Rosalie no rogó a John que no la llevase ante la presencia de su amo. No tenía sentido. Si él no la llevaba, vendría alguien para obligarla. De todos modos, necesitaba defenderse. Lo único que recordaba de ese hombre era su corpulencia y el tajo cruel que tenía en lugar de la boca; también la helada frialdad de su voz cuando ordenó que la metiesen en la mazmorra.
Apenas prestó atención al Gran Salón mientras lo atravesaba. Era media tarde, de modo que no había mucha gente alrededor; casi todos eran criados que ejecutaban alguna tarea, y unos pocos soldados y algunos caballeros de estatura no muy elevada.
La llevaron a la gran sala personal del señor. Era una amplia habitación al otro lado del corredor. Estaba iluminada por la luz del sol que entraba por dos grandes ventanales, uno a cada lado del hogar. La amplia cama tenía cuatro postes y un fino dosel.
Había otras cosas que observar, pero Rosalie estaba tan impresionada por lo que parecía una pila de cadenas depositadas en el centro de la cama, que no prestó atención al hombre que se encontraba de pie al lado opuesto del lecho, hasta que el rodeó la cama y se acercó.
Su misma estatura evidenciaba quién era, si no era suficiente con su fina túnica negra y sus calzas; su identidad se expresaba también en la boca, esa fina boca que dibujaba un gesto cruel. Ella necesitó un momento más para darse cuenta de los cabellos negros, no del todo lisos sino más bien ondulados, fijarse en los ojos, con sus matices verdes plateados y emocionales
Lo miró con ojos desorbitados, y la palabra "tú" se formó en sus labios sin que se oyera el más mínimo sonido; después un mar de piadosa oscuridad se la tragó.
-Vamos, vamos -gruñó John mientras la sostenía para evitar que cayese al piso.
Emmett saltó hacia delante y casi la arrancó de los brazos de John. La llevó a la cama y la depositó allí. Una de las manos pequeñas de Rosalie fue a descansar sobre la cadena que estaba al lado. La sentiría al despertar. Emmett sonrió.
-No imagino cuál ha sido la causa del desmayo, mi señor -dijo John con voz ansiosa-. Estuvo comiendo bien..
-De modo que la mimaste. ¿No tiene mordeduras de rata en esa piel tan suave? – dijo Emmett
La respuesta de John fue un rezongo ruidoso. Emmett conocía a su hombre. John era famoso por su corazón blando y su actitud gentil frente a todas las criaturas vivas.
Emmett se había sentido furioso consigo mismo después de enviar la orden de que sólo John Giffard debía ocuparse de vigilar a Rosalie. Pero no envió una contraorden. No deseaba que ella sufriera, hasta que él estuviese allí para hacerla sufrir. Y no quería que su cuerpo pequeño y delicado se amustiase a causa de las privaciones, en vista de lo que él se proponía hacer. Pero sobre todo, no quería que otro hombre la tocase, por lo menos hasta que él supiese si había tenido éxito en su robo. De acuerdo con la versión de John, lo había tenido.
-Mi señor, es una dama muy suave y dulce. ¿Qué hizo para merecer la mazmorra?
-Cometió un delito contra mi persona, algo tan grave que no puedo mencionarlo. John, permitiste que esa bonita cara te engañase. No es más que una hembra codiciosa dispuesta a hacerlo todo, por atroz que sea, para alcanzar su meta. Posee una decisión obstinada, digna de un hombre. Ella... -Se detuvo, al advertir que estaba diciendo más de lo que era necesario. No necesitaba explicar sus motivos a otro hombre-. La he despojado del título que obtuvo al casarse con Aro Vulturi, de modo que no continúes llamándola "lady". Y no necesitas preocuparte más por ella. No regresará a la mazmorra... por ahora.
Emmett sintió que John necesitaba discutir, aunque no lo miró para comprobarlo. Más valía que John no sobrepasara sus límites esta vez, y John seguramente lo adivinó, pues se retiró en silencio de la habitación sin decir una palabra más.
Emmett continuó mirando fijamente a su prisionera, sin preocuparse de que el desmayo de Rosalie pudiera privarlo de su venganza. Ahora que finalmente había llegado el momento podía mostrarse paciente, aunque hasta ese momento no lo hubiera sido.
