Cautiva del griego

Autor: EllaLovesVampis
Género: + 18
Fecha Creación: 30/06/2013
Fecha Actualización: 30/06/2013
Finalizado: SI
Votos: 8
Comentarios: 6
Visitas: 43875
Capítulos: 11

Bella siempre había intentado no pensar en la noche de pasión que había pasado con Edward Cullen.Entonces, ella no era más que una muchacha tímida y rellenita y él un magnate griego, para el que ella sólo había sido una más.Lo que no sabía era que Bella se había quedado seaba lo que era suyo: su pequeño y a Bella y el único modo de conseguirlo era casándose.

AVISO:Adaptación de la novela con el mismo nombre de la autora Lynne Graham.(publicada también en FF.net por mi)

 

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Capítulo 5: Capítulo 5

Edward contempló la vieja granja desde su helicóptero mientras sobrevolaba el tejado para aterrizar en el prado anejo. Hacía un día desapacible, húmedo y ventoso, y él se encontraba de mal humor. Había pasado un mes desde su discusión con Bella en Heyward Park.

Desde entonces, Edward había visitado a Anthony dos veces por semana, pero aquello le había supuesto muchas complicaciones a la hora de planificarse y sólo había conseguido pasar un par de horas con él en cada visita. Las idas y venidas a la aislada granja de Bella entrañaban muchos inconvenientes e incomodidades. Sin embargo, no se había quejado en ningún momento, mostrando una cortesía y consideración propias de la paciencia de un santo.

Aun así, Bella lo evitaba durante las visitas, lo que había hecho imposible un mayor entendimiento entre ambos. Al mismo tiempo, los delicados esfuerzos de sus abogados por negociar un acceso más práctico y flexible siempre se habían topado con negativas por su parte. Pasado un mes, no había cambiado nada: sólo podía ver a su hijo en la granja y no le estaba permitido llevárselo fuera. Estaba convencido de que Bella esperaba que acabara hartándose y se marchara.

El ruido del helicóptero sacó a Bella de la ducha, empapada y desnuda. Envolviéndose en una toalla, bajó corriendo las escaleras y vio que la luz del contestador automático parpadeaba indicando que alguien había dejado un mensaje. No perdió tiempo en escucharlo, porque era evidente que Edward había decidido aparecer en el último minuto y, por supuesto, ni se le había pasado por la cabeza que ella pudiese tener otros planes. Anthony, que ya había aprendido que el sonido del helicóptero anunciaba la llegada de su padre, daba saltos como si Papá Noel estuviera a punto de descender por la chimenea. Ella volvió a subir disparada y se puso a cepillarse el pelo mojado mientras sacaba ropa del armario. Sólo había logrado ponerse las braguitas cuando sonó el timbre de la puerta. Con prisa febril, empezó a ponerse los vaqueros. El timbre sonó dos veces más mientras ella tiraba de ellos hacia arriba para abrochárselos. Corrió al descansillo y gritó:

—¡Un minuto!

Anthony protestaba junto a la puerta con la misma impaciencia que su padre. Ella se puso una camiseta y bajó corriendo y descalza.

—Gracias —enfatizó Edward con resignación. Nerviosa por aquella visita tan inoportuna, Bella cometió el grave error de permitirse mirarle directamente por primera vez después de un mes de estricta contención. Y aquella mirada imprudente la impresionó: él estaba guapísimo. Las gotas de lluvia brillaban sobre su pelo cobrizo y su tez aceitunada. Bajo las pestañas centelleaban sus ojos oscuros, y su mandíbula marcada y su boca destacaban sobre la leve sombra de la barba. Su estómago le dio un vuelco.

—No te esperaba hoy, estaba en la ducha —farfulló, evitando por todos los medios enzarzarse en una sarta de reproches a última hora. «Déjalo, déjalo ya», se advertía a sí misma. «No lo mires y no le contestes».

—¿No te avisaron mis empleados?

—Hace sólo diez minutos que he llegado a casa. Todavía no había comprobado si tenía mensajes.

—¿Y tu teléfono móvil?

—Olvidé ponerlo a cargar.

