When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
Visitas: 29300
Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

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Capítulo 3: Troubles

—Edward Anthony Masen es el tipo más grosero y engreído con el que jamás me he cruzado en mi vida.

Eché una diatriba verbal a Ángela mientras ésta colocaba en el atril su partitura para el arpa. Estaba acostumbrada a mis berrinches por lo tanto, me miraba con divertida calma.

—Llevas diciendo eso de él durante más de…—hizo como si se lo pensase—cinco meses y aún no le has dado una oportunidad para conocerle bien. A mí me parece encantador.

—Eso es porque no has tenido tiempo de conocerlo bien y que el muy hipócrita te sonríe mientras que a mí me trata como si fuese un mueble—siseé entre dientes.

—Tú tampoco le tratas mejor—le defendió Ángela regodeándose de la circunstancia—.  Cuando aparece en alguna reunión o fiesta, tú le das la espalda o te diriges a él en términos ofensivos.

—Yo sólo hago lo que haría cualquier persona coherente en esa situación. Defenderse haciendo un buen ataque—me defendí de las injustas acusaciones de Ángela mientras la daba la espalda y me ponía manos a la obra con mi violoncello.

La oí soltar una sonrisa y cuando la miré de reojo se estaba concentrando en el arpa.

La pieza de Bach no me salió tan perfecta como me esperaba. Tenía la mente ocupada en cierto personaje. Sabía que el odio también era un sentimiento y en eso se basaba la música. En un sentimiento expresado en forma de voz a partir del instrumento que elegíamos.

Papá siempre me había dicho que la música era la voz del alma y yo lo creía así. Pero al estar mis pensamientos ocupados en cierto individuo, eso hacía que la calidad de mi música empeorase.

Los cinco meses que llevábamos juntos lo único que habíamos conseguido era permanecer en el mismo cuarto sin dirigirnos la palabra durante horas a pesar de los esfuerzos de Elizabeth por juntarnos.

Él ya se había preconcebido una idea sobre mí después de la primera cena que tuvimos por la llegada de los Masen a la ciudad.

Por supuesto, no le podía culpar de la idea que había tenido sobre mí, después de ver la patética actuación de mi familia. No podía culpar a Reneé de su poca o nula educación y cultura general, pero como muy bien me decía mi padre: "Si no sabes nada de un tema, mejor mantén la boca cerrada. Si no puedes alardear de inteligencia, por lo menos que los demás no noten tu ignorancia". Era un excelente consejo.

Lástima que Reneé no le diera por seguirlo y se pusiese en ridículo una y otra vez. Y lo peor de todo era que los modales de Elizabeth resaltaban los modos groseros de mi madre. Suerte que ella y su marido apenas la escuchasen y volcasen toda su atención en mí.

Hablamos de música, arte y, sobre todo, literatura, mucha literatura.

— ¿Conoces a James Joyce?—negué con la cabeza levemente avergonzada—. No te preocupes, es un escritor bastante nuevo y que yo sepa sólo ha escrito una obra. Se llama los Dublineses y es bastante buena. Tiene futuro. Si quieres te lo paso y me das tu opinión.

Le di las gracias cortésmente.

— ¿Cuál es tu escritor favorito?—siguió con el interrogatorio.

—Me gusta bastante Jane Austen—admití.

Orgullo y prejuicio—asintió—. También es una de mis favoritas. Aunque me gusta más Sentido y Sensibilidad. De hecho—miró a Edward tiernamente—, el pequeño diablillo, que está sentado a tu lado, se llama así por esa novela. Aunque de jovencito tímido y reservado no tiene nada—se rió tiernamente.

—Y yo pensando que te dedicabas a seguir la tradición de llamarme Edward por papá y el abuelo—repuso el aludido de buen humor.

Elizabeth le ignoró y siguió preguntándome por libros.

—Me gusta mucho Shakespeare—le comenté—. Romeo y Julieta es una de mis preferidas.

Ella hizo una mueca.

—No puedo estar de acuerdo contigo en eso—discrepó—. Considero una tragedia bastante tonta a Romeo y Julieta. Lo siento, pero morir por amor me parece estúpido y demasiado fácil.

—Yo opino que no hay nada más heroico que morir por amor a alguien. Es el sacrificio supremo y la prueba más grande de amor absoluto—opinó Reneé enérgicamente—. ¿Qué puede ser más grande que morir por amor?

