Rosalie se sintió aturdida durante lo que restó de aquel día terrible. La habían puesto sobre un caballo, las muñecas atadas, las riendas manejadas por otro, de modo que ella no necesitaba concentrar la atención en guiar al animal. El castillo de MacCarty estaba al norte. Ella lo sabía, y sabía que la llevaban allí a toda prisa.
Su escolta había sido al principio de cinco hombres, aunque eran todos caballeros, y por lo tanto era menos probable que sufriesen el ataque de bandas de ladrones, si los había en la región. Pero un sexto caballero los alcanzó en el camino con órdenes más concretas de su señor.
Rosalie alcanzó a escuchar que no debían hablar con ella, salvo para darle órdenes, que no debían dispensarle un trato especial por el mero hecho de que "parecía" ser una dama y que no debían tocarla, salvo para ayudarla a montar y desmontar, o para maniatarla bien cuando no estuviese a caballo. Al caer la noche acamparon a la vera del camino, y apenas desensillaron los caballos y encendieron fuego llegaron veinte hombres más enviados por MacCarty. A juzgar por el aspecto de los animales, habían cabalgado de firme para alcanzarlos en la oscuridad.
Vio que uno de los caballeros montaba un corcel de alzada mucho mayor los restantes. Sin embargo, cuando se acercó a la luz del fuego decidió que no era él, a menos que se hubiese quitado la armadura: aquel hombre de cabellos negros vestía sólo una vestidura y calzas de lana. En cualquier caso, ella no tenía modo de saberlo.
Aunque no estaba vestido como los restantes caballeros, y en ese nuevo grupo había sólo nueve, un escudero se llevó su caballo, exactamente como hizo con los demás. Muchos hablaban al mismo tiempo, y ella no podía entender claramente lo que decían desde el lugar en que estaba sentada, sola, apoyada contra el árbol, frente al fuego.
Ciertamente, la habían maniatado con más fuerza después de permitirle satisfacer sus necesidades naturales, y eso con un condenado guardia que estaba a lo sumo a dos metros de distancia. Ahora, tenía una cuerda alrededor de los tobillos; otra cuerda, aún más larga, le ligaba la cintura al tronco del árbol. Y le habían atado las manos a la espalda, de modo que no tenía modo de alcanzar las cuerdas que le sujetaban los pies. El hecho de que se sintiera muy incómoda no inquietaba a los guardias, y además armonizaba con la orden de MacCarty, en el sentido de que no se le concediera "un trato especial".
Cuando el recién llegado, un hombre de elevada estatura, le dirigió apenas una mirada de curiosidad, Rosalie sintió un gran alivio. No podía ser MacCarty, pues éste le habría dispensado más atención. Y un momento después confirmó esta idea, cuando oyó que el primer guardia le hablaba.
-¿El os envió, sir Jasper? No creí que fuese una prisionera tan importante.
-Cualquier prisionero es importante para él, pues de lo contrario no lo apresaría -replicó sir Jasper.
-Por supuesto -convino el otro-. Aunque me alegro de traspasar la responsabilidad a otra persona. Lord Emmett dijo fue era imperativo que llegase sana y salva a su castillo. ¿Sabéis que hizo para merecer la mazmorra?
-No me lo dijo, y no es asunto que nos concierna. Pero sentían curiosidad. Rosalie podía verlo en los ojos de todos cuando la miraban, después de formularse la pregunta. Si ellos no sabían por qué se la trataba con tanta dureza, tampoco ella podría descubrirlo muy pronto. La curiosidad de los hombres no podía ser tan intensa como la de ella misma.
Mezcladas con la curiosidad, Rosalie también advirtió expresiones admirativas en algunos, y eso le provocó inquietud. Quizá después de todo era mejor que les hubiesen ordenado abstenerse de tocarla, en vista de lo que, como Rosalie bien sabía, podían hacerles a las mujeres prisioneras. Una había sido enviada a la mazmorra por sólo un día el año anterior, en la fortaleza de Royce; la intención había sido aplicarle a lo sumo un castigo superficial. Pero el carcelero había aprovechado plenamente la ocasión mientras la muchacha estuvo allí. -Richard, ¿estás seguro de que no puede huir? Sir Jasper lo dijo con tanta sequedad que Richard se sonrojó. Lo que Jasper había visto era una cuerda alrededor de la cintura. La que ataba los pies estaba oculta bajo las faldas y la única manta que habían desplegado sobre el regazo de Rosalie.
