El Amor Más Allá Del Tiempo, Rubí

Autor: Bella_Paula.Swan
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 10/06/2013
Fecha Actualización: 20/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 10
Visitas: 22997
Capítulos: 16

De repente la calle comenzó a desaparecer frente a mí. Poco después reapareció, pero todo era diferente. Había vuelto al pasado. Me llamo Bella Swan y soy la última viajera del tiempo. Así empieza la aventura de mi vida... Pasen les juro que no se van a arrepentir :D


HOLA! Bueno aqui les dejo esta nueva historia, pero antes debo aclarar que la historia no me pertenece, este fic esta basado en la trilogia de Rubi (Rubi, Zafiro, Esmeralda) de Kerstin Gier, yo solo jugue con los personajes de crepúsculo y Wuala este es el reultado, dejenme saber si les gusta o no para segui publicando, pero dejenme aclarae que esta primera parte (Me refiero al primer libro ya que son tres) no se ve mucho el romance de los protagonistas, ya que el ellos empiezan a hablarse mas es en el tercer libro...Pero eso no quiere decir que no vamos a ver nada de nada, no señorit@s este libro tiene su sorpresita al final :D

 

Espero sus comentarios xoxoxoxox

 

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Capítulo 8: Capítulo VI

Los Personajes Pertenecen a Stephanie Meyer, La Historia Es De Kerstin Gier


Capítulo VI

Ópalo y Ámbar forman el primer par,

Ágata canta en sí, del lobo el avatar,

Dueto —Solutio!— con Aguamarina.

Siguen poderosas la Esmeralda y la Citrina,

Los gemelos Cornalina en Escorpión,

Y Jade, el número 8, digestión.

En mi mayor: negra Turmalina,

Zafiro en fa se ilumina.

Y casi al mismo tiempo el Diamante,

11 y 7, del León rampante.

¡Projectio llega! Fluye el tiempo,

Y Rubí constituye el final y el comienzo.

De los Escritos secretos

Del conde Aro Vulturi

No. No podía haber sido yo. Yo nunca había besado a un chico. Bueno, prácticamente nunca. En cualquier caso, no así. Estaba ese Diego del curso superior al nuestro con el que había salido el verano anterior, exactamente dos semanas y medio día; no tanto porque estuviera enamorada de él como porque era el mejor amigo de Riley, el novio de Alice en esa época, y de algún modo todo encajaba bien.

Pero Diego no estaba especialmente interesado en los besos, sino que concentraba todos sus esfuerzos en hacerme chupetones en el cuello, mientras trataba de meter distraídamente la mano debajo de mi camiseta. Con treinta grados a la sombra, tenía que ir continuamente con pañuelos en el cuello, y me pasaba todo el día ocupada exclusivamente en apartar las manos de Diego (sobre todo, en la oscuridad del cine, donde le crecían como a un pulpo). Después de dos semanas habíamos roto nuestra "relación" de mutuo acuerdo. Para Diego, yo era "demasiado inmadura", y para mí, Diego era demasiado… Hummm… pegajoso.

Aparte de él, solo había besado a Mike en la excursión con la clase a la isla de Wight, pero ese beso no contaba, porque a) era parte de un juego llamado Verdad o Beso (yo había dicho la verdad, pero Mike había insistido en que era mentira), y b) no había sido en absoluto un auténtico beso. ,Mike ni siquiera se había sacado el chicle de la boca.

De modo que, con excepción del "affaire de los chupetones" (como lo llamaba Alice) y el beso de menta de Mike, seguía totalmente "in-besada". Y posiblemente también "inmadura", como decía Diego. A mis dieciséis años y medio, era consciente de que iba atrasada; pero Alice, que había salido con Riley durante todo un año, opinaba que el besar, en general, estaba sobrevalorado. Decía que tal vez solo era cuestión de mala suerte, pero que los chicos a los que había besado hasta el momento definitivamente no le habían cogido el truco al asunto. Alice decía que en realidad debería haber una asignatura llamada «Besar», preferiblemente en lugar de la religión, que de todos modos nadie necesitaba.

Hablábamos bastante a menudo de cómo tenía que ser el beso perfecto, y había un montón de películas que veíamos una y otra vez solo por sus escenas de besos fantásticas.

—Ah, señorita Isabella, ¿Desea hablar conmigo hoy, o tal vez prefiere ignorarme de nuevo?

Laurent me había visto salir de la clase de la señora Victoria y se acercó a mí.

— ¿Qué hora es?

Miré a mí alrededor buscando a Alice.

