When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
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Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

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Capítulo 23: Myth

Calidez. Era increíble como había detalles que ni siquiera se perdían después de la muerte.

Mi Edward, vivo, lo había sido. Y ahora no podía traicionar su esencia y aquel ángel con sus rasgos perfectamente cincelados debería serlo, como así me demostraba sus largos y sedosos dedos al posarse sobre la piel de mis pómulos, y sentir como algo parecido a un pequeño fuego se hubiese encendido en mi interior.

¿Cómo era posible?

Se suponía que después de dejar todo lo terrenal, debía beber de las aguas del leteo y despegarme de todas las ataduras del mundo de los vivos.

Entonces, ¿cómo era posible que por mi cuerpo, las corrientes eléctricas circulasen tan libremente?

Apoyé la mejilla en el hueco que formaba su mano y posé mis dedos sobre sus muñecas palpando sus fuertes venas.

Todo seguía igual incluso en la muerte; el calor que emanaba de su cuerpo me transmitía la seguridad de antaño.

Tal vez hubiese pequeños matices, pero el conjunto, la esencia, el todo, seguía como hasta ahora.

Mis párpados se entrecerraban, y por el hueco entre éstos y mis pestañas, percibía levemente el brillo de satisfacción en sus ojos rojizos.

¿Ojos rojizos? Sinceramente, no me importaba demasiado. Serían cosas del más allá. No podían funcionar de la misma forma que el mundo de los humanos. Lo acababa de abandonar y ya me sentía demasiado ajena a él.

—Todo está bien—murmuré.

—Sí—contestó en el mismo tono que yo para no romper la magia del momento—. Y ahora todo irá mejor, te lo prometo.

Me dolió tener que quitar la vista de él, pero algo me impulso a mirar hacia atrás, y me encontré con la maravillosa perspectiva del lago reflejando las estrellas del cielo como si se tratase de un espejo.

Un olor a verdor, humedad y bastante floral invadió las aletas de mi nariz embelesándome con el efecto tan tonificante que ejercía en mí.

No debí haber sido tan mala si se me concedía estar en el paraíso. Yo no podía concebirlo de otra manera.

Un cosquilleo recorrió mi cuerpo cuando percibí la mano de Edward ejerciendo presión sobre mi cintura, cediendo dócilmente cuando, con toda la delicadeza del mundo me dio la vuelta para enfrentarle.

Sonrió y no pude evitar devolvérsela de manera tan tonta como una colegiala. Y aun así, percibí que una extraña sombra se acomodó en sus ojos… De alguna manera parecía… ¿Frustrado?

Mis labios formaron una o redonda debido a la sorpresa…

¿Qué le pasaba? ¿No me quería aquí?

— ¿He hecho algo malo…?

Me puso un dedo en los labios y no fui capaz de articular ninguna palabra.

—Bella—susurró con una increíblemente aterciopelada voz que me era más similar a los cantos de sirena—, tranquila, todo va bien. No has hecho nada malo—me tranquilizó mientras alzó sus manos y las acunaba en mi rostro, agarrándole con firmeza para alzármelo y quedarme a la altura del suyo—. Sólo que hay cosas que han cambiado y aún me cuesta hacerme a la idea… ¡Shhh!—me arrulló como si me tratase de un bebé—. Todo va a salir bien, cariño—me prometió.

Posé la mano entre la suya y entrelacé nuestros dedos para asegurarme que quedaba un nexo de unión entre nosotros. Por pequeña que fuese, una separación me dolería.

—Estamos en el cielo, ¿verdad?—quise asegurarme, sorprendiéndome de lo musical que sonaba mi voz cuando mi garganta estaba tan irritada y parecía que estuviese en llamas.

Juntó su frente con la mía y su dedo empezó a hacer círculos sobre la piel de mi mejilla. El deseo corrió por cada parte de mi cuerpo.

— ¿Estoy en el cielo?—volví a repetir. No concebí estar en otro lugar.

Se rió suavemente mientras me respondía:

—La verdad, que hasta hace poco pensé que estaba en el limbo. Pero creo que en este instante, puedo rozarlo con la punta de mis dedos.

Rompí el contacto, nerviosa y aterrada, al oír el ruido de unos pasos chocando contra el suelo, dirigiéndose entre nosotros. Capté un olor que me hizo ponerme alerta y posicionarme para defenderme. Pero en aquella esencia no me indicaba que hubiese ningún peligro. Al
contrario, me parecía muy dulce y me invitaba a serenarme. Aun así, me sentía nerviosa y mi cuerpo empezó a temblar como si me tratase de un plato de gelatina.

—Bella, no ocurre nada—me tranquilizó Edward mientras aferraba mis dedos a su camisa y me ponía una mano a la espalda, acercándome a él con delicadeza para abrazarme.

Metí la cabeza sobre el hueco de su hombro y dejé que me meciese con ternura, acariciándome el cabello.

—No tienes nada por lo que preocuparte—me aseguró mientras me alzaba el mentón con los dedos y me hacía girar hacia donde yo presentía que estaba la nueva persona que se unía a nosotros—. Es un amigo—me informó.