Sin embargo, se había mantenido alejado con toda intención, pues sabía muy bien que no podía estar allí sin comenzar a gozar de la venganza que había elegido. Pero eso por sí mismo no serviría. Tenía que saber primero si aquella mujer había culminado con éxito su plan inspirado por la codicia.
Ya sabía a qué atenerse, y eso determinaba que el delito que ella había cometido contra él fuese todavía más grave. Si él había contemplado la posibilidad de atenuar el castigo, el hecho de que estuviese embarazada resolvía la cuestión, y hacía que la furia de Emmett se renovase, con mucha mayor intensidad que antes. Llevaba en el vientre al hijo su hijo. ¡Y no tenía derecho a eso!
Había percibido el momento mismo en que ella lo había reconocido, y sabía que el temor que eso le había inspirado había provocado el desmayo. Aquel temor lo regocijaba. No había estado seguro de que ella lo hubiese reconocido con la armadura que Jasper le había prestado, cuando se enfrentaron en el patio de Kirkburough. Ahora sabía que no lo había reconocido. Pero en aquel momento Rosalie sabía a que atenerse. Y quizás entonces había aprendido ya qué clase de hombre era él, se había enterado de su reputación de hombre decidido a destruir absolutamente a quién cometiese la insensatez de apoderarse de lo que le pertenecía. Que nunca antes hubiese intentado vengarse de una mujer no importaba. Solo necesitaba decidir cuál era la represalia que convenía a una persona del sexo femenino; y había tenido tiempo sobrado para decidirlo mientras buscaba a Isabella.
Había sido un intento inútil. Cuando uno de sus mensajeros llegó para informarle de que su futura esposa no había llegado a su castillo, Emmett se sintió agradecido porque tenía un motivo para retrasar su propia llegada al castillo. Pero la búsqueda de Isabella había sido un motivo de frustración. Podía haber seguido muchos caminos distintos para llegar allí. Finalmente, había dejado la búsqueda de la dama a cargo del padre, que ciertamente estaba más conmovido por su desaparición que el propio Emmett. Y eso también lo había irritado, porque dedicaba más tiempo a pensar en la mujer que tenía allí, cuando hubiera debido preocuparse sólo por su prometida que había desaparecido.
Rosalie suspiró y Emmett contuvo la respiración, esperando, deseando que abriese los grandes ojos color zafiro. Tenía los labios entreabiertos. El recordaba la desbordante sensualidad de aquellos labios, la calidez de ella contra su piel cada vez que se esforzaba para provocar la respuesta del cuerpo masculino. Los cabellos de lino estaban reunidos en dos gruesas trenzas, una bajo la cabeza, la otra cruzándole los pechos. Emmett recordó aquellos pechos, llenos y tentadores, aunque nunca había podido tocarlos o saborearlos, dos pechos que se le revelaban sólo para inflamar sus sentidos, para contribuir a su derrota. Ahora podía tocarlos, y necesitaba esforzarse mucho para no desgarrarle de un golpe la túnica. Pero todavía no. Todavía no. Era necesario que tuviese cabal conciencia de todo lo que él le hacía, del mismo modo que él había sufrido dolorosamente con todo lo que ella le había hecho.
Rosalie se estiró, de su garganta brotó un sonido suave, y después se le aquietó el cuerpo, excepto la mano. Él observó los dedos que descansaban sobre las cadenas y sentían los fríos eslabones de hierro; observó el entrecejo fruncido, que le deformaba la frente, mientras se preguntaba qué era lo que estaba tocando.
-Un recuerdo -explicó Emmett-. De Kirkburough.
Ella abrió los ojos, unos ojos enormes Emitió otro sonido, como si estuviera sofocándose. Su miedo era evidente, excesivo, y se parecía más bien al terror. El se enfurecería si se desmayaba otra vez.
Rosalie deseaba desmayarse. Por Dios, no era de extrañar que hubiese pasado esas semanas en una mazmorra.- El asunto nada tenía que ver con sus posesiones. Estaba destinada a morir, pero no por mera privación, como había pensado. Recordó el odio de aquel hombre, y comprendió que probablemente la torturaría hasta la muerte. Ahora sabía por qué había luchado con tanta violencia contra la violación. No era un villano que sintiese respeto por ella, sino un poderoso señor, un hombre a quien nadie se atrevía a tratar como ellos lo habían tratado. Y Royce, aquel estúpido absoluto, ni siquiera sabía que había capturado a su peor enemigo. MacCarty probablemente ignoraba quién era ella.