-No oíste el tono de lord Emmett cuando la arrojó sobre mí -dijo Richard en un tono defensivo.
-No, pero tengo aquí hombres suficientes para garantizar que la prisionera esté vigilada noche y día. Emmett no dijo nada acerca de impedirle que duerma.
Sir Jasper se acercó para desatar la cuerda que aseguraba la cintura de Rosalie. También volvió a atarle las muñecas, pero por delante. Ella se lo agradeció cuando terminó, pero Jasper no indicó que la hubiese escuchado, no la miró a los ojos. Y después se olvidaron de ella. Los hombres se pusieron a comer y finalmente se acomodaron para pasar la noche.
Más tarde, uno de los escuderos le trajo un pedazo de pan y un trozo de queso mohoso, con un Jarro de agua. Ella no tenía apetito y era probable que enfermase si intentaba comer, pero se sintió agradecida por el agua. No se molestó en decirlo. "si ellos no le hablaban, ¿por qué ella tenía que hablarles?
Hubiera- deseado no haber adquirido una conciencia tan cabal de su difícil situación como la que tenía desde la llegada Sir Jasper. Había sido mucho más fácil afrontar la situación cuando su mente no tenía conocimiento de todas las consecuencias.
Ahora, sabía el nombre del señor, el individuo que la enviaba a la mazmorra. Rosalie había escuchado antes el nombre. Su mazmorra... Dios todopoderoso ¡una mazmorra! No era un sueño. Una mazmorra. Y al paso que llevaban, estaría allí por la mañana.
Seguramente él la conocía, y sabía que Rosalie era la legítima dueña de tres de las propiedades que poco antes se habían rendido ante él. Pero, ¿cómo podía saberlo? Nunca lo había visto, jamás antes se habían encontrado. Quizá sencillamente él había oído decir que Rosalie tenía que casarse con Aro Vulturi y en efecto, ella le había dado su nuevo apellido. Si no era así, ¿acaso existía otra razón para arrojarla a una mazmorra? La gente moría en esas mazmorras, a causa del abandono, los alimentos contaminados, o por cualquier otra razón. Si ella moría, no podría reclamar sus propiedades... y tampoco lo haría Royce.
Ah, Dios mío, entonces su encarcelamiento no sería provisional. MacCarty deseaba que muriese, no quería sólo asesinarla con sus propias manos. Rosalie no veía la diferencia, pero eso tan sólo era importante para él.
Hubiera deseado no ser una heredera. Haber sido una sierva inferior, sin ninguna posesión que los hombres pudieran codiciar. Tures y todo lo que esa fortaleza representaba no le habían aportado más que sufrimiento desde que los d'King habían decidido matar al padre de Rosalie para apoderarse de la propiedad.
Aquella noche durmió poco, pero al día siguiente no sintió fatiga. Su ansiedad no daba paz a su mente. Y el día pasó de prisa, lo mismo que los kilómetros del trayecto.
Llegaron a la enorme fortaleza de MacCarty cuando ya se ponía el sol ¿No había creído sólo cuatro días antes que estaba entrando en el infierno? Sabía que aquello sería mucho peor, la guarida del dragón flamígero del norte.
Era una fortaleza inquebrantable, similar al castillo de Tures. Pero mientras Tures a lo sumo se elevaba hacia el cielo con una torre de cinco pisos de altura, esta se extendía sobre la tierra. Las paredes a ambos costados eran muy gruesas, y estaban protegidas por profundos fosos.
El patio externo era casi como un pueblo. Contenía tantos edificios, incluso un nuevo salón en construcción, cuya altura alcanzaría los dos pisos. Sin embargo, todavía se realizaban muchos ejercicios de armas en el patio interior, pues disponía de considerable espacio.
La torre de piedra se elevaba cuatro pisos, aunque era más grande de lo normal. Rosalie pronto comprobó que había otro nivel excavado por debajo. Después de pasar por una trampilla que comunicaba con el subsuelo, la mazmorra era otro agregado de lord Emmett a su castillo.
