Cautiva del griego

Autor: EllaLovesVampis
Género: + 18
Fecha Creación: 30/06/2013
Fecha Actualización: 30/06/2013
Finalizado: SI
Votos: 8
Comentarios: 6
Visitas: 43879
Capítulos: 11

Bella siempre había intentado no pensar en la noche de pasión que había pasado con Edward Cullen.Entonces, ella no era más que una muchacha tímida y rellenita y él un magnate griego, para el que ella sólo había sido una más.Lo que no sabía era que Bella se había quedado seaba lo que era suyo: su pequeño y a Bella y el único modo de conseguirlo era casándose.

AVISO:Adaptación de la novela con el mismo nombre de la autora Lynne Graham.(publicada también en FF.net por mi)

 

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Capítulo 9: Capítulo 9

—¡Deja que compruebe que no estoy soñando! —Victoria fingió cómicamente pellizcarse a sí misma mientras contemplaba con la boca abierta el contenido del maletín de piel que había abierto Bella—. ¡Una tiara de diamantes digna de una reina! Con el velo quedará impresionante.

—Con eso y con cualquier cosa —indicó Bella con la boca seca, tocando reverentemente el zafiro y los diamantes—. Pero, ¿no crees que podría resultar exagerada?

—Bella… el consumo ostentoso y ser una Cullen son algo inseparable. Los ochocientos invitados esperan mucha ostentación, y la mayoría llevará joyas.

Horas más tarde, liberada al fin de las atenciones del servicio de peluquería, esteticismo, manicura y maquillaje, Bella contempló la visión inusitada que le ofrecía su reflejo. En su interior, se sintió fascinada por su aspecto. Desde el comienzo de su vida adulta, jamás se había dejado seducir por la moda hasta el día en que se enamoró perdidamente de aquel vestido dieciochesco que aparecía en un catálogo de trajes de novia. El corsé ribeteado acentuaba su diminuta cintura y luego se abría en una maravillosa falda. Era un traje maravillosamente glamuroso, confeccionado en tafetán dorado y seda. La tiara se veía magnífica sobre sus rizos castaños, recogidos hacia atrás con un velo de finísimo encaje francés.

La iglesia, un sólido edificio de piedra, se encontraba dentro de la finca de Heyward Park. Su entrada privada, junto con el fuerte dispositivo de seguridad y la presencia de la policía, impedían que los paparazis se acercaran más allá de la carretera, situada detrás de un espeso seto.

—Admiro enormemente tu aplomo —le dijo dulcemente su prima, Kate Stanley, mientras Victoria y varios padres convencían con enorme paciencia a los pajes para que se colocasen por parejas—. Como dice mamá, nueve de cada diez mujeres amenazarían con dejar a Edward Cullen plantado ante el altar.

Bella frunció el ceño:

—¿Y por qué iba a hacer yo algo así?

Victoria se acercó a Kate Stanley y le dijo algo. La joven rubia se puso roja y se marchó muy ofendida y sin decir palabra.

—¿A qué se refería? —urgió Bella a su amiga bajando la voz.

—Quizá no pueda soportar el rumor que corre de que Edward se va a casar contigo sin firmar un acuerdo prematrimonial. O quizá sean los diamantes que llevas. Sea como sea, la envidia la corroe y tú no deberías prestarle la más mínima atención —le dijo con rotundidad.

Bella lo consideró un consejo muy acertado. El desánimo de la noche anterior había desaparecido gracias a su energía y optimismo, porque pensó que su matrimonio sería lo que ella hiciese de él. Cuando se abrieron las puertas y las notas del órgano empezaron a sonar en el vestíbulo, inspiró hondo. El aire de la iglesia estaba cargado de olor a rosas.

Edward contaba con unos nervios de acero, pero su despertar no había sido nada apacible y las cosas no habían hecho más que empeorar. Había pasado la mañana indeciso como jamás en su vida. Consciente de que sus hazañas durante la despedida de soltero aparecerían en algunos canales de televisión y varias webs de famosos, se preguntó qué iba a hacer si Bella se enteraba antes de ir a la iglesia. En tres ocasiones había decidido actuar rápidamente y ofrecerle su versión de los hechos antes que nadie, pero luego había cambiado de opinión.

