Me Alegro de que FUeras tu... (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 22/09/2010
Fecha Actualización: 23/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 17
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Capítulos: 30

Rosalie Hale debe engendrar un heredero, o se verá sometida a la peligrosa furia sin límites de su hermanastro, Royce King II,  quien sufre la pérdida de su mal habida riqueza. Y el magnífico Emmett MacCarty es la perfecta elección para concebir a su hijo aunque para ello haya que encarcelar y violar al elegante caballero... Mientras tanto, Rosalie, prometiéndose a sí misma resistir, es traicionada por la terrible virilidad de Warrick, y este queda a su vez embrujado por la voluptuosa belleza de la dama. Así, mientras él planea una venganza adecuada, esperando ansiosamente el tiempo en que su captora llegue a ser su cautiva... empezará a sufrir el terrible tormento y el exquisito éxtasis de esta pasión.

Venganzas, drama, complicidad, amistad, pasión y amor....

Esta es una adaptación de la novela romantica Esclava del deseo escrita por Johanna Lindsey....

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Capítulo 8: LA CAPTURA

Sólo después de que Royce se marchara, Rosalie comprendió que ella y su madre se habían salvado de la furia de aquel hombre gracias a una distracción. El tenía la mente tan concentrada en la amenaza que representaba MacCarty y en la necesidad de derrocarlo que había olvidado todo lo que se refería al hombre que se suponía estaba encadenado en el piso alto. Si aquél hubiese estado todavía allí, ella se habría visto en dificultades para explicar su presencia a los invasores cuando se adueñaran de la fortaleza.

 

Felizmente, ésa no era una de las preocupaciones de Rosalie. Tampoco prestó atención a las instrucciones de Royce, su intención había sido abandonar la fortaleza, pero descubrio que aquel canalla despreciable se había llevado consigo a todos los guerreros y hasta el último de los caballos.

 

Rosalie consideró brevemente la posibilidad de ir al pueblo y ocultarse allí, de modo que la fortaleza quedase abierta, ocupada sólo por los criados que debían recibir al ejército de MacCarty. Pero el varón de la guerra deseaba venganza además de conquistar, y un hombre así bien podía incendiar el pueblo en busca de Royce o de la nueva dama de Kirkburough. Tampoco le serviría huir al bosque, como había hecho el sustituto de Aro.  A pie, sin dinero, no podría salvar a su madre antes de que Royce descubriese lo que había hecho.

 

No tuvo más remedio que atenerse a las instrucciones de Royce, porque no podía hacer otra cosa. Pero no reclamaría nada. Esperaría a ver qué condiciones se le ofrecían, y partiría de allí. Nadie podía saber que la fortaleza estaba totalmente indefensa. Las almenas estaban cerradas, la puerta clausurada. Vista desde fuera, Kirkburough parecía una fortaleza bien defendida. Ella no dudaba de que podía conseguir del atacante condiciones favorables para ella misma y los criados.

Una vez que hubiese conocido a MacCarty y apreciado qué clase de hombre era, quizá pudiese apelar a aquel caballero, y pedirle ayuda. Si no era peor que Royce, le ofrecería someterse a él. Por supuesto, MacCarty ya se había adueñado de tres de las propiedades de Rosalie, y no era probable que se las devolviese. Ella no las mencionaría. Otras propiedades de Rosalie continuaban en manos de Royce, pero de todos modos, MacCarty se proponía ocupar todo lo que estaba bajo el control de aquél. A decir verdad, ella no tenía nada con lo que negociar. Aunque podía ayudar a MacCarty Conocía los planes de Royce, podía advertirle de que él regresaría. Pero ¿MacCarty llegaría a creerla?

Esme había querido ir con ella hasta la entrada para esperar al ejercito, pero Rosalie la convenció de que continuase en el salón e. Pero había esperado demasiado tiempo. El ejército de MacCarty había llegado, quinientos hombres armados para la guerra, con casi cincuenta caballeros montados, hizo que los hombres que acompañaban a Rosalie se dejasen dominar por el pánico.

Sólo querían huir y ocultarse, y Rosalie no pudo criticarlos, pues ella sentía lo mismo. Sin embargo, no podía permitirles esa actitud, y su propio miedo agregó a su tono cierta frialdad mientras explicaba serenamente que si no permanecían allí para ayudarla, morirían; que el enemigo los mataría después de derribar las puertas... o que ella perecería.

