Abrí los ojos y un rayo de luz impactó de pleno en mi rostro.
No podía comprender como me podían doler, cuando se suponía que estaba muerta; o por lo menos, en proceso de estarlo.
¿No se suponía que la muerte era un estado de letargo que se definía como la nada? Creía que el dolor estaba incluido en esa definición. Pero, al parecer, no era así.
Sentía pequeños pinchazos en el cuero cabelludo y las costillas. No sentía los dedos, por lo que llegué a la conclusión que James —aunque dudaba que los monstruos tuviesen tarjeta de presentación— me los había arrancado de cuajo. Me entraron nauseas al llegar a mi nariz, un olor bastante ferroso y repulsivo. Y lo peor de todo, era aquel dolor punzante en las sienes.
Tal vez aquello era el limbo —aquel lugar intermedio entre el cielo y la tierra del que hablaban los predicadores— y, allí, sí tendría que sufrir hasta que mi alma se purificase del todo.
Cuando pensé que aquello era lo peor que me podía pasar, oí un chasquido procedente de mis dedos que continuó con un dolor agudo en ellos.
— ¡Ay!—me atreví a quejarme a pesar de mi garganta al rojo vivo.
Pronto me di cuenta de mi error… ¿Y si todo se trataba de un sueño y James continuaba torturándome?
Me mordí el labio para no gritar. No quería darle la satisfacción de disfrutar a causa de mi sufrimiento.
Aun así, fui incapaz de reprimir un leve jadeo al notar como el último de mis dedos se retorcía.
Pero la tenue voz que me susurraba no era la de aquel… ¡Hum, mi cabeza!
— ¡Shhh!—me intentó tranquilizar—. Todo está bien ahora. Sólo tengo que colocarle bien los dedos para que no se le deformen cuando empiecen a curarse. Puede dolerle, así que no se haga la fuerte y grite—volvió a retorcerme el dedo y no pude reprimir un grito—. Buena chica. Creo que no vamos a utilizar morfina para esto, aunque recuerdo lo eufórica que se ponía con ella, ¿verdad?—tenía un leve atisbo de humor en aquella voz que me resultaba lejana… y muy familiar.
Intenté enfocar la vista hacia aquella buena persona —aquel ángel— y sonreí ante aquella bellísima visión.
No era la visión que yo esperaba ver antes de morir, pero realmente no me podía quejar demasiado.
Jamás podría olvidarme —ni viva ni muerta—, hacía ya tanto tiempo, cuando un borracho nos atacó a Edward y a mí, y tuvimos que ir al hospital para curar las heridas de éste. La impresión que me causó aquel doctor rubio, pálido y hermoso hasta límites sobrehumanos, era tan impactante que sólo se podría comparar a la visión de Zeus en persona.
Ante su presencia, yo no hacía más que cometer incoherencias y balbuceos como una estúpida cría recién salida de la escuela… Incluso en este momento tan crítico, yo no podía pensar con sensatez.
Y a pesar de lo mucho que le debía por todo lo que había hecho por mí, yo sólo tenía un pensamiento en la cabeza, que enseguida se materializó:
—…Incluso en estos momentos, usted sigue tan guapo como siempre…—murmuré con un hilo de voz.
Pero él debió oírme, ya que me pareció que de su garganta salía una risa tranquila.
—Se recuperará—me aseguró mientras pasaba algo húmedo y bastante irritante por los cortes de mis bazos que me escocía e irritaba—. Sólo necesita uno o dos días de descanso, y todo habrá sido una pesadilla.
Yo lo dudaba. Aquello era demasiado doloroso para sólo tratarse de un mal sueño, del cual podría hacer desaparecer con sólo abrir los ojos y levantarme de la cama…
…Y posiblemente, en cuanto me despertase, aquel imponente dios de la medicina se desvanecería como la niebla ante el sol.
Lo único que me quedaba, era disfrutar de aquella sublime alucinación mientras no me enviasen alguna otra señal de que yo tenía que abandonar aquel lugar.
Me sobresalté al escuchar como las tablas empezaban a crujir, debido al movimiento de un peso sobre ellas. Pero el médico — ¿se llamaba Carlisle o yo me lo había estado imaginando?— me volvió a silenciar.
—Tranquilícese, ahora nadie le va a hacer daño—me aseguró y me pareció que me invitaba a mirar en la misma dirección que él giraba la cabeza. Se dirigió a la persona que parecía haber llegado a esa sala—. ¿Qué ha pasado? ¿Os habéis desecho de James?
—No… ¡Esa maldita rata es tan escurridiza! ¡Se nos ha escapado!
Yo conocía esa voz. Sobre todo aquel timbre de voz que era un magnifico indicador de sus más intensas emociones. Podía decir, sin ninguna duda que estaba furioso y asustado.
Hubiera preferido las otras modalidades, pero jamás se me pasó por la cabeza volver a oírla. Incluso en mis recuerdos, intentaba apagarla para abrir más las heridas internas.
Tal vez, aun no las tenía todas conmigo de que esto fuese real. Podría tratarse de un juego de mi mente debido a la impresión…
…O que al abandonar el mundo de los vivos y antes de beber de las aguas del Leteo, querría tener aquel último recuerdo de él. Aunque sinceramente, si realmente esto era mi forma de viajar al otro mundo, no hubiese elegido esa.
Prefería que mis ojos se iluminasen con su presencia.
Me giré en la misma dirección por donde oí la voz.
Cerré los parpados con fuerza. Aquello no podía ser.
