Cautiva del griego

Autor: EllaLovesVampis
Género: + 18
Fecha Creación: 30/06/2013
Fecha Actualización: 30/06/2013
Finalizado: SI
Votos: 8
Comentarios: 6
Visitas: 43877
Capítulos: 11

Bella siempre había intentado no pensar en la noche de pasión que había pasado con Edward Cullen.Entonces, ella no era más que una muchacha tímida y rellenita y él un magnate griego, para el que ella sólo había sido una más.Lo que no sabía era que Bella se había quedado seaba lo que era suyo: su pequeño y a Bella y el único modo de conseguirlo era casándose.

AVISO:Adaptación de la novela con el mismo nombre de la autora Lynne Graham.(publicada también en FF.net por mi)

 

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Capítulo 4: Capítulo 4

Bella no logró dormir aquella noche, ni tampoco la noche siguiente. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se enamoró de Edward Cullen? Casi siete años. Sonaba como una condena, y a veces lo parecía, sobre todo cuando luchaba por sentir algo, cualquier cosa, por alguien más apropiado. Tal vez su corazón estuviese también encerrado en una celda, ya que ni la inteligencia ni el sentido práctico habían ejercido influencia alguna sobre sus sentimientos. Había hecho lo imposible por superarlo. Conocía todos los defectos de Edward y no lo respetaba como persona. Pero una compasión mal entendida por un hombre frío e incapaz de reconocer el sufrimiento la había llevado a bajar la guardia tras el funeral de su prima y concebir un hijo al que adoraba.

«¿Quién te crees para juzgarme así?». Todavía sopesaba esa pregunta al amanecer del segundo día después de su última visita. Ahora que él se había enterado de la existencia de Anthony, todo había cambiado y ella había tardado mucho en reconocerlo. De pronto se veía obligada a justificar las decisiones que había tomado y ya no estaba segura de si tenía derecho a negar a Anthony todo contacto con su padre. Estaba acostumbrada a tomar decisiones por sí misma, pero en este caso se sentía tan implicada emocionalmente que decidió que lo más sensato sería pedir una segunda opinión a alguien en cuya discreción pudiese confiar.

Aquella mañana, fue a ver a su amiga Victoria y le contó quién era el padre de su hijo.

Durante el transcurso de un minuto, aquella mujer se limitó a mirarla atónita e incrédula.

—¿Edward Cullen? ¿El millonario griego que aparece en las revistas de famosos? ¿El que fue novio de Jessica?

Roja como un tomate, Bella asintió con la cabeza.

—Santo Dios. ¡Qué callado te lo tenías! —exclamó Victoria—. ¿De verdad es Edward Cullen el padre de Anthony?

—Sí.

—Nunca quise preguntarte quién era porque no parecías querer hablar del tema —Victoria sacudió la cabeza asombrada por lo que acababa de oír—. Debo ser franca contigo. Me he quedado pasmada. ¿Qué es lo que ha hecho que de repente te decidas a contármelo todo?

—Edward acaba de descubrir la existencia de Anthony y quiere verlo —Bella apretó los labios—. Le he dicho que no.

Victoria hizo una mueca.

—Pues no me parece buena idea, Bella. ¿Te parece sensato enojar a un hombre tan poderoso como él?

—Está muy molesto con mi actitud —admitió Bella con tristeza.

—Si alguien te negara el acceso a tu hijo, ¿no te enfadarías? —inquirió la mujer irónicamente—. Intenta ponerte en su lugar y sé justa.

—No es tan fácil —le confió Bella, agobiada.

—¿Pero por qué correr el riesgo de convertir a Edward en tu enemigo? ¿No sería eso aún más peligroso? He oído historias desgarradoras sobre niños secuestrados por padres extranjeros.

Victoria no podía haber dicho nada que alarmase más a Bella.

—No me asustes, Victoria.

—Estás jugando con sentimientos muy fuertes. Y yo, en tu lugar, intentaría ser razonable.

—Creo que lo que ocurre es que Edward siente curiosidad. No me lo imagino implicado en la vida de Anthony —dijo Bella, tensa—. A Edward no le gustan los niños.

La mujer la sometió a una inteligente apreciación:

—Conoces muy bien a Edward, ¿verdad?

