Había perdido la cuenta de cuánto llevaba encerrada en mi cuarto, tumbada en la cama en postura fetal. Realmente, el tiempo pasaba inexorablemente, pero me importaba bien poco si habían transcurrido horas, días, meses o años. No volvería a salir de allí nunca.
No me importaba escuchar los insultos proferidos hacia mi persona por parte de mi madre, o las amenazas de Phil de meterme en un convento, después de obligarme a cambiar de religión, para que aprenda a llevar una vida de castidad lejos del pecado. Incluso, podría soportar los sermones de Billy en contra de mi pecado de lujuria y su continuo recitar de las sagradas escrituras.
— ¡Arrepiéntete pecadora!—clamaba detrás de la puerta como si fuese un fanático religioso—. ¡Que Dios se apiade de tu alma, porque tu cuerpo está corrupto por el pecado, pequeña súcubo!
Las palabras de Billy podían ser ignoradas por la simple acción de ponerme la almohada en la cabeza y dejar mi mente en blanco. Pero el dolor que sentía por la traición de Jacob, no era algo fácil de digerir. Me sentí como una tonta, al no darme cuenta de la enorme brecha que nos había separado y de reírme de las advertencias de Edward. Mi padre tenía razón, todo valía en el amor y la guerra. Jacob había jugado lo más sucio que había podido al ver que no podría corresponderle más que como una hermana. Yo no le iba a dar más y los celos le volvieron ambicioso. Si él no conseguía lo que se proponía, yo no sería de nadie. Antes me destruiría en el intento.
Me sentí fatal por achacarle a Edward unos sentimientos tan pueriles como los celos. El había captado a Jacob mucho mejor que yo.
"Edward", mi corazón me sangraba al pensar en el daño que le había producido. Si no salía de mi habitación, no era por la crítica del mundo, si no por el dolor que le podría causar a la persona que más amaba en este mundo. Por no hablar de Elizabeth y Edward Masen. Me habían recibido como una hija y ahora se lo agradecía de esta forma. No sabía cómo reponer el daño que había causado.
Mientras mis lágrimas bañaban mi colcha, mi mente se evadió de la realidad y evocó ese lugar junto al lago donde Edward y yo nos juramos amor eterno con nuestro cuerpo y nuestra alma como garantía.
Me daba igual descender al infierno y quemarme en sus llamas. Lo que había sentido aquella noche, me había parecido tan hermoso que era imposible clasificarlo de pecado. Demasiado puro.
Edward no se merecía esto. Me condenaría una y mil veces con tal que él se salvase.
Los gritos coléricos de Billy me sacaron de mis ensoñaciones y tardé un breve atisbo de tiempo en comprender que esta vez no iban dirigidos a mí, sino a una persona que venía de visita y no parecía de su agrado.
— ¡Frío, frío, frío!—repetía de forma monótona y colérica—. ¡Vade retro! ¡Ser inmundo e impuro!
— ¡Señor Black, quítese del medio!—le ordenó la señora Pott muy enfadada—. ¡Y compórtese como una persona adulta! ¿Qué se cree que está haciendo con esa ristra de ajos y el crucifijo? ¡Deje al doctor hacer su trabajo!
—Esa es su máscara ante el mundo. Pero todo en él es una falacia—le replicó Billy al visitante—. No dejaré que se acerque a la señorita Swan. Su cuerpo esta corrupto por el pecado, pero si él la toca, su alma se pudrirá como una manzana.
—Señor Black—le replicó una voz tranquila y metódica que en aquel momento se me escapaba a mi conocimiento, de quien se podría tratar—, si de verdad cree que soy lo que soy, debería saber que un crucifijo y una ristra de ajos, no me impedirán hacer lo que deba de hacer. Por lo tanto, haga algo útil y apártese de mi camino—repuso con su angelical voz algo alterada—. Y deje de echarme agua bendita en mi mejor chaqueta.
— ¡Ya ha oído al doctor!—le repuso la señora Pott enfadada—. Váyase a otro sitio a rezar.
Noté como Billy se rebelaba entre grandes improperios para después bajar las escaleras airado.
— ¡Estúpido viejo supersticioso!—oí musitar entre dientes a la señora Pott de nuevo para luego dirigir millones de disculpas hacia el doctor.
—Usted no tiene la culpa de nada, señora Pott—la tranquilizó esa voz angelical—. ¿Cómo está la paciente?
—Lleva dos días encerrada sin comer nada—gimió la señora Pott—. Y hasta ayer por la noche, estuvo con un ataque de histeria que no dejaba que nadie se le acercase. Me temo, que mi pobre pequeña enfermará si no lo ha hecho ya—sollozó—. ¡Maldita señora Dwyer! ¡Y malditos Black! ¡Si su padre hubiese vivido…!
—Déjeme a solas con ella—le interrumpió el doctor o debería decir el ángel que venía a aportarme un poco de paz—. Ya verá como se recupera con un poco de calma—fue lo último que oí antes de oír chirriar mi puerta y taparme la cara con la almohada para que la luz procedente del pasillo no me molestase. No sentí como se cerraba. Ni siquiera sentí si alguien estaba conmigo hasta que algo tan frío como un témpano de hielo, se posó en la arteria de mi muñeca y parecía tomarme las constantes vitales. Después, quitó la almohada de mi cara y no pude reprimir una sonrisa al ver el hermosísimo rostro del doctor Cullen examinarme preocupado para luego sonreír aliviado.
—Me temo señorita Swan que no tengo nada de morfina para inyectarle y subirle los ánimos—bromeó alegremente—. No tiene nada grave. Sólo un berrinche. Pero necesita comer o sino enfermará de verdad. Hay demasiada gente que la quiere para preocuparles.
—Me merezco lo que me pase—musité con lágrimas en los ojos—. Me han acusado de cosas horribles y no me importa lo que digan de mí, pero yo no podría soportar…
—Me temo que estoy enterado de lo que ha sucedido—me interrumpió el doctor Cullen—. O por lo menos de una parte de la versión. Me temo que su madre ha sido bastante explicita en ciertos detalles—hizo un mohín de disgusto e intenté taparme con las sabanas, pero éste me lo impidió y me miró seriamente—. Respóndeme con sinceridad, señorita Swan. Pasase lo que pasase en ese lago, ¿se arrepentiría de algo de lo que hizo?
