—Sé que Tanya te habrá dado la bienvenida en nuestro nombre, pero te lo volveremos a dar—Carmen estrechó sus manos entre las mías de manera afable y sincera—. Siempre que necesites algo, no dudes en acudir a nosotros.
Era una frase de cortesía, pero su tono de voz me convencía de su sinceridad.
Carmen y Eleazar eran diametralmente opuestos a Tanya.
Morenos, su piel marmórea con un cierto tono oliváceo muy acorde con sus ojos dorados, rostros expresivos, más bajos y corpulentos que Tanya.
Poseían modales amables y sencillos sin rozar la excentricidad de su jefa de clan. El único gesto meramente audaz que se permitió fue darme un par de besos, aunque aquello era un saludo muy típico de la tierra donde venían, España.
—Gracias—le contesté en un susurro. Me llamaba la atención su marcado acento latino.
Habían sido amigos de Carlisle, cuando éste había pasado una temporada en Italia, y se habían ido junto en busca de nuevos lugares que visitar, hasta que fueron a Denali y Carmen y Eleazar decidieron quedarse en el hogar de Tanya y sus hermanas. Por el contrario, Carlisle continuó viajando por todo Estados Unidos, de hospital a hospital, hasta que encontró a Esme y decidieron empezar a fundar una familia hasta llegar a su último miembro, yo.
Tanya había sido muy amable, permitiéndonos asentarnos por un tiempo en sus tierras para pasar mi primer periodo de adaptación a mi nueva vida, pero, a la larga, un gran grupo de doce vampiros se harían de notar ante la escasa población humana. En cuanto me sintiese preparada para convivir con los humanos, tendríamos que ir buscando un nuevo hogar.
Aquello me producía vértigos. No porque no me sintiese capaz de enfrentarme a la sed cuando estuviese relativamente cerca de los humanos; creía que tenía dominado aquel tema, aunque Carlisle me había advertido de aquella falsa seguridad. Aun no había pasado la prueba de fuego, a pesar de reconocer que mi evolución era rápida. Ahora que tenía demasiado tiempo, aquel factor carecía de importancia.
Lo que realmente me preocupaba era el momento de tener que enfrentarme a Edward y dejar clara nuestra situación.
Temía, que una vez estuviese preparada para el mundo, él se diese por contento y se instalase lejos de mí.
Mi fortaleza vampírica no me servía de nada ante el pensamiento que todo hubiese cambiado para él. Nuestras mentes eran mucho más complejas y nuestros sentimientos también. Pero había cosas, que desde siempre, habían estado cimentadas en mí y, por mucho que hubiese evolucionado, no cambiarían jamás. Seguiría amando a Edward con cada fibra de mi ser hasta el final.
Pero si él no me correspondía, ¿cómo iba a poder sobrellevarlo durante toda la eternidad?
Él no parecía compartir mis temores; se encontraba charlando tranquilamente con Tanya, quien, con demasiado descaro, le susurraba al oído cualquier palabra lo suficientemente divertida para que soltase una carcajada.
Le conocía bastante bien como para saber los distintos tonos de risa de éste. Aquel era que se lo estaba pasando bien, pero que no tomaba en serio las pretensiones de la bella vampira.
Incluso, en un par de ocasiones, Edward puso, de manera delicada pero firme, su mano sobre la mesa cuando ésta se dirigía a algún sitio poco decoroso de su anatomía.
—Contrólate—le riñó con un tono inflexible.
Tanya bajó su mirada como si se tratase de una niña pequeña pillada en una travesura. Pero aquella vergüenza era calculada y fingida. Después de pocos segundos, ella se echó a reír de la manera más tonta posible.
Mi mente estaba tramitando todas las maneras posibles de pararla en seco, y algunas de ellas eran demasiado vulgares para alguien que se suponía que era una dama. Era una suerte que Edward no pudiese leerme la mente en esos casos.
Cuando estaba a punto de avanzar hacia donde ella se encontraba para empezar a dejar constancia de los límites que debía respetar, alguien presionó mi hombro y, volví a la realidad de golpe. Aquello fue tan súbito que no pude controlar un grito y aferrarme con fuerza a la camisa de alguien.
Me tranquilicé, en parte, cuando sentí que me acariciaba la cabeza.
—Bella, no pasa nada—me di cuenta que se trataba de la voz de Edward. Supuse que se había levantando, corriendo hacia mí cuando me asusté—. Sólo se trata de Eleazar—me susurró dulcemente. Levanté la cabeza y me topé de pleno con sus ojos dorados que daban a su rostro una inflexión tierna—. Él quiere hablar contigo—aquel tono de voz me recordaba al mismo que usaba cuando éramos pequeños y él me tranquilizaba en las noches de tormenta.
Incluso yo había hecho el mismo gesto de agarrarle de la camisa con ansiedad y acurrucar mi cabeza sobre su hombro.
Reaccioné tarde al darme cuenta que había tenido un gesto infantil, del cual sólo me di cuenta cuando una oleada de tranquilidad invadió mi cuerpo y me ayudó a relajarme. Eché la mirada hacia atrás y observé que Carlisle estaba de pie, oscilando su mirada desde una ansiosa Esme hasta un Jasper totalmente concentrado. Él había vuelto a manipular mis emociones.
Alice agarró la mano de su marido y sonrió tranquila a Carlisle.
—No va a pasar nada—les tranquilizó—. No he visto a Bella atacar. Sólo le ha pillado desprevenida el gesto de Eleazar.
Recordé el carácter inestable de los neófitos y cualquier gesto fuera de lo común tendría un significado agresivo.
Aun así, Carlisle sólo se sentó cuando le sonreí para tranquilizarle.
Me volví hacia Edward y, poco a poco, me solté de su camisa.
—Estoy bien—le aseguré.
Me hubiera gustado echarle en cara que todo esto no hubiese ocurrido si él no me tuviese en aquel estado de alerta. Antes de escuchar nada de él, le di la espalda y me encontré con Eleazar, que me sonreía abiertamente, y me ofreció su mano.
Por su respiración, sabía que Edward no se había movido de allí, aunque había consentido en soltarme. Posiblemente querría asegurarse de que no me diese un nuevo ataque de pánico.
—Lo siento—me disculpé con Eleazar cuando estreché sus manos entre las suyas.
—No tienes porque, Bella. ¿Te gusta que te llamen Bella?—asentí y él continuó: —Eres una criatura, hablando desde el punto de vista vampírico. Es normal este tipo de distracciones.
