Rosalie se había dormido al borde de la cama, los ojos fijos en el lugar del piso en que había caído lord Vulturi. Royce se había ocupado de retirar personalmente el cadáver, y después la había dejado sola, no sin antes advertirle varias veces que no permitiese que nadie entrara en la habitación.
Ella habría deseado excluir también a Royce. Si hubiese tenido un arma, incluso podía haber tratado de liquidarlo en aquel momento, antes de que él la obligase a ejecutar actos más indignos. Pero no tenía ningún arma. Y tampoco podía huir sin poner en peligro la vida de su madre. Ni siquiera podía decir qué era peor, si casarse y acostarse con Aro, o lo que Royce planeaba ahora para ella. No, ¿acaso podía haber algo peor para una joven de sólo dieciocho años que acostarse con un anciano lascivo?
No podía sentir la más mínima compasión por su muerte, aunque tal vez cabía considerar que ella era en parte responsable. Era probable que él hubiese asesinado a buen número de mujeres inocentes que habían tenido la desgracia de ser sus esposas, sencillamente porque se había cansado de ellas o necesitaba una nueva dote con la cual llenar sus cofres. Rosalie sabía que había muchos hombres sin escrúpulos que hacían precisamente eso, y sin el más mínimo sentimiento de culpa.
Por otra parte, sabía también que había hombres distintos, decentes, como su padre. No todo el universo había caído en la iniquidad; sólo una pequeña parte del mismo, durante el reinado de la anarquía.
Aun estaba oscuro y reinaba el silencio en el castillo cuando Royce volvió para despertarla. Rosalie no podía imaginar qué era, aunque el agotamiento de su cuerpo y su mente le decian que no había dormido mucho. Pero las primeras palabras de él la despertaron por completo.
-Todo está preparado para ti. Mis hombres tuvieron suerte en la búsqueda. El color de los cabellos y los ojos era lo que más me preocupaba; tenían que ser exactamente iguales a los de tu esposo; eso es lo que primero llama la atención en un niño y se podría decir que hay algunos rasgos semejantes Pues bien, hemos hallado lo que buscábamos.
Rosalie sintió que el rostro se le enrojecía y después se le enfriaba. El temor determinó que los músculos del estómago se le endurecieran casi hasta provocarle calambres. Royce lo había logrado. Había encontrado un hombre que se acostaría con ella, exactamente como habría hecho su esposo si ella no quedaba embarazada con rapidez suficiente. Aro y Royce eran dos individuos de la misma calaña, incluso en el modo de pensar. No le habría extrañado que hubiesen pensado en el mismo hombre, aquel John a quien su esposo habría utilizado. Dios todopoderoso, ¿cómo era posible que aquella pesadilla continuase?
-Date prisa -continuó diciendo Royce mientras la obligaba a salir del alto lecho-. Faltan muchas horas para el alba, pero necesitarás bastante tiempo con ese hombre. Conviene que se unan más de una vez para garantizar la implantación de la semilla.
-¿Por qué me lo dices? -exclamó Rosalie, tratando de desprender su brazo del apretón de Royce, mientras él la empujaba hacia la puerta abierta-. Imparte tus perversas instrucciones al podrido que encontraste. -Ya lo verás -fue todo lo que dijo él
Y en efecto, casi inmediatamente supo a qué atenerse, pues el hombre había sido colocado en el pequeño dormitorio que estaba directamente enfrente. Allí había una cama y dos altos candelabros, uno a cada lado, pero ningún otro mueble. Había sido la habitación utilizada por su esposo para celebrar sus orgías con las criadas del castillo. Incluso había cadenas fijadas a la pared, sobre la cama, disimuladas bajo el colchón; pero no las habían usado para sujetar al hombre, porque era demasiado corpulento. Royce temió que diese romper aquellas minúsculas cadenas concebidas para atar mujeres, y por lo tanto había ordenado que trajesen otras mas largas y fuertes, pasadas bajo el lecho, y que unían la muñeca con el hilo de modo que el prisionero no podía mover un miembro sin presionar sobre otro.
Todo lo que Rosalie vio fue que el hombre estaba sujeto a la cama, cubierto sólo por un ancho lienzo asegurado a la cintura. ¿Lo habían maniatado? No, vio las esposas de hierro en las muñecas a cierta altura sobre la cabeza. Y dos cadenas emergían del lienzo que le cubría el cuerpo, sobre el extremo de la cama. ¡Lo habían encadenado! ¿Era una precaución necesaria? Y estaba dormido... o desmayado.