La expresión de mi rostro pasó por diversas fases, desde la sorpresa hasta la expectación de encontrarme con aquel hombre tan conocido para mí, aunque con una faceta tan desconcertante para mí. Si antes hubiera jurado que no me hubiese importado quedarme ciega después de verle, en aquel instante comprendí que había sido una ciega que no podía observar con claridad la luz del sol. Ahora, él me parecía una representación del mismo dios Apolo.

Y aunque mi Edward era más hermoso, sonreí como una completa tonta ante su presencia.

Y aun más cuando él se preocupó por mi estado:

— ¿Señorita Swan?—inquirió de manera tierna y personal el doctor Cullen.

Asentí con la cabeza como una marioneta sintiéndome como una como una niña que recibía un halago de su profesor.

—Vaya—silbó de manera divertida—. No hace falta que le pregunte como está. La veo en perfecto estado y muy hermosa, por cierto…

El calor se subió hasta mi rostro y se acumuló en mis mejillas. Seguramente, me estaría ruborizando.

Pero no se me escapó la sonrisa cómplice que le dedicó a Edward y que éste le devolvía ampliamente. Parecía un código secreto.

Sin embargo, educadamente, yo decidí devolverle el halago:

—No sé como lo consigue, pero incluso en estos momentos, usted sigue siendo guapo.

—Gracias—contestó sin contenerse la risa mientras Edward empezaba a gruñir peligrosamente.

Noté como mi sonrisa desapareció al darme cuenta que si él estaba aquí, con nosotros, era porque algo le había pasado en estos cinco años.

¿Qué le habría pasado?

—Si usted está aquí es porque…

— ¿Por qué?—inquirió estudiando mis rasgos para interpretar mis palabras.

Se volvió a mirar a Edward, extrañado, y éste le devolvió el gesto también bastante confuso.

— ¿Está muerto?—me atreví a preguntar al final.

El doctor Cullen se limitó sonreír melancólicamente ante mi pregunta.

— ¿Eso es lo que cree?—se contuvo la risa—. Posiblemente esto fuese más fácil de entender si realmente lo estuviésemos. Pero digamos que no. No estamos muertos. Sencillamente, estamos en la línea. Nos hemos quedado en el limbo…

— ¡Oh!—había utilizado el mismo término que Edward.

— ¿Desde cuándo está usted en el limbo?—corregí mi pregunta.

—Isabella —me reprobó amablemente—, puedes dejar de tratarme de usted y llamarme Carlisle; creo que vas a quedarte el suficiente tiempo con nosotros para ir adquiriendo confianza.

Edward puso los ojos en blanco.

Carraspeó y luego continuó hablando:

—Pero digamos que llevo caminando en el mundo entre los humanos desde 1663.

Sonrió con tranquilidad ante mi estupefacción.

¿Realmente ese maravilloso ser tenía casi trescientos años?

—Te conservas bien—solté la primera tontería que se me pasó por la mente.

Mi comentario provocó una nueva oleada de risas por parte de él y Edward. Meneé la cabeza. ¿Qué tenía de gracioso? Me estaba diciendo que había dejado de ser humano casi tres siglos atrás, como si todo esto se tratase de una mezcla de novela de Jules Verne y Allan Poe, y a ellos les parecía muy gracioso.

Aunque, ahora que lo pensaba, todo podría tener cierto sentido. Sólo había que encontrar la clave.

Edward "murió" en Francia en 1918… Y bueno, yo misma no podía haber salido viva de un disparo en pleno corazón después de una buena dosis de tortura por parte de James…

¡Hablando de James! Se me había olvidado un par de detalles respecto a él.

Me tensé y me agarré con más fuerza de la camisa de Edward. Éste notó mi inquietud y elevó una ceja en son interrogativo:

— ¿Qué ocurre, Bella?

Me extrañé que la saliva no viniese a mi boca cuando hice el gesto de tragar. En lugar de eso, noté algo muy amargo corroyéndome la boca. Era bastante desagradable.

—Ese… James me dijo algo de Dawn… fui a buscarla y no la encontré… pero…

—Bella—me interrumpió Edward poniéndome los dedos en mis labios para que callase—, todo está bien. Dawn nunca estuvo en las manos de James. Está en casa con Elizabeth. Ella parecía que era el objetivo de James y por eso me encargué de llevarla a un lugar seguro hasta entonces…—apretó los puños y su respiración se volvió más frenética—. Cuando me enteré que tú ibas a su encuentro, me sentí tan tonto e impotente. Tenía que haber sido más previsor y haber analizado mejor la retorcida mente de James… para entonces, tú estabas en peligro y no podía pensar en otra cosa más que en salvarte…

Conocía de sobra los gestos de su rostro para adivinar que después vendría una buena bronca debido a mis imprudencias.

Como quería evitarla —mucho más tranquila sabiendo que Dawn nunca sufrió daño alguno como Elizabeth me decía en medio de la oscuridad—, me fui directamente a la pregunta más peliaguda:

— ¿Qué ha sido de James?—no estaba realmente segura si quería saberlo.

La voz de Edward se volvió tan dura como oscuros se volvieron sus ojos:

—No te preocupes por James—me aseguró acariciándome el pelo mientras la voz iba ganando en rudeza—. No volverá nunca a molestarte; ni a ti ni a nadie. Yo mismo me he encargado de enviarle donde pertenece.