Una risa burbujeó en su garganta. No pudo contenerla. Si no había perdido la razón, pronto la perdería. El estaba allí, de pie al lado de la cama, mirándola con el ceño fruncido. ¿Rosalie lo había creído apuesto? Era una ilusión. Esa boca, esos ojos fríos. Era una pesadilla viviente, la pesadilla de Rosalie, un hombre que expresaba crueldad en cada línea de la cara.
Comenzó a temblar a causa de la impresión. Emmett maldijo horriblemente, llevó su mano a la garganta de Rosaliey la apretó con fuerza. Los ojos de la joven se agrandaron todavía más.
-Si te desmayas de nuevo, te castigaré -gruñó. ¿Aquello estaba destinado a tranquilizarla? De todos modos, la soltó y se apartó de la cama. Para defenderse mejor, ella lo observó, pero el hombre se limitó a acercarse a la estufa y permaneció allí de pie, mirando las cenizas.
Visto desde atrás no era un monstruo, sólo un hombre. Los cabellos negros en realidad no formaban rizos, pero se curvaban sobre el cuello. Éste parecía blando y suave, aunque ella nunca se había atrevido a acercar tanto su mano a la cara de Emmett, para tocarla. Su cuerpo aún era atractivo para los ojos. Ella sabía que debía de ser alto, pero no había creído que lo fuera tanto. ¿Dios santo, cómo era posible que se hubiese atrevido a inducirlo a ese exceso de cólera? Estaba lívido de furia, apenas a un paso de acercarse y destrozarla. Pero ella no podía permitir que incluyese al niño en su venganza.
Continuó hablando en voz baja, rogándole que atendiese razones.
-Lo tengo, lo llevaré dentro de mí hasta el día de su nacimiento, y lo quiero por él mismo, sólo porque es mío.
-Ese niño nunca será tuyo. Tú no serás nada más que un recipiente que lo alimentará hasta que nazca. No lo dijo gritando, pero sí con enorme frialdad.
-¿Por qué lo quieres? -gritó ella-. Para ti no será más que un bastardo. ¿No tienes un número suficiente de bastardos para satisfacerte?
-Lo que es mío es mío, del mismo modo que ahora tú eres mía, y haré contigo lo que me plazca. Mujer, no discutas más conmigo, porque lo lamentarás inmediatamente.
Era una amenaza que no podía ignorar. Había llegado demasiado lejos, se había atrevido a decir mucho más de lo que era sensato en aquel momento. Podía conocer íntimamente a aquel hombre, pero en el fondo no sabía nada de él. Aun así, el tiempo lo diría, y ahora disponía de tiempo. De todos modos, las cosas no quedaban así, pues el desenlace de aquel asunto era demasiado importante para ella. Ahora Rosalie podía esperar hasta que tuviese más posibilidades de vencer.
Se apartó del lecho y permaneció de pie al lado. La sorprendió haber llegado siquiera hasta allí, puesto que tanto se la despreciaba. En realidad, él tenía todo el derecho del mundo a despreciarla. Rosalie deseaba cerrar los ojos a la consideración del asunto desde el punto de vista de Emmett; pero no podía hacerlo. Deseaba también que él viese el problema desde el punto de vista de suyo, pero él no estaba dispuesto a eso. Poco le importaba que ella lamentara lo que había hecho, y que deseara no haber actuado como lo hizo. De todos modos, había participado. Rosalie merecía la venganza que él exigía. Y para ser Justos, no merecía tener al niño, sobre todo si el consideraba que le había sido robado, como había dicho antes, sólo que... ella no podía mostrarse justa en lo que se refería a su hijo. De nuevo comenzaba a sentirse tensa bajo la mirada helada del hombre, pero al fin él dijo con burlón menosprecio:
-No me sorprendería que te faltase inteligencia, en vista del plan que concebiste para retener Kirkburough... -Fue el plan de Royce, no el mío. El quería ese lugar, no yo.
-Continúas demostrando tu estupidez. Mujer, nunca vuelvas a interrumpirme. Y nunca me traigas excusas por lo que hiciste. Tu Royce no fue quién se sentó encima de mí y me obligó a...
Estaba demasiado colérico para terminar. Rosalie se apartó de nuevo cuando vio que la piel del hombre se ensombrecía.
