El Amor Más Allá Del Tiempo, Rubí

Autor: Bella_Paula.Swan
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 10/06/2013
Fecha Actualización: 20/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 10
Visitas: 22996
Capítulos: 16

De repente la calle comenzó a desaparecer frente a mí. Poco después reapareció, pero todo era diferente. Había vuelto al pasado. Me llamo Bella Swan y soy la última viajera del tiempo. Así empieza la aventura de mi vida... Pasen les juro que no se van a arrepentir :D


HOLA! Bueno aqui les dejo esta nueva historia, pero antes debo aclarar que la historia no me pertenece, este fic esta basado en la trilogia de Rubi (Rubi, Zafiro, Esmeralda) de Kerstin Gier, yo solo jugue con los personajes de crepúsculo y Wuala este es el reultado, dejenme saber si les gusta o no para segui publicando, pero dejenme aclarae que esta primera parte (Me refiero al primer libro ya que son tres) no se ve mucho el romance de los protagonistas, ya que el ellos empiezan a hablarse mas es en el tercer libro...Pero eso no quiere decir que no vamos a ver nada de nada, no señorit@s este libro tiene su sorpresita al final :D

 

Espero sus comentarios xoxoxoxox

 

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Capítulo 3: Capítulo I

Los viajes incontrolados en el tiempo se anuncian,

Por regla general, unos minutos, o a veces también

Horas o incluso días antes, por una sensación de vértigo

En la cabeza, en el estómago y/o en las piernas. Muchos

Portadores del gen han informado también de la aparición de dolores

De cabeza del tipo migrañoso. El primer salto en el tiempo (lamado

Salto de Iniciación) se produce entre los dieciséis y los diecisiete

Años del portador del gen.

De las Crónicas de los Vigilantes,

Volumen 2, «Leyes generales»

La primera vez que noté un mareo fue el lunes por la mañana en la cafetería de la escuela. Durante un instante tuve una sensación en el estómago como si estuviera en una montaña rusa bajando a toda velocidad desde el punto más alto. Duró solo dos segundos, pero fue suficiente para que me volcara un plato de puré de patatas con salsa sobre el uniforme. Los cubiertos rebotaron tintineando contra el suelo, aunque conseguí sujetar el plato a tiempo.

—De todas maneras, esta comida sabe cómo si lo hubieran recogido del suelo —me dijo mi amiga Alice mientras yo limpiaba como podía la porquería. (Naturalmente, todo el mundo me miraba)—. Si quieres, puedes mancharme la blusa con mi ración.

—No, gracias.

Aunque casualmente la blusa del uniforme del Saint Lennox tenía el mismo color que el puré de patatas, la mancha llamaba desagradablemente la atención, de modo que me abroché la chaqueta azul marino para taparla.

— ¡Vaya, la pequeña Belly ya está jugando otra vez con la comida! —Exclamó Jessica Stanley —.Sobre todo, ni se te ocurra sentarte a mi lado, babosa apestosa.

—No te preocupes, Jess, es lo último que haría.

Por desgracia, mis pequeños accidentes con la comida en la escuela se repetían con bastante frecuencia. Hacía solo una semana, una gelatina de frutas verde me había saltado del molde de aluminio y había aterrizado dos metros más allá, en los espaguetis a la carbonara de un alumno de quinto. La semana anterior se me había volcado el zumo de cerezas y había salpicado a todos mis compañeros de mesa, que parecía que hubieran cogido el sarampión. Por no hablar de las veces en que había metido la estúpida corbata del uniforme en la salsa, el zumo o la leche.

Aunque anteriormente nunca había sentido vértigos. Pensé que probablemente eran imaginaciones mías. Lo que ocurría era que desde hacía un tiempo en casa solo se hablaba de mareos, aunque no de los míos, sino de los de mí siempre encantadora y perfecta prima Tanya, que se estaba tomando a cucharadas su puré de patatas sentada junto a Jessica.

Toda la familia esperaba a que Tanya empezara a sentir vértigos. Había días en que Abue Sue, le preguntaba cada diez minutos si notaba algo raro, y mi tía Carmen, la madre de Tanya, aprovechaba los intervalos para repetir exactamente la misma pregunta. Y cada vez que Tanya negaba con la cabeza, Abue Sue apretaba los labios y la tía Carmen suspiraba. Aunque también podía ser a la inversa Los demás (mamá, mi hermana Leah, mi hermano Seth, mi tía abuela Kate y yo) poníamos los ojos en blanco. Naturalmente, era excitante tener a alguien en la familia con el gen de los viajes en el tiempo, pero con los años todo ese asunto había ido perdiendo interés, y estábamos hasta la coronilla del teatro que se montaba en torno a Tanya.