—Claro—musité.

Lo comprendía y, siendo excesivamente cruel, yo también deseaba que estuviese en algún lugar donde ya no pudiese hacerme daño. Y por supuesto, si algo malo le hubiese hecho a Dawn, yo misma me hubiese encargado de hacerlo.

Pero el lado más oscuro de Edward me desconcertaba… ¿Sería capaz?

Tuve que irme muy lejos en mis recuerdos para recordar al borracho que intentó atacarme y la reacción que tuvo Edward por defenderme. Él siempre lo haría por mí…

Pero… ¿cómo había conseguido acabar con alguien como James si era lo más parecido a los monstruos sobrenaturales que yo no podía imaginar ni en los cuentos de hadas?

Inconscientemente, miré a Carlisle. Se limitó a dedicarme una sonrisa desgarrada.

—Las cosas no funcionan como antes, Isabella—noté su voz compungida pero firme.

Fui consciente de varias presencias en el cuarto y me agarré más a Edward. Carlisle se acercó con pasos elegantes y sinuosos y apoyó de manera tranquilizadora su mano sobre mi hombro.

—Es el resto de nuestra familia—me informó—. Quieren conocerte—con un elegante gesto nos invitó a entrar en la habitación.

Me sentí molesta por tener que entrar en aquel cuarto iluminado cuando estaba tan a gusto a la luz de las estrellas, pero cuando vi que tres personas se encontraban en él, no reprimí mi curiosidad.

Estaba confusa y algo avergonzada ante el escrutinio de sus tres miradas, pero Edward me apretó la mano y me hizo sentarme en un sillón.

—Sé que estás nerviosa—me susurró al oído—. Son unas buenas personas. Pronto te sentirás a gusto con ellas.

Miré a la persona que estaba en el medio y enseguida caí en la cuenta que la conocía de sobra. No podría olvidar nunca a la encantadora y sofisticada mujer del doctor Cullen. Los rasgos estaban demasiado difuminados debido a la cortina de tiempo y emociones encontradas que habían seguido a nuestros encuentros; pero sí recordaba su dulce aura maternal. Ésta permanecía intacta, incluso ahora era capaz de percibirla con mayor intensidad.

Se acercó hasta donde estábamos nosotros hasta ponerse en frente de mí.

Me sonrió con ternura y me ofreció la mano, que me estrechó fuertemente al dársela. Percibí que su anterior gélidez había desaparecido.

—Isabella—me nombró de manera suave—, estoy más que encantada que estés aquí. Edward hablaba tanto de ti que ya no eres ninguna extraña entre nosotros—cuando Edward puso los ojos en blanco, me imaginé que Esme hablaba por educación; sin embargo, se lo agradecí—. Te hemos estado esperando tanto tiempo.

—Gracias—musité.

Al oír una respiración cortante y brusca, me volví hacia aquella dirección y me topé con la preciosa enfermera que estaba en la consulta de Carlisle.

La recordaba indeciblemente hermosa, sin embargo, eso no me sirvió para volver a quedarme con la boca abierta ante su imponente presencia. Todo en ella deslumbraba, desde su cabello similar a hebras doradas hasta sus ojos de la misma tonalidad. Sólo Edward podría decir que era más radiante que ella.

Al contrario del cálido recibimiento de Esme, ella no me dedicó ni una sola palabra. Se limitó a mirarme de manera hostil mientras sus ojos se iban oscureciendo.

Edward se debió dar cuenta de lo adverso de su postura, por lo que le dedicó un bufido que le hizo desistir de volver a mirarme de esa manera. Se puso de lado y agachó la cabeza para no vernos.

Posé la mirada en Edward, aún sobrecogida por la animosidad de la chica, pero lo único que obtuve fue un resoplido resignado por parte de éste.

Dejé de mirarla cuando la tercera persona, un chico bastante alto y de formas leonadas, se nos aproximó. Sus maneras eran educadas y cordiales, pero a medida que me fijaba más en él, sus rasgos se volvieron amedrentadores. Podía percibir que había sido muy atractivo con su pelo rubio miel, sus ojos dorados rasgados y su semblante muy bien marcado, muy similar a un Mr. Darcy, pero las cicatrices que le surcaban la cara y el cuello y sus andares marciales, le daban un aspecto siniestro.

Seguramente, les di la sensación de tratarme de una criatura asustadiza, pero fue más fuerte que yo enervarme y levantarme para resguardarme en el lugar donde yo siempre había estado más segura.

No podía creerme que hubiese sido tan rápida y ágil echándome en los brazos de Edward como una niña pequeña.

Me percaté de lo maleducada que había sido sólo cuando Edward, acariciándome el pelo, me giró con delicadeza la cara hacia la dirección del joven al que daba la espalda.