—Ya ha llegado la novia —anunció en un aparte el padrino, el príncipe Jasper, asombrado del nerviosismo de su amigo y preguntándose si aquello se debía a su renuencia al matrimonio. Cierto que Bella llegaba diez minutos tarde, pero a Alice le costaba creer que Edward hubiese temido en algún momento que su futura esposa no llegara a presentarse.

Edward se giró para comprobar por sí mismo aquella información. Y allí estaba Bella, exótica y radiante con un vestido de tafetán blanco y dorado que resaltaba increíblemente su piel pálida y suave y su cabello castaño. Él quedó tan embelesado que olvidó volver a girarse de cara al altar como manda la tradición.

—¡Mami! —era Anthony, que rompió el hechizo al escurrirse como una anguila del regazo de la niñera y lanzarse disparado en dirección a Bella.

Edward se adelantó a interceptar a su hijo y lo recogió en sus brazos justo antes de que pudiese descontrolar a la novia y su séquito, provocando las risas de los invitados.

Bella centró su atención en Edward y de allí no se movió. Llevaba un frac y unos pantalones oscuros de raya diplomática, a juego con una corbata del mismo tono que su vestido. Estaba tan imponente que ninguna mujer hubiera podido evitar mirarlo. Al encontrarse con sus ojos verdes fue como si el resto del mundo, y de hecho toda la iglesia, se hubiera se esfumado de repente. No veía nada excepto a él. Una dulce y licenciosa oleada de calor la recorrió con dedos de seda.

Victoria tomó en sus brazos a Anthony, y Edward asió los dedos de Bella y se inclinó para besar la piel delicada del interior de su muñeca. Fue una caricia más que un beso, y aunque aquel contacto sólo duró un instante, envió un mensaje lleno de sensualidad a cada una de las terminaciones nerviosas de la novia y la hizo estremecer.

Ella tenía miedo de volver a mirarle durante la ceremonia por si olvidaba dónde estaba, pero podía sentir su presencia con cada fibra de su ser. Respondió con una voz clara que sonó más tranquila de lo que se sentía en realidad. Intercambiaron los anillos y sus nervios se aflojaron cuando los declararon marido y mujer. Él agarraba su mano.

—Estás increíble, hara mou —le dijo Edward con voz ronca—. Ese color está hecho para ti.

—Me aterrorizaba la idea de parecer vestida de época —susurró Bella, en un arranque de confianza—. Pero me enamoré locamente del vestido.

—Llegaste con retraso a la iglesia —Edward se agachó para recoger a Anthony, que se resistía a los intentos de su niñera por quitarlo de en medio. Cansado y harto de que todos le hicieran gracietas, el pequeño empezaba a contrariarse.

—Así es la tradición —rió Bella, conmovida y encantada con el modo en que él cuidaba intuitivamente de su hijo a pesar de que el niño ya no estaba de humor para nada—. No podía dejarte con todas esas maletas grabadas con mis iniciales de casada.

Edward descubrió que su sentido del humor no era tan saludable como de costumbre. Se imaginó todas aquellas maletas apiladas junto a los demás regalos que le había hecho, porque seguramente Bella le habría abandonado. Le molestó sentirse aún tan tenso. Un anillo de casada haría que cualquier mujer se detuviese y se lo pensara dos veces antes de hacer algo insensato o impulsivo. Ella era practicante y había hecho sus votos y promesas. Pero aun así, de pronto él se estaba preguntado en qué momento exacto el matrimonio se convertía oficial y vinculante: ¿antes o después de la consumación?

En el vehículo que los devolvía lentamente a la casa, Bella se sintió un tanto incómoda con el silencio del novio.

—¿Cómo te sientes ahora que te has «quitado todo esto de encima»? —preguntó, luchando por mantener un tono burlón, porque deseaba recibir una respuesta que aplacara sus inseguridades.