-¡Lo siento! -exclamó, sabiendo que era una respuesta inadecuada, pero incapaz de decir otra cosa.
-¿Lo sientes? Te prometo que llegarás a sentirlo mucho más. Ahora puedes empezar a calmar mi enojo. Mujer, apenas te reconozco vestida de ese modo. Quítate la ropa.
Y ahora tenía el cuerpo tenso a causa de la emoción y la túnica se extendía lisa sobre la espalda y los hombros. Pasaron los minutos, y no se volvió para mirarla. Rosalie dejó de temblar y respiró hondo varias veces. Su tortura aún no iba a comenzar, por lo menos no sería en aquella habitación. La había traído allí probablemente sólo para atemorizarla... y vanagloriarse. El cautivo era ahora el carcelero.
-Mujer, ¿ya te calmaste?
¿Calmarse? Acaso volvería a conocer jamás ese estado. Pero asintió, y comprendió que él no podía verla, pues al hablarle no la había mirado.
-Sí.
-Aunque estaría en mi derecho, no tengo intención de matarte.
Rosalie no había advertido que estaba tan tensa y rígida como él hasta que se desplomó sobre el colchón, aliviada. Dadas las circunstancias. Jamás habría creído que podría tener tanta suerte, y tampoco habría pensado que él demostraría un espíritu tan compasivo que le comunicase cuáles eran sus planes. Podría haberla dejado permanecer presa del terror. Podría haber... pero aún no había concluido.
-Recibirás tu castigo. No lo dudes. Pero mi represalia será una especie de ... ojo por ojo. -Se volvió para contemplar la reacción de Rosalie, pero vio sólo incomprensión, de modo que se explicó mejor-. Así como tú y tu hermano os propusisteis quitarme la vida si me escapaba, ahora la tuya me pertenece, y la considero de escaso valor. Recibirás el mismo trato que me diste a mí. Te has salvado sólo porque yo deseaba saber primero hasta dónde llegaba tu culpa, y si habías tenido éxito en tu robo. Ambos sabemos que lo has tenido. Te apoderaste del hijo de mi carne, y del mismo modo te será arrebatado cuando nazca.
-No -dijo ella en voz baja.
-¿No? -estalló él, con un gesto de incredulidad.
-La posesión es nueve décimas partes de...
-¡No estamos hablando de bienes materiales! Lo que tú me robaste es carne de mi carne.
A Rosalie se le había cortado el aliento casi totalmente. Cerró los ojos, atemorizada. MacCarty había dicho ojo por ojo. Eso significaba que la forzaría, como ella lo había forzado. Y no sería más agradable para ella de lo que había sido antes para él; es decir, la venganza justa y lógica dadas las circunstancias. Pero ¿por qué elegía aquel modo de castigarla si la odiaba tanto, si en realidad no deseaba tocarla? Por supuesto, para él la venganza era lo que más importancia tenía. Rosalie comprendía ese rasgo de su naturaleza. Pero verse obligada a quitarse las ropas para él... -Si tengo que ayudarte...
Otra amenaza, sin que ella supiera muy bien qué sentido tenía; pero sí sabía que no deseaba descubrirlo.
-No, yo lo haré -dijo Rosalie en un murmullo . Se volvió para desatar su túnica bordada, pero después de dar unos pocos pasos él se puso detrás de ella, y su mano le aferró dolorosamente el hombro mientras la obligaba a volverse en redondo. Aunque no sabía qué había hecho mal, lo cierto era que la cólera de aquel hombre se había avivado de nuevo. El no le dio mucho tiempo para preguntarse cuál era la causa de su irritación.
-Sabes que necesito verte cuando te desnudas para avivar mi apetito. Por eso te desvestiste para mí. Mujer, quien te aconsejó, te aconsejó bien. Pero tienes que recordar una cosa. Si no puedo lograr lo que me propongo por falta de interés en lo que tú me ofreces, tú misma serás la culpable. No te daré otra oportunidad, si eso es lo que buscas, pues lo que yo no pueda hacer se lo encomendaré a otro... no, a otros diez
Rosalie vio la mirada de MacCarty mientras él retrocedía y pidió a Dios que le permitiese saber si hablaba realmente en serio, o si se trataba nada más de una amenaza vacía. Parecía tener crueldad suficiente para hacerlo. Parecía sentir bastante irritación para hacerlo. Pero deseaba cobrarse ojo por ojo, y ver que otros la violaban no sería lo mismo.
