When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
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Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

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Capítulo 6: Snow

— ¡Jacob Black, si no dejas de tirarme bolas de nieve te pondré doble tarea!—le amenacé por enésima vez en la tarde. Pero éste no me hizo el más mínimo caso. Acabé perdida y mojada a causa de todas las bolas que Jacob me había lanzado.

Éste se limitó a reírse de mí mientras veía como me sacudía la nieve. Se puso a hacer un muñeco de nieve.

Era la primera gran nevada que caía en Chicago este año y eso hacía que el espíritu infantil que en el fondo llevábamos dentro, saliese al exterior.

No sabía lo que me pasaba pero me sentí eufórica cuando, al abrir la ventana esta mañana, vi una extensa capa blanca en el suelo y los barcos pasando con dificultad a través del hielo. No pude evitar sonreír a pesar de mis oídos, taladrados por los lamentos de Reneé a causa que la "maldita nieve" arruinaría su precioso traje para el baile de navidad. No me acordaba de ese estúpido acontecimiento hasta que Reneé lo mencionó. Y eso que era el evento más esperado de todo el año y seis meses antes, la gente ya se compraba el vestido y los complementos. Yo no era de esa clase. Ya dejaba que mi madre se preocupase por las dos, ante su desesperación. El baile de navidad no despertaba en mí un gran interés —entre otras cosas porque yo me pasaba la mayor parte escondiéndome en alguna sala continua al gran salón para no salir a bailar, a pesar de los esfuerzos de Newton— pero este año sería todo diferente.

Después de una mañana de compras de regalos de navidades con Ángela, donde la volví loca para encontrar un regalo adecuado para Edward y encontrar unas viejas partituras de piano que seguro que le gustarían en una vieja tienda de antigüedades, fui a comer con ella y me dirigí a casa para estar un tiempo con Jacob. Últimamente tenía cambios de humor muy bruscos. Tan pronto estaba de un humor excelente como que se volvía huraño y taciturno. Estos cambios de humor venían acondicionados por las visitas, cada vez más frecuentes, de Edward. Cuando éste venía, podía ver como su cuerpo se tensaba y se mostraba reacio a darle la mano, que tan educadamente le ofrecía Edward y, cuando le invitaba a unirse a nosotros, éste fruncía el ceño y se iba de la sala sin dedicarnos una palabra. Edward lo dejaba pasar y me tranquilizaba para que no me venciesen mis impulsos de ir en su busca y arrastrarle por las orejas para que no fuese tan grosero con él. Hoy había tenido la suerte de pillarle de buen humor cuando le propuse que fuéramos a jugar con la nieve.

— ¡Señorita Swan, vayamos a hacer un muñeco de nieve!—me animó alegremente. No pude evitar ser arrastrada por su alegría y nos pusimos a jugar como si tuviésemos dos años.

—Creo que va a necesitar una bufanda y unos guantes—opiné cuando vi en frente de mí nuestra obra, si se podía llamar obra a dos bolas de nieve superpuestas con un trozo de pimiento como boca, una zanahoria como nariz y un par de castañas como ojos—. O si no, pasara mucho frío.

—Tengo una bufanda y guantes viejos de Billy. Creo que servirán—se ofreció Jacob—. Eran para mí como regalo de Billy, ya que me ha dicho que tenemos que ahorrar y no me permite comprarme un conjunto nuevo. Pero es un conjunto tan feo que me da igual que se lo quede Mister Snow—sonrió tristemente cuando miró al muñeco.

No pude evitar sentir lástima por Jacob y sonreí para mis adentros al pensar en la intuición que tuve al pensar que a Jacob le gustaría el conjunto de bufanda, guantes y jersey de color verde que tan bien contrastaría con su piel cobriza. Tenía ganas que llegase el día siguiente por la mañana, después de regresar de la iglesia para poder ver las caras de satisfacción de la gente a la que quería.

—Vamos a por la bufanda y los guantes—me animó.

Pero antes de meternos en el garaje, la señora Pott me llamó.

— ¿Qué hace, señorita Swan?— inquirió horrorizada en cuanto me vio empapada a causa de la nieve—. ¡Ya verá como la vea su madre de esta guisa, se resfrié y no pueda ir al baile!—exclamó.

— ¡Ojala!—refunfuñé.

—Su madre le haría ir aun estando convaleciente en la cama—se rió—. Tengo el baño preparado. Si tarda demasiado el agua se enfriará y tengo mejores cosas que hacer que volverla a calentarle el agua por culpa de una remolona como usted.

Miré con resignación al muñeco y, con pena, sonreí a Jacob para luego dirigirme a casa.

.

.

.

— ¿Señorita Swan?—Jacob me interrumpió mis ensoñaciones mientras me miraba al espejo con mi vestido color violeta de seda y con complicados dibujos de flores.

— ¿Si, Jacob?—desvié mi mirada del espejo para mirarle. Parecía cohibido.

Permaneció unos momentos sin decirme nada y parecía que se iba a retirar.

—Es una tontería. No quería interrumpirla—musitó avergonzado—. Está preciosa, señorita Swan.

—Jacob—le agarré del brazo para que no se fuese—, sabes que yo tengo tiempo para ti.