Al parecer, no se tomó a mal mi actitud tan infantil, porque sus labios estaban curvados en una sonrisa muy amistosa. Una oleada de calma me sacudió el cuerpo y si eso no fuera suficiente, la voz de Edward acabó por decidirme:

—Se una niña buena y demuéstrame cómo estás educada—me recordó a los tiempos en que los dos jugábamos juntos y él adoptaba el papel de niño mayor que cuidaba a la hermanita pequeña—. Jasper es todo apariencia, es una buena persona—se dirigió a él con un sonrisa burlona que fue inmediatamente correspondida—. Pero sólo lo es cuando no se dedica a hacer trampas.

— ¿Trampas?—inquirí.

—Bella—me regañó enarcando una ceja—, dale la mano a Jasper. Intenta ser educado contigo.

Me volví hacia Jasper, tal como Edward le había llamado, con cierta timidez y sin soltarme del todo de Edward, observé que me tendía la mano en son amistoso. Me sentí bastante tonta por haberme comportado tan groseramente, y sin pensármelo dos veces, le estreché la mano. La percibí bastante pulida excepto por las rugosidades que marcaban sus cicatrices.

—Jasper Hale—se presentó de maneras cordiales y remarcando las palabras con su acento sureño.

Me resultaba muy familiar.

— ¿Es texano?—le pregunté recordando a mi amigo Jack.

—De Houston—asintió complacido de que yo adivinase de donde procedía, y al ver que yo no podía quitar ojo a sus cicatrices, carraspeó y me comentó con voz neutra: —Son los estragos de la guerra.

— ¿La guerra europea?

—Entre otras—afirmó—. Aunque empecé a ir de guerra en guerra cuando en 1861 falsifiqué mi edad para seguir al general Lee. Tenía diecisiete años. Y luego en 1898, en la guerra de independencia cubana, conocí a Carlisle y Esme, y paré un poco la actividad.

Tuve que volver a sentarme debido a la impresión. ¿Había dicho 1861? En la guerra de secesión había luchado mi abuelo. Y Jasper no aparentaba más de veinte años. ¿En qué clase de mundo me había metido?

Aunque realmente, más que asustada, tenía una curiosidad insana. Me vi a mí misma reflejada en la obra de Lewis Carrol aunque no supiese que conejo blanco me había llevado hasta aquí.

Jasper se había mantenido educadamente de pie esperando a que yo le dijese algo, pero, al ver que yo no pronunciaba palabra alguna, intentó mantener la conversación:

— ¿Tiene alguna preferencia en el trato?—quiso saber—. ¿Le gusta que le llamen señorita Swan o por su nombre?

—Creo que lo más honesto para todos sería llamarla señora McCarty—la voz procedía de la hermosa chica rubia. La noté tan cargada de odio que pensé que me iba a envenenar con tan solo respirar—. Eso por lo menos simularía la virtud que dudo que tenga.

Ella me miró fijamente, descarada y despreciativa mientras sus ojos dorados me hacían sentir bajo la mirada del basilisco.

Jasper puso los ojos en blanco y Esme agarró la mano de Carlisle, ansiosa.

Edward se limitó a respirar más deprisa e irregularmente. Eso indicaba que estaba perdiendo la paciencia con alguien. Seguramente se estaría debatiendo si contenerse por ser una dama, o darme un par de bofetones.

Decidí quitarle importancia y respondí a la pregunta de Jasper:

—Puedes llamarme Isabella—le susurré. Por alguna razón, me sentía increíblemente cómoda y confiada con él—. Todo el mundo me llama así.

La chica abrió la boca para replicar, pero Edward la puso firme antes de que pudiese pronunciar una sola palabra:

—No se te ocurra, Rosalie—le advirtió con voz peligrosa—. No digas nada de lo que te puedas arrepentir.

La tal Rosalie dio un par de zancadas hasta alcanzar la puerta y antes de salir, nos dedicó unas palabras crueles:

—Que bien os ha venido a Edward y a ti este cambio. Ya puedes cambiar de estado civil y parecer que sois muy decentes—nos echó en cara cerrando la puerta tan fuerte que pensé que se saldría del marco.

—Ignórala—me pidió Jasper mientras Carlisle y Esme también lo hacían con la mirada suplicante.

Por un momento pensé en lo gracioso que sería decirle a Emmett que ya había averiguado el nombre de su amor platónico, y luego me acordé que no me había dado los papeles del divorcio. Sin embargo, dada la situación de habitante del limbo que me encontraba, tal vez el estado civil era lo que menos importaba.

No comprendí por qué tenía que excusarme por haberme "casado" con Emmett. Tal vez fuese para sincerarme con Edward.

—Emmett se ofreció a ayudarme cuando estaba pasando un mal periodo de mi vida… y bueno, él me prometió que en un año todo estaría arreglado. Le debo muchas cosas, pero no he llegado a nada más que una amistad. No sé donde está y como localizarlo para…

Edward ejerció una leve presión en mi hombro para interrumpirme:

—Bella—susurró con delicadeza para tranquilizarme—. En primer lugar, si tú te hubieras casado con Emmett para estar con él el resto de tu vida, estarías en todo tu derecho. Nadie, ni siquiera Rosalie ni yo, tendríamos derecho a reprocharte nada. Y además, sé que te viste obligada por las circunstancias. Tenías que salir de un agujero sin fondo.