Bella bajo la vista defendiéndose:

—Lo suficiente.

—Pues aférrate a ese vínculo, no vayas a perderlo para siempre —le advirtió Victoria compungida—. Por el bien de tu hijo. Algún día, Anthony deseará conocer a su padre. Tomar decisiones por el bien de Anthony es una gran responsabilidad.

Avergonzada al reconsiderar su posición, pero no sin cierto recelo, Bella volvió directamente a casa y marcó el número privado de Edward.

Éste contestó al teléfono, y en cuanto escuchó su voz, hizo una señal a su asistente personal para indicarle que sus abogados debían esperar a que acabase la conversación.

—Bella… —murmuró suavemente.

—De acuerdo, puedes ver a Anthony. No he sido razonable contigo, así que dime cuándo quieres verlo.

Edward se sintió inmerso en una oleada de satisfacción y una extraña sonrisa desterró la frialdad de su rostro.

—Enviaré un coche para que te recoja en una hora, ¿te parece?

Bella tragó saliva. La inmediatez de aquella petición la desconcertó, porque habría preferido organizar el encuentro en un terreno más familiar. Además, las advertencias de Victoria la habían puesto nerviosa y no quería cometer una torpeza.

—Es algo precipitado, pero no trabajo los jueves, así que perfecto.

—Me has alegrado el día, glikia mou —anunció Edward mostrando su aprobación—. Hasta luego.

Bella colgó el teléfono con los dientes apretados. Sospechaba que, de haber tenido cuatro patas como Jacob, Edward le habría dado una palmadita en la cabeza y un trozo de chocolate por mostrarse tan obediente. ¿Seguro que aquello era mejor que estar en malos términos con él? Salió disparada escaleras arriba con Anthony para cambiarse.

Una enorme limusina llena de lo que parecían ser guardias de seguridad vino a recogerla, llenándola de consternación. ¡Menuda discreción! Atado a su asiento en la inmensa zona de pasajeros, Anthony se quedó dormidito. Bella, con una falda turquesa y un top, se sentó con un espejo y se puso a maquillarse intentando no parecer impresionada por aquella tapicería de piel crema y aquel despliegue de dispositivos. Eso fue un rato antes de darse cuenta de que debía haberle preguntado a Edward dónde sería el encuentro, porque la limusina no se dirigía hacia Londres, tal y como ella esperaba. Al ver que el coche descendía por una carretera hacia una enorme mansión georgiana su nerviosismo fue en aumento. Rodeada de jardines llenos de árboles majestuosos, resultaba una postal tan perfecta que hubiera podido servir como decorado para una película de época.

Bella decidió que nada la intimidaría, y colocándose a Anthony sobre la cadera, se dirigió a una entrada que tenía las dimensiones de un pequeño campo de fútbol. Un criado abrió de par en par la puerta para facilitarle la entrada a un recibidor exquisitamente amueblado. Se detuvo a dejar a Anthony en el suelo porque se retorcía impaciente después de tanto tiempo encerrado en el coche.

Edward vio primero a Bella, e inmediatamente le distrajo el hecho de que, al inclinarse, el escote abierto de su top descubría la cremosa suavidad de sus pechos redondos y generosos. Enseguida se apoderó de él el deseo, y aquello le enfureció. Se preguntó, y no era la primera vez, por qué aquella leve visión de las curvas de Bella tenían sobre él mayor efecto que un striptease integral. Al enderezarse, su pelo brillante y castaño se retiró para mostrar sus ojos vivos y su boca respingona pintada de color frambuesa, y él supo que volvería a acostarse con ella. Pero entonces apareció el niño, que se había quedado deambulando oculto por ella, y su visión le asaltó de tal manera que olvidó completamente aquello en lo que había estado pensando.

—Es muy pequeño —dijo con brusquedad.

A Bella se le secó la boca al ver a Edward. Estaba a punto de decirle que Anthony era de hecho muy alto para su edad, pero olvidó lo que estaba pensando. Edward, con unos vaqueros y una camiseta color café a juego con una chaqueta de lino, distrajo por completo su atención. Con el pelo cobrizo hacia atrás, y los ojos claros y profundos clavados en Anthony, Edward resultaba increíblemente espectacular. Dolorosamente guapo, moderno y elegante. Ella se sintió de pronto acalorada, mal vestida… y terriblemente fea.