—Menos cuando está con el señor Masen—replicó con algo que me pareció rencor—. Y normalmente está con él durante las veinticuatro horas del día.

—Duermo un mínimo de ocho horas—intenté bromear para dejar pasar el tono despectivo de Jacob hacia Edward—. En ese momento no creo que esté con el señor Masen.

—Yo creo que él está presente hasta en sus sueños—gruñó.

— ¿Me vas a decir lo que quieres, Jacob?—le volví a repetir con la mosca en la oreja.

—Quería darle mi regalo de navidad—me ofreció una pequeña bolsa con tiras de cueros.

— ¿Por qué no me lo das mañana por la mañana como siempre, Jacob?—le pregunté sorprendida por su extraña actitud.

—Es una estupidez…—musitó—, pero me hacía ilusión que usted lo llevase esta noche… pero no creo que entre sus joyas haya sitio para algo tan modesto como mi regalo.

—Si me lo has regalado tu no es modesto, seguro que te habrás gastado tus ahorros en comprármelo—le regañé por tener ese detalle conmigo.

—No lo he comprado—admitió—. Lo he hecho yo.

Desaté las tiras y, cuando el paquete se deshizo, me encontré con una pequeña tira plateada y en ella había colgada un pequeño animal de madera con forma de lobo.

—El lobo es el espíritu protector de nuestra tribu—me explicó—. Billy me enseñó a tallar la madera.

—Jacob, es precioso—me emocioné a mi pesar y esperaba que el maquillaje no se me estropease por culpa de las lágrimas que empezaban a salir de mis ojos—. Y eres un tonto por pensar que nunca llevaré nada tuyo. Siempre tendrá un sitio en mi muñeca. Ayúdame a ponerla—le extendí la muñeca.

Éste sonrió y me sorprendió la habilidad con que me la enganchó a pesar de sus enormes dedos. En estos meses, había crecido muchísimo.

Me gustaba como me quedaba ésta junto a la pulsera que me había regalado mi padre y nunca me quitaba.

— ¿Qué tienes pensado hacer esta noche?—pregunté con entusiasmo.

—Pensaba ir a la fiesta que organizan Sam y los chicos en el Green Town—zona situada en los extrarradios de Chicago llena de inmigrantes—. No haremos nada especial, pero por lo menos pasaremos una noche agradable.

— ¿Y por qué no te vienes conmigo al baile?—le invité en un momento efusivo—. Cogemos un traje de mi padre y te lo pones. Por eso no hay problema. ¿O tienes un enorme interés en ir al otro sitio? Creo que tiene que haber una chica que te gusta, ¡eh, pillín!—le di un codazo.

Éste se ruborizó.

—Hay una chica que me gusta mucho—confesó para luego suspirar tristemente—. Pero por desgracia no la veré donde yo voy, ya que ella no anda por los mismos círculos que yo y además está fuera de mi alcance.

—Eso no lo sabes.

—Lo tengo más que asumido. Ella ya tiene la vista fija en otro.

—Es una tonta y ella se lo pierde—le consolé—. Voy a darte el traje de mi padre y te lo pruebas, aunque creo que es de tu talla. ¿Cómo puedes crecer tanto?—pregunté admirativa.

— ¿Está segura que quiere que vaya señorita Swan?—suspiré. ¿Cuándo dejaría de tratarme de usted?—. Creo que me está empezando a gustar el plan.

— ¡Ya verás cómo te gusta, Jacob!—con Jacob, Emmett y Edward el baile sería menos monótono—. Veras muchas chicas guapas para olvidarte de la que te desprecia. Seguro que Emmett intentará hacer una competición contigo para ver quien se emborracha contigo y Edward intentará quitarte todo el dinero jugando al póker—puse los ojos en blanco al imaginarme a Edward en esa guisa—. Pero yo te protegeré de esos dos individuos, te lo prometo.

Al oír el nombre de Edward se puso tenso y su sonrisa desapareció de su rostro.

— ¿El señor Masen va a estar presente en el baile?—preguntó secamente.

—Por supuesto que va a estar allí, ¿qué te hace pensar lo contrario?—empezaba a estar harta de sus cambios de humor.

Puso gesto adusto y me comentó despectivo.

—Creo que seguiré con mi plan anterior. No se me ha perdido nada en ese lugar.

Iba a preguntarle qué demonios tenía contra Edward pero en ese momento desapareció de mi vista. Me prometí a mi misma que después del baile arreglaría el asunto.

— ¡Isabella, querida!—me llamó mi madre para que bajase—. ¿Estás preparada? El taxi nos espera.

Cogí el abrigo blanco y el bolso malva y bajé las escaleras a trompicones.

.

.

.

"¡Maldito Mike Newton!", le maldije en el fondo más recóndito de mi mente mientras me aovillaba en el sitio que había elegido para esconderme de todos aquellos pretendientes que estaban intentando invitarme a bailar, empezando por Mike Newton. Me sentí tan acosada que a la más mínima oportunidad, me escapé del gran salón y me metí en un pequeño habitáculo y para más seguridad, me escondí debajo de la mesa. Era una actitud completa de niña pequeña, pero confiaba que Mike Newton y su pandilla no me encontrasen allí.

