Hope

Autor: vickoteamEC
Género: Drama
Fecha Creación: 16/02/2012
Fecha Actualización: 27/03/2012
Finalizado: SI
Votos: 12
Comentarios: 106
Visitas: 26621
Capítulos: 11

Y aquí estaba otra vez… recostada sobre la cama de él. Él… que aún me parecía un hombre completamente extraño. 

Y yo aquí, preguntándome de nuevo cómo había terminado en aquella situación.

Viendo cómo acariciaba suavemente y hablaba con dulzura, recostado sobre mi prominente vientre.

 

 

 

El amor no termina ni muere.   Sólo se transforma en un sentimiento más sublime, que sobrevive en el tiempo y vive alimentándose del recuerdo.

VICKOTEAMEC          


*******


Los personajes principales pertenecen a Sephenie Meyer, la trama es de mi total autoría. 

 

 

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Capítulo 5: DETALLES Y SUCESOS INESPERADOS

 

 

 

¿De cuántas maneras se puede destrozar un corazón y esperar que continúe latiendo?

Isabella Swan

 



Un día tuve el sueño más hermoso que pude imaginar, mi hija era la niña más hermosa que jamás hubiera visto, simplemente perfecta. Estaba vestida como una verdadera muñequita de pastel, muy bella y coqueta. Recuerdo haber visto en mi sueño a Sela, Alex y Alice corriendo de un lugar a otro mientras preparábamos la entrada triunfal de mi bebé a su fiesta por su cumpleaños número uno. Luego una payasita se acercaba a ella para cargarla y adentrarse al animado y colorido local de piñatas. Disfruté de la escena unos instantes y luego desperté.

Alexein, el hijo de Dereck y Sophie, nació a finales del mes de mayo. Era muy pequeñito y hermoso, tenía los ojos de su mamá y el rostro de su papá. La primera vez que lo cargué mi pequeña bribona lo pateó hasta que lo despertó y lo hizo llorar, ganándose la risa de todos.

Un día estaba sentada en la sala de mi casa, esperando a que alguien llegara a hacerme compañía. Había pasado casi toda la noche despierta, mi bebé había estado muy inquieta y me sentía algo cansada. Para esas fechas estaba enorme, podía nacer en cualquier momento, sentía que estaba a punto de reventar. Toda la mañana tuve las mismas molestias de siempre, pero cuando me puse de pie sentí una especie de cólico intenso y profundo, como una punzada en el vientre.

Cada vez me sentía más incómoda, no dejaba de dar vueltas deteniéndome de cada cosa que encontraba. Para mi mala suerte Jacob regresaría de uno de sus viajes ese día en la madrugada y mi hermana y mi madre estaban metidas sólo Dios sabía en donde. Cuando llamaron a la puerta me moví lentamente hasta que llegué para abrir.

-Hola, Bella- dijo Alice entrando y dándome un beso en la mejilla.

-Hola- dije con un tono raro de voz.

-¿Qué pasa, te sientes bien? ¿Dónde está Ale?

-No sé. Ella y mamá salieron desde temprano.

-¿Qué? ¿Cómo se les ocurre dejarte sola?

-No sé- me iba a sentar pero sentí una fuerte contracción, me detuve con fuerza del respaldo de uno de los sillones y respiré profundamente.

-¿Qué pasa?- dijo Alice llegando a mi lado.

-Creo que ya es hora- dije no muy convencida.

-¿Dónde están tu cosas?

-Arriba- dije entre respiraciones profundas y pausadas.

No sabía por qué, pero sentí una fuerte opresión en el pecho cuando por mi mente cruzó la idea de que mi hija estaba a punto nacer. Sentía una especia de desesperación. Traté de borrar cualquier pensamiento negativo, de seguro la sensación eran los nervios y la emoción. Mejor me concentré en hacer bien mi trabajo.

Alice llegó a mi lado y me ayudó con toda la paciencia del mundo a subir a su auto. Llegamos al hospital en un rápido viaje desesperado, cada vez sentía más dolor. Jamás imaginé que el parto pudiera avanzar tan rápido, ya podía sentir cómo mi niña se acomodaba para entrar al canal de parto y cómo poco a poco iba descendiendo por mi cuerpo. Cuando llegamos a la recepción del hospital me pidieron un pase que me habían dado en mi última visita, Alice abrió la maleta con las cosas de la bebé y me quedé viendo su ropita. La sensación de opresión regresó y me hacía sentir algo desesperada, era como si en lo más profundo de mi ser supiera algo, una cosa que por ningún motivo quería descubrir.  

Poco después me ingresaron y me quedé a esperar. No sé qué tanto tiempo después pude ver a Reneé, habló conmigo brevemente y me besó la frente después de darme su bendición. La sensación en mi pecho se hizo más intensa desde que vi a mi mamá alejarse y dejarme sola en la camilla. Cuando estuve en la sala común antes del quirófano; no sabía que llamaba más mi atención, si la rara sensación en el pecho o los dolores del parto.

De un momento a otro sentí como un golpecito que descendió hasta quedarse instalado en mi centro, luego una especie de escozor y un líquido empapándome. La contracción fue más fuerte que las anteriores, pegué un gritito y llamé la atención de una enfermera. Me revisó y dijo que aún faltaba tiempo para que mi bebé naciera. A pesar de eso seguí sintiendo presión, mi hija luchaba por salir y no creía aguantar más.

