When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
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Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

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Capítulo 24: Jealousy

Denali, 1924.

"Seis meses más y mis ojos se volverán dorados".

Aquel era el único pensamiento en el que se fijaba mi mente. Y por intentarlo quitar de la cabeza, estaba leyendo la última carta que había recibido de Elizabeth desde que me mudé a Alaska para tratarme la grave anemia que había adquirido.

Un buen eufemismo, pero, en el poco tiempo que llevaba fuera del mundo humano, había descubierto lo inflexible de sus normas. Lo que estaba en los libros, no existía. Como yo había roto esa norma, quedaba desterrada de él. Insensible de mí, aquel hecho no me daba ninguna pena.

Realmente, había leído su carta más por saber de Dawn y de ella, que por estar al corriente de lo que ocurría por el mundo.

Era de suponer que Al Capone y su banda siguiesen con el monopolio de las bebidas alcohólicas en Chicago.

Chicago se había vuelto una ciudad muy poco segura.

Al menos, había desaparecido el mítico asesino silencioso, y los asesinatos de Michael Newton y su amante, y antigua prometida de Tyler Crowley, Lauren Mallory, habían sido catalogados como un ajuste de cuentas entre dos bandas rivales.

También me decía que su viuda, Jessica, se sentía tan liberada, que había dejado el alcohol y se estaba volcando en la educación de sus hijos. Tyler Crowley la iba a visitar más veces de lo que el decoro exigía. ¿Un clavo sacaba a otro? Pudiera ser.

Y por supuesto, Phil y sus nuevos socios no podían faltar. En donde pudiese sacar tajada para mantener su tren de vida y el de mi madre, ahí estaría él.

Lo que me sorprendió es descubrir que Jacob Black había abandonado todo aquel mundo, aunque al enterarme que se había inscrito en las lista para ser elegido concejal, vi la sombra de Billy Black extendiéndose largamente. Y para ayudar al hecho, mi prima Nessie había decidido jugarse su prestigio social y abandonar a su flamante prometido inglés por hacer pública su relación con Jacob y anunciar su compromiso.

Me ahorré el leer los comentarios que hacía Elizabeth sobre la reacción de la gente. Para ellos sólo había un prisma con el que mirar las realidades. Si Jacob estaba dispuesto a dejar de ser el rastrero que había manifestado y el amor de Nessie le había redimido, ¿dónde estaba el problema? Sólo esperaba que él se hiciese merecedor de ella.

Me había saltado dos páginas de carta para irme a lo que realmente me interesaba.

Dawn y ella estaban perfectamente.

Elizabeth con mucho trabajo y Dawn echaba de menos a su gatito, a su hermano y a mí.

Eso me recordaba que debería estar muy enfadada con ellas por haberme ocultado todo este tiempo la verdad.

Al parecer, Elizabeth había descubierto el secreto de los Cullen la misma noche que tuve que quedarme a dormir por mi brecha en la cabeza, siendo testigo de cómo Jasper, con ayuda de Carlisle, transformaba a Alice después de ayudarla a escapar del manicomio. Pero en lugar de asustarse y salir despavorida de allí, Elizabeth se mantuvo tranquila y juró que sus labios estarían sellados, aunque les puso la condición de salir en su ayuda cuando ella los necesitase.

Y efectivamente, cuando Edward fue a la guerra a luchar y enfermó, Carlisle cumplió su promesa.

Elizabeth tenía que cumplir su parte y cumplir con la primera regla que todo vampiro, sea de la condición que fuese, debía cumplir. Su existencia debía llevarse en secreto. Y Elizabeth, como humana, la había roto en parte, en ella cabría esperar doble silencio por su parte. Ni siquiera se lo diría a sus seres más queridos, creyendo que así me protegería.

Sí, definitivamente, yo debería estar muy enfadada con ella.

No era así en absoluto.

Y en lugar de eso, sentía una extraña paz interior como si hubiese resuelto un rompecabezas y todo estuviese en su sitio.

Convertirse en vampiro no era lo que hubiese esperado de la vida, pero una vez que las cosas no tenían más vuelta de hoja, lo acabé aceptando de buena gana.

En mi vida humana, no había sido una persona muy dada a las relaciones sociales, por lo que, el salir sólo de noche no se convertía un problema para mí.

Cuando Edward me había enseñado que efecto hacían los rayos de sol sobre nuestro diamantino cuerpo —y no era el de convertirme en polvo como se contaba en las leyendas—, me fasciné de los pequeños reflejos que el sol arrancaba de mí. Pero me embelesé aun más, cuando los largos dedos de Edward se posaron sobre la piel de mi muñeca y, en nuestra unión, se formó una hermosa visión iridiscente. ¿Yo era capaz de hacer eso?

Posiblemente, aun estaba bajos los efectos del hechizo que me tenía presa mi nueva condición. Todo era muy nuevo para mí y me sentía como una niña pequeña estimulándose ante el mundo.

Fuerza, velocidad y equilibrios perfectos.

Inmortalidad. Quedarme estancada en los veintiún años para siempre y tener todo el tiempo del mundo para seguir evolucionando y aprendiendo sin sentir como el reloj biológico me apremiaba. Y como lo de dormir en ataúdes resultaba también otro mito —en realidad no dormíamos nunca—, podría distribuirme para hacer todo lo que yo quisiese sin importar las limitaciones.

Y lo mejor de todo fue al mirarme en el espejo —otra idea preconcebida que me quité de la cabeza, ante las carcajadas mal contenidas de Carlisle y las sonrisas burlonas de Jasper y Edward al respecto, fue la de los vampiros y los reflejos en el espejo— y ver que era hermosa, como nunca había sido en vida. O por lo menos yo me sentía así. La base, yo misma, seguía siendo la misma, aun así había ciertos matices que realzaban y transformaban algo que había sido vulgar en belleza casi completa.