— ¿Señorita Swan?—le oí llamarme mientras en mi fuero interno no hacía más que lanzarle las más horrendas blasfemias que se me iban ocurriendo—. No se podrá esconder mucho de mí.

— ¿Qué ocurre señor Newton?—preguntó una voz archiconocida que supuse que me sacaría del lío.

—La señorita Swan ha seguido con su tradición de todas las navidades de esconderse de todo aquel que la saque a bailar—le explicó Mike a Edward—. Empiezo a pensar que tiene un problema de fobia social.

—No la ocurre nada. Simplemente es que odia bailar y no ha encontrado a nadie que la convenza de lo contrario.

— ¿No la estará ocultando, Masen?—preguntó Newton quisquilloso.

— ¿Yo?—inquirió inocentemente—. En cuanto la vi desaparecer del salón, supe que no la encontraría a menos que ella quiera ser encontrada.

—Pensé que estaba con usted. Como últimamente se le ha pegado como una lapa, me ha extrañado que no estuviesen juntos.

—Encuentro la compañía de la señorita Swan gratificante—comentó aparentemente indiferente—. Es una persona muy agradable y sobre todo, cuando se nos presenta con ese escote a las fiestas.

Me miré disimuladamente el escote intentando amortiguar mis deseos de salir de debajo de la mesa y pegarle una patada en su trasero. Me estaba imaginando su sonrisa al decirlo.

— ¡Es verdad!—corroboró Emmett—. La señorita Swan nos ha venido despampanante con ese escote. Si no fuera porque es un poco delgaducha para ser mi tipo, la tiraría los tejos ahora mismo.

—La verdad que verla de diario a verla ahora, cambia bastante la perspectiva—comentó Newton de manera lasciva—. Con ese escote tan provocativo parece que está diciendo: "Soy toda tuya. Llévame a un lugar oscuro". Va de dama refinada, pero creo que tiene ganas de marcha.

— ¿Eso es lo que interpreta que quiere decir su escote?—le preguntó Edward aparentemente tranquilo, pero sabía que en un momento podría explotar.

—Las verdaderas damas no llevan esa clase de escote que hacen entender a los hombres que son unas busconas—desaprobó Newton.

—Un verdadero caballero no opinaría del escote de una dama, Newton—replicó Edward con la máscara de buenos modales a punto de desquebrajarse.

— ¡Claro!—exclamó Emmett con su particular humor—. Eso es que las verdaderas damas tienen la pechera tan caída que no se atreven a enseñarla.

— ¿Qué hacéis aquí, si no estáis buscando a la señorita Swan?—preguntó perspicaz.

—Veníamos a fumar libremente sin presiones de las miradas de nuestras madres y respectivas. ¿Quiere uno?—le ofreció Edward.

Me pareció que Mike dudo unos instantes para luego musitar un por qué no y cuando vi una silueta situarse junto a ellos, supe que se había sentado y que no se iría de allí.

"Maldita sea".

— ¿Cómo va el asunto de la gran guerra europea?—Newton pasó de mi provocativo escote a hablar de noticias de la guerra, lo cual me puso de muy mal humor.

—No leo demasiado las noticias. No es algo que me afecte personalmente—repuso Edward lacónico.

—Pues debería interesarle, Masen—le advirtió Newton divertido—. La guerra nos está beneficiando. Si la guerra continua, nuestros competidores europeos se debilitaran y nosotros prosperaremos. Nos interesa que la guerra dure por lo menos un año o dos más. De todas formas, no sé si le habrá llegado el comunicado que han bajado la mayoría de edad a los dieciocho años. Yo cumplo los años a primeros de febrero, por lo tanto me tocara ir a combatir. Me siento feliz de participar en la gloria de mi país— me estaba empezando a dar arcadas de que alguien pudiese sacar tajada de algo tan degenerante como la guerra. Además, ¿qué sabía Newton sobre la guerra? Aún recordaba cuando oía gritar a mi padre en sueños los horrores que había vivido y eso que él era un hombre curtido y endurecido por las circunstancias. Esperaba por el bien de Newton y de todos aquellos niños insensatos que nunca supiesen a lo que se estaban exponiendo—. ¿Cuándo cumple usted los años, Masen?

—En junio—le contestó Edward desganado.

Newton soltó una ruidosa carcajada.

—Puede que pille un trozo de guerra aun, aunque sea las maniobras de retirada de los perdedores—le provocó malévolamente—. ¿O no pensará su mamá mandarle a un país neutral de intercambio de estudios para salvar su pellejo en lugar de realizar su labor como un hombre hecho y derecho?—le preguntó sarcásticamente.

—No necesito matar a nadie para demostrar que soy un hombre, Newton—respondió Edward con tono sombrío—. ¿Quiere que se lo demuestre?—le retó.

—Yo siempre he pensado que matar a un hombre con una metralleta y en una zanja no es divertido ni heroico—opinó Emmett—. En eso los osos nos llevan ventaja. Fuerza bruta contra fuerza bruta. Y dejar que la naturaleza siga su curso.

—Muy filosófico, Emmett—Aprobó Edward.

—Buena fiesta—volvió a cambiar Newton de tema—. Toda la sociedad respetable de Chicago esta aquí.

—La fiesta es tan interesante que encuentro muy estimulante una conversación con usted—dijo Edward con tono aburrido—. Tengo vistas las mismas caras todo el tiempo.