La propia Tanya acostumbraba a ocultar sus sentimientos tras una misteriosa sonrisa de Mona Lisa. Yo, en su lugar, tampoco hubiera sabido si debía alegrarme o enojarme por la ausencia de vértigos. Bueno, para ser sinceros, supongo que me habría alegrado. Yo era más bien del género asustadizo. Me gustaba la calma.

—Tarde o temprano llegará —decía Abue Sue todos los días—. Y tenemos que estar preparados para cuando eso ocurra.

De hecho, después de la comida, en la clase de historia de Señor James, efectivamente, ocurrió. Yo me había levantado con hambre de la mesa. Para colmo, había encontrado un pelo negro en el postre y no había podido decidir si era mío o de alguno de los pinches de cocina. Fuera como fuese, aquello me había hecho perder definitivamente el apetito. En clase, Señor James nos devolvió la prueba de historia de la última semana.

—Veo que os habíais preparado bien para el examen, especialmente Tanya. Un sobresaliente.

Tanya se apartó de la cara uno de sus resplandecientes mechones pelirrojos y dijo «Oh…», como si el resultado fuera una sorpresa para ella, cuando sacaba siempre las mejores notas en todas las asignaturas.

Pero esa vez Alice y yo también podíamos estar satisfechas. Las dos teníamos un notable alto, a pesar de que nuestra "buena preparación" había consistido en mirar la película sobre la reina Isabel con Cate Blanchett en DVD mientras nos atiborrábamos de patatas fritas y helado. Aunque también es verdad que habíamos estado siempre atentas en clase, lo que, por desgracia, no podía decirse que pasara en otras asignaturas.

Ocurría sencillamente que las clases de Señor James eran tan interesantes que no te quedaba más remedio que escuchar. El propio Señor James también era muy interesante. La mayoría de las chicas estaban enamoradas secretamente, o no tan secretamente, de él. Igual que nuestra profesora de geografía, la señora Victoria Sutherland que se ponía roja como un tomate cuando Señor James se cruzaba con ella. En cualquier caso, todo el mundo estaba de acuerdo en que estaba como se quiere.

Todo el mundo excepto Alice, que encontraba que parecía una ardilla de dibujos animados. «Cada vez que me mira con esos ojazos marrones, me entran ganas de darle unas nueces», decía, e incluso llegó al extremo de dejar de llamar ardillas a las ardillas del parque para pasar a llamarlas "Señores James». No sé por qué aquello era, de algún modo, contagioso, y al final yo también decía siempre cuando una ardilla se acercaba brincando: "Mira a esa señor James tan pequeña y gordita, ¿verdad que es una monada?". Debido a esta comparación con las ardillas, Alice y yo éramos las dos únicas chicas de la clase que no estábamos coladas por Señor James. Yo lo intentaba una y otra vez (aunque solo fuera porque todos los chicos de la escuela eran terriblemente infantiles), pero no servía de nada: la comparación con las ardillas se me había metido en la cabeza, ¡y nadie experimenta sentimientos románticos hacia una ardilla!

Jessica había hecho correr el rumor de que Señor James había trabajado como modelo mientras estudiaba en la universidad. Como demostración había recortado un anuncio de una revista en el que un hombre que se parecía bastante a Señor James se enjabonaba con un gel de ducha. Pero, aparte de Jessica, nadie creía que el hombre del gel fuera Señor James. El modelo tenía un hoyuelo en la barbilla, y Señor James no.

Los chicos de la clase, en cambio, no estaban tan entusiasmados con Señor James. Sobre todo, Mike Newton, que no podía soportarlo. Hay que decir que, antes de que Señor James llegara a la escuela, todas las chicas de nuestra clase habían estado enamoradas de Mike, incluida yo, aunque me cueste reconocerlo. Pero entonces yo tenía once años y Mike era una monada, mientras que ahora, con dieciséis, no era más que un estúpido que desde hacía un par de años se encontraba en un estado de cambio de voz permanente. Por desgracia, los gallos y la voz de bajo no le impedían soltar estupideces sin parar. Mike estaba terriblemente indignado por su suspenso en la prueba de historia.