—¡Anthony! —Bella llamó al pequeño, que intentaba trepar por el gran cuadrado que formaba la mesa de café. Estaba en edad de escalar cualquier obstáculo que encontrase en su camino.

—Deja que se divierta —le dijo Edward con impaciencia.

«La forma de entender la paternidad de los Cullen», pensó Bella, y luego se regañó a sí misma por sus prejuicios. Edward se agachó al otro lado de la mesa. Anthony le dedicó una enorme sonrisa y cayó a medio camino del arreglo floral que había captado su atención. A cierta distancia, Bella observó cómo se miraban. Anthony no tenía miedo a nada y estaba lleno de vida. Edward sólo tuvo que abrir los brazos para que Anthony se riese y corriera hacia él, notando que se le ofrecía alguna diversión.

—Hombre —pronunció Anthony con aprobación, ya que en su mundo no había ninguno.

—Papá —le contradijo Edward sin dudarlo, apoyando los hombros en el sofá que tenía detrás para que Anthony pudiese trepar libremente sobre él.

Bella abrió la boca para objetar algo y luego volvió a cerrarla. Edward levantó a Anthony y lo sostuvo bocabajo por encima de él, y a Anthony le encantó aquella maniobra. Bella contempló realmente fascinada cómo Edward, al que jamás había visto hacer un movimiento poco elegante, jugueteaba sobre la alfombra con Anthony. Se tendieron una emboscada el uno al otro en el sofá. Anthony rodaba y se veía lanzado, encantado de las manos robustas que le manejaban. Sintiéndose de más, Bella se sentó en el brazo de un sillón. Pensó que sería el punto de conexión entre ambos, pero ni su hijo ni el padre de éste necesitaban que los animaran a conocerse el uno al otro y le asombró descubrir a Edward relajado con el niño.

—Es increíble —dijo Edward finalmente—. ¿Qué hago ahora con él?

Cansado de tanta excitación, Anthony se había acomodado sobre Edward.

—Está listo para irse a la cama.

—No hay problema —Edward se levantó de un salto—, le he preparado una cuna arriba.

—¿Quieres que lo lleve yo?

—No, tengo que aprender a manejarme con él.

—Pues para ser alguien que no está acostumbrado al trato con los niños, lo haces muy bien —Bella lo acompañó por una larga y elegante escalera.

—Anthony es distinto. Es mío.

En el dormitorio en que estaba la cuna había también una niñera de uniforme que fácilmente podría aspirar a presentarse a un concurso internacional de belleza. Se trataba de una rubia nórdica de uno ochenta de alto con una sonrisa perlada, que tomó a Anthony en sus brazos y lo arrulló mientras lo atendía con una eficiencia impresionante. Aun así, a Bella le consternó la velocidad con que Edward había contratado a alguien para que cuidase de Anthony, y se lo dijo.

Edward se encogió de hombros.

—Tenemos que hablar. Anthony tiene que dormir y necesita que alguien lo vigile. Bree tiene unas referencias estupendas. Despégatelo de las faldas, glikia mou.

Bella se sentía avergonzada:

—¿De veras es eso lo que piensas?

—Quiero compartir contigo la responsabilidad de criar a Anthony. Deja de preocuparte. Ya no estás sola.

—Pero sola me las he apañado muy bien.

Ignorando aquella réplica defensiva, Edward dejó descansar la mano delgada sobre su espalda y la condujo al final del rellano, donde un enorme ventanal ofrecía una impresionante vista de los jardines. Él sabía con exactitud lo que estaba haciendo y estaba decidido a obtener su consentimiento. Si todo iba según sus planes, Anthony volaría con él a Grecia al día siguiente y presentaría a su hijo a la familia.

—¿Qué te parece Heyward Park?

—¿Este sitio? —frunció el ceño atribulada—. Es… es magnífico.

Edward la giró hacia él. La súbita intimidad que flotaba en el aire la pilló por sorpresa y se ruborizó, consciente de su proximidad. El brillo dorado de sus increíbles ojos negros resplandeció sobre su rostro.