—Lástima que la familia del doctor Cullen no haya decidido presentarse en la fiesta—soltó Newton aparentemente inocente. Desde hacía unos meses el doctor Cullen y su familia eran el centro de cotilleo de todas las chismosas de alta clase de Chicago—. Supongo que la vergonzosa actuación de su hijo le impedirá presentarse en sociedad.

—No sé qué tiene que ver lo que haya hecho el hijo con su padre—por alguna extraña razón, Edward había cogido aprecio a ese extraño, pero agradable, doctor y no le gustaba que nadie se metiese con él—. El doctor Cullen es un auténtico profesional y nunca ha protagonizado ningún escándalo. Es un hombre dedicado a su trabajo y a su familia.

—Pues si que le ha enseñado buenos modales a su hijo—se carcajeó Newton—. ¿Raptar a una loca del hospital psiquiátrico y huir a Australia para casarse con ella?

—No sabemos lo que paso, Newton—repuso Edward seriamente.

—Además, el chico tuvo lo que hay que tener y se caso con ella—corroboró Emmett—. Si él se enamoró de esa chica, sus razones tendrá.

—De todas formas, por lo que tengo entendido los dos chicos no son hijos suyos—Newton siguió calumniando a la familia del doctor—. Creo que deben ser hijos de una hermana de la señora Cullen, que murió y se encargó de ellos. La señora Cullen no puede tener hijos. Me parece muy extraño que el doctor no se haya divorciado de ella y se haya casado con otra.

—Bastante desgracia tiene esa pobre mujer para que encima se la critique. El doctor es una persona muy integra y nunca caería en nada tan bajo—Edward empezaba a molestarse.

—Una verdadera lástima que el doctor no haya querido venir.

—El doctor Snow está en la fiesta. La gente también se pone enferma en navidad. Alguien se tiene que hacer cargo de ellos—atajó Edward el tema.

Hubo un momento de pesado silencio hasta que Edward decidió romperlo.

— ¿Seguirá la búsqueda de la señorita Swan a pesar de estar desaparecida en combate?

—Por supuesto—confirmó Newton—. Me lleva prometiendo un baile desde que éramos unos niños y aún no he conseguido sacarla a pista.

—No creo que sea buena idea—le contrarió Edward.

— ¿Quiere un baile con ella?—inquirió Newton molesto.

— ¡Qué va!—se rió—. Sólo es por advertirle que si baila usted con la señorita Swan, puede correr el peligro de tener que ir al hospital por una inflamación de pies debido a los pisotones.

"Grosero", golpeé el suelo con rabia produciéndome un dolor agudo.

— ¡Ay!—me quejé en voz alta para luego taparme la boca.

— ¿Habéis oído algo?—demasiado tarde. Newton ya sospechaba y yo me maldije por mi indiscreción.

— ¡Miau!—imité un maullido un poco lastimero.

—Ha sido un gato hambriento, Newton—le tranquilizó Edward—. ¡Michino, michino, michino!—empezó a llamar al supuesto gato—. Se debe haber escapado o es un gato muy tímido.

— ¡Señor Newton!—la voz de Jessica Stanley invadió todo el habitáculo—. ¡Le he estado buscando por todas partes! ¿Dónde se había metido? ¡Es usted poco caballeresco por dejarme sin el baile prometido!

Por primera vez me alegré de oír la voz de Jessica.

— ¡No le da vergüenza señor Newton de dejar a una dama sin su baile prometido!—dijo Edward con burlona lástima hacia Jessica—. No se preocupe, señorita Stanley. El señor Newton cumplirá su promesa con usted.

—Tampoco me importaría que usted fuese conmigo al baile—insinuó Jessica con falsa modestia. Si no hubiera estado escondida, le habría tirado de los pelos por arpía.

—Lo siento, señorita Stanley—los modales de Edward seguían impecables—. Pero tardaré un poco en fumarme el cigarro y me sienta fatal tenerlo que dejarlo a medias. Compréndalo.

—Otra vez será—se resignó—. ¡Señor Newton!

Vi a Mike Newton levantarse y despedirse de Emmett y Edward. Después otro silencio invadió la sala.

— ¿Buscamos al gato y le destripamos como a un oso?—le propuso Emmett a Edward.

—No te molestes, Emmett—le disuadió—. Este gato lo que quiere es quedarse solo. ¿Nos vamos?

—De acuerdo.

Oí los ruidos de sus pasos al irse y apagaron la luz, supe que no había nadie en la sala. Era mi oportunidad para salir.

De repente alguien me tiró de la cola del vestido y cuando medio cuerpo mío estuvo fuera, noté como alguien me cogía por la cadera y me sacaba para fuera.

— ¡Ya salió la gatita, Edward!—exclamó Emmett feliz.

Por alguna razón, me resistí a salir y empecé a tirar de mi misma por el lado contrario con tan mala suerte que me di con algo en la cabeza.

Cuando noté un líquido viscoso y de olor nauseabundo saliendo de mi frente, no pude evitarlo y perdí el conocimiento. El último recuerdo que tuve fue que alguien con un pañuelo, estaba presionando la herida.

