenía esa arma a favor de él y cuando lo quería, la utilizaba.

 

—De verdad no deberías hacerme eso —critiqué—. Es muy poco cortés de tu parte.

 

— ¿Hacer qué? —preguntó fingiendo confusión.

 

—Deslumbrarme —respondí. Su sonrisa se hizo más grande—. No me dejas pensar con claridad.

 

—Es la única arma que tengo contra ti, no me puedes culpar de que la use —dijo más cerca de mi cara—. Además tú me tienes a tus pies con tan solo una palabra —susurró contra mis labios. Cerré la poca distancia que nos separaba, nuestros labios se movían sincronizadamente, su aliento de menta está mezclado con el sabor del champán.

 

Mi respiración se aceleró. Fue Edward quién profundizó el beso. Delineó mi labio inferior, le concedí el paso a su lengua que exploraba todos los rincones de mi boca. Al pasar los segundos el beso se hizo más demandante, se sentía la pasión y la lujuria en el ambiente. No sé en que momento me levantó del suelo, pero ya no lo sentía debajo mis pies, estaba en brazos de Edward. Como pude le rodeé la cintura con mis piernas y sentí como me recostó contra la pared. Nos separamos por falta de aire.

 

“¿Es mi idea o hace calor aquí?"

 

Mi temperatura corporal se había elevado y ya me estorbaba el vestido. Edward dirigió sus labios a mi mandíbula y luego al lóbulo de mi oreja que mordió delicadamente. Gemí en el acto.

 

—Quiero hacerte el amor —susurró en mi oído con voz ronca. Me estremecí cuando sentí su aliento chocar contra mi ardiente y sensible piel—. Pero no voy hacer nada que tú no quieras.

 

De nuevo pasó su lengua por el lóbulo de mi oreja. No pude responder estaba perdida en el mar de sensaciones que me estaba produciendo él.

 

“¿Quién dijo que no quiero?"

 

Lo que pude hacer fue mirarlo a los ojos con detenimiento, para darle a entender que no quería que parara, yo también lo deseaba. Lo hice esperando que reflejara la pasión y el deseo que sentía en ese momento, mis braguitas ya estaban húmedas.

 

—Te amo —susurré cuando encontré mi voz.

 

Me besó de nuevo como si quisiera engullirme, como si su vida se acabase conmigo, como si me necesitara para vivir. Me llevó a trompicones a la habitación, donde también había un camino con más pétalos y velas aromáticas. Miraba toda la decoración con el rabillo del ojo, no quería perder ningún detalle de todo lo que me había preparado mi Edward.

 

El camino culminaba en el borde de la cama, la cual tenía también pétalos de rosas rojas esparcidas y otras hacían un corazón. En la mesita de noche también había como en la otra mesa donde descansaba en hielo otra botella de champán. En su centro había una cajita de terciopelo azul. Con todo el dolor de mi alma rompí el beso y me separé, pero aún así, seguía en sus brazos.

 

— ¿Qué sucede? —preguntó dudoso. Pude ver la desilusión en su mirada. Tenía que hablar rápido, antes de que llegara a una conclusión equivocada.

 

—Edward, ¿qué significa eso? —pregunté mirando fijamente la cajita que descansaba en la cama. Él solo se encogió de hombros.

 

—Mi regalo —contestó como si nada. Me dejó en el suelo, avanzó hasta la cama, tomó la cajita y me la tendió— ¿De verdad pensaste que no te daría nada? —fingió estar indignado. Puse los ojos en blanco y estiré mi mano para tomarla. Al abrirla me quedé sin aliento. Dentro estaba el collar más hermoso que había visto en mi vida, la cadena era de plata o de oro blanco, la verdad no sabía. Con un corazón de diamante— Espero que te guste. Lo compré pensando en ti. Te mereces esto y mucho más.

 

Tomó la joya entre sus manos, se paró detrás de mí y la pasó por mi cuello, para luego abrocharla. Me había quedado sin palabras, solo mis ojos hablaban derramando lagrimas de felicidad.

 

“¿Edward podía ser más perfecto?" pensé. "No, claro que no", terminé mi pensamiento.

 

Al voltearme me lancé a sus brazos, dándole un beso con todo el amor que sentía por él, tomé la iniciativa de profundizar el beso y hacer subir nuestra temperatura corporal. Nos separamos por falta de aire. Aunque yo no necesitaba un poco de aire, necesitaba unos pulmones nuevos porque los míos colapsaron.