No necesité pensarme mi respuesta.
—No—respondí rotunda.
Sus perfectos labios esbozaron una sonrisa.
—Entonces no hizo nada malo, señorita Swan—me consoló—. Su conducta no ha sido errónea. Sólo lo es el prisma con el que se mire.
No pude evitar romper a llorar con más fuerza, pero esta vez mis lágrimas no eran de angustia, sino de alivio. El doctor Cullen se limitó a darme unas suaves palmaditas en la espalda para que se me pasase. Para después darme un pañuelo para secarme la cara. Éste me sugirió que me lavase la cara antes de bajar al comedor.
— ¿Bajar al comedor?—pregunté asustada. No quería presenciar otra escena que mi madre podría prepararme. No estaba en mis mejores condiciones.
—No se preocupe. Su madre no está sola—me consoló aunque eso no mejoró en nada la situación. Al contrario, la empeoró. No sabía quién podía estar con ella, pero esto no iba a hacer que las cosas fuesen a mejor—. De hecho si no hubiera sido por ellos, usted todavía seguiría en ese cuarto, enfermando. Por lo menos podría salir a darles las gracias—me guiñó un ojo. Abrió la puerta y se volvió a dirigir a mí, con una sonrisa en los labios—. Creo que alguien no ha podido contenerse las ganas de venir hasta la puerta de su cuarto a verla. Hasta la próxima señorita Swan— y con ello salió, dejándome en la incertidumbre. Decidí salir a pesar de que la luz me hacía daño a los ojos.
Al salir por la puerta, alguien me agarró y me apretó contra su cuerpo fuertemente. No necesité fijar la vista en su cara para darme cuenta de quien se trataba. Aun vestido, reconocería cada una de las formas de su casi perfecto cuerpo y reconocería su aroma en cualquier lugar. Apoyé la cabeza en el hombro y le supliqué mentalmente que me llevase muy lejos de allí.
—Lo siento—me susurró Edward en mi oído—. Yo no sabía ni podía intuir como acabaría todo. Nunca quise hacerte daño, pero sólo pensé en el deseo que me arrastraba por ti y no me di cuenta de las consecuencias.
Levanté la cabeza para mirarlo fijamente y vi la angustia que se dibujaba en su rostro. No pude reprimir una caricia para que se tranquilizase, aunque ni yo misma sabía como íbamos a salir de ésta. Sólo me bastaba que él estuviese conmigo.
— ¿Te arrepientes de lo que paso en el lago?—mi corazón estaba sobrecogido en un puño. Si me decía que sí, el suelo se hundiría bajos mis pies.
—No quería que sufrieras las consecuencias de algo que…—le interrumpí poniendo el dedo en sus labios.
—Yo no me arrepiento de nada—le aseguré—. No me importa lo que pueda pasar ahora que sé que tú vas a estar conmigo.
—Yo tampoco me arrepiento de nada—esbozó una sonrisa suave y me volvió a atraer hacia él.
— ¿Te lo han hecho pasar mal?—me preguntó preocupado al ver mi cara roja, mis ojos hinchados y las ojeras—. Tienes muy mal aspecto.
De repente me acordé de la persona por la que estábamos en esta situación.
—Jacob nos vio, Edward—le expliqué con la rabia contenida que me hacia chirriar los dientes—. Se escondió en un arbusto y luego vino a contárselo a Reneé.
De su pecho salió algo parecido a un gruñido.
—Encima de traidor y cobarde, mirón—escupió las palabras—. Esa no es la conducta de ningún caballero.
—En realidad la culpa es mía—me tragué la saliva al sentir la culpabilidad creciendo en mi pecho—. Tenía que haberte hecho caso en cuanto no darle esperanzas. Tenía que haberle roto el corazón antes y que se hubiera hecho a la idea de que le podía corresponder.
—No lo hubiera asimilado, Bella—negó tristemente con la cabeza—. Ya no se trata de amor, si no de orgullo personal. Si no se tiene lo que se quiere, se destruye. Así es como funciona el mundo y él ha jugado muy bien las cartas—me alzó la barbilla para que le mirase—. Pero, ese…—siseó para no perder sus modales al insultar a Jacob—se ha equivocado de jugador. Yo también puedo jugar a esto—me agarró de la mano y bajó conmigo las escaleras.
— ¿Dónde vamos?—le pregunté extrañada.
—A darle de su propia medicina a tu amigo—me respondió más eufórico de lo que le había visto desde que le vi en el umbral de la puerta de mi cuarto.
Al bajar al salón, comprobé para mi disgusto que mi madre y mi padrastro no estaban solamente con la compañía de Jacob y Billy Black. Sentados en el sofá opuesto a mis padres, se encontraban los padres de Edward. Eso me hizo cohibirme más de lo que ya estaba. Edward me tiró levemente del brazo.
—No me dijiste que tus padres estuviesen aquí—cuchicheé algo angustiada.
—Tu madre les llamó explicándoles todo el asunto con pelos y señales y les dijo a mis padres que era asunto de vida o muerte—puso los ojos en blanco—. Además, mi madre al hablar con la señora Pott y enterarse que estabas encerrada en el cuarto al borde de un colapso nervioso, llamó al doctor Cullen. Yo estaba en la consulta con él y me lo contó. He venido con él a tu casa. No va a pasar nada—me tranquilizó y cogió mi mano para entrar al comedor. Nos quedamos en frente de todos mientras evaluaba las expresiones de los rostros de aquel salón.
Mi madre en cuanto me vio, bajó la cabeza para no tener que enfrentarse a mí. Phil no dejó de hojear el periódico. Elizabeth, que miraba al suelo, para no tener que mirar a mi madre y al verme entrar y evaluarme rápidamente, se le oscurecieron los ojos y frunció el ceño. Sólo comprendí que no tenía nada contra mí, cuando lanzó una mirada a mi madre sin poder ocultar su aversión hacia ella. El padre de Edward, empezó a impacientarse, dando a entender que quería estar en otro lugar, menos en éste. Por último, le lancé a Jacob una mirada despectiva y éste me dedicó una sonrisa sardónica. Vi que Edward le devolvía la sonrisa y supe que la batalla entre ellos dos había comenzado. Me pregunté qué era lo que Edward tenía planeado.