— ¡Emmett, te dije que tuvieras más cuidado!—le increpó Edward con voz rota por la preocupación—. ¡Hay que llevarla al hospital!

.

.

.

Empezaba a salir de mis ensoñaciones cuando oí desde la calle a los niños cantando sus habituales villancicos. Me taladraban los oídos, por lo que me puse la almohada encima de la cabeza para amortiguar el molesto ruido.

Alguien me la apartó de la cabeza con suavidad y me puso la mano en la frente. No pude evitar un chasquido de dientes al percatarme de que su mano estaba helada. Como si hubiese estado metida en la nieve durante horas. Debió percatarse de que estaba bien, porque apartó su mano. Para no tener que despertarme me puse las sabanas en la cabeza y me di la vuelta de medio lado.

—Un poco más mama. Hoy es sábado—murmuré suplicando que me dejasen dormir.

— ¿Se encuentra bien, señorita Swan?—me preguntó una voz suave, profesional, moderada y tierna a la vez.

No pude evitar abrir los ojos y sonreír como una pánfila cuando el hermoso rostro de ojos dorados y brillantes del doctor Cullen me inspeccionaban.

—Doctor Cullen—musité—. ¿Qué hago aquí?

—Eso mismo me pregunto yo—me repuso con burla pero sin querer ofenderme—. Se hizo una pequeña brecha y le he tenido que volver a coser. Parecía más grave de lo que era porque cuando el señor Masen y el señor McCarty la trajeron hasta aquí, había perdido un volumen de sangre considerable y estaba increíblemente pálida. Por suerte, era una herida superficial y no he tenido que darle puntos. Pero empiezo a pensar que voy a tener que poner una cama fija para usted.

—Estoy algo mareada—me quejé—. ¿Me ha vuelto a dar morfina?

— ¡Oh, no!—simuló estar espantado—. No cometo mis errores dos veces. Le he dado un sedante muy suave para que descanse.

—Pues no lo ha conseguido. Usted sigue estando endiabladamente guapo.

Se rió con ganas y empezó a apuntar unas notas.

—Descanse un poco y podrá volver a casa, señorita Swan. Aunque siento lo del baile.

—No se preocupe—le repliqué sinceramente—. No estaba muy motivada con él.

— ¿Ni siquiera estando el señor Masen presente?—inquirió perspicaz.

—Odio que Edw… el señor Masen descubra que soy una pésima bailarina—me puse roja como una grana.

—No te preocupes demasiado por eso—la voz de Edward surgió del umbral de la puerta—. Ya me las conozco bien.

Le iba a lanzar una mirada que le dejase en el sitio pero el impacto de verle con dos botones de su blusa desabrochados y la corbata quitada y cubierto por una sencilla bata de médico, hicieron que las fuerzas flaqueasen y se me olvidase todo lo que tenía que decirle. Su sonrisa acabó con todas mis defensas. Ya no podía mirar a ningún lado sin que la belleza del doctor Cullen y la de Edward me persiguiesen fuera y dentro de mi cabeza.

Se acercó a mí y me esforcé por respirar cuando se acercó a mi cama y su mano se posó en mis mejillas. Podía ser que en la calle estuviéramos a varios grados bajo cero, pero mi interior podría ser morada de demonios perfectamente. La sangre se me subió a las mejillas y me sonrojé como una tonta.

Edward se rió ante eso.

—Parece que ya estas mejor—se tranquilizó para luego acercarse a mi oído—. Me tenias muy preocupado.

Intentando que la lengua no se me trabara, me disculpe con él.

—Siento que Emmett y tú os hayáis perdido la fiesta.

Puso los ojos en blanco.

—Odio esas fiestas—me aseguró—. No sabes cómo me alegro de que me saques de la rutina, aunque utilices métodos poco ortodoxos.

—Además se lo ha pasado como un niño pequeño cuidando a mis pacientes—añadió el doctor Cullen de repente—. El señor Masen en el hospital está como un pez en el agua.

Edward sonrió halagado y por un momento me lo imaginé con su bata blanca y su actitud profesional.

—El paciente de la habitación doscientos seis necesita que le suba la dosis de morfina. Dos miligramos disueltos en agua—le comentó Edward seriamente al doctor Cullen mientras éste tomaba nota y se fue con pasos rápidos y elegantes hacia la habitación.

—Eres increíble—le comenté.

—Estoy empezando a coger gustillo a esto—admitió feliz. Se sentía mucho más cómodo tratando a la gente que clasificando papeles en el despacho de su padre.

—Por lo menos me siento algo mejor por haberte estropeado la velada.

—No has estropeado nada—insistió—. Lo que hago en el baile, lo puedo hacer en otro sitio.

—Fumar a escondidas de tu madre y hablar del escote de una dama cuando ella no está presente—puse los ojos en blanco—. Esos modales son muy poco caballerescos, señor Masen.

—Yo sólo hablo de los escotes de las damas cuando éstas están presentes.

— ¿Has hablado de mi escote porque estaba presente?—inquirí indignada.

—Por supuesto.

—Idiota—le saqué la lengua como una niña pequeña y cuando fui a alzar los puños, éste me cogió de la muñeca y tiró de mí atrayéndome hacia su cuerpo. Me sonrió a escasos centímetros de mi rostro.