 

Rosalie observó, tratando de recuperar la calma. Tantos caballeros. No había esperado eso. El dragón rojo que escupía fuego aparecía en varios estandartes claramente visibles, y muchos de los caballeros los habían agregado a los arreos de sus caballos. Sí, era la gente de MacCarty, aunque ella no podía adivinar cual de  los caballeros montados era el Jefe.

 

No pasó mucho tiempo antes de que un hombre se separase del grupo y avanzara hasta la entrada. No vestía la típica gruesa cota de mallas; por lo tanto no era un caballero. Por lo menos había cuarenta soldados que estaban montados, pero no en los grandes corceles, y aquél era uno de ellos.

Tenía una voz potente. Rosalie oyó claramente cada palabra, pero no daba crédito. No había condiciones ni garantías. La rendición completa o la destrucción total. Disponía de diez minutos para decidir.

No había nada que decidir. Aunque fuese una fingida amenaza, de lo cual dudaba, Rosalie no podía aceptar el desafío, pues los hombres que había traído con ella no esperaron a escuchar su decisión. Corrieron a abrir las puertas sin esperar la orden, y Rosalie no pudo impedirlo. Ahora, lo único que podía hacer era esperar la entrada del ejército.

 

Los caballeros entraron con las espadas desenvainadas, pero dentro los esperaba solamente Rosalie, que permaneció de pie en el primer peldaño de la escalera. No parecieron sorprendidos. Y los que fueron enviados a guarnecer los muros lo hicieron de prisa, sin tomar muchas precauciones ni prevenirse ante la posibilidad de que alguien se opusiera.

El resto del ejército se aproximó a ella, encabezado por tres caballeros que desmontaron en primer término. Dos tenían vestiduras tan lujosas que probablemente eran señores, aunque sólo uno podía ser MacCarty; el otro quizás era su vasallo. Pero el tercer caballero fue el que avanzó lentamente hacia ella. Era más alto que los dos restantes, y al tiempo que se acercaba envainó la espada. Mientras avanzaba no apartaba los ojos de Rosalie, aunque ella no pudo apreciarlo claramente porque tenía baja la visera del casco.

Había elegido un mal lugar para esperar, pues el sol estaba deetras de los hombres y le daba directamente en la cara, arrancando chispas doradas a sus trenzas de lino, y destacando la reluciente blancura de su piel de alabastro, y le impedía ver algo   del hombre que se acercaba, excepto que era muy alto y estaba completamente revestido de armadura.

Rosalie abrió la boca para saludar, pero sólo pudo emitir una exclamación cuando las manos del hombre le aferraron los hombros, con tal fuerza que ella temió que le quebrase los huesos. Cerró los ojos a causa del dolor. Una nueva y brusca sacudida la obligó a abrirlos. -¿Tu nombre?

Su voz era tan fría como cruel era la expresión de los labios. Rosalie no sabía cómo interpretarlo. Debía saber que era la dama del castillo, simplemente por el atuendo, y sin embargo la trataba como a una sierva del campo, y eso la aterrorizaba.

-Lady Rosalie Hal... Vulturi -dijo con voz que era un mero chillido.

-Ya no eres lady. En adelante, eres mi prisionera.

Rosalie casi se desplomó de alivio. Por lo menos no se proponía matarla allí mismo, sobre los peldaños. Y ser prisionera no era tan grave, era una situación provisional. A la mayoría de la gente de noble cuna se la encerraba en habitaciones apropiadas y se le concedían todas las cortesías que correspondían a su nivel. Pero ¿qué había querido decir al afirmar que ya no era lady?

El continuaba apretándola con fuerza, esperando. ¿Qué esperaba? ¿Que ella se opusiera a la decisión de hacerla prisionera? No, Rosalie no discutiría con aquel hombre. Por lo que había visto y escuchado hasta ese momento, era peor que Royce. Pero ¿qué podía esperarse de un hombre que salía a hacer la guerra si otro le arrebataba apenas un centímetro de tierra?

Ella comenzaba a inquietarse, sabiendo que él la miraba fijamente, pero sentía demasiado temor para mirarlo a su vez . Finalmente, él se volvió, siempre sosteniéndola, y literalmente la arrojó sobre el pecho revestido de armadura de uno de los hombres que se había acercado con él.

 

-Lleven a la prisionera a mi fuerte Fulkhurst y pónganla en mi mazmorra. Si no está allí cuando yo llegue, alguien pagará las consecuencias.

El hombre que estaba detrás de ella palideció. Rosalie no lo vio.  También ella estaba pálida, casi al borde del desmayo, después de oír aquellas palabras fatales.