— ¿Acaso soy un reloj de pared? — Laurent me miró ofendido—. Debería conocerme lo suficiente para saber que el tiempo no tiene ninguna importancia en mi existencia.

—Cuánta razón tiene.

Doblé la esquina para echar una ojeada al gran reloj que había al extremo del pasillo. Laurent me siguió.

—Solo he estado fuera veinte minutos —Puntualicé.

— ¿Fuera de dónde?

— ¡Imagínate, Laurent, creo que he estado en tu casa! Muy bonito todo, de verdad. Mucho oro. Y la luz de las velas… Muy acogedor.

—Sí, no tan triste y falto de gusto como aquí —Convino Laurent, e hizo un gesto con la mano que abarcó todo el pasillo, en el que predominaba abrumadoramente el color Gris. De pronto Laurent me dio mucha pena. No era mucho mayor que yo, y ya estaba muerto.

— Laurent, ¿Ya has besado alguna vez a una chica? —Le pregunté.

— ¿Cómo dice?

— ¿Si has besado alguna vez?

—No es correcto hablar de este modo, señorita Isabella.

— ¿De modo que no has besado nunca?

—Soy un hombre —Dijo Laurent.

— ¿Qué clase de respuesta es esa? —Se me escapó la risa al ver la cara de indignación que había puesto—. ¿Sabes cuándo naciste en realidad, Laurent?

— ¿Quieres ofenderme? Naturalmente que conozco la fecha de mi propio nacimiento. Es el 31 de marzo.

— ¿De qué año?

—De 1762. — Laurent sacó pecho con aire retador—. Hace tres semanas cumplí los veintiuno. Celebré una gran fiesta con mis amigos en el White-Club y mi padre, en honor a la ocasión, pagó todas mis deudas de juego y me regaló una preciosa yegua para la caza del zorro. Y luego me dio esa estúpida fiebre y tuve que acostarme, solo para luego descubrir al despertar que todo había cambiado y encontrarme ante una chiquilla impertinente que dice que soy un fantasma.

—Lo siento —Murmuré—. Seguramente moriste por la fiebre.

— ¡Qué tontería! Solo era un ligero malestar —Señaló Laurent, pero su mirada reflejaba inseguridad—. El doctor Barrow afirmó que era poco probable que me hubiera infectado de viruela en casa de lord Stanhope.

—Hummm… —Musité. Tendría que buscar «viruela» en Google.

— ¿«Hummm»? ¿Qué significa «Hummm»?

Laurent me miraba irritado.

— ¡Oh, por fin estás aquí! —Alice vino corriendo desde los lavabos de las chicas y me saltó al cuello—. Estaba muerta de angustia, ¿Sabes?

—No me ha pasado nada. Al volver fui a parar a la clase de la señora Victoria, pero estaba vacía.

—Se han ido a hacer una visita al observatorio de Greenwich —Aclaró Alice—. ¡Oh, Dios mío, qué contenta estoy de verte! Le dije al señor James que estabas en el lavabo sacando hasta la última papilla. Y me dijo que volviera para apartarte el pelo de la cara.

—Repugnante —Dijo Laurent, tapándose la nariz con el pañuelo—. Dile a la pecosa que una dama nunca habla de esas cosas.

Dejé de prestarle atención.

—Alice… pasó una cosa muy rara allí… Algo que no puedo explicarme.

—No me extraña nada. — Alice me puso el móvil ante las narices—. Lo he cogido de tu taquilla y ahora llamarás inmediatamente a tu madre.

— Alice, está en el trabajo. No puedo…

— ¡Llámala! Ya has saltado tres veces en el tiempo y la última vez he podido comprobarlo con mis propios ojos. ¡De repente has desaparecido sin más! ¡Ha sido realmente alucinante! Por favor, tienes que explicárselo enseguida a tu madre para que no te pase nada.

¿Eran imaginaciones mías o realmente Alice tenía lágrimas en los ojos?

—La pecosa está melodramática hoy —Observó Laurent. Cogí el móvil e inspiré hondo.

—Por favor —Suplicó Alice.

Mi madre trabajaba como administrativa en el Bartholomew's Hospital. Marqué el número directo y miré a Alice, que asintió y esbozó una sonrisa.

— ¿Bella? —Mamá debía de haber reconocido mi número de móvil en la pantalla. Su voz sonaba preocupada. Nunca antes la había llamado al trabajo desde la escuela—. ¿Te pasa algo?

—Mamá… no me encuentro bien.

— ¿Estás enferma?

—No lo sé.