 

Edward comenzó a besar mi cuello bajando por mis hombros descubiertos, mientras que yo le quitaba su saco y lo arrojaba en algún lugar de la habitación. De mi cuello pasó a mi clavícula. Sentía como algo me quemaba la sangre, no quería que parara, moría por sentir más de sus besos y sus caricias, quería ser de él. Que él fuera el primero y el único.

 

Con manos torpes y temblorosas comencé a desabotonar su camisa y a poner pequeños besos en su cuello. Él gimió en mí oído logrando que me sintiera aún más húmeda, si eso fuera aún más posible. Mis braguitas ya parecían estar nadando en una piscina y mi centro palpitaba como si tuviera vida propia. Bajó la cremallera de mi vestido y lo deslizó hasta debajo de mis senos —que por cierto no traía brassiere—, sus ojos verdes esmeraldas se oscurecieron aún más de deseo. Instintivamente crucé mis brazos sobre mi pecho y me ruboricé a más no poder. Edward sólo sonrío y me agarró mis brazos quitándolo delicadamente, volviendo a mirarme.

 

—No necesitas taparte, quiero verte —dijo Edward—. Eres perfecta.

 

Bajó mi vestido completamente, dejándome solo con mi braguita de encaje de un tono rosa pálida. Me recostó con delicadeza en la cama, encima del corazón. Comenzó a subir su mano por mi pierna izquierda, pasando por mi pantorrilla, el muslo, llegando a mis braguitas. Sonrió al notar mi humedad.

 

—Me gusta tú olor —dijo llevándose su mano a la nariz. Me ruboricé a niveles nunca alcanzados por sus palabras.

 

—Eso solo lo provocas tú —me arrepentí después de haberlo dicho. No entendía que me pasaba. Por qué no pensaba claramente antes de hablar. Él sonrió a más no poder, se inclinó y dejó un beso en la base de mi cadera.

 

—Solo yo. —susurró contra mi piel.

 

—Siempre tú —juré. Besó mi vientre plano y fue subiendo hasta llegar a mis senos, los besó también y continuó su camino hasta mi cuello, dejando besos húmedos.

 

— ¿Estás segura? —preguntó con voz ronca.

 

—Si, confío en ti —fue todo lo que pude decir mientras mis manos subieron a su cabello. Su camisa ya estaba totalmente desabrochada. Pasé mis manos por su torso, su abdomen muy bien formado parecía estar tallado por los mismos ángeles. Él se estremeció ante mi contacto. Comenzó a bajar nuevamente besando mi cuello, mi hombro, mi pecho, cuando llegó a mis senos pasó su lengua por mi pezón, haciendo que soltara un gemido alto. Jamás en mi vida había sentido algo tan placentero como esto, no quería que parara nunca, todo mi cuerpo le pedía a gritos que lo besara y que lo lamiera.

 

Mis gemidos fueron reemplazados por un grito de sorpresa cuando noté el frío rodeando del todo mi seno derecho, pude notar débilmente sus dientes, mientras lo succionaba con delicadeza y sus manos atendían mi seno izquierdo. Los gemidos volvieron a estallar en mí con más intensidad.

 

En un débil intento de mi parte me aferré a su sedoso y maravilloso pelo cobrizo, mis dedos se perdieron despeinándolo, mientras mi cuerpo se arqueaba en su bella tortura.

 

Perdí el sentido del tiempo y el espacio. Apenas podía distinguir si estaba viva o muerta, si en realidad todo aquello era un sueño, hasta que noté sus dedos bajando por mí estomago logrando que éste se contrajera, repitiendo la misma hazaña con el ombligo que anteriormente había sucedido con mi pezón, sus dedos daban vueltas alrededor de él, dentro de él, ejerciendo una suave presión que explotó en mi interior, quemándome por dentro.

 

Sus labios se separaron del atormentado pezón y sentí su mirada en mi rostro, abrí mis ojos con cierto temor —con la vista nublada por el deseo—, y me encontré con su bella sonrisa torcida, su pelo despeinado por mis dedos…

 

Tragué saliva mientras notaba como bajó su mirada. Sus aventureros dedos bajaban más allá de mi ombligo, hasta esa parte de mí que nunca nadie había tocado y que en estos momentos estaba totalmente húmeda y cálida. Se inclinó y quitó con sus dientes mi braguita. Levanté mis caderas para ayudarlo. Ahora sí estaba completamente desnuda. Comenzó de nuevo a besar mis piernas, subiendo hasta mis muslos y llegando a mi centro, depositando besos en mis pliegues. Me estremecí cuando sentí su frío aliento en esa zona tan íntima.