Carlisle coincidió con Edward:

—No te preocupes, Isabella, encontraremos a Emmett y firmará los papeles del divorcio. Elizabeth se encargará de toda la maraña legal para que tú estés lo más tranquila posible. En la nueva situación en la que te encuentras, es mejor que estés lo más estable posible. Vas a necesitar mucha entereza.

Arrugué la nariz extrañada. ¿Elizabeth estaba enterada de todo esto? Es más, casi estaba segura que la idea de Emmett se le habría sugerido por algún soplo que le habían dado a Elizabeth.

Miré intencionadamente a Edward y éste me sonrió muy ufano:

—Tenía que echarte una mano para que pudieses alzarte al vuelo.

Tal vez debería haberle dicho unas cuantas verdades a la cara. ¿Él había estado vigilándome todo el tiempo, cuidando de mí, y no me había dicho nada? Y lo peor de todo era que no estaba enfadada ni molesta. Era como si su sencilla presencia llenase todos los días oscuros y las noches en blanco. También era posible que la curiosidad fuese tan intensa que anulase el reto de las sensaciones.

Y sin poder reprimirme más, les exigí:

—Si no es molestia me gustaría saber por qué Carlisle ha estado caminando entre los hombres desde 1663; Jasper ha combatido en casi todas las grandes guerras del siglo diecinueve; Edward ha sobrevivido a la gripe española; y bueno… yo—me señalé—estoy bien y se supone que debería estar convaleciente después de que mi corazón fuese atravesado por una bala…—y sobre todo, después de haber pasado un dolor tan atroz que pensaba que me estaba reduciendo a cenizas.

Pero ahí estaba yo, viva y con más energías que nunca.

—Tienes razón, Isabella—admitió Carlisle—. Te debemos una larga explicación. Pero, antes, me gustaría saber algo. ¿Tienes la boca amarga y te irrita la garganta?—al notar los síntomas que Carlisle me había dicho, asentí y éste se dirigió a Esme: —Trae el cuenco de la cocina.

Ésta asintió y salió rápidamente para volver antes de que la puerta se hubiese cerrado. Llevaba un cuenco de barro entre las manos y me lo tendió para que lo cogiese. En su interior había una sustancia liquida de color rojo intenso y de un olor tan agradable que al penetrarme por la nariz, hizo que un líquido me llenase la boca y me dejase un sabor amargo en la boca.

Miré a Esme con aprensión.

—Bébetelo, cariño, te sentará bien—me indicó con la misma ternura que una madre le diría a su hijo que se tomase la sopa.

Ante eso y lo delicioso que debía de ser sólo por lo que me indicaba el olor, posé, con algo de reticencia al principio, los labios sobre el borde del cuenco y me dispuse a realizar la primera toma de contacto con aquel líquido. En cuanto la primera gota rozó mi paladar, no pude parar hasta que me lo bebí todo. Era lo más delicioso que había probado nunca. No sabría definir el sabor exacto. Una mezcla salada y dulce que se contrastaban a la perfección en mi paladar. Y lo mejor de todo era que la irritación de garganta se había aliviado. Tendría que pedir a Esme la receta.

Me hubiese relamido a gusto si no fuese porque me encontraba en medio de personas, por lo tanto tuve que contenerme y sencillamente decir gracias mientras estaba dispuesta a vender mi alma al diablo por otro plato como ese.

Me sentí extraña y me preguntaba que tendría el plato ya que todos me miraban absortos como si hubiese hecho una proeza.

Devolví la mirada a Carlisle y éste farfulló:

—Lo siento—se disculpó—. Es que tu actitud es de lo más inesperada. No significa que sea mala; al contrario. Eres una recién nacida y lo estás llevando todo con tanta calma. Eres tan racional…

— ¿Recién nacida?—inquirí extrañada.

—Es aquí donde empieza lo más difícil—suspiró Carlisle—. Por eso te lo vamos a explicar despacio, y tal vez sea mejor que alguien en quien confíes mucho; así que, Edward te lo explicará todo mucho mejor de lo que lo haré yo.

Edward lanzó una mirada envenenada a Carlisle y después, carraspeando, me cogió de las manos con delicadeza y empezó a hablar en un susurro:

—Bella, ya sé que esto que te vamos a contar suena un poco a cuento de hadas con tintes siniestros. Pero hay veces que la realidad y la ficción se entremezclan de tal manera que es imposible vislumbrar los límites…

Contemplé a Edward como si le hubiesen puesto una camisa de fuerza…

— ¿Me estás diciendo que me he convertido en un hada?—tenía tintes surrealistas.

Edward me sonrió de manera burlona:

—No exactamente, pero vas aproximándote. Aunque creo que debes ir tirando hacia los seres malos de las historias de terror.

¿Era el ser malo de los cuentos de hadas?

—Soy una bruja.

No entendía el porqué de una conversación tan quimérica. Tal vez era cierto que me había adentrado en un extraño cuento de hadas macabro, en el cual yo tenía la magia para invocar a los muertos. Posiblemente, en cuanto me diese el primer rayo de sol, yo estaría en la cama de Elizabeth, con Dawn durmiendo a mi lado, intentando despertarme. O peor aún, en Paris, completamente sola, preparándome para ir a dar una aburrida clase a Tatiana sobre Víctor Hugo.