Estaba convenciéndome que el doctor me había mentido y, finalmente, me había inyectado una sobredosis de morfina.
A pesar de la molesta neblina que se había posado en mis ojos, podía distinguir a aquella figura que se encontraba a unos metros, de donde yo estaba, agazapada y en actitud, absurdamente, defensiva.
Conocía cada rincón oculto del cuerpo de aquella persona… más que cualquier parte del mío. Había estado tan presente en mis sueños.
Y un fuerte estallido eclosionó en mi pecho. Era como si mi corazón se rebelase contra lo que mi maltrecho cuerpo ordenaba, y se resistía a extinguirse.
Solté un gemido bastante ahogado, y con las pocas fuerzas que tenía en reserva, alcé mi brazo y extendí mi mano, en un vano esfuerzo por intentar atraerlo hacia mí.
Su reacción me pilló totalmente desprevenida.
En lugar de atraerlo hacia mí, sin llegar a ver el movimiento que realizó, le encontré aun más lejos de su posición inicial, sin dejar de mirarme, pero por las expresiones de su rostro y el entrecerrar de sus ojos, me dio a entender que no quería acercarse a mí. Aquello no era una respuesta normal… ¿Qué estaba pasando? Se suponía que después de tanto tiempo, él no debía huir de mí como si me tratase de una gran tentación maligna para él.
Después de tanto tiempo, podría esperar cualquier reacción… cualquiera menos que estuviese tan lejos de mí, evitándome, mirándome como si fuese la manzana con la que Eva tentó a Adán, totalmente rígido, conteniendo la respiración y agazapándose como si quisiese correr muy lejos de allí.
Su rechazo me dolía, y mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Pero no por ello me rendí. Mi mano seguía extendida hacia él y seguí intentándolo, ignorando como se mordía el labio y abría los ojos de par en par, asustado. Parpadeé un par de veces para asegurarme de algo. Tal vez fuese el exceso de emociones, mezclado con la sensación de dolor generalizada en mi cuerpo, pero me pareció que sus ojos cambiaron a un intenso color negro como el carbón. Debía estar alucinando.
Al intentar moverme, una gran fuerza me retuvo y me atrajo hacia el suelo. A pesar de mi debilidad, me resistí, aprisionada por unos brazos que se asemejaban a tenazas de hierro.
Y aun así, forcejeé hasta que me falló la resistencia y acabé protestando pasivamente. Ni siquiera me satisfizo el merito de arrancar un suspiro de resignación.
—Señorita Swan. Tiene que tranquilizarse y más en su estado—me regañó con voz tranquila, práctica y con una nota autoritaria.
Pero yo me negué a obedecerle y me negué a permanecer quieta mientras me sujetaba firmemente.
—Creo que sólo hay una solución para esto—le oí decir totalmente rendido ante mi testarudez, y me pareció que movía la cabeza hacia donde aquel ser con el mismo aspecto que Edward se encontraba.
Por un momento, creí percibir como los rasgos de la cara se transformaban de la más absoluta desconfianza, hasta el miedo más irracional, mientas su mirada pasaba del doctor a mí, completamente aterrado, como si alguien le hubiera dicho que hiciese una proeza que le superaba.
— ¡No sabes lo que me estás pidiendo, Carlisle!—aquello me recordó más a un rugido que a un grito humano; sin embargo, aquella voz era un reflejo de la que una vez fue… aunque con una cadencia levemente melódica, que yo no reconocía.
No oí la respuesta de Carlisle —tal como él llamaba al doctor—, pero de alguna manera, me hizo entender que existía un lenguaje secreto entre ambos, ya que, constantemente, Edward movía la cabeza de manera negativa o murmuraba deprisa e incoherentemente, sin comprender una sola palabra.
El tal Carlisle sí debió comprenderle, ya que le oía contener un aliento de impaciencia, mientras esperaba estoicamente, a que Edward —o la sombra que se había adueñado de sus hermosos rasgos— hiciese una pausa y terminase por relajarse.
—No puedo hacer lo que me dices, Carlisle—se le empezaba a quebrar la voz, señal de que sentía que algo le superaba.
Aquello era un signo inequívoco de que se trataba de él. Siempre se enfadaba y se ponía a la defensiva cuando creía que las circunstancias le sobrepasaban. No entendía que era lo que le podría ocurrir ahora… Aunque me diese a entender que se trataba de mí o algo relacionado conmigo.
Una voz salida de la nada, intervino en aquel silencioso debate:
—Edward, yo lo he visto. No la vas a hacer daño—le aseguró aquella voz parecida a la de una soprano—. Sin embargo, la hieres cuando te alejas de ella y no le das un motivo por ello.
—Yo no creo que esto sea tan buena idea… A pesar de tus visiones.
—Alice—el doctor llamó a la calma a la nueva integrante en este heterodoxo grupo—. La decisión es de Edward. Si él no se ve con fuerzas suficientes, no podemos obligarle. Lo único que podemos hacer, es darle a entender que vamos a estar con él y no le vamos a dejar caer. Pero es él quien debe reunir la fuerza y la fe suficientes para resistir.
Por un momento, me pareció que Edward estaba más cerca de nosotros, algo más relajado, pero con la alerta aún latente en su rostro.
Hizo el gesto de olisquear el aire y se tensó de nuevo, sin atreverse a avanzar.
—Edward…—replicó el doctor Cullen.
Me mordí el labio con aprensión. Si no fuese por el hecho de que estaba tan débil, me hubiese levantado corriendo para estrecharle entre mis brazos. Su rechazo hacia mí, me dolía más que todas las heridas que aquel monstruo me había provocado.