-Por qué? -preguntó, pero MacCarty ya se había vuelto para entrar en la fortaleza…

 

Esme lo halló en la cámara en la cual no deseaba entrar desde hacía unos días. Las altas velas se habían consumido después de la última visita de Rosalie a la habitación, poco antes del alba; pero él había encontrado una vela nueva y la había fijado al soporte de metal del candelabro. Sus hombres estaban saqueando la fortaleza, y apoderándose de todas las cosas valiosas que deseaban, no imaginaba qué podía estar haciendo allí aquel hombre, cuando una ojeada le hubiera bastado para saber que en la habitación sólo había una cama.

 

Vaciló antes de hablar. El estaba de pie, mirando fijamente el lecho. Se había quitado el casco, pero la gorra de malla aún le cubría la cabeza. Era un hombre muy alto, y los hombros anchos le recordaban a Esme que... -¿Qué quieres?

Ella se sobresaltó, pues ni el hombre se había vuelto para mirarla cuando se acercó a la puerta, ni tampoco Esme había emitido un solo sonido. Tampoco ahora se volvió. En cambio, se inclinó y levantó del suelo las largas cadenas. Ella lo miró, fascinada, mientras él se pasaba dos veces la cadena alrededor del cuello, como si hubiera sido un collar de perlas, y dejaba colgando los extremos desde los hombros hasta la cintura. Esme se estremeció, y se preguntó por qué había recogido las cadenas, a menos que se propusiera usarlas con alguien. -¡Contesta! Ella se sobresaltó y balbuceó: -Dicen... dicen que eres el señor del Fuerte Fulkhurst MacCarty.

-Sí.

-Por favor, ¿qué has hecho con mi señora? No ha regresado...

-Y no regresará... nunca.

Él se volvió al decir la última palabra, y Esme retrocedió.

-Eso lo determinará la compasión de Dios; ¡no usted! Una de las comisuras de sus labios se curvó en un gesto amenazador.

-¿Por qué yo no?

Esme pensó en la posibilidad de huir. Pensó en la conveniencia de rogar. Recordó a su tierna Rosalie en manos de aquel hombre, y quiso llorar.

-¡Ah, Dios mío, no la lastimes! -gritó horrorizada-. Ella no tenía alternativa...

-¡Cállate! -rugió él-. ¿Crees que puedes disculpar lo que ella me hizo? Sus motivos no importan. He jurado que nadie me hace mal sin pagarlo diez veces.

-¡Pero ella es una dama...!

-¡Porque es una mujer le salvo la vida! Pero eso no cambia su destino. Tampoco tú lo lograrás. De modo que no me ruegues por ella, o recaerá sobre ti la misma suerte.

Esme calló mientras Emmett pasaba frente a ella para entrar en otra habitación, al otro lado del corredor. Sabía que Esme continuaba merodeando alrededor de la puerta, retorciéndose las manos, las lágrimas brotando de sus suaves ojos castaños. Tal vez había contraído una deuda con Esme, pero si volvía a rogar por aquella bruja de cabellos de lino, la enviaría también a las mazmorras. No era hombre que advirtiera dos veces.

La otra cámara, mucho más amplia, estaba preparada para alojar a un señor, con sus comodidades, costosas aunque escasas; tenía pocos objetos de carácter personal que indicasen a quién pertenecía. Pero Emmett sabía. Abrió bruscamente el único arcón que allí había, y la abundancia de prendas finas confirmó lo que había sospechado. De todos modos, preguntó:

-¿Le pertenecen?-  Esme consiguió responder. Sí -dijo.

-Mis hermanas podrán usar estas prendas.

Lo dijo con tanta indiferencia que disipó el temor de Esme  y avivó su cólera, aunque no era tan estúpida como para manifestarla allí mismo. -Es todo lo que le queda.

Él se volvió para mirarla de frente, y no había falta de sentimientos en aquellos ojos de expresión odiosa, como la había habido antes en su voz.

-No, todo lo que le queda es la piel de la espalda, y los harapos que yo decida entregarle. Aunque no olvido que a mi se me concedió todavía menos.

 

No!!!, pensó Esme, en aquel hombre no había indiferencia,  sólo el deseo de venganza, y por eso se apoderaba de los vestidos; pero probablemente era el menor de los castigos que pensaba infligir a Rosalie y Esme no encontraba el modo de ayudarla, pues él no deseaba saber que ella había sido una víctima tanto como él mismo. Ciertamente, las razones de Rosalie poco importaban a un hombre como aquél, que no era un siervo, ni un caballero de escasa categoría, sino un encumbrado señor. Simplemente, nadie le hacía a un señor lo que le habían hecho a él, porque después no podía vivir para contarlo.