—Esto es discriminatorio, Señor James. Merecía como mínimo un notable. No hay derecho a que me ponga notas tan bajas solo porque soy un chico.

Señor James le cogió el examen de la mano y lo hojeó.

—"Isabel era tan espantosamente fea que no consiguió tener a ningún hombre. Por eso todo el mundo la llamaba la virgen fea"—leyó. Se oyeron unas risitas ahogadas.

— ¿Qué pasa? Es verdad —se defendió Mike —. Con esos ojos de besugo, esos labios apretados y esos pelos de loca…

Habíamos tenido que estudiar a fondo las pinturas de los Tudor que había en la National Portrait Gallery, y efectivamente en aquellos cuadros Isabel se parecía más bien poco a Cate Blanchett. Pero, primero, tal vez en aquella época se consideraba que los labios finos y las narices grandes eran el colmo de la elegancia, y segundo, la ropa que llevaba era realmente fantástica. Y, además, aunque Isabel no tenía marido, había tenido un montón de relaciones, entre otras una con señor… ¿cómo se llamaba? En la película el papel lo interpretaba Clive Owen.

—Isabel se llamaba a sí misma "la reina virgen" — explicó Señor James a Mike— porque… —Se detuvo en seco—. ¿No te encuentras bien, Tanya? ¿Te duele la cabeza?

Todos miraron a Tanya, que se estaba sujetando la cabeza con las manos.

—No, solo es que… estoy un poco mareada —dijo, y me miró—. Todo me da vueltas.

Cogí aire. Al parecer, había llegado el momento. Nuestra abuela estaría encantada. Y la tía Carmen aún más.

—Wow, qué guay —me susurró Alice al oído—. ¿Ahora se volverá transparente?

Aunque Abue Sue se había encargado de inculcarnos en la cabeza desde pequeños que en ningún caso, sin excepción, debíamos hablar con nadie de las peculiaridades de nuestra familia, yo había decidido por mi cuenta hacer una excepción con Alice. Al fin y al cabo, era mi mejor amiga, y las mejores amigas no tienen secretos.

Por primera vez desde que la conocía (lo que, bien mirado, era toda mi vida), Tanya parecía casi incapaz de valerse por sí misma. Pero yo estaba preparada y sabía lo que había que hacer. La tía Carmen no se había cansado de recordármelo.

—Acompañaré a Tanya a casa —dije al Señor James, y me levanté—. Si le parece bien.

Señor James seguía con la mirada fija en Tanya.

—Me parece una buena idea, Isabella —respondió. —. Que te mejores, Tanya.

—Gracias —murmuró Tanya, y se dirigió hacia la puerta con paso vacilante—. ¿Vienes, Bella?

Me apresuré a cogerla del brazo. Por primera vez me sentía importante en presencia de Tanya. Era una sensación agradable poder ser útil para variar.

—Sobre todo, llámame y explícamelo todo —tuvo tiempo de susurrarme Alice. En el pasillo, la zozobra que había experimentado Tanya ya se había volatilizado. De hecho, me dijo que antes de marcharse quería recoger sus cosas de la taquilla.

La sujeté con fuerza de la manga.

— ¡Olvídalo, Tanya! Tenemos que ir a casa lo más rápido posible. Abue Sue ha dicho…

—Ya se me ha pasado —dijo Tanya.

— ¿Y qué? De todos modos, puede volver en cualquier momento. — Tanya dejó que la arrastrara en la dirección contraria—. ¿Dónde demonios tengo la tiza? —Sin dejar de caminar, empecé a revolver en el bolsillo de la chaqueta—. Ah, aquí está. Y el móvil. ¿Quieres que llame a casa? ¿Tienes miedo? Oh, qué pregunta más tonta, lo siento. Es que estoy nerviosa.

—Tranquila, no pasa nada. No tengo miedo.

La miré de reojo para comprobar si decía la verdad. Lucía su sonrisita de superioridad de Mona Lisa, y era imposible descubrir qué sentimientos se ocultaban tras ella.

— ¿Quieres que llame a casa?

— ¿Y de qué serviría? —replicó Tanya.

—Solo pensaba…

—Es mejor que lo de pensar me lo dejes a mí —me espetó.