—Señora Dwyer—el señor Masen intentó sonar cortes, pero la impaciencia en su voz delataba que quería zanjar el tema cuanto antes—. He tenido que dejar un pleito bastante importante para escuchar lo que usted me tenga que decir. Espero que sea tan grave como indico por teléfono. Debe saber que mi tiempo es limitado. Y el de mi hijo también.
—Le aseguro que el asunto es de la mayor importancia—mi madre se sentía ofendida porque el señor Masen no se lo estaba tomando tan en serio como ella pretendía—. Uno de mis criados—señaló a Jacob que sonreía cortésmente al señor Masen—que cuando llegaba de trabajar, se le pareció ver a su hijo y a mi hija y se acercó a echar un vistazo y en un lago les vio juntos en una actitud muy poco decorosa—Reneé se tapó la boca avergonzada como si estuviese contando una gran blasfemia.
— ¿Y?—preguntó el señor Masen muy tranquilo como si les estuviesen contando que Edward había puesto petardos en la cola de un gato.
—Ellos estaban a solas y muy acaramelados—continuó Reneé exaltada al ver que no conseguía el efecto que ella quería en el señor Masen.
—Nuestros hijos siempre han sido amigos—el señor Masen se encogió de hombros como si no le estuviesen revelando nada de otro mundo—. Siempre han salido como lo que son y nadie les ha dicho nada, ¿qué es lo que es ahora diferente?
—Dos amigos no hacen cosas indecorosas en un lago—siseó Reneé, mirándome con odio—. No sé qué clase de educación ha recibido su hijo respecto al trato con sus amigas, pero lo único que se que ha mancillado el buen nombre de mi hija con su actitud.
—No sabe lo que ha pasado en ese lago—le espetó Elizabeth con un tono de voz más elevado de lo que pretendía—. Por lo tanto hasta que no escuche las dos versiones, no puede juzgar nada.
—Espero que no le esté enseñando a su hijo de cómo evadirse de las responsabilidades—le acusó Reneé a Elizabeth.
—Usted no es la más indicada para hablar de cómo debo educar a mi hijo—el dique de la paciencia de Elizabeth se rompió y levantó la voz a mi madre.
—Elizabeth—le llamó al orden su marido para luego dirigirse a mi madre—. Escucharemos a los dos y si considero que mi hijo ha hecho algo que nos haya disgustado, le aseguraré que cumplirá con su responsabilidad respecto a su hija.
Reneé asintió y coaccionó a Jacob para que contase la historia.
—Yo regresaba de trabajar del taller de un amigo mío y a lo lejos me pareció ver al señor Masen—señaló a Edward—y a la señorita Swan. Estaban muy lejos y decidí acercarme para asegurarme que eran ellos, me escondí en un arbusto al ver que ellos estaban muy juntos y besándose apasionadamente. Por eso deduje que las cosas habían llegado más lejos de lo que parecía. Mi deber era informar a la señora Dwyer de lo que había sucedido—a medida que Jacob contaba su versión lanzaba una mirada a Edward y su sonrisa se iba ensanchando a medida que sus ojos se oscurecían de odio hacia éste. Si no hubiera sido por Edward, hubiese vencido la distancia que nos separaba y le hubiese abofeteado sin parar.
— ¿Por un beso muy apasionado se arma este alboroto?—inquirió Elizabeth incrédula—. A parte que no se puede sacar conclusiones precipitadas por un hecho aislado.
—Madre, padre—le interrumpió Edward—. El señor Black tiene razón en cuanto a lo del lago fue algo más que un beso apasionado—confesó ante nuestros estupefactos ojos y la sonrisa triunfal de Jacob. Me pregunté que se le estaba pasando por la cabeza o era que quería que empezasen a apedrearnos—. Yo le dije a Isabella—me agarró la mano firmemente—que fuéramos al lago porque tenía algo importante que decirle sin que nadie nos molestase. Quería que todo fuese una sorpresa ya que Isabella no le gustan las grandes reuniones, por lo tanto lo quise hacer un poco más íntimo. Claro que cuando me dijo que sí, estuve tan eufórico que no pude reprimir besarla, aunque de manera poco decorosa. Pero me sentía feliz y no pensé que un beso pudiese traer tan graves consecuencias—bajó la cabeza con falsa modestia—. Isabella y yo siempre hemos estado juntos y hemos sido buenos amigos, pero unos meses atrás me di cuenta que yo no quería ser amigo de Isabella, quería algo más y el día más feliz de mi vida ha sido cuando ella me ha correspondido—una sonrisa triunfal borró la de Jacob y éste le miró sorprendido y airado.
—Edward estás queriendo decir que…—Elizabeth se llevó las manos al corazón y se tuvo que contener para no saltar de alegría ante lo que su hijo iba a decir.
—Dentro de unos meses Isabella Marie Swan se convertirá en la señora Masen—me cogió la mano por la muñeca y le enseñó a todos los presentes un anillo de diamantes que llevaba en mi tercer dedo aparecido de la nada.
Mientras yo me preguntaba cómo se las había apañado para poner el anillo en mi dedo y disimular la cara de sorpresa ante los presentes, observé como la sonrisa de Jacob desaparecía y crispó los puños, mientras le dirigía a Edward una mirada asesina.
El señor Masen estaba firmando las cláusulas de nuestro contrato matrimonial, eufórico aunque metódico. Elizabeth se mordía los labios para contener la felicidad que la embargaba mientras mi madre no podía contener las lágrimas de la felicidad. Incluso Phil había dejado de leer el periódico y se había acercado para ver con sus propios ojos y oír con sus propios oídos, que el año que viene sería Isabella Marie Masen y que no volvería a pisar su —mi— casa.
Hubo dos cosas, sin embargo, que no acabaron de satisfacer del todo a mi madre. La primera era la fecha del enlace.
— ¿El treinta y uno de octubre de 1919? ¡Falta más de un año para que se celebre!—empezó a protestar mi madre nerviosa de creer perder lo que ya había casi conseguido.
Elizabeth no accedió un ápice.
