- No soy la única que desea acabar contigo.
En ese mismo instante, multitud de cuerpos empezaron a entrar en el claro. No sabía quienes era, eran muchos. Cerré los ojos deseando que eso acabara.
Esperaba un golpe o tal vez la nada. Esperaba algo, cualquier cosa. Un indicio para saber si lo que iba a pasar era más o menos doloroso. O tal vez no querían hacerme sufrir. Pero ninguna sensación nueva me daba el más mínimo indicio de los que estaba ocurriendo tras mis ojos cerrados. Temía abrirlos. Quizás no iba a ser capaz de soportar lo que podía encontrar tras mis párpados. El dolor de una vida que está por terminar ya es suficiente.
Los segundos pasaban como horas. Nada. Una y otra vez el vacío que me anunciada que tal vez lo siguiente iba a ser increíblemente doloroso. Pensaba que estaban preparándose. Armándose de alguna manera para hacerme sufrir. Cada segundo era una nueva imagen desfilando por mi mente mostrándome algo que me perdería. Algo que seguramente iba a suceder, pero sin mi.
De pronto un sonido, dos y tres. Tres golpes. No sabía que era lo que estaba pasando. Abrí los ojos lentamente. Temerosa. Y allí estaban
Unas diez personas, totalmente desconocidos para mí. Todos con la piel morena, cabello oscuro, pero sus ojos, rojos, rojos como la sangre.
Diez pares de ojos rojos me observaban sin parpadear, si las miradas matasen.
Estaban colocados en forma de medio círculo, delante de mí. No sabía cuales eran sus intenciones. El silencio inundaba todo y el miedo se hizo latente en mis ojos. Las lágrimas mojaban mis ojos derramándose pos mis mejillas, ellas, lentas y silenciosas desaparecía en mis labios. Unos labios que jamás volverían a besar a Jake.
Me dolía pensar que ese último beso, mi último beso, no había sido suyo. Sino de alguien a quien, a pesar de todo, no amaba con todo mi corazón. Eso me dolía, me desgarraba por dentro causándome un dolor mayor al que ellos pudieran hacerme. Nadie podían dañarme mas que el hecho de separarme de él, para siempre. Sin unas ultimas palabras, una despedida, un beso. Ese beso.
Uno de ellos, el que parecía mas joven, dio un paso adelante ante la incrédula mirada de sus compañeros. Se acerco a mí y colocó su calida mano bajo mi barbilla, obligándome a levantar la vista. A mirarlo.
- Si es una muñequita. – anunció en tono burlón.
Moví la cabeza para deshacerme de su mano. No quería que me tocara. Entonces una risa maliciosa apareció en su rostro. Volvió a agarrarme el rostro, esta vez con más fuerza. Duramente. Me hacía daño pero no iba a decirlo. No. Era más fuerte que eso. Había pasado muchas cosas en mi corta vida que me habían enseñado a mantener mis emociones a ralla. Jamás iba a admitir que les tenía miedo. Nunca.
Sus ojos eran llameantes, peligrosos. Él era hermoso, pero de una hermosura cruel.
Giró mi rostro y quedé de nuevo encarada a él. Bajó su rostro, acercando sus labios demasiado a los míos. Mi último beso no será tuyo. Pensé. Y entonces le escupí.
Una carcajada ruidosa inundó el lugar. Él me soltó y se alejo y entonces pude ver quien era el que se estaba riendo. Era otro hombre. Parecía el jefe. Era el más grande. Más bien era enorme. Hombros tremendamente anchos y músculos prominentes.
Volvieron a su posición inicial. Todos enfrentándose a mí, cara a cara. Ellos, diez personas lo suficientemente fuertes como para deshacerse de mi en pocos segundos y yo una, una única e indefensa persona incapaz de someter a nadie al mas mínimo dolor. Era totalmente injusto.
- De acuerdo vamos allá. – Después de decir eso, es que yo había creído el jefe, se dio media vuelta y empezó a alejarse de mí. Antes de desaparecer entre la espesor de los árboles se giró y añadió – Meg y Joe, encargaos de ella, los demás, fuera.
Dicho eso se alzó un murmullo que rompió con la calma asta entonces presente en el bosque. Lentamente rompieron esa formación que habían mantenido y se fueron alejando de mi lentamente. Meg y el que supuse que era Joe, se acercaron a mí, con extrañas y malévolas sonrisas dibujadas en sus crueles rostros.
Y ese fue el principio del fin, de mi fin.
|