La escalera descendía hasta la pequeña sala de guardia de paredes de piedra y piso de madera, que ahora estaba vacía. La celda que estaba al fondo era la más espaciosa, aunque Rosalie no lo habría adivinado, pues era un cuadrado de tan sólo unos dos metros cincuenta por dos metros cincuenta. El suelo era de tierra apisonada, las paredes de piedra, el techo una reja de hierro similar a un rastrillo, con el piso de madera del subsuelo encima.
La celda estaba completamente vacía, y en ella no había ni siquiera una tela vieja sobre la que acostarse. No hacía frío pues era verano, pero había una corriente de aire que pasaba a través de las tablas del piso superior. Rosalie miró fijamente la celda pequeña y vacía a la luz de la antorcha, e hizo un esfuerzo para evitar el llanto.
El propio sir Jasper la llevó allí. No dijo una palabra mientras le quitaba las cuerdas de las muñecas, pero fruncía el entrecejo. Cuando sus ojos encontraron los de Rosalie, al terminar de desatarla, ella tuvo la certeza de que quería hablarle. Pero la orden de su señor le frenaba la lengua: era hombre que cumplía las órdenes hasta el más mínimo detalle. Cuando se volvió para salir, ordenó al hombre que sostenía la antorcha: -Deja eso y dile al carcelero que traiga un Jergón y todo lo que sea necesario.
Hasta que se cerró la puerta ella no había advertido que en aquel terrible lugar estaría completamente a oscuras. De todos modos, guardó silencio. Aguzó el oído para escuchar los pasos que se alejaban, pero el sonido no duró mucho. Después, oyó el movimiento de las ratas que cruzaban el piso, sobre su cabeza.
Ahí comprendió que estaba en dificultades cuando el carcelero apareció con sólo dos mantas delgadas y un oxidado recipiente de agua. El carcelero era un hombre corpulento, de mediana edad, con los cabellos castaños en desorden, los ojos acuosos, y un hedor en su persona que casi provocó el vómito de Rosalie. Al verla por primera vez se había sentido sorprendido, pero la sorpresa duró apenas un momento, y después el hombre ni siquiera intentó ocultar el placer que le producía contemplarla. Se sentía tan complacido, que estaba a un paso de echarse a reír mientras explicaba la rutina que seguía, y a la que ella tendría que ajustarse.
Le traería comida una sola vez por día, y ya había perdido el alimento de aquel día, de modo que tendría que esperar al siguiente, y si quería algo mejor que pan mohoso y agua, tendría que pensar en un modo de pagarlo. La fina túnica que Rosalie vestía podía permitirle obtener un poco de mantequilla y queso durante una quincena, pero después... Tendría que hacer sus necesidades en una esquina del calabozo, y podía conseguir o no que uno de los peones del establo limpiase el lugar una vez por semana. No dispondría de agua para bañarse. El no era un lacayo y se negaba a traer cubos de agua desde el pozo, a pesar de que estaba muy cerca. No debía darle motivos de queja, porque si lo hacía, quizá se olvidase de alimentarla. Si deseaba algo mejor, incluso otra antorcha, tenía que pagarlo.
Rosalie consiguió que durante ese recitado, el horror no se expresara en su rostro. Sabía qué clase de pago deseaba aquel hombre. Se manifestaba en sus ojos, que se posaban insistentes el busto y las caderas de la joven. Ella podía afirmar en aquel momento que jamás tocaría el cuerpo de aquel cerdo maloliente, pero, ¿cómo se sentiría un mes más tarde? ¿Incluso semana? No había comido la noche anterior, ni durante ese día ya sentía cierta debilidad junto con los retortijones del hambre. ¿Y la antorcha? ¿Tendría que estar sepultada permanentemente en la oscuridad de aquella tumba, deseando ansiosa las visitas del hombre maloliente, sólo porque él podía traer consigo una luz?
No podría haber hablado, aunque lo hubiese intentado, pero al carcelero no le desagradó el silencio de Rosalie. Incluso sonrió un momento antes de retirarse. Apenas se cerró la puerta, ella se sentó sobre las mantas y lloró. Su antorcha duraría apenas unas horas, después... En realidad no le importaba la oscuridad, pero nunca la había soportado sin disponer de los medios para obtener luz, y nunca en un lugar como aquel, con la proximidad de las ratas.
Se sentía tan dolorida, que al principio no alcanzó a escuchar la agria discusión que dos hombres mantenían en la sala de guardia. Fue una discusión breve, y alcanzó a escuchar claramente la última frase: -¡Márchate!