Pero si él se rendía, yo no lo haría; y a pesar de estar bien sujeta en los brazos del doctor Cullen, volví a revolverme en el sitio para lograr liberarme y correr hacia él.
Al ver que no conseguía liberarme, hice un mohín de disgusto.
Entonces me pareció oír una risa muy liviana. El corazón, que pensé que había dejado de latir, me golpeó tan fuerte en las costillas, dándome la sensación de rebelión interna. Como si quisiese sobrevivir independientemente de las decisiones de mi cuerpo y espíritu.
Oí de nuevo una risa. Su risa. Entonces comprendí los latidos frenéticos de mi corazón. Aquello era el mejor motor para continuar.
Me sorprendí, pero no por ello me sobresalté cuando en menos de un pestañeo, él se encontraba a escasos centímetros de mí.
Esta vez, el doctor Cullen no me impidió moverme y que intentase echar los brazos a aquel ser que tenía la misma apariencia que mi Edward. Si en realidad no se trataba de él, en este momento, no me importaba demasiado. Había reprimido tanto a mi mente para no dejar que los recuerdos me hiciesen picadillo, que en este instante, no me afectaba que ésta se vengase de mí de esta manera. No era consciente de lo mucho que lo había extrañado, hasta que una proyección casi perfecta de su ser, había tenido que recordármelo.
De nuevo, le oí contener la respiración.
—Esto va a ser más difícil de lo que había imaginado—murmuró, para luego dirigirse al doctor—. Carlisle, ya me encargo yo de esto. Creo que podre resistirlo—se arrodilló a mi lado y extendió los brazos, esperando que Carlisle me depositase delicadamente entre ellos. Como yo suponía, mi cuerpo se amoldó a la perfección entre sus brazos. A pesar de los pinchazos en mis costillas, espiré con ganas. Por fin, las piezas empezaban a encajar.
Incluso, juré que él estaba tranquilo y relajado, aunque aun desconfiaba de algo que yo ignoraba, ya que se volvió a dirigir a Carlisle de manera cautelosa:
—Por favor, estate cerca de mí, si…—se le entrecortó la voz debido a su estado de nervios.
El sonido fuerte y seco me indicó que Carlisle le había dado una palmada en la espalda, intentándole tranquilizar. Pero quien manifestó sus ánimos en palabras, era la mujer con voz de soprano:
—No tienes por qué preocuparte, Edward…
— ¡Ya sé, Alice!—cortó Edward con voz brusca—. ¡Me sé de memoria tus visiones!
—Yo no puedo evitar ver lo que aparece en mi mente; y si alguna visión es más nítida y se repite más…
— ¡No!
La denominada Alice no se dejó intimidar por el agresivo tono de voz, y continuó hablando:
—Da igual que te enfades. No evitaras que ocurra. Algunas cosas están escritas y van a contracorriente contra nuestros deseos…
Sentí como su cuerpo empezaba a temblar y empezaba a perder aplomo. Supliqué para que aquella chica se callase; no entendía demasiado de las reglas de los muertos, pero conocía a Edward lo suficiente como para saber que no era nada razonable cuando perdía los estribos.
Pero ella no cedió ni un ápice:
—…Además, esto ya no es sólo asunto tuyo, ¿le has preguntado a Bella que es lo que desea? Ya has visto que no puede ni quiere estar sin ti. Creo que ella tiene todo el derecho a opinar que…
—Alice, este tema no lo podemos discutir aquí. Aun no estamos fuera de peligro. Recuerda que James está cerca de aquí—el doctor Cullen intervino de manera conciliadora, algo que agradecí, porque estaba empezando a contar los segundos que faltaban para que el dique de la paciencia de Edward se rompiese, y se echase al cuello de la pobre chica que llamaban Alice.
—Jasper está siguiendo su rastro. Es fuerte y puede apañárselas solo.
—Pero un poco de ayuda, no le vendría mal—la invitó a que saliese de allí—. Nunca se sabe cuando se trata de rastreadores.
¿Pero cómo se le ocurría mandar a una chica en busca de ese monstruo? Ellos no sabían a lo que se estaban enfrentando e iban a ponerla en peligro. Intenté hablar, pero tenía la garganta tan irritada, que me vi incapaz de vocalizar un sonido similar a una palabra. Tenía que hacerme entender, para que no mandasen a la muerte a una persona indefensa… ¿Qué posibilidades tendría ella frente a la fuerza sobrehumana de James?
Emití una bocanada de aire a modo de protesta.
Pero cuando sentí una delicada presión sobre la piel de mis pómulos, me olvidé de todo. Sencillamente, me dejé llevar por las oleadas de placer que aquel roce me proporcionaba.
¡Cuántas oscuras y frías noches habían pasado con la carencia de sus caricias!
Tal fuese los estragos de la emoción, pero creí notar una considerable diferencia de temperaturas entre las yemas de sus dedos y mi rostro.
Era un sueño muy extraño —si realmente se podía tratar de un sueño, o denominarse entrada al limbo, al cielo o al infierno— con unas sensaciones muy reales.
El único sentido que eché de menos, fue la vista, ya que aquella persistente e incordiante nebulosa, se había acumulado en mis ojos, impidiéndome una visión aceptable. Sólo podía intuir formas y algún color. Por lo tanto, tendría que hacerme a la idea, que Edward —o lo más parecido a él que había aparecido— estaba ahí.