—Es demasiado precipitado—intentó frenar el ímpetu de mi madre—. Si se quiere que las cosas salgan bien, habrá que tener todos los detalles bien estudiados.
— ¿Y si le mandan a la guerra?—inquirió mi madre recelosa.
—La boda se celebrara igual—prometió Elizabeth en un murmullo. No le gustaba nada el tema de la guerra y a pesar de que los rumores la daban por terminada este año, la realidad era que ésta no acababa de concluir. Para más inri, se oían rumores que una epidemia de gripe, procedente de España, estaba diezmando la poca población que quedaba en Europa. Pero en ese momento, no me preocupé demasiado.
Reneé atajo con el segundo inconveniente que encontraba en el enlace.
— ¿Separación de bienes?—aquello era lo que más le molestaba—. Nunca lo he oído.
—Es una cláusula bastante nueva que se empieza a utilizar ahora—explicó el Señor Masen—. Lo aprendí en Nueva York y cada vez más gente, la lleva a cabo.
—Sí, pero…—mi madre hizo amago de protesta
—Es lo más justo—le interrumpió Elizabeth—. Cada uno tendrá acceso al dinero que aporten en el matrimonio y ninguno de ellos será una carga para el otro—enfatizó carga—. Y en caso de divorcio, cada uno tendrá sus bienes y no vivirá a costa del otro.
— ¿Divorcio?—mi madre cada vez estaba más sorprendida.
—En esta vida nunca se sabe—se encogió Elizabeth de hombros.
—Ya—siseó Reneé mordiéndose el labio. Seguramente ella también estaría pensando en el divorcio, de una manera mucho más beneficiosa económicamente para ella. No culpé a Elizabeth por quererse cubrir las espaldas y su dinero.
—De todas formas, confiemos que el amor verdadero prevalezca sobre todo—nos tranquilizó Edward Masen a todos y cogiendo a su esposa de los hombros, nos sonrió—. Dejemos de hablar de estos temas y cojamos unas copas y brindemos por tan feliz acontecimiento.
—Eso es lo más inteligente que se ha dicho en esta sala hoy—puntualizó Phil cogiendo una botella de vino española de su propia colección, lo que me indicó que estaba inmensamente feliz, seguramente por el hecho de librarse de mi dentro de un año.
Mi madre y Elizabeth se relajaron y aceptaron la copa de buen grado.
—Ya que vamos a pasar mucho tiempo juntas preparando la boda, ¿le importaría que me llevase a Isabella un par de días a nuestra casa para poder discutir los detalles de su vestido de bodas?—preguntó Elizabeth a mi madre educadamente.
—No hay ningún problema—replicó mi madre. Una vez que había conseguido lo que quería de mí, yo estaba en disposición de poderme ir al infierno, eso sí con una alianza en mi tercer dedo izquierdo.
Al hablar Elizabeth sobre mi vestido de novia, un picor recorrió todo mi cuerpo. En el fondo, la idea del matrimonio no me hacía muy feliz. Lo que realmente quería era vivir de la música junto a Edward. Estar siempre con él. En cuerpo y alma, sin reglas, sin condiciones y sin un papel que nos impusiese como teníamos que vivir nuestras vidas y, sobre todo, ahorrarme un estúpido ceremonial donde la falsedad, el dinero y el aparentar era lo fundamental. El amor que sentía por Edward era un sentimiento único y sólo nosotros dos teníamos que ser participes de ello. Pero me desengañé al ver la cara de felicidad de Edward ante la idea de firmar ese estúpido documento y de todo el ceremonial. Le amaba demasiado para quitarle la ilusión. Por lo que decidí, portarme bien y soportar todo el acontecimiento con estoicidad.
—Entonces si no hay inconveniente, me llevo a la Señorita Swan a casa—se ofreció Edward, cansado de permanecer en mi casa y más después de todos los acontecimientos que habían transcurrido.
—Como gustes, hijo—le dijo mi madre de buen grado. Ahora Edward era su hijo cuando antes estaba deseando colgarle del cuello. No podía creerme como cambiaba el hecho de poder llamarlo yerno al cabo de un año.
—Hasta pronto, madre—musité con voz ronca para que no se notase que no sentía el menor afecto por ella, por muy cruel que esto sonase. Agarré a Edward para que me acompañase a hacer mi equipaje. A Reneé ya no le importaría mucho que Edward subiese. Además con ellos abajo, no nos íbamos a arriesgar a hacer nada indecoroso para ellos—. Vamos—apremié a Edward. Éste enarcó las cejas y me acompañó arriba.
Un fuerte olor a ajo penetró en mi nariz cuando abrí la puerta y no pude evitar un gesto de asco.
—Creo que alguien intenta preservar tu virtud y ahuyenta a tus posibles pretendientes—se burló Edward arrugando la nariz por el olor nauseabundo.
—Billy—resoplé furiosa al recordar que como se había puesto de frenético al ver al doctor Cullen en nuestra casa.
— ¿Me he perdido algo?—preguntó Edward divertido.
—Cuando el doctor Cullen vino a reconocerme, Billy empezó a delirar sobre las leyendas que nos contaba de pequeños y llamó al doctor Cullen demonio—moví la cabeza sorprendida por la sarta de estupideces que Billy podría llegar a hacer por creerse sus supersticiones. Y luego gente como aquella extraña chica con la que me crucé en el manicomio la daban por loca, cuando el ejemplo más claro de falta de cordura lo tenía en mi casa—. Empezó a echar agua bendita y enseñarle una ristra de ajos para que se fuera.
Aquello hizo que Edward se echara a reír.
— ¿Cómo se lo tomo Carlisle?—preguntó divertido—. Creo que cuando regrese a la consulta, me reiré a su costa—me llamó la atención que Edward le llamase por su nombre de pila. Debía de apreciarle mucho.
—Se lo tomo bastante bien. Se nota que es un caballero y no como Billy—"ni como Jacob", pensé para mis adentros, aún furiosa con él—. Y no te preocupes. No empezó a echar espumarajos por la boca cuando Billy le enseñó la cruz.
Edward se rió más fuerte y se dispuso a abrir mi armario cuando yo le interrumpí.
— ¿Por qué has hecho esto?—pregunté enseñándole mi dedo con el anillo.