Todo eso era como una sensación extra-corpórea, mi cuerpo sufría pero mi alma estaba conectada en otra parte… y no sabía dónde. Me sentía desconcertada. Ya no era consciente de mi voluntad, ahora sólo lo era de mi necesidad. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero más pronto de lo que pensé, tuve la necesidad de pujar.

-¡Ya viene!- grité. Pero sólo obtuve un “aún falta tiempo” como respuesta.

Traté de evitar a toda costa que la necesidad de pujar fuera más grande que mi sentido común, pero no pude. La presión que sentía era más fuerte de lo que esperaba, elevé una plegaria al cielo, tomé una respiración profunda y empujé con fuerza; lo hice varias veces.

-¡No!- gritó alguien. Pero no podía detenerme, mi bebé tenía que salir… ¡Ya!

-¡Doctor, ya ha dilatado!- siguió gritando la misma voz. Su tono era sorprendido y eso me asustó –No pujes- pidió.

-¡No puedo!- contesté sin detenerme. Respiraba profundamente, pujaba, me detenía y luego volvía a comenzar. Sentía que debía hacerlo, mi bebé empujaba hacia afuera y yo trataba de ayudarla con todas mis fuerzas.

Todo comenzó a agitarse a mi alrededor, pero no me importaba otra cosa más que continuar con mi tarea y sacar a mi bebé a la vida. A mitad del pasillo la presión se hizo más intensa y sentí que algo salía; cuando me asomé vi la cabecita de mi bebé afuera. No supe exactamente cómo ni en qué momento terminé acosada sobre la cama del quirófano. Todo continuaba agitado.

Sollozaba, me mantenía agarrada con fuerza de las sábanas y me sentía cansada… pero no podía parar, no debía. Primero tenía que ver la carita de mi hija y escuchar su llanto. Una contracción que superó a cualquiera que pude haber sentido antes me hizo agarrar aire muy profundamente, para luego pegar un grito desgarrador y tensarme hacia enfrente, casi como si estuviera sentada, poco a poco el cuerpo de mi bebé se deslizó hacia afuera. Aún temblorosa me desplomé unos segundos sobre la cama, esperé el grito de la bebé… pero no escuché nada. Me incorporé débilmente y vi los rápidos movimientos a nuestro alrededor, comencé a recorrer el cuerpo de mi hija, vi que su tono de piel era azulado, que estaba hinchada… justo cuando iba alzar la vista hacia su carita alguien la tomó en brazos y alejó de mí.

 Me quedé muda y sorda por no sé qué tanto tiempo. Era como estar atrapada en mi cuerpo, sólo veía con agonía cómo trabajaban sobre el pequeño cuerpo de mi bebé, como una aguja se abría paso directo hacia su corazón y cómo muchos pequeños tubos eran incrustados en su piel.

Mi estado de shock era tal, que no sentía ningún dolor físico, yo no importaba, quería que me dejaran ponerme de pie para acurrucar a mi bebé. Quería que alguien sanara la herida invisible y punzante que acababa de abrirse desde mi garganta hasta mi corazón, pero nadie podía. Por más que grité y lloré porque todo aquello parara, porque alguien me sacudiera y me dijera que tenía una pesadilla o porque me dejaran ir a cargarla para darle mi vida… nadie me escuchó.

Si pudiera hacerla despertar en un extraño rito en el que mi alma se esfumara, con tal de darle vida a ella, mi vida, lo haría sin dudarlo.

Cuando mi hija despareció y ya no la pude ver por entre los movimientos y cuerpos de los demás… entendí que no tenía caso continuar con mi necedad, me dejé caer sobre la camilla mientras sentía cómo un pedazo de mí se iba tras el equipo médico que atendía a mi hija. Ahí fui consciente del lugar al que había huido mi alma, como si hubiera sido posible que lo supiera, en todo momento estuvo con mi hija, cuidando de la suya y dejándome desolada en mi realidad.

Me llevaron a una habitación de recuperación antes de ir a piso. No dejé de preguntar por ella, pero al parecer nadie sabía nada. Volteé a ver a las mujeres que había a mi alrededor, todas tenían una expresión de triunfo y cuando me veían podía percibir su lástima y pena por mí. Ya no sabía ni por qué lloraba… eran tantas cosas.

Ni cuenta me di cuando un médico se instaló a un lado de mí. Supe que estaba ahí porque me tocó un brazo para llamar mi atención. Volteé desganada a verlo y suspiré. Me dio explicaciones de lo que había pasado, no presté atención a lo que dijo, sólo entendí “aspiración de meconio” “UCIN” “estado grave” y “un mes de recuperación”. Aquellas palabras tenían mucho sentido para mí un segundo y al siguiente no entendía prácticamente nada.

Pudo pasar una hora o pudieron pasar días, el tiempo era irrelevante. Cuando estuve en mi habitación de hospital me sentía agotada, pero ahora tenía unas ganas locas de estar al lado de mi familia. El tiempo eterno se esfumó cuando vi a Reneé atravesar la puerta de mi habitación.

Su sonrisa me decía que todo estaba bien, pero sus ojos me decían que había llorado… mi mamá lo sabía.

-Hola- susurró. No dije nada, sólo sentí el temblor de mi labio inferior y las lágrimas deslizándose de nuevo por mi rostro –Está hermosa- murmuró envuelta en llanto igual que yo.

-¿Qué? ¿La viste?- pregunté y asintió.