Finalmente comprendió, pero todo lo que pudo decir fue:
-¿Por qué no le pagaste para que hiciera lo que tenía que hacer?
Royce estaba de pie al lado de Rosalie, a los pies de la cama, y continuaba apretándole el brazo.
-Si lo hubiera hecho, habría sido él quien te tomase. En cambio, decidí ofrecerte la oportunidad de dominar la situación para que no sintieras que...
Royce vaciló bastante para encontrar la palabra, y al fin Rosalie la suministró.
-¿Para evitar que me sintiera violada? El se sonrojó.
-No. Simplemente quise dejar que resolvieses el asunto a tu modo. De una manera o de otra, esta noche debías perder tu virginidad.
Rosalie comprendió que él creía que estaba haciéndole un favor. Ella no lo veía así, pues a su Juicio toda la situación era perversa. Maniatar al hombre y obligarlo a participar era todavía más perverso pero Royce veía las cosas de un solo modo, el modo que significaba ganancia y beneficio para sí mismo. Si no había un hijo que heredase la propiedad de Aro Vulturi, todo iría a parar a manos de su hermano, y ello incluía el nutrido ejército de mercenarios que Royce necesitaba desesperadamente. El hermanastro de Rosalie podía utilizar ese ejército durante las pocas semanas en que la muerte de Aro permaneciese oculta; pero unas pocas semanas no bastarían para recuperar todo lo que había perdido a manos de MacCarty.
Aquel noble belicoso merecía el infierno, porque era tan malo como Royce, o peor. De no haber sido por él, ella no hubiese tenido que pasar por todo aquello. De no haber sido por él, ella no se habría visto obligada a contraer matrimonio.
Habiendo mencionado la virginidad de Rosalie, Royce seguramente recordó que la joven en efecto no era más que una virgen.
-En fin... ¿sabes lo que tienes que hacer? Si no lo sabes buscaré a alguien que te ayude. Lo haría yo mismo, pero me parece que no podría soportar que...
Ella lo miró asombrada cuando comprendió que Royce había dejado inconclusa la frase.
-¿Eso te parece desagradable y sin embargo me obligas a hacerlo?
-Es necesario -replicó, con los labios apretados-. No hay otro modo de adueñarse de Kirkburough.
El ver que la situación le desagradaba tanto avivó un poco la esperanza de Rosalie.
-Mentirás acerca de la muerte del anciano -le recordó-. También podrías mentir acerca del hijo, por lo menos el tiempo suficiente para utilizar a los soldados.
-¿Y cuando se descubra que no hay ningún hijo?
No,- respondió él- éste es un feudo rico, y la ciudad es importante. No perderé todo eso a causa de tus remilgos. Rosalie, harás lo que te ordeno. He puesto cerca de tu habitación a este hombre de modo que nadie te vea venir todas las noches. Durante el día puedes dormir. Yo diré que Aro está enfermo y que tú lo atiendes, lo cual es perfectamente apropiado. Los criados se mantendrán lejos, excepto tu propia doncella, y confío en que hará lo que le mandes... si deseas conservarla.
¿Más amenazas? ¿También era capaz de matar a Esme? ¡Dios, cómo lo odiaba! -¿Cuánto tiempo durará esto, Roye? El sabía exactamente a qué aludía la pregunta. -Hasta que te quedes embarazada. Si te parece tan desagradable te sugiero que uses el cuerpo de ese hombre más de una noche. Sí, dos o tres veces cada noche; no será muy difícil para este patán forzudo, y de ese modo llegaremos más rápidamente a la meta.
De modo que la pesadilla no terminaba ni siquiera con lo que debía suceder aquella noche, sino que continuaría indefinidamente? Y ahora se había convertido también en la pesadilla de un tercero, aquel infeliz cuya desgracia era tener parecerse a ese viejo.
-.Piensas mantenerlo así para siempre?
-No necesitas preocuparte por él -respondió Royce con indiferencia-. No es más que un siervo, y será eliminado una vez que deje de ser útil.
-¿Un siervo? -A primera vista había advertido que el hombre era bastante corpulento, pero ahora examinó de nuevo la longitud del cuerpo, y pudo ver los pies al extremo de la cama, y la cabeza sobre el otro extremo-. Es demasiado corpulento para ser un siervo. ¿Qué hiciste, Royce? ¿Secuestraste a un campesino libre? -No, quizás es el bastardo de un señor, pero eso a lo sumo
-dijo con expresión confiada
- Si un señor hubiese llegado a Kirkburough, se habría presentado en el castillo para pasar la noche gratis, en lugar de instalarse en el pueblo. Incluso un caballero de categoría inferior, un hombre sin propiedades, habría buscado la compañía de sus iguales y habría venido aquí. Es posible que sea un hombre libre, pero de todos modos nadie que importe, quizás se trate de un peregrino.