 

—Edward —dije en un gemido.

 

—Shhh, solo disfruta. —susurró. Lamió mi entrada, solté un jadeo con su nombre. Sentí como su lengua se introducía y buscaba mi clítoris. A estas alturas ya no podía controlar mis gemidos, mis piernas temblaban. Llevé una mano a mis senos, porque mi cuerpo así lo pedía y la otra a sus cabellos cobrizos. Lamió y lamió hasta que sentí mi cuerpo explotar.

 

—Edwaaarrddd —grité su nombre al llegar a mi orgasmo. Edward bebió todos mis jugos, luego pasó su lengua limpiando mi centro. Lo halé hacia mí. Nos volvimos a fundir en un beso cargado de pasión y necesidad—. Hazme tuya —dije con voz ronca y la respiración agitada, con mis ojos cerrados. No sé como se quitó su ropa tan rápido, pues solo se alejó de mí unos cuantos segundos.

 

—Mírame Bella, por favor hazlo —susurró. Lentamente comencé abrir mis ojos. Se posicionó en medio de mis piernas. Comenzó a besarme tiernamente y lo sentí en mi entrada—. Te amo tanto Bella, siempre te amaré —dijo en mi oído. Poco a poco se fue introduciendo, milímetro a milímetro, era grande y duro, pero suave a la vez. Se sentía como el cielo y el infierno en el mismo y exacto momento, sentía placer pero también sentía mucho dolor y molestia. Él gimió con su voz aterciopelada de ángel.

 

—Yo también te amo Edward —dije en un murmullo. Envolví mis brazos alrededor de su cuello, apretando mis labios con fiereza contra los de él, en un intento que no viera mi incomodidad.

 

Conociendo a Edward como lo conozco era capaz de parar y yo no quería eso. Sentí como se topó con la barrera de mi virginidad, me mordí el labio inferior para no gritar y asentí con la cabeza.

 

Salió de mí y dio un empujón más fuerte logrando así atravesarla, solté un gemido de dolor, sentí como él inmediatamente se tensaba y no se movía ni un centímetro, esperando que mi cuerpo se adaptara a su intruso. Traté de esconder el dolor, pero una traicionara lagrima rodó por mi mejilla logrando que Edward se asustara.

 

— ¿Te hice daño? ¿Debería parar? Oh Dios, lo siento mucho, nunca debería haber echo esto. Soy un monstruo —dijo Edward asustado. En este momento solo éramos unos muchachos de quince y dieciséis años que no teníamos experiencia en esto. Pero el dolor ya estaba desapareciendo, lo sustituía una sensación extraña de placer.

 

— ¡No! No te muevas. Está desapareciendo, se está comenzando a sentir bien —dije tratando de tranquilizarlo. No pareció creerme nada, pero aún así no se movió. Mientras que mi cuerpo se ajustaba a su longitud, él besó mi lágrima haciéndola desaparecer—. Puedes moverte ahora.

 

Recorrí su cabello con mis dedos. Él comenzó a deslizarse fuera dentro de mí con lentitud, sabía que no quería hacerme daño, pero ese ritmo era exasperante, yo quería que se moviera más rápido. Clavé mis uñas en su espalda y llevé mis labios a su oído.

 

—Más rápido —lo animé. Ya que estaba acostumbrada a tener a Edward dentro de mí, no quería que se fuera. Envolví mis piernas en su cintura en un intento de poder sentirlo más profundo.

 

— ¡Jesús Bella! No tienes idea de lo bien que se siente —gimió Edward embistiendo a una velocidad considerable—. Oh dios… eres tan estrecha y estás tan húmeda… —volvió a gemir más alto Edward.

 

—Más Edward, más —pedí. Quería que se moviera más rápido, sentía un pequeño remolino formarse en mi vientre muy rápidamente, mucho más potente que el primero. Sabía que él estaba cerca igual que yo de llegar al clímax—. ¡Edward! ¡Edward! ¡Edward! ¡Más fuerte! —dije entrecortadamente.

 

Edward recargó su frente en la mía, yo dirigí una mano a su nuca, mientras que los movimientos entre nosotros se volvían más frenéticos. Sentí cómo se tensaba, se endurecía, se hinchaba y palpitaba dentro de mí, como también sentí mis paredes contraerse alrededor del miembro de Edward. Unas cuantas embestidas más y exploté clavándole las uñas en su espalda y gritando su nombre.

