Cautiva del griego

Autor: EllaLovesVampis
Género: + 18
Fecha Creación: 30/06/2013
Fecha Actualización: 30/06/2013
Finalizado: SI
Votos: 8
Comentarios: 6
Visitas: 43876
Capítulos: 11

Bella siempre había intentado no pensar en la noche de pasión que había pasado con Edward Cullen.Entonces, ella no era más que una muchacha tímida y rellenita y él un magnate griego, para el que ella sólo había sido una más.Lo que no sabía era que Bella se había quedado seaba lo que era suyo: su pequeño y a Bella y el único modo de conseguirlo era casándose.

AVISO:Adaptación de la novela con el mismo nombre de la autora Lynne Graham.(publicada también en FF.net por mi)

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 6: Capítulo 6

Bella se encontraba en el ascensor privado que llevaba a la oficina de Edward en el edificio Cullen cuando sonó su teléfono móvil. Era Lauren Stanley, y su tía estaba fuera de sí.

—¿Es cierto eso de que Edward Cullen es el padre de tu hijo? —preguntó Lauren con voz furiosa y descreída.

Bella se estremeció; siempre había temido que iba a molestarse mucho al enterarse.

—Mucho me temo que sí.

—¡Eres una bruja ladina e intrigante! —la acusó su tía con voz estridente—. Es imposible que él te deseara. ¡No le llegas ni a la suela del zapato a Jessica ni en aspecto ni en personalidad!

Aquellos insultos de su pariente más cercana dejaron a Maribel deshecha.

—Lo sé —respondió con brusquedad—, siento el daño que todo esto pueda causarte.

—¡No me hagas vomitar! ¿Por qué habrías de sentirlo? ¡Ese niño debe valer una fortuna! Has sido una chica muy, muy lista.

—Creo que lo que he sido es bastante estúpida —le contradijo su sobrina en voz baja y dolida—. Yo no lo planeé. No esperaba que mi vida acabara siendo de este modo.

—¡No te atrevas a volver a dirigir la palabra a ningún miembro de esta familia! —advirtió la mujer, furiosa—. En lo que a nosotros respecta, de ahora en adelante estás muerta.

Al escuchar aquellas palabras tan duras, Bella palideció. Había albergado la esperanza de que el tiempo acabaría por suavizar la actitud de su tía hacia su hijo y ahora comprobaba que era del todo imposible. El ascensor se abrió a un vestíbulo privado. Un asistente la condujo hasta un enorme despacho y le informó de que Edward se reuniría con ella en cuanto terminase su reunión vespertina. Las ventanas eran muy altas y ofrecían unas vistas impresionantes de la City de Londres, con luces que parpadeaban con el trasfondo de una rojiza puesta de sol. El mobiliario era moderno y elegante, pero por encima de todo, era un espacio de trabajo práctico y bien diseñado. Edward nunca mezclaba los negocios con el placer. Seguramente se molestaría al ver que se había presentado sin más en su imperio empresarial.

—Bella… —delgado y espléndido, vestido con un traje gris de raya diplomática animado por una corbata roja, Edward mostraba una extraña expresión preocupada. Con un movimiento desconcertante, atravesó la habitación y la tomó de las manos—. Debías haberme dicho que querías verme. Habría enviado el helicóptero para que te recogiese. ¿Cómo estás?

Ella reconoció abstraídamente que él era un tipo con clase, de ésos que siempre tienen la palabra adecuada para cada ocasión. Al toparse con sus ojos verdes se sintió completamente mareada. Como de costumbre, él estaba impresionante y la hacía despegarse de la realidad, la dejaba sin aliento, al borde de emociones tan lascivas y maravillosas que no podía evitar pensar en ellas sin ruborizarse. Aun así, sólo tuvo que pensar en su hijo para que se enfriase el corazón al devolverle la mirada.

—Te muestras agradable porque piensas que has ganado. Crees que he venido corriendo hasta aquí para que me ayudes, ¿no es así? —dijo Bella con voz temblorosa por la rabia que carcomía su orgullo herido.

—¿No es eso para lo que estoy aquí? —Edward la observó con tranquilidad y satisfacción, porque no podía pensar en nada más apropiado que el hecho de que ella le pidiese y esperase su ayuda. Le enfurecía comprobar lo independiente que podía llegar a ser en situaciones de crisis—. Has tenido un día muy duro.