—Esa es la tradición, ¿no?—se hizo el inocente evadiendo mi pregunta.
—Edward—repuse seriamente dando a entender que hablaba en serio—, ¿por qué les has dicho a nuestros padres que nos casábamos? No hace falta que lo hagas para proteger mi honor. Estamos en el siglo veinte y aunque la sociedad me mire con malos ojos, no estoy tan desvalida y puedo acarrear con las consecuencias.
Me miró con los ojos saliéndose de sus orbitas y sin darme cuenta, se fue acercando a mí hasta quedar en frente y unos pocos milímetros nos separaban. Parecía que se hubiese vuelto loco.
—Isabella Marie Swan—me agarró de las muñecas—, me ofendes al pensar que yo quiero casarme contigo sólo para limpiar la mancha que supuestamente realicé al hacerte el amor en ese lago. Me caso contigo porque quiero que tú seas la primera persona que vea al despertarme por la mañana y la última al acostarme. Te he querido desde siempre y ahora, que puedo aspirar a tocar el cielo con las manos, no voy a dejar escapar mi billete—me cogió por la cintura y me atrajo hacia él.
—Eso es muy bonito—musité con un nudo en la garganta.
—Te lo iba a pedir en el lago para que fuera más romántico y más íntimo—me besó en la oreja—pero la tentación pudo conmigo—me rozó la nariz con el gesto travieso que tanto adoraba en su cara—. Y se me fue el santo al cielo… ¡nunca mejor dicho! Así que decidí esperar mi oportunidad a la siguiente vez que nos quedásemos a solas y sin otros deseos que nos interrumpiesen. Había comprado el anillo unas semanas antes y estaba esperando el momento oportuno—me sorprendí que Edward estuviese tan decidido a que yo fuera la señora de Masen y tuviese tan claro nuestro futuro. Yo era un mar de dudas.
—Tenía previsto haberte llamado mañana por la tarde para hablarlo tranquilamente—continuó explicándome mientras se sentaba en un baúl y me sentaba a mí en su regazo y me mecía—. Pero mientras estaba en la consulta con Carlisle, mi madre llamó y me explicó preocupada que tu madre la llamó hecha un basilisco, insultándonos—meneé la cabeza disgustada mientras Edward me acariciaba, quitándole importancia—y acusándonos de algo terrible. En aquel momento, supe que tu madre lo había adivinado todo y me puse a temblar por lo que podían haberte hecho. Mis temores se confirmaron cuando mi madre me dijo que estabas en la habitación desde hacía dos días al borde de un colapso nervioso y que estaba muy preocupada por ti. Me ordenó que fuera inmediatamente a tu casa para aclarar la situación y que llevase conmigo a Carlisle. Hecho un manojo de nervios, se lo conté a Carlisle y éste me aconsejó que hiciese lo yo creyese correcto y que te pudiese ayudar. Entonces lo tuve claro—se rió entre dientes—. Y le pedí a Carlisle que te colocase esto, sin que tú te dieses cuenta. La verdad, que no podía imaginarme la suerte que tuvimos con Jacob y que sólo viese que nos habíamos besado. Pensé que iba a ser mi palabra contra la suya y que esto no terminaría en horas, resultándote más doloroso.
—Ha sido bastante molesto—reprimí el suspirar aliviada por como se habían resuelto las cosas.
—Lo peor ha sido que tu amigo—chasqueó los dientes, enfadado—me ha estropeado mi perfecta declaración—se encogió de hombros—. Bueno, pues te la hago ahora.
Hizo un ademán de levantarse pero yo se lo impedí.
—Edward—estaba abochornada—, no hace falta que te levantes para arrodillarte. No tienes que ser tan tradicional—le reproché mientras me ponía roja—. Ya hemos firmado los contratos matrimoniales y me casaré contigo.
—Quiero hacer las cosas bien—musitó—. A lo mejor romper las tradiciones trae mala suerte—puse los ojos en blanco y eso fue lo que impidió que se arrodillase, lo cual le agradecí, ya que me encontraba muy a gusto en su regazo, pero no le impidió cogerme su mano entre las suyas y soltar las siguientes palabras—. Isabella Marie Swan, ¿me aceptas como tu esposo en todo lo bueno y lo malo y amarme hasta el final de nuestros días? Aunque yo te amaré incluso mucho mas allá—me susurró al oído para luego darme un beso en la mejilla. ¡Menudo tramposo! Así no podría decirle que no.
—Te amaré más allá de las barreras de la muerte—musité. No quería decirle que no quería casarme con él, si no estar con él durante el resto de nuestras vidas, viendo todas las mañanas el amanecer hasta que nuestros cabellos se hiciesen canos.
—Gracias—respondió besándome suavemente en los labios.
Empezaba a pensar que esta situación no estaba tan mal, además tendría más de un año para acostumbrarme a mí misma a llamarme Isabella Marie Masen y que el ceremonial sólo sería un trámite bastante incómodo, pero después de todo saldría de esta casa y estaría con Edward. Sólo esperaba que Edward no se pasase demasiado en su papel de marido.
Me levantó de su regazo para ayudarme a coger algo de ropa.
—Salgamos por unos días de esta casa de locos, por el bien de tu salud y por recomendación del médico—me señaló riéndose para dirigirse a mi armario y retroceder casi de inmediato.
— ¿Qué ocurre?—pregunté sorprendida. Parecía como si de mi armario saliesen murciélagos o algo parecido.
Edward se limitó a abrirme el armario y no pude reprimir un alarido al ver colgado en mis vestidos una ristra de ajos y en la puerta del armario un crucifijo y algún símbolo de la tribu de Billy que supuse que serían de su tribu. Me cogió por la muñeca y me sacó del cuarto cogiendo un chal y un abrigo fino para ponerme al salir a la calle.
—Si por mí fuera adelantaría la boda a mañana—siseó entre dientes—. O si no, acabarás con una camisa de fuerza. Ya le diré a mi madre que salga de compras contigo.
Recorrimos las escaleras como si se tratase de un sueño y al llegar al jardín estuvimos en frente del garaje. Había movimiento y supimos inmediatamente de quien se trataba. Mi corazón empezó a latir desbocado y más cuando Edward se dispuso a entrar en el garaje.