Por lo tanto si en aquella onírica ilusión, podía hablar con Edward, me daba igual ser una bruja.

Pero Edward, riéndose, movió la cabeza negativamente, y me habló de nuevo:

—Lo mejor es que retrocedas muy atrás en el tiempo y rememores nuestras acampadas con tu criado, Billy, y su hijo, Jake, donde por las noches nos sentábamos en la hoguera y nos contaban historias de miedo…

Edward fue interrumpido por un ruido infernal, procedente de la planta baja. Era como si un terremoto estuviese asolando la casa, ya que el suelo tembló de manera brusca y algunas figuritas de porcelana cayeron al suelo. Entre los ruidos de las maderas crujiendo, me pareció oír un chirrido muy agudo que sonaba algo así como: ¡Wiiiiiiiii!

Me volví hacia Edward, levemente asustada, pero éste sólo dibujó en sus preciosos rasgos, un gesto de fastidio:

— ¡Oh, Dios!—rezó—. Esta mujer no tiene otra manera más suave de indicar que ya está en casa.

Antes de poderle preguntar de quien se trataba, la puerta se abrió con tal fuerza, que golpeó la pared y se quedó incrustada en ella, provocando más grietas, y una centella de pelo negro y tez nívea trotó hacia mi dirección, y en un momento, noté un fuerte impacto en mi pecho y un agarrotamiento en mi cintura que me cortaba la circulación. Me di cuenta que ya no me encontraba sentada en el sillón, si no dando vueltas por la habitación mientras una voz, aguda y musical no dejaba de chillarme, repitiendo:

— ¡Oh! ¡Te he estado esperando tanto tiempo! Pero lo sabía, lo sabía, lo sabía… ¡Lo sabía! Y cuando yo digo que una cosa va a suceder, es que sucederá… ¡Te has hecho de rogar tanto! ¡Y Edward es un tonto!—sentí un golpe en mi nuca y luego el oído me volvió a rechinar—. ¡Te lo mereces por el mal rato que nos has hecho pasar! ¿Cómo se te ha ocurrido ir detrás de un rastreador? ¡Tú tenías que haber estado en casa esperándome! ¡Pero ya estás aquí y eso es lo más importante de todo!

— ¡Alice!—Edward regañó burlonamente a la persona que me abrazaba con fuerza. Ésta se paró en seco y se volvió hacia Edward, dedicándole una sonrisa radiante—. ¿Qué tal si te tomas esto con sosiego y dejas respirar a Bella? Vas a tener mucho tiempo para jugar con ella a las muñecas.

Ella le sacó lengua y le repuso:

— ¡Por eso mismo aprovecho!—gritó—. Voy a pasar todo el tiempo que me dejes con ella. Tú la vas a tener mucho tiempo entre tus brazos día y noche… sobre todo, las noches…

Noté como el calor se me acumulaba a las mejillas y miré a Edward como si él fuese mi tabla de salvación. Él tenía la boca abierta y balbuceaba. Señal de que algo le avergonzaba. Me extrañé que no se hubiese puesto rojo.

Para distraerme de pensamientos bastante indecorosos, me fijé en el nuevo miembro de la familia, que no había deshecho su abrazo, y me resultó increíblemente familiar, con su pequeño y esbelto cuerpecillo, sus facciones de hada, su pelo negro corto de punta en punta, su sonrisa radiante y sus ojos… dorados.

Tuve que rememorar mucho en el tiempo para averiguar donde la conocí, y mi mente me devolvió a un parque junto a un edificio triste y gris, donde me estaba tomando un pastel de chocolate y frambuesa, del que al final fue a parar al estómago de una pobre chiquilla de mirada triste y ropa gris y sucia procedente de una institución mental. No podía creérmelo. Ella estaba radiante y con ropa muy cara. Me fijé en su muñeca, pálida y dura, y su tatuaje había desaparecido.

Algo muy suave rozó mi cuello y me di cuenta de que se trataba de mi pañoleta azul que yo daba por perdida.

Un atisbo de lucidez me iluminó de repente.

— ¿3090?—ella había acertado en que nos volveríamos a ver.

Asintió feliz ante mi reconocimiento:

—Me llamo Alice—me corrigió—. Alice Cullen.

—Alice Hale deberías decir—le rectificó Jasper indicando su tercer dedo de la mano izquierda.

Le sacó la lengua de manera descaradamente tierna:

—Yo siempre seré una Cullen—se defendió.

Luego se volvió a mí y empezó a poner ojos tiernos:

—Tienes una ropa preciosa, ¿es de Paris?—hablaba tan deprisa que no podía entenderla—. ¿Te gusta todo esto? La hemos decorado Esme y yo para ti. Aunque no nos vamos a quedar mucho tiempo. Dentro de tres días nos iremos a Denali. Seguro que te gustará aunque Alaska te parezca el fin del mundo… Porque te vas a quedar con nosotros, ¿verdad?

¿Quedarme? La verdad es que no había pensado en otra cosa, y mucho menos sin saber que me había ocurrido. Necesitaba una respuesta, o muchas, para todas mis preguntas, y estaba cansada de la eterna cuestión de saber de dónde soy pero no a donde iba. Y posiblemente, con la familia Cullen tendría todas aquellas respuestas.