Al principio, me asusté levemente y di un pequeño respingo ante el reflejo de dos enormes ojos color escarlata mirándome fijamente. Luego pensé en lo tonta que había sido por dejarme asustar como si me tratase de una niña pequeña.

Estaba claro que yo debía haber sufrido algún cambio. Y los ojos eran como la palidez extrema de la piel, como si me tratase de una muñeca de porcelana y el afinamiento de mis facciones y curvas. Todo era una consecuencia de ello.

Sin embargo, aquello no me resultaba nada radical. En lo fundamental, seguía siendo yo misma. Eso era lo más importante. Me daba la esperanza, que después de acostumbrarme a todo aquel proceso, yo volvería a ser la misma. Sólo era cuestión de tiempo.

Autocontrol ante mi naturaleza vampírica.

Beber sangre no era parte del mito, si no un reflejo de nuestra verdadera esencia.

Me mortificaba el hecho de tener que vivir bebiendo sangre humana, pero, incluso en estas circunstancias, había tenido una buena estrella.

Carlisle me había explicado que él había tomado la decisión de no dañar a los humanos, y por lo tanto, beber de la sangre de los animales:

"No es tan efectiva como la sangre humana, pero nos ayuda a estar fuertes. Es como si de humana hubieras decidido prescindir de la carne y el pescado y te alimentases, única y exclusivamente, de verduras".

Una vez superado los remilgos sobre como beber de un animal, que me surgió en mi primera cacería, podía enfrentarme a mi nueva condición casi feliz.

Y allí me encontraba yo, en medio la nada, sentada en un manto de nieve característico de Alaska —lugar donde nos habíamos mudado para pasar lo menos accidentado posible mi periodo de recién nacida—, intentando concentrarme para contarle algo interesante a Elizabeth.

Pero, ¿qué podría decirle yo?

Tenía tanto que contar sobre mis nuevas sensaciones y a la vez, comparado con lo que sucedía en el mundo, parecía tan insignificante.

¿Y si fuese cierto que, para nosotros, los acontecimientos importantes tenían que fraguarse lentamente? El tiempo era lo que menos nos importaba.

— ¿Cuenta algo interesante Elizabeth?—me preguntó Edward sacándome de mis pensamientos.

Se me había olvidado que Alice y él estaban a mi lado, tumbados en la nieve, distrayéndose leyendo un libro mientras descansábamos después de una fructífera caza.

—Sí—sonreí al responderle—. A parte de contarme como van las cosas por Chicago, me ha escrito que los Crowley, Ángela y Ben, han sido padres de nuevo. Han tenido mellizos. ¿sabes cómo los han llamado?

—Sorpréndeme—me retó.

—Isabella y Edward—una sonrisa algo boba se me dibujó en el rostro.

Se contuvo una carcajada pero fue Alice quien hizo el comentario:

—Es un detalle por parte de ellos dos acordarse de vosotros.

—Sí—se limitó a contestar sin un atisbo de emoción.

Contuve un suspiro antes de consultarle:

—Tengo que contestar a tu madre, Edward—le informé—. ¿Quieres que le diga algo de tu parte? A ella le gustaría saber si te encuentras bien…

—No te preocupes por eso. Lo que tú quieras contarle estará bien— contesto de manera muy impersonal y dicho eso, me volvió la cara para dirigirse de nuevo a su libro.

Me apreté el pecho para amortiguar un pequeño dolor sordo que se iba incrementando dentro de mí.

Lo único que quería contarle realmente a Elizabeth para que ella me consolase y me aconsejase de cómo debía proceder.

Pero estaba segura que para lo que me ocurría, Elizabeth no tenía respuesta para ello.

¿No era feliz siendo vampiro? La respuesta era claramente que casi sí lo era.

Desde el mismo instante en el que Carlisle me dijo que me quedase con ellos, vi en ellos la familia que no había tenido como humana.

Y ellos desde el primer momento respondieron a mis estímulos de buscar el cariño.

Carlisle y Esme no habían podido tener hijos cuando ellos mismo eran humanos, por lo que estaban más que dispuestos a darnos a cada uno de nosotros todo aquel amor paternal y maternal que no pudieron gastar en su anterior vida. Y como yo había sido la última en llegar, me consideraban la más pequeña y a la que más debían proteger por ello.

Esme no dejaba de mimarme y preocuparse porque todo estuviese a mi gusto.

Carlisle decidió ser más práctico y empezó a potenciar en lo que yo realmente podría ser útil para no mantenerme ociosa.

Había descubierto que yo era especialmente buena en los idiomas, y un día apareció con un montón de libros escritos en un extraño idioma.

"Ruso", me aclaró mientras les echaba una hojeada, totalmente sorprendida. "Tal vez nos puedas ayudar con los jefes de aduana y administración de fronteras para conseguir medicamentos, suministros de hospital y objetos básicos. Por aquí aún se rigen por el antiguo sistema y a los americanos no nos están poniendo las cosas fáciles. Para demostrarles que somos de fiar, preferiría hacer las cosas bien".

Y a partir de aquel momento, me volqué tanto con el ruso, que en menos de cuatro meses logré dominarlo casi a la perfección.

Con Alice había tenido una conexión muy parecida a la obtenida con Dawn. Había sido tan fácil encariñarme con ella y sentirla desde el primer instante como una hermana. Y lo mejor de todo era que no tenía la sensación de estar usurpándola ni entrometiéndome en ninguna familia. Para ella y Jasper era tan natural.

Ojala pudiese decir lo mismo de Rosalie. Al contrario que Alice, ella me hacía sentir muy incómoda y violenta. No me había dejado ninguna duda de que yo era un estorbo en, lo que ella consideraba, su estructurada familia, y siempre que tenía ocasión me lo hacía ver, ya fuese por sus pesados silencios cuando yo hablaba o estábamos juntas en una sala, o bien soltando un comentario hiriente repleto del más puro sarcasmo.