— ¿Distracciones?
Él ignoró mi pregunta y empezó a preguntarme cosas banales sin soltarme las manos:
— ¿Cómo llevas vivir en una tierra tan inhóspita como Alaska cuando eres de Chicago y has vivido casi cuatro años en Paris?
—Bueno, Chicago en invierno no es muy diferente de esto—le contesté de manera amena—. También hace mucho frío. Supongo que Edward te lo habrá contado.
Desde que estaba aquí había adquirido la costumbre de tutear a las personas. Me era natural, se trataba de mi familia.
Eleazar se rió de buena gana.
—Edward odia Alaska con todas sus fuerzas—me comentó divertido—. Daría su mano derecha por volver a Chicago.
—Creo que me conformaría con un lugar donde cuando no nieva, llueve, y seis meses es completamente de noche—intervino éste sarcástico. Edward adoraba el sol y no poder tomarlo libremente le coartaba mucho.
Eleazar continuó haciéndome preguntas corteses:
— ¿Qué me dices de Paris? ¿Acaso no es la ciudad de la luz y el amor?
—Cierto. Es increíblemente luminosa—contesté—. En cuanto al amor… bueno, cuando se está sola Paris no es la ciudad más alegre del mundo—fui bajando la voz hasta que casi no se me pudiese oír.
— ¡No te preocupes, Bella!—exclamó alegremente dándose por aludido—. No tenía pensado ir solo—se giró para guiñar un ojo a Carmen y ésta le correspondió con una gran sonrisa.
Tanya también intervino en la conversación:
—Yo no creo que sea tan malo viajar sola; y mucho menos a Paris. Con la cantidad de maridos infieles y bohemios que hay sueltos, tendría energías para un año entero—empezó a juguetear con un mechón de su cabello—. Tendré que empezar a preparar un viaje—luego soltó una carcajada muy similar al tintineo de una campana y se volvió hacia Edward de forma descarada—. ¿Por qué no me harías el favor de hacerme feliz, Eddie?—odiaba el tono lánguido, falsamente inocente, con el que subrayaba "Eddie".
Lo peor de todo era con la tranquilidad que Edward se tomaba el asunto.
Contuve muy mal un resoplido; Eleazar me sonrió comprensivamente:
—Edward no es el único a quien da ese tipo de atenciones—me explicó—. Carmen tiene que lidiar todos los días con el coqueteo de tres súcubos. Alguna ventaja tenía que haber al ser el único varón entre tanta mujer hermosa…—Carmen carraspeó para que no continuase con el tema—. Lo que quiero decir, querida niña, que vas a tener que hacer un gran esfuerzo con tus impulsos. Son mucho más intensos que cuando eras humana. En lo peor… y en lo mejor—se guardó una sonrisa para sí.
Me extrañaba mucho que mientras estuviese hablando no me hubiese soltado ni una sola vez. Su mirada era penetrante; como si quisiese mirar por debajo de mí. Me sentía cohibida, y él debió notarlo por el tipo de preguntas triviales que me hacía.
—No, lo siento. No conozco tu país—le respondí cuando me preguntó si había visitado España—. Creo que lo más cercano a España que he estado, ha sido a dos palcos por detrás del rey en la ópera de Paris. Creo que fue Aida.
— ¿Qué te ha parecido?
—No intercambié ninguna palabra con él. Estaba muy entretenido hablando con la cantante principal. De todas formas, me pareció un hombre muy triste. Lo vi por sus ojos.
—No me extraña—me comentó—. Tiene una buena y se le avecina una mucho peor. España parece un polvorín. Es una pena, creo que estos tiempos no son buenos para viajar a mi país.
—Me gustaría visitarla—le dije con sinceridad—. Aunque tenga que verla de noche. Hay demasiado sol.
— ¡Oh, no!—se rió con ganas—. Eso es depende de la zona donde quieras ir. Por el sur sí lo hay. Pero el norte de España es parecido a Denali. Salvando distancias, claro.
Por fin me soltó, y se rascó la barbilla pensativo, y sin dejar de mirarme.
—Interesante—murmuró—. Esto es de las cosas más extrañas con las que me he encontrado. Y eso que llevo unos cuantos siglos en las espaldas.
— ¿Qué has podido ver, Eleazar?—intervino Carlisle realmente intrigado.
Tenía que haberme dado cuenta que aquella visita no sería del todo de cortesía. Carlisle había tenido un interés excesivo en la visita de Tanya y su familia no sería del todo de cortesía. No necesitaban hacer una presentación formal, aunque quisiesen mantener las apariencias.
Tenía que haber supuesto que intentaría averiguar el motivo por el que Edward no podía leerme la mente.
Y no era el único, aunque, seguramente, Edward le habría disuadido para actuar antes.
Pero si Eleazar iba a despejarnos todas las dudas, estaba equivocada.
Echó una mirada significativa a Carlisle y éste comprendió:
— ¿Prefieres hablarlo a solas conmigo?—intuyó.
Eleazar asintió ante mi estupefacción.
Si todo se desarrollaba a mi alrededor, me gustaría saber qué clase de problema había conmigo; pero viendo como todos, a excepción de Carlisle y Eleazar, se empezaban a dispersar del salón, se me obligaba a salir de allí también.
—Bella—me apremió Carlisle al ver que no me había movido aún—. No es nada malo—me intentó tranquilizar—. Cuando Eleazar me explique lo que pasa, te aseguro que lo sabrás.
—Pero…—iba a protestar cuando me puso su dedo en mis labios para callarme.
Después desvió sus ojos hasta un punto determinado. Los seguí con la mirada y me topé con Edward, arrastrado por Tanya, saliendo de la casa.
Comprendí lo que planeaba y sin más replicas por mi parte, me subí a mi habitación.
Lo más llamativo de ésta —sin contar las paredes compuestas de maderas claras y cristal, para retener la escasa luz del exterior en la casa— era aquella enorme cama. Un adorno bastante voluminoso, aunque lo agradecía.
Me gustaba leer en la cama y Reneé nunca me lo había permitido porque lo consideraba poco educado.
Cogí el libro de la mesilla —Jane Eyre— y me tumbé, intentando relajarme, leyendo letras a las que no lograba entrelazar para que formasen palabras. Mantuve las manos ocupadas, quitándome la sencilla coleta y enredando mechones sueltos en mis dedos.