Mientras Bella se giraba para cerrar la puerta él no pudo evitar fijarse en la curva erótica de sus pechos, moldeados a la perfección por una camiseta que se ajustaba a su piel húmeda dejando adivinar sus pezones. Su cuerpo fino y musculoso reaccionó con evidente entusiasmo. No podía quitarse de la cabeza la idea de que, si conseguía volver a acostarse con ella, todo sería perfecto.

Bella observó a Anthony trepando por la pernera del pantalón de Edward. Anthony adoraba a su padre. Una vez en sus brazos, lo abrazó con sus bracitos regordetes y le cubrió la cara de besos. Era un niño muy cariñoso, pero Edward no estaba acostumbrado a aquellas muestras de afecto. La primera vez que Anthony lo besó, se quedó rígido, pero ahora trataba de devolverle su afecto abrazándolo torpemente de vez en cuando. A Bella le dolía ver aquello, porque sabía que Edward no tenía ni idea de cómo mostrarle su cariño, dado que él no lo había recibido de pequeño. Si alguien podía enseñar a Edward a amar a otro ser humano, aquél era sin duda su hijo, pero por desgracia, cuantos más indicios de apego veía desarrollarse entre ambos, más temía Bella lo que Edward pudiese hacer en el futuro.

Ella no iba a permitirse volver a mirar a Edward porque estaba totalmente dispuesta a evitar cualquier reacción ante su presencia. Se recordó que tenía una cita, y que tenía que marcharse en una hora. Embry era un chico atractivo, un buen partido, que trabajaba como ayudante de investigación y sólo le llevaba dos años. Hasta la llegada de Edward, ella había esperado ansiosa contar con compañía adulta.

Jacob salió de debajo de la mesa gimiendo de excitación. Arrastrándose, se dejó ver golpeando ruidosamente las baldosas del suelo con la cola en señal de bienvenida. Una vez que hubo exhibido al completo su cuerpo gris y peludo, Edward le lanzó una recompensa. Jacob la engulló y dedicó una mirada perruna de adoración a su nuevo ídolo. Bella tampoco creía que Edward hubiese prestado atención alguna a los perros con anterioridad, pero el caso es que, en cuanto supo lo importante que Jacob era para su hijo, preparó una ofensiva comestible para menguar el pánico que el animal sentía por los extraños. Y, como en la mayoría de retos que Edward había decidido asumir, no había tardado en alcanzar sus metas. Ella pensó tristemente que hasta los perros se dejaban sobornar.

—Tengo que hablar contigo —murmuró Edward, insistente—. No puedo quedarme mucho tiempo. Tengo que subir a un avión dentro de un par de horas.

—Pues estupendo, porque voy a salir —Bella consiguió esbozar una fría sonrisa en su dirección, terriblemente consciente del más mínimo movimiento que él hiciese. Era tan elegante que atraía su mirada, antes incluso de notar su respiración y el tono profundo y atractivo de su voz—. ¿De qué crees que tenemos que hablar?

Edward adoptó una pose autoritaria junto a la chimenea.

—Tienes que confiar en que no voy a intentar apartarte de Anthony.

—¿Cómo iba a hacer tal cosa? —consternada por su franqueza, Bella se sinceró—. Jamás en tu vida has compartido nada, nunca has tenido que hacerlo. Siempre has sido lo único importante en todas tus relaciones. Los Cullen son así.

—Sé que debo compartir a mi hijo con su madre, no soy idiota —comentó Edward secamente.

—Pero yo no pienso hacer lo que tú quieras que haga. Tarde o temprano te convencerás a ti mismo de que tienes derecho a todo, más que a la mitad de tu hijo, y decidirás quitarme de en medio. Y encima te convencerás de que yo misma me he provocado esa desgracia por no comportarme razonablemente.

—¿De dónde has sacado la idea de que sabes lo que pienso, o lo que podría hacer? —preguntó Edward con desdén.

Y, la verdad sea dicha, se sintió desconcertado por la habilidad de Bella para hacerle reaccionar de forma agresiva. Pero estaba indignado, porque ella se negaba a aceptar que con Anthony él tenía un comportamiento que no era el suyo habitual. ¿Por qué seguía empeñada en ignorar el esfuerzo heroico y encomiable que hacía al anteponer los intereses de Anthony a los suyos propios?