—Tengo un asunto que arreglar—me contestó cuando yo le intenté detener—. No puede salir tan bien librado después de lo que ha hecho.
Asentí a regañadientes y seguí a Edward cuando entró pero me quedé en la puerta del garaje.
Jacob estaba recogiendo las cosas y en cuanto vio a Edward se envaró y se le enfrentó.
— ¿Vienes a regocijarte, niño rico?—repuso con dureza en la voz.
El rostro de Edward era adusto y carente de expresión cuando se acercó a Jacob.
—Edward…—le llamé suplicando.
Edward se sacó algo del bolsillo de la chaqueta y se lo dio a Jacob.
—Un amigo mío de Nueva York tiene un taller y necesita un ayudante. Te pagará el aprendizaje y te podrás alojar en su casa mientras dure éste—después le lanzó un sobre con dinero—. Y esto para que te pagues el viaje. Tienes más que de sobra.
Jacob lanzó una mirada burlona y empezó a contar el dinero.
— ¿Me estás pagando para que mantenga la boca cerrada y salvarte el culo por tu maravillosa representación ante los padres de Isabella?—inquirió irónico—. Me estás pidiendo que me vaya.
—Te estoy exigiendo que te vayas—el tono de Edward no admitía replica alguna. Incluso Jacob se retractó un poco—. Si hubiera sido por mí, te hubiera partido la cara en este instante, pero por respeto a la amistad que has tenido con Isabella, te estoy dando una cláusula bastante ventajosa. Lo único que te pido, es que no vuelvas a nuestras vidas.
Jacob tiró el dinero a los pies de Edward.
—Porque te hayas comprometido con Isabella—ahora me tuteaba—no te has convertido en su amo y señor, todavía. Aun no os habéis casado y en un año pueden pasar muchas cosas. ¿O por meterla tu polla de niño rico ya es de tu propiedad? Porque por muy bien que fingierais vuestra pantomima ante vuestros papis ricachones, a mí no me engañáis. Vosotros diréis que hicisteis el amor, pero todos sabemos que la palabra indicada es follar y para eso no existen clases sociales.
Al ver crispar el puño a Edward, decidí intervenir para que las cosas no se torcieran más de lo que estaban y entré en aquel garaje.
—Edward está siendo demasiado amable contigo, porque, si por mí fuera, esta noche dormirías en la calle—intenté poner gesto de enfado para sonar más convincente—. Sé que me quieres… y yo también te quiero a ti, pero no te correspondo en tus sentimientos. Sé que la culpa de todo ha sido mía—ignoré el gesto de negación que me dedicaba Edward—. Tenía que haber sido clara en mis acciones y no haberte dejado hacer ilusiones conmigo. No quería llegar a esto. Posiblemente nunca te amaré, pero por lo menos me hubiera gustado conservar la amistad contigo. Pero por mis errores y tu orgullo, nos lo han impedido.
Jacob esbozó una sonrisa, pero no como la del muchacho gentil y dulce que había sido hasta hace unos meses, sino la del nuevo Jacob, el hombre vengativo y herido en su orgullo. Crispó los puños y sus ojos negros se me clavaron como un puñal en el corazón. Las palabras que me dedicó, destilaban veneno.
—Cuando te fuiste a New York con tus padres—eso iba dirigido a Edward—, Isabella no hacía otra cosa que llorar por todos los rincones y estuvo una semana negándose a comer ni apenas salir de la habitación. Sólo mi compañía la aliviaba un poco y yo le hacía reír. Hacíamos todo junto. Incluso soportar esas estúpidas lecciones de aprender a leer y escribir, pero con tal de estar con ella hubiera hecho cualquier cosa. Todo estaba bien como estaba, hasta que regresaste tú, con tu cara bonita, tus modales aparentemente refinados y tu modo de vida y la deslumbraste. No puedo luchar en condiciones tan desiguales—se mordió el labio para luego taladrar a Edward con la mirada—. Si yo fuera rico al igual que tú, la cosa hubiera sido distinta. Yo al contrario que tú, hubiese luchado y ganado. Pero he tenido la mala suerte de nacer en el otro lado de la escala social.
—En eso te equivocas, Jacob—le corregí. Me iba a obligar a decirle cosas que sabría que le abrirían una herida permanente pero eran necesarias—. El dinero abre muchas puertas, pero el ser un caballero o un patán lo da la educación y por muy rico que fueras, elegiría a Edward sin dudarlo. En tu caso, el dinero no te concedería los modales adecuados. Edward no necesita el dinero para seguir siendo el mismo. Esa es la diferencia entre Edward y tú.
—Te equivocas, Isabella—sus ojos negros se encendieron como brasas—. El dinero si nos da honorabilidad. Porque si no hubieras tenido la posición que ahora tienes, hubieras sido una puta barata. Mientras que ahora sólo eres una zorra frígida y bastante estúpida.
— ¡Retira lo que has dicho, cabrón!—Edward se dirigió hacia él pero antes de que Edward se manchase las manos con Jacob, mi palma fue más rápida e impactó en la cara de Jacob. Por suerte, mi padre me había enseñado como poner en su sitio a un hombre. No tuvo tanta fuerza como el puñetazo que le hubiera propinado Edward, pero no por ello el golpe dejó de ser impactante para Jacob. Por sus ojos pasaron la sorpresa, la congoja y, por último, la indignación.
—Me da igual que aceptes la oferta de Edward y te vayas a New York o que te vayas a casa de alguno de tus amiguitos a morirte de asco. Lo único que quiero es que cuando regrese de casa de los Masen, tú hayas desaparecido de aquí y no volverte a ver en mi vida—le ordené con voz serena pero autoritaria.
Jacob, se fue sin mirarnos siquiera, pero cuando se dispuso a salir por la puerta, me dirigió las siguientes palabras.
—Te hizo llorar una vez—miró a Edward por encima del hombro—. Lo volverá a hacer y esta vez te hundirás en la mierda y te acordarás de este patán que se hará tan rico que sólo servirás para limpiarle las botas. ¡Buena suerte en la vida, Isabella! ¡Edward!—le hizo una burlona reverencia y desapareció con aires de grandeza.