Me di cuenta que ya no estaba sola, debido al ruido de pasos que se dirigían hacia mi habitación y al olor que me llegaba, el más familiar de todos —una extraña mezcla de lilas, miel y rayos de sol—; al saber de quién se trataba, ya no me sobresalté como meses antes, e intenté seguir manteniendo los ojos en el libro.
Un esfuerzo demasiado inútil. Su presencia me llamaba como cantos de sirena; fui incapaz de permanecer sin posar mis ojos sobre él y sonreír como si me tratase de una colegiala. Cuando los ojos de Edward se encontraron con los míos, después de evaluarme gustosamente, me devolvió la sonrisa.
Me hubiese ruborizado si aún fuese humana; sobre todo, al saber su opinión sobre las mujeres con pantalones.
—Te sientan muy bien—me alabó con un brillo extraño en los ojos—. Estás increíblemente arrebatadora con ellos.
Hice un esfuerzo sobrehumano para no volver la cabeza hacia el libro. No podía ruborizarme, pero sentía un calor creciente por la zona de las mejillas y detrás de las orejas. Tenía que ser totalmente algo psicosomático.
—Son realmente cómodos—fue mi respuesta mientras me estiraba la tela de las piernas—. Empiezo a entender porque los hombres sois los que domináis el mundo.
— ¡Hum!—fingió que se lo pensaba—. Si esa teoría es lo que te hace tan feliz, te lo concedo. Los hombres gobernamos porque nos sentimos muy cómodos con nuestra ropa. Así que ya sabéis, en lugar de tantas huelgas de hambre por el sufragio femenino, deberíais poneros nuestros pantalones. Creo que en cuanto os viésemos lo seductoras que estáis con ellos, seguramente os dejaríamos hacer lo os diese la gana.
Se empezó a reír al ver que ponía los ojos en blanco.
Si realmente el tema de la igualdad entre hombre y mujer fuese tan fácil de resolver. Pero aquel debate no era el tema que quería abordar con Edward. El mundo no se pararía por mis sentimientos; pero mi mundo tenía que empezar a centrarse.
No tuve más que dar dos palmaditas en la cama para que él, sin verle asentir, se sentase rápidamente a mi lado. La velocidad a la que lo hizo no me sorprendió, pero sí el gesto de cogerme la mano y entrelazar sus dedos entre los míos.
Aquello hizo que el calor se extendiese por todo mi cuerpo y sintiese palpitaciones por mi pecho.
Era como si hubiese retrocedido en el tiempo y tuviese la misma sensación de tener mariposas revoloteando por mi cuerpo, al igual que cuando tenía dieciséis años y empezaba a darme cuenta que mi sentimiento hacia Edward no era, en absoluto, fraternal.
Me agradaba a la vez que me confundía. Me daba la sensación de que nada había cambiado entre nosotros, cuando, repentinamente, volvería a mostrarse distante, haciendo que todos mis emociones girasen como una noria.
Y por no hablar de su nueva amiguita. Edward no parecía, en absoluto, interesado en ella y parecía comprenderlo; pero no era una razón de peso para que dejase de coquetear con él delante de mis narices. Me trataba como una criatura, como si no me importase lo que hiciese con mi antiguo prometido.
Y hablando del diablo…
— ¿Dónde está tu amiguita, Eddie?—inquirí con una estudiada indiferencia.
No debí simular muy bien lo molesta que me encontraba, porque Edward se mordió el labio y puso los ojos en blanco.
—No te contestaré ninguna pregunta si me llamas Eddie—se puso a la defensiva—. Sabes cuanto lo odio que me llamen así.
—Pero no te molesta que ella te llame así—continué lanzándole punzadas.
Sin embargo, él, en lugar de defenderse o balbucear alguna palabra a favor de Tanya, curvó sus labios adoptando una sonrisa burlona y sus ojos empezaron a brillar de idéntica manera.
Me dejó totalmente desconcertada; era la misma señal que indicaba que se iba a empezar a reír a mi costa.
¿Qué era lo que le parecía tan gracioso? A mí no me lo parecía en absoluto.
—Siempre me pillas desprevenido—me reprochó divertido—. Pensé que esta fase vendría pasados dos años. Carlisle tiene razón; vas demasiado deprisa.
— ¿Cómo?—estaba totalmente anonadada.
— ¿No lo ves?—hizo un esfuerzo por no reírse en mi cara—. Es igual que entonces. Actúas de la misma manera que entonces. Te pones tensa y a la defensiva. Tus ojos se oscurecen y se forma una arruguita entre las cejas y la nariz. Luego balbuceas y dices cosas sin sentido. Lo único que ha cambiado es que ya no te ruborizas. Lo demás, igual—no le faltó mucho para levantarse y empezar a dar saltos por la habitación para dar su veredicto. No quería perder el contacto de sus dedos con los míos—. Creo que tienes a un pequeño monstruo de ojos verdes carcomiendo tus entrañas—me señaló muy ufano—. Estás celosa. Muy celosa.
No podía entender por qué se sentía tan feliz con ese hecho. Tal vez, para halagar su ego masculino.
Como no quería empezar a refunfuñar como una niña pequeña, resoplé fuertemente, lo que le pareció increíblemente divertido.
Yo era una neófita; debería recordar lo inestable que era y el daño que podría causarle si me lo proponía. Pero yo era incapaz.
—En el hipotético caso que yo estuviese celosa—le repuse en tono desdeñoso—, me gustaría que me dijeses si tengo motivos para ello. Porque creo que los tengo, ¿verdad?
Edward se puso serio en apariencia, aunque en sus ojos quedaban restos de su diversión, y agarrando con más fuerza mi mano, empezó:
—Tanya y sus hermanas son unos vampiros muy especiales—empezó a explicarme—. Ellas, además de alimentarse de sangre, lo hacen de la energía sexual de los hombres.
Recordé lo que había dicho Eleazar de los súcubos. No pensaba que aquello fuese cierto. Sencillamente creía que estaba bromeando sobre el tema.
— ¿Súcubos?— inquirí y Edward asintió—. Pensé que eran una leyenda.