Si quería evitar que todo lo referente a ella me afectase, sólo tenía que ignorarla y evitarla cuando viese que nos íbamos a quedar a solas en la misma habitación.

Edward suspiraba y la gruñía mientras me tranquilizaba diciéndome que no era culpa mía. Simplemente me suplicaba para que le diese tiempo para que se fuese acostumbrando.

Empezaba a pensar que con Edward todo era cuestión de tiempo.

¿Cinco años era tanto tiempo para cambiar el corazón de una persona?

No podía quejarme del trato que él me daba. Seguía siendo dulce y era quien más me estaba ayudando con todo el proceso de cambio, pero estaba completamente volcado en el papel de hermano mayor sobreprotector cuando habíamos sido ardientes amantes. Y aquel no era mi Edward. O por lo menos tal como yo le había amado. Yo quería todo.

Pero si iba más allá de lo que las reglas de buenos humanos dictaba, él me acariciaba la mejilla y me suplicaba que nos diésemos tiempo para que las cosas se aclarasen.

Podría ser que yo, como neófita, estuviese bastante hipersensible con el asunto, pero intuía que Edward trataba de evitar cualquier conversación que tuviese como tema "nosotros" y se escondía tras frías capas de hielo que él no permitía derretir.

Sus mismos ojos dorados me lo decían. Era como si al perder su hermoso color verde, se hubiese ido con ello toda su calidez. Y lo peor de todo, que se hubiese rendido tan fácilmente, y no cumpliese con lo que siempre había soñado.

No habíamos hablado del futuro, pero recordaba sus frías palabras cuando le hice un comentario de porque no ayudaba a Carlisle en la consulta:

"Las cosas han cambiado mucho, Bella. Y si quiero acostumbrarme lo mejor que pueda a esta vida, tengo que tener muy clara las limitaciones de ésta. Y una de ellas es que yo no podré ejercer la medicina jamás si no quiero matar a un inocente".

En aquel aspecto se había rendido. ¿También lo había hecho con nosotros?

No podía creérmelo.

Me hubiese gustado escribírselo a Elizabeth, pero aun más, que ella estuviese conmigo para aconsejarme como debería actuar. Y sin embargo, por miedo a que su respuesta fuese que las cosas cambiaban y que yo debía hacerlo con ellas, no me atrevía a escribir una sola palabra de aquello que me atormentaba. Aun con mi estabilidad de neófita, tenía muy claro que lo esencial de mi existencia humana no lo quería perder en esta nueva vida.

Y en aquel instante, mientras acomodaba mi espalda sobre el tronco de un árbol y enredaba un mechón con los dedos y me distraía volviendo a leer la carta, por el rabillo del ojo veía como Edward, disimuladamente, no me quitaba ojo de encima.

Juraría que estuviese esperando que en cualquier instante me diese un ataque de histeria.

Al ver a Alice riéndose, comprendí que de eso se trataba.

Suspirando, dejé de leer la carta, y me dirigí hacia él:

—Déjame que lo advine—repuse rebosando en la más completa ironía—. Aún estás esperando, después de seis meses, que yo empiece a pensar en todo lo que conlleva ser un vampiro y tenga un ataque de histerismo, lloriqueando y lamentándome de mi horrible destino—asintió con la cabeza mirándome expectante—. Pues si no lo hice en un primer momento, no creo que me vaya a pasar ahora. Tengo muy claro lo que soy y lo que quiero que me limite. A eso se llama madurez. Pero si te hace feliz, yo puedo simular que me da una pataleta—intenté no reírme al ver como fruncía los labios y sus ojos se achinaban mientras éstos se oscurecían.

—No te esfuerces, Bella—me comentó Alice muy divertida—. Pasarán diez y veinte años, y Edward aun estará esperando ese momento—chasqueó la lengua y se dirigió a él—. Lo he visto, Edward, puedes esperar sentado. Bella lo ha tenido claro desde el principio. Así que deja de ser tan cabezota y déjate llevar por lo que sientes.

Edward, fastidiado, cerró el libro y se levantó muy rápidamente.

—Pero aun tratándose de Bella, no puedo creer que se lo tome con tanta calma. No es algo que ninguno de nosotros quisiésemos ser de mayores. Más bien, al contrario.

Alice puso los ojos en blanco ante la testarudez de su hermano:

—A veces pienso que en lugar de buscar la felicidad, la rehúyes—Alice se levantó y se acercó a él, pasándole un brazo sobre el hombro—. Ya te he dicho mil veces que debes hacerme caso. Sobre todo cuando todo está tan claro que va a ocurrir—Edward la gruñó para luego dedicarle una sonrisa burlona—. Y como ya debes tener más que sabido, Mary Alice Cullen nunca se confunde cuando hace una predicción.

La sonrisa de Edward desapareció repentinamente y se quedó muy rígido. Pero realmente me asusté cuando me clavó su mirada de manera ansiosa.

—Eso no es del todo cierto, Alice—susurró más para sí mismo que para nosotras—. Hace tiempo tuviste una predicción que no se cumplió… Y aun, en estos momentos, doy gracias a ello.

Alice también se puso seria y volvió su mirada hacia donde yo me encontraba.

—Cierto—comentó de manera reflexiva y luego se encogió de hombros—. En casos como esos me alegro de equivocarme—luego su sonrisa volvió y le dio una colleja a Edward—. Pero en las demás ocasiones, no me equivoco nunca. Así que hazme caso.

Aquello arrancó una carcajada a Edward.

— ¿Ah, sí?—inquirió escéptico—. Pues en este momento vas a predecir algo que de seguro vaya a ocurrir—le retó—.  ¿O se te ha nublado la bola de cristal?

Alice le sacó la lengua como si se tratase de una niña pequeña y cerró los ojos concentrándose en un punto muy lejano.

