Me besó. Como no lo había hecho nunca, con ternura, pero sobretodo con amor. Ese beso deshizo todos mis planes. Tal vez me estaba equivocando.
Sus labios eran cálidos y bienvenidos en ese momento de intenso frío. Sus manos acariciaban mi cabello y las mías se perdían en su infinita e inacabable espalda.
Eran una droga para mi, sus labios y sus besos. Cada vez que los sentía los necesitaba de una manera mas obsesiva y desesperada.
A pesar de eso sabía que no podía hacerlo. Ya había decidido dejar de ser medio humana y ser un monstruo entero, de los pies a la cabeza, quería ser un vampiro.
Él tenía que saberlo, tenía que saberlo antes que nadie. No podía enterarse por nadie que no fuera yo.
Muy a mi pesar, y al suyo, deshice es beso separándome de él lentamente aun con el sabor de sus labios en los míos.
- ¿puedo entrar al baño? – pregunté señalando la puerta de su casa
- Claro – contestó
Entré en la casa que se encontraba vacía. Rebusqué un trozo de papel y un bolígrafo y le escribí la nota.
Salí de la casa con la nota en el bolsillo de mi pantalón. Tenía la impresión de que ese pedazo de papel pesaba toneladas.
Cuando salí, él, estaba sentado en el lugar donde lo había dejado. Su sonrisa era enorme y sus ojos brillaban.
- ¿Me acompañas a casa? – pregunté.
- ¿Ya te marchas? – dijo algo triste.
- Estoy cansada y aun me duelen un poco los golpes.
Me comprendió, o mejor dicho comprendió mis mentiras. Me acompaño en su coche, en un viaje silencioso, y para mi, triste. Cuando llegamos a la puerta de mi casa me abalancé sobre él. Quería saborear por última vez sus labios.
Nos besamos tan intensamente que quedé sentada sobre él. Sentía sus manos en mi cabello revolviéndolo con pasión y mis manos se pedían en su torso.
Me separé de él muy lentamente para observar sus increíbles ojos. Le necesitaba tanto. Me iba a costar muchísimo acostumbrarme a no verle nunca más. Por que estaba segura de que él, después de leer mi nota no iba a querer verme jamás.
Salí del coche y él me siguió. Cogió mi mano y caminamos en silencio hasta el porche de mi casa. Paré y nos miramos. Me despedí de él en silencio.
- Prométeme que no lo leerás hasta que no llegues a tu casa. – dije mientras le entregaba la nota.
- Te lo prometo.
Besé su mejilla, por última vez y entré en mi casa.
Estaba segura de que mi padre ya estaba enterado de mi plan, pero a pesar de eso entré segura por que estaba totalmente convencida de lo que quería hacer y de que ni nada ni nadie podría hacerme cambiar de opinión.
Entré decidida.
-¿Podéis venir todos al salón. Por favor? Reunión familiar. – grité desde el umbral de la puerta.
Entre y me senté en el cabezal de la mesa, lugar que normalmente ocupaba mi abuelo pero que en esa ocasión ocuparía yo.
Todos llegaron a velocidad vampírica. En pocos segundos estaban todos allí. Nadie sabía lo que pasaba, excepto mi padre. Su cara estaba tensa mostrando una mirada furiosa en sus preciosas facciones.
De pronto tía Alice se tensó. Perfecto, pensé, ya que eso significaba que iba a salir bien mi plan. Todos se sentaron a mi alrededor sin decir nada, yo, un poco mas nerviosa que antes, empecé a hablar.
- Tengo algo que deciros – dije tranquila – quiero convertirme en vampiro.
El silencio inundó el lugar y todas las miradas curiosas flotaban de lado a lado esperando que alguien dijera algo. Miré a mis padres que se estaban mirando entre ellos.
- Necesito hacerlo, necesito sentirme libre, necesito sentir que soy capaz de protegerme y que nadie tiene la obligación de protegerme.
- No nos importa protegerte – dijo mi madre.
- Pero a mi si que me importa que lo hagáis. Siento que todo ha sido mi culpa y que por eso Alec ha muerto, siento que no soy capaz de hacer nada sin ayuda y que todo el mundo tiene que estar pendiente de mi. Os estoy poniendo en peligro constante a vosotros y a los Quileutes, y eso no es justo.
El silencio volvió. Las miradas preocupadas y los susurros inaudibles me envolvían volviéndome loca y poniéndome cada vez mas nerviosa.
- ¿Estás segura de que lo quieres hacer? – me preguntó mi abuelo en ese tono tan seguro y embriagador que usaba siempre conmigo, ese tono lleno de cariño.
- Si. En realidad no hay tanta diferencia. Lo único que cambiara será mi alimentación y mi fuerza y velocidad, por lo demás seguiré siendo la misma.
Entonces mi abuelo miró a mi padre, dispuesto a poner las cosas en orden. Pero mi padre se levantó de la silla apoyándose con tanta fuerza en la mesa de madera que la partió en dos pedazos.
- No – gritó
- Si ella lo ha decidido tendremos que contárselo – dijo mi abuelo.
Mi madre puso una mano en el hombro de mi padre, gesto que hacía siempre que quería tranquilizarlo, cosa que ocurría bastante a menudo y que siempre le funcionaba.
Se sentaron todos erguidos y mirándome. Mi abuelo y mis padres de sentaron frente a mi sin apartar la vista de mi ni un solo momento y empezaron a hablar. El primero en romper el hielo fue Carlisle, mi abuelo.