—Y yo pensé que los vampiros también y mira como hemos acabado tú y yo—me contestó burlón y luego continuó: —Ellas al renunciar a la sangre humana, tienen que sacar reservas de otro sitio y por eso se comportan más salvajemente de lo que le corresponden a los demás súcubos. No puedes culparlas por lo que su naturaleza les dicta, Bella. La pobre sólo es una esclava de sus impulsos. Cada vez que ven a un vampiro con potencial—carraspeó—, tienden a coquetear con él para intentar sacarle la máxima energía mediante…—se interrumpió al ver cómo iban cambiando la expresión de mi rostro. Veía perfectamente cómo se debatía en permanecer serio para no ofenderme o reírse de mí a la cara—. También depende de si la victima está dispuesta a dejarse quitar la energía o no, inconscientemente, claro. Si un hombre es soltero o tiende a ser infiel, caerá en las redes de los súcubos. A los que aman a sus mujeres no les pasa absolutamente nada. Son inmunes a sus encantos.
— ¡Ah!—fue lo único que logré decir.
—Tanya sabe que no tiene ningún poder en mí—me aclaró mucho más serio mientras me estrechaba la otra mano con la suya—. Ella es divertida y todos sus esfuerzos para intentar seducirme, la verdad, que son ridículamente graciosos. Por lo tanto, no he tenido ningún problema en dejarla tirada en la nieve mientras jugábamos al escondite, y yo me escapaba—observé los esfuerzos que estaba realizando para no reírse—. Suerte que soy un vampiro muy rápido y la he dejado atrás con mucha ventaja.
Una parte estaba aclarada, pero no explicaba por qué estaba tan cambiante conmigo.
—De acuerdo—volví a estar seria—. Tanya no puede evitar coquetear contigo cada vez que te ve. Pero eso no es excusa para utilizarla e intentar darme celos—le increpé—. ¿A qué viene una conducta tan pueril por tu parte?
Soltó un suspiro pesaroso y prolongó el silencio, bajando sus ojos hacia nuestras manos, hasta que empezó a hablar:
—Isabella—susurró tan bajo, que a pesar de mi desarrollado sentido del oído, tuve que esforzarme por no escapar cada una de sus palabras—. Estás avanzando tan deprisa que me aterra.
— ¿Avanzar?—me sentía perdida con sus palabras.
—Algunas veces me parece que no estoy hablando con una neófita de seis meses; parece que llevas años con esto. Estás aferrándote a tu naturaleza humana con tanta fuerza que siento como todo se derrumba a mis pies. Cada día que pasa, siento un abismo que se abre entre nosotros. Abrirás los ojos y te darás cuenta de lo que significa ser un vampiro.
Moví la cabeza desalentada.
Él no podía entenderlo. Por muy mal que pareciese, si estábamos juntos, todo podría superarse.
Apreté más sus dedos con los míos y susurré:
—Por mucho que pasemos, hay cosas que nunca van a cambiar—confirmé rotunda.
Se llevó nuestras manos hacia su mejilla y apoyó ésta sobre el dorso de mi mano. Su pulgar repasaba con pasmosa lentitud mis nudillos.
—Me pregunto si serás igual de firme cuando te des cuenta de todo lo que has perdido por la inmortalidad—sus palabras tenían un matiz tan triste que casi me impulsó a abrazarle con fuerza, como si volviésemos a la infancia y un abrazo solucionase todos nuestros miedos.
Estaba anestesiada con el tacto de su piel, y aquello me hizo permanecer estática en el sitio.
Y en lugar de abrazarle, le dediqué estas palabras:
—Mi padre me decía que todo en esta vida era una cuestión de ganar y perder. Lo único que podíamos elegir era que debíamos perder para quedarnos con lo que necesitábamos.
Edward no parecía querer dar su brazo a torcer:
—Te lo preguntaré de otra manera: ¿si hubiese sido al contrario, Bella? ¿Si tú hubieses sido la que hubieras tenido la decisión de transformarme? ¿Aun sabiendo todo lo que había en juego, lo hubieras hecho? ¿Cómo te sentirías?
Aquello tenía una respuesta muy sencilla e iba a responderle, cuando una voz estridente nos interrumpió:
— ¿Dónde te metes, Eddie?—le llamó Tanya falsamente compungida—. Sabes perfectamente que es de muy mala educación dejar a una dama plantada. Ven conmigo, Eddie. Eddie, Eddie, Eddie…
La cara de fastidio de Edward era más que evidente y esta vez no la disimuló. Empezábamos a tener una conversación seria después de tanto tiempo, y vernos interrumpidos por los instintos más bajos de una súcubo en busca de presa, era algo que ya superaba todas las barreras de la paciencia.
Sólo pedía tener una conversación con Edward. Estábamos a punto de conseguirlo. Y no, Tanya no tenía derecho a interrumpirnos.
¿No había forma de detenerla?
Ya estaba asomando la cabeza en mi cuarto y a punto de entrar —para mi desesperación— echando los brazos hacia Edward.
Lo menos que me podía esperar, es que Tanya no pudiese atravesar el marco de la puerta y se estrellase contra una barrera invisible.
Edward y yo nos miramos, totalmente extrañados, y más cuando Tanya empezó a extender las manos para palpar la superficie, aparentemente, compuesta por aire. Ahí no había nada que la pudiese frenar, pero ella no podía avanzar un paso más hacia donde estábamos nosotros. Como si hubiésemos puesto un cristal como barrera.
—Edward, Bella, ¿qué habéis hecho?—nos increpó como si la quisiésemos gastar una broma—. ¡No es gracioso! ¡Dejad lo que hayáis hecho!
Pero ni Edward ni yo nos estábamos riendo.
Edward empezó a imitar a Tanya, comprobando si había algo que se interpusiese entre Tanya y nosotros. Y obtuvo la misma conclusión. Pasaba su mirada, asombrado, de Tanya a mí. Me encogí de hombros por no saber que decirle.
Yo estaba empezando a asustarme.
¿Algún hada maquiavélica habría escuchado mi deseo con el afán de burlarse de nosotros?
— ¡Este juego me está cansando!—Tanya protestó enfadada, aunque el miedo empezaba a hacer mella en ella—. Edward, has ido a escoger un mal momento para este tipo de bromas.
— ¡Ya te he dicho que esto no es ninguna clase de broma!—la gruñó Edward—. Estoy tan desconcertado como tú. Ni siquiera puedo leerte el pensamiento. Es como si estuviésemos encerrados en una burbuja.
Tanya me lanzó una peligrosa mirada que me penetró con sus ojos dorados empezándose a oscurecer.
—Entonces dile a ella que lo deshaga—le ordenó a Edward.