—Tal vez has cogido esa gripe que tiene todo el mundo. Mira, ahora te irás a casa y te meterás en la cama, y yo intentaré salir antes del trabajo. Entonces te exprimiré un zumo de naranja y te prepararé compresas calientes para el cuello.

—Mamá, no es la gripe. Es peor. Yo…

—Quizá es la viruela —Propuso Laurent. Alice me dirigió una mirada de ánimo.

— ¡Adelante! —Susurró Alice —. ¡Díselo ya!

— ¿Cariño? —Respiré hondo.

—Mamá, creo que soy como Tanya. Acabo de estar… no tengo ni idea de cuándo. Y esta noche también…, en realidad ya empezó ayer. Quería decírtelo, pero tuve miedo de que no me creyeras. —Mi madre calló.

— ¿Mamá? —Miré a Alice.

—No me cree.

—No haces más que balbucir frases incomprensibles — susurró Alice —. Venga, prueba otra vez.

Pero no hizo falta.

—Quédate donde estás —Dijo mi madre en un tono de voz completamente distinto—. Espérame en la puerta de la escuela. Cogeré un taxi y estaré ahí tan pronto como pueda.

—Pero… —Mamá ya había colgado.

—Tendrás problemas con el señor James —Dije.

—Tanto da —Respondió Alice—. Esperaré hasta que llegue tu madre. No te preocupes por la ardilla. Lo tengo todo controlado.

— ¿Qué he hecho, Alice?

—Has hecho lo correcto —Me aseguró mi amiga.

Yo ya la había informado en detalle de mi breve viaje al pasado, y Alice opinaba que la chica que tenía el mismo aspecto que yo podía haber sido una antepasada mía. En mi opinión, era imposible que dos personas se parecieran tanto, a no ser que fueran gemelos univitelinos. Alice opinaba que esa teoría también era digna de tenerse en consideración.

— ¡Claro! Como en Tú a Boston y yo a California — indicó—. Cuando pueda, alquilaré el DVD.

Me entraron ganas de llorar. ¿Cuándo podríamos volver a ver Alice y yo tranquilamente un DVD? El taxi llegó antes de lo que había pensado. Paró ante el portal de la escuela y mi madre abrió la puerta del coche.

—Sube —Dijo. Alice me apretó la mano. —Mucha suerte. Llámame cuando puedas. — Yo estaba a punto de echarme a llorar.

— Alice … ¡Gracias!

—De nada —Respondió Alice, que también se esforzaba en contener las lágrimas. (Cuando veíamos películas también llorábamos siempre juntas en las mismas escenas.)

Subí al taxi con mamá. Me hubiera gustado abrazarla, pero ponía una cara tan rara que renuncié a hacerlo.

—Temple —Le dijo al taxista. El vidrio que separaba el asiento trasero de la cabina del conductor subió y el taxi arrancó.

— ¿Estás enfadada conmigo? —Pregunté.

—No. Claro que no, cariño. No es culpa tuya.

— ¡Totalmente cierto! El culpable es ese estúpido de Newton… —Dije tratando de bromear, pero mamá no estaba de humor para bromas.

—No, él no tiene la culpa. Si hay culpable, esa soy yo.

Confiaba en que no tuviéramos que pasar por esto. La miré con los ojos abiertos de par en par.

— ¿Qué quieres decir?

—Yo… pensaba… esperaba… no quería que tú… — Lo de tartamudear no era nada propio de ella. Parecía tensa y nunca la había visto tan seria desde la muerte de papá—. No quería reconocerlo. Todo el tiempo he estado esperando que fuera Tanya.

— ¡Todos lo creían! A nadie se le podía ocurrir que Newton se hubiera equivocado. Seguro que a la abuela le dará un ataque.

El taxi se unió al denso tráfico de Piccadilly.

—Olvídate de tu abuela ahora —Dijo mamá—. ¿Cuándo pasó por primera vez?

— ¡Ayer! De camino a Selfridges.

— ¿Y a qué hora?

—Debían de ser poco después de las tres. No sabía qué debía hacer, de modo que volví a casa y llamé a la puerta. Pero antes de que pudieran abrirme volví a saltar de vuelta. La segunda vez ha sido esta noche. Me escondí en un armario, pero había alguien durmiendo dentro, un criado, que, por cierto, se puso bastante histérico. Me persiguió por toda la casa, y todos me buscaban porque pensaban que era una ladrona. Gracias a Dios, volví a saltar antes de que pudieran encontrarme. Y la tercera vez ha sido hace un momento. En la escuela. Esta vez debí de saltar aún más atrás, porque la gente llevaba peluca… ¡Mamá, si esto me va a pasar cada pocas horas, nunca podré llevar una vida normal! Y todo porque ese maldito Newton…

Yo misma me daba cuenta de que la broma iba perdiendo gracia de tanto utilizarla.