- Como tu ya sabes, tenemos muy poca información sobre otros seres como tu. No sabíamos exactamente como debías alimentarte. Yo y tu abuela emprendimos un largo viaje poco después de que tu nacieras para descubrir cosas sobre otros como tu, y encontramos algunas respuestas. – hasta ahí me estaba contando cosas que yo ya sabía pero no quise interrumpirle por miedo a que parase de contar. Pero entonces continuó mi padre
- Tu ya sabes lo que pienso de nuestras almas hija. – dijo mi padre mirándome a los ojos. – Tus abuelos descubrieron que había una forma de convertirte gradualmente en vampiro, pero yo no quise que eso sucediera, no quería obligarte a perder tu alma. Sabíamos que si llevabas una dieta de humano, como la que has llevado hasta ahora, seguirías siendo una mezcla hermosa, pero si te sometíamos a una dieta a base de sangre te convertirías, lentamente, en un vampiro.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, mis padre habían estado decidiendo por mi todo este tiempo a sabiendas de que yo quería ser como ellos.
- No pienses eso – dijo mi padre.
- Deja de meterte en mi mente – grité y subí corriendo a mi habitación.
Miré el reloj, seguro que Jake estaba a punto de llegar a su casa i leer la nota. No podía dejar de pensar en lo que mis padre me había ocultado durante todo este tiempo, habían decidido por mi a pesar de que sabían que estaba cansada de sentirme un bicho raro encerrado en medio de dos mundos.
Habían decidido que era mejor para mi hacerme sufrir sintiendo que no pertenecía a nada, preferían eso antes que sentirse culpables.
Eran tan egoístas que habían querido que me sintiera mal antes que poder reprocharse la supuesta pérdida de mi alma. Pérdida de la que no estaban seguros y que a mi me era exactamente indiferente.
Me sentía un burdo muñeco que había sido manipulado.
Estaba tumbada en la cama mientras mi mente vagabundeaba de lado a lado buscando culpables. De pronto la puerta de mi habitación de abrió de golpe mostrándome a mi padre furioso y al resto de mi familia preocupada detrás de él. Él entro y me agarró por un brazo levantándome como si se tratara de un simple papel.
- ¿Eso es lo que quieres? – gritó.
- Si – contesté a voz de grito.
Entonces la sala se relajó, supuse que había sido obra des tío Jazz. Todos se marcharon y quedamos a solas mi padre y yo. Veía en su rostro la pena, había estado pendiente de mis pensamientos todo ese tiempo, pensamientos en lo cuales les reprochaba mi pena a ellos.
Se sentó a mi lado y me envolvió con su brazo.
- Cariño, desde un principio mi intención había sido contártelo cuando estuvieraspreparada, pero pasó el tiempo y te veía crecer, tan dulce y hermosa. No quería sentir que una parte de ti se perdería, no quería sentir que se perdería esa parte que también se perdió en tu madre. Se que es egoísta pero tus mejillas sonrojadas, tus dulces ojos verdes y tu calor iban a marcharse con tu inocencia en el momento en el que decidieras convertirte. Por que siempre tuve claro que cuando supieras la verdad decidirías dejar de ser diferente. En eso eres igual que tu madre – rió irónicamente.
- Papá, te comprendo y tal vez no debería haberte culpado por que se que creías hacer lo mejor para mi, pero he tomado una decisión.
- De acuerdo, cambiaremos tu dieta si es lo que deseas.
- Si lo deseo – añadí antes de besar su mejilla.
El silencio se hizo mientras mi padre me abrazaba y yo me perdía en ese abrazo protector que tanto amaba. Mi padre siempre había estado tan preocupado por mi que había olvidado que podía decir yo sola. Pero no le culpaba, no podía hacerlo cuando en cada mirada y en cada gesto me demostraba su amor.
Entró mi madre a la habitación uniéndose al abrazo. Me encantaba sentir el calor de mi familia, sentir que me apoyaban aun que no estuvieran de acuerdo con mi decisión.
- ¿Y Jake? – preguntó de pronto mi madre.
- Supongo que estará a punto de enterarse – respondí triste de nuevo.
- ¿a punto de enterarse? – preguntó mi padre levantando una ceja.
- Si. Le entregué una nota y le pedí que la leyera al llegar a su casa. No era capaz de despedirme de él cara a cara.
Mi madre me abrazó de nuevo para hacer desaparecer mi pesa, no funcionó. Un nudo se había acomodado en mi garganta secándola y quemándome como castigo a todo el dolor que iba a causar.
La noche pasó mientras yo daba vueltas en mi cama intentando encontrar un sueño que no era capaz de llegar.
Y tres noches mas con sus respectivos días en los que me iba dando cuenta que, a causa de mi nueva dieta, iba perdiendo el latido de mi corazón, mi calor y el color de mis ojos. Me iba convirtiendo en lo que quería ser, pero sin él.
Cada vez necesitaba menos dormir, así que pasaba las noches pensando en él, no había vuelto a por mi.
Cuando habían pasado ya cinco días desde la última vez que lo vi un ruido proveniente del balcón de mi habitación me alarmó. Nuca era bueno escuchar ruidos que provenían de allí.
La puerta corredera de cristal se abrió como por arte de magia y un trozo de papel se deslizó reptando por el suelo. Ese trozo de papel.
|