—Tanya—puso los ojos en blanco debido a la incredulidad—, no puedes echar la culpa a Bella. Ella ha estado conmigo hablando tranquilamente y todo estaba normal.
— ¿Y cómo explicas esto?—se puso en jarras y empezó a patalear el suelo con impaciencia.
—No lo sé—se empezaba a exasperar—. Pero no tiene nada que ver con Bella—me defendió.
Con el alboroto que estábamos provocando no era de extrañar que se empezasen a alarmar y toda nuestra familia acudiese para averiguar que estaba sucediendo.
Carmen y Esme se miraban la una a la otra sin comprender nada; Jasper analizaba la situación metódicamente, mientras Alice miraba a Carlisle y Eleazar preguntándose con la mirada que deberían hacer.
Sólo Eleazar rompió a carcajadas y golpeó en la espalda a Carlisle.
— ¿Ves lo que te dije?—le comentó entre grandes exclamaciones—. Tienes tanta suerte, Carlisle. Yo estuve buscando durante siglos vampiros de esas características; y tú, por casualidad te los vas encontrando sin buscarlos. No creo que tengas nada que envidiar de la familia de Italia—se dirigió a Jasper—. Muchacho, utiliza tu poder para que Bella se relaje; tenemos mucho que discutir cuando logren salir del escudo…
Hice la imitación de tragar saliva. Al final resultaba que yo sí había provocado aquella situación.
Me hubiera sentido mucho más tranquila si todos aquellos pares de ojos se dejasen de fijar en mí. Me sentía igual que si hubiese provocado la guerra de Troya.
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—Sólo he conocido a otro vampiro escudo—nos relató Eleazar ante el descubrimiento de mi poder sobrenatural; aquello me hacía subir de categoría en el mundo de los vampiros. Pero más que especial, me sentí extraña. Mucho más que Edward, Alice y Jasper—. Se trata de Renata, la guardaespaldas de Aro. Pero su escudo sólo es físico. Al parecer el de Bella, por lo que me has dicho, Carlisle, también tiene impacto sobre los poderes mentales. Ahora me queda mucho más claro porque era incapaz de leer en su interior.
—Por lo menos Edward no ha podido leerle el pensamiento durante este tiempo—aclaró Carlisle—. Ni siquiera cuando era humana.
— ¿Incluso se manifestaba cuando aún era humana?—parecía maravillado ante la revelación.
Esme me tenía abrazada en su regazo. Ella había supuesto que después de habernos quedado Edward y yo encerrados en un escudo que yo había creado —o más bien, sacado al exterior lo que estaba dentro de mí—, yo estaría aterrada y necesitaba el consuelo de una madre. Ventajas de ser la más "pequeña". Le agradecí el gesto, pero, en realidad, estaba más curiosa que asustada ante el desafío de cómo usar mi poder sin que nadie más se viese perjudicado por ello.
— ¿No se supone que los poderes se desarrollan a partir de la cualidad más sobresaliente de cuando se era humano?—inquirí intentado averiguar qué cualidad había tenido para que evolucionase hasta un escudo—. Carlisle nos explicó que nuestros poderes eran el resultado de un desarrollo de algo que destacase demasiado en nuestra vida anterior.
—Es sólo una teoría—me aclaró Carlisle—. Desde que conocí a Jasper, he sentido curiosidad de por qué algunos vampiros tenían habilidades especiales y otros no. Pero cuando Alice y Edward, comprendí que ésta era la que más cuerpo tomaba. Alice adivinaba o intuía sucesos que iban a ocurrir debido a las acciones de las personas; y Edward parecía saber cómo iban a actuar las personas, como si estuviese viéndolas a través de un cristal.
—Menos con Bella—aclaró el propio Edward—. Ella siempre ha hecho o dicho cosas totalmente impredecibles para mí. Creo que ella ha podido desplegar ese poder para formar un escudo, porque en su vida humana ella siempre fue muy reservada y se guardaba todo para dentro; aquello era un mecanismo de defensa para ella y los demás.
Estaba defendiendo la tesis de Carlisle con aplomo, pero también había un toque tierno en sus palabras. Aquello me hizo darme cuenta de que nos conocíamos demasiado bien, y sabíamos los puntos débiles del uno y el otro para mantenernos indiferentes.
Edward no había parecido muy sorprendido por la manifestación de mi poder y el avance de éste—salvo por el pequeño susto inicial—, e incluso, podría poner la mano en el fuego, y no equivocarme, que estaría dispuesto a echarme una mano con el escudo para ver si había alguna fisura para poder leer mi mente.
De eso nada. Ya le enseñaría yo a mantenerse lejos de mi mente. Por lo menos hasta que quisiese compartir todo lo demás conmigo.
—Yo también estoy con Edward sobre tu teoría. Creo que es la más acertada—coincidió Eleazar—. No recuerdo demasiado mi pasado humano, pero sé que era una persona que sabía ver las cualidades de los demás; mírame ahora. Puedo percibir a aquellos vampiros o humanos que tienen un potencial superior al normal—meneó la cabeza como si se le hubiese escapado algo y se volvió a mí: —He sido un tonto al no darme cuenta cuando te he evaluado y no podía ver nada. No era que no hubiese nada que ver; tu barrera me lo impedía. Tenía que haberme figurado que se trataba de un escudo.
—No era algo fácil de intuir—le consoló Carlisle.
Eleazar pronto se animó:
— ¿Supongo que no dejarás ese poder latente y que Bella seguirá algún tipo de entrenamiento para dominarlo?—le sugirió—. Es algo que no puedes descuidar, Carlisle. Imagínate todas las posibilidades y como puede desarrollarse con un control.
—Lo he pensado, Eleazar—le comentó Carlisle—. Pero aun me parece demasiado precipitado. Bella es una neófita y aun tiene que adaptarse a todos los cambios. Aun no conocemos su reacción a la sangre humana porque hemos tenido cuidado de no acercarla a ningún humano; pero dentro de poco, si tiene que seguir nuestros pasos, tendrá que enfrentarse a ello. Es una prueba muy dura, y no quiero estresarla aun más. Me ocuparé de su poder, por supuesto. Pero sólo cuando tenga uno o dos años. Antes sería muy precipitado.
—Comprendo—Eleazar se estiró el labio pensativamente—. Pero no lo dejaría escapar.