Afortunadamente, mis otros sentidos estaban casi a pleno rendimiento; podía oír su respiración tranquila y acompasada con la mía; embriagarme con su olor, sutilmente más edulcorado de lo que recordaba; y, sobre todo, millares de corrientes eléctricas recorrían mi cuerpo desde el punto de partida de la piel que era acariciada por sus dedos.
Era una extraña sensación. Empezaba a pensar que nada de lo anterior había ocurrido.
En el mismo momento que yo volviese a abrir los ojos, me encontraría, sana y salva, y bastante agotada después de una larga y excitante fiesta, bajo las sabanas de mi cama, en la casa de Elizabeth, mientras esperaba que Dawn viniese con su gato, a terminar de espabilarme para poder ir a desayunar fuera de casa y después dar una vuelta.
Y todo quedaría como un sueño.
Los "fríos" no existían; James nunca me había hecho daño, por lo que aquello implicaba que Edward no había venido a rescatarme.
Me preguntaba cómo podría seguir adelante cuando volviese a la cruda realidad.
Él estaba ahí, conmigo, y no volvería si yo despertaba.
Porque estaba al cien por cien segura, que Elizabeth no entraría en mi cuarto y me diría: "¿Sabes qué, Bella? Edward no murió de gripe española en la guerra. Está vivo y viene a buscarte. Todo fue un mal entendido…"
Si estuviese en un cuento, y un príncipe tuviese que romper el hechizo con un beso, le pediría que me dejase dormir cien años. Cien años más con él…
—Creo que con todo lo que podríamos decirnos después de tanto tiempo, soltarte que eres una estúpida y testaruda suicida, no sería lo más apropiado, pero es lo que te mereces—era la primera vez que se dirigía a mí …aunque me recordaba a su timbre de voz cuando estaba enfadado—. Veo que, en este tiempo, no has cambiado demasiado.
Me pareció una conversación muy extraña para tratarse de un sueño. Pero no era algo muy transcendental. No podía pedirle lógica a los sueños.
Además, estaba al cien por cien convencida, que aquellas serían sus palabras si realmente nos encontrásemos en la misma situación.
Extrañamente, por un instante, las fuerzas volvieron a mí, y estuve en condiciones de replicarle:
—Mira quien fue a hablar. El señor que tiene tan poca consideración con las damas y llega siempre tarde—parecía que se reía—. ¡Has tardado mucho en venir a buscarme!—podía captar las motas de dolor que mi voz había adquirido.
— ¡Eso es imperdonable por mi parte, señorita Swan!—exclamó con solemne burla aunque pude intuir un atisbo de dolor muy similar al mío. Después, la conversación se desenvolvió por sendas más serias—. Lo siento tanto, Bella. Yo sólo quería que te mantuvieses a salvo. Lo que ha pasado es imperdonable por mi parte. No quería implicarte en nada de nuestro mundo e, indirectamente, te he lanzado de cabeza en él, sin ninguna clase de salvavidas… ¡Dios, Bella! ¿Cómo he podido hacer las cosas tan rematadamente mal?
Estaba a punto de decirle que no entendía una sola palabra de lo que me intentaba decir… ¿A qué se refería? Realmente, no le di demasiada importancia. ¿Qué más me daba lo que estuviese diciendo?
Por un espacio de tiempo no determinado, él estaba aquí y estaba tan embelesada con su voz, que no me afectaba demasiado lo que me dijese.
Aún se trababa con las palabras cuando se ponía nervioso. Siempre me había gustado esa faceta suya. Le hacía tan vulnerable y tan tierno, que me daban ganas de estrecharle entre mis brazos y no soltarle nunca.
Maldije mi debilidad y los dolores que sufría. Estaba empezando a molestarme por tener un sueño tan quiméricamente real y no pudiese abrazar a mi prometido después de estar tanto tiempo sin él.
Lo único que podía hacer, sin caer en aquellas dolorosas punzadas, era estirar mi mano y alcanzar, a tientas, su rostro.
Pero ésta se detuvo abruptamente en el aire, y por mucho que intentase forcejear, no me veía suficientemente enérgica para romper la atadura que me mantenía en suspenso. Un escalofrío recorrió mi piel. Me parecía casi imposible que su piel estuviese tan fría.
Había algo que se fue de mi memoria tan rápido como había venido, sin retener ninguna información. Pero me daba la sensación que esto lo había vivido antes.
—Bella—interrumpió el hilo de mis pensamientos—. Por favor, intenta moverte lo menos posible. No es fácil para mí, y no es que me estés ayudando demasiado.
Aquella forma de rechazo me dolió pero no podía expresarla con palabras, por lo que se me debió escapar algún gesto que manifestase mi disgusto, ya que Edward, de manera casi reconciliadora, me acarició los dedos sanos y los entrelazó con los suyos.
—Mis modales no son los mejores—admitió—. Pero no podría soportar hacerte daño. No podría vivir con ello…
Estaba convencida que era demasiado débil. No podía estar demasiado tiempo enfadada con él. Siempre tenía alguna palabra que quitase significado a sus, a veces, bruscos ademanes y fuerte carácter.
Sólo tenía constancia de una realidad, y era que siendo una alucinación o un sueño, Edward estaba allí y me estaba tocando.
¿Cuánto tiempo nos habían reservado para estar juntos? No quería averiguarlo.
Alguien carraspeó y supe que nuestro momento perfecto se esfumaba.