—Aliviado —admitió Edward con plena franqueza, aunque pensó que se sentiría más aliviado si el día hubiese acabado ya. Se estaba esforzando por superar el oprobio que suponía verse obligado a desplazarse en un carruaje descubierto de terciopelo azul tirado por cuatro corceles blancos que brincaban coronados por plumas celestes. Estaba aprendiendo mucho sobre las preferencias nupciales de Bella y la mayor parte eran sorprendentemente vistosas, totalmente incongruentes con los sofisticados gustos de él.

Bella pensó que, si hubiesen asistido a un acontecimiento muy serio, habría entendido que él le confesara sentirse aliviado. Al momento se regañó por su susceptibilidad. Se dice que muchos hombres odian el alboroto y la formalidad que conllevan las bodas. ¿Se estaba dejando llevar por la fantasía de su teatral vestido, la iglesia tan románticamente cubierta de rosas o la emoción del paseo en carruaje? Se echó a sí misma un severo sermón, porque una boda de ensueño no cambiaba las cosas. No significaba que Edward se fuese a transformar milagrosamente en un hombre tan enamorado de ella como ella lo estaba de él. Eso era algo utópico, y ella era una mujer práctica ¿no era así?

Cuando el carruaje se detuvo ante la casa, Edward saltó rápidamente y tomó en brazos a su esposa para ayudarla a descender, pero no volvió a dejarla en el suelo. Sus negras pestañas le cubrieron los ojos y le separó los labios con una sensual caricia de su lengua, introduciéndola en el interior de su boca con una maestría tal que la pilló totalmente desprevenida. Ella se sintió abrumada. Toda una serie de cohetes sensuales comenzó a sisear y estallarle en las venas. Sus pezones se irguieron y su interior se volvió líquido. Él la soltó lentamente, hasta que sus zapatos dorados se asentaron sobre la alfombra roja que ascendía hasta la puerta de entrada.

Con los ojos como estrellas de zafiro, Bella abrió sus labios hinchados por el amor. Estaba a punto de decir algo cuando un movimiento a un lado de Edward captó su atención. Un extraño con una cámara le indicaba que posara otra vez, y aquello la devolvió de golpe al planeta tierra. No se había percatado ni recordaba al equipo de profesionales contratados para inmortalizar su boda. Pero Edward era mucho más observador. Con un brillante sentido de la oportunidad, acababa de ofrecerles un abrazo perfectamente coreografiado que marcaba la llegada de los novios a la casa.

—Ni Lo que el viento se llevó podría superar esta escena —señaló Bella con la voz quebrada y las mejillas sonrosadas—. Bueno, me prometiste un buen espectáculo y esto casa mucho con lo que se espera de un novio.

Edward se preguntó por qué ella había desarrollado la horrible costumbre de recordar cada una de sus palabras y lanzárselas en el momento más inoportuno.

—Ésa no es la razón por la que te he besado, hara mou.

—¿Ah, no?

—Pues no —respondió Edward con concisa mordacidad.

Bella echó hacia atrás la cabeza tanto como pudo, porque no quería que se le desplazase la tiara.

—Bueno, pues yo no te creo.

—¿Por qué no dejamos que nuestros invitados disfruten solos de la fiesta y nos vamos directamente al dormitorio, mali mou? —Edward hizo aquella proposición usando el tono de voz más suave y aterciopelado que se pueda imaginar—. Estoy preparado y dispuesto. ¿Me creerías entonces? ¿Probaría eso que lo que me impulsó fue el deseo y no la intención de posar para las cámaras?

Bella lo miró aterrorizada. El corazón le latía en la garganta debido a la impresión. Él la miraba con sus ojos profundos y enigmáticos, lanzándole un desafío mezcla de picardía masculina y candente sexualidad. A ella se le secó la boca, porque supo al instante que estaba hablando en serio. De hecho, tenía la terrible sospecha de que a Edward le atraía mucho la idea de abandonar a sus invitados y toda la parafernalia preparada para entretenerles.