Luego se rió tenuemente:
—Si no fuera porque te conozco desde hace décadas, pensaría que tienes un buen ojo para convertir a tus vampiros—observó de manera impersonal, aunque había algo de peligroso en sus palabras—. Sois siete miembros en vuestra familia, muchos más de lo que corresponde a los de nuestra especie, y cuatro de ellos tienen poderes. Y no son muy comunes, tienes que admitirlo. ¿Sabes que me hubiese cortado la mano derecha por encontrar a un vampiro que tuviese la mitad de potencial que Edward cuando estaba con los Vulturis?
—Conoces bien mis objeciones sobre convertir vampiros—explicó Carlisle en el tono más neutro posible—. Siempre he dicho que no haría a nadie lo que me hicieron a mí, a no ser que fuese absolutamente necesario. Cuando los humanos han estado moribundos no les he convertido por su potencial; creo que merecían una oportunidad.
—Lo sabemos, Carlisle—intervino Tanya con una sonrisa en la boca aunque su voz era dura—. Pero también hay que prevenir como pensaría Aro el hecho que en, algo más de cinco años, tu familia haya aumentado y algunos de sus miembros puedan leer pensamientos, manipular emociones, prevenir el futuro y activar escudos—a medida que iba hablando, su mirada se iba posando en Jasper, Alice, Edward hasta llegar a mí. Me estremecí y Esme, al notarlo, me abrazó con fuerza. Sus palabras me sonaban a una amenaza velada, aunque lo intentase simular—. No hace falta que te diga lo celoso que es Aro con su poder para que empiece a ver fantasmas donde no los hay. Si no te conociéramos, se podría pensar que más que una familia, estás formando un ejército.
Edward debió ver también el mensaje subliminal de sus palabras, ya que empezó a fruncir el ceño y sus puños se tensaron. Sólo pareció calmarse cuando intercambió una mirada con Alice que había permanecido tranquila durante toda la charla. Yo también acabé haciéndolo. Si Alice no decía nada, era porque todo estaba bien. Sin embargo, la máscara de buenos modales de Tanya se estaba resquebrajando, y algo me decía que ya no éramos tan bienvenidos como ella indicaba con sus falaces palabras.
Carlisle simuló no haber entendido la intimidación de Tanya.
—Aro y yo tenemos una estrecha relación desde que mi estancia en Volterra—les recordó—. Conoce muy bien mis métodos, y aunque algunos no los comparta, sabe de mi respeto hacia su orden y mis deseos de no intervenir en sus asuntos. No me ve como una amenaza porque no lo soy.
—Sin embargo—le contradijo Tanya—, ya habéis tenido un aviso por su parte.
Carlisle decidió quitarle importancia:
—No llegó a más, Tanya. Sólo quería cerciorarse que todo estaba bien. Es algo que necesitan para recordarnos que ellos son quienes mandan. Si tienes en cuenta ese detalle, te dejaran seguir con tus hábitos.
—Sin embargo, Carlisle—medió Eleazar con modales más sosegados que Tanya—, yo te aconsejaría que informases de tu nueva adquisición a los Vulturis. No sólo les darías a entender que no pretendes utilizar a Bella en su contra, si no también, podrías pedirles consejo para ayudarla con su poder. Debes conocer lo magnánimos que se comportan cuando te muestras servil con ellos.
Carlisle agradeció el consejo a Eleazar y le contestó impertérrito con la misma palabra muy significativa:
—Tiempo.
Tanya volvió a intervenir, mientras se mesaba el cabello:
—Supongo que la habéis explicado a Bella quienes son los Vulturis, ¿verdad?
Miré confundida a Edward, que estaba bufando, señal que no le gustaba la dirección que estaba tomando la discusión.
Ella lo interpretó como una negativa.
— ¿Cómo no habéis explicado a Bella quienes son los Vulturis?—se mostró alarmada—. Creo que es algo que se debe explicar desde el mismo nacimiento. Eso no es cuestión de tiempo. Tarde o temprano la reclamaran para visitar Volterra…
—Bella no necesita saber quiénes son los Vulturis, Tanya—la interrumpió Edward molesto—. Desde el principio se le explicó cuáles eran las dos reglas que debía cumplir. Lo demás carece de importancia.
Desde las primeras horas de mi nacimiento, Carlisle me había advertido sobre aquello. Tenía su lógica y si no fuera una imposición, tendría mucho sentido común. Aunque lo que menos podía imaginarme, que hubieran sido asignadas por una familia como la nuestra. Aunque, por lo que me estaba enterando ahora mismo, una familia lo suficientemente poderosa como para hacer de sus designios, las leyes para el resto de nosotros.
La primera regla era mantener nuestra existencia en secreto. Todos nuestros actos debían ser sigilosos y no debíamos despertar sospechas entre los humanos; ya fuese para cazar o para mezclarnos entre ellos.
La segunda, no se podía conceder la inmortalidad a niños ni menores de quince años. Si se convertía en vampiros a un niño, su mente se congelaría en aquella edad y no podría retener conocimientos nuevos para evolucionar. Eran completamente incontrolables, y a la larga, harían peligrar la primera y principal regla.
Edward no dejó que Tanya continuase hablando. En lugar de eso, se levantó de su silla, me cogió de la mano, y me arrastró fuera del comedor. Debía estar muy a disgusto con la conversación. Poco después, igualé su ritmo después de la sorpresa inicial. Aquella charla me estaba resultando incómoda.
No fuimos hacia mi cuarto, si no que doblamos el siguiente pasillo que dirigía al despacho de Carlisle. No le pregunté absolutamente nada, hasta que nos paramos justo enfrente de la puerta, pero no entramos.
—Edward…—musité con la esperanza de que me contestase que hacíamos allí parados y por qué no entrabamos en el despacho.
No me contestó, se limitó a señalarme con la cabeza la colección de cuadros de Carlisle. Dirigí mi mirada en su dirección y encontré lo que me quería enseñar.
Aquellos cuadros componían una versión gráfica sobre la vida de Carlisle, desde los dibujos a carboncillo que representaban su Londres natal a las primeras fotos de blanco y negro donde Esme y él estaban vestidos de novios.
El cuadro en el que Edward tenía puesta su vista, estaba justamente en el medio de los demás.
Por sus colores y estilo del cuadro podría decir que era neoclásico, pintado sobre el siglo XVIII, pero lo que más resaltaba de él eran las figuras centrales completamente vestidas de negro. Yo lo había visto antes y tuve que hacer un esfuerzo para sumergirme en los recuerdos humanos.