—Siento interrumpir—la voz del doctor Cullen sonaba ansiosa—pero creo que este no es el mejor lugar para tener un encuentro romántico. En primer lugar, James todavía está rondando por aquí y nadie se encontrara a salvo hasta que nos deshagamos de él. A parte, la señorita Swan…, Isabella, debe descansar. Cuando estemos en casa, podremos explicárselo todo. Creo que tenemos que hablar…
Las palabras del doctor Cullen debían tener un significado oculto que yo no acababa de comprender, ya que Edward gruñó disgustado, como si no le gustase el modo de cómo se había mencionado "hablar".
Estaba tan exhausta y, relativamente, feliz de estar con Edward, que no me molesté en darle un codazo para que recordase sus modales.
Pareció que se tranquilizó un poco, cuando le oí soltar una gran bocanada de aire, de manera resignada, y relajó su postura, colocando mi cuerpo entre los huecos que formaba la distancia que nos separaba, y mi cabeza sobre su hombro.
—Tenemos que irnos—me susurró bajito como si estuviese durmiendo y no quisiese despertarme.
Incluso se permitió enredar sus dedos en mi cabello para masajearlo lenta y relajadamente. No sabía cuál era su objetivo, pero si era el de tranquilizarme, lo estaba consiguiendo. Cerré los ojos y me dejé llevar.
Por el movimiento rápido y brusco, imaginé que Edward se había levantado conmigo a cuestas, y había empezado a caminar, lo que me sorprendió.
¿Cómo podía hacerlo de manera tan rápida y firme, llevándome en brazos? Era como si mi cuerpo pesase cinco kilos en lugar de cincuenta.
—Carlisle, ¿crees que Jasper y Alice se podrán encargar de James?
—Por supuesto—me sobresalté cuando oí su voz demasiado cerca de nosotros—. Jasper es un guerrero en potencia. En el pasado, ha hecho cosas más increíbles que acabar con una alimaña como James—me entró un escalofrío al oír su sosegado, e incluso educado, tono al hablar de encargarse, de malas maneras, de alguien como James. Aun así, su voz estaba teñida por una sutil muestra de disgusto, como si se viese obligado a hacerlo.
—Tal vez, si yo fuera a ayudarles, todo sería más rápido.
"¡No!", grité en mi fuero interno. El borracho del quien me defendió hacía cinco años, se trataba de un triste aficionado comparado con ese… monstruo, frío, vampiro, o como quisiese denominarse. No quería a Edward cerca de ese… Aquella hazaña era demasiado titánica para él.
"¡Por favor, dile que no vaya!", le rogué mentalmente al doctor Cullen.
—Ellos pueden encargarse de eso sin ningún problema—me había escuchado de alguna manera… ¡Oh, gracias!—. Además, Isabella te necesita. Tienes que llevarla a casa, sana y salva.
—Está bien—se resignó—. Pero me sentiría más tranquilo, si yo mismo me encargase de ese bastardo…
—Y yo me sentiré más tranquilo cuando lleguemos a casa—rebatió—. A propósito, ¿dónde aparcaste el coche?
—En la otra manzana. No podía arriesgarme a que alguien sospechase de nuestras intenciones en este lugar. Y sobre todo, no quiero que nadie lo reconozca y vaya con el cuento a su dueño.
—Después de llegar a casa, tendremos que decirle a Rosalie o Esme que devuelvan el coche.
—Eso sería lo correcto.
¿Qué habían robado un coche para venir a rescatarme?
Intenté cerrar mi mente y mis oídos tanto como me alcanzase mi capacidad.
Yo no quería ser cómplice de semejante hecho criminal.
¿Cuál sería lo próximo que harían? ¿Fundar su propia destilería para vender alcohol al mismo Al Capone?
Daba igual que se tratase de un sueño paranoico… Nunca me imaginaría que Edward cruzase los límites legales para venir a rescatarme…
…Bueno, tal vez sí me lo podría llegar a esperar. Pero su promesa de venir a buscarme, no implicaba que se pasase un tiempo entre rejas si le pillaban.
Pero no parecía muy arrepentido por ello.
—Cariño—me murmuró con voz armoniosa, como si estuviese cantando. Aquello hizo que lo demás se desvaneciese, incluso el peligro de ir a la cárcel por ser cómplice, inocente, de un robo—, te prometo que todo va a salir bien. Llegaremos a casa y podrás descansar.
¿A casa? Eso significa despertar… No volver a verlo… ¡Eso era inconcebible para mí! ¡No, ya, no!
—… ¡No!—me quejé débilmente.
—Vas a estar bien allí—me respondió sin comprenderme.
Moví la cabeza en sentido negativo.
—No quiero…, no quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo, y si vuelvo a casa, tú te irás.
Sentí como su cuerpo se estremecía debido a la risa.
—Vaya, así que se trata de eso, ¿eh?—se reprimió—. Veo que vas recuperando las fuerzas, pequeña guerrera.
—Por favor…—insistí—. Quédate conmigo…
—Por supuesto que me quedaré contigo…—repuso seriamente. La seriedad que caracterizaba a sus promesas que pensaba cumplir—. Nuestro hogar está en donde los dos estemos juntos y queramos estar. Esos son los únicos límites, sin espacios ni tiempo. Y nadie ni nada podrá hacerte daño… Lo único…
— ¿Lo único?—le animé a hablar.
Soltó aire con ademán exagerado, indicativo de que había una condición.