Unos momentos más tarde, se estremeció al notar que alguien abría de nuevo la puerta de la mazmorra. No era el carcelero, sino un hombre que llegó con un conjunto de velas, y las depositó en el centro de la celda. Era un poco mayor, y la sorpresa que manifestó al ver por primera vez a Rosalie duró mucho más. Después, examinó lo que ella tenía en el calabozo, y maldijo en alta voz.
-Ese canalla, apuesto a que tampoco te ha traído comida, ¿eh?
Rosalie parpadeó, y después negó lentamente con la cabeza.
-Sí, es lo que yo creía. Y ahora el canalla dice que quiere continuar en este puesto. ¡Lo desea! Lo odia, y con mucha razón, pero ahora comprendo por qué cambió de idea. Eres una muchacha realmente hermosa Sin duda lord Emmett te cree culpable de un crimen muy perverso puesto que te ha encerrado aquí, pero estoy seguro de que las cosas se aclarará cuando él regrese.
Rosalie lo miró fijamente. No sabía qué pensar acerca dé aquel hombre y su discurso. Ciertamente, estaba indignado, pero ella no sabía muy bien por qué.
No la atemorizaba como había sucedido con el otro Si había mucha bondad en sus ojos celestes, y ella sintió deseos de llorar otra vez.
Seguramente él lo advirtió, pues dijo con voz hosca
-Vamos, vamos, nada de eso. Seguramente el tiempo que estés con nosotros no será tan desagradable. Este lugar es deplorable para encerrar a una dama, pero pese a todo es bastante íntimo, y yo me ocuparé de alegrarlo para ti.
¿Alegrar una mazmorra? No pudo evitar una sonrisa al concebir un pensamiento tan absurdo. -¿Quién eres? -preguntó Rosalie. -Me llaman John Giffard. -Entonces, ¿también eres un carcelero? -Sólo cuando es necesario, lo cual no sucede a menudo. Pero me apartaron de mi retiro, junto al fuego, para decirme que debo atenderte. La orden ha llegado un poco tarde, aunque es mejor tarde que nunca. Ese canalla no te lastimó, ¿verdad? Ella casi preguntó: ¿Qué canalla?
Pero advirtió a tiempo que se refería al otro carcelero. -No, no me tocó. Pero entiendo que la orden de tu señor es que nadie me toque, ni para bien ni para mal, y que no se me hable. ¿No te dijeron que no debes hablarme?
-No, nadie me dijo tal cosa, y aunque me lo dijesen no me importaría. Hago lo que quiero, y siempre lo haré, aunque tengo unos cuantos latigazos en la espalda de una vez en que intentaron convencerme de lo contrario.
Ella experimentó una reacción de cólera por simpatía hacia aquel hombre. -¿Quién te castigó?
-Eso no importa. -El hombre sonrió-. No te preocupes. Fue hace mucho tiempo, y la causa estuvo en mi propia, obstinación. Ahora, veamos qué puedo traerte a una hora tan tardía
Le trajo cuatro manzanas recién cortadas, y con eso ella satisfizo su apetito. También trajo un armazón de madera y un colchón con varias mantas gruesas. Descubrió también una vieja alfombra que cubrió casi todo el espacio del piso. Otro viaje le permitió traer un cajón para fijar las velas, y una caja con más velas, de modo que ya no necesitó preocuparse por la oscuridad. También trajo un orinal, un cubo de agua con lienzos para lavarse, y agua fría y fresca para beber.
John Giffard era un verdadero regalo del cielo. Convirtió la mazmorra en una habitación que era, si no agradable, por lo menos mas cómoda. Le traía dos abundantes comidas diarias, con alimentos que eran apropiados para la mesa de un noble. Le suministraba abundante agua potable, además de agua para lavarse. Le trajo aguja e hilo para mantener atareadas las manos y la mente. Pasaba una parte bastante considerable del tiempo todos los días murmurando acerca de esto y aquello, la mayoría de las veces sobre cosas superficiales y triviales. A él sencillamente le encantaba hablar, y a Rosalie le agradaba escucharlo.
Sabía que debía agradecer a sir Jasper la presencia de John Giffard. Seguramente sir Jasper sabía cómo era el otro carcelero, y también que éste tenía un corazón bueno y humano.