—De los siete años que llevo observando de cerca y de lejos tu forma de actuar —le espetó Bella con rudeza, debatiéndose entre impulsos contradictorios, ya que al detectar su franqueza y observar cómo se mostraba con Anthony y cómo se reía y sonreía, le costaba negarle nada y mucho más vigilar cada uno de sus movimientos. Pero dos semanas antes, ella había tomado la precaución de ir a visitar a un carísimo abogado de Londres, que le había dicho que Edward tenía un poder y una influencia ilimitados y le había aconsejado que vigilase todo el tiempo a Anthony porque la ley podía servir de poca ayuda si se llevaba a su hijo a un país que no contase con acuerdos jurisdiccionales con el Reino Unido.

Edward la miró con sus ojos verdes y profundos.

—Te daré mi palabra de honor de que no intentaré apartarlo de ti.

Enmarcados por unas frondosas pestañas, sus ojos ejercían un impacto asombroso: eran la clave de su poderoso y enigmático atractivo. Por mucho que ella intentara calmarlo, su corazón no dejaba de latir apresuradamente y su mirada quedaba atrapada en la suya a pesar del rubor que enrojecía sus mejillas.

—No puedo confiar en ti. Lo siento. No puedo. Él lo es todo para mí.

—Te necesita. Es un niño todavía, y lo entiendo —dijo Edward, caminando ágilmente hacia ella.

Bella se puso tan nerviosa que empezaron a temblarle las rodillas.

—Pero no será un niño siempre, y no puedo seguir cambiando las reglas.

—Si insistes en marcar normas, las romperé o me las saltaré, mali mou —advirtió Edward, y sus ojos oscuros brillaron como el oro bajo sus pestañas—, es mi forma de ser.

—Pero tal y como comprobé aquella vez que te alojaste conmigo en la casa de Jessica cuando éramos estudiantes —susurró Bella agitadamente, como un ciervo asediado por un león —eres perfectamente capaz de atenerte a las normas cuando te conviene.

—Puede que entonces tuviese miedo de que volvieras a abofetearme —la provocación de su sonrisa era una obra de arte erótico.

A ella se le secó la boca. Se estaba excitando, y ello tensaba cada uno de sus músculos. Entonces se acordó de Embry y volvió en sí, avergonzada y enfadada por su debilidad.

—Tengo que arreglarme. Tengo una cita.

El rostro de Edward se tensó, y frunció el ceño.

—¿Tienes una cita?

Todavía en retirada, Bella asintió con la cabeza.

—Así que, si no te importa, volveré arriba y te dejaré aquí con Anthony.

La atmósfera se volvió pesada, extremadamente tranquila.

—¿Te parece bien? —insistió Bella, intranquila.

La piel bronceada de Edward se tornó pálida, y fijó su atención en un punto distante más allá de la ventana. Lo había pillado por sorpresa. Pero lo que le sorprendió aún más fue la oleada de indignación que lo inundaba.

—¿Quién es el tipo?

—Creo que eso a ti no te importa —dijo Bella en un susurro.

Edward pensó en varias respuestas nada razonables. Volvió a sentirse insultado, como cuando ella lo rechazó. ¿Le había ocurrido eso antes con alguna otra mujer? Sus facciones se oscurecieron y tensaron. Se había sentido tentado de tirar de ella, atrayéndola hacia él. Se recordó a sí mismo que él nunca se mostraba celoso, pero al mismo tiempo pensó que Bella era distinta. ¿Era comprensible que encontrara totalmente inaceptable la idea de que la madre de su hijo intimara con otro hombre? Anthony le tiró del impermeable para llamar su atención. Edward tuvo que hacer un gran esfuerzo por poner interés en el tren de juguete que le mostraba. Pensó que el novio de ella pasaría el tiempo con su hijo, y aquello le dio una razón irrefutable para detestar la idea de que tal relación se produjese.

El silencio con que respondió a aquella respuesta tan desafiante dejó helada a Bella, pero no quiso entretenerse en discusiones ni disculpas y salió corriendo a vestirse. En su afán por evitar a Edward se pintó incluso las uñas para entretenerse más tiempo. Hasta que no oyó cómo el coche de Victoria aparcaba fuera no se apresuró a bajar las escaleras para abrir la puerta.