Bella retiró sus manos de golpe, en un gesto de rechazo.

—¿No es así como lo habías planeado?

Él frunció el ceño.

—Por supuesto que no.

—Pero fuiste el instigador de la historia que apareció en The Globe —le lanzó Bella sin detenerse siquiera a tomar aliento—. Ha sido cosa tuya. ¡No te atrevas a mentirme!

Mostrando un aplomo inquietante, Edward se apoyó con gracilidad en la mesa de su despacho.

—Nunca te he mentido.

Bella se giró, alejándose de él, incapaz de pronunciar una palabra debido a su indignación. Pero incluso dándole la espalda podía sentir su atracción. Nadie podía estar cerca de Edward sin sentir el alcance de aquella fuerza y poder.

—El artículo del periódico era demasiado minucioso. Todos los datos eran correctos y no aparecía ninguna revelación escandalosa.

—No hay escándalos en tu vida —indicó Edward con amabilidad—, aparte de mí mismo.

El enojo y la sospecha habían llevado a Bella hasta Londres para enfrentarse a Edward. Pero en el fondo, ella todavía albergaba dudas y pensaba que, a veces, una serie de coincidencias podían provocar una impresión equivocada. Pero ella lo había acusado y él no había pronunciado todavía ni una sola palabra en su defensa. Ni una sola palabra. En ese sentido, el significado de aquel silencio le producía una gran desazón.

—Tú lo planeaste y organizaste todo, estabas detrás de ese artículo sobre nosotros —susurró agitadamente—. Me cuesta mucho aceptar que puedas llegar a ser tan egoísta y destructivo.

Edward estaba decidido a no morder el anzuelo. Esperaba no mostrarse poco razonable: Bella tenía derecho a sentirse ofendida y él estaba preparado para dejar que se desahogara. Sentía curiosidad por saber cómo lo había adivinado tan rápidamente, pero al mismo tiempo no le sorprendía en absoluto la velocidad con que lo había hecho. Abrió sus ojos verdes jade, estudiándola, admirando sus mejillas sonrosadas y la curva de sus labios carnosos. Mucho antes de llegar a contemplar sus pechos, sintió una tensión entre las piernas. Le desconcertó lo poco que había tardado en reaccionar.

—Los paparazis ya nos estaban siguiendo la pista —señaló.

—¡Pero si no hay nada entre nosotros! –respondió Bella enfadada.

—¿Lo dices porque estás saliendo con otro? Y no me digas que eso no tiene nada que ver conmigo —le instó Edward—. Es muy importante dada la situación.

—En este momento no hay ninguna otra persona en mi vida —admitió Bella a regañadientes.

—Te guste o no, estamos conectados a través de nuestro hijo —afirmó Edward manteniendo la misma calma—. ¿Por cuánto tiempo crees que podía seguir volando a ver a Anthony sin llamar la atención? Era imposible mantener al niño en secreto indefinidamente, glikia mou.

—No estoy de acuerdo…

—Pero, con todos mis respetos, no sabes de lo que hablas. No vives en mi mundo. Es como una pecera llena de peces de colores. A pesar de mi equipo y de mis guardaespaldas, todos mis movimientos son vigilados y recogidos por la prensa rosa. A veces es más sensato tratar con ellos y controlar lo que publican. La alternativa suele ser una crítica feroz, y pensé que tratándose de ti y de mi hijo, lo más razonable era darle un giro y poner a funcionar mis relaciones públicas —Edward la contempló con inmensa calma—. Y me atengo a mi decisión.

Sus ojos violetas brillaron resentidos. No podía dar crédito a la excusa que había dado.

—¡Deja de tergiversar las cosas y de fingir que lo hiciste para protegernos! ¡No pensabas decirme la verdad y no parece que entiendas ni te importe el daño que has hecho!

Ante aquella acusación, tensó su mandíbula cincelada.

—Entiendo que estés enfadada.

—¿Igual que entiendes lo que me gusta que me nombres tu «confidente»? —respondió Bella con desdén.

En sus mejillas no apareció el más mínimo indicio de enojo.

