When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
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Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

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Capítulo 26: Vampire medicine

— ¿Aun no estás lista, Bella?—me preguntaba Alice desde una lejana superficie.

Era increíble, que aún dentro del agua, pudiese tener los cinco sentidos tan alerta.

El olor de la sangre —aquella deliciosa sangre que me hacía arder la garganta dolorosamente— aun persistía en el ambiente, a pesar de los esfuerzos de Rosalie y Edward por limpiar la casa.

Tenía ganas de quedarme en el agua para siempre y no salir de allí. Me sentía tan avergonzada por mi comportamiento salvaje.

Había sido más fuerte que yo. Me quemaba la garganta y necesitaba apaciguar mi sed al precio que fuese. Me olvidé de la amistad de Emmett y todo lo que había hecho por mí en el pasado, y me dejé llevar por mis más bajos instintos.

Donde antes estaba aquel gigante con corazón de niño y mi pena por el rechazo de Rosalie hacia él, todo se había quedado reducido a instintos primarios y necesidades básicas. Se había convertido en una deliciosa fuente de sangre humana fresca y joven.

Había visto la misma sed en los demás, pero ellos, al contrario que yo, habían sabido controlarse y sobreponerse a la situación. Y gracias a que Edward me sujetaba con fuerza y no me había soltado en ningún instante, me había impedido hacer una locura de la que me arrepentiría toda la eternidad.

Se había mantenido firme a pesar de mis amenazas y mis forzamientos, consiguió dominar la situación y se aseguró de dejarme en los brazos de Alice, que a duras penas me arrastró hacia una habitación, y logró calmarme con ayuda de Jasper.

Lo último que vi antes de que se cerrase la puerta, fue a Edward ayudando a Rosalie a transportar a Emmett al despacho de Carlisle.

Cuando dejé de oler la sangre tan intensamente, la racionalidad me vino junto con la vergüenza.

Alice, de manera optimista, me había tratado de consolar y me había preparado un baño de agua caliente para que me sintiese mejor. Me sentía tan sucia.

Sin embargo, sentía la decepción de Edward sobre mí, y me di cuenta que ahora tendría motivos más que válidos por los que arrepentirse por convertirme en vampiro.

En aquel momento, deseé ahogarme en el agua de la bañera.

—Bella—me volvió a llamar Alice con impaciencia—, creo que ya es hora de que salgas del agua. Por mucho que lo intentes, no te vas a ahogar. Necesitas mucho más que eso.

Tenía toda la razón. No podía seguir escondida eternamente. Tenía que empezar a afrontar la situación como una persona adulta, y no como la neófita que era.

Me supuso un cambio importante la variabilidad de aire y agua. Por lo tanto, me permití una fuerte espiración al salir de allí, a pesar de lo poco que necesitaba respirar. Es más, me habría ayudado bastante no tener el olfato listo para captar la esencia de la sangre mezclada con el alcohol y el amoniaco. Aun siendo más tenue, el olor me provocaba dolor de garganta.

—Toma—Alice me tendió la toalla.

—Gracias—musité mientras la cogía y me frotaba con ella fuertemente.

— ¡Ey!—me quitó la toalla—. No hace falta que te flageles tú misma. No vale hacerte daño.

Sonrió burlonamente y luego apoyó su mano en mi hombro a modo de consuelo:

—No podías evitarlo de ninguna manera. Eres increíblemente joven y aún te cuesta mucho controlarte.

—Eso no me consuela, Alice—la repliqué—. No es excusa para haberme portado tan mal.

Puso los ojos en blanco.

—Vale, como tú digas—refunfuñó—. No me extraña que Edward y tú os complementéis tan bien. Sois igual de quejicas.

Seguramente, si fuese humana hubiese palidecido al recordar a Edward. Le conocía lo bastante bien para saber que la duda le roía por dentro y si antes se sentía mal por haberme convertido, en este instante estaría invocando a todas las fuerzas demoniacas para que se lo llevasen.

Debía estar tan enfadado.

—Le he defraudado, ¿verdad?—musité al borde del llanto—. Y ahora se arrepiente de haberme convertido.

Alice puso un brazo sobre el hombro y me acercó a su cuerpo para intentar tranquilizarme.

—Él no te odia, Bella—me aseguró—. Nunca podría hacerlo. Sencillamente, se tiene que hacer a la idea de que esto podría pasar—empezó a hacer círculos en el agua con un dedo—. Es más; apostaría toda la colección de vestidos que él mismo se estará culpando de lo que ha pasado contigo.

—Pero él no ha tenido la culpa de nada de lo sucedido—le defendí airadamente. Con un movimiento, varias gotas de la bañera se salieron y salpicaron a Alice.

—Ni tú tampoco—me corrigió Alice.

Tal vez no era culpa de nadie, pero tenía la certeza que en aquel mismo instante, Edward se estaría arrepintiendo del instante en que sus colmillos atravesaron mi piel y dejó que el veneno actuase en mi organismo.

Alice debió adivinar lo que se me pasaba por la cabeza y me giró lo suficiente para poderme mirar a los ojos. Su sonrisa había desaparecido y no había un solo atisbo de brillo en sus ojos. La había visto así muy pocas veces.

—Debes dejar de un lado lo que piense él—me ordenó—. Y ahora respóndeme muy enserio a esta pregunta.

— ¿Cuál?

—Posiblemente, aún seas muy joven pero sabes a lo que te conlleva haberte convertido en un vampiro. Las cosas no te serán fáciles y hay que renunciar a demasiadas cosas…

—…Pero también gano muchas. Y para mí son las fundamentales—completé la frase por ella.

—Bella, ¿te arrepientes de haberte convertido en vampiro?—me preguntó solemnemente.

¿Qué clase de pregunta era aquella? Ella sabía perfectamente la respuesta.

—Alice, tú ya has visto la respuesta. ¿No se supone que ves el futuro? Sabes lo que te voy a responder.

—Cierto—admitió—. Pero quiero oírtelo de tus labios sin que mi conocimiento te coaccione. Te lo volveré a repetir. Ahora que conoces la sed y el dolor que produce ésta, ¿te arrepientes de ser un vampiro?

Ahora que conocía la verdadera esencia de un vampiro, y que ésta siempre iba a estar presente a lo largo de la eternidad, podía tener una mayor perspectiva de lo realmente importante.

Me daba igual estar siempre en alerta, controlando mis impulsos más primarios y sintiendo como un hierro candente me atravesaba la garganta cada vez que no lograse saciar mi sed. Cualquier señal de dolor era indicativa de supervivencia. Y no me refería a algo físico, como especie en sí. Había muchas clases de muerte, y la que yo había experimentado al separarme de Edward, creyéndole perdido sin remedio, era tan inminente, que aún, la cicatrización de mi alma estaba en proceso.

Definitivamente, sentir dolor físico era la mejor manera de saber que estabas viva y de superar los obstáculos.

Por lo tanto, mi contestación sonó firme y decidida:

—No—una palabra llena de un gran significado.

Alice me dedicó una gran sonrisa. Estaba esperando aquella respuesta.

Me tendió una toalla grande, invitándome a salir.

—Esa misma repuesta que me has dado, se la darás a él en el momento oportuno—me predijo.

Me puse de pie sobre la bañera, y rápidamente me tapé con la toalla, saliendo de la bañera y secándome el cuerpo lo más deprisa que pude.

Intenté no concentrarme en el olor persistente en el ambiente, pero no pude evitar oír los gritos que provenían del sótano, donde Carlisle tenía una pequeña consulta —puro attrezzo— con un aparataje reducido para pequeñas incursiones quirúrgicas. Allí habían llevado, Edward y Rosalie, el cuerpo inerte de Emmett, intentando retener un halito de vida en él.

Pero, incluso, en esos momentos tan vitales, ellos dos no paraban de discutir.

Rosalie le estaba gritando a Edward que usase cloroformo para adormecer a Emmett y que éste sufriese menos, pero Edward lo estaba desaconsejando debido al estado de las heridas de Emmett, y que la anestesia le conduciría del coma a la muerte sin que se pudiese evitar.

El sonido del corazón humano se aceleraba para después ir disminuyendo el ritmo. Muy mala señal.

Podía ver el estado de tensión de Alice mientras me preparaba ropa limpia para estar por casa. Le agradecí que me pusiese unos confortables vaqueros de nuevo.

— ¿Qué va a pasar con Emmett?—pregunté en un susurro. No estaba segura si la respuesta fuese la que quería oír.

Alice se sentó en la cama, fingiendo observarme como me cambiaba, con los ojos oscurecidos y expresión ausente.

Sólo me contestó al cabo de un momento muy largo, al estar completamente vestida.

—Jasper ha salido corriendo en busca de Carlisle—me informó—. Deberían estar de camino.

No me había contestado a lo que yo quería saber. Por lo menos, no directamente. Habría supuesto que no me iba a gustar su respuesta.

En su lugar, me agarró de la muñeca y empezó a arrastrarme hacia fuera.