—Me gustaría que Anthony y tú os vinieseis a vivir aquí.

Desconcertada por aquella repentina proposición, Bella se quedó inmóvil mientras sus pensamientos se agolpaban en su cabeza intentado adivinar qué querían decir exactamente aquellas palabras. Pero sólo había una interpretación posible: ¡Le estaba proponiendo que se fuera a vivir con él! ¿Qué podía ser si no? Edward solía comportarse como si los asuntos de mayor importancia fuesen meras banalidades. Tendía a minimizarlos con una frialdad que pocos lograrían igualar.

—Edward… —intentó decir, pero le falló la voz, que se desvaneció en el silencio.

—¿Por qué no? —murmuró Edward suavemente, con los ojos puestos en ella mientras le peinaba hacia atrás el pelo con dedos suaves.

Su respiración agitada comenzó a resonar en su garganta. Él jamás había convivido con una mujer y ella era muy consciente de ese hecho, tanto como los periódicos y revistas que publicaban sin cesar historias sobre la frialdad con que ponía fin a sus relaciones y mantenía su vida de soltero. Pero nadie había tenido en cuenta en qué medida la llegada de un niño podía afectar a la actitud mental de un Cullen.

—Me has pillado por sorpresa.

—No discutiremos más —su boca se curvó en una amplia sonrisa al ver que ella levantaba la vista para mirarlo con ojos ansiosos—. Aprecio tu generosidad.

El corazón le latía tan deprisa que parecía querer salírsele por la boca. Le había pedido que se mudase allí únicamente por Anthony. En esos términos, no podía aceptar, no podía. ¿Es que no tenía orgullo?

—Y también te aprecio mucho a ti, glikia mou —indicó Edward, como si pudiese leer sus pensamientos. Inclinó la cabeza y ella sintió su respiración rozándole la mejilla—. Se thelo… Te deseo.

Conmovida por aquella segunda afirmación, Bella parpadeó confundida. Todo era demasiado precipitado, pero Edward era una persona muy decidida y actuaba deprisa. Se dijo a sí misma que sería estúpido esperar que un hombre tan poderoso como él se comportase como los demás. El leve aroma familiar de su colonia despertó en ella una oleada de recuerdos íntimos. Se sentía débil, traviesa. Una vocecilla interior le advertía que debía apartarse de él, pero ella la ignoró, seducida por la intuición de lo que vendría después. Él la hacía sentirse bien, sentirse atractiva. Con él, dejaba de ser la Bella formal y juiciosa, y no estaba dispuesta a cambiar aquella sensación ni por todo el oro del mundo. Era una locura. No la había visto en dos años y ya la estaba invitando a irse a vivir con él.

—¿Estás pensando en abofetearme? —dijo Edward. Presionó con boca experta el pulso que latía en su cuello y a ella casi le fallaron las rodillas.

Curvó los dedos alrededor de sus solapas para ayudarse a mantener el equilibrio e inclinarlo hacia ella. Él dejó escapar una risilla seductora y empezó a jugar con su boca. No podía respirar de la excitación, no podía pensar. El tiempo quedó detenido mientras su corazón latía con fuerza. Él deslizó la lengua entre sus labios en una zambullida sensual que le hizo sentir una punzada entre los muslos. La vocecilla que tenía en su cabeza empezó a dar saltos y a gritarle que se detuviese, que no fuese estúpida, que acabaría sufriendo otra vez. Pero no pudo resistir la tentación. Sus dedos desobedientes se introdujeron en su pelo y lo mantuvo pegado a ella mientras lo besaba apasionadamente.

Edward la tomó en brazos con más prisa que ceremonia, dispuesto a aprovechar el momento. A ella se le cayó un zapato y se echó a reír. Era toda pasión y alegría, y a él le encantaba verla en ese estado. Le había sabido a poco la noche que pasó con ella, porque había puesto una almohada en el centro de la cama y le había amenazado con chillar si intentaba volver a traspasarla. Mientras la llevaba a la cama, se sintió satisfecho al ver que había ganado aquella mano, ya que no creía del todo que ella accediese a sus planes. El noventa y nueve por ciento de las mujeres le hubiese arrancado el brazo en sus ansias por darle un sí, pero Bella abordaba las cosas portando un listado de requerimientos. Y además estaba su veta de mujer chapada a la antigua, y cuando se cerraba en banda, no había forma de hacerle cambiar de idea.