—Sí, lo probaría… pero… pero no creo que sea necesario ir tan lejos —murmuró apresuradamente.

—¿No? —le estaba prestando toda su atención. Ni siquiera parpadeó ante los empleados que se habían congregado al otro extremo del vestíbulo para felicitarlos, ni la larga procesión de limusinas que se detenían en la puerta para descargar a los primeros invitados.

—No —susurró ella atribulada.

Edward acarició con la yema del dedo el rubor que coloreaba el rostro de Bella.

—¿No? —inquirió con marcada intención—. ¿Ni siquiera tratándose de lo que más deseo en este momento, hara mou?

El corazón se le disparó y la respiración se le atrancó en la garganta. Él la dominaba con su mirada brillante y provocadora, haciéndole sentir un inmenso calor bajo el vientre y haciendo que sus piernas temblaran.

«¿Es que no tengo prioridad?», le había preguntado la noche antes. De pronto ella quiso otorgársela a cualquier coste.

—De acuerdo… si eso es lo que quieres… —se oyó decir transigiendo, y le costó creer que lo había hecho.

Edward se mostró sorprendido y agradecido. Al fin decía que sí. Le asombraba la enorme satisfacen que sentía. Ella era muy tradicional, muy cauta, y él supo del valor de su triunfo y su poder de atracción. Con ojos ardientes, tomó su mano y besó sus finos dedos con inusitada cortesía.

—Gracias, kardoula mou. Pero no te voy a poner en ese aprieto.

Bella se sintió decepcionada y aliviada al mismo tiempo. Pero estaba llegando la gente, había que hacer las presentaciones pertinentes y recibir la enhorabuena y felicitaciones de los invitados. Bella había asumido el papel de anfitriona además del de novia, rechazando amablemente el ofrecimiento de su tía de hacerse cargo de todo. En cuanto tuvo un momento libre, se lo dedicó a Anthony, que necesitaba un abrazo y un momento a solas con su madre antes de echarse una siesta que ya se había retrasado demasiado.

Para regresar al salón de baile, atajó por una escalera trasera, pero a medio camino se detuvo al oír un nombre y una risita que le resultó familiar.

—Claro que de estar viva Jessica… —decía su prima Kate con cierta autoridad mientras se arreglaba el pelo frente a un espejo dorado—Bella no se hubiera acercado a Edward jamás. Jessica era divina, y nunca se habría valido de un mocoso para llevarlo al altar.

—¿Crees que Bella se quedó embarazada a propósito?

—Por supuesto que sí. Seguramente fue después del funeral, se abalanzaría sobre él estando borracho o algo así… ¡porque seguro que estaba borracho o afectado por la muerte de mi hermana!

Rezando por no tener que sufrir la humillación de ser descubierta, Bella empezó a retroceder subiendo las escaleras de puntillas. Por desgracia, la voz estridente de Kate la persiguió:

—Jessica encontraba tan gracioso que Bella estuviese loca por Edward que se lo contó. Pero no creo que a mi prima le hiciese ninguna gracia si estuviese hoy aquí. ¿Viste qué tiara? ¿Has visto el tamaño de esos diamantes? ¿Y cómo lo agradece Bella? ¡Subiendo a un millonario a un carruaje hortera que parecía salido de un circo!

Bella se dirigió a la escalera principal situada al otro lado de la mansión. Sentía náuseas. ¿Es que la idea del carruaje había sido de mal gusto? ¡Qué ingenua había sido al no darse cuenta de que una boda tan precipitada iba a traer consigo cientos de comentarios desagradables! ¿Cómo podía creer alguien que había planeado su embarazo? Pero quizá esa boda podía considerarse «forzada» en el sentido de que ella había presionado a Edward con el tema de su hijo. Así que, ¿qué derecho tenía ella a mostrarse tan susceptible?