—Vivir por él—reafirmó Elizabeth—. El amor muere cuando las dos personas que lo han vivido mueren. Pero si una persona muere, la otra debe quedar para que el mundo sea testigo de que alguna vez esa llama existió. Por lo tanto yo considero que se debe vivir por amor, no morir por él.

—A mi madre le gustan los finales felices—se burló Edward.

—Es verdad—admitió—. El mundo real es bastante triste. La literatura nos permite soñar que puede haber otro mundo donde lo bueno triunfa. No es mucho pedir. Sólo soñar que en algún lugar los sueños se cumplen. Esa es la misión de los libros.

Phil se rió de esas palabras.

—No me extraña que luego las locas feministas salgan a la calle a manifestarse. Debería estar prohibido dar un libro a una mujer. Es muy peligroso ya que empiezan a tener ideas revolucionarias y a pensar en cambiar el mundo.

El señor Masen miró disimuladamente a Elizabeth, que de repente se puso lívida, mientras que Edward soltó la cuchara y miró a Phil de malas maneras muy poco disimuladas. Yo estuve a punto de esconderme debajo de la mesa de la vergüenza que me dio y empezaron a entrarme ardores de estómago. ¿Pero se podía dar el don de hablar a los burros?

—El mundo está gobernado por los hombres y el panorama no es muy alentador—repuso Elizabeth levemente irritada—. Por poner un ejemplo, la locura que se está produciendo en Europa y donde nos vamos a meter nosotros. Esa guerra está durando demasiado—pude percibir un brillo de ansiedad cuando mencionó la palabra guerra mirando a Edward.

Hubo un momento de silencio muy tenso que el señor Masen rompió, educadamente, al preguntarme por mis estudios y por mis progresos en la música.

Y prolongué la conversación con ellos hasta que se hizo la hora de volver a casa. Elizabeth me hizo prometer que la volvería a visitar otro día.

— ¿Por qué no te vienes al museo con nosotros mañana?— me invitó gentilmente.

—Me temo que mañana voy a estar muy ocupada con la fiesta de los Mallory y tengo que hacer preparativos por la mañana—se disculpó Reneé como si la invitación fuese para ella.

—Sé lo ocupada que está, querida—le increpó Elizabeth de buenas maneras—. Por eso la invitación es para Isabella. Yo había contado que usted estaría lo suficientemente ocupada como para preocuparse por el arte—se volvió a mí—. Después de la hora de comer te esperamos.

Cuando me dirigí al coche, me percaté que me había dejado el sombrero en casa de los Masen y pidiendo disculpas, me apresuré a volver a la casa. La criada me abrió la puerta muy amablemente y fui a coger el sombrero sin que los Masen se percatasen de que había regresado.

Antes de que lo pudiese coger, oí la discusión que los Masen estaban teniendo en la sala de estar.

— ¡No me puedo creer que lo hayas llegado a pensar!—gritó el que parecía Edward a algunos de sus progenitores, al parecer a Elizabeth ya que fue ella quien le replicó tranquilamente.

—Sólo quiero que te lo pienses un tiempo—le suplicó.

—Pues ya está pensado. Me niego en rotundo.

—Deberías darle una oportunidad—objetó su padre.

—No.

—Edward—volvió a suplicar Elizabeth.

—Tú siempre me has dicho que debería tener cuidado con las caza fortunas que fuesen detrás mía—le acusó—. Solamente me estoy protegiendo de eso.

—Ella no va con esas intenciones— objetó—. Pertenece a una familia de clase alta, incluso superior a la nuestra. Por lo tanto el dinero no sería problema.

—Pero para mí, su madre y su padrastro, sí.

—Su madre está deseando librarse de ella y te aseguro que ellos no serían problema después de la…

— ¿Pero lo estás pensando en serio?—inquirió furioso.

—Cariño, sólo es una posibilidad. Su padre y yo éramos muy amigos y si no llega a ser por él, yo no estaría con tu padre. Creo que es una mínima compensación. Nuestro mayor deseo hubiera sido que…

— ¡No puedes complacer a tu amigo, que además está muerto, arruinando nuestras vidas! ¡A ella no le intereso y ella no me interesa a mí! ¡No puedes pagar tus deudas con nuestras vidas!—espetó furioso.