En algún sitio se oyó cómo se cerraba una puerta y Bella tuvo que volver a abrir los ojos. Él la dejó sobre una alfombra suave y sedosa. Arrojó lejos el otro zapato y respiró agitada cuando él dejó de devorar su boca, ahora enrojecida. Él se puso a desabrocharle la chaqueta de algodón. Sumergió los dedos en su pelo y le echó hacia atrás la cabeza.

—Mírame —le instó—. He esperado mucho tiempo para volver a tenerte en mi cama.

Alzó las pestañas, mostrando sus ojos aturdidos. Igual que en aquella ocasión, hacía más de dos años, en que arrojó sus principios a la basura, todo estaba ocurriendo demasiado deprisa para ella y sus dudas se apilaban casi a la misma velocidad. Él mordisqueó su labio inferior, lo que le provocó una tensión deliciosa. Pero aquel diminuto y placentero dolor la devolvió al mundo real y murmuró febrilmente:

—¿No deberíamos estar hablando de lo que has sugerido?

—Luego…

—Pero… ¿no sería un paso demasiado grande para ti? —preguntó Bella, preocupada.

Ne… sí —confirmó Edward farfullando en griego, incómodo con el tema y decidido a no entrar en él a menos que le obligasen. Había planeado conseguir su aceptación poniendo en juego toda su astucia y disimulando cualquier obstáculo.

—¿Estás seguro de esto? —susurró Bella sin despegar los ojos grandes y ansiosos de su bello rostro.

—Totalmente.

—Pero yo soy tan mediocre… —dijo Bella en voz baja, incapaz todavía de creer que él estuviera dispuesto a ofrecerle más de lo que nunca hubiera soñado.

Filise me… Bésame —pidió Edward, logrando con paciencia que ella separase los labios para que su lengua se introdujese sinuosamente en el sensible interior de su boca, haciéndole perder el control. Una irresistible sensación hizo que Bella se estremeciese y dejase escapar un leve gemido.

Cuando Edward la soltó, ella temblaba. Sin saber qué hacer, dudó mientras le desabrochaba el sujetador. La última vez llevaba encima dos copas de vino, un montón de sentimientos turbulentos y una sensación de temeridad que lograron llevarla al punto de tener una relación íntima con él. Pero la culpa y el embarazo no deseado le habían granjeado un miedo instintivo a la desvergonzada que llevaba dentro y, cuando sus pechos cayeron liberados de las copas de encaje, un gruñido de aprobación masculina tiñó de rojo sus mejillas.

—Eres muy hermosa, mali mou.

Bella se sentía aún terriblemente insegura de sí misma. Pero cuando él la acarició con sus fuertes manos, una inevitable reacción física la envolvió, haciendo que sus pensamientos se parasen en seco. Él moldeó la firmeza cremosa de sus pechos y rozó los sonrosados pezones que los coronaban. Cada caricia le provocaba pequeños estremecimientos y un nudo aterciopelado de calor y expectación se desató en su vientre. Cuando jugó con sus tiernos pezones, introduciéndoselos en la boca para incitar su exuberancia y dureza, una tensión deliciosa se apoderó de ella hasta hacerla jadear, desarmando su cuerpo y provocándole hormigueos de placer.

—No imaginaba que este día acabaría siendo así —confesó vacilante, y finalmente una especie de asombro floreció en su interior y se transformó en alegría.

Al ver sus preciosos ojos brillar como el fuego, Edward la echó lentamente sobre la cama.

—Deja volar tu imaginación. Este día y todos los demás pueden ser lo que quieras que sean en este momento, mali mou.

—Que se cumplan los deseos —susurró Bella, acariciando con la mano su muslo grande y fuerte.

—En este momento, mi deseo es ser muy dominante y que te tumbes ahí y me dejes complacerte —dijo Edward en voz baja y áspera.