— ¡Alice!—protesté resistiéndome—. ¿Dónde crees que vamos?

—Tenemos que bajar, Bella—imperó razonadamente como si me tratase de una niña pequeña—. Edward y Rosalie nos necesitan. Algo me dice que mucho de lo que pase con Emmett dependerá de nosotras.

Yo no quería bajar. La vergüenza de lo sucedido aún me embargaba.

Edward se había esforzado para que no saltase a la yugular de Emmett; mi agradecimiento fue una sarta de insultos tan degradantes que, incluso, ignoraba que existiesen.

— ¡Oh!—me lamenté—. Alice, yo no puedo bajar ahí. Edward no ha debido perdonarme todos los insultos feos que le he dedicado. Le he dicho de todo.

Como contestación, recibí un fuerte golpe en la nuca.

— ¿Qué has insultado a Edward?—me gritó antes de poder quejarme—. ¿Qué has insultado a Edward? A Edward le insultas por ser Edward, y a Jasper le muerdes.

¿Yo había mordido a Jasper? No recordaba nada de eso.

—Eso no es cierto, Alice—le repliqué—. Me acordaría.

Volví a recibir otro golpe en la nuca.

—Pues como puedes ver, no te acuerdas en absoluto.

La miré bien examinando su expresión en busca de algún signo que me revelase si me guardaba rencor. Estaba totalmente seria, pero sus ojos brillaban burlones. Me aliviaba que no estuviese enfadada conmigo por haber atacado a su compañero.

—Sobrevivirá—aseguró adivinándome el pensamiento—. Le han hecho cosas peores, créeme. Tiene experiencia con neófitos sedientos de sangre.

Y antes de que pudiese decir algo más, volvió a arrastrarme. Comprendía, desde hacía muchísimo tiempo, que era imposible razonar con Alice cuando se proponía algo, por lo que dejé de resistirme y casi adquirí la voluntad de poder caminar yo sola.

No tenía demasiadas ganas de enfrentarme a la reprobación de Rosalie y al disgusto de Edward de una sola vez. Mis defensas estaban increíblemente bajas y las pequeñas trazas de olor a sangre en el ambiente no ayudaban en absoluto.

Me preguntaba cómo podría defenderme si el dolor de mi garganta y el sabor amargo de mi boca me raspaban mis cuerdas vocales.

Y lo peor de todo, que Edward y Rosalie no estaban del mejor humor para ser comprensivos.

— ¡Rosalie, te he dicho que dejes el cloroformo donde estaba!—oí rugir a Edward desde el otro lado de la puerta—. ¡No se puede poner! Su pulso está demasiado débil.

— ¡Pero le dolerá mucho si no se lo ponemos! Le estás cosiendo sin anestesia. Y has prohibido poner ni morfina ni cloroformo—le contestó Rosalie furiosa.

—Carlisle lo hubiese desaconsejado.

—Tú no eres Carlisle. Y no has vuelto a pisar el quirófano de un hospital desde hace mucho tiempo.

—Pero aún recuerdo todo lo que él me enseñó, y entre otras cosas, él desaconsejó el uso de la anestesia en casos de shock por pérdida de sangre. El corazón se ralentizaría demasiado y provocaría daños irreversibles en órganos.

— ¡Ya está demasiado mal!—le gritó Rosalie.

— ¡Pues podría estar mucho peor!—la contestó Edward en el mismo tono—. ¿No ves que ya ha sufrido el suficiente daño para sentir el dolor? ¡Está en shock por la pérdida de sangre! ¿Sabes que es un shock, verdad querida?

—Tú no…

— ¡Cose y calla!—la interrumpió Edward de muy malas maneras.

Justo, en el peor momento, Alice decidió que entrásemos. No llamó a la puerta; se limitó a entrar conmigo agarrándome con fuerza la mano.

Temí volver a perder el control de nuevo. Todo me parecía de color rojo y hacía que mi garganta estallase en llamas.

Me hubiera dado igual que Emmett estuviese tumbado en una camilla, totalmente desnudo, increíblemente pálido —más de lo habitual en un humano— debido a la pérdida de sangre, con unas horribles cicatrices, que Rosalie y Edward, aun cosiéndole con la mayor destreza posible, no podían ser disimuladas. Posiblemente, si Alice no me estuviese agarrando de nuevo, hubiese saltado de nuevo.

O quizás no. Algo muy paralizante recorrió mi cuerpo y me dejó totalmente paralizada en el sitio.

Se trataba de miedo.

Si aquel titán sobre la tierra, como era Emmett, había sucumbido, todos podíamos hacerlo. Y lo peor de todo, era que había retrocedido varios meses a atrás y una parte de mí se veía reflejada en Emmett.

¡Oh, Dios! Yo había estado así de mal antes de que me convirtiesen.

Dejé de mirar a Emmett y me fijé en los dos vampiros que estaban junto a la camilla.

Ojos negros y rostros contraídos por el estado de nerviosismo y el stress de la sed sobre ellos. Sin embargo, eso no les impedía cumplir con su obligación.

Al contrario de lo que me esperaba, Edward no me gritó furioso ni cuestionó a Alice qué demonios hacía allí. Sí, estaba nervioso y sediento —muy sediento por el intenso color negro de sus ojos—, pero increíblemente calmado y consciente en sus acciones. Su mirada pasó, de forma estudiada de mí a Alice, como si comprendiese que hacía aquí. No parecía acordarse de que un par de horas antes, yo le había intentado atacar por obtener la sangre de Emmett. Incluso me atrevería a decir, que de algún modo, mi presencia lo confortaba.

Intenté sonreírle pero, al verle con una bata de médico llena de sangre y unos guantes de goma del mismo modo, me lo impidieron y decidí —con un gran esfuerzo por mi parte—volverme hacia Rosalie.

Me arrepentí de ello. Al contrario que Edward, ella sí estaba muy molesta e incómoda por mi presencia.

Su aspecto no ayudó en nada para tranquilizarme. Era más similar al de una ménade, totalmente cubierta de sangre, el pelo revuelto y los ojos negros totalmente encendidos por una furia que le ayudaba a encender el fuego en ellos.

— ¿Qué hace ella aquí?—preguntó a Alice airada—. Ya tenemos bastantes problemas para encima tener que estar pendientes de ella. Quiero que se largue de aquí—ordenó mientras señalaba la puerta.

Estaría más que encantada de haberlo hecho, pero cuando me puse en camino, Alice me agarró de la cintura y no me dejó moverme un solo milímetro. No me atreví a ejercer ningún tipo de fuerza contra ella.

—Alice…—susurré casi suplicante.

Sin soltarme, me susurró al oído:

—Tienes que enfrentarte a la sangre, Bella. Todos lo hemos hecho. Haz lo que yo te diga. Deja de respirar y será más llevadero.

Obedecí sin rechistar. Cierto que era mucho mejor no oler ni captar la sangre, pero era muy incómodo estar falta de mis sentidos. Aquello era muy similar a tener un resfriado cuando se era un humano. Sólo que no había ninguna molesta mucosidad de por medio.

Cuando se aseguró que yo me quedaría donde estaba, se dirigió a Rosalie:

—Lo he visto, Rose. Bella no va a hacer nada—la aseguró.

Rosalie no replicó nada pero, entrecerrando los ojos, no quitó sus ojos de mí, emitiendo un leve ronroneo cada vez que me veía moverme.

Edward puso los ojos en blanco y se concentró en desinfectar y vendar las heridas más superficiales. De alguna manera, se las habían arreglado para cortar la hemorragia.

Observando su palidez cadavérica y concentrándome en los latidos, cada vez más tenues, me hicieron darme cuenta que la parca estaba a punto de cortar el hilo de su existencia. Y Carlisle aun sin aparecer.

Edward también se debía haber dado cuenta de lo precario de la situación, ya que se mordía el labio inferior y empezaba a canturrear. Estaba muy nervioso y no sabía cómo iba a salir de ésta.

—Emmett—le susurraba al oído muy bajito ignorando que estábamos en la sala—.  Grandullón, no me puedes hacer esto. Te juro que si sales de ésta… ¡Ufff! ¡No sé cómo te las apañas para meterte siempre en líos! ¿Y si yo no puedo sacarte de ellos?

Posiblemente, a Rosalie se le estaría partiendo el corazón como al resto, pero su tristeza, al contrario que la de Alice y mía, se manifestaba de manera violenta.

Se volvió hacia nosotras y arremetió contra Alice.

— ¿Por qué estás ahí parada como si nada?—se le enfrentó—. ¡Haz algo! ¡Vete a buscar a Carlisle!

Se abalanzó hacia ella para zarandearla pero Alice, con un gesto tranquilo, se apartó a un lado.

—Ya te he dicho que Jasper ha ido a buscarle—le explicó lentamente como si se tratase de alguien que no la entendiese—. No podemos hacer más. Si yo fuese a su encuentro, lo único que conseguiría sería retrasarlo aun más. Jasper sabe lo urgente del asunto.