—Eres preciosa cuando te enfadas—susurró con voz poco decorosa. ¿Por qué me hacia esto a mí?

No podía pensar en nada que no fuera que tenía su hermoso rostro a milímetros del mío y estaba calculando la distancia que habría entre nosotros. Cerré los ojos y no quise evitar las consecuencias.

— ¡Edward!—oí gritar a Emmett desde el piso de abajo—. ¡Me acabo de enamorar!

Edward se separó de mí con gesto de fastidio.

—Teóricamente sólo iba a llevarte a ti al hospital e irse al baile, o supuestamente al baile, pero ha encontrado diversión aquí—me explicó con malicia en la voz.

Emmett se acercó a nosotros corriendo y en su ancho rostro caían las gotas de sudor. Jadeaba e intentaba tomar aire.

— ¡Y yo perdiendo el tiempo yendo a estúpidos bailes cuando resulta que en los hospitales están las mejores!—suspiró—. ¡Qué mujer! ¡Qué diosa! ¡No tiene nada que envidiar a la diosa de la caza! ¡Es la madre de mis hijos!

—Emmett, no te sulfures—le pidió Edward.

— ¡No la has visto!—se defendió—. La verdad que no parece muy simpática y tampoco es muy habladora, pero bueno. He notado que cuando me iba a dar un papel su mano estaba congelada, pero eso tiene remedio. Ya verá esa mujer, como la caliento yo con solo lo que hay debajo de mis calzones.

Emmett siguió diciendo burradas sobre la bellísima enfermera sin advertir las caras de espanto de Edward y mías. Edward intentó por todos lo medio disuadirle para que se callase pero éste no se daba por aludido.

—Ya me imagino yo esta noche rodeado por esas piernas y con sus domingas en mi cara. Ya te lo contaré. ¡Qué domingas! ¡Qué…!—de repente se cortó al advertir nuestras caras—. Está ahí, ¿verdad?

Asentimos con la cabeza.

Emmett se giró poco a poco como si fuese a caer fulminado por la mirada de basilisco de la escultural enfermera y por unos momentos se le trabaron las palabras.

—Esto…—tartamudeó cuando pudo gesticular algo relativamente coherente—. Le estaba diciendo a mis amigos que para mí sería un gran placer invitarla al baile de navidad, señorita enfermera. Si sus domingas quieren estar presentes, mejor que mejor.

Para eso mejor que no hubiese abierto la boca.

—Señorita Swan, el doctor Cullen le da el alta—me dio un papel después de un minuto de tenso silencio donde pensamos que mataría a Emmett con la mirada—. Le recomienda que se vaya a casa y descanse.

Asentí en silencio y cuando ésta se dispuso a irse, Emmett le cogió del brazo, pero ésta ni se inmutó.

—Sé que he sido un grosero y no tengo perdón. Si ahora mismo pudiese tirarme a un pozo para expirar mi culpa, lo haría encantado.

Ella le volvió a dedicar una fría mirada pero parecía más calmada. Incluso se permitió un amago de sonrisa.

— ¿En verdad se tiraría a un pozo si yo se lo pidiera?—preguntó con voz fría, pero a la vez parecía algo más suave.

—Pues claro, ¿qué no haría yo por ese culito respingón?—le sugirió Emmett con voz juguetona.

Me pareció que a la enfermera se le oscurecieron los ojos y se le crisparon los puños.

—Como soy muy insistente, no me voy a mover de aquí y la seguiré a donde vaya hasta que acceda a irse conmigo al baile. Y le advierto que soy muy persistente—le advirtió.

Ella puso los ojos en blanco.

—Le deseo buena suerte, señor. Le prepararé una cama porque le espera una noche muy larga—con estas palabras se dio la vuelta y desapareció casi por arte de magia. Posiblemente, fuesen los efectos del sedante.

—Si se cree que me voy a rendir, está lista—Emmett se fue detrás suya.

—Buena suerte—musitó Edward con tono burlón—. Te espera una larga noche.

Después se dirigió a mí y con una reverencia burlona, me insinuó:

— ¿Nos vamos de aquí?—me ofreció la mano y al ver que me costaba más que de costumbre me alzó levemente y me permitió apoyarme en él hasta que conseguí una mínima tregua en mi escaso sentido del equilibrio.

Pasamos por los pasillos del hospital como si fuese el escenario de una casa fantasma. Al llegar a una sala, Edward me pidió que le esperase, pero el hospital me pareció tan siniestro que le seguí hasta la sala. Éste sonrió.

—Sólo me voy a dejar la bata y ponerme la corbata y la chaqueta—suspiró al ver que no quería separarme de él. Al final acabó cediendo y entré con él. En el fondo lo agradeció, porque resulto, que para lo hábil que era para unas cosas, el atarse las corbatas, no eran su fuerte. Después de tres intentos frustrados, me levanté y me dirigí a él.

—Tienes suerte que mi padre me enseñase para poder lucirlas en la iglesia y los días festivos—le comenté mientras le ataba la corbata con el nudo favorito de mi padre—. Siempre me contó que lo que realmente aprecia un hombre de una mujer es su peripecia para poner corbatas.

A pesar de haberlo hecho una y otra vez, sentí como los dedos me temblaban al percatarme de que mis manos estaban demasiado cerca de su cuello y que sólo hacía falta un impulso para rozar su piel.