Bajamos juntas los escalones de piedra hacia el hueco donde siempre se sentaba Lauren y, que enseguida se levantó al vernos. Pero yo me limité a dedicarle una sonrisa. El problema con Laurent era que, aparte de mí, nadie podía verle ni oírle era un fantasma. Por eso evitaba hablar con él en presencia de otras personas. Solo había hecho una excepción con Alice, que ni por un segundo había dudado de su existencia. Alice creía todo lo que le decía, y esa era una de las razones de que fuera mi mejor amiga. Alice lamentaba profundamente no poder ver ni oír a Laurent, aunque me alegraba mucho de que fuera así, porque lo primero que Laurent había dicho después de verla había sido: « ¡Por todos los santos! ¡Esta pobre muchacha tiene más pecas que estrellas hay en el cielo! ¡Si no empieza a aplicarse enseguida una buena loción decolorante, nunca encontrará marido!».

En cuanto a Alice, lo primero que dijo cuándo los presenté fue: «Pregúntale si tiene algún tesoro escondido en algún sitio». Por desgracia, Laurent no había enterrado ningún tesoro y estaba bastante ofendido por que Alice le creyera capaz de hacer algo semejante. También se ofendía cuando hacía como que no le veía. De hecho, Laurent se ofendía con bastante facilidad.

— ¿Es transparente? —Había preguntado Alice en el primer encuentro—. ¿O se ve en blanco y negro?

No, en realidad, Laurent tenía un aspecto totalmente normal. Con excepción de la ropa, claro.

— ¿Puedes pasar a través de él?

—No lo sé. No lo he intentado nunca.

— ¿Y por qué no lo intentas ahora? —había propuesto Alice.

Pero Laurent no estaba dispuesto a permitir que pasara a través de él.

— ¿Qué significa eso de "fantasma"? Un servidor, Laurent Da Revin, heredero del decimocuarto conde de Hardsdale, no va a permitir que nadie le ofenda, y menos unas niñas —me dijo.

Como muchos fantasmas, sencillamente, no quería reconocer que ya no era una persona. Por más que quisiera, James no podía recordar que hubiera muerto. Aunque ya hacía cinco años que nos conocíamos (desde mi primer día de clase en la Saint Lennox High School), parecía que para él solo hubieran pasado unos días desde que jugaba a las cartas con sus amigos en el club y charlaba sobre caballos, falsos lunares y pelucas. (Él llevaba ambas cosas, lunar y peluca, y, aunque actualmente pueda sonar raro, no le quedaban tan mal.) Lauren hacía caso omiso deliberadamente del hecho de que, desde que nos habíamos conocido, había crecido veinte centímetros, había incorporado a mi aspecto un corrector dental y unos pechos prominentes, y me había librado luego del corrector. Igual que hacía caso omiso de que el palacio de su padre en la ciudad hacía tiempo que se había convertido en una escuela privada con agua corriente, luz eléctrica y calefacción central.

Lo único de lo que parecía percatarse de vez en cuando era de la longitud de las faldas de nuestro uniforme escolar. Al parecer, la visión de unas pantorrillas y unos tobillos femeninos era extremadamente infrecuente en su tobillos femeninos era extremadamente infrecuente en su época.

—No es muy cortés por parte de una dama no saludar a un caballero de buena posición, Señorita Isabella —protestó entonces de nuevo, molesto porque no le había prestado ninguna atención.

—Perdón. Tenemos prisa —dije.

—Si puedo serles útil en algo, naturalmente me tienen a su disposición —replicó él colocándose bien los puños de encaje.

—No, muchas gracias. Solo tenemos que llegar a casa cuanto antes. — ¡No sé en qué podía sernos útil Laurent, si ni siquiera era capaz de abrir una puerta!—. Tanya no se encuentra bien.

—Oh, no sabe cómo lo lamento —dijo Laurent, que tenía debilidad por Tanya, a la que, en contraposición con la "pecosa sin modales", como acostumbraba a llamar a Alice, encontraba "extraordinariamente encantadora y gentil". También ese día soltó algunos cumplidos galantes—:Transmítale, por favor, mis mejores deseos, y dígale que está tan encantadora como siempre. Un poco pálida, pero hechizadora como un elfo.

—Se lo comunicaré.

—Deja de hablar con tu amigo imaginario —dijo Tanya—. Si sigues así, acabarás en un manicomio.

Muy bien, pues no se lo comunicaría. Ya era bastante presuntuosa sin necesidad de eso.

—Laurent no es imaginario, es invisible. ¡Hay una gran diferencia entre las dos cosas!

—Si tú lo dices… —replicó Tanya.