 

—Edwardddd…

 

—Bellaaaa… —gritó Edward. Llegando unos segundos después que yo, haciéndome sentir como se derramaba algo caliente y espeso en mi interior.

 

Edward cayó sobre mí, pero sin dejarme sentir un solo gramo de su peso. Besaba mi cuello en un intento de tratar de regular su respiración agitada, mientras yo hacía lo propio con la mía, que también estaba agitada después de vivir esta experiencia tan placentera. Comenzó acariciar con sus dedos mi mejilla sonrojada por el ejercicio que habíamos realizado minutos atrás.

 

— ¿Estás bien, amor? —Preguntó con ansiedad— ¿No te hice daño? —Negué con la cabeza.

 

Edward se deslizó fuera de mí. Suspiré por la sensación de abandono que me embargó en ese mismo momento. Todo había sido mucho más simple de lo que yo esperaba, puesto que ambos encajamos como dos piezas fabricadas precisamente para eso, para formar las partes de un todo. Esto me produjo una secreta satisfacción, el hecho de que fuéramos físicamente compatibles, del mismo modo que lo éramos en tantas otras cosas. No podía haber prueba más definitiva de que nos pertenecíamos.

 

—Estoy mucho más que bien. Eso fue simplemente increíble —aseguré dándole un casto beso en los labios. Al mirarlo, vi que me sonreía con mi sonrisa torcida favorita. Se recostó en la cama conmigo. Apoyé mi cabeza en su pecho, podía escuchar su acelerado ritmo cardiaco, mientras él acariciaba mi brazo izquierdo.

 

—Esta marca se te ve sexy —susurró de repente pasando sus dedos por mi marca de nacimiento, el sol naciente que me hace una Swan. Instintivamente llevé mi mano, rozándole con la yema de los dedos, su marca de nacimiento, la media luna que lo caracterizaba como un Cullen. Dos marcas tan iguales y tan diferentes a la vez. Dos marcas que nos recordaban de donde proveníamos. No pude reprimir el bostezo que salió de mi boca, estaba demasiado cansada—. Duerme mi Bella —susurró Edward tan bajito que me costo oírlo—. Sabes que siempre estaré aquí, todo el tiempo —comenzó a tararear mi nana, la que había compuesto él para mí.

 

—Está bien —acepté de mala gana. No quería dormir y no poder seguir viviendo en esta maravillosa realidad. Pero estaba muy cansaba. Primero el día ajetreado en mi casa, luego la dichosa fiesta, y por último y no menos importante vivir esta hermosa experiencia con mi Edward—. Te recuerdas que debo llegar antes del amanecer —susurré ya medio dormida—. Te amo Edward.

 

—Humm… —lo escuché susurrar— Yo también te amo Bella.

 

Pero no sabía si de verdad lo había dicho o solo fue mi imaginación, porque me abrazaron los brazos de Morfeo y caí en la inconsciencia.

.

.

.

 

El sol caliente sobre la piel desnuda de mi espalda me esperó al día siguiente.

 

La cortina de la ventana estaba corrida y las dos puertas de vidrio que daban a un estanque privado estaban abiertas. Anoche no me había percatado que estuvieran esas puertas ahí y de paso abiertas. Estaba tan absorta en Edward que me perdí de lo demás. Por la luz que entraba eran más de las ocho de la mañana, no estaba segura, pero aparte de la hora, todo lo demás quedaba claro. Sabía exactamente donde me encontraba, en aquella brillante habitación con la cama cubierta de rosas, aunque ahora estuvieran esparcidas por toda la habitación y en los brazos de Edward, mientras que los relucientes rayos del sol entraban por las puertas abiertas.

 

Yo no quería abrir mis ojos.

 

Me sentía demasiado feliz para cambiar algo, sin importar lo poco que fuera, estaba tan cómoda, acostada a su lado, mi cabeza descansando sobre su pecho, ceñida apretadamente por sus brazos. Me sentía muy a gusto, muy natural, encajaba perfectamente entre sus brazos. Mi brazo izquierdo estaba sobre su pecho abrazándolo, pudiendo así escuchar los latidos de su corazón y su acompasada respiración.

 

Era el mejor despertar de toda mi vida. No quería levantarme de su lado. Quería estar ahí para siempre. Pero debía llegar a mi casa antes de que mi padre o mi Bubú notaran mi ausencia, porque si lo hacían, se generaría la tercera guerra mundial.