Pero algunos comentarios iban más lejos y hacían mucho más daño. ¿Se había aprovechado del sufrimiento de Edward la noche del funeral? Ambos sufrían. Pero aun así, aquella sugerencia tocaba un punto muy sensible, porque todavía se temía que la única razón por la que se habían acostado era que ella le había recordado a Jessica. ¿Y podía ser verdad que Jessica hubiese adivinado lo que sentía por Edward y se lo hubiese contado a él, convirtiéndola en objeto de sus burlas? Recordó con dolor que su prima tenía un sentido del humor bastante cruel que muchos disfrutaban y, en aquellos lejanos días de universidad, ninguno más que Edward. Se moría de vergüenza con sólo pensar que él había sabido siempre el mayor de sus secretos. Escucha conversaciones ajenas y oirás hablar mal de ti. Se preguntó quién habría inventado ese viejo dicho. Estaba totalmente destrozada.

En cuanto Bella regresó junto a Edward, éste se percató de que algo iba mal. Su alegría se había apagado, su chispa había perdido fuerza. Cuando sirvieron la comida, había perdido el apetito y se dedicó a comer con desgana y a evitar su mirada. Él se alarmó. Sabía que había sido un gran error dejarla sola aunque hubiera sido solo un momento. Alguien le había contado lo de la fiesta y estaba ofendida, pero era demasiado educada como para discutir con él en público. Mientras rumiaba la forma de controlar las secuelas de aquella situación, el atractivo de la luna de miel en Italia que había organizado empezó a caer en picado. Tenía un exquisito palacio en la Toscana y seguramente habría algún aeropuerto relativamente cerca o ciudades con un buen servicio de transportes. Aunque siempre había viajado con sus empleados, iba a resultar muy difícil ocultarles cualquier ruptura de mayor envergadura. Si Bella no se mostraba comprensiva y le perdonaba, encontraría fácilmente el modo de abandonarlo en Italia.

Pensando que seguramente se arrepentiría de haber decidido pasar la luna de miel en la Toscana, decidió llevar a su esposa directamente a su ciudad natal en la isla de Zelos. Rodeada por el mar y por un ejército de fervientes criados, Bella no podría abandonar la isla precipitadamente o sin su consentimiento. Contaría con todo el tiempo del mundo para disuadirla de tomar decisiones precipitadas o insensatas. Llamando a Alec con una inclinación de cabeza, le comunicó el cambio de planes.

Sólo entonces cayó en la cuenta de que estaba tramando encerrar prácticamente a su esposa y sintió un leve escalofrío de inquietud. Al estudiar el perfil pálido y delicado de Bella, se reafirmó en sus convicciones. «¡Mira lo que pasó la última vez que tuvo libertad para tomar sus propias decisiones! ¡Se enfrentó sola a un embarazo! El embarazo de mi hijo, que debía haber compartido conmigo desde el principio», pensó con fiereza. Si era capaz de tomar decisiones así, no es de extrañar que él sintiera la necesidad de tomar las riendas. En cualquier caso, hasta los hombres primitivos sabían que su obligación era proteger a la familia.

Cuando Bella subía a cambiarse, Alice insistió en acompañarla.

—Te debo una disculpa por juzgar mal a Edward —murmuró la hermosa joven morena de ojos jade—. Al igual que todos nosotros, ha madurado y cambiado mucho desde que estaba en la universidad.

Bella apartó a un lado sus preocupaciones y esbozó una cálida sonrisa que tranquilizase a Alice.

—¿Y qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión?

—¿Aparte del hecho de que hoy se ha mostrado encantador conmigo? Cuando veo a Edward contigo y con Anthony, veo a una persona muy distinta de aquella que recuerdo —confesó la princesa—. Y mientras que a mí me sorprendió saber que ambos erais pareja, a mi marido no le sorprendió en absoluto. Dijo que eras la única mujer que Edward buscaba cuando deseaba mantener una conversación inteligente.

Bella asintió con la cabeza, pero pensó que una conversación inteligente no era una oferta demasiado sustanciosa para uno de los mujeriegos más afamados del planeta.

—¿Te preocupa algo? —preguntó Alice con suavidad—. ¿Es ese disparate de la despedida de soltero?