Ella y la tía Carmen opinaban que solo me inventaba a Laurent y a los otros fantasmas para darme importancia. Me arrepentía de haberles hablado en su día de ello, pero de pequeña me había resultado sencillamente imposible no decir nada de las gárgolas que adquirían vida y hacían cabriolas por las fachadas y me dirigían muecas. Las gárgolas eran divertidas, pero también había otras sombrías figuras espectrales de aspecto siniestro que me daban miedo. Tuvieron que pasar unos años para que comprendiera que los fantasmas no podían hacerme nada. Lo único que realmente pueden hacer los fantasmas es dar miedo. Naturalmente, no estoy hablando de Laurent. Él era del todo inofensivo.

—Alice piensa que tal vez fuese mejor que Laurent muriera joven. Dice que, teniendo que cargar con ese nombre de Da Revin, nunca hubiera encontrado una mujer para casarse —expliqué, no sin antes asegurarme de que Laurent ya no nos pudiera oír—. Tanya puso los ojos en blanco.

—De todas maneras, no tiene mal aspecto —proseguí —. Y, además, según él, está podrido de dinero. Aunque esta costumbre que tiene de ponerse continuamente un pañuelo de encaje perfumado bajo la nariz no resulta muy varonil.

—Qué lástima que nadie aparte de ti pueda admirarlo — señaló Tanya. La verdad es que yo opinaba lo mismo. —Y qué estúpido por tu parte que hables de tus rarezas fuera del círculo familiar —añadió.

Era una más de las típicas indirectas de Tanya. El comentario estaba destinado a herirme, y efectivamente lo consiguió.

— ¡Yo no soy rara!

— ¡Claro que lo eres!

— ¿Y lo dice la que tiene el gen?

—Yo no lo voy soltando por ahí —repuso Tanya—. En cambio, tú eres como la tía abuela Kate "la Loca", que habla de sus visiones hasta con el lechero.

—Eres cruel.

—Y tú, una ingenua.

Discutiendo, atravesamos el vestíbulo, pasamos ante la diminuta cabina de cristal del conserje y salimos al patio de la escuela. Hacía viento y parecía que iba a empezar a llover en cualquier momento. Me arrepentí de no haber cogido nuestras cosas de las taquillas. Un abrigo no hubiera estado de más con este tiempo.

—Siento haberte comparado con la tía abuela Kate — se excusó Tanya un poco cortada—. Supongo que estoy un poco nerviosa.

Aquellas palabras me dejaron perpleja. Tanya no se excusaba nunca.

—Es comprensible —dije rápidamente.

Quería que se diera cuenta de que apreciaba sus disculpas. Naturalmente, no podía hablar de auténtica comprensión, porque yo, en su lugar, habría estado temblando de miedo y supongo que también nerviosa, como cuando vas al dentista.

—Además, me gusta la tía Kate —añadí.

Lo cual era cierto. Tal vez la tía abuela Kate fuera un poco charlatana y tendiera a repetir las cosas infinidad de veces, pero era preferible al cargante secretismo de los otros. Además, la tía Kate siempre era muy generosa repartiendo caramelos de limón entre nosotros. Naturalmente, a Tanya le traían sin cuidado los caramelos.

Cruzamos la calle y seguimos caminando a buen paso por la acera.

—No me mires de reojo —me advirtió Tanya—. Cuando desaparezca, ya te darás cuenta. Entonces podrás dibujar tu tonto círculo de tiza y correr a casa. Pero por hoy no pasará nada.

—Eso no puedes saberlo. ¿No te intriga saber dónde aterrizarás? Quiero decir, cuándo aterrizarás.

—Claro —repuso Tanya.

—Espero que no sea en medio del gran incendio de 1664.

—El gran incendio de Londres ocurrió en 1666 —me corrigió Tanya—. No cuesta tanto de recordar. Además, en esa época, en esta parte de la ciudad no se había construido gran cosa.

¿He dicho ya que Tanya también era conocida como "la aguafiestas" y "la sabelotodo?" Pero no me rendí. Tal vez fuera un poco feo por mi parte, pero quería borrar aquella estúpida sonrisa de su cara aunque solo fuera por unos segundos.

—Estos uniformes deben de arder como la yesca — insistí.

—Cuando llegue el momento, sabré lo que tengo que hacer —replicó Tanya escuetamente sin abandonar su sonrisa.