¿O sí? Dejó caer la túnica al suelo y llevó rápidamente las manos a los cordeles que aseguraban los costados de su prenda. No podía correr riesgos con él, sobre todo en vista de las terribles consecuencias que la amenazaban. Trató de evocar el consejo de Esme y no atinó a recordar una sola cosa. La cámara estaba demasiado iluminada por la luz del día, ella misma tenía la piel demasiado sofocada a causa de la vergüenza, y sus dedos eran demasiado torpes. Sabía que en ese momento no era en absoluto atractiva.
La sangre de Emmett ya estaba hirviendo por ella. El temor de Rosalie lo excitaba, y eso era todo. No ese tentador sonrojo en las mejillas. Ni su comportamiento virginal. Ciertamente, no el cuerpo exquisitamente curvado que recordaba, y que ahora se le revelaría de nuevo. Comprendió dolorido que no podía continuar observándola, pues si lo hacía no lograría ejecutar todo lo que se había propuesto.
La bata roja de Rosalie estaba sobre el suelo, y la camisa de mangas largas encima. Todavía tenía puesta una delgada túnica de hilo, aunque los dedos de la Joven aferraron el ruedo y se disponía ya a pasarlo sobre su propia cabeza; entonces, al fin, advirtió lo que él estaba haciendo. "Por favor, no -rogó Rosalie, pasando la mirada de la cadena que todavía sostenía con una mano a sus ojos fríos -No me opondré, lo Juro.
Él ni siquiera vaciló en su respuesta implacable. -Será lo mismo, exactamente lo mismo. Rosalie miró fijamente las cadenas que Emmett había asegurado a los postes de cada extremo del lecho, y que estaban dispuestas de tal modo que ella no podría cerrar las piernas. -Esto no es lo mismo -dijo Rosalie.
-Hay que tener en cuenta las diferencias de sexo. Yo no necesitaba mantener abiertas las piernas. Tú, sí.
Ella cerró los ojos ante la vivida imagen mental que las palabras del hombre evocaban. Ojo por ojo. Y no podía impedirlo. Ni siquiera podía rogar compasión, pues él nada sabía de tales sentimientos. Estaba fríamente decidido a hacerle aquello, y sería exactamente como ella se lo había hecho a él.
-Te demoras demasiado, mujer -advirtió en voz baja-. No fuerces todavía más mi paciencia.
Se pasó la camisola sobre la cabeza, y se instaló rápidamente en el centro de la cama: lo que fuera para terminar de una vez, de manera que aquel enfermizo miedo se disipara. Se acostó antes de que él se lo ordenase, pero tenía el cuerpo rígido como una tabla. Mantuvo cerrados los ojos, con fuerza, pero aun así podía escucharlo, y el sonido de los pasos le indicó que se había acercado a los pies de la cama
.
-Abre las piernas. -Ella gimió interiormente, pero no se atrevió a desafiarlo-, Más -agregó él, y también obedeció.
Lanzó una exclamación cuando los dedos del hombre se cerraron sobre su tobillo para inmovilizarlo hasta que el hierro frío lo sujetó. El círculo de hierro no se ajustó tanto como había sucedido con él, y el peso de la cadena gravitó sobre el arco y el talón. El otro pie muy pronto corrió la misma suerte. Emmett lanzó una maldición al ver que la cadena no se extendía lo suficiente y no llegaba a las muñecas de Rosalie. Había sido cortada de acuerdo con la estatura del propio MacCarty, que era mucho mayor que la de Rosalie.
-Parece que habrá que tener en cuenta otros aspectos.
Dijo en su tono se manifestaba claramente el desagrado. En ella alentó la esperanza de que renunciaría por completo a las cadenas Hubiera debido comprender que no existía tal posibilidad- en efecto, se retiró y regresó poco después con dos tiras de lienzo que ató a las muñecas de Rosalie, y después a las esposas de hierro. Ojo por ojo: Rosalie tuvo que escuchar el crujido de la cadena cada vez que se movía, como él lo había escuchado; tenía que sentir el peso que tiraba de sus miembros como él lo había sentido.