-Parece blanca nieves… con su cabello negro, su piel blanca…- su voz se quebró –tiene ojos grandes, no los tenía abiertos pero se ve que son grandes. Es la bebé más hermosa que he visto en mi vida- sonreí entre mi llanto, luego mi mamá me abrazó.

Justo en ese momento me sentí muy decepcionada de Dios, ¿por qué hacía sufrir a mi pobre hija? Mi hermosa ovejita estaba conectada a mil tubos, dentro de una incubadora y sufriendo lo que no debería. Ovejita era el apodo que yo le había puesto porque era una ternura, pero de repente se alocaba y pegaba de brincos cuando estaba dentro de mi vientre. Recordé las cosas y la ropa de ovejita que le habían regalado y sonreí mientras trataba de imaginar su carita.

El tiempo detenido, irrelevante y efímero se me escapó de los dedos mientras mi mente se hallaba fija en otro lugar. Llegué hasta el punto en el que sentí un dolor de cabeza enfermizo y un dolor en la garganta similar a un desgarre. Mi hermana, Alice, Lichi, Sela y Leah entraron a verme de una en una; todas me dieron palabras de aliento, me abrazaron como si pudieran reconfortar mi alma ausente y vacía. En ese momento las amé más que nunca, eran gran parte de mi mundo… ese mismo que tenía horas desmoronándose de a poco.

Cuando me dieron de alta, mi hermana me acompañó cuando salí. Sostenía gentilmente mi peso y caminaba junto con mis pasitos pausados y dolorosos. Lo primero que vi al atravesar las puertas de la salida fue a Jacob parado con las manos en sus bolsillos y una mirada torturada. Me solté de Ale y me apresuré a llegar junto a él. Dio un par de grandes zancadas para salvar la distancia entre nosotros, abrió sus brazos y me estrechó con fuerza. Suspiró en mi hombro y sollocé incontrolablemente.

-Va a estar bien, ya verás que sí- dijo para después dar un beso en mi frente.

-Mi ovejita- me lamenté.

-Ya sé, cariño. Ya sé- dijo meciéndome en sus brazos.

Salí después de la hora de visita. Mi bebé estaba en la UCIN (Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales), sólo podíamos verla Jake y yo, y a ciertas horas. Para mi mala suerte, yo había salido después de la segunda hora de visita. Después de un largo proceso burocrático me permitieron la entrada.

Me puse una bata, un gorro y me lavé las manos por un par de minutos. Entré despacio, una enfermera me guió al interior y me indicó cual incubadora era la de mi hija. Los demás niños que había ahí eran prematuros y mi bebé sobresalía de todos porque lucía grande y fuerte. Mordí mi labio inferior mientras me preparaba para meter la mano en la incubadora.

-Hola, princesa- le dije mientras mis lágrimas resbalaban por mis mejillas. Tomé su manita entre mis dedos.

El suave contacto con su piel pálida y sonrosada fue electrizante, muy emotivo. Mi corazón se detuvo, fotografiando el sublime sentimiento de amor ante el contacto; mis ojos se abrieron por primera vez a la vida, como si acabara de nacer, como si nunca hubiera apreciado lo más hermoso, ni lo más perfecto.

-Soy mamá- dije viéndola fijamente. Sus deditos se envolvieron en torno al mío, luego pude apreciar una sonrisa suya alrededor del tubo que tenía en su boquita –Estoy contigo, mi amor. Eres muy valiente. Eres mi princesa guerrera. Quisiera tanto poder estrecharte entre mis brazos- cuando dije eso hizo un hermoso pucherito que me hizo soltar el llanto.

-Dos minutos- informó una enfermera y asentí.

-Te amo, mi bebé hermosa- cuando soltó mi mano, la estiré hasta que pude acariciar su carita y su suave cabello por debajo del gorrito que tenía puesto.

Mi princesita tenía su carita redonda y sonrosada, no podía apreciar bien su boquita, su naricita era como un botoncito, tenía un espeso cabello negro y suave. Todo en ella era perfecto y hermoso… sólo le faltaba una cosa: salud.

Me despedí de ella y salí por otra puerta. Mientras caminaba llevé mis manos a la cara y aspiré el aroma de mi bebé; era una mezcla de perfume de bebé y una dulce y delicada nota floral, el olor más dulce y hermoso que había percibido en toda mi vida.

Por suerte traía algunas monedas en la bolsa de mi suéter, caminé lo más rápido que pude hasta una parada de autobuses que había visto detrás del hospital. Cuando llegué me situé al lado de un anciano, que al verme sonrió.

-Disculpe… ¿por aquí pasa el autobús que va para La Catedral?- pregunté.

-Sí, pero es mejor que lo esperes al dar vuelta- dijo indicándome otra parada que estaba cerca.

-Gracias- di media vuelta con cuidado.

-Hija, espera- me detuve y volteé a verlo –Dios no manda nada que no podamos soportar- mis ojos se llenaron de lágrimas.

-Gracias- susurré y él me dedicó una sonrisa encantadora.

Llegué a la hermosa capilla en un viaje que no sabía cómo había hecho. Me hinqué frente al altar y recé como nunca antes lo había hecho. Me dolía tener que encontrarme con Dios de esa manera, pero la vida mi hija pendía de un hilo y él era el único que podía hacer lo mejor para ella. Recordé con dolor mis primeros pensamientos hacia ella; vi que no respiraba y lo primero que vino a mi mente fue una secuencia de sucesos y posibles escenarios: su cerebro, su corazón… ¡su vida! Su vida inocente y pura, ¿qué pecado tan grande había cometido yo para que mi hija tuviera que pagar por ello?, porque era evidente que ella no tenía culpa alguna, ni yo; pero, entonces, ¿quién la tenía? Si las cosas iban mal… ¿por qué no era mi vida la que se esfumaba como el humo de un incendio? Tenía una maraña de pensamientos que, obviamente, no se desenredaría en ese momento. Supliqué por mi hija, para que estuviera con bien, por su felicidad y por mi paz interna.