Rosalie, impotente, se deslizó sobre una pared dejando apoyar todo el peso de su cuerpo sobre sus pies para no derrumbarse. Por los gestos que hacía, parecía que pronto lo haría.

Alice, como si Rosalie no existiese, se volvió hacia Edward y le preguntó tranquilamente:

— ¿Cuánto tiempo crees que podrás obtener hasta que llegue Carlisle?

Edward el labio para pensarse la respuesta —o más bien, el modo de responder— y le devolvió la pregunta:

— ¿Cómo lo oyes?—se refirió al latido de su corazón.

No me hacía falta entender de medicina para saber lo mal que estaba el asunto. Los latidos iban perdiendo intensidad de manera progresiva como las últimas gotas de un grifo que se había cerrado y la escasa sangre que quedaba

Posiblemente, estuviésemos hablando de horas escasas.

—Esto está…

—Bastante jodido—terminó la frase que Alice había dejado en el aire con una palabrota bastante expresiva.

No me molesté en reñirlo. Por muchas palabras de ánimo que él intentase inculcar a Emmett, no podía simular la angustia que sentía en aquel momento. Ni siquiera se molestaba en fingir delante de mí para sobreprotegerme.

Íbamos a asistir a los últimos momentos de Emmett totalmente impotentes. Y yo no sabría por quien apostar que se derrumbaría antes.

Rosalie por ver como perdía al que podría ser su amor eterno sin ni siquiera haber tenido una mínima oportunidad; o Edward que iba a presenciar como su mejor amigo y paciente se le escapaba su vida de las manos.

— ¿Cuánto tiempo?—repitió Alice la pregunta a Edward.

—Aproximadamente una hora—contestó escueto.

—Vale—la falta de expresión de Alice me decía mucho más que sus palabras.

No era suficiente.

Prácticamente, no se podía hacer nada para salvar a Emmett. O por lo menos desde el punto de vista humano

Y no era la única que lo pensaba.

Rosalie levantó la cabeza y miró hacia Edward; sin embargo, éste se dirigió a Alice:

—Creo que sería lo último que deberíamos pensar.

No le hacía gracia el asunto.

—Ahora es lo único que nos queda, Edward—le vaticinó Alice rotunda mientras éste suspiraba rindiéndose a los hechos—. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo has visto venir—canturreó bastante exasperado.

Definitivamente, no le gustaba tener que tomar aquella solución tan radical. Pero no quedaba otra salida. Ni siquiera, si Emmett no se hubiese encontrado con el oso y se encontrase en ese estado, existía otro final para Rosalie y él.

Edward lo comprendía pero, si había renegado de convertirme a mí, con Emmett tendría los mismos escrúpulos, aunque la acción no recayese en él. Siempre que Carlisle llegase en el plazo de una hora.

Incluso Rosalie, tan reacia como Edward, lo comprendía.

Se movió de la pared y se fue directamente al botiquín para sacar unos cuantos botes pequeños e inyecciones.

—Iré preparando la morfina—explicó sin dirigirse a nadie en particular—. Debemos hacer algo mientras esperamos a que Carlisle llegue y que tenga todo fácil para que lo realice lo antes posible…

Edward asintió.

—Lo malo sería si necesitase una transfusión de sangre—le temblaba la voz mientras pasaba la mirada de Emmett a mí discretamente—. Recuerda la última vez que…

—No es lo mismo—la tranquilizó Edward; incluso se permitió sonreír brevemente—. Emmett ha perdido mucha sangre pero hay la suficiente como para que la ponzoña circule por el organismo. Además, ésta acelerará el corazón hasta que se realice el cambio. No va a ser igual que la última vez.

Evitó mirarme pero sentirme como un caso clínico era algo muy incómodo. No repliqué; si aquello iba a solucionar las cosas y les inyectaba una dosis de optimismo que dijesen lo que quisiese.

Lo malo es que Alice no participaba de ese optimismo y Edward, al notarlo, cambió el semblante y el terror se dibujó en sus rasgos.

—No—parecía que la suplicaba—. Alice, por favor, dime que te estás equivocando…

Oí como un cristal se estrellaba contra el suelo y se quebraba en miles de trozos imposibles de recomponer. Rosalie había dejado caer un bote de morfina que se había resbalado de sus dedos.

— ¿Qué es lo que ocurre ahora?—inquirió de nuevo crispada. Su voz sustituyó a mis pensamientos que fluían intermitentemente.

Ambas estábamos pasando de la tranquilidad y confianza de que Carlisle vendría, a la desesperación.

No me hacía falta tener el don de Edward para saber las malas noticias. Carlisle estaba muy lejos y no sería él quien lo salvaría.

¿Entonces, quien?

Edward agitó la cabeza como si quisiese quitarse un mal pensamiento y se concentró en vendar las heridas de Emmett.

—Edward—insistió Alice.

—Podemos ganar una hora más—balbuceó con poca convicción—. Tal vez, incluso, dos horas. Hay maneras de…

—Edward—volvió a repetir Alice, esta vez, más alterada—. No puedes darle a Carlisle más tiempo.

Estaba asimilando demasiadas cosas para poder hablar. De nuevo, Rosalie volvió a hacerlo por mí. Estaba absolutamente incrédula.

— ¿Cómo que Carlisle no va a llegar?

Alice movió la cabeza negando sus palabras. Rosalie no pudo contener un gemido y luego pareció meditar.

Aquello llamó la atención de Edward y entrecerró los ojos. Y comprendí cual era la única solución al problema. En realidad siempre había estado ahí.

—Rosalie…—la voz de Edward tenía tintes de furia y terror.

Conocía ese tono. Estaba totalmente aterrado. Me hubiese gustado vencer la distancia entre nosotros para atraerle a mis brazos y acunarle. Cobardemente, me quedé completamente en mi sitio. No me atrevía a moverme ni un solo milímetro por si hacía algo de lo que pudiese arrepentirme. El ardor en mi garganta me recordaba la tentación de la sangre.

Por lo tanto, no pude acudir en su ayuda cuando Rosalie se le volvió a enfrentar y le replicó:

—Carlisle no es el único que ha convertido a alguien en vampiro, Edward—me miró significativamente y luego apoyó sus manos sobre los hombros de Edward y su voz se tornó suplicante—. Lo hiciste una vez y no hace mucho. Puedes volver a hacerlo—tomó aire—. Debes volver a hacerlo.

Edward no sabía si mirarla como si estuviese loca o fuese su verdugo. Se hizo un silencio muy incómodo hasta que lo rompió con una breve replica:

—No sabes lo que me estás pidiendo, Rosalie—negó con la cabeza—. Yo no… yo no sé si sería capaz. No tengo la cabeza fría para pensar y no quiero pensar en las consecuencias si fallo…

Sin embargo, Rosalie no le dio tregua. En lugar de razonar con él, le retó duramente.

—Claro—murmuró peligrosamente—. Como no se trata de ella y de ti, no te atreves a salvarle, ¿no?

—No es lo mismo que cuando tuve que salvar a Bella—le rebatió ferozmente—. No lo pensé. No sabía si iba a salir bien o mal. No estaba en situación de pensar…

— ¿Y ahora sí lo estás?—le picó sarcásticamente—. Ya sé cuál es tu problema. Como tú ya has obtenido lo que has querido, los demás no importamos. Ella—me señaló—es lo único que te importa. No pensaste mucho en su alma y todos tus elevados principios cuando la convertiste. No sólo eres un egoísta, Edward; lo peor de todo es tu hipocresía.

Pensé que Edward estallaría furioso. Pero, para mi sorpresa, se mantuvo calmado, mirando a Rosalie de manera esquiva y totalmente gélida.

"No, Rosalie", me hubiese gustado decirle si tuviese más confianza con ella. "Si sigues así, no lo conseguirás. Con Edward hay que razonar, no discutir. Vas a perder".

Pero la desesperación le estaba ganando la partida a su capacidad de razonar, y en lugar de aplicar argumentos válidos, le estaba volviendo en su contra.

No podía acusar a Edward de persona egoísta, pero debía haber una razón de peso por la que prefería ver a su mejor amigo muerto que convertirlo él mismo.

Y Rosalie, con sus acusaciones le estaba auto convenciendo de lo conveniente que era.

—Ella es mucho mejor que tu mejor amigo, ¿no?—rebosó el sarcasmo en su voz—. Por eso, tienes el poder de decidir que ella debe vivir y Emmett morir…

—Dime una cosa, Rosalie—le dijo Edward en tono tranquilo tamborileando el borde de la camilla—. Si hubiese sido al revés; si tú tuvieses a Emmett y Bella estuviese en peligro, ¿la convertirías? ¿Dejarías que se realizase el cambio?

Rosalie no respondió, pero bajó su cabeza mirando al suelo.

—Me lo suponía—masculló Edward mirándola fijamente.

Rosalie volvió a elevar su rostro para enfrentarse con él.