Probó las ataduras, y sintió un pánico abrumador. Dios mío, ¿así se había sentido él? ¿Tan impotente, tan temeroso? No, él no había sentido temor, sólo rabia. Ella deseaba experimentar un sentimiento más intenso, que la apoyase en toda aquella experiencia, pero la cólera por lo que podía hacerle era lo que menos le importaba en aquel momento. De modo que la situación no era exactamente la misma. Ella no se retorcería ni debatiría para evitar el contacto, no intentaría abrumarlo con su mirada ni arrojarlo del lecho. Sólo podía abrigar la esperanza de que esas diferencias no le importasen, y por lo tanto no lo irritaran todavía más.
Abrió los ojos sorprendida cuando él puso la mordaza entre sus labios. Había olvidado aquel detalle, pero él no. No quería escuchar sus ruegos, del mismo modo que ella no había deseado escuchar los de él, aunque las razones en cada caso no fueran las mismas. Él no sentía culpa, como ella había sentido. Estaba obteniendo su venganza. Ella sólo había intentado salvar la vida de su madre.
En los ojos de MacCarty se veía la satisfacción que sentía al verla impotente. Ella deseaba no haberlo visto, o que se hubiese quitado las ropas antes de aplicarle la mordaza. Pero la prueba de que estaba preparado, representó para ella escaso alivio. Comprobó que sólo tenía que sufrir la violación de él, y no la que proviniese de muchos otros mientras él miraba. Y ella ya sabía lo que sentiría al penetrarla. Ella podía soportarlo... era necesario que lo soportase.
"¿Me pregunto si aquí eres una virgen, como lo eras allí? -Las manos del hombre se cerraron sobre los pechos de Rosalie para subrayar lo que decía; las dos manos, y sus ojos se posaron también en el cuerpo de la Joven, para ver lo que él mismo hacia. Rosalie miró fijamente la cara de MacCarty con el fin de comprender el momento en que terminaría de jugar con ella. Eso era todo lo que estaba haciendo. No tenía necesidad de acariciarla e inducirla a consumar el acto corno ella había tenido que hacer con él. Ya estaba en condiciones físicas. Era innecesario que a ella le pasara lo mismo. Además Rosalie sentía a lo sumo el calor en las palmas de las manos del hombre, y experimentaba un sentimiento momentáneo de sorpresa cuando el contacto era suave. Pero estaba demasiado atemorizada para sentir algo más que eso.
Jugó largo rato con los pechos de Rosalie, rozando los suaves pezones, pellizcándolos y tironeándolos sucesivamente. Pero cuando terminó frunciendo el entrecejo, ella pensó que podía morirse de miedo. No sabía que aquel gesto obedecía a que no había conseguido que se le endurecieran los pezones como respuesta a las caricias; ni siquiera un poco, ni siquiera una vez. Aún estaba aterrorizada por aquella expresión de su rostro, cuando él deslizó una mano entre sus piernas. Rosalie gimió ante el intenso desagrado que sintió. -¿De modo que no quieres pasar la vergüenza que a mí me causaste? Creo que no lo lograrás, mujer.
Otra amenaza, pero ahora ella estaba demasiado aturdida, y no podía pedirle que se explicase. No tenía idea de qué era lo que tanto le desagradaba, o de la vergüenza que él deseaba infligirle. Rosalie habría hecho cualquier cosa que le exigiera, sólo para apartar de su cara aquel gesto. Pero no había nada que pudiera hacer, encadenada como estaba a la cama.
Comenzó a temblar, no tanto como cuando había creído que estaba a un paso de la muerte, pero lo suficiente como para que él lo advirtiese y se sintiera herido.
-Cierra los ojos, maldita sea. Está bien que me temas, pero no permitiré que reacciones cada vez que frunzo el ceño, por lo menos ahora. No te haré más de lo que tú me hiciste, y ya sabes cómo es, de modo que olvida tus temores. Te lo ordeno.
Estaba loco si creía que podía hacer tal cosa, por mucho que intentara tranquilizarla. De todos modos estaba loco, pues de acuerdo con sus propias palabras deseaba que le temiese, pero no ahora. ¿Qué importaba cuándo? Sin embargo él lo había ordenado. Dios santo, ¿cómo podía acatar aquella orden? Cerró los ojos. En ese sentido tenía razón: ella reaccionaba frente a la insatisfacción claramente marcada en el rostro de él. Ni siquiera el temor por ser incapaz de prever lo que le haría enseguida fue tan desagradable como ver aquella expresión en su rostro irritado. Y lo que él hizo después fue, como antes había dicho, lo mismo que ella le había hecho. Comenzó a acariciarla, y no sólo los pechos, sino todo el cuerpo.