Él le levantó la falda en una maniobra lenta, erótica, y le separó suavemente las piernas. Ella sintió que se derretía como la mantequilla frente a una antorcha. Mucho antes de que él pudiese alcanzar la calidez dulce y húmeda que había entre sus piernas, su excitación había llegado a su punto máximo. Clavó sus ojos lánguidos en aquellas facciones oscuras y marcadas y alcanzó a decirle:

—Esta vez, me limitaré a tumbarme aquí y me pensaré lo de vivir contigo.

Edward percibió el desastre que se avecinaba y casi juró en voz alta hirviendo de frustración. Una cosa era evitar los detalles, pero no le era posible mentir. Rodó hacia un lado y la inmovilizó bajo su muslo.

—No viviremos juntos —murmuró—. Vivirás aquí con Anthony y yo me quedaré aquí cuando venga a visitaros.

—¿Visitarnos? —Bella sintió que se quedaba helada para protegerse de la inmensa oleada de dolor que amenazaba con hacerle perder la calma. Su sentido del rechazo estaba agudizado, pero no se parecía en nada a la humillación a la que se veía sometida. Era como si la abofeteasen con su propia estupidez, porque él no deseaba en absoluto vivir con ella, simplemente pretendía alojar al niño en una residencia de lujo en la que poder visitarlo a conveniencia y disfrutar de vez en cuando del sexo con la madre de su hijo. No le estaba ofreciendo de ningún modo algún tipo de compromiso con respecto a un futuro compartido. Cerrando los ojos con fuerza, intentó liberarse de él.

—No… no, ¡no volverás a huir de mí! —bramó Edward, agarrándole las manos y sujetándolas sobre su cabeza con una de las suyas para evitar que se moviese—. Cálmate.

—Estoy tranquila —dijo Bella.

—Lamento haber provocado que me malinterpretaras.

—Suéltame —dijo entre dientes.

—Podría pasar algunos fines de semana contigo. Incluso podríamos pasar juntos unas vacaciones de vez en cuando, —dijo Edward, sujetando con su peso aquel cuerpo que luchaba por liberarse—. Estaría muy bien. Sería un arreglo muy práctico.

«Práctico». Aquella palabra descorazonadora agotó la última gota de la esperanza que ella pudiese albergar.

—Si no dejas que me levante, gritaré.

Edward hubiese preferido un grito a la frialdad de su rostro y lo inexpresivo de su voz. Se apartó de ella con mucho esfuerzo.

Cubriéndose el pecho con el brazo y bajando la vista para ocultar unas lágrimas que le quemaban como el ácido bajo los párpados, dejó la cama, recogió su ropa y se dirigió al baño.

—Te agradecería que me esperases abajo.

Theos mou… ¿por qué estás siendo tan poco razonable? —preguntó Edward, saltando enérgicamente de la cama—. ¡Cualquiera diría que te he insultado!

Y entonces Bella estuvo a punto de perder los nervios. De haber tenido algo a mano, lo habría agarrado y se lo habría arrojado con intención de alcanzarle. Por suerte, allí no había nada, así que cerró la puerta tras ella y se quedó inmóvil y con la vista perdida. ¿Cuándo aprendería a mantener las distancias? Sólo una idiota habría creído que Edward Cullen le estaba ofreciendo una relación seria. Los ojos le escocían, y reprimió las lágrimas con todas sus fuerzas. Había estado a punto de acostarse de nuevo con él. «Concéntrate en lo positivo», se dijo, «no en tus errores». No podía permitirse dejar fluir sus emociones. Tenía que volver a enfrentarse con él: aún tenían que resolver cómo dos personas tan distintas, una de ellas un millonario dominante, egoísta y malcriado, podrían criar juntos a un niño.

Edward se giró en el momento en que Bella entró en el salón, pero antes de que pudiese decir nada, ella le dijo:

—Concentrémonos en Anthony.

Theos mou, Bella…

—Es el único asunto que tenemos que tratar. Deberíamos evitar temas más personales.

Edward le dedicó una respuesta fulminante:

—Anthony no es ningún asunto.

—Anthony es la única razón por la que sigo en esta casa hablando contigo —confesó Bella entrecortadamente.