—Le vas a dejar morir por tratarse de mí, ¿verdad?—estaba tan exaltada chillando a Edward que no se fijó como Alice ponía los ojos en blanco e intentaba decir algo impotente; nadie la escuchaba—. Es una manera de castigarme por ser yo—elevó el tono de voz acercándose a Edward hasta quedar a milímetros de él—. Puedes castigarme a mí por ser una zorra, si eso es lo que estás pensando—gritó—pero no tienes derecho a dejar morir a Emmett por tratarse de mí. No es justo que porque me odies, él tenga que pagar las consecuencias de eso. ¡Sencillamente, no tienes derecho a ser Dios y decidir quién va a morir o vivir!—le acusó cruelmente.

—Pero si yo muerdo a Emmett y él muere, siempre tendrías la ocasión de reprochármelo, Rosalie—le reconvino Edward—. Yo siempre sería tu descarga. Tú estarías libre de su muerte y yo siempre tendría que cargar con la culpa. Y ya llevo suficientes pecados sobre mis espaldas para acumular más.

—Yo no puedo hacerlo—la voz de Rosalie era un susurro—. Yo lo mataría y no podría soportarlo… yo…

Pero Edward no se conmovió por su el amago de suplica de Rosalie. Movió la cabeza negativamente mientras terminaba de vendar la muñeca de Emmett.

—Voy a intentar mantenerle con vida un par de horas—nos explicó—. Es lo máximo que su corazón aguantará. Debería dar tiempo a que Carlisle llegue.

—Debería—respondió Alice inexpresiva.

Estaba segura que no le convencía nada el argumento de Edward pero no quería discutir con ninguno de ellos. Se limitó a acercarse a Edward y ayudarle con las vendas.

—No puedes hacer eso—aun le replicó Rosalie duramente.

Edward no se dejó intimidar por ella. Al contrario, adquirió una expresión feroz y le dijo con dureza:

—Si no vas a ayudar, será mejor que no permanezcas aquí a empeorar las cosas—la invitó a salir—. Por mucho que grites, no te servirá de nada.

Fue dar un giro y Rosalie salió de la habitación, no sin antes dar un fuerte portazo, desquebrajando los marcos de la puerta.

Me sobresalté, y, al parecer fui la única. Edward permaneció al lado de Emmett sin pestañear y Alice miró levemente las grietas de la pared y después se fijó quedamente en mí.

Tan solo fueron unos segundos, sin embargo bastante significativos.

Con su sola mirada comprendí porque me había arrastrado hasta aquella sala. Había visto en mí una pequeña ayuda para salvar a Emmett.

Pero antes de hablar con Edward, debería hacerlo con Rosalie.

Tragué saliva, o por lo menos hice el amago. No iba a ser un plato de buen gusto.

Venciendo los temores, me dirigí al lavabo y cogí una toalla para humedecerla.

Si tenía que enfrentarme a Rosalie, por lo menos que no tuviese el aroma de la sangre de Emmett para embotarme la mente.

Tenía que admitir que gracias a eso, me fue muy fácil encontrar donde estaba. Mi olfato no me había fallado y me encontré a Rosalie aovillada en un sillón mirando absorta las vigas de madera del techo.

Seguramente, se habría dado cuenta de mi presencia, pero, como ya era su costumbre, me ignoró completamente.

Hice el gesto de extenderle la toalla para que se quitase parte de la sangre. Rosalie me quitó la toalla y la tiró al suelo bruscamente.

No quería empezar una guerra con ella. Necesitaba estar tranquila para hablar con ella, por lo que no caería en su juego.

—Me arde la garganta, Rosalie—le expliqué—. Eso me hace muy difícil hablar contigo.

—Como si tuviésemos que decirnos algo interesante—murmuró desdeñosa.

No quería pensar mucho en que decirla; podría arrepentirme.

Por lo tanto, directamente, le solté todo lo que debía decir:

—No debiste hablar así a Edward—le expuse la realidad—. Lo que has conseguido es volverle en tu contra. Le conozco desde hace muchos años, y si en algo no ha cambiado nada, es que con él siempre tienes que razonar y no intentar imponerte. Si le hablas en tono autoritario y exigiendo las situaciones de manera personal, no te hará caso y se volverá hacia todo lo que le digas.

—No hace falta que me lo digas—reconoció muy a su pesar para luego llevarse las manos a su rostro—. He perdido la única oportunidad para salvarle—gimió lastimosamente—. No pedía mucho. Yo también quería tener lo que todos. Alguien que me quiera por lo que soy. Sé que dije que prefería a Emmett muerto, pero he tenido que verle agonizar ante mis ojos para saber lo que realmente quería. Y ahora que estaba a punto de tenerlo, veo que me lo arrebatan—clavó en mí sus ojos oscurecidos por la pena—. Sí, puedes reírte de mí todo lo que quieras. Supongo que me lo merezco, ¿no?

Me hubiese gustado cogerle de las manos y reconfortarla, pero al tratarse de Rosalie me corté y permanecí estática en el sitio. Lo único que podía hacer para consolarla era modular la voz intentando suavizarla lo máximo posible.

—No me estoy riendo de tu desgracia, Rosalie—le juré—. Yo nunca me podría alegrar de que le pasase algo malo a Emmett—obvié la parte en donde estuve a punto de beberme su sangre—. Independientemente de lo que haya pasado entre nosotras, Emmett no tiene culpa de nada. Y creo que Edward también piensa así. Por muchas discrepancias que haya habido entre vosotros, Edward no le gusta la situación más que a ti. Se trata de su amigo. ¿Crees que quiere verle morir ante sus ojos? Es muy difícil para él y si hay algún error, él siempre tendrá que acarrear la culpa de su muerte.

Rosalie movió la cabeza negativamente.

—Puede haber riesgos—me dio la razón—pero si alguien puede conseguirlo que no sea Carlisle, éste es Edward. Debiste darte cuenta de cómo estuvo contigo en todo el proceso. Se mantuvo firme y logró salvarte cuando, ni siquiera, el propio Carlisle lo hubiese hecho. Contigo no se rindió y mírate, estás con nosotros, a salvo. Yo no tengo la fuerza de voluntad para salvar a Emmett; pero Edward sí—admitió a regañadientes.

—Pues entonces dile lo mismo que me has dicho a mí—la dije.

Rosalie hizo un gesto de contener una carcajada.

—Tú misma me has indicado que le he hecho enfadar. Cualquier cosa que le diga, no me hará caso…

De repente se calló y me miró minuciosamente, como si fuese la primera vez que me viese. Algo brilló en sus ojos y comprendí lo que pretendía de mí.

Antes de poder asimilar la vuelta de tuerca de la situación, Rosalie se levantó rápidamente y enfrentándose a mí, posó sus manos sobre mis hombros y empezó a ejercer presión hasta que sentí una punzada de dolor.

—Tal vez a mí no me haga caso, pero tú sí puedes convencerle—farfullaba las palabras de manera rápida e inconexa, y apenas puede comprenderla. Sólo percibía su desesperación—. A ti te hará caso; seguramente serás la única a quien se moleste escuchar. Bella, por favor, no soy de las que suplican las cosas y odio hacerlo, y más tratándose de ti; pero ha llegado un límite en el que haría cualquier cosa por salvar a Emmett. ¿Quieres reírte de lo irónico del asunto? ¡Adelante! No me importa que lo hagas, pero tú puedes hablar con Edward y salvarlo. Me tragaré el orgullo si así consigo que Edward y tú sintáis algo de compasión. Bella—me rogó—, habla con Edward.

Me preguntaba cuando había atravesado el otro lado del espejo en algún momento del día. Rosalie Hale me estaba hablando como si fuese una persona. Ya no era Señora McCarty, ni esa. Había pasado a ser Bella. Y me estaba mirando a la cara para suplicarme por la vida de Emmett.

Si no fuera por el patetismo de la situación, no me hubiese contenido una sonrisa petulante, incluso me hubiese reído a carcajadas.

Pero Rosalie había desquebrajado su máscara de fría y lejana divinidad y mostraba su lado más humano. Debería estar disfrutando con esta pequeña sensación de superioridad hacia ella.

Pero era incapaz de no sentir otra cosa que compasión hacia su patetismo.

Sabía que ella se estaba tragando todo su orgullo para rebajarse a pedirme a mí que intercediese por Emmett. Entonces, comprendí todo el amor que era capaz de sentir. El mismo que yo sentía por Edward. Y merecía una oportunidad.

Aparté con delicadeza sus manos y la dije suavemente, aunque no carente de autoridad:

—Tienes derecho a tu final feliz, Rosalie. Todos lo tenemos, ¿no crees?—la comenté y antes de que a sus ojos le subiese un amago de esperanza, la avisé: —Quiero que tengas claro dos cosas—asintió ante el tono de mis palabras—. La primera, esto no va a ser fácil para Edward y hay una remota posibilidad de que falle. Quiero que me prometas que si llegase el enlace desafortunado, ninguna culpa por tu parte recaiga sobre él—arrastré las palabras para tener constancia que me había entendido.