 

—Edward —llamé—. Edward —volví a llamarlo moviéndolo levemente. Como no me hizo caso, intenté aflojar su agarre para levantarme y buscar mi ropa—. Es tarde, nos quedamos dormidos —susurré en su oído porque todavía tenía apretado su brazo en mi cintura, no había logrado separarme ni un centímetro. Lo sentí removerse y apretar su agarre aún más.

 

—Buenos días princesa —susurró él mientras escondía su cara en mi cabello, por la luz que había en la habitación—. Así quiero despertar de ahora en adelante, contigo en mis brazos.

 

Edward es tarde, debemos irnos —dije tratando de levantarme.

 

—No —me contradijo haciendo un tierno puchero—. No quiero —dijo haciéndome recostar de nuevo en la cama—. Este ha sido el mejor despertar de toda mi vida —susurró antes de besarme. El beso comenzó de una manera suave, pero a medida que pasaba el tiempo se volvía más demandante. Sabía que estaba jugando con fuego y me podría quemar. Sentí como Edward se posicionaba encima de mí. Debía parar ya porque comenzaba a sentirme húmeda y sentía cómo el pequeño Eddy comenzaba a despertar. Nos separamos por falta de aire, pero él no abandono mi piel de mis labios pasó a besar mi mandíbula.

 

—Edward —susurré recuperando el aliento—. Tienes que llevarme a mi casa. Charlie o mi Bubú podría darse cuenta que no estoy —dije, pero mi mano derecha tomó un mechón de su pelo cobrizo y mi mano izquierda acariciaba su sedosa espalda. Volvió sus labios a los míos, pero solo era un beso dulce y delicado.

 

—Esta bien, tú ganas —refunfuñó separándose de mí.

 

Se levantó de la cama con su cuerpo glorioso totalmente desnudo y comenzó a recoger nuestra ropa. Se colocó unos bóxer negros que se adherían a su piel, dejándome ver su lindo trasero. Recogió un pedazo de tela rosa y me lo tendió con una sonrisa torcida en su cara. Me ruboricé al darme cuenta que eran mis braguitas. La tomé y me deslicé de la cama poniéndome de pie. En ese momento sentí un pequeño dolor y molestia en mi entrepierna. Lo ignoré. No quería que Edward se preocupara—. Eres tan hermosa y eres solo mía —dijo Edward poniéndose su camisa, ya traía puesto su pantalón. Me ruboricé por su comentario—. ¿Te duele mucho, Bella? ¿Te hice daño anoche? —preguntó mirándome fijamente. Bajé mi mirada hacía donde estaba él mirando. Allí en esa parte de mí cuerpo que solo la conocía él desde ahora, mis hermanas, mi madre y yo misma, tenía un pequeño rastro de sangre seca.

 

—No, estoy bien Edward —respondí rápidamente. Puse toda mi atención en mi tarea —como si ponerme mis bragas era algo tan importante— ya que me sentía demasiado avergonzada por estar completamente desnuda delante de él, lo cual era una soberana tontería después de lo que habíamos hecho, pero todavía no quería levantar mi mirada.

 

—Ten ponte esto. Lo compre para ti —dijo tendiéndome un vestido ligero de tirantes de un color azul celeste con flores blancas y unas bailarinas blancas. Le entrecerré los ojos—. Por favor… —suplicó haciendo un puchero. Me rendí. No podía resistirme a su mirada y la verdad era mi mejor opción, no pensaba volver a meterme el vestido de anoche, eso era una tortura. Lo tomé y me vestí. No sabía en que momento de anoche mi peinado se había deshecho, pero me peiné mi maraña de cabello alisándolo del todo, dejándolo suelto con unas ondas.

 

Salimos de la cabaña tomados de la mano, llevaba mis zapatos los de anoche en mi mano izquierda, mientras que Edward llevaba mi vestido. Me abrió la puerta del copiloto de su Volvo plateado, me ayudó a subir, colocó mí vestido en los asientos traseros, caminó por detrás del coche y subió al asiento del piloto. Hizo andar el coche con un suave ronroneo.

 

El camino hasta mi casa lo hicimos en un cómodo silencio. La verdad que estaba muy cansada. Cerré mis ojos solo por unos segundos, pero creo que me dormí porque me desperté cuando sentí a Edward acariciarme la mejilla y besaba mis párpados cerrados.

 

—Despierta dormilona, ya llegamos —susurró dándome un besito en los labios—. Princesa… Alice te estará esperando junto a la puerta trasera —continuó. Lo miré confundida—. La llamé para avisarle que se nos hizo tarde porque nos habíamos quedado dormidos —respondió a mi silenciosa pregunta—. Después de gritarme no se que cuantas cosas, dijo que te estaría esperando ahí, ya que tu abuela está en su despacho.