En cuanto reapareció Bella, Edward miró hacia arriba y, en sólo diez segundos, catalogó minuciosamente cuánto se había esforzado en prepararse para la cita. Decidió que había puesto más cuidado en arreglarse que con él, y su hostilidad hizo crecer la rabia que todavía bullía bajo su despreocupada apariencia. De hecho, ella llevaba perfume, el cabello castaño peinado en una melena que enmarcaba su boca rosa pálido, un top muy femenino de color pastel, las uñas pintadas de color melocotón, una falda de vuelo que dejaba al descubierto unas bonitas piernas y tacones altos.

—Te presento a Victoria Sutherland, mi amiga y vecina, que cuidará de Anthony mientras estoy fuera. Victoria, éste es Edward Cullen.

Al hablar Bella fue cuando Edward se dio cuenta de la presencia de aquella mujer, y entonces se levantó en silencio. La señora que estaba junto a Bella lo miraba como si no diera crédito a lo que veían sus ojos. Bella observó cómo Edward ponía en marcha su encanto y cortesía naturales y se preguntó ansiosa por qué antes se había quedado tan callado. Cuando estaba disgustado, aquel silencio no era normal en él. Victoria se había quedado boquiabierta, y se puso a parlotear sin poder ocultar su estado. Edward enseguida supo que Bella iba a una boda y que volvería tarde a casa, de modo que Victoria se quedaría a pasar la noche. Aquella información no mejoró su humor, ni el entusiasmo con que Bella se apresuró a salir antes de que su acompañante pudiese abrir la puerta del coche y dejarse ver.

Edward se marchó cinco minutos después de la salida apresurada de Bella, con el corazón lleno de una rabia que le consumía los pensamientos a cada segundo. Cuando se dirigía de vuelta al helicóptero, Alec lo llamó a su teléfono móvil. Sus guardaespaldas, que habían estado vigilando la granja mientras él estaba dentro, se colocaron a su alrededor.

—Me han dado un soplo —le dijo su jefe de seguridad—, un periódico sensacionalista ha sabido sobre la doctora Swan y el niño. Todavía está a tiempo de utilizar su influencia para zanjar este asunto.

Los ojos de Edward centellearon astutos. Imaginó la granja asediada por los paparazis. La prensa se volvería loca: ¿Secreto heredero de la fortuna Cullen? No habría lugar en el que esconderse de la tromba de publicidad y especulaciones y Bella tendría que acudir a él y pedirle ayuda. También iba a necesitar un lugar en el que alojarse ya que en su casa ya no estaría segura. Antes de darse cuenta, ya estaría echando raíces en Heyward Park, junto con Anthony y Jacob. La satisfacción que le produjo aquella perspectiva eliminó la sombra que oscurecía su rostro.

—No quiero que se desmienta nada.

—¿Qué no quiere? —Alec se quedó atónito, ya que estaba muy familiarizado con la aversión de su jefe por el acoso incesante que la prensa ejercía sobre su vida privada.

—Utilizaremos la misma fuente para decir ciertas cosas, pero les demandaré si encuentro el menor indicio de sordidez en lo que se publique. La doctora Swan y mi hijo necesitarán además vigilancia y protección de ahora en adelante.

Después de referirse por primera vez a Anthony como «su hijo», Edward volvió a deslizar el teléfono en su bolsillo. Sabía que aquello era una canallada, pero Bella nunca lo sabría y no podía dolerle algo que ignoraba. Aquí lo que contaba era el resultado.

A altas horas de la noche, Bella liberó sus doloridos pies de los zapatos, cerró la puerta con llave y subió sigilosamente la escalera.

Cansada y descorazonada, reconoció que había fingido cada una de las sonrisas que le había dedicado a Embry. Desde el momento en que Edward había aparecido robándole su atención, sus posibilidades de pasarlo bien con Embry se habían venido abajo, y se odiaba por ello. Pero la implacable atracción que le provocaba Edward había vuelto a desarmarla.

Mientras se metía en la cama, pensó que Jessica tampoco había logrado superar su relación con él y que perder el acceso a su selecto mundo había acabado con ella. Hasta las últimas semanas de vida de su prima, no supo que fue Edward quien la convenció para que ingresara en rehabilitación y que no sólo había pagado el tratamiento, sino también todas sus deudas. Y Edward había dejado de llamarla, pero sólo cuando Jessica hubo abandonado dos veces el programa de rehabilitación.