—Estás enfadada, pero mis intenciones eran buenas. No me avergüenzo de Anthony. Es mi hijo y me siento orgulloso de él, y por lo tanto, me niego a ocultarlo.

Una risa fría y agitada escapó de los labios rosados de Bella. Un inmenso sentimiento de amargura se iba apoderando de ella.

—¿Y nuestras vidas qué? Ese aspecto no te importaba, ¿verdad? Pero has destrozado mi intimidad y no tienes derecho a hacerme algo así. Todo el mundo sabrá que tuvimos una aventura de una noche y tú…

Edward avanzó, perdiendo la calma.

Theos mou, lo que ocurrió aquella noche no fue nada de eso.

Bella no le escuchaba.

—¿No tenías suficiente con que te permitiese ver a Anthony? ¿Es que todo tiene que hacerse a tu manera?

—Os quería a los dos en mi vida de forma franca y honesta —le informó Edward abiertamente.

—Y como no tienes lo que quieres, te dedicas a jugar sucio —Bella empezaba a temblar de rabia—. Lo único que has conseguido es demostrarme que tenía razón al no confiar en ti. Hemos acabado, del todo. Te di una oportunidad y la echaste a perder…

—Eres tú, y no yo, quien ha convertido esto en una disputa. Yo no pienso dejaros a ninguno de los dos.

—¡Llevas toda la vida huyendo de las mujeres y, justo en este instante, el hijo a quien dices querer tanto está escondido debajo de una mesa con el perro! —carcomida por la rabia, sus ojos brillaban llenos de lágrimas acusadoras—. Anthony no entiende por qué estoy tan triste, por qué no se pueden abrir las cortinas, por qué está todo a oscuras, por qué hay tanto ruido fuera o por qué no podemos salir a jugar como antes. Está asustado y molesto. Tú eres su padre, y eso es lo que le has hecho hoy.

El rostro bronceado de Edward palideció.

—¿Y por qué lo hiciste? —Bella respiró con fiereza—. Porque eres un canalla arrogante, que siempre ha de salir vencedor. Pues muy bien: has perdido, Edward. Te has metido un gol espectacular en tu propia portería. No puedo confiar en ti. Ahora me da miedo. Eres una amenaza para mí y para mi hijo. Si quieres volver a verle, tendrás que casarte conmigo.

—¿De qué demonios estás hablando?

—¡Porque es el único modo de sentirme segura si accedo a que vuelvas a verle! No cuento con tus recursos ni con los contactos necesarios para enfrentarme a ti. Sólo una esposa podría hacerlo en igualdad de condiciones. Y como ambos sabemos que eso es algo que nunca va a ocurrir, por favor, déjanos en paz. Con un poco de suerte, los paparazis acabarán por aburrirse y marcharse. No quiero vivir en un escaparate.

Edward quedó asombrado con su actitud.

—No puedes apartarme de vuestras vidas.

—¿Por qué no? Ya he visto lo que eres capaz de hacer con tus influencias y tu dinero. Tengo la obligación de proteger a mi hijo y no puedo competir contigo…

—¡Anthony no necesita que lo protejan de mí! —Edward apretó las manos alrededor de las muñecas de ella para evitar que se alejase otra vez.

—¿Eso crees? ¿Qué clase de influencia ejercerías sobre él?

Bella casi se echó a llorar, invadida por una mezcla de rabia y pena.

—Eres dueño de docenas de casas, pero nunca has tenido un hogar. Ni siquiera te impusieron normas siendo niño, hacías sencillamente lo que querías. Con diez años ya tenías un Ferrari en miniatura y una pista de carreras sólo para ti. No puedes ofrecer ni enseñar a Anthony algo que nunca te enseñaron.

—Si te trasladas a Heyward Park y dejas de ser tan terca y obstinada, mali mou —dijo Edward bajando la voz—, puede que aprenda. Suponiendo que tenga algo que aprender, y no estoy convencido de que sea así.

Sus ojos verdes se hundieron en los de ella haciéndola callar. El llanto se le agolpaba en la garganta y una vorágine de emociones luchaba por escapar de su cuerpo en tensión. Ella nunca sería feliz amoldándose a un acuerdo de convivencia de aquella naturaleza. Él era una adicción que tenía que superar, no una adicción ante la que rendirse. Aunque adoraba a Anthony, pensaba que hubiera sido más feliz si nunca hubiese conocido al padre de su hijo.