El temor de Esme se reavivó intensamente, pero tampoco entonces fue temor por ella misma. -¿Te propones matarla?

-Ese placer sería muy breve -dijo él con frialdad-. No, no la mataré. Es mi prisionera. Jamás la libertaré por un rescate, jamás le permitiré salir de mi fortaleza. Estará a mi disposición hasta el día de su muerte.

 -¿No tienes compasión?

-¿Por los que me dañan? No, mujer, no la tengo-  Paseó de nuevo la mirada por la habitación antes de preguntar: -¿Aro tenía parientes?

Esme estaba demasiado intranquila para pensar en las segundas intenciones de la pregunta. -Sí, creo que un hermano.

 -Aquí no le quedará nada más que una cascara ennegrecida-dijo Emmett-. Pero tampoco quedará nada para el hermano de esa mujer- A Esme se le agrandaron los ojos.

-¿También piensas quemar la fortaleza?

-¿Todo lo ocurrido fue debido a este lugar, verdad? Ella no entendía que el sentimiento de venganza fuese tan absoluto.

-¿Y qué sucederá con los servidores que quedan sin casa?- Él se encogió de hombros, como si el asunto no le importase, pero dijo:

-No quemaré el pueblo... excepto la posada. Y agregó fríamente:

-Los habitantes del castillo pueden trasladarse al pueblo, o yo los dispersaré en distintos lugares de mi propiedad, lo cual mejorará su situación, a juzgar por el aspecto harapiento que tienen.

Después miró más atentamente a Esme, y la túnica de fina lana que ella usaba, y dijo:

-Tú no vives aquí, ¿verdad?

-Vine hace apenas tres días, cuando trajeron a mi señora.

-Entonces, eres libre de regresar a tu hogar. ¿Regresar a la morada de Royce, que MacCarty rodearía en un futuro próximo? ¿O de retorno a su verdadera residencia en Tures, que ya había sido capturada y que Royce había decidido recuperar? Hermosas alternativas: ambas la obligarían a vivir en medio de la guerra y la destrucción. Pero Esme no quería decírselo. Si él no sabía aún quién era Rosalie, o que el hermanastro de ella era su enemigo Jurado, Esme no sería la persona que le informara de ello para acentuar todavía  el ansia de venganza que él ya sentía.

-Mi hogar está destruido -fue todo lo que dijo. El la miró con el entrecejo fruncido, y el gesto provocó un escalofrío en Esme, pues parecía aún más cruel.

-Así como pago con la misma moneda a los que me hacen mal, también recompenso a los que me prestan servicio. Puedes ir a vivir a mi castillo, si así lo deseas.-

¿El lugar adonde había enviado a Rosalie? Esme no lo había esperado, y casi no podía creer en su buena suerte en medio de tanto desastre.

El percibió el placer que Esme sentía, lo interpretó con acierto, y lo rechazó sin más trámites.

-Entiéndeme, mujer -agregó bruscamente-. Si vas al castillo, será para servirme y servir a los míos, no a ella. A ella jamás volverás a servirla. Si no puedes concederme tu lealtad...

-Puedo -se apresuró a asegurarle-. Lo haré, de buena gana.

-¿Sí? -preguntó él con escepticismo, la duda todavía evidente en sus expresivos ojos-. Falta verlo. ¿Pero quizá tú me dirás el nombre del hermano?

Las consecuencias de tal información atravesaron la mente de Esme. Royce no estaría peor si MacCarty se enteraba de su nombre, y lo mismo sucedería si su enemigo lo hallaba, pues ya era el blanco de su odio. Pero Rosalie sufriría más si él sabía a qué atenerse. Incluso podía cambiar de idea y matarla para tener derecho total a las propiedades de la dama. Pero, ¿no era probable que se enterase del nombre de Royce mientras estuviese allí? No, los criados sólo lo conocían por el nombre de lord Royce. Y ella dudaba de que Emmett interrogase a todos los hombres que habitaban en el pueblo.

-Mujer, ¿por qué vacilas? -preguntó-. Seguramente conoces su nombre.

Esme miró con dureza a su interlocutor, dispuesta a soportar toda la expresión de su cólera.

-Sí, lo conozco, pero no lo diré. Aunque ella lo odia, ahora él es la única esperanza que mi ama tiene de verse a salvo de su "merced". Yo no la ayudaré, pero tampoco te ayudaré contra ella. Si me pides eso, tendré que rechazar tu ofrecimiento.- El la miró largamente, antes de preguntar: -¿Por qué no me temes?