—Cuando hayas dormido, hay algo que tengo que contarte…—se entrecortó—. Y después, decidirás. Es algo que no es fácil y puedes arrepentirte toda… tu existencia…
—Eso no me importa…
— ¡Vaya, vaya, vaya!—una desagradable voz interrumpió nuestro momento idílico. Las nauseas invadieron mi estomago subiendo hasta mi garganta. Yo conocía esa horrible voz. La peor que me podía haber imaginado. El monstruo no se había ido—. Es todo tan enternecedor… ¡Hasta me da pena que sea yo el causante de tanta desgracia!
Por inercia, abrí los ojos y me encontré con la terrible realidad.
James, no sólo existía, si no, también era terrible y amenazante. Sus horribles ojos rojos nos miraban con expresión de triunfo, tal como reflejaba su extendida sonrisa.
¿No se suponía que en los sueños las cosas acababan bien? Por lo menos, eso es lo que me habían contado de los cuentos de hadas.
¿Qué era lo que estaba fallando?
Por mis terminaciones nerviosas, me llegó la señal que el cuerpo de Edward se estaba tensionando, y un ronroneo creciente y aterrador surgió de su garganta hasta que se fue convirtiendo en un rugido tan espeluznante, que dudaba que pudiera ser proferido de alguien humano.
Tal vez a mí me daba pavor, pero James empezó a burlarse de él:
— ¡Impresionante maullido, gatito!—exclamó irónicamente—. Y ahora dejémonos de jueguecitos, que ya me he cansado de jugar al escondite con vuestros amiguitos. Déjame terminar la cacería que he comenzado con la humana, y os prometo que nadie saldrá herido.
— ¡No!—bramó Edward.
¡No, Edward! ¡No te enfrentes a él! Tenía que salvarse como fuera. El precio no importaba.
—James—el doctor Cullen intentaba ser conciliador y su voz indicaba que ese era el camino a seguir; pero su cuerpo empezaba a adquirir poses para un ataque en cualquier momento—, creo que ya has hecho bastante. Ya has convertido Chicago en tu coto de caza y con las víctimas que ha habido, son suficientes. Si lo prolongas, los humanos empezaran a sospechar, y tendrás problemas con nuestros superiores…
—Tranquilo—James dialogó en el mismo tono tranquilo que el doctor—. Sólo quiero jugar con esa chiquilla—me señaló con el dedo—y me iré hacia Vancouver. Pero primero quiero mi comida. No he ideado tanta pantomima para atraerla hasta mí, para quedarme con las ganas—después se dirigió a Edward—. Si te portas bien, te prometo que te dejare probar—guiñó un ojo con complicidad—. No me extraña que te vuelva loco. Llevo más de cien años intentando buscar un olor como el suyo… ¡Es deliciosa!
— ¡Hijo de puta!—soltó Edward con ninguna intención de negociar con él.
James empezó a perder la paciencia.
—Me temo que llevas las de perder, muchacho. Se nota que aun eres muy joven…, casi un recién nacido, diría yo. Dime, ¿qué posibilidades tiene un cachorro como tú, contra un experimentado león?—le retó.
—Hace un momento, te he demostrado mis garras—le desafió Edward—. Y después de verme en Denali, hace un año, ¿aun piensas que soy un cachorro? ¡Maldito bastardo!
—No nos subestimes—le aconsejó de nuevo el doctor Cullen—. Te hemos dicho que Isabella es de nuestra familia, y ya te avisamos hace un año, cuando te acogimos como huésped en nuestro hogar, que no puedes atacar a un miembro de nuestra familia, sin provocar al resto. Toca un solo pelo de la chica y no pararemos hasta darte caza.
Aquello, le hizo reír:
—Si es cierto. Denali… Buenos tiempos. Pero espero, por vuestro bien, que vosotros no me subestiméis. Me habéis visto en acción y sabéis que soy implacable. En mis trescientos años, sólo se me ha escapado una víctima, y desde luego, no pienso cometer el mismo error con ella.
—A la larga, no podrás escapar de nosotros. Y si no podemos hacerlo con nuestros propios medios, tenemos contactos y ellos no son cachorro de león, precisamente… Créeme, James, que si alguno de ellos te encuentra, lamentaras el día que te dimos la oportunidad de escapar y no la aprovechaste.
James sonrió de manera casi amistosa, y se fue acercando lentamente hacia el doctor Cullen.
A pesar de aferrarme con fuerza a la camisa de Edward, éste logró desenganchar mis dedos de ésta, y deshaciéndome de su abrazo, me depositó en el suelo. Las piernas me temblaban, pero de alguna manera, logré mantenerme en pie.
Edward me aferró por la cintura y me acercó lo suficiente para hablarme al oído:
—Voy a soltarte y en cuanto lo haga, corre todo lo que puedas, ¿estás en condiciones?—asentí a pesar del entumecimiento de mi cuerpo y los dolores punzantes—. Entonces, hazlo, y no te detengas, oigas lo que oigas…
—Tú, no…
—Yo estaré bien—me prometió con impaciencia—. Sólo corre, Bella.
—De acuerdo.
—Entonces… ¡ya!—me soltó, y echando un vistazo hacia atrás, vi que James estaba a escasos centímetros de nuestra posición, retando al doctor y a Edward.
Edward perdió la paciencia, y me empujó para darme brío.
— ¡No mires hacia atrás, oigas lo que oigas!
Las escasas fuerzas que tenía reservadas en mi maltrecho cuerpo, las repartí hacia mis piernas, y me obligué a impulsarme.
Tenía que hacer caso a Edward y correr, a pesar de la ausencia de aire en mis pulmones y que me quemasen a consecuencia de la falta de éste. Tenía que ignorar los calambres y seguir hacia delante. ¿Cuánto tiempo? Lo ignoraba. Sólo esperaba que Edward me lo dijese.