No intentó determinar por qué él la tocaba si para su propósito eso no era necesario. Sus manos tenían un efecto calmante, y ella aceptó de buena gana el contacto como un medio de apaciguarlo. Quién sabe por qué Rosalie comenzó a aflojarse. Comenzó a sentir otras cosas, fuera del miedo: la textura de las manos masculinas, callosas pero suaves; la respiración cálida siempre que él se inclinaba; la carne de gallina cuando la tocaba en zona sensible.
Estaba tan relajada cuando su boca tocó uno de sus pechos, que sintió apenas un momento de alarma que no duró. El calor la envolvió, y sintió un brusco escozor que le endureció el pezón y envió una sensación extraña a la boca de su estómago. Esa sensación no le pareció ingrata. Le recordaba cosas que no eran desagradables y que había sentido en ocasiones cuando ella misma lo había acariciado. ¿También él sentía eso en aquel momento? ¿Lo sentía ahora?
Las caricias del hombre fueron un poco más duras ahora que había obtenido de ella la respuesta deseada. Aquello tampoco desagradó a Rosalie. De hecho, de un modo inconsciente, se arqueaba al contacto con la mano masculina, las caricias sobre los pechos, sobre el vientre, como si de pronto anhelase todo eso. Pero cuando la mano volvió a la unión de las piernas, se endureció otra vez. Sólo que ésta vez él no intentó introducirle los dedos. Simplemente continuó allí sus caricias, suavemente. Estaba tocando algo oculto en aquella región, y provocaba con ello la sensación más lánguida y deliciosa. Ella se aflojó más, olvido por qué estaba allí, olvidó quién se lo hacía. Las sensaciones eran exquisitas, y recorrían ese lugar secreto, y se entremezclaban. Ni siquiera tuvo conciencia de que él empezaba a cubrirla, y cuando sintió el órgano grueso deslizándose lenta pero fácil mente en la calidez femenina, abrió los ojos sorprendida y vio la mirada del hombre, sobre ella, tan impregnada de triunfo masculino que Rosalie se estremeció. Estaba inclinándose sobre ella con los brazos completamente extendidos, de modo que el único lugar en que la tocaba era aquél en el que estaba ocupándola. Ella no volvió la mirada hacia los cuerpos unidos. No podía apartar sus ojos de los ojos del hombre.
-Sí, ahora sabes lo que se siente cuando uno no puede controlar al cuerpo traidor -dijo él, casi ronroneando de satisfacción-. Me obligaste a desear esto, a pesar de mi furia, y por eso yo te obligaré a desearlo, a pesar de tu miedo.
Ella movió frenéticamente la cabeza, pero él se limitó a reír y la penetró aún más profundamente.
-Sí, niégalo si quieres, pero la prueba es la facilidad con que entré, y la humedad que ahora me envuelve. Eso es lo que yo quería, mujer, obligarte a aceptar, como tú me obligaste. Y la vergüenza de tu incapacidad para negarte a lo que yo quiero te invadirá cada vez que me apodere de ti.
El placer que él sentía al obtener su venganza era para ella un espectáculo tan insoportable como su cólera. Rosalie cerró de nuevo los ojos, pero fue un error. Al cerrar los ojos sintió mejor la plenitud del cuerpo masculino en la profundidad de su vientre, y aunque eso no era una experiencia nueva, antes ella nunca había estado "preparada" para él. La diferencia era indescriptible, como la del día a la noche. Cada movimiento de penetración determinaba que ella ansiara el siguiente, más duro, más profundo, más... hasta que finalmente ella gritó a pesar de la mordaza, cuando todo el placer estalló y la transportó más allá de cualquier límite que pudiera haber imaginado.
Quedó inerte y saciada, y un rato después, cuando pudo volver a pensar, se sintió tan avergonzada como él había querido que se sintiera.
Era inconcebible que la complaciera aquella tortura, que sintiera placer en manos de su enemigo, un hombre que la despreciaba absolutamente. Y entonces supo realmente lo que él había sentido, todo lo que había sentido, y lo odió porque se lo había demostrado.
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