Tenía mucha fe en que mi hija saldría adelante, me fui llevándome a casa en mis pensamientos: la iglesia y mis oraciones esperanzadas que no salían de mi cabeza.

Fui a casa de Alice, sin darme cuenta había asustado a todos con mi repentina desaparición, pero sus regaños y protestas desaparecieron cuando supieron hacia dónde me había dirigido al salir del hospital.

Jacob se quedó en mi casa y me sostuvo en todo momento. Me explicó que él médico había dicho que la niña estaría alrededor de un mes en el hospital, que en veinticuatro horas la desconectarían del respirador para ver si podía respirar por sí sola, que estaba muy grave, que eran pocas las probabilidades de que sobreviviera y que si lo hacía tendría secuelas que no sabrían hasta tiempo después. Si eso era lo que tenía que soportar para tener a mi hija conmigo, lo aceptaría; no renegaría de tener a mi bebé con problemas neuronales si eso significaba su vida. Sólo Dios tenía el poder de hacer que saliera milagrosamente bien y que no sufriera una vida dolorosa ni llena de preocupaciones. Ella debía ser feliz.

Al otro día desperté prácticamente de madrugada, apenas si había pegado el ojo durante toda la noche, a pesar de que me mandaron a la cama muy temprano para “descansar”. Mi mente estaba a cientos de metros de distancia, al lado de una incubadora rodeada de aparatos. Jacob y yo entramos a la visita matutina. No sabía cómo lo había hecho pero consiguió un permiso para que un cura entrara a bautizar a nuestra bebé.

La ceremonia fue breve, sólo tenía las frases más elementales y precisas. Cuando el sacerdote nos preguntó el nombre Jacob volteó a verme con cara de duda. Alguna vez lo habíamos discutido, pero nunca habíamos llegado a ningún acuerdo.

-Débanhi- murmuré.

-Dios Eternamente Bendice a Nuestra Hija- susurramos bajo al unísono.

-Débanhi Black Swan- confirmó Jacob.

-Yo te bautizo, Débanhi Black Swan. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo- recitó el padre pasando dos dedos humedecidos en agua bendita por su cabecita.

Jacob me dio un beso en la sien y celebramos con una sonrisa el acontecimiento. El padre se retiró y disfrutamos de nuestros últimos minutos de visita al lado de Debie.

Por la tarde regresamos a verla de nuevo. Fue una sorpresa muy grata verla despierta y poder perderme en sus ojitos marrones chispeantes de vida y esperanza. Amé desde el primer instante cómo seguía mi voz y cómo sus ojitos se ajustaban a cada movimiento que yo hacía. No cabía en mi cabeza que hubiera algo mal en ella, parecía más lista que cualquier bebé que hubiera visto antes; me sonreía cuando la llamaba por su nombre y apretaba mis dedos con su manita cuando comenzaba a arrullarla con una canción de cuna. Jacob quedó igual de fascinado al ver sus enérgicos movimientos de piernas y brazos; era hermosa, nos parecía perfecta y era nuestra.

La noche que la desconectaron tuvo una fuerte crisis, nos llamaron en cuanto se puso mal. Ese día la vimos en la madrugada y a las horas de visita. Para ayudarla, le habían conectado unos tubos de látex directo a los pulmones para que pudiera respirar. Cada día la veía más fuerte, más despierta y más atenta a mis palabras y las de Jake.

Para el quinto día me sentía agotada. Cuando llegamos de la visita matutina me fui directo a mi cama mientras Jake se quedaba mostrando el video que habíamos logrado tomar de Deb. Me dolió percibir sus semblantes de despedida y no de esperanza, sacudí la cabeza pensando que eran figuraciones mías y me tumbé en la cama sin molestarme en meterme bajo las sábanas.

No sabía qué tanto tiempo tenía dormida, comenzaba a sentirme cansada entre sueños, me removí hacia el centro de la cama y sentí un leve movimiento acompañado de un… ¿balbuceo? Abrí lentamente los ojos y me encontré con Débanhi lamiendo sus manitas y haciendo ruiditos.

-Hola- susurré incrédula. Los ojitos vivarachos y curiosos de mi hija se giraron hasta encontrarse conmigo –Debie… ¿qué haces aquí?- dije alargando mi mano para tocar la suave piel de su mejilla.    

Mi nena se quejó, hizo pucheritos y comenzó a llorar. Era el sonido más hermoso y maravilloso del mundo.

-No, no, no. Ven acá- dije sentándome para tomarla en brazos -¿Qué pasa, mi amor? ¿Qué tienes?- ella siguió llorando, cuando su carita chocó con la tela de mi blusa paró de llorar y abrió su boquita entre gemiditos -¿Tienes hambre, mi preciosa? ¿Es eso?- dije mientras me descubría el pecho y ella seguía haciendo ruiditos impacientes.

Instintivamente giró su carita y se prendió de mi pecho, al principio fue un poco molesto y doloroso, pero cuando sus ojitos me miraron atenta ya nada más importó. Besé su frente y me entretuve como boba viendo cómo ese pedacito de mí lucía feliz entre mis brazos.