Él sonrió y me acercó a su cuerpo con suavidad.

—Eso es algo que tendré en cuenta—susurró acercándome más a él, ignorando los latidos más insistentes de mi corazón.

Me apartó levemente cuando oímos abrir la puerta.

—Vaya, lo siento, no sabía que había aquí alguien—oímos disculparse al doctor Cullen. Parecía abochornado a la vez que sonriente al vernos allí a los dos.

—Sólo iba a dejar la bata. Ya nos íbamos—explicó Edward poniéndose la chaqueta.

—Espero que a pesar de todo, pasen una buena noche—nos deseó.

—Feliz navidad, doctor—le deseó también Edward.

Éste nos sonrió con benevolencia.

— ¿Por qué no deja cinco minutos la consulta y se viene con nosotros a tomar algo?—le invitó Edward—. No está bien que se quede solo con la enfermera toda la noche y además, es hora de irse a su casa. Su mujer le echará de menos.

Su sonrisa se convirtió en un rictus de tristeza y nos miró agradecido.

—Me temo que hace mucho tiempo que se acabo los placeres mundanos—suspiró pesadamente—. Además, alguien se debe quedar en estos días también con los enfermos. Mi mujer es demasiado comprensiva y sabía a lo que me exponía cuando se casó conmigo. De todas formas tiene demasiada paciencia conmigo. No debéis preocuparos por mí. Ahora es el tiempo para vosotros—nos sonrió con complicidad—. Diviértanse, pero con cabeza.

Edward me agarró del brazo y se dispuso a salir.

—Señor Masen—le llamó el doctor—. Me gustaría que reconsiderase lo que hemos estado hablando esta noche. No le digo que me dé una respuesta mañana pero espero que lo piense.

Éste sonrió levemente y, antes de que le pudiese preguntar a Edward de que se trataba, éste se acercó a nosotros con una rapidez sobrenatural y cogió algo del bolso de Edward.

—Creo que no va a necesitar esto con una señorita tan encantadora—enseñó el paquete de tabaco para luego tirarlo a la papelera—. ¡Feliz navidad, muchachos!

.

.

.

Las calles adornadas con luces, los niños cantando villancicos, las parejas besándose bajo los copos de nieve y los gamberros derramando el champán, hacían todo más irreal. Mientras esperábamos un taxi para dejarme en casa, Edward me agarró de los hombros y me atrajo hacia él. Disimuladamente, su mano se deslizó por la mía por un intento de darme calor por fricción, pero en aquel momento, podría quitarme toda la ropa y no sentir el mayor amago de frío.

Ver su silueta dibujada a través de la nieve, me hizo evocar a un hermoso ángel, que de un momento a otro se disponía a batir sus alas y echarse a volar hacia su verdadero hogar. Posiblemente, por eso le agarré de la mano tan fuertemente. Era demasiado egoísta para dejarle partir del lado de esta simple mortal.

—No me voy a ir a ningún sitio—me prometió con burla, pero con un brillo especial en los ojos.

Aun así, mis dedos buscaban los suyos en un extraño y enrevesado baile.

— ¿Qué te ha contado el doctor Cullen?—pregunté muy a mi pesar de romper el encantamiento incrementado por nuestro silencio.

Se mordió el labio y miró al cielo mientras los copos de nieve se confundían con su pelo castaño dorado. Se puso en frente de mí y me puso las manos en mi hombro. Debería decirle lo peligroso que era eso para que mi corazón saltase de mi pecho y se me saliese por la boca.

—Me ha dicho que necesitaba un ayudante y que si yo quería el puesto era mío. Tendría que ir todas las tardes unas tres horas y con un salario bajo hasta que terminase la carrera de medicina—me contó escuetamente.

—Eso está… muy bien.

—Lo se.

— ¿Habrá algún problema con tu padre?—inquirí preocupada por ese frente.

Negó con la cabeza.

—Es extraño…—musitó—. Posiblemente aún esté bajo los efectos de la magia de la atmósfera tan navideña o quizás hayan sido los efectos de las dos copas de champán, o tal vez el olor de los medicamentos del hospital… o a lo mejor es el efecto que tiene el estar contigo en este momento… pero por primera vez puedo ver mi futuro y me gusta lo que estoy viendo.

— ¿Qué ves?—inquirí en un susurro, para no romper la magia de la ensoñación.

—Me veo regresando tarde de mi consulta después de haber salvado la vida a algún paciente y eso me hace estar eufórico, pero lo que más deseo es llegar a mi casa donde sé que mi mujer me está esperando, me recibe con los brazos abiertos y después de las caricias y los besos, nos sentamos abrazados mientras nos calentamos junto al fuego.

Me perdí en las palabras de Edward y por una milésima de segundo, estuve mirando, por un extraño filtro, los pensamientos de Edward y me vi transportada a una casa, pequeña pero confortable, y me vi a mí misma ensayando alguna pieza de violín mientras el fuego de la chimenea se movía al son de la música. De pronto, sentía como unos brazos rodeaban mi cintura y soltando el violín correspondía a sus caricias. Podía sentir como mis manos se deslizaban por su pelo y en el descanso entre beso y beso, oía susurros de fragmentos de amor que se perdían en mis oídos. Al final de todo, le cogía de la mano y nos sentábamos en el suelo, mientras cogía un libro y sentía como su cabeza se colocaba en mis hombros.