-Te temo- El hombre gruñó.

-Lo disimulas muy bien.

Él no reaccionó encolerizado, y se limitó a emitir el típico gruñido masculino, lo cual indicó a Esme que aceptaba las circunstancias, aunque no lo satisfacían en absoluto. Esme se descubrió a sí misma sonriéndole, y se preguntó si era tan cruel como parecía.

A Emmett no le agradó aquella sonrisa, pero no formuló más preguntas a la mujer, y le ordenó que recogiese sus cosas. Envió a uno de sus hombres para retirar las ropas. Alice y Melisant podían usarlas después de reformar los vestidos. Y a él le agradaría ver que otras mujeres usaban las posesiones de Rosalie. Las mujeres atribuían mucha importancia a sus ropas. Sí, eso le agradaría... y también lo complacerían muchas otras cosas.

 

Tendría que encontrar una recompensa apropiada para Jasper, que había sabido reaccionar rápidamente en aquella coyuntura. Sir Jasper había quedado al mando de los hombres que Emmett había traído para escoltar a Isabella su prometida en su viaje a su fortaleza. Otros dieciséis caballeros habían formado parte del grupo; algunos tenían más edad que Jasper, y sin embargo Emmett se había sentido impresionado por la capacidad de liderazgo del hombre más joven en varias escaramuzas del año precedente. Por el momento, se había limitado a ascenderlo a capitán de la guardia.

Se había desenvuelto bien. Cuando Emmett no se reunió con sus hombres, como se había previsto, Jasper envió a varios caballeros de regreso al pueblo de Kirkburough, para comprobar qué lo había detenido. El posadero afirmó que Emmett había partido apenas se abrieron las puertas del pueblo, aquella mañana. Pero Jasper no había tenido motivos para dudar de aquella versión. Supuso que Emmett ya no estaba en el pueblo, y comenzó a buscar en la campiña y los alrededores. Pero los bosques eran espesos hacia el sur, y treinta hombres no podían cubrir mucho terreno con la rapidez que Jasper deseaba, necesitaba mantener a varios en el camino

Después Jasper decidió enviar un mensajero a la más cercana de las posesiones de Emmett, para pedir ayuda. Era la fortaleza de Manns, ocupada por su vasallo, sir Jacob Black. Entretanto Isabella había llegado y se sintió turbada cuando supo que Emmett no estaba allí para recibirla, y que en realidad había desaparecido.

Resultó que otro de sus vasallos estaba visitando a sir Jacob cuando llegó el mensajero de Jasper. Sir James tenía casi doscientos hombres consigo. De modo que cuando aquella mañana Emmett se encontró con sus hombres dispersos en la región, se le informó que sir Jacob y sir James llegarían en pocas horas con sus dos pequeños ejércitos, y con la intención de destruir Kirkburough si Emmett no había aparecido aún.

Emmett no podía haberse sentido más sorprendido ni más complacido. Había contemplado la posibilidad de perder varios días enviando a su fuerte  Fulkhurst la orden de reunir más hombres, pues Jacob ya le había dado sus cuarenta días aquel año durante el sitio de dos fortalezas pertenecientes a su más reciente enemigo, el señor de King. No habría impuesto más tareas a Jacob, por mucha impaciencia que sintiera, pero Jacob había venido de buena gana. Y sir James simplemente amaba la pelea: ésa era la razón por la cual siempre tenía disponible un pequeño ejército de mercenarios. En realidad, Emmett acababa de enviar a James de regreso a su hogar con el fin de que se ocupara "de sus asuntos.

Lo único que no se había desarrollado de acuerdo con el plan era que lady Isabella no había esperado; después de acampar un día, había partido al siguiente con su pequeña escolta. Emmett no atinaba a entender qué la había inducido a adoptar esa actitud. Y no había dejado a Jasper ningún mensaje, salvo las palabras "continúo mi camino". El no deseaba castigarla antes de que estuviesen casados, pero no estaba dispuesto a soportar una actitud absurda de una esposa. Había dejado a Jasper al mando de los hombres, y ella hubiera debido subordinarse a él.

Pero ni siquiera eso podía menoscabar su éxito: la visión de Rosalie Vulturi de pie en el patio, sola, lo había colmado de salvaje alegría. La tenía como había jurado que sería

Capítulo 7: EL SEÑOR DE LA GUERRA Capítulo 9: NUEVA VIDA

 
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