Debía desentenderme de todo lo que no fuera correr, pero no podía pedir a mi oído que se desconectase de todo lo que le envolvía, y que dejase de oír. Y aquello fue mi perdición.
Oí un gruñido furioso por parte de James y me paré en seco:
— ¡Os lo advertí! ¡Si yo no puedo tenerla, nadie la tendrá!—vociferó.
Me día la vuelta, y me topé con James, a escasos metros de donde yo me encontraba, mientras que Edward, a gran velocidad, se intentaba interponer entre nosotros. El doctor Cullen estaba demasiado lejos para intentar cualquier maniobra que le permitiese llegar a tiempo.
Cuando James me sonrió, comprendí que nada bueno podía pasar. Había aprendido a conocer sus expresiones como para comprender que yo llevaba las de perder. Y más aun cuando sacó un objeto metálico del bolsillo de su pantalón y me apuntó con él.
Reconocí de inmediato la pistola que, hasta hace tan poco tiempo, había estado en mi bolso.
— ¡Bella, no! ¡Muévete!
Y me quedé quieta, estática, como si hubiese echado raíces y fuese incapaz de moverme. El brillo de la pistola haciendo juego con los perversos ojos color borgoña de James.
— ¡Bella!
James recargó la pistola y la elevó hasta la altura de mi pecho. Lentamente, apretó el gatillo.
—Las cosas no tenían que haber acabado así—chasqueó la lengua con falsa lastima—. A pesar de todo, ha sido un placer.
Acabó por apretar el gatillo y la bala impactó de pleno sobre mi pecho escasos segundos antes de que Edward llegase junto a mí, me apretase con fuerza y me lanzase unos cuantos metros hasta caernos los dos al suelo. Cerré los ojos para intentar amortiguar el impacto
Entonces mi realidad se tiñó con un olor nauseabundo y un sabor metálico.
— ¡Bella!—la voz de Edward se rompió por un sollozo.
Aquello me hizo abrir los ojos, y la primera visión me horrorizó.
La camisa blanca de Edward estaba completamente teñida de escarlata, al igual que la parte inferior de su rostro, el cual estaba con señales de entrar en shock; pálido como un cadáver, y sus ojos— ¿estaría alucinando o los sueños tienen la capacidad de hacernos ver lo que no era en realidad? ¿Por qué sus ojos no eran verdes, si no dorados cambiando de color al negro?— abiertos de par en par.
El entumecimiento que nacía en mi pecho extendiéndose peligrosamente a otras partes de mi cuerpo, no me impedía que la congoja me abrumase, haciéndose un nudo en mi garganta.
¿Y si James le había hecho daño a él?
¡Oh, no! ¡No podía morir dos veces!
—…Bella…—acabó descomponiéndose y su más que hermoso rostro, empezó a crisparse hasta romperse en llanto—. ¡Bella, no, no, no, por favor, no me hagas esto…!
Tuve que superar el temblor para ponerme la mano en el pecho.
¡Oh!
Mi mano salió completamente manchada de sangre.
Aquello me alivió.
Edward estaba bien. Sólo se había salpicado con mi sangre.
Aunque fuese paradójico, me sentía aliviada, casi feliz. Aunque fuese en este mundo onírico, Edward no moriría.
No me importaba que James estallase a carcajadas, rozando el límite de la histeria, regodeándose de su triunfo.
Yo había ganado.
Edward se salvaría y yo acabaría despertando en cuanto Dawn entrase por la puerta de mi dormitorio.
El daño, debido a la bala, y el aletargamiento que sufría, no era real; por lo que no me importó sentir un horrible dolor cuando estiré los músculos de la cara, y sonreí a Edward para que no llorase más por mí.
Con determinación, llevé mi mano hacia su rostro hasta doblarla con la curva de su mentón, algo frío; aunque no le di demasiada importancia. Mi cuerpo era el que no se regulaba bien. El detalle de la temperatura era nimio.
—No te preocupes—musité ignorando el molesto inconveniente de la sangre llenándome la boca y taponándome la garganta. Sólo quería que no llorase por mí, y menos cuando de alguna forma u otra, ambos estábamos vivos—. Los dos vamos a estar bien… Tú sobrevivirás en el sueño y yo acabaré despertando…
…Y entonces me di cuenta, que si yo despertaba, no volvería a ver a Edward. Y la sonrisa se desvaneció de mi rostro. Posiblemente, ambos sobreviviríamos, pero en mundos completamente ajenos.
Y un dolor muy real me invadió. No tenía nada que ver con aquella bala ficticia que me había atravesado el corazón.
Entonces, mis ojos se llenaron de lágrimas.
— ¡Oh, Edward!—gemí con angustia—. ¿Cómo voy a sobrevivir en un mundo donde tú no estés?
Tal vez fuese producto de mis lágrimas, pero, paulatinamente, el rostro de Edward fue adquiriendo una extraña determinación inquebrantable.
— ¡No, Bella!—gritó casi eufórico—. ¡No tenemos que vivir separados! ¡Los dos vamos a sobrevivir juntos! Yo no he dicho mi última palabra…—con lentitud acercó su rostro a mi cuello y depositó sus labios, suaves y pulidos, sobre un pequeño tramo de mi piel—. Sólo espero, que algún día, puedas llegar a perdonarme por esto…—sentí como algo muy puntiagudo y afilado, atravesaba mi piel.
Tal vez, fuesen sólo unos segundos, pero tuve la molesta y dolorosa sensación de que millones de cristales se metían por mis venas y las cortaban poco a poco.