Bella ocultó su mirada de sorpresa para no dejar ver que ignoraba el tema. Se concentró en ponerse un vestido rosa y turquesa, tan elegante como cómodo para viajar.

—Pues… no.

—Sabía que eras lo suficientemente prudente como para no dejar que algo así te molestase. Después de todo, los hombres siempre serán hombres, y los nuestros en concreto siempre serán objetivo de la prensa —comentó Alice irónicamente—. Jasper habría estado en ese yate con Laurent y Edward si no hubiera sido porque tuvo que sustituir a mi suegro en una reunión de gobierno.

¿El disparate de la despedida de soltero? Bella se dijo que no debía indagar más. No era asunto suyo ¿no? Había pasado tan poco tiempo desde el desafortunado malentendido con lo de Tanya Denali, que Bella no deseaba apresurarse a pensar en lo peor. En cualquier caso, ya tenía suficiente con atormentarse a sí misma con la sospecha de que Edward podía haber sabido desde siempre que ella lo amaba. No podía soportar la idea. Pensaba que si perdía el orgullo, ya no le quedaría nada.

Conforme el helicóptero giraba, Bella contempló la isla que se extendía bajo ellos porque todavía quedaba luz suficiente para contar con una buena vista. Zelos era increíblemente verde y exuberante y tenía muchísimos árboles. Estaba rodeada por largas franjas de arena dorada recortadas por el azul turquesa del mar que bañaba sus orillas. A ella le pareció paradisíaca. Vio una enorme mansión en un magnífico y aislado emplazamiento al final de la isla y, al otro extremo, un pintoresco pueblo de pescadores con una iglesia y un enorme yate atracado en el puerto. Zelos era el lugar en el que Edward se había criado y, sólo por esa razón, a ella le fascinaba la idea de conocer la isla.

Ya era de noche cuando Anthony fue recibido en la inmensa casa como si fuera un rey. Bella vio cómo Bree y su ayudante, una joven griega, acostaban al niño seguidas de cerca por el ama de llaves, las doncellas del niño y su guardaespaldas personal. Sacudió lentamente la cabeza:

—Anthony nunca volverá a estar solo, ¿no es así?

—Nosotros los griegos somos gregarios por naturaleza. Siendo niño yo pasaba mucho tiempo solo pero, al igual que yo en su día, estará vigilado por todos los habitantes de la isla. Bienvenida a tu nuevo hogar, hara mou —Edward cerró su mano sobre la de ella—. Deja que te muestre la casa.

Era tan grande como Heyward Park, ya que varias generaciones de la familia habían ido construyendo nuevas alas según sus gustos particulares. En una maravillosa habitación que se abría a una terraza cubierta de parras, Edward la abrazó con extrema delicadeza.

—Quiero que seas feliz aquí —le dijo con voz ronca.

Bella miró sus ojos verdes brillantes y sintió que su corazón se tambaleaba. Se había prometido a sí misma que no se rebajaría a preguntarle ninguna tontería. Pero de repente no pudo soportar la necesidad de conocer la verdad.

—Quiero preguntarte una cosa —dijo bruscamente.

Edward la miró interrogante.

_¿Te contó Jessica hace años que yo estaba enamorada de ti?

Era la última pregunta que Edward esperaba escuchar. Estaba preparado para una cuestión de naturaleza absolutamente distinta, de hecho, para una acusación, y aquello le desconcertó.

Bella se apartó de su relajado abrazo.

—Es verdad. ¡Te lo contó!

Edward frunció el ceño:

—No has dejado que responda a tu pregunta.

Bella se irguió cuan alta era.

—No hace falta que lo hagas. A veces te leo como un libro abierto.

A Edward no le tranquilizó nada esa afirmación. Siempre se había considerado muy hermético. Pero en una o dos ocasiones, ella le había hecho sospechar que poseía cierta intuición con respecto a él.

—Puede que Jessica mencionara una vez algo parecido —admitió él con suma tranquilidad—. Pero bueno, es algo por lo que no tienes que preocuparte.