La pena y la rabia me hicieron un nudo en la garganta y las lágrimas que habían amenazado con salir en la conversación con Jacob, fluyeron sin resistencia. Ni siquiera me asusté cuando Edward golpeó con rabia un objeto metálico y maldecía a Jacob una y otra vez.
Me abracé a él para sentir su cálida protección y estallé en sollozos y gruesas lágrimas.
— ¡Edward!—gimoteé como una niña pequeña.
— ¡Shhh!—me tranquilizó, meciéndome como a una niña pequeña—. Todo va a ir bien—me prometió—. Ese vil de Jacob Black no se merece una lágrima tuya. Ya nunca volverá a hacerte daño.
No podía explicarle que no me dolía tanto haber perdido la amistad de Jacob como haber roto un lazo de mi infancia feliz y despreocupada y que nunca más volvería a mí.
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—El oráculo ha hablado, Reneé—le dijo Phil a mi madre mientras ésta se enjugaba las lágrimas con un pañuelo—. Isabella debe ser sacrificada para salvar a nuestras familias.
Elizabeth me puso una guirnalda de rosas blancas sobre mi cabeza y se dedicó a arreglar mi vestido blanco de encaje y seda.
—Tranquila, pequeña—musitó posando sus labios en mi frente—. Si te portas bien, todo acabara rápido—y me dejó en manos de Edward Masen, mientras éste me condujo majestuosamente hacia el altar y me sentó en él. Carlisle apareció de la nada y me puso las cadenas para que no me pudiese mover y ayudaba a Edward Masen a colocar las rosas alrededor de mis cadenas. El olor me recordó al de una corona de flores para un funeral.
—Debemos irnos antes de que llegue—apremió Carlisle.
—Cariño, lo haces por nosotros. Tenlo en cuenta—Reneé sollozaba mientras que Elizabeth le apretaba dulcemente del hombro para después agarrarla de la mano y salir de aquel extraño santuario siguiendo la luz hasta que todos se desvanecieron.
Mientras intentaba, en vano, liberarme de mis ataduras, la luz, que la puerta entreabierta dejaba entrever, desapareció para proyectar la silueta de una figura alta. No había duda de quién se trataba y mi corazón empezó a bombear más deprisa de felicidad y gozo.
— ¡Edward!—le llamé para que acudiese a mi rescate.
Pero la sombra siguió avanzando, inexorablemente hacia mí y no se detuvo a escuchar mis ruegos.
— ¡Yo quiero que Edward venga!—le exigí.
Pero ésta negó, con lo que se suponía que era la cabeza.
—Edward no vendrá a rescatarte—me replicó—. Edward no está. Ahora eres mía—y siguió avanzando, ignorando mis lágrimas mientras me agitaba y llamaba a Edward hasta que se me desgarró la garganta.
—Edward—musité para luego convertirlo en un grito de angustia—. Edward, Edward, Edward… ¡Edward…!
—Estoy aquí—la voz de Edward rompió toda oscuridad y mi corazón se liberó de toda congoja posible. Algo cálido tocó mis mejillas y me secó el resto de mis lágrimas. Me sentí ligera y lozana y con los pulmones rebosantes de energía y vitalidad.
Tardé en unos segundos en darme cuenta que había salido del sueño y había vuelto a mi realidad de color de rosas. Para que Edward no se desvaneciese, le abracé con fuerza, cortándole el aire de sus pulmones.
—Recordaré lo efusiva que eres por las mañanas—sonrió con alegría.
—Te quiero mucho—musité en su pecho.
—Definitivamente, me vas a encantar por las mañanas—se rió entre dientes—. Aunque me vas a tener entretenido por las noches. Hablas en sueños—me señaló.
— ¿Eso es malo?—pregunté ruborizada.
—Sólo me preocupa cuando te agitas y lloras—me contestó levemente serio debido a la preocupación que esto le causaba—. No has dejado de llamarme en sueños, ¿qué ocurría?—me dio unas palmaditas en la espalda para tranquilizarme.
—Perseo no acudió al rescate de Andrómeda—le conté con congoja.
—Eso no va a ocurrir en la realidad—me juró—. Siempre estaré vigilándote y nada ni nadie me separaran de ti. Ni siquiera la muerte.
— ¿Eso significa que te convertirás en un fantasma y me te quedarás conmigo toda la vida?—bromeé con él.
—Preferiría algo más corpóreo para poder abrazarte y besarte—sugirió.
—Pues entonces conviértete en uno de esos seres de los que nos hablaba Billy en sus leyendas—tuve que hacer memoria para saber cómo los llamaban—. En un frío.
—Los vampiros son malos, Bella—Edward hizo una mueca de desagrado.
—Tú podrías ser una excepción.
—Cierto—se lo pensó mientras se reía—. Lástima que no conozca a ninguno.
—A lo mejor tienes a uno cerca y no te has dado cuenta—me reí para luego adquirir cara de pánico—. A lo mejor te ha mordido y eres ya uno de ellos—con fingido terror, me puse las manos en el cuello.
Edward se puso serio y sus ojos verdes se oscurecieron.
— ¿Sabes?—repuso con voz de ultratumba—. Creo que tienes razón y me he encontrado con uno de ellos—y sin venir a cuento, se abalanzó sobre mí y su boca se posó sobre mi cuello, haciéndole reír y a mí producirme un cosquilleo en el cuello—. Últimamente, encuentro tu sangre irresistible—me dio un suave beso en éste mientras millones de descargas eléctricas recorrían mi cuerpo—. Te quiero tanto.
Como respuesta, le acaricié el pelo.
Repentinamente se puso en pie, muy a mi pesar y cuando oí unos pasos dirigiéndose a mi habitación lo entendí.
—Mi madre quiere ver cómo estás—me advirtió—. Anoche tuviste algo de fiebre.
— ¿Se puede?—llamó a la puerta suavemente.
—Si—le contesté mirando aprensiva a Edward imaginándome lo que podría pensar si veía a su hijo en mi cuarto y yo en camisón.
Pero Elizabeth entró con una sonrisa en los labios y le dedicó un guiño cariñoso a su hijo.
—Edward, cielo, vas a llegar tarde a la consulta del doctor Cullen y luego tienes que estudiar para el examen de ingreso. Sólo te faltan dos meses—le recordó su madre mientras éste resoplaba quitándose un mechón de sus ojos.