Busqué a Edward con la mirada y me encontré hipnotizada por su penetrante mirada rojiza. Le conocía lo suficiente como para saber que pretendía descifrar mis pensamientos y, como si quisiese leer mi mente y un muro le bloquease. Pero por la forma de mirarme, anhelante y ansioso, comprendí que esperaba mi repuesta.

¡Como podía dudarlo! ¿Acaso no le había dicho una y mil veces que mi hogar siempre estaría en cualquier espacio donde estuviésemos los dos juntos?

Ante esa idea, sonreí abiertamente y él me la devolvió radiante. Me había comprendido a la perfección. Sólo quedaba que a Carlisle y a Esme no les importase tener una más en casa. Si era por el dinero, yo podía sufragar mis gastos.

Alice empezó a bailotear entre Carlisle y Esme como si de una niña pequeña se tratase:

— ¿Se queda Bella, papi Carlisle? ¿Se queda Bella? ¿Se queda Bella?

—Alice—la sujetó por los hombros para que se quedase quieta y le dedicó una sonrisa entre tierna y burlona—, eso lo tendrías que saber tú mejor que nadie. Además sabes perfectamente lo que he dicho. En mi casa, todo el mundo es bienvenido. Así que todo depende de ella.

Posiblemente, viese mi ánimo y volviéndose hacia mí con pasos de bailarina, me cogió de las manos, y bailoteó conmigo, dando vueltas tan rápidamente que la habitación se convirtió en un extraño conglomerado de líneas borrosas. Me extrañaba mucho que no estuviese ya con la cabeza dándome vueltas y el estómago se me revolviese.

— ¡No te vas a arrepentir de nada!—me aseguró gritando alborozada—. ¡Vas a ser tan feliz aquí! Lo de beber sangre será un trámite para ti y luego, lo harás tan automáticamente que no te darás cuenta de nada…

Me paré en redondo sintiendo que los miembros se me paralizaban por completo.

¿Había dicho beber sangre?

— ¿Sangre?—elevé el tono una octava para asegurarme de lo que había oído.

Alice no pareció importarle lo más mínimo y continuó hablando ante la mirada atónita de Edward, la estupefacción de Jasper y los gestos de advertencia de Carlisle y Esme:

—Pero si ya has bebido sangre—me avisó—. Carlisle te ha dado un cuenco con sangre para que se te quitase la irritación de garganta producida por la ponzoña que tienes, ¿verdad?

Respiré repetidas veces casi al borde del colapso nervioso.

¿Esa cosa tan deliciosa era sangre? ¿Lo mejor que había probado en mi vida era sangre?

—Sangre—volví a repetir, esta vez mucho más lento y bajo para hacerme a la idea.

Alice se rió como si yo fuese la persona más divertida que hubiese conocido:

— ¡Claro, tonta!—me habló muy deprisa—. Tú, al igual que nosotros, bebes sangre. ¿Qué clase de vampiro serías si no lo hicieses?

— ¿Vampiro?—acabé chillando tan alto que las cuerdas vocales se rasparon.

Si no hubiese sido por la expresión seria que el rostro de Alice dibujó, pensaría que todo esto era una broma. Ella parecía confundida y bastante estupefacta.

Movió la cabeza, turbada, y miró a Edward, el cual ya se había movido a mi lado y me pasaba la mano por la cintura para asegurarse de que no me iba a caer de la impresión.

Le miré para que me confirmase que todo esto se trataba de una broma.

¿Vampiros?

¿Era así la mejor hipótesis para explicar todo esto?

¿Vampiros?

Supuse que éste era el momento idóneo para que Edward empezase a reírse y soltase: "¿Te lo has creído?"

Pero esa frase nunca llegó. Miró a Alice torvamente mientras ésta balbuceaba:

—Eso significa que no se lo habéis dicho, ¿verdad?—su voz se convirtió en un susurro.

—No—confirmó rotundo Edward bastante irritado.

—Alice, hija, deberías tener más cuidado con tus impulsos—le regañó Esme de forma solicita pero no carente de firmeza—. Estábamos en ello antes de que tú entrases en la habitación y se lo soltases tan de sopetón.

Miré a Carlisle para que su rostro me delatase que el juego iba a terminar, pero mantenía una postura bastante neutra. Y no creía que él fuese una persona que se divirtiese con esta clase de cosas.

Alice se encogió de hombros y se empezó a excusar:

— ¿Cómo iba a saber que no se lo habíais dicho? Recordad que yo veo lo que va a suceder; no lo que ha sucedido…

Oí sin escuchar la retahíla verbal que Edward estaba echando a Alice, y la intervención de Carlisle para calmar los ánimos. Pero yo estaba muy lejos de todo eso. Intentaba coordinarme con una reacción de pánico y angustia propios de la noticia que acababa de recibir.

Ya no cabía duda de lo que era. Una malvada criatura de terror que sólo tenía cabida en las novelas de terror y las pesadillas de los más inocentes.