— ¡Tendrías que habérmelo dicho antes! —Me advirtió mamá acariciándome la cabeza—. ¡Habría podido pasarte cualquier cosa!

—Quería explicártelo, pero entonces me dijiste que el problema era que todos teníamos demasiada imaginación.

—Pero yo no quería decir que… No estabas en absoluto preparada para esto. Lo siento tanto…

— ¡No es culpa tuya, mamá! Nadie podía saberlo.

—Yo lo sabía —Aseguró mamá, y después de un incómodo silencio añadió—: Naciste el mismo día que Tanya.

— ¡No, no fue el mismo día! Mi cumpleaños es el 8 de octubre, y el suyo es el 7.

—Tú también naciste el 7 de octubre, Bella.

No podía creer que estuviera diciendo aquello. Me quedé petrificada mirándola, incapaz de decir nada.

—Mentí sobre la fecha de tu nacimiento —Continuó mamá—. No fue difícil. Naciste en casa, y la comadrona que tenía que redactar el certificado de nacimiento se mostró comprensiva con nosotros e hizo lo que le pedíamos.

—Pero ¿Por qué?

—Solo queríamos protegerte, cariño.

No entendía lo que quería decir.

— ¿Protegerme de qué, si al final ha pasado?

—Nosotros… yo quería que tuvieras una infancia normal. Una infancia libre de preocupaciones —Me explicó mirándome a los ojos—. Y existía la posibilidad de que no hubieras heredado el gen.

— ¿A pesar de haber nacido en la fecha calculada por Newton?

—Como suele decirse, la esperanza es lo último que se pierde —Dijo mamá—. Y deja ya de hablar de Isaac Newton, que solo es una más de las muchas personas que se ocuparon de este tema. Este asunto es mucho más importante de lo que puedas imaginar. Mucho más antiguo y trascendental, y también mucho más peligroso. Por eso quería mantenerte apartada de él.

—Pero ¿De qué querías mantenerme apartada? — Mamá suspiró.

—Tendría que haber comprendido que era estúpido por mi parte. Por favor, perdóname.

— ¡Mamá! —Estaba tan excitada que casi solté un gallo —. No tengo ni idea de qué estás hablando. —Sus explicaciones solo habían servido para que mi confusión y mi desesperación aumentaran un poco más con cada frase —. Solo sé que me pasa algo que no debería pasar en absoluto. ¡Y que me ataca los nervios! Cada pocas horas siento vértigo y luego salto a otra época. ¡No tengo ni idea de qué debo hacer contra eso!

—Por eso vamos a verles ahora —Explicó mamá.

Era consciente de que mi desesperación le hacía daño, porque nunca la había visto tan preocupada como en ese momento.

— ¿A quién vamos a ver?

—A los Vigilantes —Contestó mi madre—. Una antiquísima sociedad secreta, conocida también como la Logia del Conde Aro Vulturi. —Miró por la ventana —. Enseguida llegaremos.

— ¡¿Una sociedad secreta?! ¿Quieres dejarme en manos de una turbia secta? ¡Mamá!

—No es ninguna secta, aunque algo turbios sí son. — Mamá respiró hondo y cerró los ojos un momento—. Tu abuelo fue miembro de esta logia —Continuó—.. Como antes lo había sido su padre y antes su abuelo. También Isaac Newton era miembro, igual que Tanner, Masen, Biers, Yorkie, Crowley, y naturalmente todos los Cullen, y muchísimos otros… Tu abuela afirma que también Churchill y Einstein fueron miembros de la logia. La mayoría de esos nombres no me sonaban de nada.

—Pero ¿Qué hacen exactamente?

—Bien… pues… —Balbució mamá—. Se interesan por mitos antiquísimos. Y por el tiempo. Y por las personas como tú.

— ¿Tantos hay como yo?

Mamá sacudió la cabeza.

—Solo doce. Y la mayoría hace tiempo que murieron. El taxi se detuvo y el vidrio de separación bajó. Mamá tendió al conductor unas libras.

—Ya está bien —Dijo.

— ¿Qué venimos a hacer preciSamente aquí? —Dije parada en la acera, mientras el taxi volvía a ponerse en marcha.

Habíamos circulado a lo largo del Strand, hasta poco antes de la entrada a Fleet Street. A nuestro alrededor resonaba el estruendo del tráfico y la masa de gente que se movía por las aceras. Los cafés y los restaurantes de enfrente estaban llenos a reventar. Dos autobuses turísticos de dos pisos estaban parados al borde de la calzada y los turistas del piso descubierto fotografiaban el complejo monumental del Royal Court of Justice.