—Quiero que me devuelvas mi vida anterior. Quiero que lo dejemos definitivamente.

—No —introdujo los dedos en su melena castaña para inclinarle la cabeza hacia atrás y rozó con los labios y el filo de los dientes la suave piel de su cuello, haciendo que cada célula de su piel cobrase vida y una punzada aguda de placentero dolor se aposentara bajo su vientre.

Por un instante, Bella deseó a Edward hasta el dolor. Una explosión devastadora de imágenes íntimas le hizo recordar el peso de su cuerpo fuerte y torneado sobre el de ella aquella noche en casa de su prima. Una pasión cuyo coste todavía estaba pagando. Enseguida le vinieron a la cabeza los insultos de su tía. ¿Hasta cuándo tendría que soportar aquello? Con lágrimas en los ojos, recuperó el control de sí misma y se apartó de él. Tenía la cara pálida y tensa.

—No —le dijo Bella rechazándolo—. No me traes más que problemas.

Jamás ninguna mujer le había dicho a Edward algo así.

—Ya he dicho todo lo que tenía que decir —Bella caminó hacia la puerta con un nudo en el estómago a pesar de su gélida apariencia—. Mantente alejado de nosotros. No te debo nada. Hace tan sólo unas semanas no sabías de la existencia de Anthony y vivías feliz y contento. Ojalá no hubieses venido a verme. Abriste la caja de Pandora.

Edward contempló con perturbadora intensidad el espacio vacío que Bella acababa de ocupar hacía tan solo un instante. Había vuelto a dejarle. Otra vez. Una terrible frustración se apoderó de su cuerpo. Se había equivocado. Por completo. Por extraño que pudiese parecer, había cometido un error y estaba dispuesto a admitirlo. Pero, ¿por qué ella no dejaba de juzgarle, y lo que era peor, de encontrarle defectos, marchándose, negándose a comprometerse o tan siquiera a discutirlo con él? ¿Qué es lo que tenía que hacer para contentarla? Pensó, endureciendo la mirada, que si se trataba de un anillo de bodas, lo único que iba a conseguir sería sentirse decepcionada. ¿Qué clase de chantaje era aquél? Pero su rabia quedaba contenida por una imagen que no conseguía sacar de su cabeza: la de su hijo buscando refugio bajo la mesa junto a aquél patético perro. Se había metido un gol en propia meta y eso le irritaba. Pero lo que enardecía su rabia era la certeza de que no podría ver a Anthony sin el consentimiento de Bella.

A Bella, la semana siguiente se le hizo eterna. Se encontró rodeada y acosada por los paparazis tanto en casa como en cualquier otro lugar al que acudiese. Pidió a la policía que no dejase pasar a la prensa más allá de la entrada del camino, pero aún temía sacar a Anthony al jardín por si algún fotógrafo aparecía por detrás del seto o de la parcela. Además, se sentía atormentada ante el temor de haber sido injusta con Edward, que, después de todo, no había sido más que un niño descuidado por sus padres. Bella pensaba que su difunta madre, Esme Cullen, desconocía lo que implicaba ser madre de un niño. Esme había sido hija única, la inestable heredera de la fortuna de los Cullen, y había acumulado cuatro matrimonios e innumerables aventuras antes de morir de un infarto en la treintena. Los incesantes escándalos y la adicción al alcohol y las drogas la convirtieron en una pésima madre para su hija, a quien tuvo cuando ella era todavía una adolescente, y su hijo, nacido, tres años después. Edward no había sabido quién era su verdadero padre hasta después de su muerte. Había recibido muy poco amor, atención o estabilidad. Con catorce años, había acudido a los juzgados a separarse legalmente de su caprichosa madre y se había ido a vivir con su abuelo. Pero en tan sólo tres años, tanto éste como su madre y su hermana mayor habían fallecido, dejándolo solo. Y Bella admitió que, desde entonces, Edward había estado solo. Al menos, hasta el día en que conoció a Anthony.