-Pero, ¿te propones matarlo? La pregunta sorprendió a Royce, que replicó impaciente:
-No seas estúpida. No podemos dejarlo con vida y que aclame al niño una vez que nazca. Nadie lo creería, pero crearia rumores, y el hermano de Aro los aprovecharía.
De modo que incluso si hacía exactamente lo que Royce queería, tendría que morir. Aquella revelación desencadenó la cólera de Rosalie ante la injusticia de todo el asunto, la colera que su temor había tratado de reprimir hasta ese momento
-Royce, tú y tu maldita codicia... eres un canalla -diio Rosalie por lo bajo mientras se desprendía del apretón de la mano su. La expresión de sorpresa de su hermanastro como si no pudiese imaginar lo que había hecho mal, fue el colmo para ella, y su furia se descargó en un grito.
-¡Fuera! No necesito ayuda para violar a este hombre. Pero envíame a Esme; tal vez necesite su ayuda para reanimarlo. De poco nos servirá tal como está.
La cólera y la amargura la indujeron a hablar de aquel modo, pero aquellos gritos fueron los que Emmett oyó cuando recuperó el sentido. No abrió los ojos. Había sido guerrero demasiado tiempo para conceder esa ventaja. Esta vez, sin embargo, el truco de nada le sirvió, pues no se dijo una palabra más y un momento después la puerta se cerró con un fuerte golpe.
Silencio. Estuvo solo un momento, pero aquella mujer gritona pronto volvería, si sus palabras... no, no podía creer lo que acababa de escuchar. Las mujeres no violaban. ¿Cómo podrían hacerlo si carecían de los elementos necesarios? En todo caso, era imposible que se hubiese referido a él. Por lo tanto, debía llegar a la conclusión de que era la broma de una mujer muy baja. A lo sumo eso. Pero mientras estuviese solo...
Abrió los ojos para contemplar el techo. La habitación estaba bien iluminada, y Emmett alcanzaba a ver el resplandor de las velas a cada lado, sin necesidad de moverse. Volvió la cabeza para buscar la puerta, y el dolor lo paralizó. Se mantuvo inmóvil un momento, cerrando los ojos, y cobró conciencia de las cosas casi sin verlas. Yacía sobre una cama blanda. Una mordaza le apretaba los labios. Estaba igual que cuando lo habían apresado, sin sus ropas. Eso no lo alarmó. No había motivo para vestirlo cuando él mismo podía hacerlo una vez despierto. ¿La cama? Mejor que el jergón de una mazmorra.
Y entonces sintió las esposas en las muñecas. Trató de mover una; oyó la cadena que resonaba y sintió el tirón en el tobillo. ¡Dios santo, maniatado, y con cadenas, no con cuerdas!
Si lo que deseaban era un rescate, significaba que sabían quién era y que se arriesgaban a sufrir los efectos de su venganza, que siempre se descargaba prontamente. Sin embargo los ladrones y los s secuestraban a quien se les cruzaba en el camino para conseguir el pago del rescate. No importaba si capturaban a un caballero o un mercader, una dama o una pescadera, y la tortura de un tipo o de otro llegaba cuando no conseguían lo que reclamaban.
Cierta vez Emmett se había apoderado de la guarida de un barón salteador, e incluso él había sentido náuseas ante lo que descubrió en la mazmorra de aquel hombre: cuerpos que habían sido aplastados lentamente bajo pesadas piedras, cadáveres desnudos colgados por los pulgares con la piel ennegrecida por el humo, pies completamente quemados, todos muertos porque sus torturadores sencillamente los habían olvidado después de que Emmett comenzara a rodear la guarida. Y ésta no era una choza ni el suelo del bosque, ni siquiera la posada donde lo habían apresado. Las paredes de piedra eran las de una fortaleza. Por lo tanto, un pequeño señor, tan perverso como un ladrón cualquiera.
Emmett abrió de nuevo los ojos, dispuesto a ignorar el dolor en la cabeza para ver todo lo posible de su cárcel. Alzó la cabeza y la vio allí, a los pies de la cama. Llegó a la conclusión de que ya había muerto, pues aquella figura podía pertenecer sólo a uno de los ángeles de Dios, un ser perfecto en el más allá.
|