Sonreí con suficiencia cuando lo recordé:
—"Tito" Aro—musité divertida. Aunque su aspecto amedrentador no tenía nada de gentil.
—Parece que Dawn te ha hablado de él—se burló Edward ante el apodo con el que había nombrado a uno de los jefes de los Vulturis—. No puedo creer que se acuerde de él. Era muy pequeña. La he subestimado—no sabía si aquello le alegraba o le entristecía.
Al final resultaba que Dawn había dibujado algo muy real y yo lo había tomado por algún personaje de sus cuentos.
Perdí la sonrisa al imaginarme cuanto había peligrado la vida de Elizabeth por inmiscuirse en un mundo al que no pertenecía. Y parte de aquellas misteriosas palabras adquirieron su sentido.
Edward buscó mi mano y volvió a estrecharla con la suya sin apartar la mirada del cuadro.
—No culpes a Elizabeth por ocultártelo, Bella—me suplicó—. Ella era partidaria de contártelo todo, pero Aro nos hizo una visita para recordarnos las normas—hizo un gesto nervioso de tragar saliva apretándome la mano más fuerte. Aquello debió ser un momento bastante tenso—. Se perdonó a mi madre y a mi hermana por varias razones. Una de ellas es que Aro es más diplomático que sus dos compañeros de triunvirato; en realidad es quien manda, pero tiene que mantener las apariencias ante ellos y por eso, sencillamente, se declara su portavoz. Es una suerte que hiciese amistad con Carlisle en el tiempo que estuvo en Italia y admirase el buen juicio de éste. Aunque creo, que también tuvo que ver que yo estuviese convertido en vampiro. Se sintió muy halagado de que mi madre hubiese optado por eso para mí—le oí bufar—. Algo así como un tributo al mundo de los vampiros—se rió amargamente.
— ¿En que se basó para romper sus propias reglas?
—Sencillamente, es Aro. Él puede hacer y deshacer a su gusto. La excusa que puso es que confiaba en el buen juicio de mi madre. Si ella no había contado nada a mi padre, aun en su lecho de muerte, no se lo contaría a nadie. Para ellos el tiempo pasa de manera muy diferente a lo que los humanos conciben. Incluso para nosotros. Posiblemente, se acordarán de mi madre dentro de tres o cuatro décadas y ella estará muerta.
De alguna manera, aquel pensamiento le entristecía aunque intentaba ocultar sus antiguas conexiones humanas. ¿Podría ser que también ese fuese nuestro problema ahora?
Para quitarme ese pensamiento de la cabeza empecé a interesarme por los Vulturis y su familia.
Edward no tuvo ningún problema en contarme toda la historia de la familia y como habían conseguido tanto poder para imponerse ante el resto de los vampiros y que se obedeciesen sin rechistar.
—En el fondo, no es tan malo. Se podría comparar con los grandes triunviratos de la antigua Roma—me contaba haciéndome ver las ventajas de un régimen en nuestro mundo—. Todo necesita un orden y dentro de lo malo, los Vulturis es lo mejor a lo que podemos optar. Si no desobedeces ninguna de sus reglas, ellos se limitarán a ignorarte. A menos que tengas algún don extraordinario que les llame la atención. Y aun así, si tú no quieres formar parte de su familia, no pueden obligarte.
A pesar de las palabras tranquilizadoras de Edward, cuanto más me contaba menos me apetecía tener un encuentro con ellos. Pero me temía que, tarde o temprano, tendría que acudir a su encuentro.
— ¿Hay alguna forma de evitar esa visita?—pregunté sabiendo la respuesta negativa.
Me imaginé que él negaría con la cabeza.
—Pero no tienes nada que temer—me tranquilizó—. Será una visita de cortesía, y tal vez, se interese por tu don. Pero si tú no quieres quedarte, no estarás obligada a ello, Bella.
—Además—oímos la voz de Tanya a nuestras espaldas—, no creo que te llamen hasta dentro de unas décadas. Es demasiado pronto para hacerlo, y cuando se acuerden de ti, habrá pasado mucho tiempo.
Nos volvimos hacia la dirección de su voz, y la encontramos justo detrás de nosotros. Sonreía de forma amistosa como si las palabras del comedor no hubiesen sido tan ásperas.
Se rió cuando Edward le frunció el ceño.
—Eddie, cariño. No soy la mala del cuento. Sabes perfectamente que no diré nada a los Vulturis—su voz se agravó cuando desapareció su sonrisa—. Lo último que quiero es tener otro encuentro con ellos. Aun recuerdo la última vez.
Y por como se le oscurecían los ojos, me hizo entender que no fue una reunión muy agradable. No tenía tanta confianza para preguntarle qué había ocurrido.
Decidió cambiar de tema y su sonrisa volvió.
—No quería interrumpiros; sólo quería avisaros que me uno a la expedición de caza con Carlisle, Esme, Eleazar y Carmen—nos informó—. No estaremos mucho tiempo. Un par de horas a lo sumo. Volveremos antes de que amanezca.
— ¿Hacia dónde vais a cazar?—preguntó Edward por cortesía.
—Hacia el sur. De todas formas, no nos alejaremos demasiado. Alice se encuentra inquieta por no sé qué visión—intentó quitarle importancia resoplando para quitarse el mechón—. Dice que tiene que ver con Rosalie.
Recordé que antes de llegar a casa, Alice había tenido una visión respecto a Rosalie y me preocupé.
—A lo mejor debería retrasar la partida de caza hasta que Rosalie volviese a casa—sugerí.
Tanya se encogió de hombros como si no le importase.
—Rosalie ya es mayorcita. Alice no ha dicho que la fuese a ocurrir algo—puso los ojos en blanco—. Además, yo estaría más preocupada por el pobre oso que la ataque que por ella… ¡Pobrecito, tendrá una indigestión!
Edward no pudo evitar una sonrisa de complicidad con Tanya. No hacía falta que me dijese que, incluso antes de mi llegada, la relación entre ambos era tensa y que Edward no podía guardarse los más bajos instintos hacia su persona.
No era muy cortes por parte de Edward darle ese trato, aunque la misma Rosalie se lo ganaba a pulso.
—Bueno. Creo que yo aquí sobro y será mejor que me vaya—aquellas fueron las palabras más inteligentes que Tanya había dicho.
