La puerta corredera de cristal se abrió como por arte de magia y un trozo de papel se deslizó reptando por el suelo. Ese trozo de papel
La nota, mi nota, esa que cinco días atrás había roto mis esperanzas de futuro. Esa nota, aparecía en mi habitación desierta de sentimientos.
Me levanté lentamente y me asomé al balcón. Nada ni nadie. Cogí la nota indecisa.
Allí estaba mi letra grabada en ese trozo de papel y tachada. Leí la carta, no por que no me acordara de lo que decía, ya que me la repetía a mi misma una y otra vez. Necesitaba hacerlo.
Se que soy cobarde y que no mereces enterarte de esto así, tal vez me arrepienta, pero, de todos modos, ya será demasiado tarde. Tu no vas a querer verme nunca mas, y yo no te culpo, solamente me culpo a mi misma por ser estúpida y egoísta, pero esta es la única manera de sobrevivir, aunque cada día me castigue por el dolor que pueda causarte.
Siento decirte que no seré nunca mas la Nessie que tu conociste, siento decirte que la chica de la que estás enamorado se va a marchar para no volver jamás.
Ella, esté donde esté, te seguirá amando, y la nueva yo también lo hará hasta sentir dolor en su fría piel, ese dolor tan merecido por hacerte sufrir.
No intentes detenerme
RE.
El papel estaba arrugado y gastado, la había leído tantas veces como yo la había recordado. Me sentía fatal. Pero se me escapaba lo mas importante ¿Cómo había llegado hasta mi habitación?. Busqué, intenté distinguir alguna figura en el bosque a través de mis ventanas, pero nada, tal vez la había traído el viento y había sido alguna macabra broma del destino.
Volví a leerla a pesar de que miles de garabatos la tachaban. Le di la vuelta al papel y ahí estaba mi respuesta. Su letra, sus palabras. No me atrevía a leerlas, quizás me decía lo que me tenía merecido.
Lei lentamente pasando el dedo sobre los surcos que había dejado el bolígrafo en el papel.
Se que no tenías opción, que era lo que desebas, lo mas justo y a la vez necesario. Era demasiado egoísta por mi parte pedirte una felicidad a mi lado de la que tarde o temprano tendrías que despedirte. Esa felicidad que soy totalmente capaz de ofrecerte, pero a la vez me recordaría día a día que algún día dejarías de ser feliz por mi culpa también.
Siento decirte que a pesar de ser consciente de eso soy demasiado egoísta y te quiero demasiado como para dejarte ir. No te vas a librar de mi tan fácilmente pequeña.
Asómate por favor.
Indecisa y algo asustada, también nerviosa, para que negarlo, salí al balcón. Esos ojos que tanto amaba no estaban. Esa tez oscura que adoraba se había perdido. En su lugar un Jacob diferente pero con la misma sonrisa me esperaba.
Sus ojos habían pasado del negro mas oscuro al rojo típico de un vampiro neófito. Su piel aceitunada había emblanquecido un poco. No demasiado. Ni de lejos era tan pálido como yo o mi familia.
En cambio su sonrisa y sus dulces labios era esos, los suyos, indiscutibles y permanentes en un cuerpo cambiante. Perfectos.
Me quedé paralizada al comprender lo que había hecho por mi. Se había convertido en un mestizo, un ser inmortal, capaz de pasar a mi lado toda la eternidad.
Mis ojos secos a causa de mi nueva naturaleza llamaron a esas lágrimas que no aparecieron. Era hermoso, él y todo lo que había decidido sacrificar con el fin de permanecer a mi lado siempre.
Me abrazó antes de que yo pudiera ordenar mis ideas i reaccionar. Estaba totalmente paralizada.
- Te amo – fue lo único que conseguí decir.
- Y yo a ti pequeña – dijo antes de que nos fundiéramos en nuestro mejor beso.
Su labios tibios, ni muy fríos ni muy calientes, acogían a mis labios de roca perfectamente. Dos seres diferentes pero unidos en un mismo sentimiento, el amor.
Los días siguientes pasaron entre sospechas e investigaciones para descubrir la nueva naturaleza y el nuevo comportamiento de Jake. Mi Jake. Ese que iba a pasar a mi lado una eternidad. Esa eternidad que llenaríamos de amor en cada momento y cada segundo, esa eternidad que él había decidido regalarme. Esa eternidad llena de felicidad para ambos.
Ese lunes por la mañana me disponía a visitar a mi amado, encerrado en su habitación escuchando, como siempre, su música. Entré y la vista de esa cama que nos había guardado tantos secretos, que era testigo de nuestros besos y de nuestro amor, me embriagaba como lo hacía siempre. La habitación era diferente. Él no estaba.
Lo busqué sin conseguir encontrarle. Me di por vencida.
Sentada en el porche de la casa la brisa acariciaba mis cabellos, sentía el frío viento acariciar mi rocosa piel. Cerré los ojos sintiendo todos y cada unos de los regalos que nos ofrecía esa naturaleza perfecta.
Cuando abrí los ojos, allí estaba él. Arrodillado ante mi, mirándome a los ojos.
- ¿Quieres casarte conmigo? – preguntó mientras me enseñaba un precioso anillo de oro blanco con una diminuta piedra azul. Sencillo pero hermoso, como nuestro amor.
Me abalancé sobre él. Quedamos los dos tumbados en la mullida hierba, abrazados mientras yo gritaba.
- Si quiero.
|