—Creo que esto es una indirecta para que me vaya y empecéis a hablar de cosas de mujeres—refunfuñó.
—Edward—le reprobó su madre con gesto impaciente.
—Ya me voy—hizo un gesto teatral con las manos y antes de salir me hizo un guiño cariñoso—. Iré a buscarte por la tarde para salir a dar un paseo, si estás mejor.
—Adiós, Edward—me despedí—. No tengas muchos pacientes.
Con una carcajada, cerró la puerta.
Elizabeth se sentó en el regazo de la cama para percatarse de mi aspecto.
—Tienes mala cara—susurró preocupada.
—Me ha venido el periodo—le expliqué molesta y aliviada. Por mucho que me quejase de dolores menstruales, en esta ocasión me alegraba de sufrirlo. Eso significaba que lo del lago no había tenido consecuencias y ningún pequeño Eddie de pelo cobrizo vendría al mundo, por lo menos por ahora.
—Haré que te traigan un poco de leche caliente para que te recuperes—me tranquilizó—. He llamado a tus padres para decirles que te quedarás una semana más en casa. He intentado que te quedaras aquí hasta que se celebrase la boda, pero mi marido dice que eso no es posible, por lo menos legalmente. Así que te tendrás que aguantar en tu casa sólo un año más—me miró con lástima—. Lo único que puedo hacer por ti es que te vengas a dormir aquí los fines de semana y vengas a comer y cenar todos los días y rezar para que no te vuelvas loca en esa casa de grillos.
—Dos grillos se han ido fuera—la espina de Jacob Black clavada en mi corazón se inflamaba—. Edward ha ofrecido a Jacob un trabajo en New York y se ha ido con su padre.
—En cuanto estés mejor, iremos a comprar ropa—me sugirió—. El olor a ajo no se quita tan fácilmente—reprimió un gesto de asco.
—Estúpido viejo supersticioso—siseé—. Supongo que ahora tendré que buscar a alguien para administrar la casa.
—Edward puede hablar con algún compañero suyo—me propuso—. Estará encantado de hacerte ese favor.
Se lo agradecí de todo corazón.
—Isabella—me cogió de la mano y se puso seria—, espero que entiendas que lo de la separación de bienes no iba por ti en absoluto. Tú eres una buena chica y sabes que nuestro dinero es tu dinero, pero no quiero que tu madre ni tu padrastro lo puedan destrozar todo, metiéndose donde no les llaman.
—No me caso con Edward por dinero—le quería dejar clara mi postura.
—Lo sé—me repuso tranquila—. Pero el amor de juventud puede ser muy peligroso. ¿Cómo te sientes?
—Estoy aterrada—le confesé—. Las grandes historias de amor no tienen un final feliz y temo que Edward y yo acabemos siendo unos completos desconocidos y se produzca un muro silencioso entre nosotros—se me hizo un nudo en la garganta.
—Te dije que no debías leer Romeo y Julieta—me advirtió divertida para luego ponerse seria—. En la vida, no somos del todo felices. Sólo podemos aspirar a coger pequeños fragmentos de felicidad y retenerlos en nuestras manos el mayor tiempo posible. Y da igual lo que la gente diga. Los cuentos de hadas también existen en la realidad aunque ellos se saltan el proceso de todo el dolor que hay que sufrir para llegar al final feliz—después me susurró al oído—. Todo os va a salir bien. Si desde pequeños bebíais los vientos el uno por el otro—esbozó la misma sonrisa traviesa que su hijo.
Asentí con el corazón más ligero.
—Déjame enseñarte algo—se levantó de la cama entusiasmada y se dirigió al armario de dónde sacó una bolsa de tela de color blanco.
A medida que lo abría, empezó a salir un hermoso vestido de seda y encaje, muy sencillo para lo que se solía llevar en estos momentos, pero a la vez muy elegante. Abrí los ojos de la sorpresa y fui incapaz de imaginarme dentro de aquella maravilla sin empezar a tener urticaria o caerme con la cola. Elizabeth me recordó al hada madrina de cenicienta que sacando la varita mágica aparecía un vestido para la ocasión. Sólo esperaba no perder un zapato en la escalera de la iglesia.
—Lo mandé hacer el año pasado cuando llegamos a Chicago, ¿recuerdas?—asentí incrédula—. Al principio, Edward se puso bruto y estuve a punto de hacerle comerse el vestido, pero poco a poco vuestra relación fue viento en popa y mírate ahora—me hizo levantarme para mirarme en un espejo mientras me ponía el vestido encima de mí para que me viese con él—. El sexto sentido de una madre nunca falla—repuso burlona—. Ya me imagino como reventaran de envidia todas esas cotillas—repuso vanidosa—. Vas a estar preciosa. No sabes cómo me alegro que vayas a ser mi hija. Y tu padre sería feliz—su sonrisa se volvió nostálgica al pensar en su amigo.
— ¿Tú crees que Emmett podrá estar en la boda?—susurré pensando en la alegría de Edward por tener a su amigo junto a él en el día más feliz de su vida.
—Esta locura no puede durar demasiado—suspiró aprensiva como cada vez que se mencionaba algún temas de la guerra—. Todo irá bien—me puso las manos en el hombro para tranquilizarme y tranquilizarse ella misma.
Alisé la cintura de mi vestido con los dedos, deleitándome con la suavidad de la tela cuando de repente algo punzante se encontró con la yema de mi dedo y me pinchó.
— ¡Ay!—me quejé algo asustada al ver la sangre en mi dedo.
—Te has hecho un buen corte—se asustó Elizabeth—. Tranquila, te lo curaré enseguida.
—He manchado el vestido—gemí lastimosamente al ver tres gotas de sangre cayéndose en el vestido. Siempre tenía que estropear los grandes eventos en tonterías de las mías. Me sentía torpe y estúpida.
—Esto se lleva a la tintorería y se acabo, Isabella—me tranquilizó Elizabeth—. Aún falta un año para la boda y no es ninguna tragedia—se rió mientras volvía a guardar el vestido y yo veía como esas tres manchas se iban incrementando hasta teñir el vestido de rojo e intenté ignorar el mal presagio que se me estaba presentando en aquellos momentos.
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