— ¡Edward!—le advirtió su padre—. No te pases ni un pelo…

—Cariño, ya sabes que en ese asunto no soy hipócrita y que si yo no lo hice, no te obligaría a ti a hacerlo. Tu padre y yo lo pasamos fatal cuando nos casamos y no quiero que a ti te pase lo mismo. Lo único que te pido es que le des una oportunidad para conocerla mejor.

— ¿Qué tiene de malo Isabella Swan, Edward?—preguntó su padre irritado—. Me parece encantadora.

Hubo un momento de silencio antes de que Edward se volviese a pronunciar.

—Es bonita, lo admito, pero no es lo suficientemente atractiva para despertar en mí el más mínimo interés para cortejarla—su frase fue lapidaria.

No quise oír más y sabiendo que lo que hacía era una grosería, salí dando un sonoro portazo y corrí hacia el coche intentando contenerme las lágrimas.

Mi madre estaba criticando la casa y los muebles y Phil asentía a cada comentario, sin darse cuenta de lo enfadada que estaba.

— ¿Has encontrado a los Masen tal como te los esperabas, Isabella?—me preguntó mi madre.

—El señor y la señora Masen son encantadores—sentencié.

"Lástima que los buenos modales no se hereden", pensé furiosa y fuera de mí.

Me encogí de hombros.

"Si no me quieres conocer, tú te lo pierdes, estúpido".

.

.

.

Así pasamos cinco meses. Como dos estatuas de hielo. Indiferentes el uno del otro.

Aunque podía percibir alguna mirada de él cuando pensaba que estaba distraída o hablando con otra persona. Parecía que no le era tan impasible como trataba de simular.

Si yo le tenía que ver, era por educación y respeto hacia Elizabeth y Edward Masen, ya que casi todos los días me requerían para salir con ellos a alguna parte, lo cual hubiera sido estupendo, ya que eran personas increíblemente cultas e interesantes, si no hubiera sido por la creciente enemistad entre su hijo y yo.

Raspeaba el violoncello, más que lo tocaba, y estaba que saltaba chispas. Lo que me remató fue oír una voz, increíblemente familiar, a mis espaldas que era increíblemente burlona.

La reconocería en cualquier parte.

— ¡Vaya! Yo creía que el violoncello servía para producir música, no para que eche chispas. ¿Pretendes quemarlo a base de roces?

Ni siquiera me molesté en darme la vuelta. Mi máscara de educación se estaba desquebrajando. Por culpa de él estuve a punto de romper una cuerda.

"Grosero", pensé irritada para mí misma.

—Señorita Weber—saludó a Ángela muy educadamente—. Espero que la señorita Swan sea más comunicativa de lo que es conmigo, si no, lo siento por usted.

Ni siquiera me molesté en darme la vuelta para enfrentarme a él y me limité a ignorarle creyendo que él haría lo mismo.

Para mi sorpresa, apoyó la mano en el hombro y aquello hizo que me sobresaltase por lo inesperado de la situación.

—Me gustaría que por un momento enterrásemos el hacha de guerra y podamos hablar tranquilamente—me dijo mientras me daba la vuelta suavemente pero a la vez con firmeza, mientras me hacía enfrentarme a él.

Por un momento, al mirarle a la cara, nuestros ojos se encontraron y me perdí en los suyos como si fuese una inmensa pradera de hierba. Tal era la intensidad de su luz en ellos que tuve que cerrarlos y concentrarme para ser coherente en mis pensamientos. Pero lo primero que se me pasó por la cabeza fue reconocer que era muy atractivo.

Tuve que agachar la cabeza y cerrar los ojos para poder decir lo que pensaba con claridad.

— ¿Y ese cambio?—a pesar de todo la curiosidad venció a todos los impulsos por ignorarle.

—Tengo algo que proponerte—me dijo y cuando volví a abrir los ojos y mirarle a la cara, vi como la comisura de sus labios dibujaba una sonrisa traviesa.

Volví a quedarme embelesada como una tonta. Sin embargo, mi rencor ganaba a su atracción y le increpé de malas maneras.

—No creo que tengas nada que decirme—le di la espalda cruzándome los brazos como una niña enfurruñada.