Pero antes de irse, me cogió de la mano y me arrastró unos metros de pasillo para asegurarse, lo máximo que se podía, que Edward no nos oyese. Esfuerzo en vano.
Aun así, Tanya posó sus brazos sobre mis hombros y me susurró de modo confidencial:
—Ten paciencia y comprende por lo que está pasando Edward—me confió—. No tienes ni idea de lo mucho que se está atormentando por la idea de perderte.
— ¿Perderme? —pregunté confundida.
—Son hombres, querida. Su concepto del amor es tan sencillo que buscan la manera de complicarlo todo.
— ¿Amor?
¿Realmente podría tener esperanzas con eso?
La cantarina risa de Tanya resonó en mis oídos.
—Isabella—chasqueó la lengua—. Eres tan inocente. Por supuesto que te ama. ¿Por qué crees entonces que teniendo a alguien como yo, te prefiere a ti?
Me soltó y se fue corriendo con su risa tras de ella. Desapareció escaleras abajo.
No me dio tiempo a mortificarme cuando los brazos de Edward rodearon mi cintura y su respiración chocaba contra la piel de mi cuerpo, haciendo que aquella zona empezase a arder.
Cerré los ojos ante la sensación de su piel cosquilleando la mía, y su aliento propagando un fuego interno. Y me olvidé de todo lo que nos rodeaba: Vulturis, las palabras de Tanya invitándonos a buscar otro sitio para vivir, poderes extrasensoriales, incluso nuestra propia esencia.
Estaba volviendo a la infancia y aquel calor era el mismo que el que nos proporcionaba aquella manta de lana, cálida y protectora, que nos había cobijado debajo de ella hasta dormirnos abrazados. No sabría decir si habían sido mis momentos más felices, pero la inocencia de la niñez tenía el mismo efecto que la felicidad.
—Creo que debería hablar con Carlisle sobre buscarnos un nuevo hogar—me susurró al oído muy bajo—. Empezamos a ser demasiados y a Tanya no le hace mucha gracia.
—Ha sido por mí, ¿verdad?—musité sintiéndome culpable—. Si no hubiese tenido ese poder, no tendríamos que hacerlo.
—No—noté un deje de impaciencia en su voz—. No tiene nada que ver contigo, Bella. Empezamos a ser demasiados y nos estamos haciendo notar. Esperaremos a que pase el primer año y luego ya decidiremos donde ir. No es que tengamos muchos destinos disponibles para nosotros.
Suspiré.
—Apuesto a que Tanya no pondría ningún impedimento a que tú te quedases—no quería que aquello fuese un reproche.
Por la tensión de sus músculos, me di cuenta que se estaba conteniendo una risa.
— ¡Niña tonta!—me replicó socarrón—. ¿Aun no te has dado cuenta?
— ¿Cuenta de qué?—me estaba empezando a doler el pecho. ¿Sería cierto que nuestro corazón no latía? De alguna manera, lo sentía más vivo que en los últimos cinco años.
De manera delicada, pero firme, me dio la vuelta para enfrentarnos, y al mirarle a sus ojos dorados, brillantes y expresando miles de sentimientos contenidos a punto de estallar.
Con cuidado de no realizar movimientos bruscos que me asustasen, acercó lentamente su mano hacia mi rostro y adaptó su mano a la curvatura de mi cara. Con el pulgar acarició la piel de mi mejilla, y pausadamente, estudiando al milímetro el espacio que separaba su rostro del mío, fue venciendo la distancia, hasta que nuestros labios apenas estaban separados.
—Soy una criatura muy egoísta—su jadeo hacía que mis labios ardiesen—. Sé que aún no estás preparada para esto. Pero no puedo evitarlo; es más fuerte que yo.
Una emoción, que estaba latente en mí, despertó de pronto y mil veces más viva de lo que había sentido alguna vez. Me sacudía todo el cuerpo y me elevaba mucho más de mi raciocinio.
Aquella indescriptible sensación se incrementó cuando su labio empezó a rozar el mío tiernamente.
¡Blump, blump, blump!
No esperaba que mi corazón resucitase por aquel inicio de beso. Yo no era la bella durmiente que se despertaba del hechizo por el beso de un príncipe.
¿O quizás sí?
Pero cuando el sonido de un corazón humano se incrementó, haciendo eco con las paredes de la casa, y retumbando en mis oídos, comprendí que había cerca un humano. Aquel era mi primer contacto con uno desde mi conversión, pero mi instinto me decía muchas cosas sobre él.
Por lo arrítmico de su pulso, deducía que su vida estaba pendiente de un hilo.
Pero todo aquello pasó a un segundo plano cuando un olor penetrante llegó a las aletas mi nariz, dilatándolas.
Un amargor procedente de mi ponzoña me llenó la boca y mis colmillos se quedaron al descubierto.
Pero lo más revelador y doloroso era el ardor de mi garganta, que debía ser muy similar a que te metiesen un hierro candente por la boca.
Edward se empezó a tensar, provocando que me presionase con fuerza los brazos.
Su respiración era irregular y poco profunda, y al fijarme en él, vi mi reflejo en su rostro como si se tratase de un espejo. Ojos negros y enfebrecidos, líneas de expresión rígidas, boca entreabierta, colmillos sobresalientes y expresión ausente.
Sólo había una sensación capaz de borrar todo el deseo humano.
La sed.
La maldición de nuestra especie.
— ¡Rosalie!—Edward lanzó una maldición con la voz ronca y distorsionada. Él también era víctima de la sed.
Y no era el único.
Alice y Jasper, que acudieron rápidamente a nuestro lado, también sufrían sus efectos.
Alice era incapaz de balbucear una frase completa:
—La encontró… ha estado cinco años buscándola, y la ha encontrado. Bueno, un oso le encontró a él antes… y… ¡Dios mío! ¡Emmett está al borde de la muerte! Rosalie ha hecho lo que ha podido para traerle… Y Carlisle no está…
¿Emmett había llegado hasta Alaska en busca de Rosalie? ¿Un oso le había atacado?
Eso ya no importaba. Como tampoco importaba el cariño y la camarería de cuando habíamos sido humanos. Su sangre —su fresca y joven sangre— me llamaba, y nada se interpondría en mi camino.
Edward me agarraba aun con más fuerza.
Suavicé mis líneas y curvé mis labios lascivamente:
—Edward—canturreé insinuante—, si eres bueno y me sueltas, prometo compartirlo contigo.
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