-Te amo- le dije suavemente. Sonrió y vi cómo sus ojitos se cerraron poco a poco. La arrullé hasta que se quedó profundamente dormida.

La acomodé a un lado de mí, muy cerca, me acosté y observé su rostro plácido y pasivo. Pasé mis dedos por su cuerpecito. No me cansaría de verla jamás. Luego, sin previo aviso, caí profundamente dormida.

Desperté sobresaltada, tanteando a mí alrededor. Lo único que encontré fue la cabeza de Jacob recostada sobre el borde de mi cama.

-Débanhi- dije en voz alta.

-¿Qué?- dijo él con voz pastosa, alzando el rostro.

-Débanhi- Jacob abrió su celular y vio la hora.

-¡Demonios!

-¿Qué?- pregunté asustada.

-Es tarde, ya no llegamos a la segunda visita- dijo enfadado.

Mi cabeza divagó unos cuantos segundos. Sentí una gran decepción cuando me di cuenta que lo de Débanhi en mi cama había sido sólo un hermoso sueño.

Todo mundo alegó que estábamos muy cansados y que nadie tuvo el valor de despertarnos. Esa noche Lichi, Charlotte y yo fuimos a una capillita cerca de mi casa a rezar un rato.

Jacob, como cualquier otra noche, dejó que me refugiara en sus brazos. Apenas me estaba dejando vencer por el sueño cuando escuché el insistente sonido del teléfono en la planta baja. Abrí los ojos de golpe y bajé a toda prisa sintiendo como el corazón casi se me salía del pecho, Jake venía pisándome los talones. Los llamativos números del reloj digital de la cocina me indicaron las once. Corrí a la sala, antes de siquiera ver a Reneé escuché su alarido de dolor, me paré en seco y caminé a paso lento sin importarme que Jacob me hubiera rebasado.

-¡No! ¡No! ¡No! ¿¡Por qué!? ¿¡Mi niña, por qué!?- se lamentaba desconsolada mientras Jacob trataba de detenerla para que no azotara contra el piso.

Cuando me vio parada en el umbral de la puerta detuvo repentinamente sus gritos y se abalanzó sobre mí. Me apretó por los hombros mientras yo no sabía ni lo que hacía. No era cierto, no podía ser, de seguro yo estaba mal interpretando todo, nadie lo había dicho como tal… ¿cierto?... ¿cierto?

Mi madre dijo todo un discurso que no entendí. Mecánicamente le di las llaves del auto a Jacob y le pedí que me sacara de ahí. Cuando íbamos rumbo al hospital se enganchó con fuerza de mi mano. Cuando estacionó el auto me arrastró con él hacia adentro. Nos entrevistamos con un médico del que no entendí ni un una sola palabra, sólo veía cómo movía la boca y de ella salían sonidos difusos e ininteligibles.

-Cállese. Está muerta, ¿verdad?- dije viéndolo directamente por primera vez. Asintió.

-Sí. Débanhi ha muerto. Lo siento.

-Quiero verla- el asintió y nos condujo a la sala de UCIN.

Tenían a Debie en un pequeño cuarto aislado del resto de los niños. Abrieron por completo la incubadora. Ya no había aparatos, ni tubos, ni mangueras. Sólo mi ángel con aspecto de estar durmiendo. Con mucho cuidado metí mis brazos en la incubadora y saqué a mi hija para apretarla contra mi pecho. Esa fue la primera vez que la tuve entre mis brazos. Jacob nos abrazó a las dos, la tomó con cuidado entre sus brazos y nos quedamos con ella en una emotiva, larga y sumamente dolorosa despedida. No nos cansábamos de decirle palabras de amor, ni de llenarla de besos, ni acariciarla como si quisiéramos memorizar la textura de su piel.

Entrada la madrugada llegamos de nuevo a casa. Al siguiente día nos fuimos desde temprano a arreglar todo para esa noche. Sabía perfectamente que los angelitos como mi hija no se velaban, pero sólo mi mamá, Jacob y yo la conocíamos; sentía que los demás tenían derecho a saber cómo era y a despedirse.

Después de medio día llegamos a casa de Lichi, estaba segura que había personas a las que no habían dicho nada, pero no quería encargarme de eso. Sólo sentía la necesidad de estar con alguien y de llevar conmigo un par de cosas. Mi hermana y mi prima me dejaron en paz después de pasar un buen rato consolándome e intentando hacerme comer. Me puse de pie con seguridad y me giré hacia Reneé para hablar con monotonía.

-Más tarde vuelvo- dije.

-¿Qué? Isabella…

-Más tarde vuelvo.   

-Pero, hija…

-¡Nada, mamá!- dije fría –Más tarde vuelvo.

-Recuerda que a las 7:00…

-¡Sí, ya sé!- tomé mi bolso y salí a zancadas al patio.

Apenas supe que Lichi le preguntó a mamá “¿A dónde va?” y que ella le contestaba con tristeza “No sé”.

Caminé sin noción del tiempo ni el lugar, sólo sabía una cosa: hacia dónde me dirigía. Veía todo sin ver, nada merecía mi atención. Mis ojos apenas y se fijaban en las calles para advertir si se acercaba un coche. Mi mente me consumía de la realidad y me torturaba mostrándome la misma película una y otra vez: el nacimiento, el primer encuentro, la primera sonrisa, la primer mirada, el adiós… todo junto era como un collage de nítidas imágenes que se transmitían sin cesar una tras otra, taladrando mi pecho hasta dejarlo sin aire. Era como una sensación de presión y vacío, que me mantenía inerte en un mundo sin sentido.