No podía por menos que admirarla por su serenidad. A mí, la idea de aterrizar de repente en el pasado solo me inspiraba terror. Fuera en la época que fuese, siempre pasaban cosas terribles. Continuamente había guerras, viruela y plagas de peste, y una palabra equivocada podía hacer que te quemaran por bruja. Además, solo había letrinas, y todo el mundo tenía pulgas, y por la mañana lanzaban el contenido de los orinales por la ventana sin fijarse en si pasaba alguien por debajo.

Tanya se había preparado durante toda su vida para arreglárselas en el pasado. No había tenido tiempo para jugar, hacer amigas, ir de compras o al cine o salir con chicos. En lugar de eso, había recibido clases de baile, esgrima y equitación, de lenguas y de historia. Además, desde el año anterior salía cada miércoles por la tarde con Abue Sue y la tía Carmen y no volvía hasta que se hacía de noche. Lo llamaban"clase de misterios", pero nadie quería decirnos de qué clase de misterios se trataba, y Tanya, menos que nadie. Probablemente, la primera frase que mi prima había aprendido a pronunciar de corrido había sido: "Es un secreto". Y la siguiente: "Eso no es cosa vuestra". Alice decía siempre que nuestra familia debía de tener más secretos que los Servicios Secretos y la CIA juntos. Y es muy posible que tuviera razón.

Normalmente, para volver de la escuela, cogíamos el autobús —el número 8 paraba en Berkeley Square, que no quedaba muy lejos de casa—, pero ese día recorrimos las cuatro paradas a pie, tal como había ordenado la tía Carmen. Durante todo el camino llevé la tiza en la mano, pero Tanya permaneció a mi lado.

Mientras subíamos los escalones de la puerta de entrada, casi me sentí decepcionada. Mi participación en la historia acababa ahí; a partir de este momento, mi abuela se haría cargo del asunto.

Tiré a Tanya de la manga.

— ¡Mira! El hombre de negro está ahí otra vez.

—Bueno, ¿y qué?

Tanya ni siquiera se molestó en mirar. El hombre estaba parado enfrente, ante la entrada del número 18. Como siempre, llevaba una gabardina negra y un sombrero calado hasta las orejas. Yo le había tomado por un fantasma, hasta que supe que mis hermanos y Alice también podían verlo. Desde hacía meses, el hombre permanecía allí, observando nuestra casa las veinticuatro horas del día. Aunque, bien mirado, también podía tratarse de varios hombres exactamente con el mismo aspecto que se iban turnando. Discutimos sobre si era un ladrón que preparaba un golpe, un detective privado o un mago malvado. Mi hermana Leah estaba convencida de que se trataba de esto último. Tenía nueve años y le encantaban las historias de magos malvados y hadas buenas. Mi hermano Seth tenía doce años y opinaba que las historias de magos y hadas eran estúpidas; por eso estaba a favor del ladrón espía. Y Alice y yo éramos partidarias del detective privado.

Pero cada vez que cruzábamos al otro lado de la calle para observarlo mejor, el hombre desaparecía dentro de la casa o subía a un Bentley negro que tenía aparcado junto al bordillo y se iba.

—Es un coche encantado —afirmaba Leah—. Cuando nadie mira, se transforma en un cuervo, y el mago se convierte en un hombrecillo minúsculo que cruza el cielo montado a lomos de él.

Por si acaso, Seth había anotado el número de matrícula del Bentley.

—Aunque seguro que después del robo lo pintará de nuevo y colocará otra matrícula —me informó.

Los adultos hacían como si no les pareciera nada sospechoso en el hecho de ser observados día y noche por un hombre con sombrero vestido de negro. Y Tanya igual.

— ¡Qué demonios os ha hecho ese pobre hombre! Sencillamente se fuma un cigarrillo ahí fuera, eso es todo.

— ¡Sí, claro!

Me resultaba más fácil creer en la versión del cuervo encantado. Justo en ese momento empezó a llover. Por suerte, ya estábamos en casa.

— ¿Al menos sigues mareada? —le pregunté mientras esperábamos que nos abrieran la puerta, porque nosotras no teníamos llave.

—No me agobies —dijo Tanya—. Pasará cuando tenga que pasar.