Los días se convirtieron en una semana, después en dos y después en tres. Cuando Rosalie al fin advirtió que había llegado el momento de su flujo mensual y que ese día había pasado sin novedades, se sentó sobre su colchón y se echó a reír histéricamente. De hecho, el plan de Royce había tenido éxito había quedado embarazada del condenado bruto en sólo tres noches de esfuerzo. Pero Kirkburough había desaparecido. Desde el camino ellos se habían detenido para observar la nube de humo que se elevaba sobre las copas de lo árboles, al incendiarse todas las construcciones de madera No quedaba nada que pudiera entregarse a un niño; un niño concebido precisamente con ese propósito, ahora totalmente inútil.
Después de la risa nerviosa llegaron las lágrimas, un verdadero río de lágrimas mezcladas con autocompasión. ¿Qué había hecho ella para merecer un destino tan triste? ¿Qué sucedería cuando Emmett regresara a su castillo?
Sin duda separarían de ella a John Giffard, y le quitarían todas las comodidades que él le había suministrado. Volvería el otro carcelero, o alguien parecido a él. ¿Y de Emmett se preocuparía porque ella estuviera embarazada? No, aquel hombre deseaba verla muerta. Rosalie no creía que rogarle al menos por la vida del niño sirviese de nada. El no había codiciado Kirkburough. Lo había destruido, de modo que no le importaría el destino del niño si ella le decía que era el heredero de Aro. Además, el niño también era hijo de Rosalie, y el propósito de Emmett al desembarazarse de ella se vería frustrado si la joven dejaba un heredero de todo lo que le pertenecía.
No tendría que preocuparse por dar a luz en una mazmorra. No se le permitiría vivir tanto... salvo que MacCarty no regresara. ¿Y acaso su guerra con Royce, que aún tenía el ejército de Aro, no lo mantendría alejado mucho tiempo? SÍ ella podía tener al niño antes de que MacCarty se enterase, estaba segura de que podría convencer a John Giffard de que le buscase un hogar.
Rosalie no podía definir muy bien cuándo el niño había comenzado a convertirse en su principal preocupación. Tal vez había sido concebido con una finalidad perversa, tal vez había perdido su utilidad, pero ella no consideró ninguno de estos aspectos. Era su hijo. No le importaba que el padre fuese un patán corpulento que siempre había odiado a Rosalie. Ese padre...
Disponía de mucho tiempo para pensar en aquella mazmorra, y con mucha frecuencia sus recuerdos volvían al sustituto de Aro. No le agradaba, pero al parecer no podía controlarlo, si cerraba los ojos, aún podía verlo extendido ante ella, con el cuerpo tan impresionante. Aún podía recordar lo que había sentido gracias a él, aquella fuerza intensa que provenía, su posibilidad de controlar su cuerpo, por mucho que él luchase contra el dominio de Rosalie.
No había mentido cuando le dijo que se alegraba de que hubiese sido él. No le había gustado poseerlo, pero después del sufrimiento inicial, no había sido ingrato tocarlo o saborearlo. El no le provocaba repulsión, no le provocaba náuseas, pues olía a limpio, y era muy atractivo para la mirada, excepto por aquellos ojos que la odiaban con tanta pasión. Antes de hablarle por primera vez, sin embargo, Rosalie había visto dulzura en ellos: aquellos ojos habían hecho que pareciese muy apuesto a pesar de la mordaza que deformaba su boca.
No oyó llegar a John hasta que la puerta se abrió con el crujido acostumbrado y la arrancó de sus pensamientos. Esta vez el hombre no exhibía su acostumbrada y amable sonrisa, y parecía perturbado por algo. De pronto... -Lady Rosalie, ¿estás embarazada?
Ella le miró asombrada. No había sentido náuseas por la mañana, como les sucedía a algunas mujeres, y su busto no se había agrandado aún en lo más mínimo.
-¿Cómo lo supiste?
-Entonces, ¿es así? -Sí, pero cómo...
-Yo no lo había pensado, pero mi señor preguntó si habías tenido tus... en fin... tu período femenino, y yo me di cuenta de que no me pediste... más lienzos. ¿Por qué no me lo dijiste?
-Acabo de saberlo. Pero, ¿qué significa eso de que tu señor preguntó? ¿Cuándo preguntó?
Rosalie perdió el color que había mantenido en aquella habitación sin sol.
-¿Ha regresado?
-Sí, y ahora debo llevarte ante él.
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