Antes de que los párpados se me cerrasen, debido al peso similar al plomo que parecían soportar, y los latidos de mi corazón se empezasen a ralentizarse, me pareció ver como Edward se incorporaba con rapidez del suelo, y se lanzaba hacia alguien, emitiendo un rugido empañado por una ira atroz.
La risa de James, que nos había estado acompañando desde aquel fatídico momento en el cual apretó el gatillo, se apagó paulatinamente.
Cerré los ojos y me dejé arrastrar por un océano de oscuridad.
Aquellas oscuras aguas que me rodeaban dejaron de ser confortables y protectoras, cuando se convirtieron en un gran río de lava. Desde mi garganta empezó a surgir una horrible sensación de quemazón que rápidamente se extendió hacia mi cabeza, haciendo que el peso de mi propia piel fuese un suplicio para mí.
Y a pesar de sentir la garganta al rojo vivo, grité con toda mi alma.
¿Y si la parte en que James me había torturado, era realidad? Entonces eso significaba que, en algún momento, yo me estaba muriendo, y que todo lo demás había sido una proyección, como último aleteo de supervivencia de mi mente moribunda.
¿Entonces, donde había estado hasta ahora? ¿Dónde me encontraba en este instante?
Eso realmente me daba igual. Lo único que quería, era que aquel llameante dolor cesase de una vez.
¿No decían que los muertos eran inmunes al dolor? ¿Qué estaba pasando conmigo?
Mis recuerdos de mi vida eran débiles, pero estaba convencida al cien por cien, que si hubiese sufrido algo remotamente parecido a esta horrible sensación de que mi cuerpo se llenaba de fuego mientras algo me cortaba por dentro, vendría a mi memoria de inmediato.
Esto era muy nuevo e increíblemente insufrible.
Intenté moverme, patalear y palmotear en esa extraña agua, pero algo me sujetaba con fuerzas, como si me hubiese puesto un imán que me atraía hacia un lugar determinado y aplicaba en mí toda su energía.
Me resigné a que lo único que podía hacer era sollozar para ver si eso conseguía calmarme.
—Isabella—una voz muy lejana con cierto matiz de cansancio, me estaba llamando.
Y me era tan familiar.
Elizabeth.
Estaba tan aturdida por el dolor que no pude llamarla.
¿Cómo decirla donde me encontraba?
—Isabella, cariño. ¿Puedes oírme? Si puedes hacerlo, sólo hazme una señal. Por muy pequeña que sea… Esto te será muy extraño, pero saldrás adelante. Si te duele, es buena señal. Significa que avanzas muy bien…
Aquello era una hazaña. ¿Qué señal podría realizar yo, para que supiese que sí la estaba oyendo?
Tal vez, ella podría explicarme donde estaba y porque me estaba convirtiendo en un carbón ardiendo.
Reuní todas mis fuerzas y en lugar de sollozar, intenté que mis ardientes cuerdas bucales formasen palabras.
—Elizabeth…—me oí la voz muy débil, pastosa y lastimosa.
— ¡Oh, Dios!—gimió—. Todo esto ha sido culpa mía…
¿Qué era culpa suya? ¿Ella era la causante de que me estuviese quemando? ¿Me había metido en un horno o qué?
—Yo debí decírtelo, pero tenía tanto miedo a lo que le pudiese pasar a Dawn… Ellos me amenazaron con hacerla algo horrible, si yo decía algo. Sé que esto no era justo para ti, pero pensé que lo acabarías averiguando—se lamentaba.
Entonces recordé algo.
—…Dawn…— ¿estaría ella en manos de James?
—Dawn está bien. Está a salvo. Siempre estuvo a salvo. Nadie la iba a hacer daño… La única que estabas en peligro eras tú… y… ¡Has estado tan cerca de…! Pensábamos que no ibas a sobrevivir… Te desangraste y parecía que esto no iba a hacerte efecto… Incluso he tenido que donarte sangre para que pudiese bombear tu corazón el tiempo suficiente para…—se interrumpió debido a los sollozos—. ¡No vuelvas a hacerme esto nunca más! ¡No vuelvas a ser tan insensata!
Jadeé cansada. Esperaba que eso le sirviese de respuesta.
—Ahora, ya estás a salvo—me aseguró con firmeza.
—De eso no estoy tan seguro. Porque en cuanto despierte, la mato yo mismo. Es increíble. No ha cambiado nada en cinco años. Sigue siendo un auténtico imán para los problemas…
Aquella voz. Me parecía tan real como la de Elizabeth. Pero igualmente lejana…
El limbo, al fin de cuentas, era un lugar muy extraño, donde los vivos y los muertos se juntaban sin distinciones.
—Edward—mi corazón latió con la intensidad que creía perdida, cuando Elizabeth pronunció ese nombre. Parecía que le estaba regañando, como hacía en vida de éste cuando sus modales no eran los deseados—. Ya lo está pasando lo suficientemente mal, para que se añada más leña al fuego. Ha sufrido y lo que le queda ahora es casi lo más difícil. Pero en el fondo, éste era el desenlace de esta historia. Tal vez, un poco más brusco de lo que nos imaginamos, pero era natural…
Me pareció que Edward gruñó a su madre, ligeramente.
—Sólo espero que cuando vuelva a la normalidad, con el tiempo, sea capaz de perdonarnos.
—Sí—suspiró Edward—. Ella acabará perdonándonos… Como yo ya lo he hecho contigo hace tiempo.
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