Edward se aguantó una carcajada.

— ¿Eso es lo mejor que puedes hacerlo?—se burló—. Dentro de cuatro o cinco años va a ver una fluctuación tan grande en la bolsa que se producirá una gran crisis. Alice, estoy perdiendo la fe en tus poderes.

Ella simuló estar muy enfadada:

—Pues no se te ocurra pedirme consejo cuando suceda. Te mereces perder un par de millones de dólares por incrédulo.

Edward la ignoró mientras caminaba en mi dirección hasta quedarse en frente de mí. Creí entenderla que nos teníamos que poner en camino porque en casa nos estaban esperando. Alguien iba a venir a vernos. Pero yo no dejaba de dar vueltas a lo que habían comentado sobre la predicción de Alice que no se había cumplido.

Al tener un nudo en la garganta y recrear en mi mente el significado de sus miradas, me sorprendió verlo tan cerca de mí, ofreciéndome la mano para ayudarme a levantar.

Me hubiese gustado preguntarle a que venía tanto cambio de humor; por el momento me conformaba con sentir el tacto de su piel junto a la mía.

Me alegré, por una vez, de ser lo suficientemente ágil como para levantarme y mantenerme en pie sin caerme ni tirar a Edward conmigo.

Sus ojos habían vuelto al color caramelo y una radiante y sincera sonrisa curvaba sus perfectos labios. Al imitar el gesto, se volvió a poner serio y una sombra se acumuló en sus ojos.

Antes de que pudiese preguntarle que le ocurría, él se adelantó a responder mi pregunta como si la hubiese sacado de mis pensamientos:

—Daría lo que fuese por saber qué es lo que se te está pasando por la cabeza en estos instantes—me susurró algo ausente.

—Oh—me limité a decirle.

Desde el instante que desperté a mi nueva existencia, tenía que enfrentarme una y otra vez a sucesos increíbles. Y alguno de los más sorprendentes, era el hecho que algunos de nosotros nos llevábamos a esta vida lo más sobresaliente de nuestra existencia anterior y lo desarrollásemos de tal forma que se convirtiese en una habilidad extrasensorial o don.

Aun me quedaba totalmente absorta cuando veía como Jasper intentaba manipular mis emociones para conseguir que me prestase a hacer algo que le conviniese; o como Alice era capaz de predecir las consecuencias de alguna decisión que había tomado, y lo más insólito, es que nunca había un mínimo margen de error.

Ella misma me había contado que ya poseía ese don cuando era humana y, de alguna manera, ella había visto que sería de su vida futura en el mismo instante en el que vio a Jasper.

Y al transformarse en vampiro dejó atrás sus recuerdos humanos y se dedicó a ser feliz con su nueva pareja.

Edward siempre me había comentado de lo previsible que le parecía la gente y lo fácil que era saber lo que pensaban cuando aún era humano. Por lo tanto, no me extrañaba en absoluto que aquella cualidad se desarrollase de tal manera que fuese capaz de leer el pensamiento tanto a los vampiros como a los humanos.

También me había dicho que yo siempre parecía no ir con los demás, porque le era totalmente impredecible.

No me podía imaginar que esa limitación también se arrastrase y que la única excepción al poder de Edward fuese yo.

Por lo demás, no creía que tuviese ningún poder a destacar, aunque eso no significaba para mí problema ninguno. Incluso me divertía el dilema que tenía Edward entre su enorme deseo de saber cómo funcionaba mi mente, o el haberme convertido en su oasis de paz en medio de los pensamientos e imágenes que invadían en cada instante su cabeza.

Ante aquella idea, no pude evitar lanzar una carcajada ante su interrogante mirada.

—Así aprenderás a ver cómo nos sentimos los demás cuando no podemos penetrar en tu mente—le reproché muy sonriente ante las risotadas de Alice.

Le oí refunfuñar y empezó a ponerse en camino, pero aun sin decirme una sola palabra, no me soltó la mano ni un solo instante.

Elevé mi cabeza para observar los últimos resquicios de aurora boreal en el cielo. Era una señal de que estaba amaneciendo.

Otra de las cosas que me hubiese perdido si aun fuese humana. No hubiese visto al cielo tiñéndose de múltiples colores si no me hubiese viajado hasta Alaska.

Alice iba delante de nosotros dando pequeños saltos más similares a los de una bailarina que de un transeúnte.

—Bella, una pregunta, ¿Edward era así de cotilla cuando era pequeño?—inquirió con grandes carcajadas.

La imité mientras éste ponía los ojos en blanco:

—No cuentes cosas muy comprometedoras, Bella—me advirtió burlón.

—No te preocupes; sólo lo mínimamente vergonzoso—y me volví hacia Alice—. Cuando llegaba las navidades, sus padres tenían que dejar los regalos en mi casa para que él no adivinase que le habían comprado. Ni aun así. Antes de abrir los regalos, Edward siempre les decía lo que era. Y aun recuerdo, un año en el que le regañé por hacer enfadar a Santa Claus. ¿Sabes lo que me respondió?—Edward hizo un amago de protestar y Alice suspiraba fuertemente para aguantarse la risa. Me aclaré la voz e imité su tono de voz tal como la recordaba cuando era un niño—. Yo no puedo hacer enfadar a Santa Claus porque no existe—Alice se agachó debido a la risa y Edward murmuró algo así como que yo exageraba los hechos—. Es verdad—lo juré—. Fue así. Y lo peor de todo, fue que me pasé toda la mañana llorando de la desilusión que me produjo el saberlo.

— ¡No seas mentirosa!—se defendió—. Te quedaste muy tranquila. Es más, dijiste que estabas totalmente aliviada de que Santa Claus fuesen los padres. Así comprendías porque era tan tacaño contigo y te dejaba tan pocos regalos. Si lo miras así, hasta te hice un favor y todo por hacerte ver que los sueños de hadas no existían.