¿Eso era así? ¿Por qué no decir que yo misma me había obstinado en aferrarme a la racionalidad del mundo humano, que no había percibido las otras realidades? Realidades que yo creía de pies a puntilla cuando era una niña… ¿Qué nos pasaban a los adultos para perder la ilusión en los cuentos?

Y lo peor de todo era consciente que una parte de mí no se sorprendía por la revelación.

Desde luego no podría tratarse por aquella película que vi en Paris con Jack. Me había examinado que tenía pelo, mis orejas no eran puntiagudas y ni siquiera tenía los colmillos afilados. Lo más sensato era verme en un espejo… ¡Oh, no! Según las leyendas, si yo era un vampiro, no tendría reflejo. Además de ver tan claramente a los Cullen, hermosos y perfectos, casi rozando la blasfemia de la divinidad, estaba tan claro que tenía un concepto erróneo sobre su —mi— especie. Muchas veces, la belleza no tenía que indicar bondad.

Desde luego Elizabeth lo sabía y lo que no tenía sentido entonces —sus palabras, sus miradas, sus gestos, sus silencios…— ahora estaba tan claro como el agua. Y Dawn no era que me soltase indirectas; me lo estaba diciendo a la cara. Sin embargo, quise tomármelo como un juego de niños…

… Aún me dolía pensar en James…

Todo aquello era, tan solo, pequeño reflejos de luz en una densa niebla. Tenía que buscar mucho más en el fondo y retroceder en el tiempo…

Edward me recordó un episodio de niños… ¿Por qué?

Repentinamente, la voz del viejo Billy Black sonó firme y nítida en mi cabeza como si volviese al lago Michigan y estuviese acampando junto con Jake y Edward, alrededor de la hoguera, como si nos quisiésemos proteger de los espíritus bebedores de sangre.

"Mi pueblo, los Quileutes, invocaron al espíritu protector de la tribu para que les ayudasen a vencer a los enemigos que se les aproximaban. El espíritu vio el corazón de los hombres de aquel poblado y eligió a los que mayores cualidades tenían para despertar en ellos la astucia y el poder del lobo, para así poder vencer a sus mortales enemigos, los hijos de la noche. Fríos. Bebedores de sangre…"

… "Vampiros"

La venda se me cayó. Los vampiros existían y yo era uno de ellos.

No estaba asustada, ni acongojada, ni me sentí infeliz ni perdida. Sólo sentía curiosidad por cómo funcionaban las cosas en esta parte de la realidad.

Había estado tan perdida y tan falta de respuestas, que el hallarlas, sólo me hizo sentir mucho más completa.

Sí, yo era un vampiro. La supuesta mala de las películas y las leyendas de Billy.

Pero, al contrario de lo que Bram Stoker decía, yo no me sentía maldita y privada de mi humanidad.

Posiblemente, se debiese a que yo había perdido tantas cosas importantes en la vida, y había carecido de otras muchas, que me sentía como, poco a poco, me iba deshumanizando.

Estaba claro que como humana no valía demasiado. Como vampiro sentía que me estaban dando una segunda oportunidad… ¿Para qué? Eso lo tendría que ir averiguando con el tiempo.

Sin embargo, estaba clarísimo que los humanos eran tan débiles. Edward cayó víctima de la gripe española y sólo desvinculándose de su envoltura humana, había logrado salvarse. A mí, una bala me había producido tanto daño que ya era inviable que pudiese seguir viviendo.

¿Tenía que maldecir en lo que me había convertido?

No, si eso me daba una segunda oportunidad con Edward. La oportunidad que nos arrebataron. Y si de paso, dejaba de robarle a su familia y adoptaba ese papel con los Cullen, tanto mejor.

Desde luego, no diría que sería un camino de rosas, y echaría de menos a Dawn y a Elizabeth, pero ya era hora que ellas estuviesen en aquel rincón de asociación de mi mente. Junto y para Edward. Además, si ellas sabían algo de esto —que cada vez estaba más convencida que sí—, podría ir a visitarlas en cuanto me atemperase un poco emocionalmente, y estuviese preparada.

Perder era un arte, y cuando lo hacías para ganar algo mucho mejor, aunque doliese desprenderte de ello, merecía la pena.

Sólo me di cuenta de la estúpida sonrisa de mi cara, cuando cuatro pares de ojos me miraban totalmente pasmados y que Alice me devolvía una sonrisa radiante.

Edward me miraba como si me tratase de algo sobrenatural. Le sonreí con complacencia. Se sacudió la cabeza, confundido, y miró a Jasper.

Éste se limitó a sacudir la cabeza de forma negativa.

Cuando la euforia inicial se fue de mi cuerpo, comprendí, que ellos estaban esperando una reacción típica de alguien que sólo pensase en los vampiros desde los prejuicios humanos. Y precisamente no era una sonrisa radiante.

Intenté mantenerme seria y cuando creí que lo había logrado, dije con mi tono de voz más neutro:

—Ahora es cuando se supone que yo debería tener un ataque de pánico y empezar a tirarme de los pelos, maldiciendo el destino—intenté que esto no sonase patético—. ¡Bu!

 

 

Capítulo 22: Come back to me Capítulo 24: Jealousy

 
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