Ocho días después del encuentro que habían mantenido en Londres, Edward entró en el despacho de Bella, en el departamento de Historia Antigua, y la encontró preparando un horario.

—¿Edward? —preguntó totalmente desconcertada, levantándose rápidamente de su mesa abarrotada de papeles. El corazón le latía fuertemente porque había perdido los nervios desde que los paparazi habían empezado a perseguirla.

A pesar de la cara seria y la mirada fría de Edward, su impresionante atractivo le hizo perder el aliento.

—Si la única vía es el matrimonio, me casaré contigo.

Aquella descarga pilló a Bella por sorpresa, ya que no esperaba que los acontecimientos se desarrollasen así.

—Pero si no hablaba en serio… Sólo intentaba hacerte entrar en razón.

Edward se mostraba más adusto que nunca, impertérrito ante aquella alegación.

—Anthony es un tremendo aliciente. Por supuesto, estoy sugiriendo que negociemos un acuerdo.

—Por supuesto —repitió ella, no muy segura de lo que decía, o de cómo se sentía, más allá de aquella sensación de irrealidad—. ¿Cómo puede ser un matrimonio un acuerdo negociado?

—¿Qué otra cosa podría ser si no? Quiero estar con mi hijo y quiero que lleve mi nombre. Quiero verlo crecer y no lo compartirás conmigo si no me caso contigo. Sé reconocer un trato cuando se me ofrece, glikia mou.

—Pero no es eso lo que yo pretendía. Sólo quiero lo mejor para Anthony.

Edward enarcó las cejas.

—¿Sí o no? No pienso pedírtelo dos veces.

Bella pensó a toda prisa. Si se casaba con él, le otorgaría derechos legales sobre Anthony, pero siempre estaría cerca para poner freno a cualquier exceso por su parte y podría vigilar a su hijo. Si la relación no funcionaba, al menos podría permitirse los servicios de un buen abogado. Todas esas consideraciones eran de tipo práctico, pero ¿qué pasaba con la cuestión personal? El acuerdo sólo podía implicar una relación platónica entre ambos.

Aquellos que conociesen la legendaria frialdad y control de los Cullen se habrían sorprendido al ver que, en aquel preciso instante, Edward estaba a punto de perder los nervios. Había hecho lo que siempre había dicho que no haría: comprometerse en matrimonio. Una cazafortunas habría aceptado la oferta antes de que acabase de pronunciarla. Pensó que una mujer que de verdad lo quisiera le habría ofrecido una respuesta cálida y generosa. Pero ¿qué hacía ella en su lugar? ¡Pensarse la respuesta con el ceño fruncido!

Razonó arrepentida que casarse con un hombre que no la amaba y que seguramente la despreciaría por la forma en que se había casado con él no era precisamente un pasaporte para la felicidad. Iba a ser un camino pedregoso lleno de decepciones y sufrimiento. Pero, ¿qué tenía eso de nuevo? Por otra parte, si estaba destinada a no volver a amar a nadie nunca más, daba lo mismo si estaba con él o si no lo estaba. Cualquier matrimonio sería aquello en que ella lo convirtiese, ¿no? Era absurdo esperar que Edward hiciese alguna aportación constructiva al matrimonio. Sería como sacar a un león de su jaula y esperar que se comportase como un gato doméstico. Edward no tenía ningún modelo o referente positivo del matrimonio. No sólo no tenía ni idea de lo que era, sino que además ella tendría que enfrentarse a la cruda realidad de que él no tenía intención alguna de cambiar.

—Sí —dijo Bella con gravedad—. Me casaré contigo.

—¿Con reservas? —se burló él dulcemente.

—Con muchas —admitió ella sin dudar—. Soy una persona realista y tú una persona impredecible.

Edward la miró intensamente con sus ojos oscuros como cristales de hielo.

—Quiero que la boda se celebre dentro de tres semanas.

Bella parpadeó:

—¿En tres semanas? Por lo que más quieras, Edward…

—Quiero quitármelo de encima cuanto antes. Mis empleados se encargarán de organizado todo.

Bella mordió preocupada su labio inferior. «Quiero quitármelo de encima cuanto antes». Sabía todo lo que hacía falta saber sobre lo que Edward pensaba del matrimonio, así que aquello no afectó a su autoestima.