—Muy bien —apretó la mandíbula—. Quiero una prueba de ADN, y no porque dude de que Anthony sea hijo mío, sino porque no quiero que nadie ponga en duda que es un Cullen.

—De acuerdo —concedió Bella.

—También me gustaría que me permitieses cambiar su certificado de nacimiento para que lleve mi nombre.

—Si lo consideras necesario… —aunque Bella se sentía destrozada por lo que había pasado entre ambos, hizo lo imposible por ocultarlo. Pero comportarse con normalidad era todo un desafío, ya que sólo mirarle a la cara le hacía daño—. ¿Algo más?

—Mañana tengo una boda familiar en Atenas —le informó Edward—. Me gustaría que Anthony y tú fueseis mis invitados. Había pensado presentárselo a los míos.

Bella se puso tensa, defendiéndose de la forma que había intentado evitar:

—No podemos ir. Entre otras cosas, porque trabajo mañana.

—Entonces me llevaré a Anthony y a la niñera —negoció Edward sin dudar. Y ella se dio cuenta, no pudo evitarlo, de lo rápidamente que prescindía de ella como acompañante.

—Es demasiado pequeño para separarse de mí y no estoy dispuesta a dejar que lo saques del país si no es conmigo. Lo siento, pero así son las cosas por el momento —le dijo Bella, entrelazando las manos al ver la tensión de sus facciones—. Intentaré ser razonable con otras cosas, pero te pediría que te lo pensaras dos veces antes de decirle a la gente que tienes un hijo.

—¿También tienes problemas con eso? —contestó Edward, haciendo palpable su enfado.

—Preferiría que lo mantuvieras en secreto el máximo tiempo posible, porque llamaría la atención de la prensa y de la opinión pública y eso dificultaría muchísimo mi vida con Anthony.

—Por eso precisamente te sugerí que vinieses a vivir aquí, porque tu seguridad quedaría salvaguardada.

—No necesitaremos seguridad alguna si mantienes en secreto tu relación con Anthony. Te agradecería mucho que permitieses que mi vida siguiese siendo como siempre ha…

—Eso ya no es posible.

—No estás siendo justo conmigo —protestó ella.

—Hace menos de media hora, y por la oferta adecuada, estabas dispuesta a renunciar a la intimidad de tu vida, tu trabajo y tu hijo —le recordó Edward con énfasis burlón.

Bella palideció ante la crueldad de aquella afirmación. El malentendido la había hecho sentirse muy avergonzada, y el coraje era lo único que le permitía mantenerse en pie.

—¡Tonta de mí… —susurró con desdén—… por creer, aunque fuese durante cinco minutos, que te comprometerías de ese modo con Anthony o conmigo! Ni siquiera reconoces que estoy intentado ser generosa…

—¿Generosa? —Edward levantó las manos para mostrar su enérgico desacuerdo—. ¿Cuándo pones pegas a que me lo lleve a Grecia? ¿Eso es ser generosa?

—¡Tienes suerte de que siga aquí después de la sórdida proposición que me has hecho!

—No era sórdida. Por supuesto, preferiría que mi hijo viviese de una forma más ajustada a su posición social. Quiero cuidar de los dos.

—No, no es así. Quieres poder jugar a ser padre cuando gustes a costa de mi libertad, y, sí, claro, tener sexo de vez en cuando. ¿Para mantenerme contenta acaso? ¿O para evitar que siguiese mirando a mi alrededor el tiempo suficiente como para encontrarle a Anthony otro padre? —preguntó asqueada—. ¿Era una estrategia o sólo pretendías acostarte conmigo? ¿Ibas a acostarte conmigo porque podías hacerlo?

Aquellas ofensas sobre padres adoptivos y seducciones hicieron que una furia ciega se apoderase de él.

—Te he ofrecido más de lo que jamás ofrecí a ninguna mujer —pronunció Edward con desdén, indignado ante aquella ofensiva.

—Pero no un tipo de promesa que pudiese coartar tu libertad. Y sin eso, se convierte en una oferta podrida, asquerosa. Anthony necesita afecto y responsabilidad. Lo siento, pero eso no se puede sustituir con métodos fáciles ni arreglos rápidos. ¿Crees realmente que una relación esporádica con la madre de tu hijo le iba a proporcionar un hogar estable y feliz? No duraría ni cinco minutos, y al terminarse, Anthony sufriría mucho. No puedes comprar tu acceso a él a través de mí.