La venda que llevaba años cegándome se cayó de mis ojos y todos los recuerdos me vinieron a mí para darme un único mensaje. Ya no podría separarme de Edward sin que ello me produjese desgarrarme por dentro. Le había amado desde el primer momento en que sus bracitos me habían arropado junto a su cuerpecito hasta este mismo instante.

—Isabella—su susurro en mi oído me hizo volver a la realidad pero no de forma brusca, sino de la misma manera que un rayo de sol lo pudiese hacer.

Tímidamente acerqué mi mano a su cabello y con sumo cuidado, enredé entre mis dedos, alguno de sus mechones.

—Creo que he visto lo que tú me quieres decir—musité.

Sus labios dibujaron un rictus de tristeza y se volvió a acercar a mi oído.

—Ya sé lo que quiero—susurró con firmeza—. Quiero ese futuro… y te quiero a ti en el.

Por un momento pensé que no le había entendido bien o que no había dicho lo que yo quería oír. Pero mi corazón me dijo que aquello era totalmente cierto. Él me amaba como yo a él… como yo a él.

—Creo que me he precipitado al decirte esto…—se le trabaron las palabras y se dispuso a alejarse de mí. No sólo se lo impedí, sino que mis brazos tomaron vida propia y se enredaron en su cintura y mi cabeza se apoyó en su hombro como sustento.

—Ni se te ocurra decir que te vas a separar de mí—le advertí—. Si eres un sueño, me niego a despertarme.

—Te he querido siempre, Isabella—me susurró al oído. Pude presentir su sonrisa y lamenté no poderla ver debido a la maraña de pelo que hacía de cortina entre nuestros rostros.

— ¡Hey, chicos!—un muchacho aproximadamente de nuestra edad que agarraba a una bella chica con un vestido ajustado y con el abrigo totalmente desabrochado, y acompañados de tres o cuatro chicos más con sus botellas de champán medio llena, nos animaba—. ¡Mirad esa farola!—la miramos y descubrimos que estábamos debajo de un ramo de acebo. Nos sonrojamos levemente—. ¡Ya sabéis lo que eso significa! ¡No seas tímido, chaval! ¡La chica lo está deseando!

Edward se rió levemente antes de clavar su mirada en mí y atraerme más hacia él. Una mano se dirigió a mi cintura y otra se perdió en mis desordenados cabellos enredando sus dedos entre ellos.

—Creo que antes de todo debería pedir permiso a la dama—susurró de manera poco decorosa que me hizo mandar su permiso muy lejos.

Puse los ojos en blanco.

— ¡Déjate de ceremonias, calla y bésame, tonto!—le exigí.

Se evitó una sonrisa y cuando acercó su rostro al mío, sentí como su aliento se mezclaba con el mío. Me pareció una eternidad, el tiempo que tardó en vencer la distancia entre nosotros y que sus labios rozasen mi piel peligrosamente. Pero al contrario de lo que pensaba, él no se dirigió a mis labios, si no a mi frente. A la que continuaron mis parpados, la punta de mi nariz, mis pómulos, el lóbulo de mis orejas, mis mejillas, mi mentón y, finalmente, mi cuello. Mi respuesta ante los estímulos fue acariciarle la cara, desesperadamente como si tuviese la sensación de que este momento desaparecería disuelto como los copos de nieve que caían del cielo y se desvanecían en nuestro pelo.

Después de subir sus cálidos labios por mi cuello, éstos se dirigieron a las comisuras de mis labios y como si fuese una pluma, noté un breve roce con los suyos.

Me frustré ante la fugacidad del momento.

— ¡Edward Anthony Masen! ¡Así era como se besaban mis abuelos hace cincuenta años! ¡Haz el favor de no ser tan antiguo y dame un beso de verdad!—me quejé con anhelo de más.

Me puso el dedo en el labio para que me callase y la comisura de sus labios dibujó una sonrisa traviesa.

—No te he dicho que haya terminado—me hizo callar.

— ¿Ah, no…?—no pude continuar, porque de repente sus labios chocaron violentamente con los míos y me convertí en una autómata al entreabrir mi boca cuando éste lo hizo. Eso consiguió que el beso aumentase en profundidad y yo me hundiese en las sensaciones.

Me reí suavemente entre sus labios cuando la punta de su lengua se coló por mi boca y buscó la mía con desesperación. Cuando la encontró, miles de descargas eléctricas atravesaron mi cuerpo y la sensación de estar volando se incrementó. Si no hubiera sido porque él me agarraba firmemente, hubiera jurado que ya estaría flotando.

En los breves momentos en los que sus labios no estuvieron con los míos, sino desde mis mejillas a mis orejas, logré musitarle, como si al alzar la voz todo se desvaneciese bajo mis pies, algo que se moría por salir de mis labios.

—Te quiero—fui capaz de susurrar antes de que sus labios volvieran a posarse sobre los míos.

La nieve continuaba cayendo alrededor de nuestro oasis particular.

Capítulo 5: Blood Capítulo 7: Blue stars

 
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