—Te prometo que no saldrá un solo reproche por mi parte—me aseguró solemne—. ¿Cuál es la segunda cosa que me tiene que quedar clara?

Me puse lo más tajante posible para que no hubiese malentendidos:

—Soy muy consciente que si se tratase de mí, y tú estuvieses en el lugar de Edward y él en el tuyo, me hubieses dejado morir sin ni siquiera temblarte el pulso por ello. Por eso quiero que sepas que si voy a pedir a Edward por la vida de Emmett, es por el propio Emmett y no por ti. Le debo demasiado a Emmett y es una buena persona. Él te ha querido demasiado como para estar cinco años buscándote. Esa no es su recompensa. Sólo espero que tú seas merecedora de lo que se te da.

Se permitió sonreírme y suavizó sus formas al contestarme:

—Sé que no lo haces por hacerme un favor a mí—parte de su antigua vanidad había vuelto—. Y créeme cuando te digo que eres la última persona a quien pediría algo. No me ha quedado otra opción, aunque lo haría mil veces por él—se esforzó en oír los escuálidos latidos que salían del pecho de Emmett y volvió a su tono autoritario: —Debes hablar ahora mismo con Edward. No nos queda mucho tiempo.

No me dio tiempo a afirmar una sola palabra. Le di la espalda para volver a aquella sala.

Antes de coger el picaporte, tomé aire y dejé de respirar. Se haría más llevadero aunque la tentación siempre estaría rondando en el aire.

Edward y Alice se habían puesto una mascarilla de tela mientras seguían manipulando el inerte cuerpo de Emmett. No se habrían dado cuenta de mi presencia, si no fuera por el fuerte gemido que reprimí al aspirar inconscientemente el aire cargado con la esencia de Emmett. Era horrible no acabar de acostumbrarme a ese dolor de garganta. Y lo peor de todo era que la solución para que se apaciguase me convertiría en un monstruo.

Tuve que intuir la sonrisa de Alice detrás de su mascarilla. Sus ojos brillaban expectantes. Sabía a lo que había venido. Y Edward también. Escuché un resoplo resignado amortiguado por aquella tira de algodón.

—Si has venido a hacerme una proposición de sexo salvaje a cambio de la sangre de Emmett, mi negativa sigue firme—me echó una ojeada—. Aunque es difícil resistirse a la tentación.

—No creo que te lo pediría en este momento.

Se limitó a enarcar las cejas en señal de burlona incredulidad.

¡Oh, no! Yo no habría sido capaz de decir eso. ¿O sí? También había mordido a Jasper, así que cualquier cosa era posible.

Tuve que quedarme en blanco unos momentos para asimilar la vergüenza y ordenar mis pensamientos para empezar el alegato por la vida de Emmett.

Pero sólo pude balbucear tímidamente:

—Edward, ¿podemos hablar un momento?

No necesitaba adivinarme el pensamiento para averiguar el motivo de nuestra charla. Y no estaba muy feliz con ella, pero no me dijo que no. Me señaló con la cabeza la esquina más alejada para invitarme a reunirme allí con él, como si quisiese que Alice no escuchase nada. Aunque no serviría de mucho.

Alzó la mano para acercarla a la mía, pero en algún momento, se arrepintió y la retiró.

Un pinchazo de dolor me atravesó el pecho, pero rápidamente, me enseñó sus guantes manchados de sangre y comprendí.

Después de dirigirnos a la esquina, donde apoyé el peso de mi cuerpo en lo vértices, Edward sacó algo del bolso de la bata y me lo entregó.

Miré con incredulidad la mascarilla examinándola en mis manos.

—Será mejor que te la pongas. No dejarás de oler la sangre, pero las fibras de algodón amortiguaran un poco su olor—me explicó.

—Gracias—cualquier ayuda era bien recibida para aguantar aquel calvario.

Edward tenía razón; el olor a algodón y plásticos ayudaban, en gran parte, a simular el de la sangre.

Pero antes de tener tiempo a acostumbrarme a ello, Edward fue directamente al quid de la cuestión:

—Supongo que la princesita Hale habrá sido muy convincente con sus lágrimas de cocodrilo para que hablases conmigo; y antes de decirte cuales son las objeciones de morder a Emmett, aparte de todos los riesgos, te haré saber todas las barbaridades que expuso cuando eras tú la que estabas sobre una camilla, exactamente seis meses antes…

—Soy consciente que Rosalie me hubiese dejado morir—le corté explicándole la situación—. Por eso mismo le he dicho que no estoy hablando contigo por ella; si no por Emmett. Tenemos el deber de ayudarlo. Tú porque es tu mejor amigo; y yo porque me sacó de una situación bastante peliaguda cuando no tenía a nadie para ayudarme. Y ahora que él está en peligro no podemos dejarle en la estacada. No puedes dejar que tus diferencias con Rosalie afecten a Emmett. Tú no eres tan mezquino de ponerte a su nivel.

Edward movió la cabeza como si mis razonamientos fuesen tan validos como el de los niños pequeños.

—Edward…—intenté no sonar desesperada.

—Esto no es por Rosalie, en absoluto—me corrigió—. Tienes razón en decirme que no me puedo vengar de ella a consecuencia de Emmett. Pero permanecer en mi negativa no es un acto de rencor. También estoy pensando en el propio Emmett.

Le estuve observando como si le viese por primera vez. ¿Cómo podía estar pensando en Emmett si no iba a hacer nada?

Sin embargo, no le interrumpí cuando continuó hablando:

—Lo difícil de todo no es el mordisco en sí, sin contar el autocontrol. Lo peor de todo es que si no sale bien, condenaré a Emmett a algo mucho peor que la muerte.

Abrí los ojos, totalmente sorprendida.

¿Acaso había algo peor de la muerte?

Bajé hacia donde se encontraba sus manos y vi que temblaban, debatiéndose para acercarlas a mi rostro y acariciarme; pero se contuvo; siempre lo hacía y yo me desesperaba. No tenía razón. Su rechazo me hacía doler más el pecho que la ponzoña la garganta. Aun así, con los ojos picados a consecuencia de lágrimas inexistentes, decidí seguir escuchando hasta el final.

De alguna manera, Edward captaba mi dolor pero no hacía nada por intentar consolarme. Se metió la mano en el bolso y continuó hablando:

— ¿Nunca te has preguntado si tenemos que pagar un precio por nuestra existencia?—me preguntó en un susurro.

—No—negué. Lo que en realidad no quería decirle, era que cualquier cosa que implicase ser un vampiro era mil veces mejor que aquellos aguijonazos de dolor que me había producido su ausencia.

Si no tuviese ni la mascarilla ni los guantes, se hubiese mordido los nudillos buscando las palabras adecuadas para aquella revelación. Aun así, captaba toda la angustia debido a las arrugas que se habían formado en sus ojos. No iba a ser una conversación agradable.

—Este modo de… existencia no podría considerarse natural. Se nos conceden demasiadas cosas y para ello tenemos que burlarnos de la muerte. Pero tiene que haber un precio por ello. Y es demasiado alto.

— ¿Cuál es el precio, Edward?

Apoyó su pie sobre la pared para tener mayor superficie de apoyo. Como si de un momento a otro se fuese a caer. Tomó aire de manera desesperada y murmuró solemne:

—Desde el mismo instante en el que una gota de sangre se posa en nuestro paladar, todo lo que nos queda de humanos se desintegra. Tenemos que robar vidas para alimentarnos; y a veces vidas humanas. Y eso nos degrada. Sí, tenemos la apariencia y mejoramos gran parte con ello, pero nuestra parte más pura desaparece.

—No lo entiendo—balbuceé como si me estuviese explicando algo demasiado complicado.

—No tenemos alma, Bella—me reveló aquello como si fuese el más terrible de nuestro secreto—. Si muerdo a Emmett y las cosas se tuercen, le habré quitado su alma y no tendrá la más mínima posibilidad de redención.

— ¿Alma?—no podía estar hablando enserio.

La situación no era graciosa en absoluto, por lo que tenía que guardarme las burlas sobre las creencias de Edward para otra ocasión. No entendía de donde venían los escrúpulos ahora. Él y yo siempre habíamos sido creyentes de alguna manera más primitiva y natural que todos aquellos sermones que nos lanzaban los pastores. Aquello del alma me pillaba desprevenida.

Giré la cabeza para toparme con Alice y ésta se limitó a levantar las manos en el aire extendiendo los dedos. ¿Quería decirme cuanto faltaba para el desenlace? Los latidos me martilleaban las sienes.

Intenté no ponerme más nerviosa de lo que estaba. Tenía diez minutos para rebatir todas las creencias sobre el alma de los vampiros.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?—intenté hacerle dudar—. Muchas de las cosas que se decían de los vampiros eran leyendas. Ésta también puede serlo, ¿no crees?

—Tenemos que pagar un precio muy alto por lo que somos, Bella—me dijo con tristeza.