La adusta reserva que había mostrado el día del entierro de Jessica fue para ella el indicio de que Edward sentía que lo estaban juzgando. Fue el mismo día en que se dio cuenta de que le resultaba muy fácil comprender a Edward, persona a la que otros encontraban absolutamente insondable. En el funeral, había notado además su aversión por los extraños que se acercaban para adularle y las mujeres que pretendían hablar con él, porque habían hablado varias veces y durante la conversación él había ignorado diligentemente a los demás.

Su tía le había pedido que fuese a vaciar y ordenar la casa de Jessica. Por entonces, ella ya tenía su propio apartamento, pero se había quedado muchas veces allí para cuidarla. De hecho, durante el último año, había empleado todo su tiempo libre en vigilar a su atribulada prima. Tras el funeral, se había sentido desolada y, al entrar en la casa, se la había encontrado totalmente desordenada: las hermanas de Jessica ya habían saqueado su armario y revuelto todas sus cosas, llevándose lo que se les antojaba y dejando que ella ordenase y dispusiese de lo que quedaba. Ella había recorrido aquella casa silenciosa y, al encontrarse con unas fotos, se había echado a llorar recordando buenos tiempos.

La llegada de Edward había sido un acontecimiento totalmente inesperado.

—Sabía que estarías aquí. Eres la única persona a quien Jessica le importaba de verdad —sobrio y espléndido con su traje y su abrigo negros, Edward había rozado suavemente con los nudillos el rostro empapado en lágrimas de Bella y le hizo un gesto de reprobación—. Estás helada.

—Dejé mi abrigo en casa de mi tía y esta casa está muy fría.

Con ademán elegante y ceremonial, Edward se quitó el abrigo y se lo echó por los hombros. Hizo una seña a uno de los hombres que esperaba junto a la limusina y le dijo algo en griego. Mientras ella vacilaba desconcertada, encendieron la calefacción del salón.

—Deberías tomarte un coñac.

—Hace mucho que vaciaron el bar de la casa.

Edward dio otra orden. En diez minutos, ella estaba bebiendo a sorbos un coñac y calentándose por dentro y por fuera. Se sintió aún más desconcertada cuando él empezó a hablar del día que Jessica les había presentado. Parecía ser la única persona que entendía el profundo cariño que ella sentía por su prima.

—¿Por qué has venido? —preguntó finalmente Bella.

—No lo sé.

Y ella vio entonces que él no era capaz de reconocer o entender el dolor o la pena que le habían llevado a presentarse en la casa de Jessica para hablar del pasado. Aquel día, ella se sintió conmovida al descubrir que Edward no comprendía sus propios sentimientos.

—Fue un impulso —añadió finalmente—. Te vi muy afectada en el funeral.

Más tarde, ella se dijo que el coñac que había bebido se le había subido directamente a la cabeza. Por supuesto, también había influido la alegría que le provocaba contar con toda la atención de Edward y el placer sumirse casi por completo en la sensualidad de sus besos. Lo que no recordaba era cómo llegaron a la habitación de invitados, la que en otro tiempo había sido la suya. Nada pareció importar excepto el presente. Durante unas horas fugaces había descubierto la felicidad más intensa que había experimentado jamás. Pero a la mañana siguiente se sintió terriblemente asustada y demasiado susceptible. Aquella petición burlona de que le preparase el desayuno, como si tan sólo hubiesen compartido una aventura casual, le dolió como la sal en una herida. ¿Pero había escarmentado entonces?

No, había salido corriendo a comprar comida, ya que en la casa no había absolutamente nada que comer. Pero era una mañana de niebla y, antes de llegar al supermercado, un coche chocó con ella por detrás. Estuvo varias horas inconsciente, hasta que despertó en la cama de un hospital.

Dos días más tarde, el timbre de la puerta despertó a Bella. Creyendo que sería el cartero con algún envío especial, suspiró y salió de la cama. Mientras abría la puerta, el teléfono empezó a sonar. Quedó impactada al ver a un montón de personas que no había visto nunca antes atravesar el césped hacia ella gritando y agitando sus cámaras. Cerró la puerta de un portazo tan rápidamente que rompió un micrófono que le habían puesto delante.

Aturdida por la impresión, descolgó el teléfono.

—Soy Victoria. Me ha llamado mi hermana. ¡Anthony y tú aparecéis en la portada de The Globe!