 

"Dios si mi Bubú, se da cuenta que vengo llegando, me mata", pensé.

 

Le tomé el rostro en mis manos y le di un tierno beso. Bajamos del auto.

 

—Adiós, te amo —me despedí del él, dándole otro beso más largo.

 

—Adiós mi Bella, te voy a extrañar —dijo pasándome el vestido que ya lo había sacado. Me dio un casto beso en los labios, se subió al coche, en lo que yo me encaminé hacia mi casa. Escondiéndome del guardia de seguridad y eludiendo las cámaras de vigilancia, entré. Escuché como el coche de Edward se alejaba. Luego de unos cuantos golpes y tropiezos llegué a mi destino: la puerta trasera.

 

—Isabella Marie Swan, estas no son horas de llegada —me regañó Alice muy enojada, cuando apenas había traspasado el umbral de las puertas de vidrio, logrando sobresaltarme.

 

— ¡Dios Alice! Casi haces que me de un paro cardiaco —la reprendí llevándome las manos al pecho. El pulso me pitaba en los oídos y sentía la adrenalina fluir. Ninguna de las dos pudo agregar algo más, por que mi abuela entró a la cocina.

 

—Buenos días mis niñas —nos saludó a ambas dándonos un beso en la frente— ¿Qué hacen levantadas, si apenas son las diez de la mañana? Pensé que se levantarían pasados el medio día —dijo, tomándose un café que había servido de la cafetera mientras hablaba.

 

“¡Ay Dios! Ahora ¿qué me invento para decirle?", pensé, pero Alice fue más rápida.

 

—Es que le tengo un regalo a Bella que no le pude dar ayer. Tú sabes abu por todo el ajetreo que tuve. Entonces tengo que recogerlo hoy antes de medio día —mintió como si nada, como si de verdad fuera cierto. Mis hermanas si tenían un buen don para mentir.

 

— ¿Y se puede saber qué es? —preguntó, creyéndole la mentira.

 

—Bueno… era una sorpresa, pero que más da: ¡Es un perro! —respondió a su pregunta, tomando las llaves de su Porsche amarillo del llavero. Dejé mi vestido y los zapatos en la silla más cercana y la seguí.

 

—Eh… ¿Bella? —me habló mí Bubú. Volteé para que me dijera qué necesitaba.

 

— ¿Si, Bubú? —susurré con mi carita de yo no fui.

 

— ¿Por qué bajaste tú vestido? —preguntó con él en las manos.

 

—Porque… eh… —susurré en un hilo de voz. “¡Vamos Bella! ¡Piensa, si no te cacha en la mentira!”, me dije mentalmente— Quería que la señora Martha lo enviara a la tintorería —dije lo primero que se me vino a la mente—. Ya sabes, es especial para mí Bubú, lo quiero guardar limpio.

 

—Bien, ahorita le digo a Martha, no te preocupes —dijo dejando el vestido de nuevo en la silla—. Se llevan a Jared y Paúl. No vayan solas.

 

—SI ABU. —gritó Alice desde la sala—. Collin, ¿puedes llamar a Jared y a Paúl? Que vamos a salir —Se dirigió a uno de los de seguridad.

 

—Si señoritas —respondió el aludido llamando por radio—. Seguirán su coche —Caminamos al garaje y nos subimos a su Porshe.

 

— ¿A donde vamos, Alice? —pregunté ya dentro del coche.

 

— ¡Ay Bella! —suspiró con dramatismo sacando el coche del garaje y tomando la carretera principal. El coche negro de nuestros escoltas nos seguía a una distancia razonable—. Tienes tanto que aprender. Para que la mentira sea creíble Bella, hay que comprar al bendito perro —fue su repuesta, puse los ojos en blanco. Mi bella hermana está bien loca pero aún así la quiero mucho—. Y… además, para que me cuentes qué pasó a noche —murmuró como si nada. Apartó la mirada de la carretera posándola en mí. Me ruboricé al recordar como había terminado la noche de anterior—. Desembucha Bella —dijo más ansiosa que antes. No me quedaba de otra, sabía perfectamente que no lo iba a dejar correr, así que me rendí antes de empezar la batalla. Comencé a relatar lo sucedido.

 

—Bueno… era una cena en la cabaña más hermosa que he visto en mi vida. El lugar era mágico. Me dio este collar de regalo —murmuré mostrándole mi collar. Alice apartó una mano del volante para taparse la boca.