—Mañana me marcho a Nueva York —anunció Edward—. No volveré a Inglaterra hasta pasadas al menos dos semanas, porque tengo que ocuparme de unos asuntos. Si Anthony y tú venís a Londres hoy mismo, podré pasar algún tiempo con él antes de mi partida.

—Sí… de acuerdo —no dudó en dar su consentimiento porque nunca se había sentido cómoda ante la idea de mantener separados a padre e hijo.

—Y pasarás la noche conmigo.

Ella abrió la boca para decir algo, pero se quedó en blanco y no le se ocurrió nada que objetar, así que volvió a cerrarla. Durante un segundo, ella pensó en que aquello quería decir sencillamente que pasarían la noche bajo el mismo techo, pero había una luz en sus ojos que le advertía de que no iba a ser así, y esa conciencia hizo que se sonrojara.

—¿Así sin más?

—No pienso esperar a la noche de bodas —dijo Edward con desdén.

Pero Bella se encontraba bastante confusa, ya que había entendido que él le proponía un matrimonio de conveniencia.

—¿Es que nuestro acuerdo negociado incluye… esto… compartir la cama?

—Considéralo una comisión, hara mou —dijo Edward con enorme suavidad—. Sé que una vez que te hayas acostado conmigo, no volverás a dejarme.

Bella ocultó su mirada para evitar que viese grabada en ella su desconcierto. ¿Un matrimonio consistente en un acuerdo negociado… del tipo más íntimo? ¿Y por qué iba ella a echarse atrás? No acostumbraba a cambiar de idea en el último minuto. Seguramente por primera vez, cayó en la cuenta de que Edward tampoco confiaba en ella, y le sorprendió descubrir lo doloroso de aquel sentimiento.

Él le levantó la barbilla con sus dedos largos y bronceados.

—¿Estamos de acuerdo?

Tan ardiente como para sentir que se quemaba, Bella asintió con la cabeza. Él le levantó la mano y ella contempló atónita cómo deslizaba en su dedo un impresionante anillo de rubíes y diamantes. Los rubíes brillaban resplandecientes.

—Si es esto lo que tengo que hacer, respetaré las convenciones —afirmó cortante—. Esto, como la boda, es pura formalidad.

Su afirmación acabó con cualquier emoción que ella hubiese podido sentir al recibir el anillo. Ni siquiera parecía un regalo personal, sino más bien algo que se le permitía llevar con el fin de guardar las apariencias.

—Me sorprende que te importen las convenciones.

—A ti sí te importan, y cuando me comprometo a hacer algo, lo hago como debe hacerse y cumplo mi parte del trato —fustigó con mirada aguda y curiosamente severa su rostro tenso y atribulado—. Espero que tú seas igual de concienzuda a la hora de cumplir como esposa.

Sus ojos chocolates centellearon ante aquel desafío, y reprimiendo su recelo murmuró:

—No dudo que no tardarás en avisarme si no lo hago.

Sin previo aviso, su boca esbozó una sonrisa de agradecimiento, eliminando por un instante su aspecto frío e inaccesible. Inclinó su cabeza y durante un segundo ella pensó que estaba a punto de besarla. Pero en lugar de eso, frunció el ceño y miró su reloj.

—El helicóptero irá a recogerte a tu casa a las dos.

Bella asintió lentamente. Estaba tan asombrada ante la idea de casarse con él que se quedó totalmente aturdida.

—Todavía no puedo creer que esto sea real.

Edward respondió con mordacidad:

—Lo será muy pronto, pero te advierto que voy a ser un marido pésimo.

Ante su actitud, Bella pensó que aquello era más que probable y se preguntó si aceptar había sido una idea descabellada. Después de todo, él sólo estaba dispuesto a comprometerse por el bien de su hijo. La puerta se quedó abierta cuando salió, pero alguien la sujetó antes de que pudiese volver a cerrarse. Sus alumnos entraron en tropel. Ella dedicó una mirada al enorme anillo. Era exquisito. Pero se recordó obstinadamente que no significaba nada, decidida a no sucumbir a los estúpidos vuelos de su imaginación.

Capítulo 5: Capítulo 5 Capítulo 7: Capítulo 7

 


 


 
15095831 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 11082 usuarios