—¡Oh, no! —Bella contempló horrorizada cómo un hombre se asomaba por la ventana del salón y se apresuró a correr las cortinas—. Tengo a una muchedumbre en el jardín. Deben de ser periodistas.

—Pasaré por allí. No creo que puedas traerme a Anthony a casa esta mañana.

Alguien llamaba por la puerta de atrás. En cada ventana parecía asomarse una cara. Recorrió la casa cerrando frenéticamente cortinas y persianas. El teléfono volvió a sonar. Era una periodista muy conocida que quería saber si Bella deseaba vender su historia por una cantidad sustanciosa.

—Es que, según veo —comentó la periodista descaradamente—, Edward Cullen no te está ofreciendo los lujos que mereces.

Esa llamada fue seguida de otra de la misma clase, de modo que desconectó el teléfono. Anthony se había escapado de la cuna y estaba sentado en lo alto de las escaleras esperando una tormenta de reproches maternales a cuento de su hazaña atlética. Sus ojos verdes y oscuros estaban encendidos de curiosidad, observando a su madre corriendo de un lado para otro en estado de pánico. Una mano golpeaba la estrecha ventana que había junto a la puerta principal y Bella la ignoró, pero los nervios le hacían sentir náuseas. El alboroto formado a las puertas de aquella casa tan tranquila la aterrorizó. Seguramente Jacob sufriría un ataque de pánico en su caseta al ver a tanto extraño.

Se vistió a toda velocidad y se asomó por un lado de la cortina de su dormitorio. Se sorprendió al ver a tres hombres grandes y fornidos con trajes elegantes controlando a la muchedumbre y obligando a los fotógrafos a apartarse de la casa y quedarse en la carretera. Reconoció a uno de ellos: era del equipo de seguridad de Edward. ¿Cómo se habían presentado allí tan rápidamente? Y admitió compungida que se sentía agradecida por su presencia. Mientras intentaba mantener a Anthony quieto el tiempo suficiente como para ponerle los pantalones, su teléfono móvil se puso a sonar. Era Edward.

—Por lo que sé, la prensa te está acosando, glikia mou —murmuró con evidente compasión.

—¡Es una pesadilla! Pero tus hombres están ahí fuera apartándolos de puertas y ventanas, lo que es un alivio —confesó Bella rápidamente, sintiéndose en deuda con él por primera vez en semanas—. Estoy impresionada con la rapidez con la que se han presentado aquí tus guardaespaldas.

—Los paparazis son muy insistentes. Te costaría mucho deshacerte de ellos. Es una noticia bomba.

—Por suerte, Victoria no tardará en llegar a recoger a Anthony, y ahora cuento con la protección de tus guardaespaldas. Salgo a trabajar en media hora.

A Edward le sorprendió su ingenuidad. Como un trenecito sobre su única vía, Bella se empeñaba en seguir su rutina diaria.

—Te seguirán hasta allí. Haré que te lleven. No quiero que conduzcas con todos esos tipos pisándote los talones.

—No, gracias por la oferta, pero tus guardaespaldas llamarían demasiado la atención —le dijo Bella amablemente.

—Creo que te va a resultar muy difícil permanecer en tu casa. Sería buena idea que te mudases a Heyward Park.

Bella se puso tensa.

—No soy de las que sale corriendo ante la primera señal de peligro, Edward.

—No puedes mantener a Anthony encerrado y escondido permanentemente.

Al escucharlo, el rostro de Bella se ensombreció y colgó el teléfono aún más preocupada.

Victoria llegó mientras daba de desayunar a Anthony y puso un periódico sobre la mesa.

—Aquí está el artículo. Decidí comprar el periódico antes de venir. Deja que acabe yo de darle el desayuno a Anthony. ¿De dónde han salido los gorilas?

—¿Quiénes? Ah, son los guardaespaldas de Edward.

—Debería haberlo adivinado. Son muy profesionales. Comprobaron quién era antes de dejar que me acercase a la puerta. Pero ahí fuera se ha armado la de San Quintín. No te envidio si pretendes ir al trabajo con los paparazis detrás de ti.