 

—Oh dios Bella, es hermoso —susurró tomando con la mano—. Pero qué más. —Bueno, todo, absolutamente todo estaba cubierto con pétalos de rosas y decorado con velas aromáticas, la cena estaba muy rica, era mi plato favorito. También había fresas con chocolates. Eso es todo —dije. Alice me miró lanzándome dagas por los ojos.

 

—Ja, ja, ja Bella y a mí no me gustan las compras —dijo sarcásticamente—. Cuéntalo todo, absolutamente todo, empezando por qué llegas hoy tan tarde. —me retó mirándome intensamente, leyendo mis expresiones. Ya sabía que era un libro abierto, y si no quería que me obligara a pasar todo un día de compras, para hacerme hablar, tenía que empezar ahora, porque con Alice nunca se gana.

 

— ¡Bien! ¿Lo quieres escuchar? Te lo diré: Edward y yo hicimos el amor anoche —listo, ya se lo dije. Alice se había quedado en shock.

 

— ¡Aaaaaahiiiiii Dios Bella! —Dijo sonriendo, alargando la "a" y la "i"— ¿De verdad? —preguntó, a lo que yo asentí ruborizada.

 

—No lo puedo creer. Todos nosotros pensábamos que iban a llegar virgen al matrimonio, porque no se decidían a dar ese paso.

 

— ¿No crees que es demasiado rápido Alice? Apenas tengo quince —pregunté cabizbaja.

 

—Bueno, no te niego que si, pero ustedes se aman y eso es normal en una relación de pareja —me dijo tranquilizándome. Por lo menos tenía el apoyo de mis hermanas. No es que me llegara arrepentir de nada, ya que amo con todo mi corazón a Edward Anthony Cullen, pero para mí cuenta mucho la opinión de mis hermanas. Ellas son las que me han explicado todo en mi vida. Fueron ellas las que estuvieron a mi lado cuando se me cayó mi primer diente, cuando me caí de la bicicleta por primera vez. Fueron ellas las que estuvieron a mí lado cuando me vino por primera vez la menstruación y me explicaron todo lo que conllevaba. Serían ellas las que ahora me explicaran todo lo referente al sexo y a los métodos anticonceptivos. Con ellas no sentía vergüenza de hablar de mis cosas íntimas, ellas eran mis guías. Nos teníamos las unas a las otras, ya que mi padre y mi abuela siempre estaban ocupados con las cosas del trabajo y mi madre Renée no la veíamos desde hace diez años.

 

—Te preocupaba nuestra opinión, ¿no es así? —preguntó Alice después de un rato de estar perdida en mis pensamientos. Lo debía tener escrito en mi cara.

 

—Si, si me preocupaba. Su opinión es muy importante para mí —respondí— ¿Que crees que me dirá Rose, cuando le diga más tarde? —pregunté un poco asustada. Después de todo, Rosalie era la mayor de las tres. Su opinión valía por mil.

 

—De seguro te gritará unas cuantas cosas, pero después se le pasará.

 

—Seguro —susurré, escondiendo mi cara en mis manos.

 

—No te preocupes Bella, ella lo entenderá —dijo Alice aparcando el coche, en la tienda de mascotas— ¿Bella? —me llamó. Descubrí mi rostro y la miré.

 

— ¿Ustedes se cuidaron verdad? —me preguntó, mirándome intensamente. Ahora que lo pienso, no sentí que Edward utilizara preservativo y yo todavía no tomo la píldora.

 

—No, no nos cuidamos Alice, ¿eso estuvo mal? —pregunté asustada.

 

—Tranquila, no es como si Edward tuviera alguna enfermedad venérea, pero eso evita un embarazo Bella —me aconsejó. Un embarazo donde Edward sea el padre, un bebe... un pedacito de ambos—. No te asustes. Cualquier cosa, tienes nuestro apoyo y el de Edward.

 

Abrió la puerta del coche y bajó, a lo que yo la seguí.

 

No debía pensar en eso todavía, para eso tendría toda la noche o mi padre sospecharía algo, si me encontrara ausente todo el día. Pero no lo puedo evitar pensar… ya lo tengo clavado en mis pensamientos.