¿Los cuentos de hadas no existían?

Un dolor agudo empezó a sacudirme el pecho.

—Sí, soy muy ingenua por creer en ellos—musité al comprender el significado que la magia de lo que habíamos sido se había esfumado.

Sentí una presión bastante molesta en el sitio donde estaban unidas nuestras manos, y me deshice de ella bruscamente, para salir corriendo hasta donde se encontraba Alice.

—Bella—hizo un amago de protesta pero no se movió de su sitio.

¿Tan diferente iba a ser todo para nosotros a partir de ahora?

—Bella…—me reprochó Alice mientras intentaba apoyar el brazo sobre mi hombro.

Era increíble que ella pudiese intuir mi estado de ánimo. Era como si Jasper la hubiese transmitido algo de su poder.

—Estoy bien—mascullé.

—Ya lo veo—me contestó con el mismo toque de ironía.

—Sólo es cuestión de… tiempo—repetí mordaz. Era lo que ellos siempre me decían.

—Sí—afirmó—. Pero no sólo eres tú la que tienes que tomarte esto con calma. Edward al final ha comprendido, que haga lo que haga, no podía dejarte atrás. Eso es un gran paso que ha tenido que dar. Ha tardado cinco años, pero por fin se ha dado cuenta que hay cosas que no van a cambiar nunca. Ahora le falta que ese principio también se va a cumplir contigo—luego soltó una risita tonta—. Son hombres, Bella. Criaturas tan banales—puso los ojos en blanco—. Si no, fíjate.

Se agachó y cogió un poco de nieve que modelo hasta formar una bola, se levantó y se giró hacia Edward:

— ¡Edward, tengo un regalo para ti!—gritó para llamarle la atención.

Cuando éste se quedó completamente quieto, Alice alzó el brazo y lanzó la bola de nieve hacia su dirección. Edward no pareció inmutarse y cuando la bola estaba a escasos milímetros de él, movió la mano rápidamente y la cogió al vuelo.

—Demasiado lenta, Alice—le avisó—. Llevo preparado desde el instante que se te pasó por la mente.

—Yo no tengo la culpa de ser más lenta que un pensamiento—se enfurruñó haciendo que Edward se reía de nuevo.

Y mientras ellos estaban discutiendo, decidí intervenir en el juego y cogí mi pequeño puño de nieve.

Sin avisar, se lo lancé a Edward, quien estaba totalmente distraído discutiendo con Alice, y no me había visto venir.

Por supuesto, la bola impactó de pleno en su cara.

Verle confuso intentando quitarse la nieve de su rostro me devolvió el buen humor y sin poder contenerme, me reí como si me tratase de una niña pequeña.

—Apuesto a que ésta no la veías venir—le chillé.

Alice empezó a agacharse debido a que las carcajadas no la permitían ponerse en pie, y también aproveché con ella, cogiendo más nieve que le arrojé su cara.

—Creo que no eres tan buena vidente como dices—me burlé de ella.

Edward ya se encontraba a nuestra par y su mirada pasaba de Alice a mí de manera intermitente.

—Alice—le reprochó adivinándole el pensamiento—, ya sabes que no hay que meterse con las más pequeñas…—le gruñí… ¿Cómo que pequeña?—así que no sería justo que nos cebásemos con ella—se encogió de hombros y Alice se rió traviesa—. ¡Bah! ¡Qué más da!

Y me lanzó una bola de nieve a la cara. Y otra más a las que continuaron las que Alice me empezaban a tirar.

— ¡Ey!—me defendí poniéndome el brazo sobre a cara a modo de escudo—. ¡Estáis cebándoos sobre una inocente!

— ¿Tú?—inquirió de manera burla—. ¡Qué va! ¡Alice, continúa tirando bolas de nieve!

— ¡No!—supliqué riéndome.

Pero al ver que cada vez llegaban más bolas y yo era su blanco, tuve que defenderme y empecé atacando de manera discriminada hasta que convertimos aquel lejano paraje en una guerra de nieves y alegres carcajadas.

Aquel era un momento de escasa felicidad pura y sutilmente pueril que quería rozar antes que se escapase. Aquel retroceso a la infancia me daba esperanzas que, de alguna manera, lo que nunca debería cambiar, permanecería inmutable.

Estaba tan eufórica por usar mi nuevo sentido del equilibrio y que esté funcionase a la perfección, que recibir la mayor cantidad de impactos había pasado a un segundo lugar.

Y a pesar de la ventaja que Edward y Alice tenían sobre mí, era capaz de alcanzarlos sin problemas. Cuando éramos pequeños nunca lo había logrado y me había caído la mayor parte de las veces.

Proferí un grito bastante agudo seguido de histéricas carcajadas al sentir como Edward me tomaba por sorpresa y me agarraba por la cintura.

—Me parece que lo que te gusta a ti es el juego sucio—me susurró al oído.

— ¡No, no, no!—grité bastante alborozada mientras forcejeaba con él.

De alguna forma aun no muy aclarada, conseguí placarle y con ellos caernos de bruces sobre el mullido suelo blanco. Aunque por suerte, acabé amortiguándome sobre el cuerpo de Edward.

No quería hacer otra cosa que dejarme llevar por este instante de alegría y no para de reírme.

Pero al mirar a Edward y descubrir que me observaba atentamente, mi sonrisa se me congeló en mi rostro y quedé absorta ante su mirada de matices áureos.

Juraría que mi corazón, inerte e inmóvil, dio un vuelco cuando vi que su mano se alzaba e iba, lenta pero segura, hacia mi rostro.

Como ancla de unión, posé mi mano sobre su muñeca de manera delicada, sin impedirle seguir su camino. Sólo quería sentir el tacto de sus venas, a pesar de que éstas ya no latían.

Posiblemente mi piel estaba compuesta por células muertas, pero era increíblemente sensible a la dulce presión que Edward ejerció sobre mi mejilla.