Estaba de acuerdo en el precio que tendríamos que pagar a la larga. Pero no creía que fuese nuestra alma. O por lo menos, después de perder la primera vez a Edward, yo sabía que era perderla. Edward no podía saber de lo doloroso que era. Si tenía tanto miedo sobre esa pérdida era porque no la había sufrido en todas sus ciernes.

Vencí todos los impulsos de la sangre, y midiendo mis movimientos de manera tortuosamente lenta, posé amabas manos sobre su rostro. Quería enmarcar bien mis palabras y que le quedasen completamente claro.

—No creo que te lo creas del todo—insinué—. En el fondo, sabes que hay una pequeña esperanza para todos.

Abrió los ojos, asombrado, como si le estuviese soltando la mayor de las blasfemias. Justo, cuando iba a abrir la boca para hablar, puse un dedo en sus labios para interrumpirle:

—Si crees que no tenemos alma, ¿por qué tú aceptaste desde un principio?—le sonsaqué—. Ya no es sólo porque me convirtieras a mí. Cuando estabas muriéndote de fiebre española, pudiste rechazar la proposición de Carlisle y dejar que todo…—me atraganté al pensar en la palabra morir—. Pero decidiste dejar a Carlisle continuar.

—Bella…

— ¿Por qué?—presioné.

Esperaba una respuesta sarcástica por su parte. Algo así como que estaba tan enfermo que no podía decidir nada. O que no sabía donde se metía.

—Sí sabía cómo iba a proceder Carlisle y en lo que me iba a convertir—agarró con ternura sus dedos sobre mi muñeca para escalar lentamente sobre mi piel y entrelazar éstos contra los míos. Si aquellas palabras me trabaron la lengua, lo que dijo después, me dejó completamente anonadada: — De alguna manera sabía cuáles iban a ser las consecuencias, pero yo no quería morir. A cualquier precio, tenía que volver—acercó peligrosamente sus labios a mi oído y susurró: —Aunque mi corazón hubiese dejado de latir en mi pecho.

En algún momento, sin darme cuenta, la conversación había cambiado de Emmett y Rosalie hacia nosotros. No lo había dicho directamente, pero estaba segura de que me había dicho que él me quería. Nada había cambiado; me hubiese gustado oírlo con esas palabras exactas, pero por ahora, debería bastarme.

Sí, podía tener esperanzas para el futuro.

Mi tono de voz se moduló suavemente y le dije entre susurros:

—No hay nada más cruel que separar a dos personas que se aman. Tal vez, estar en el cielo sea un calvario si su pareja no puede acceder a ello, ¿no crees?

—Puede que tengas razón—admitió—. Pero, si le muerdo y fallo, Emmett morirá sin su alma.

— ¡Pues por eso mismo sé que no fallarás!—le animé—. Porque te juegas demasiado y te importa tu amigo. Como se tiene que quedar en este mundo, tú tienes que hacer todo lo que esté en tu mano para que prevalezca en él. Si él pudiese hablar, te diría que cambiaría el cielo por tener la oportunidad de estar con Rosalie.

—Edward, lo que dice Bella es cierto—intervino Alice—. He visto todas las probabilidades y Rosalie y Emmett están juntos en todos los futuros. Pero has de ser tú quien lo haga posible.

Dejó de mirarme, para fijarse en la pequeña figura que se había quedado rezagada detrás de nosotros.

—Todos los futuros—murmuró.

—Sólo se trata de un pequeño mordisco; lo demás vendrá solo—canturreó oliéndose la victoria. Casi podía ver como se iba a poner a dar saltos por la sala.

Y tenía razón. Edward pasó de la duda a la determinación, brillando sus ojos con ello.

Con delicadeza, apartó mis manos de su rostro y se alejó hacia la mesa de operaciones.

—Bella—me nombró—. Necesito que me hagas un favor muy importante.

—Por supuesto.

—No te quiero en esta sala. Necesito que salgas. No podré hacerlo si tú estás aquí.

Quería entender su proceder. Me pondría nerviosa al recordar hechos demasiado recientes. Y aun así, me era imposible albergar sentimientos de rechazo y dolor.

Quería protestar, pero Alice no me dejó:

—Bella, todo esto será muy reciente para ti. No te conviene—y luego se volvió hacia Edward—. Yo estaré aquí para apoyarte.

—Gracias—le contestó éste.

Alice se dirigió al armario donde estaban guardados los medicamentos, y se disponía a coger el pequeño frasco de morfina cuando Edward se lo prohibió:

—No es buena idea, Alice—le explicó—. No le servirá para nada.

—Oh—dejó el bote en su sitio y luego se volvió de nuevo a mí: —Bella, sé que estás impotente por no poder estar, pero es lo mejor para Emmett y Edward.

—Ya sé cómo puedes ayudarnos, Bella—interrumpió Edward mirando a través de mi hombro, para luego dirigirse a la persona que estaba detrás de mí: —Lárgate de aquí, Rosalie.

No me giré al oír su respuesta. Era dura y exigente:

—Tengo que quedarme con él. Me necesita.

—No, ahora mismo a ti no te necesita. Cuando se muerde a alguien y sufre el dolor estamos solos en esto y tú no puedes hacer nada. Después, sí podrás estar a su lado. Ahora lo único que conseguirás, es ponerme nervioso a mí.

—Pero… —intentó replicar pero Edward y Alice la amenazaron gestualmente.

Y otra vez, comprendí el papel que volvía a jugar. Me hubiera gustado tener un tiempo más de experiencia vampírica para quedarme con él.

No podía hacer otra cosa que agarrar a Rosalie por el brazo y empezar a arrastrarla para sacarla de la sala. Ser neófita también tenía sus ventajas.

—Vamos, Rosalie—me sorprendí de lo fácil que me costaba tirar de ella y que casi no cediese en el esfuerzo—. No nos necesitan. Será mejor que subamos y te prepare un baño de agua caliente.

—No—me contradijo señalando la puerta de salida con la cabeza—. Será mejor que salgamos a estirar las piernas. Tú lo necesitas.

Por el rabillo del ojo, la última imagen que vi antes de salir completamente de aquella sala, fue la boca de Edward se acercaba peligrosamente a la yugular de Emmett.

.

.

.

—Desde el mordisco a que la ponzoña se extienda deben pasar cinco minutos—hablaba para ella sola—. ¿Ya han pasado los cinco minutos?

No era capaz de consolarla; por lo que lo único que hice era estar sentada en la nieve mientras observaba como el vaho que iba saliendo de su boca cambiaba de forma con sus palabras.

—Ya debería haber pasado algo—daba vueltas de un lugar a otro.

—Confía en Edward—era un inútil esfuerzo por consolarla—. Tal vez, no todos los cuerpos humanos responden al mismo tiempo al estimulo de la ponzoña.

Era la menos indicada para decir eso. Se suponía que era la nueva y la única oportunidad que tenía para ver como se convertía alguien en vampiro, el instinto sobreprotector de Edward se inmiscuía.

De alguna manera, tenía que aparentar estar tranquila. No quería dar la alarma a Rosalie sobre una neófita desbocada.

Le sugerí algo trivial para distraernos ambas de nuestras inquietudes:

—Sería mejor que te dieses un baño.

No estaba segura de que se hubiese relajado, pero parte de su posición de alerta se había disipado. Incluso, se permitió estirar sus labios como si se esforzase en sonreír.

—Debería quitarme la sangre—admitió—. No es fácil para ti, ¿verdad?

—No lo es.

Me sorprendió que se sentase a mi lado y mirase fijamente en el mismo punto que yo lo estaba haciendo. Meses antes, no me hubiese creído que Rosalie Hale me tratase como una igual.

—En realidad no te he hecho las cosas fáciles en ningún aspecto desde que llegaste aquí.

"No, no lo has hecho", pensé para mis adentros, pero me abstuve de decirlo en voz alta y la disculpé:

—Te debió venir todo muy de repente. Fue demasiado precipitado y ocupé parte de tu espacio y posición en la que consideras tu familia.

Se mesó el pelo y continuó:

—En realidad, es más que eso, Bella—me explicó—. Mi comportamiento contigo ha sido deplorable y tú me has hecho, lo que puede ser, el favor más importante de mi existencia. No te creas que esto va a cambiar las cosas—giró su cara para mirarme fijamente—. No creo que podamos ser intimas. No tengo el temperamento de Alice y tú no eres el prototipo de persona con quien yo me relacionaría en el pasado. Digamos que no congeniamos para nada. Por no hablar de que Edward y yo somos como el agua y el aceite. Ya has visto que no podemos estar solos en una sala sin discutir a los cinco minutos. Y quieras, o no, tú siempre estarás predispuesta a tomar partido por él.

—Eso ya lo he visto. Pero, ¿por qué esa rivalidad con Edward?—quise saber.

