Me alegro de que fueras tú.!!!!
Emmett Jamás olvidaría aquellas palabras, y tampoco las perdonaría. Las recordó constantemente durante los días siguientes, mientras estaba encadenado a la cama.
Ella se desplomó sobre el pecho del hombre cuando todo terminó, y sus lágrimas humedecieron la piel del varón. La Joven no había sentido placer en la unión, pero había conseguido lo que buscaba. Y antes de separarse, le había tocado la mejilla y murmurado: "Me alegro de que fueras tú", y el odio que él sentía se duplicó.
Después, llegó la criada para curarle las heridas. La mujer mayor había chasqueado la lengua al ver las lesiones que él mismo se había causado, pero también descubrió el chichón con sangre coagulada en la cabeza, y lo limpió. El se lo permitió. Destruido por su propio fracaso, ya no le importaba lo que le hicieran. Tampoco lo inquietó la visita ulterior del hombre que vino a contemplar la sangre y el semen que aún le humedecían el vientre, y habló con una extraña mezcla de satisfacción y odio.
-Ella me ha dicho que te resististe. Mejor así. Creo que podría matarte por lo que has conseguido de ella. -Después se volvió y salió. Ya no volvió a aparecer.
Sin embargo, aquellas pocas palabras habían suministrado mucha información al prisionero. Comprendió que su carcelero no tenía intención de permitir que saliera con vida del asunto. No querían cobrarle rescate. Necesitaban únicamente al niño que quizás ya había puesto en el vientre de la mujer. También comprendió que aquel hombre estaba celoso de él, y que de buena gana le mataría una vez que ya fuese útil.
De todos modos no le importaba ni lo que sucediera al día siguiente, ni nada. Ni siquiera sintió la humillación de que Esme lo alimentase, lo bañase y lo ayudara a satisfacer sus necesidades más elementales allí mismo, en la cama. Ni siquiera intentó hablarle cuando le retiraron la mordaza para alimentarlo. Su apatía era casi total... hasta que regresó la mujer.
Sólo entonces supo que seguramente ya había caído la noche otra vez, pues allí no había ventanas que le indicasen el paso del tiempo. Y sólo entonces recobró la vida, y su furia casi lo enloqueció. Los movimientos desordenados aflojaron las vendas, y lograron que las esposas de hierro se hundiesen más profundamente en la carne todavía herida.
Pero aquella segunda noche ella se mostró paciente. No intentó tocarlo hasta que él se agotó. Y evitó acostarse hasta que estuvo casi completamente preparado.
Tres veces lo visitó aquella segunda noche, a diferentes horas, y tres veces la siguiente, despertándolo cuando era necesario. Era inevitable que cada vez necesitase más tiempo, pues el cuerpo de Emmett ya estaba saciado. Sin embargo, eso no la detuvo. Lo tenía completamente a su disposición. Lo examinaba cuidadosamente mientras lo acariciaba y estimulaba para mejorar su preparación; le acariciaba todo el cuerpo, pero sobre todo entre las piernas.
Le fascinaba el órgano viril, lo acercaba a su cara y volcaba sobre él su aliento, pero nunca hizo lo que había prometido la primera noche, pues era innecesario. La mera idea de que podía hacerlo, lo alteraba como si estuviese realizando la experiencia misma. Y él no podía impedirlo, no podía detenerla, no estaba en condiciones de frenarla con una mirada o de infundirle temor. Ella lo usaba, lo agotaba y ya no exhibía el más mínimo remordimiento. No tenía la más mínima compasión.
Ah, Dios mío!!!!, cómo deseaba vengarse. Era lo único en que pensaba el tercer día, en lo que le haría si podía ponerle las manos encima. Y pensar que había concebido la idea de ofrecerle un hogar el primer día que la vio. Sí, le ofrecería uno y en su mazmorra. Pero primero le daría su merecido.
No, primero debía escapar -Dime tu nombre.
Era la primera vez que hablaba a Esme. Ella lo miró con precaución mientras le acercaba a los labios otra cucharada de espeso guiso de cordero.
-Creo que no lo haré. No necesitas saberlo – le dijo con un extraño brillo en sus ojos que lo hacía recordar a su propia mamá
-Mujer, mis hombres me encontrarán. Si quieres sobrevivir la destrucción que provocaré en este lugar, es mejor que cooperes ahora conmigo
-Estabas solo cuando te apresaron?? – dudo en contestar, pero esa mirada de preocupación sincera...
-No, estaba con mi escudero Geoffrey. ¿Sabías que lo mataron?
Habló con un tono tan frío que Esme de pronto tuvo miedo, pese a que él estaba maniatado. Después
-¿Un caballero? - parecía sorprendida - No, ordenaron traer un villano.
-¿Crees que no saben cuál es la diferencia?. Él no intentó convencerla de lo contrario. -Mis hombres se adelantaron. Debía reunirme con ellos a la mañana siguiente. ¿Crees que continuarán el viaje sin mí?
-Me parece que tu historia es muy interesante, pero ¿por qué me dices todo esto? -preguntó Esme.
-Suéltame
-Si yo tuviese la llave para librarte de estas cadenas, no la usaría, por lo menos hasta que mi dama obtenga lo que necesita de ti – Emmett se dio cuenta que la lealtad de aquella mujer era para la su torturadora
Esme no agregó que Rosalie ya le había pedido que buscase la llave. Pero hasta ahora ella no había tenido suerte, y no deseaba que el prisionero alimentase falsas esperanzas, una actitud que compartía con Rosalie.
-Por Dios, qué expresión tan cruel -dijo Esme, más par sí misma que para él-. No lo había advertido hasta ahora
Emmett no necesitaba que se lo dijeran. Era la razón por la cual las mujeres le temían. Era la razón por la cual sus enemigos le temían. Por eso aquella maldita mujer hubiera debido alejarse de él. Estaba sobre todo en los ojos, que expresaban intensamente sus pensamientos sombríos, pero también en la línea dura que era su boca, rara vez sonreía. Y su expresión era especialmente agria ahora, porque sabía que ella no quería ayudarlo. -Te conviene recordar que...
Esme le ajustó la mordaza para interrumpir sus palabras, al mismo tiempo que decía indignada:
-De nada te servirá amenazarme. Cumplo órdenes de mi señora, no tuyas. No me extraña que se sienta mal todas las noches, cuando se separa de ti. No te habría hecho ningún mal tratarla con dulzura, puesto que ella no tiene más remedio que hacer lo que hace. Pero no, eres tan cruel por dentro como por fuera.
El había recaído en una cólera candente al oír aq
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