Las imágenes de la ciudad, el camino que recorría, la brisa, el viento… nada me distraía de mi trance. Caminé arrastrando los pies, sin saber exactamente cómo hacía aquello y continué desplazándome por la calle hasta que quedé frente a la puerta. Di tres toquecitos.

-¡Ya voy!- dijo Alice del otro lado. Cuando abrió la puerta no levantó la vista, estaba entretenida con algo que llevaba en sus manos –Hola, pasa- dijo invitándome adentro -¿Quién te trajo? ¿Vienes en transporte?- asentí –Ven, vamos a mi recámara.

Caminamos de nuevo hasta que llegamos frente a una puerta que abrió para dejarme pasar, me senté al borde de la cama y ella fue a correr las cortinas que estaban detrás de mí.

-¿Cómo va todo? ¿Qué te dijeron hoy en el hospital?- preguntó, tragué el nudo que tenía en la garganta y forcé mi cerebro a hablar.

-Se fue- murmuré.

-¿Qué?- dijo como si no hubiera escuchado.

-Mi ovejita… se me fue- dije viendo sus ojos a través de mi cortina de llanto, ese que estuvo contenido todo ese tiempo.

-Oh, mi niña- dijo tomando mis manos entre las suyas. Suspiré y el dolor agónico taladró mi pecho… desahogándose en mi llanto.

-¡Pero si se estaba recuperando!- dijo incrédula.

-No sé qué paso- dije –Anoche me hablaron y me dijeron que había muerto y su corazón… su pobre corazoncito no resistió- dije destrozada.

Alice me abrazó con intensidad, acarició mi cabello y dejó varios besos en mi cabeza.

-¿Cuándo van a…?

-Hoy a las siete- contesté adivinando su pregunta.

-Vámonos- dijo poniéndose de pie.

Cuando estuvimos en el coche le dije que no se dirigiera a la casa funeraria.

-¿A dónde vamos?- preguntó curiosa.

-A mi casa, debo recoger unas cosas- dije con monotonía.

Cuando llegamos entré y fui directo a mi habitación. Alice entro detrás de mí. Busqué una caja en donde tenía guardadas las cosas de Debie, saqué una ovejita de peluche, una cobijita tejida con una preciosa oveja bordada y mi rosario. Me senté en mi cama, escondí el rostro entre la tela de la cobijita y lloré.

-Piensa que ya no sufrirá nada, que está mejor- asentí a las palabras de Alice.

-Ya vámonos- le dije. Tomó mi mano, me condujo afuera de la casa y me quitó las llaves para cerrar la puerta.

Condujo despacio, todo el camino la observé conducir, de vez en cuando volteaba a verme y apretaba mi mano ligeramente.

Cuando llegamos vi a Sela parada al centro de la pequeña capilla, frente a ella estaba un pequeño cuadro blanco, podía ver cómo daba leves brinquitos por sus sollozos. Me acerqué lentamente a ella.

-Descansa en paz, mi niña. Eres el angelito más hermoso, princesa- le susurraba envuelta en llanto. Cuando llegué a su lado le toqué el brazo para que supiera que estaba ahí. Se hizo a un lado y se retiró en silencio mientras yo me embelesaba viendo a mi pequeño angelito dormir tranquilamente.

Caí de rodillas, lloré desconsolada sintiendo como me desgarraba profundamente. Alguien me tomó en brazos y se sentó conmigo en su regazo. No sabía ni quién era, no había escuchado su voz al llamarme por mi nombre, pero no me importaba… quería sostenerme en alguien, antes de que me desmoronara en mil pedacitos irreconocibles e irreparables.

-Ya estoy aquí, cariño. No estás sola. Nuestra pequeña, ya está mejor- me decía Jacob.

Cuando caí en cuanta de que era él lo abracé con más fuerza y escondí el rostro en su cuello mientras todo mi dolor salía en un llanto amargo y doloroso.

Los hermosos arreglos florales, los juguetes y los globos no dejaron de llegar. Las muestras de cariño eran muchas, agradecía a cada una de ellas. Hubo muchísimas palabras de consuelo y monólogos largos y hermosos que me hacían llorar a cada rato. Llegó un punto en el que pensé que ni si quiera un mar de llanto sería suficiente para ella, sería muy poco.

Al otro día muy temprano, Jacob y yo nos subimos a una carroza con el cajoncito blanco sobre las piernas de él. Todo el camino me abracé a Jake y acaricié la tapa de la eterna cunita de mi bebé. Cada vuelta que daban las llantas nos acercaba más y más al final, haciéndome sentir cada vez más desesperada. Abrieron la tapa por última vez, besé a mi nena y acomodé el peluche de oveja debajo de su brazo y mi rosario envuelto en su manita. Caí en los brazos de Jacob, aquellos que me detuvieron mientras veíamos cómo la tierra consumía el cuerpecito de mi hija y cómo borraba de mi vista la rosa que había besado para ella.

Cuando acabó, di un grito agónico al cielo. Pasé de brazo en brazo, nunca supe a quién perteneció cada par. Luego me condujeron a la parte trasera de un coche y me quedé sumergida en un mundo paralelo al real… uno en donde yo era feliz con ella y ninguna de las dos sufría.