Era tan intenso que fui incapaz de permanecer con los ojos abiertos.

La sensaciones eran virulentas que comprendí que necesitaba mi nuevo cuerpo, fuerte y fibroso, para poder soportarlas.

Seguramente, mi débil constitución humana no hubiera sido capaz de aguantar tanto deleite sin que me hubiese sobrepasado.

Incluso ahora, los pulmones me quemaban por ausencia de aire; y eso que no lo necesitaba.

Por lo que me dolió la sensación de pérdida cuando Edward retiró bruscamente sus dedos y se incorporó rápidamente sobre la nieve, aunque no llegó a romper nuestro contacto del todo.

Por el olor, podía percibir que había alguien más con nosotros. Yo conocía ese olor de sobra. No era precisamente amigable.

Al oírle gruñir, abrí precipitadamente los ojos y me envaré ante la persona que se encontraba, de pie, justo enfrente de nosotros, mirándonos torvamente.

Edward no se dejó intimidar por la presencia de Rosalie y le contestó con voz ronca:

—Sí, ya hemos terminado de cazar—la informó de malos modos—. Estábamos a punto de volver a casa. Alice ha predicho que teníamos visita.

—Rose—el tono de Alice intentaba ser conciliador mientras simulaba estar distraída haciendo su muñeco de nieve—, te avisamos si querías ir con nosotros, pero te excusaste diciendo que tenías mucho trabajo que hacer.

—Y así era—contestó áspera—. He estado toda la mañana ayudando a Carlisle en la consulta. Hoy hemos tenido más trabajo que de costumbre y nos hubiese venido bien un poco de ayuda—eso ultimo iba dirigido a Edward que fingió ignorarla, aunque yo podía notar, debido a la tensión de los músculos de su muñeca, lo nervioso que Rosalie le ponía.

—Si te refieres a que no he hecho mis deberes, estás muy equivocada. Me puse por la mañana temprano a archivar historiales y sólo he salido de caza con Bella y Alice cuando he terminado de hacerlo. Así que no vayas criticándome.

Rosalie soltó un suspiro sonoro antes de volver a la carga:

—Si eso es todo lo que esperas de la eternidad—le reprochó—. ¿No se supone que tú ibas a ser médico? Y lo peor de todo que, según Carlisle, ibas a ser un gran medico, pero prefieres echarlo todo a perder y desperdiciar todo ese potencial que puedas tener. ¡Eres tan egoísta!

Empezaba a temer que esto se fuese de las manos.

Tenía que admitir que Rosalie tenía razón en cuanto que Edward se había dejado vencer por las circunstancias, y al estar tan aferrado en que no quería ser un monstruo, había decidido traicionarse a sí mismo y renunciar a los sueños que había modelado en su vida anterior.

Carlisle me había contado lo apático que había estado hasta, que por fin, superando sus miedos más profundos y se había decidido, muy en el último aliento que me quedaba de vida, a transformarme. Yo estaba viendo a la sombra de lo que fue Edward humano, pero Carlisle me había dicho las mejoras tan notables que había percibido en Edward desde que yo había formado parte de su familia.

Había recobrado la fe que con el paso del tiempo y mi apoyo, Edward volviese a ser el mismo hombre maduro, alegre, extrovertido y pionero que alguna vez fue.

Sencillamente me exhortaba que tuviese paciencia y me apoyase en la idea del tiempo.

Pero desde luego, Rosalie no estaba haciendo las cosas con mucho tacto.

Tenía que conocer a Edward lo suficiente como para saber que con él había que emplear el tacto y hablar separando los pros de los contras.

Pero Rosalie era irónica y cruel, y lo único que conseguiría de esta forma, sería que Edward olvidase sus modales de perfecto caballero y se lanzase a por ella para arrancarle la cabeza.

Tuve que agarrarle un par de ocasiones, en el que la rigidez de su cuerpo, denunciaba aquellas intenciones. Al final, acabó desistiendo, pero se mantuvo en guardia en todo momento.

—A lo mejor prefieres estar haciendo nada, porque prefieres divertirte con tu nuevo juguete— ¡vale!, tal vez era grosero que Edward la pegase, pero yo no—. Creí que eras más auténtico y coherente con lo que pensabas. Dijiste que nunca la convertirías. Que la dejarías vivir su vida humana. Y mírate—nos señaló con desdén—. A la mínima te has dejado llevar y no has sido capaz de frenar tus impulsos egoístas y atraerla hasta esta vida. Tú no eres mejor que yo.

— ¡Pues perdona por no ser de piedra y no ser capaz de llevar mis principios hasta las últimas consecuencias!—se mofó mordazmente.

—Eso no es justo, Rosalie—salió Alice en nuestra defensa—. No es lo mismo decirlo en un momento que estar viviendo como el amor de tu vida se muere entre tus brazos y tú tienes la única forma de salvarla. Aunque tus principios se vayan al garete.

Rosalie oscureció su mirada y frunció el ceño.

— ¿Y si se hubiese tratado de Emmett?—decidí intervenir recordando el viaje eterno que estaba realizando Emmett sólo por encontrarla—. ¿Tú dejarías morir a Emmett si te hubieses encontrado en la misma situación que Edward conmigo?

Pensé que con la mención de Emmett se ablandaría. Porque estaba muy segura que parte de sus celos hacia mí, era por él. Podía distinguir el dolor del amor perdido y podía poner la mano en el fuego que Rosalie le amaba con todas sus fuerzas.

Por lo que me sorprendió totalmente y me dejó helada—más de lo que ya era—su gélida e inhumana respuesta:

—Yo no puedo hacer que nadie comparta un destino que yo no elegí y, por supuesto, que no deseaba ni para mi peor enemigo. Por lo tanto la respuesta es sí. Prefiero ver a Emmett frío e inerte bajo una lapida, que compartiendo mi maldición. Por mucho que esto me doliese.