El señor Marcus nos abrió la puerta. Alice opinaba que Marcus era nuestro mayordomo, y la prueba definitiva de que éramos casi tan ricos como la reina o Madonna. Yo, por mi parte, no sabía exactamente quién o qué era en realidad el señor Marcus. Para mamá era "el factótum de la abuela", y la propia abuela lo describía como "un viejo amigo de la familia". Para mis hermanos y para mí era sencillamente "el siniestro sirviente de Abue Sue". Al vernos, enarcó las cejas.

—Hola, Señor Marcus —le saludé—. Qué tiempo tan horrible, ¿no?

—Realmente horrible, sí. —Con su nariz ganchuda y sus ojos marrones ocultos tras unas gafas redondas de montura dorada, Señor Marcus siempre me recordaba a una lechuza, o, mejor dicho, a un búho—. En un día así es imprescindible ponerse el abrigo al salir de casa.

—Hummm… sí, supongo que sí —repuse.

— ¿Dónde está Abue Sue? —preguntó Tanya.

Tanya nunca era especialmente cortés con Señor Marcus. Tal vez porque, al contrario que a mis hermanos y a mí, tampoco de niña le había inspirado respeto. Sin embargo, aquel hombre tenía una cualidad que realmente impresionaba, y era la de moverse tan silenciosamente como un gato y aparecer de pronto a tu espalda como si hubiera surgido de la nada. Daba la sensación de que no se le escapaba ningún detalle. Fuera la hora que fuese, Señor Marcus siempre estaba presente. Señor Marcus ya estaba en la casa antes de que yo naciera, y mamá decía que ya estaba allí cuando ella era todavía una niña, de modo que debía de ser casi tan viejo como Abue Sue, aunque no lo parecía. Vivía en un apartamento en el segundo piso, al que se llegaba por un pasillo independiente y una escalera desde el primero.

Nosotros teníamos terminantemente prohibido pisar siquiera el pasillo. Mi hermano afirmaba que Señor Marcus había instalado allí puertas trampa y cosas parecidas para mantener a distancia a los visitantes no deseados. Pero no podía demostrarlo. Ninguno de nosotros se había atrevido nunca a entrar en ese pasillo.

—Señor Marcus necesita tener privacidad —decía a menudo Abue Sue.

—Claro, claro… —replicaba mamá—. Supongo que, viviendo aquí, la necesitamos todos.

Pero lo decía tan bajo que Abue Sue no podía oírla.

—Su abuela está en la sala de música —informó Señor Marcus a Tanya.

—Gracias.

Tanya nos dejó plantados en la entrada y corrió escaleras arriba. La sala de música estaba en el primer piso, y nadie sabía por qué se llamaba así, porque ni siquiera había un piano.

La sala era la habitación preferida de Abue Sue y de la tía abuela Kate, y el aire olía a perfume de violetas y al humo de los cigarrillos de Abue Sue. Como se ventilaba muy de vez en cuando, si te quedabas un rato, al final tenías la sensación de que se te nublaba la vista. Antes de que Señor Marcus cerrara la puerta, tuve tiempo de echar un vistazo al otro lado de la calle. El hombre del sombrero seguía allí. ¿Eran imaginaciones mías o acababa de levantar la mano como si estuviera haciendo señas a alguien? ¿A Señor Marcus, quizá, o era a mí a quien saludaba?

La puerta se cerró y no pensé más en ello porque de repente volvió a aparecer la sensación de montaña rusa en el estómago. Todo se difuminó ante mis ojos. Se me doblaron las rodillas y tuve que apoyarme en la pared para no caerme.

Un instante después había pasado. Mi corazón latía desbocado. Algo me ocurría. Teniendo en cuenta que no estaba en ninguna montaña rusa, no era normal que hubiera tenido vértigo dos veces en dos horas, a no ser que… ¡Bah! Seguramente estaba creciendo demasiado rápido. O tenía… hummm… ¿un tumor cerebral? O tal vez era solo hambre. Sí, debía de ser eso. Desde el desayuno no había comido nada, porque la comida de la escuela había aterrizado en mi blusa. Respiré aliviada. Entonces me di cuenta de que Señor Marcus me observaba con sus ojos de lechuza.

— ¡Cuidado! —dijo con un considerable retraso. Sentí que me sonrojaba.

—Bueno, me voy… a hacer los deberes —murmuré.

Señor Marcus asintió con cara de indiferencia; pero, mientras subía las escaleras, pude sentir su mirada clavada en mi espalda.


Que tal?? si les gusta?? dejenme saber si?? espero sus votos y comentarios :D

Capítulo 2: Prólogo Capítulo 4: Capítulo II

 
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