A mediados de julio, como nunca lo hacía, la ciudad entera estaba envuelta en una espesa capa de nubes que no cesaban en dejar caer grandes y pesadas gotas de agua fría. No podía verse más allá de cuatro metro alrededor del auto.

Para mi mala suerte yo no conducía. Con el pavimento tan resbaladizo y mi mente divagando hubiera sido muy fácil patinar en las calles hasta estrellarme con algo, y si sólo lograba una pequeña sacudida y una abolladura lo haría una y otra vez… hasta que el auto se hiciera pedazos y yo quedara atrapada entre fierros retorcidos y vidrios rotos. Sí, definitivamente hubiera sido fácil. No creo que ningún dolor físico pudiera superar el dolor interno que sentía justo en ese momento.

Débanhi, mi dulce y pequeña Deb. Acababa de dejarla en una profunda cunita de tierra y cemento… y dolía, mucho. La extrañaría como loca. Mi vida perdió todo sentido en ese instante, nada era lo suficientemente bueno para valer la pena, ni lo bastante malo para ignorarlo por completo.

Charlotte iba sentada a un lado de mí, haciéndome saber que desafortunadamente seguía con vida y que todo lo que había pasado era real. Tenía su mano entrelazada con fuerza con la mía, una mirada triste y semblante decaído. Así iba Charlotte sentada a un lado de mí, en la parte trasera de su coche y con una tormenta que amenazaba con arreciar más si su chofer no se apresuraba a llegar.

-Nena, ¿qué quieres comer?- preguntó ella intentando llamar mi atención -¿Bella?- negué débilmente.

Pasó su brazo por mis hombros y suspiró. Después de un rato de silencio habló con calma.

-Piensa que ahora está con Dios y que ya no tendrá que sufrir las calamidades de este mundo.

-Ella iba a ser feliz… y tu Dios se ha ensañado conmigo. Me arrebató a mí a Debie.

-Sabes que no es así. Él necesita la ayuda de un hermoso angelito y por eso la llamó a su presencia.

-¡Por favor!- dije sarcásticamente –Si tu Dios es lo que “dice ser”, ¿por qué no tomó un puñado de sus “nubes divinas” y le sopló polvos mágicos para hacer otro? ¿Por qué tenía que llevarse a mi ángel? ¿Por qué se empeña en dejarme sola? ¿Por qué me deja sufrir hasta el punto de querer suicidarme? ¿Por qué me odia?

-Hija, no blasfemes así y deja de delirar esos pensamientos retorcidos- dijo en voz baja. Después de mi explosión de preguntas se retiró lo más que pudo de mí sin soltar mi mano.

-No es un delirio, es la verdad. Tu Dios me ha dejado totalmente destrozada y sola porque me odia- hizo un gesto como si fuera a llorar, luego apretó los labios y habló de manera acompasada entre respiraciones profundas.

-Es claro que necesitas estar sola para reflexionar. Nos vemos luego- dijo saliendo rápidamente del auto. No me di cuenta de que ya habíamos llegado.

Ni siquiera el estruendo de la puerta al cerrarse me hizo cambiar el rumbo de mis pensamientos. Final, destrucción, compasión, llanto… dolor. Enterré la cara entre las manos y lloré con amargura, cada vez me sentía más agotada, pero no podía parar. La puerta se abrió por mi lado, la voz que necesitaba escuchar justo en ese momento me hizo levantar el rostro.

-Bella… ¿cuánto tiempo llevas aquí? Te he estado buscando- dijo asomando la cabeza en el interior.

-¡Jacob!- dije lanzándome a sus brazos.

Él me abrazó muy fuerte, justo como lo necesitaba. Me ayudó a salir del coche, me cubrió con una manta ahulada porque aún llovía a cántaros y me cargó en sus brazos. Enterré la cara en su cuello para seguir con mi llanto desesperado.

-Ya pequeña, no estás sola, aquí estoy- no dejó de susurrar mientras caminaba. Después de un rato me dejó con suavidad sobre una cama muy cómoda y me hice un ovillo –Te voy a dejar sola un rato para que te pongas cómoda, aquí de te dejé una pijama para que te quites la ropa mojada- escuché cada una de sus palabras olvidando el significado de lo que decía. Besó mi frente y salió.

Poco después regresó con algo en la mano y se encontró con que yo no me había movido y que tiritaba de frío.

-Bella- dijo alarmado –Ven acá- dijo moviéndome de lugar.

Me puso a un lado de la cama y deslizó la ropa por mi cuerpo. Me puso la pijama que había dicho y me hizo entrar en la suave y cómoda cama.

-Toma esto- dijo tendiéndome dos pastillas.

-¿Qué es eso?

-Son unos calmantes. Te harán dormir.

-¿Me dejarás sola?

-No- dijo pasando su mano libre por mi mejilla –No te dejaré sola- asentí y  me tomé las tabletas.

Mientras terminaba de tomarme el té que me ofreció él se deslizaba por la habitación buscando una muda de ropa. Para cuando terminé, lo tenía justo frente a mí, tomó la taza para ponerla en algún lado. Luego se acostó atrayéndome a sus brazos. Susurró muchas cosas bonitas antes de que el fármaco hiciera efecto en mí y cayera rendida en un intenso sueño.