¡Un bebé millonario!, rezaba el titular. Bella estaba demasiado ocupada leyendo el artículo como para contestar a su amiga. Abrió los ojos como platos al ver una antigua foto suya en una de las fiestas de Jessica. Se preguntó cómo demonios la habían conseguido y, cuanto más leía, más confusa se sentía. En lugar de encontrarse con las mentiras horrorosas, medias verdades y errores que esperaba, comprobó que todos los datos sobre su vida eran correctos, incluso el detalle tan poco conocido de que su padre había sido un científico galardonado que había preferido el mundo académico a los beneficios económicos. A ella la describían como una confidente leal de Edward Cullen a la que hacía tiempo que conocía y elevó los ojos al cielo, preguntándose quién habría inventado semejante mentira. ¿Cuándo había confiado Edward en alguien?

—El artículo es correcto —comentó Victoria—. Es sorprendentemente educado y amable. Te describen como una mezcla de Einstein y mejor amiga de Edward.

—Es un desastre —murmuró Bella cansinamente—. Jamás volverán a tomarme en serio en el departamento de Historia Antigua.

Su amiga le lanzó una mirada irónica.

—No subestimes el efecto que puede llegar a tener una relación tan cercana con uno de los hombres más ricos del mundo. Algunos de tus colegas te envidiarán horrorosamente y otros te harán la pelota, pero de todas formas, es hora de que te vayas a trabajar. Anthony estará seguro aquí conmigo y con los hombres de Edward.

A Bella le costó muchísimo salir de la casa y conducir rodeada de preguntas a gritos y cámaras apuntando hacia ella y disparando sus flashes. Cuando llegó al departamento, allí no le esperaba ningún periodista, pero una muchedumbre empezó a formarse a su alrededor antes de que pudiese subir las escaleras para dirigirse a su oficina. Hasta los conocidos se detenían y se le quedaban mirando, y ella odiaba cada segundo de atención que le prestaban. El grupo reducido de alumnos al que impartía clase estaba intranquilo debido a la cantidad de interrupciones que se sucedían y ella tampoco lograba concentrarse. Cuando salió de su despacho a mediodía, tuvo que abrirse camino hasta el coche, que estaba rodeado de fotógrafos pidiéndole la oportunidad de hacerle una foto en condiciones. Para cuando logró alejarse de allí, las manos le temblaban sobre el volante y tenía la frente sudorosa. El alma se le cayó a los pies cuando, al girar hacia la granja, vio que había más paparazis esperando allí que aquella mañana. Se sintió agradecida al ver que el equipo de seguridad de Cullen había despejado el sendero que llevaba hasta la casa.

Victoria seguía sentada en la penumbra, con las cortinas echadas. Jacob estaba dentro de la casa pero en un estado lamentable, temblando y negándose a salir de debajo de la mesa. Anthony yacía hecho un ovillo con el perro. Bella lo tomó en sus brazos y lo abrazó.

—Estoy un poco extrañada —señaló Victoria—, porque les preparé un café a los guardaespaldas y, ¿qué crees que averigüé?

—Dime.

—Uno de ellos dejó caer que tenían instrucciones de venir a trabajar aquí desde ayer.

Bella escuchaba con atención a su amiga.

—Pero eso no es posible.

—Alguien debía saber por adelantado que esta historia iba a salir a la luz. Los hombres de Edward estaban preparados y esperando que estallara el asunto.

Bella se quedó callada. Era como si los circuitos de su cerebro se estuviesen conectando para mostrarle algo inesperado. Dentro de su cabeza empezaron a saltar todas las alarmas. Había demasiadas cosas que no casaban en los sucesos recientes, y se vio obligada a reconsiderarlos uno por uno. Edward se había mostrado muy afable ante la invasión de paparazis, y tremendamente diplomático y modesto al sugerir que debería pensar en mudarse a su mansión. La afabilidad, el tacto y la humildad no eran características propias de los Cullen. Además, la información privada que sobre ella aparecía en el artículo resultaba asombrosamente correcta y estaba escrita con una benevolencia inusual. La sospecha de que Edward lo sabía todo de antemano e incluso se había permitido acabar con su anonimato le pareció atroz, pero le provocó una furiosa indignación y una necesidad imperiosa por conocer la verdad y despejar toda duda al respecto.

—Victoria ¿te importaría quedarte aquí sola con Anthony hasta la tarde?—preguntó Bella tensa.—Necesito ver a Edward.

Capítulo 4: Capítulo 4 Capítulo 6: Capítulo 6

 


 


 
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