—Girando ahí delante, entre las casas, se entra en el barrio de Temple —Indicó mamá apartándome los cabellos de la cara.

Miré hacia el estrecho pasaje peatonal que me señalaba. No recordaba haber pasado nunca por allí. Supongo que mamá vio mi cara de desconcierto, porque me preguntó:

— ¿No has estado nunca con la escuela en Temple? La iglesia y los jardines son realmente preciosos para visitar. Y Fountain's Court. Para mí, la fuente más bonita de toda la ciudad.

La miré furiosa. ¿Ahora se había convertido de pronto en una guía turística?

—Ven, tenemos que pasar al otro lado de la calle —Me indicó, y me cogió de la mano.

Seguimos a un grupo de turistas japoneses que llevaban todos unos enormes planos desplegados ante sí. Por detrás de la hilera de casas se entraba en un mundo completamente distinto. La frenética agitación del Strand y Fleet Street había quedado atrás. Allí, entre los majestuosos edificios de una belleza atemporal que se alineaban ininterrumpidamente, todo era paz y tranquilidad. Señalé a los turistas.

— ¿Qué buscan aquí? ¿La fuente más bonita de toda la ciudad?

—Van a ver la Temple Church —Respondió mi madre sin inmutarse ante mi tono irritado—. Una iglesia muy antigua, plagada de leyendas y mitos. A los japoneses les encantan estas cosas. Además, en Middle Temple Hall se estrenó Como gustéis, de Shakespeare.

Seguimos un rato a los japoneses y luego doblamos a la izquierda y avanzamos por un camino empedrado entre las casas a lo largo de varias manzanas. La atmósfera era casi bucólica: los pájaros cantaban, las abejas zumbaban en los exuberantes macizos de flores e incluso el aire sabía a fresco y a limpio. En los portales había placas de latón que llevaban grabadas largas hileras de nombres.

—Son todos abogados. Profesores del Instituto de Jurisprudencia —Afirmó mamá—. No quiero ni pensar lo que debe de costar alquilar un despacho aquí.

—Yo tampoco —Convine ofendida.

¡Como si no hubiera cosas más importantes de que hablar! Se detuvo en el siguiente portal.

—Ya hemos llegado —Dijo.

Era una casa sencilla, que, a pesar de su impecable fachada y de los marcos recién pintados de las ventanas, parecía muy vieja. Mis ojos buscaron los nombres en la placa de latón, pero mamá me empujó enseguida a través de la puerta abierta y me guio escaleras arriba hasta el primer piso. Dos mujeres jóvenes se cruzaron con nosotras y nos saludaron amablemente al pasar.

— ¿Dónde estamos? —Mamá no respondió. Pulsó un timbre, se arregló la chaqueta y se apartó el pelo de la cara.

—No tengas miedo, cariño —Susurró, pero no supe si estaba hablando conmigo o consigo misma.

La puerta se abrió con un chirrido y entramos en una habitación clara que parecía un despacho normal y corriente. Archivadores, escritorio, teléfono, aparato de fax, ordenador…, ni siquiera la mujer rubia de mediana edad que estaba sentada detrás del escritorio tenía un aspecto extraño. Solo sus gafas, negras como el carbón y tan anchas que le tapaban media cara, eran un poco inquietantes.

— ¿Qué puedo hacer por ustedes? —Preguntó—. Oh, usted es… ¿La señora Clearwater?

—Swan —La corrigió mamá—. Ya no llevo mi nombre de soltera. Me casé.

—Oh, sí, claro. —La mujer sonrió—. Pero no ha cambiado nada. La reconocería en cualquier sitio por sus cabellos. —Su mirada se deslizó sobre mí—. ¿Esta es su hija? Pero ella ha salido a su padre, ¿No es verdad? ¿Cómo está…?

Mamá la cortó.

—Señorita Weber, debo hablar urgentemente con mi madre y con el señor Cullen.

—Oh, me temo que su madre y el señor Cullen están reunidos —Dijo la señorita Weber esbozando una sonrisa de disculpa—. Tendrá que…

De nuevo mamá la interrumpió.

—Me gustaría asistir a esa reunión.

—Bien… es que… Ya sabe que eso no es posible.

—Entonces hágalo posible. Dígales que les traigo a Rubí.

— ¿Cómo dice? Pero si…

La señorita Weber primero miró a mamá y luego a mí con los ojos abiertos de par en par.

—Haga sencillamente lo que le he dicho.