Aquella blasfemia me hizo tanto daño, que no pude soportar el tacto de Edward sobre mi piel y deshice nuestro contacto como si fuese una gota de alcohol en una herida.

No era porque aquellas palabras lapidarias saliesen de Rosalie; sino porque estaba totalmente convencida que aquel pensamiento había pasado por la cabeza de Edward.

¿No podía darse cuenta que mejor la mitad de algo que su ausencia? Él no podía saber cómo me había sentido todo aquel tiempo que le creía muerto.

Rosalie no había terminado su alegato sobre su noble actitud de resignarse a ser infeliz toda su existencia por la felicidad de la persona amada, cuando una voz, que reconocí de mujer, la interrumpió bruscamente:

— ¡Chicos!—nos saludó con voz aguda con cierto acento ruso— ¡Así que estabais ahí!

A medida que se iba acercando hacia nosotros, iba estudiando los rasgos, me daba cuenta que se trataba de una mujer de nuestra especie. Llevaba un amplio abrigo de pieles y ropa de hombre —pantalones vaqueros, camisa y botas de talle alto como todos nosotros debido al clima inhóspito— por lo tanto no podía ver con detenimiento su figura.

Cuando estuvo a escasos metros de Rosalie —quien puso una cara de fastidio al verla, por lo que intuí que no le hacía mucha ilusión su visita— la saludó cordialmente aunque había matices de burla en su voz musical:

—Rose, querida. ¡Cuánto tiempo sin verte!—intentó acercarse a ella, pero Rosalie la rehuyó como si se tratase de una serpiente venenosa—. Y me temo que en todo este tiempo, tu cara de amargada no ha cambiado demasiado. No creo que se trate de que tu corsé esté demasiado apretado porque ya no se llevan—al contrario que Rosalie, Alice y Edward se permitieron una sonrisa autosuficiente—. Así que me remitiré a mi teoría de que te metieron un palo por el culo para mantenerte muy recta y que te explotase todo esa mala leche. ¿No te cansas de fruncir el ceño como si todo el mundo oliese a mierda? Porque realmente, muchacha, si yo tuviese tanto ego hubiese estallado hace mucho.

Edward se tapó la boca simulando la risa. Incluso, yo me permití esbozar una sonrisa.

Rosalie se acabó hartando de que la humillasen y, dándonos la espalda, fue caminando rápidamente hasta estar casi fuera de nuestro alcance. Y sin despedirse, salió corriendo en dirección norte.

—Esta mañana no ha podido ir a cazar y aprovecha ahora—se disculpó Edward en nombre de su "hermana" ante nuestra visitante.

Pero ésta se limitó a encogerse de hombros.

—Siempre que vengo, ella se va, si no fuese porque me está lanzando una indirecta, pensaría que no me quiere ni ver—después se rió tontamente y dirigió su mirada hacia Edward—. Pero como no es a ella a quien vengo a visitar, pues como si se la come un oso—alzó sus brazos y en un rápido movimiento, se abalanzó sobre Edward—. ¡Eddie, te he echado de menos todo este tiempo!—se alejó brevemente de su cuerpo sin quitar las manos de sus brazos para bajar su cabeza de manera muy descarada—. Aunque por lo que puedo ver, tú no te alegras demasiado de verme.

—Sí me alegro, Tanya—intentó ser condescendiente sin perder las formas—. Lo que pasa que no lo hago tal como a ti te gustaría. ¿A qué se supone que debemos el honor de tu visita?—inquirió tratando de ser educado.

—Carlisle le dijo a Eleazar que si podía venir a vuestra casa. Tenía algo que consultar. Como Carmen también venía y mis hermanas, Katrina e Irina, se han ido de caza—se rió sutilmente como si aquellas palabras tuviesen doble sentido—pues me dije que por qué no. Así te hacía una visita—se volvió hacia Alice que la miraba de manera burlona—, y por supuesto a todos los Cullen—rectificó al ver como Alice ponía los ojos en blanco.

—Pues bienvenida a nuestra casa—la saludó de las mejores formas posibles mientras ella incrementaba la fuerza de su abrazo. Demasiado para que fuese decoroso. Y no es que yo me hubiese vuelto una maniática de las buenas formas, pero aquello era totalmente descarado.

—El tiempo que estuviste en Chicago, se me hizo muy largo. No te imaginas el dolor de ojos que tuve por no recrearme con tu bella presencia, Eddie. ¿Resolviste todo lo que tenías allí? ¿Qué tal está tu madre? ¿Y tu hermanita Dawn? ¿La salvaste de aquel rastreador?

Edward, al no poderse mover demasiado, movió la cabeza en mi dirección, y al imitarle ella, por fin se dio cuenta de mi presencia allí.

Arrugó el entrecejo y me observó detenidamente.

—Eddie, ¿no me dijiste que tu hermana era rubia? ¿Y que tenía cuatro años? Está muy crecidita para tener esa edad, ¿no crees?

Edward se permitió meter las manos entre el cuerpo de Tanya y el suyo para separarse. Y entonces nos presentó:

—Tanya, ella es Isabella. Fue la persona que salvé de las garras de James, aunque no del todo—bajó la voz como si se avergonzase de ello—. Bella, ella es Tanya. Es la jefa del clan de Denali, que como nuestra familia, también se alimentan de sangre de animales. Y gracias a su amabilidad, podemos estar aquí todo el tiempo que sea necesario.

La boca de Tanya formó una o perfecta debido a la sorpresa.

Definitivamente, se separó del lado de Edward y se me enfrentó sin dejar de evaluarme. Aquello también me permitió estudiar sus rasgos. Y para mi frustración, me pareció mucho más hermosa de lo que había intuido antes.

Alta y muy curvilínea, a pesar de simular sus curvas con ropa tan masculina, su largo y ondulado cabello tenía un tinte rojizo que amortiguaba su tonalidad dorada.