 

En la tienda de mascotas compramos una perrita blanca de tres meses de nacida de raza puddul, con todos sus accesorios: cama, cuenco para la comida y para el agua con su nombre grabado, correa, ropa, ganchitos, juguetes, un collar anti pulgas y no se cuantas cosas más. Alice estaba como loca, como todo el tiempo lo es cuando se trata de comprar. Le colocamos dos ganchitos rosas en sus orejitas que la hacían verse muy tierna y encantadora, la llamamos PRINCESA, porque eso sería de ahora en adelante, una princesa en nuestra casa, la más consentida por las tres.

 

 

 


 

Gracias a todos aquellos lectores anónimos que leen esta historia y dejan su voto. También gracias a: Sachiko065, MayaMasenCullen, AstridCullen, BrendiTwilithg, Martha, AngelNegro, Baaarbyguffanti, NathalyR, Bechi, Robsesionada2013, Haf276, Reenes_tylor, Aylin, HindyraCullen, Monica2408, MariaGomez2312, Isabella_256, AndreAlice, Val395, NorblackdPattinson, Vale2Cullens, Ayame, BripatCullen, SablanCullen, Jaedbellsnessi, Yalexa, Honey, Priscy_Cullen, Nenamadilinda, Vikingay, Xiomy, Anayely_29, GloriaCullen, Carocruzz, PrincesaVespa, Kristy_87, SabriiCullen, Zuleidy, LoreeFernandez, Ec07, Silmo, NicoleCullenPattinso, Winney_03, Mafe, Samilan, Adrianav15Diaz@Gmail, Jemi910, ChicaEdward, Rebekah_Mikaelson, Bibi_Cullen_Swan_10, WishanDangel, BeaBell, LoreeIsaCullenSwan, SofiRojas280, Mili_Cullen, Viviana, LucyPattinsonCullen, MimaBells, AymeCullen, Crazy_Jacob_Edwuard, Isvi2507Edward, Micaela Fernandez, Karolay28, Lachopilara, Karenttz3lVulturi, Valegis, RosalieWolfVamp, SofiaCulen, Aleariass, Melii, Nicoli, Maca-c, Jesiflexer, Elenita4_Cullen, Annaris, Andrea_black, Mayita, AnarilRamirez, Hello, OswalgoMonasterius, IsabellaKriste1421, Daryanny Cullen, TikaCullen. Por sus comentarios y su voto.

Los capítulos son dedicados a ustedes espero que les gusten.

Besos desde Venezuela.

Capítulo 1: El comienzo de esta historia de amor: Capítulo 3: La separación:

 


Capítulos

Capitulo 1: El comienzo de esta historia de amor: Capitulo 2: Cumpleaños de Bella: Capitulo 3: La separación: Capitulo 4: Forks: Capitulo 5: Sospecha de embarazo: Capitulo 6: El primer movimiento de los bebés: Capitulo 7: La reacción de Charlie y Angustia por Edward: Capitulo 8: La visita de Don Carlisle Cullen: Capitulo 9: Por fin noticias de Edward: Capitulo 10: Día de las madres: Capitulo 11: El parto de Bella: Capitulo 12: Elizabeth Marie y Ethan Anthony Cullen Swan: Capitulo 13: Bautizo de los bebés y El viaje a Bostón: Capitulo 14: El prrimer cumpleaños de los bebés y La aparición de Jacob: Capitulo 15: Paseo con Ethan y Elizabeth: Capitulo 16: El embarazo de Rosalie: Capitulo 17: Altercado con Charlie y El parto de Rosalie: Capitulo 18: Desde el inicio de la relación hasta el encuentro con Elizabeth: Capitulo 19: Una visita inesperada: Capitulo 20: Búsqueda de Bella: Capitulo 21: Jasslye Anthonela ¿Swan? Capitulo 22: Después de diez años vuelvo a verte: Capitulo 23: Es Bella y ¿Son mis hijos? Capitulo 24: Una maravillosa noche Capitulo 25: La cabaña y La visita de Tanya Capitulo 26: Compromiso Capitulo 27: Estoy embarazada Capitulo 28: El gran día Capitulo 29: Luna de miel y Celos Capitulo 30: Enfrentamientos, Risas y Amenazas Capitulo 31: ¿Que es el sexo? Capitulo 32: James Capitulo 33: El secuestro de Tony, Bella y Lizzy Capitulo 34: Parto de Bella Capitulo 35: Regreso del pasado Capitulo 36: Alianza inesperada Capitulo 37: Vulturi, ¡firmaron su sentencia de muerte! Capitulo 38: ¡No debieron tocar lo que más amo! Capitulo 39: ¡Enfrentame como honmbre Demetri! Voy a matarte con mis propias manos Capitulo 40: No me dejes, Edward

 


 
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