La voz de mi madre nunca había sonado tan firme. La señorita Weber se levantó, salió de detrás del escritorio y me miró de arriba abajo. Me sentía francamente incómoda con mi espantoso uniforme escolar. No me había lavado el pelo, sino que me lo había recogido simplemente con una goma en una coleta. Y tampoco iba maquillada. (Realmente era un bicho raro.)

— ¿Está segura de eso?

—Claro que estoy segura. ¿Cree que me permitiría bromear con este asunto? Dese prisa, por favor, tal vez no dispongamos de mucho tiempo.

—Por favor, esperen aquí.

La señorita Weber dio media vuelta y desapareció por una puerta ancha entre dos estanterías llenas de archivadores.

— ¿"Rubí"? —Repetí yo.

—Sí —Dijo mamá—. Cada uno de los doce viajeros del tiempo está relacionado con una piedra preciosa. Y tú eres el rubí.

— ¿De dónde has sacado eso?

—"Ópalo y Ámbar forman el primer par, Ágata canta en sí, del lobo el avatar, dueto —Solutio!— con Aguamarina. Siguen poderosas la Esmeralda y la Citrina, los gemelos Cornalina en Escorpión, y Jade, el número ocho, digestión. En mi mayor: negra Turmalina, Zafiro en fa se ilumina. Y casi al mismo tiempo el Diamante, once y siete, del León rampante. ¡Projectio llega! Fluye el tiempo, y Rubí constituye el final y el comienzo."—Mamá me miró con una sonrisa más bien triste—. Aún me lo sé de memoria.

Por alguna razón, durante su recitado, se me había puesto la carne de gallina. Sus palabras no me habían parecido tanto una poesía como un conjuro, algo que las brujas malvadas murmuran en las películas mientras dan vueltas con una cuchara a una olla llena de vapores verdosos.

— ¿Qué se supone que significa?

—No son más que unos pareados compuestos por viejos aficionados a los misterios para hacer aún más complicadas cosas que ya son complicadas de por sí — explicó mamá—. Doce cifras, doce viajeros del tiempo, doce piedras preciosas, doce notas, doce ascendentes, doce pasos para la fabricación de la piedra filosofal…

— ¿Qué es la piedra filosofal…?

Me detuve y lancé un profundo suspiro, cansada de hacer preguntas que solo me hacían sentir un poco más ignorante y confundida con cada respuesta que recibía. De todos modos, mamá tampoco parecía tener muchas ganas de responder, visto que miraba por la ventana.

—Aquí no ha cambiado nada —Señaló—. Es como si el tiempo se hubiera detenido.

— ¿Venías a menudo a este sitio?

—Mi padre me traía a veces —Dijo mamá—. En este aspecto era un poco más generoso que mi madre, así como también en lo tocante a los misterios. De niña me gustaba mucho venir aquí. Y luego, cuando Emily…

Suspiró. Me debatí un rato, pensando en si debía seguir preguntando o no, pero al final la curiosidad pudo conmigo:

—La tía abuela Kate me ha dicho que Emily también es una viajera del tiempo; ¿Por eso se fue de casa?

—Sí —Contestó mamá.

— ¿Y adónde se marchó?

—Nadie lo sabe.

Mamá volvió a pasarse la mano por el pelo. Era evidente que estaba muy excitada. Nunca antes la había visto tan nerviosa, y si yo misma no me hubiera sentido tan furiosa, me habría dado pena. Callamos durante un rato, y mamá volvió a mirar por la ventana.

—De modo que soy un rubí —Dije finalmente—. Son rojos, ¿Verdad?

Mamá asintió.

—Y Tanya, ¿Qué clase de piedra es?

—Ninguna —Respondió mamá.

—Oye, mamá, ¿No tendré una hermana gemela de la que hayas olvidado hablarme?

Mamá se volvió hacia mí y sonrió.

—No, no tienes ninguna hermana gemela, cariño.

— ¿Estás segura?

—Sí, estoy completamente segura. Yo estaba presente en tu nacimiento, ¿Sabes?

Oímos un ruido de pasos que se acercaban rápidamente. Mamá se puso rígida y respiró hondo. Acompañada por la recepcionista de las gafas, la tía Carmen entró por la puerta seguida de un anciano pequeño y calvo.

Mi tía parecía furiosa.

— ¡Carmen! La señorita Weber afirma que has dicho…

—Es cierto —Repuso mamá—. Y no tengo ningunas ganas de malgastar el tiempo de Isabella convenciéndote preciSamente a ti de la verdad. Quiero ver enseguida al señor Cullen. Isabella debe ser registrada en el cronógrafo.