Se contuvo para no reírse a carcajadas:

—A ti te parecerá muy estúpido. Pero, yo fui educada para ser superficial y banal. Y creo que esa fue la causa por la que estoy aquí—dibujó líneas inconexas en la nieve—. Eso ya no importa por ahora. Lo que te quiero decir, que necesitaba destacar en algo, y me llevé a esta vida… existencia, mi belleza. Es mi seña de identidad y no puedo esconder el orgullo que me invade cuando mortales e inmortales se embelesan cuando me ven pasar. Y todo iba bien, o menos mal de lo que se puede sobrellevar esta existencia; y un día Carlisle y Jasper vuelven de la guerra y traen con ellos al nuevo miembro de la familia. No puedes imaginar cual fue mi impresión cuando descubrí que él era mucho más hermoso que yo. Todos mis esquemas se hicieron pedazos bajo mis pies. El nuevo me había arrebatado mi papel en mi familia.

Tuve que ocultar una sonrisa de satisfacción. Si alguien como Rosalie tenía que admitir lo hermoso que era Edward, era que mis sentimientos por él no me restaban objetividad. Aún no había visto un vampiro que le igualase.

Me callé para no mortificarla más.

—Pero lo peor de todo, fue ver como no se conmovió con mi belleza—soltó una carcajada al percibir la sorpresa en mis rasgos—. No te equivoques. No quería nada con él. Sencillamente, quería tener el mismo efecto que con los demás. Y lo único que conseguí de él fue un gesto de desprecio calcado en sus palabras: "Estás muy equivocada conmigo si crees que con una bonita sonrisa y un par de contoneos vas a conseguir que yo te respete"—imitó su voz a la perfección—. En aquel instante creí que podría llorar. No era lo peor que me hubiesen dicho o hecho, pero la forma de decirlo y la ausencia de emoción en la voz… fue completamente humillante. Y supe que no habría tregua entre él y yo.

—Edward puede ser muy cruel cuando se lo propone—le di la razón.

Y sobre todo, con personas banales y superficiales como la misma Rosalie. Odiaba tanto a esa clase de gente.

—No hace falta que me lo jures. Debo admitir que yo tampoco se lo puse fácil a él. No me extraña que acabásemos así.

—Dale tiempo—le pedí. Tal vez la presencia de Emmett suavizase asperezas entre ellos.

Jugueteó con las motas de nieve mientras negaba con la cabeza.

—Nos hemos dicho cosas tan hirientes que no creo que podamos poner una bandera blanca en nuestra relación de hermanos. En parte, ahí tuviste tú la culpa—me sobresalté al escuchar sus palabras—. Yo rechacé estar con Emmett por la sencilla razón de no querer esta clase de existencia para él. No quería que se congelase. Pero cuando me enteré que se había casado contigo—apretó los puños con fuerza—, sentí como si me hubieseis traicionado. No tenía derecho, lo sé, pero, en el fondo, me hizo ver que yo quería que Emmett fuese feliz conmigo.

—No era un matrimonio de verdad—le recordé. Y de paso también le recordaría lo de los papeles del divorcio.

—Soy consciente de ello. Pero no podía evitarlo. Ahora sólo espero que no sea demasiado tarde.

—Se va a salvar.

—No. No es eso, Bella. Quiero decir que lo sea para nosotros dos. Para una oportunidad. Tú le podías dar cosas que yo no, y tengo miedo a que se haya rendido conmigo y se haya fijado en ti.

Tuve que esperar un momento, demasiado largo para mi gusto, asimilando la información que me daba Rosalie. ¿Emmett enamorado de mí?

¿Debería explicarle que si se encontraba en aquel estado era, precisamente, porque, en cinco años no había hecho otra cosa que buscarla con ahínco? ¿No podía darse cuenta de lo mucho que él la quería? Sólo esperaba —si todo salía bien— que no metiese la pata y la llamase Rachel o cualquier nombre que empezase por r y no fuese el suyo.

—No es tan extraño—adivinó mi pregunta no formulada—. Tienes muchas cualidades y eres…—se le trabó la palabra—hermosa. No es la clásica belleza, pero tienes algo que te hace muy llamativa—admitió—. Reconoce que había muchas probabilidades de que eso sucediese.

Si no hubiese estado tan cegado por el gran amor que la tenía, tal vez hubiese sido una opción. Era algo que ellos dos tenían que aclarar.

—Hum—hice como si tuviese que pensármelo—. Yo creo que lo nuestro no hubiese funcionado, Rosalie. Tú tienes una gran ventaja sobre mí que hace que Emmett apueste por ti.

— ¿Cuál?—me preguntó sorprendida.

Me puse seria para que fuese un momento solemne:

—Eres rubia. Y Emmett se derrite por las rubias.

No pudo mantenerse seria mucho más tiempo. Sólo con estirar un poco más el labio, sus carcajadas saltaron.

Increíble. Yo había conseguido que Rosalie se riese de manera feliz y que me contagiase con su espíritu riéndome con ella.

Admití, con cierta envidia, lo bonita que era cuando se mostraba tan humana. Mucho más que mostrándose como una diosa glacial. ¿Qué era lo que no veía Edward?

Desde aquel instante, se creó un vínculo entre nosotras. No seríamos grandes amigas. Éramos tan diferentes y chocábamos tanto en nuestras opiniones y caracteres; no eran complementarios como podría ser con Alice.

Ella creía que nuestra condición la limitaba y se odiaba por ello. Yo tenía esperanzas y proyectos que mis limitaciones no me prohibirían hacer. Sólo me aterraba no estar segura si tendría que enfrentarme sola.

Rosalie no me aceptaba como su más intima amiga, pero se daba cuenta que, ahora, pertenecía a su familia. Y ella me sería leal, pasase lo que pasase.

Nuestras risas se interrumpieron cuando oímos un grito desgarrador procedente de la casa. Estaba segura que salía de una garganta humana, pero era demasiado espeluznante para serlo.

Ninguna de las dos nos paramos a pensarlo dos veces. Por inercia, nos levantamos del suelo y corrimos en dirección a la sala de operaciones. Yo era más rápida que Rosalie, por lo que llegué antes a la puerta. El grito había sido sustituido por jadeos intermitentes y bastante costosos.

No estaba para delicadezas, y bruscamente abrí la puerta, sintiendo como la sangre —metafóricamente hablando— se me bajaba a los pies.

El primer vistazo fue muy confuso.

Emmett se estaba moviendo de forma espasmódica y compulsiva sobre la mesa. No había abierto los ojos pero por su boca soltaba un nuevo vocabulario de blasfemias que jamás había oído.

En frente de la mesa, se encontraba un Edward, aún más pálido de lo que ya era habitual, completamente estático. Como si estuviese en estado de shock.

Me hubiese acercado a él si el brillo escarlata de sus ojos no me hubiese dado un vuelco el corazón.

Seguía tratándose de Edward, pero daría lo que fuese porque el color de sus ojos fuese ambarino. El rojo le daba un aspecto siniestro.

Al parecer no era capaz de responder a ningún estimulo, hasta que Alice le dio unas palmaditas en el hombro, y, tímidamente, la miró.

—Edward—le llamó la atención en un susurro.

— ¿Qué ha ocurrido?—le preguntó tímidamente—. ¿Ha salido algo mal?

Alice negó con la cabeza y dibujó una enorme sonrisa.

—No, Edward… ¡mírame!—le giró la cabeza para que la mirase y luego arrastró las palabras—. Lo has mordido y el cambio se va a producir.

— ¿Eso es bueno?—aún estaba inmerso en la incredulidad.

— ¡Edward!—le tuvo que sacudir Alice—. Es muy bueno. ¿No lo entiendes? ¡Lo has conseguido! ¡Tú le has salvado!

Le puso los brazos sobre su cuello para abrazarle y empezó a dar saltos. No me explicaba cómo alguien tan pequeño podía tener tanta energía acumulada. Lograba cansarme. Posiblemente, éste hubiese sido un día muy largo para mí.

— ¡Oh, Dios!—sólo me di cuenta de la presencia de Rosalie cuando gimió aquellas palabras.

Sus piernas habían perdido toda su fortaleza y eran incapaces de sostenerla, por lo que se deslizó hasta el suelo, cayendo de rodillas.

Jadeaba como si le faltase el aire y sus gemidos tenían una extraña mezcla de histerismo y euforia.

El único que no acababa de reaccionar del todo era Edward.

— ¿Va a salir adelante?—balbuceaba—. Toda esa sangre…

— ¡Pues lo has hecho!—la aseguró Alice—. Va estar bien y todo gracias a ti. ¡Y sólo has tenido que beber un cuarto de litro de sangre para hacerlo!

— ¡Oh!—gimió éste. Si no hubiese sido porque Alice le estaba sujetando, él también hubiese caído redondo al suelo.

Rosalie incrementó su risa, aliviando toda la tensión que había acumulado hasta el momento crucial.

No pude evitar reírme con ellos. Estaba tan orgullosa de él. Pero dudaba si sumarme a la danza de la victoria de Alice o dejarme caer como Rosalie. No creía poder estar de pie mucho más tiempo.

