Abrí los ojos y miré maravillada hacia arriba.
Se percibía todo con una inusitada claridad.
Los contornos eran precisos y definidos.
Encima de mi cabeza refulgía una luminosidad cegadora, a pesar de lo cual aún podía ver el contorno perfecto de las hojas del todos los arboles que me rodeaban. También veía algo que no debía estar allí, una luminosidad reflejada del suelo hacia las mismos árboles.
Podía oír demasiadas cosas. Una carretera en la distancia por la cual pasaban algunos autos, el ruido del correr del agua en un arrollo y el de unos animales tomando de este, la suave brisa que corría por sobre los árboles, el sonido de la pequeñas patas de unos roedores yendo hacia su madriguera.
Me encontré admirando el polvo, que se movía como si estuviera efectuando un baile, era tan hermoso que inhale sorprendida. El aire se deslizó silbando por mi garganta, haciendo girar as motas de polvo en un embudo. Me pareció que algo iba mal. Reflexioné y me di cuenta que el problema era que no sentía ningún alivio al respirar. No necesitaba el aire, y mis pulmones no me lo pedían ya. Es más, reaccionaban de forma diferente al llenarse.
Sentí un ardor en la garganta, como si me pusieran un hierro caliente en el interior de esta. Sabía lo que me pasaba, los Quileutes me lo habían explicado muy bien. Tenía sed
Un mechón de cabello calló sobre mis ojos y traté de mover mi mano para quitarlo, pero una mano extraña entró en mi campo de visión. Me congelé de inmediato y la mano se quedó quieta en el lugar. Esta extremidad era de piel demasiado blanca, con unas uñas perfectas todas del mismo tamaño y con una forma hermosa. Al contacto con la luz del sol desprendía luces como su fuera un cristal.
Entonces, en esa mano admiré dos anillos, uno era solo un aro dorado liso. Fue el otro el que me llamó la atención. Era muy delicado, tanto como precioso, tenía la pequeña banda que cubría el dedo pateada, sujetando al dedo un pequeño diamante que se reflejaba con la luz, haciendo juego con la brillante mano. Las luces que desprendía este pequeño eran de todos colores, pero se destacaba el azul.
En el aro tenía escrita una palabra. Jasper.
Era mi anillo, mi anillo de compromiso.
Cerré los dedos de la mano y la mano extraña hizo la misma acción. Era mi mano.
Escuché el ruido de un animal y un sonido de algo húmedo desprendiéndose, sentí un olor que me hizo agua la boca y en menos de una décima de segundo me paré con un giro que debería haber puesto todo borroso en el lugar, pero en realidad podía ver todo perfectamente. Cada mota de polvo, cada gramo de tierra del suelo, cada hebra de pasto. Todo.
Corrí hacia donde me guiaban mis instintos sin apenas poner atención en ello. Llegué a un claro donde un puma desgarraba un venado, de allí venía el exquisito olor. Del animal, de la sangre que salía del cuerpo de este.
El puma, alertado de mi presencia, dejó a su presa y se agazapó para atacarme. Saltó y, antes de que me alcanzara con sus garras, giré sobre mi misma y caí sobre su lomo. Con una certera mordida, le cavé mis dientes en el cuello y succione su sangre cuando llegó al suelo. Me levanté y bebí la sangre de la que antes fue la presa del puma. No sabía tan bien como la de mi “almuerzo” anterior, pero era mejor que nada.
Me sacudí e polvo y examiné mis ropas con orgullo, ni una gota de sangre. Por supuesto, yo seguía siendo Alice Cullen.
Cerré los ojos y traté de visualizar a mi siguiente presa. Escuché, no lejos de allí, un venado herido y corrí lo más rápido que pude. Junto con ese, estaba su manada y acabé con tres más antes de que mi sed se aplacara.
Corrí hacia la civilización y me encontré con una cabaña vacía en mi camino. Entre en ella y me di cuenta que una familia vivía allí pero que no se encontraban en ese momento.
Fui hasta un cuarto donde dormía una mujer y abrí un ropero blanco de madera. Saqué de este una remera suelta rosa, un pantalón muy viejo gris y un tapado rosado y negro que tenía agujeros por todos lados. Me fijé en mis bolsillos y saqué toda el dinero que tenía, que no era mucho, y lo deje sobre a cama. Esto podría alcanzar para comprar ropa nueva.
Me puse la ropa cuidando de que me cubriera toda la piel y que no se reflejara la luz del sol cuando saliera. Agarré un sombrero negro y unos lentes y salí para cumplir con lo que tenía planeado.
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Era el día 25 de enero y yo estaba por llegar tarde. La gente me miraba correr y eso era lo malo, no podía correr más rápido con toda esa gente mirando. Llegué a la puerta del bar y suspiré de alivio al verlo sentado allí. Llegué a tiempo.
―¿Me presta fuego? ―preguntó Jasper y supe que tenía que hacer mi entrada.
―Yo creo que no lo necesitas ―dije con una sonrisa en la cara. Jasper se quedó inmóvil por la sorpresa y giró lentamente. Se encontraron nuestras miradas y se paro lentamente, sin dejar de mirarme.
―Eres tú...
―Nunca intentes hacer esto de nuevo ―dije y corrí para abrazarlo. Nos quedamos allí, abrazados. Pudieron pasar minutos, horas o días. A mí no me importaba, al fin estaba con mi querido Jasper y esta vez nada me iba a separar de él.
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