— ¡Pero esto es totalmente… ridículo! —Casi gritó la tía Carmen—. Tanya va a…

—Aún no ha saltado, ¿No es verdad? —Mamá se volvió hacia el gordito de la calva—. Lo lamento, sé que le conozco, pero en este momento no recuerdo su nombre…

—Jenks —Señaló el hombrecillo—. Jason Jenks. Y usted es la hija menor de la señora Sue, Renne. La recuerdo bien.

—Señor Jenks —Convino mamá—. Claro. Nos visitó En Durham después del nacimiento de Isabella, yo también le recuerdo. Esta es Isabella. Es el rubí que les falta.

— ¡Eso es imposible! —Chilló la tía Carmen—. ¡Es totalmente imposible! La fecha de nacimiento de Isabella no encaja. Y, de todos modos, vino al mundo dos meses antes de lo previsto. Una sietemesina poco desarrollada. No tiene más que mirarla.

Eso hizo señor Jenks, que me observó con sus afables ojos de color azul claro. Yo le devolví la mirada, tratando de mostrarme lo más relajada posible y procurando ocultar mi malestar. ¡Una sietemesina poco desarrollada! ¡La tía Carmen estaba mal de la cabeza! Yo medía casi un metro setenta y tenía una talla de sujetador B con tendencia a pasar a la C.

—Ayer saltó por primera vez —Informó mamá—. Lo único que quiero es que no le pase nada. Con cada salto incontrolado aumenta el riesgo.

La tía Carmen rio burlonamente.

—Eso no hay quien se lo crea. Es uno más de sus patéticos intentos por convertirse en el centro de atención.

— ¡Cierra el pico, Carmen! ¡Nada me haría más feliz que mantenerme alejada de todo esto y dejar que Tanya desempeñara el desagradecido papel de objeto de investigación de pseudocientíficos obsesionados con el esoterismo y fanáticos manipuladores de secretos! ¡Pero no es Tanya la que ha heredado ese maldito gen, sino Isabella!

La mirada de mamá estaba cargada de ira y desprecio, una faceta suya totalmente nueva para mí. Señor Jenks rio en voz baja.

—No puede decirse que tenga muy buena opinión de nosotros, señora Swan.

Mamá se encogió de hombros.

— ¡No, no y no! —La tía Carmen se dejó caer en una silla de oficina—. No estoy dispuesta a seguir oyendo tonterías. Ni siquiera nació el día señalado. ¡Y, además, fue un nacimiento prematuro!

Lo del nacimiento prematuro parecía ser muy importante para ella. La señorita Weber susurró:

— ¿Quiere que le traiga una taza de té, señora Clearwater?

—Déjeme en paz con sus tazas de té, por Dios — resopló la tía Carmen.

— ¿No hay nadie que quiera un té?

—No, gracias —Respondí.

Mientras tanto, el señor Jenks había vuelto a fijar la mirada en mí y me observaba con atención.

—De modo, Isabella, que ya has experimentado el salto en el tiempo, ¿No es así?

Asentí.

— ¿Y adónde, si puedo preguntarlo?

—Al sitio donde estaba en ese momento —Repuse. Señor Jenks sonrió.

—Quiero decir que a qué época saltaste.

—No tengo ni la más remota idea —Solté con descaro —. No había ningún calendario colgado en la pared. Y tampoco quiso decírmelo nadie. ¡Oiga, yo no quiero que pase! Quiero que pare de una vez. ¿No puede usted hacer que pare?

Señor Jenks no me contestó.

—Isabella vino al mundo dos meses antes de la fecha prevista —Anunció sin dirigirse a nadie en particular—. El 8 de octubre. Verifiqué personalmente la partida de nacimiento y la entrada en el registro. Y también revisé al bebé.

Pensé, ¿Que podía revisarse en un bebé?. ¿Si era auténtico?

—En realidad, nació la noche del 7 de octubre — rectificó mamá, y ahora su voz temblaba un poco—. Sobornamos a la comadrona para que pospusiera unas horas el momento del parto en el certificado de nacimiento.

—Pero ¿Por qué?

Señor Jenks parecía comprenderlo tan poco como yo.

—Porque… después de lo que pasó con Emily, quería ahorrarle todo esto a mi hija. Quería protegerla —Repuso mamá—. Y confiaba en que tal vez no hubiera heredado el gen y solo hubiera nacido por casualidad el mismo día que la auténtica portadora. Al fin y al cabo, Carmen había tenido a Tanya, y desde el primer momento todas las esperanzas se habían centrado en ella…

— ¡Vamos, no mientas! —Gritó la tía Carmen—. ¡Todo fue intencionado! Tu bebé no tendría que haber nacido hasta diciembre, pero manipulaste el embarazo y te arriesgaste a un parto prematuro solo para poder dar a luz el mismo día que yo. ¡Pero no funcionó! Tu hija nació un día más tarde. No sabes cómo me reí al saberlo.