El desagrado endureció las bronceadas facciones del magnate griego. Sus ojos claros y profundos parecían un mar salvaje.

—Te pedí que no convirtieses esto en una batalla, porque cueste lo que cueste la ganaré.

Como no había dejado espacio para la duda, Bella recibió aquella afirmación como un cubo de hielo deslizándose por su espalda hasta asentarse en su estómago, provocándole náuseas. El miedo a perder a su hijo se apoderó de ella, y con él llegó una furia ciega al ver que se atrevía a asustarla de aquel modo.

—¿Y te preguntas por qué ni siquiera me planteo la posibilidad de permitir que te lleves a Anthony a Grecia? ¡Olvídate de la prueba de ADN y de cualquier cambio en su certificado de nacimiento! —le dijo con vehemencia—. Acabas de garantizar que obstruiré cualquier derecho que pretendas ejercer sobre Anthony.

Edward montó en cólera. Caminó hacia ella. El frío de su mirada era una temible señal de advertencia.

—No permitiré que me mantengas apartado de mi hijo. Es una locura que te enfrentes a mí de esta manera. Esperaba mucho más de ti.

Obstinada ante su intimidación, Bella se mantuvo firme, y lo miró con furia.

—Tengo que admitir que estoy recibiendo más o menos lo que esperaba de ti. No has cambiado nada.

—Pero aún me deseas, glikia mou —contestó Edward suavemente—. Tendría que haberme dado cuenta de que tu docilidad sexual vale mucho más. ¿Hasta dónde llega tu ambición?

Aquella insolencia en estado puro hizo que sus manos empezaran a hormiguear con incipiente violencia.

—¿Qué quieres decir?

—¿Por qué no pones tus cartas sobre la mesa? ¿Esperabas que te pidiese que te casaras conmigo?

Una crispada risa de disconformidad brotó de la garganta de Bella.

—¡No! No vivo en las nubes. Pero debo confesar que un anillo de bodas me convencería de que puedo confiarte a mi hijo.

Edward le lanzó una terrible mirada de desdén.

—Y eso es un hecho, no una sugerencia —le dijo Bella nerviosa—. En este momento soy muy consciente de que podrías utilizar tus influencias y tu dinero para presionarme, pero no me dejaré intimidar. Dejaré que veas a Anthony, pero eso es todo. No confío en ti, así que no te daré la oportunidad de apartarlo de mí. ¡No le quitaré los ojos de encima ni cinco minutos cuando tus empleados o tú estéis cerca!

Aquellas promesas enardecieron a Edward. Era un adulto responsable y Anthony era su hijo. La actitud de ella le indignó.

Alguien llamó a la puerta, interrumpiendo la conversación. Era Bree, la niñera, con Anthony. Soñoliento y quejoso después de despertarse en una habitación extraña, el niño extendió los brazos hacia su madre.

—Jacob… Jacob —refunfuñó lloroso, buscando la seguridad de su mascota.

—Después verás a Jacob —lo tranquilizó Bella, acogiéndolo en sus brazos.

—¿Es un juguete? —preguntó Edward.

—El perro.

—Deberías haberlo traído.

Bella no dijo nada, pero estuvo a punto de exhalar un suspiro. Edward era un Cullen y desde que nació lo habían acostumbrado a que sus deseos se cumpliesen de inmediato. La gente se desvivía por agradarle y satisfacerle. No era así como ella deseaba que creciese Anthony.

—Le enseñaré las cuadras —dijo Edward con frialdad—. Disfrutará viendo los caballos.

Bella negó con la cabeza mirando hacia otro lado.

—Quiero irme a las seis. El trayecto es largo.

Anthony se retorció hasta que ella lo dejó sobre la alfombra. Salió disparado hacia Edward y le tendió los brazos para que lo levantase. Una vez en sus brazos, rió encantado. Y aunque Bella sabía que era absurdo, se sintió rechazada y dolida.

Capítulo 3: Capítulo 3 Capítulo 5: Capítulo 5

 


 


 
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