Al otro día fui más consiente de todo. Nada sería lo mismo a partir de entonces, pero para mí y para Jake la vida seguía. Estuvimos dos días más en casa de Charlotte, luego él se fue a uno de sus viajes de trabajo y yo regresé al resguardo de la casa de Reneé. Aún me faltaban dos semanas para regresar a la escuela, en ese tiempo me dediqué a remodelar mi recámara con una hermosa pintura a estilo de mural de ovejitas y me hice un cobertor con todas las prendas que debieron ser de Débanhi.

Era horrible despertar después de haber soñado que ella estaba conmigo. Y más horrible aún era deambular por todos lados con la sensación de tener un gran peso sobre los brazos; sensación que después descubrí que era de vacío. Vacío de añorar el poder cargar contra mi pecho ese pequeño bultito que era parte de mi vida.

Tantas noches soñé con su mirada, tantas tardes fantaseé con sus primeros pasos y tantas mañanas imaginé su risa… tantas cosas habían pasado por mi mente mientras acariciaba mi vientre, y hoy, hoy  no había nada. Al poco tiempo descubrí que no podía seguir viendo el cielo gris; porque, aunque me doliera en el alma, yo siempre cargaría a mi hija y la llevaría viva en mi corazón.

A pesar de negarme, continué con mi vida. Cuando Deb cumplió un mes de haberse ido Jake y yo fuimos a dejarle un par de globos y un biberón con agua. Algo tonto, tal vez, pero muy simbólico para los dos.

Una tarde, dos días después de la visita al cementerio Jacob apareció en mi casa.

-Hola- dijo cuando abrí la puerta.

-Hola- contesté, me dio un beso en la frente y con un ademán lo invité a pasar.

-Bella… quiero contarte algo.

-¿Qué pasa?- dije sentándome en uno de los sofás, él se sentó a mi lado.

-¿Recuerdas la plaza foránea de la que te hablé?- asentí.

-La que dijiste que era definitiva, que si te la ofrecían tendrías que mudarte fuera y que era una gran oportunidad de progreso. Claro que la recuerdo.

-Me la ofrecieron.

-¡Jacob, esa es una estupenda noticia!- dije abrazándolo con entusiasmo -¿Qué pasa?- dije frunciendo el ceño al darme cuenta que no me correspondía.

-Es que… no sé.

-¿Dudas en aceptarla?- pregunté incrédula.

-Es que… quiero saber qué piensas tú. No puedo obligarte a ir conmigo, por tus estudios, pero…

-¿Pero?

-Pero podría negarme y quedarme a tu lado- negué rápidamente.

-Eso sería muy egoísta de mi parte. Tienes mucho tiempo esperando por esto- dije entrelazando nuestras manos.

-Bella, todo lo que hemos vivido juntos…

-Sí, lo sé. Pero… dime una cosa, ¿qué sientes por mí?

-Te quiero- dijo sinceramente acariciando mi rostro.

-¿Me amas?- pregunté viéndolo a los ojos.

-Te quiero muchísimo y creo que podré amarte como tú mereces- comencé a negar.

-Yo también te quiero, Jacob. Pero… eso no es suficiente- sorbí la nariz –No te amo. Lo siento- dije de corazón. Me abrazó estrechándome con fuerza contra su pecho.

-Promete que te vas a cuidar, ¿sí?- sin evitarlo solté el llanto –Tú y Deb son parte importante de mi vida y siempre las recordaré- dijo para después dejar un beso en mi cabeza.

-Tú y Deb también los son para mí. Serán una parte hermosa de mi pasado- dije separándome para verlo directo a los ojos y acariciar suavemente su mejilla.

Se inclinó lentamente hacía a mí, no podía negarme, esa era nuestra despedida. Nos vimos a los ojos hasta que nuestros labios se rozaron suavemente. Poco a poco el beso se fue tornando más apasionado, pero no por la necesidad de estar juntos, si no por el gran sentimiento de que lo nuestro estaba acabando justo en ese instante. Me rodeó la cintura con sus brazos para apretarme contra él con fuerza y yo enredé mis dedos en su cabello. Sin poder evitarlo, me dolía… porque sabía perfectamente que si nos hubiéramos podido amar podríamos haber sido los más felices. Sufríamos lo mismo, coincidíamos en mucho, nos entendíamos, pero faltaba algo, algo que lo hacía imposible. Cuando no pudimos contener más el aliento nos separamos dejando descansar nuestras frentes juntas. Cuando abrí los ojos me encontré con su mirada intensa.

-Adiós- susurró.

-Adiós.

Nos separamos lentamente, luego se paró, también me puse de pie. Él dio media vuelta y me dejó en medio de la sala… sintiéndome suspendida en la nada, pero con la certeza de que había hecho lo correcto.  

 

*************

 

Aaaaawwwwwwwww!!!

sniiifff!! sniiifff!!!!

Qué capi tan máaaaaaas tristeeee !!! D':

 

Quise adelantarles el sábado!! para que la espera no sea tan larga. Muchas gracias por leerme!!

Mis mejores deseos y muchos besos de bombón especialmente para mis preciosas comentaristas, Martha, mil gragias!! mi linda nina.Mou!!!! te aaammmmmmmmmmmooooooooooooooooo!!! Mami hermosa!!! tqMMMMMMMMMMMMMM!!! MMM!!!MMMM!!!!!!! Primoooooorrr!!! te adoroooooo!!!!!!!

Saludos!! Besos de bombón.

Nos leemos el sábado

;D


Capítulo 4: AMOR VERDADERO Capítulo 6: EL MISTERIOSO HOMBRE CONOCIDO

 
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