—Supongo que debe de ser relativamente fácil comprobarlo —Repuso señor Jenks.

—He olvidado el apellido de la comadrona —Dijo mamá rápidamente—. Solo sé que se llamaba Shelly, pero eso no tiene la menor importancia ahora.

—Claro —Espetó tía Carmen—. En tu lugar, yo hubiera dicho lo mismo.

—Seguro que tendremos el nombre y la dirección de la comadrona en nuestros archivos. —Señor Jenks se volvió hacia señora Weber—. Es importante que los locAlicemos.

—No es necesario —Replicó mamá—. Puede dejar en paz a esa pobre mujer. Se limitó a aceptar un poco de dinero de nuestra parte.

—Solo queremos hacerle un par de preguntas —Aclaró señor Jenks—. Por favor, señorita Weber, trate de averiguar dónde vive en la actualidad.

—Enseguida me ocupo —Dijo señorita Weber, y volvió a desaparecer por la puerta lateral.

— ¿Quién más está informado de esto? —Preguntó señor Jenks.

—Solo mi marido lo sabía —Replicó mamá en un tono desafiante y triunfal al mismo tiempo—. Y a él ya no pueden someterle a ningún interrogatorio, porque, por desgracia, hace tiempo que falleció.

—Lo sé. Fue leucemia, ¿Verdad? Una tragedia — observó señor Jenks, y empezó a pasear de un lado a otro de la habitación—. ¿Cuándo empezó, me ha dicho?

—Ayer —Respondí yo.

—Tres veces en las últimas veinte horas —Repuso mamá —. Temo por ella.

— ¡Tres veces ya! —Señor Jenks se detuvo en seco—. ¿Y cuándo fue la última vez?

—Creo que hace más o menos una hora —Dije.

Desde que los acontecimientos habían empezado a precipitarse, había perdido la noción del tiempo.

—Entonces supongo que tenemos un poco de margen para prepararnos.

— ¡No comprendo cómo puede creer algo así! —Espetó la tía Carmen—. ¡Señor Jenks! Usted conoce a mi hija. Y ahora mire a esta niña y compárela con mi Tanya. ¿En serio cree que ante usted se encuentra el número doce? "Rojo Rubí con la magia del cuervo dotado, sol mayor cierra el círculo que los doce han formado." ¿Lo cree de verdad?

—Es una posibilidad que no hay por qué descartar de entrada —Repuso señor Jenks—. Por más que sus motivos me parezcan más que cuestionables, señora Swan.

—Ese es su problema —Contestó mamá fríamente.

—Si hubiera querido proteger realmente a su hija, no la habría dejado en la ignorancia durante todos estos años. Saltar en el tiempo sin ninguna preparación es muy peligroso.

Mamá se mordió los labios.

—Confiaba en que fuera Tanya la que…

— ¡Pero si es ella! —Gritó la tía Carmen—. Desde hace dos días tiene síntomas clarísimos. Puede pasar en cualquier momento. Tal vez esté pasando ahora, mientras perdemos el tiempo aquí escuchando las historias sin pies ni cabeza de mi celosa hermana menor.

—Para variar, podrías usar el cerebro, Carmen, aunque solo sea por una vez —Replicó mamá, que de pronto parecía cansada—. ¿Para qué íbamos a inventarnos todo esto? ¿Quién iba a hacer algo así a su hija voluntariamente, aparte de ti?

—Insisto en que… —La tía Carmen dejó la frase en el aire, dejándonos sin saber sobre qué insistía—. Todo esto acabará por revelarse como un vil engaño —Continuó sin inmutarse—. Ya se produjo un sabotaje en el pasado, y usted, señor Jenks, sabe muy bien adónde nos condujo. Y ahora que falta tan poco para alcanzar el objetivo, no podemos permitirnos ningún fiasco.

—Creo que no somos nosotros quienes debemos decidir sobre eso —Repuso señor Jenks—. Sígame, por favor, señora Swan. Y tú también, Isabella. —Y añadió con una sonrisita socarrona—: No tengan miedo, los pseudocientíficos obsesionados con el esoterismo y los fanáticos manipuladores de secretos no muerden.

Capítulo 7: Capítulo V Capítulo 9: Capítulo VII

 
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