Sus rasgos parecían cincelados por algún escultor y todas las características que teníamos los vampiros, se multiplicaban en ella. Ojos dorados increíblemente brillantes y enmarcados en largas pestañas y una boca, llena y rojiza, que siempre estaba sonriendo.

Parecía estar hecha para los deseos y desesperación del género masculino.

Dejó su expresión de observación y se permitió sonreírme.

— ¿Tú eres mi nueva prima?—me abrazó con demasiado entusiasmo—. Bella—me nombró como si me conociese de toda la vida. La verdad que ya no me importaba demasiado. Me había acostumbrado a que mi nueva familia me llamase Bella—. Es un placer tenerte por aquí, dada las circunstancias, claro. Como líder de mi familia, es mi deber darte la bienvenida a Denali. Si tienes algún problema, no dudes en acudir a mí.

—Gracias—musité.

—Eddie me ha hablado tanto de ti que es como si ya te conociese—Edward se guardó un gesto de mofa al oír la pequeña mentira cortes de Tanya—. Bueno, en realidad no lo ha hecho tanto—se retractó al ver mi cara de incredulidad—. Por no decir nada. Eddie no es muy hablador que digamos. Pero como es tan guapo, lo mejor es que no hable mucho. Se le admira mejor en silencio.

—Pues es una pena que Edward no haya sido demasiado hablador, porque, de lo contrario, él mismo te hubiese aclarado cuanto odia que le llamen Eddie—le dediqué una sonrisa bastante forzada.

¿Desde cuándo Edward era Eddie?

—Bella—me recombinó Edward recordando mis modales.

Tanya no se lo tomó a mal y siguió hablando conmigo:

—La verdad que no me extraña que la reina de hielo, alias Rosalie, esté que trina. Parece que le han dado una patada para echarla del trono—suspiró mientras jugueteaba con un mechón—. Es muy hermosa. Tiene una belleza que no se lleva ahora y no tiene muchas curvas, pero resulta increíblemente llamativa—me alabó mientras por el rabillo del ojo, observaba una sonrisa jactanciosa por parte de Edward. Tanya siguió hablando conmigo—. Espero que Rosalie no te haya dado problemas. Sólo es cuestión de que deje de creerse el centro del mundo y acepte que los demás no están pendientes de sus caprichos. Por lo tanto, no te dejes amedrentar por sus humos. Se le acabará pasando.

—Gracias—a pesar de ser una coqueta sin remedio, no podía evitar que me cayese bien.

—Es un placer—me dijo muy sonriente—. Todo lo que pueda hacer por ti, será con muchísimo gusto. Y para que veas que soy una buena prima, en tu ausencia me he volcado cuidando a nuestro Eddie. Bueno, todo lo que él se ha dejado mimar por mí.

Tenía que retractarme. Ya no me caía tan bien.

¿Qué era eso de "nuestro" Eddie?

Me miró fijamente los ojos y se volvió a dirigir a Edward:

— ¿Cuándo la transformasteis?—inquirió seriamente.

—Poco más de seis meses—repuso Edward rápidamente.

—Sí—observó pensativa—. Aun es muy joven. Se ve que aun tiene restos de sangre en su organismo—supuse que lo averiguaría por el color anaranjado de mis ojos—. ¿Es por ella por lo que queríais ver a Eleazar? ¿Ha desarrollado alguna habilidad?

—Ella es nuestro objeto de debate. Al parecer, no. Pero yo no puedo leerle el pensamiento y Alice ha visto algo pero no sabe muy bien él que.

—Hum—murmuró—. Comprendo. Pero ella aun es muy joven para desarrollarlo. A veces las habilidades se despliegan cuando pasa un año de la transformación.

—Sí, pero creo que Eleazar puede vislumbrarnos algo, sería de gran ayuda.

—Claro—dijo Tanya—. Eso me recuerda que Carmen y él están en vuestra casa y que deberíamos ponernos en camino.

Se separó de mí y anduvo hacia Edward con pasos sinuosos y mórbidos hasta llegar a él y agarrarle confiadamente del brazo:

—Como tú eres el hombre aquí, tienes que guiarnos hasta casa—le ordenó de manera coqueta—. Es que no quiero perderme, Eddie.

Dejé que ellos se adelantasen mientras me acariciaba las sienes. Tenía la cabeza a punto de estallar con sus "Eddies" con su acento ruso.

No sabía cuántas veces tuve que inspirar y espirar para lograr mantenerme lo más tranquila posible, y no arrancarle los pelos de la cabeza de uno en uno. Yo estaba por encima de todo aquello. Era una dama educada que no resolvía sus problemas con la violencia.

Me volví repentinamente cuando sentí una presión sobre el hombro, y me tranquilicé cuando vi que se trataba de Alice.

—Podías haberme avisado—la reproché.

—Te defiendes mejor de lo que crees, Bella—se permitió una pequeña sonrisita para luego ponerse seria—. Además estaba ocupada. He tenido otra visión.

—Oh—sentí curiosidad.

—Si estoy en lo cierto y Rosalie se ha ido de caza hacia el norte, puede que se tenga que tragar todas sus palabras. Y posiblemente, deje de estar tan amargada y, con ello, que los demás lo dejemos de estar por ella.

— ¿Entonces?

—Las cosas van a ir a mejor. Palabra de Alice.

Si ella lo decía, tenía que creerla. Como no me había dicho que predicción era la que no se había cumplido, tenía que creer que era infalible. Lo mejor era dejarse llevar por lo que ella decía, en lugar de luchar contra lo inevitable.

—Alice—ella me miró con una sonrisa burlona—. Tú que lo sabes todo, ¿cuánto tiempo se va a quedar Tanya en casa?

 

 

Capítulo 23: Myth Capítulo 25: Big Bear Brother

 
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