Bella contestó con firmeza:

—No estaba preocupada.

—Ni debes pensarlo siquiera.

—Tampoco pensaba en ello. Porque ya no es cierto —le informó Bella obstinadamente, deseando sacarle de la cabeza cualquier idea parecida—. Lo superé después de aquella noche en casa de Jessica.

Él tensó los músculos bajo su bronceada piel.

—¿Por qué?

Dos años de hostilidad y sufrimiento acumulados iban invadiendo a Bella de sentimientos desbordados.

—¿Te acuerdas de cuando me pediste el desayuno? No había comida en la casa, así que, tonta de mí, salí a comprar algo.

Edward, que llevaba mucho tiempo considerando que sus recuerdos de aquella mañana eran lo suficientemente ofensivos como para olvidarse de ello para siempre, le dirigió una mirada fría e inexpresiva.

—¿Y adonde te fuiste a comprar? ¿A África?

—A un sitio más a mano. Bajé la calle en coche pero al girar para entrar en el supermercado un coche chocó conmigo por detrás. Acabé en el hospital con conmoción cerebral.

Edward la miró sin dar crédito a sus oídos.

—¿Me estás diciendo que tuviste un accidente aquella mañana?

Bella asintió con la cabeza.

—¿Y por qué demonios no me llamaste?

—Cuando recobré el conocimiento y tuve acceso a un teléfono, tú ya te habías marchado de la casa de Jessica. Decidí seguir tu ejemplo —contestó Bella con dificultad, apretándose las manos—, ¡y me curó el arrobamiento que sentía por ti, porque yo podría muy bien haberme muerto dado el enorme interés que tenías por saber lo que me ocurrió aquel día! Ni siquiera te molestaste en llamar.

Edward aún no acababa de entender, porque no salía de su asombro.

—¿Estabas herida… en el hospital?

—Sí, hasta la mañana siguiente.

Sus facciones suaves y oliváceas se tensaron, y frunció preocupado las cejas color ébano, tomando sus manos y acercándola hacia él. No apartaba los ojos de aquel rostro turbado y a la defensiva.

Theos mou, lo siento de veras. De haberlo sabido, si hubiese sospechado siquiera que no habías vuelto porque te había pasado algo, te habría buscado y habría estado allí para ayudarte. Pensé que me habías dejado.

Bella estaba desconcertada. ¿Por qué había pensado algo así? No cayó en la cuenta de que eso era algo que a él le ocurría bastante a menudo. ¿O era un comportamiento extendido entre las mujeres después de una aventura de una sola noche? No quería preguntarle, no quería regodearse en ese tema. Temía que su sensibilidad acabase siendo demasiado reveladora para un hombre tan sagaz como él.

Edward comprendió al fin por qué ella le había dicho que no le gustaba. Le sorprendió que no se le ocurriera que ella podía haber tenido un accidente, que podía haber una explicación a su desaparición. No entendía por qué su perspicaz razonamiento le había abandonado aquel día, o por qué su reacción había sido tan desproporcionada. Pero admitía las consecuencias.

—Te fallé —le dijo con gravedad—. Lo lamento muchísimo, mali mou.

A Bella le sorprendió la sinceridad que había en sus ojos. Con finos dedos, lo acarició en un gesto de consuelo lleno de todo el cariño que ella pudiese haberle negado.

—No pasa nada… tú no sabías….

Él torció en un gesto su boca grande y sensual.

—Sí que pasa. Debía haber preguntado. Podría haber estado contigo. Pero era un engreído…

—Lo sé, y no parece que vayas a cambiar –le dijo Bella en tono lastimero—. A menos que te sometas a un trasplante de ego.

Edward intentó aguantar la risa. Inclinó la cabeza reclamando la boca suave y rosada de Bella, y la besó tan apasionadamente que ella sintió que el mundo explotaba a su alrededor…

Capítulo 8: Capítulo 8 Capítulo 10: Capítulo 10

 


 


 
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