—Bueno—oímos detrás de nosotros el inconfundible acento sureño de Jasper—, creo que nos hemos echado una carrera para nada. Al parecer, todo está resuelto.

Todos nos dimos la vuelta para ver a un Carlisle y Esme completamente anonadados, observándonos detenidamente, uno por uno, hasta que sus ojos se posaron en Emmett y su camilla. Y entonces comprendieron. No había rastro de Tanya y su aquelarre. Mejor.

Edward leyó los pensamientos de Carlisle y le soltó, irritado:

—Si tú y tu puntualidad inglesa os hubieseis puesto de acuerdo, no hubiese tenido que tomar medidas tan precipitadas.

El aludido se fijó en Edward y el nuevo color de sus ojos, y se permitió una sonrisa.

—Pues yo creo que te las has arreglado bastante bien tú solo—le replicó alegremente—. No teníamos intención de habernos alejado tanto. Pero las mejores presas estaban más al sur.

Edward contuvo un gruñido mientras cambiaba de los brazos de Alice a Esme, quien se esforzaba por confortarle con caricias maternales y palabras cariñosas. Unos pocos mimos no le vendrían mal. Se los había ganado.

Ni siquiera se molestó en tomar las constantes a Emmett. Todos podíamos percibirlas sin la necesidad de ningún aparato.

Se limitó a ayudar a levantarse a Rosalie del suelo y pasarme un brazo por el hombro para acercarnos a ambas a su cuerpo y sujetarnos.

Su pecho estaba hinchado debido al orgulloso que se sentía por Edward. No necesitaba a Jasper para saberlo.

—Edward, no puedes hacerte a la idea de lo mucho que espero de ti—le comentó feliz.

Éste puso los ojos en blanco mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Esme.

.

.

.

Aire fresco y sangre de un tercer oso. Mi sed se había amortiguado y mi estado de ansiedad continúo rebajado.

Nada podría sustituir al delicioso olor de la sangre humana. Y una vez que la había olido —y casi probado— los animales serían insulsos y malolientes. Pero tenía que vivir con las consecuencias de mi decisión de no ser una asesina.

Una vez que Carlisle se había asegurado que Emmett iba a salir adelante, y que Edward y Rosalie iban a colaborar sin arrojarse al cuello el uno al otro —aunque Esme se puso de árbitro entre los dos—; decidió encargarse de mí y llevarme a cazar.

"Has pasado demasiado para ser tan joven. Necesitas beber", me había recomendado. Y se dispuso para acompañarme a cazar.

Edward me lo había aconsejado también. Intuí que no quería que estuviese allí. La conversión de Emmett podría aflorar en mí recuerdos de mi conversión. Le tenía que dar la razón esta vez. No era nada agradable ver y oír el sufrimiento de Emmett mientras pensaba que se estaba quemando y Rosalie hacía esfuerzos extraordinarios para sujetarle y que no se hiciese daño.

Y con sus cuidados, aun pude escuchar el desagradable sonido de algún hueso rompiéndose.

Definitivamente, agradecí que Carlisle tuviese que cazar y me llevase con él.

Pero, al ver que después de tres alces y dos grandes osos, y mi ropa se desquebrajase y se llenase de sangre y polvo, él no hubiese cazado nada, me hizo sospechar que no sólo quería asegurarse de controlar mi sed.

Estábamos alejados varios kilómetros al sur. Como si quisiese estar seguro de que nadie pudiese oír lo que hablásemos o pensásemos. Sobre todo, esto último.

— ¿Estás segura que no necesitas más?—inquirió sentado cómodamente sobre una roca, hermoso como el dios Zeus.

—No estoy segura—contesté balbuceante—. Me siento llena pero siempre que voy a cazar un animal, quiero más.

—Toma lo que necesites, Bella—me tranquilizó—. Has pasado una dura prueba. Todos estamos agotados, pero tú lo has tenido que notar más.

— ¿Cuándo pasará?—pregunté preocupada—. Me refiero al dolor y la quemazón. Es insoportable pasar toda la existencia así.

Carlisle sólo me pudo conceder una sonrisa condescendiente.

—Me temo que eso es algo con lo que tengamos que vivir—me aclaró sinceramente—. Lo único que te puedo decir es que, a partir del año, todo será mucho más llevadero. Habrá otras cosas que se harán prioritarias y la sed se irá aparcando, aunque nunca desaparezca del todo.

Eché un vistazo a mis ropas convertidas en harapos.

—Parece difícil de creer.

—Sucederá—me aseguró y luego se puso serio—. Hoy has demostrado tu fortaleza, Bella.

— ¿Yo?—si hubiera tenido sangre en mi boca, la hubiese escupido—. Para nada. Casi mato a Emmett y en el intento, insulto a Edward y muerdo a Jasper.

Aún tenía remordimientos por el pobre Jasper, aunque él me había asegurado que estaba bien y que había tenido que lidiar situaciones peores.

—No has sido el primer neófito al que Jasper se ha enfrentado. Está hecho de una madera muy especial. Y yo creo que, a pesar de tus impulsos asesinos, has contribuido mucho a la conversión de Emmett.

—Yo sólo hablé con Edward para que lo hiciese. El merito es sólo de él.

—Y eso es la clave, Bella. Sólo te ha escuchado a ti, porque le importa lo que piensas y lo que sientes. No te lo demuestra porque está muerto de miedo, pero te ama. Te ama muchísimo. Ha arrastrado todo ese amor desde su vida humana y ahora se ha intensificado.

—Él me ama—apenas podía creer lo que Carlisle me estaba diciendo. Él era demasiado integro para mentiras piadosas.

—Sí—afirmó rotundo—. Sé cuál es la respuesta, pero te lo preguntaré. ¿Tú le amas a él? Lo siento; creo que aún estás confundida y tus sentimientos están en ebullición como en una olla.

—No—le contradije—. Tal vez algunas cosas estén muy difusas, pero yo también me he llevado el amor que siento por Edward a esta vida. Pondría mi mano en el fuego por ello.

Se limitó a asentir como si confirmase una teoría.

—Los sentimientos en los de nuestra especie son mil veces más intensos y duraderos que los humanos—me explicó—. No hace falta que Edward me diga nada. He visto cosas que…—meneó la cabeza—. Eso será mejor que lo hables con él. Pero necesita estar seguro de lo que quiere ser y de su lugar en el mundo para que pueda reclamarte como su pareja.

— ¿Y qué podemos hacer?

—Lo he estado divagando mucho, pero, desde el mismo instante que le vi convertirte, supe que no me había equivocado y que esto lo encauzaría. Pero necesito tu ayuda para que comprenda.

—Por eso me has llevado al bosque con la excusa de la caza—comprendí—. No querías que Edward escuchase lo que tenías que decirme. Y aun mi escudo no es lo suficientemente estable como para usarlo.

—También me gusta pasar tiempo con mi hija más reciente. Es bueno estrechar nuestros lazos, ¿no crees?

—Por supuesto—repliqué.

Sólo que a mi verdadero padre no me lo comería con la mirada.

—Aún es muy pronto, y de verdad que no lo pretendo, convertirme en un padre para Edward. Tengo un vínculo especial, porque me hubiese gustado haber tenido un hermano pequeño como él. Y no sólo es en el plano afectivo. En toda mi existencia, no he tenido un compañero de trabajo tan entregado. Congeniábamos a la perfección. Estaba destinado a convertirse en un médico brillante. Vocación y espíritu firme. Pero cuando tuve que salvarle y convertirlo, al parecer, toda esa magia amenazó con desvanecerse y no había forma de volver a sacarla a la luz. Y entonces, vienes tú y una chispa se enciende. Parte del antiguo Edward vuelve a resurgir. Y eso lo has desencadenado tú. Tienes el merito de empujarle al agua y que se atreviese a meter un pie. Ahora necesita un empujón más fuerte para lanzarle al agua y que salga nadando.

Carlisle tenía razón y comprendía a donde quería llegar con esto. Pero significaba sacrificio y sólo de pensarlo, el estómago me dio punzadas. No estaba segura de cuanto sería capaz de aguantar.

Había algo que podría arrojar algo de luz. Los recuerdos humanos empezaban a ser borrosos, pero aún había claroscuros en ellos. Sobre todo, en los menos agradables.

Uno de ellos era algo que Elizabeth me había entregado.

Algo que había llegado para Edward y él no estaba para recibirlo. Su madre me lo dio a mí para que se lo entregase después de volver de la guerra. Le haría más ilusión recibirlo de mis manos.

Y después… todo oscuro. Nunca entendí por qué conservé aquella carta, pero lo hice.

E iba a ser la solución a todos nuestros problemas.

—Entonces…—musité.

—Edward quiere encontrarse a sí mismo; tú quieres una pareja estable; y yo quiero un socio y amigo con quien dirigir mi consulta al cabo de unos años. Puedo esperar.

—Creo que tengo la respuesta en mi cuarto—confirmé.

Capítulo 25: Big Bear Brother Capítulo 27: Plus que ma propre vie

 
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