—Creo que sí—volvió a ponerme la mano sobre el hombro ignorando todo intento por mi parte de desasirme.

—Pues lo siento mucho por ti—hice como si estuviese muy afligida—. Pero creo que sigo sin ser lo suficientemente atractiva para que tú te dignes a prestarme un mínimo de atención.

Me volví a girar indignada e ignorando toda protesta por su parte, volví a tocar el violoncello.

—Vas a escucharme quieras o no—le oí decirme sin que yo por ello le prestase atención.

Y tocaba más y más alto para no tener que perderme mucho en mis pensamientos.

De repente, oí más intensamente el sonido de una pieza musical tocada en piano y aquello acabó por desconcentrarme totalmente. Dirigí la mirada hacia donde se encontraba el piano y me encontré que Edward estaba en él, aunque no estaba tan absorto en la música como lo solía estar normalmente.

Cuando se di cuenta que yo ya había cesado de tocar se volvió a mí y sonrió levemente.

—Parece que me vas a hacer caso después de todo.

Indignada volví a tocar el violoncello y volvió a la carga, convirtiendo el conservatorio en el campo de batalla de una guerra musical en la que ninguno de los dos estábamos dispuestos a claudicar.

Armamos tal alboroto que todos los demás componentes del conservatorio pararon de tocar, fijándose en nosotros esperando ver quién era el vencedor de esta contienda sin armas, hasta que al final el señor Green, el director del conservatorio, se dirigió a nosotros totalmente indignado.

—Señor Masen, señorita Swan, ¿qué se creen que están haciendo?—inquirió totalmente indignado—. La música debería ser una terapia para la paz espiritual, no una guerra entre ustedes. Ya tenemos suficiente guerra con la europea. Por lo tanto tengamos la fiesta en paz y váyanse a casa para que sus madres les den una tila— nos invitó a salir de allí.

No necesité pensármelo dos veces y, recogiendo con torpeza mi violoncello y poniéndome el abrigo, salí del conservatorio tan rápido como mis piernas me lo permitieron.

Antes de atravesar las escaleras, perdí el equilibrio y si no me encontré con el suelo fue porque unos brazos me sujetaron.

Me volví para darle las gracias y, por enésima vez en el día, me encontré con el agraciado rostro de Edward.

Me deshice de su abrazo, tras unos momentos de incertidumbre donde me ruboricé al sentir sus brazos en mi cintura, y me alejé hasta volverme a enfrentar a él.

— ¿Se puede saber qué es lo que quieres a parte de buscarme la ruina?—le pregunté muy enfadada.

Se rió levemente de mí para luego hablarme.

—No eres el centro del mundo—me replicó con sorna para luego ponerse otra vez serio—. Necesito hablar contigo.

No iba a dar mi brazo a torcer. Se merecía sufrir un poco.

—No tenemos nada que decirnos, te lo repetiré una y mil veces. No puedes fingir que no existo y tratarme como una paria para luego hablarme como si fuéramos amigos de toda la vida.

—En cierta forma somos amigos de toda la vida—me corrigió divertido—. Bueno, nuestros padres lo eran. No creo que a ellos les gustase que nos estuviésemos peleando todo el día.

—Tú mismo dijiste que no podíamos vivir nuestras vidas según el pasado—le recordé lo que había echado en cara a sus padres la primera vez que fui a cenar con ellos.

Abrió los ojos sorprendido para luego fruncir levemente el ceño.

— Se supone que cuando se va a una casa no se escuchan las conversaciones privadas—hizo el ademán de reñirme.

—No lo hice a posta. Pero se me olvidó algo en tu casa y fui a recogerlo, entonces te oí hablar con tus padres sobre la excelente opinión que tienes sobre mí con tan solo una cena y ni siquiera hablar conmigo para darme una oportunidad para conocerme.

—Los errores se pueden enmendar—me señaló—. Ahora, ¿me vas a escuchar?—preguntó con impaciencia en la voz.

—No—no me rendiría tan fácilmente.

Me agarró por el brazo, impidiéndome cualquier intento por mi parte de escapatoria, y me volvió a atraer otra vez hacia él.

— ¡Edward, suéltame!—le supliqué intentando soltarme—. ¡Me haces daño!

Pero no me hizo caso.

— ¡Sólo escúchame y después te prometo que no te volveré a molestar!—,e prometió—.  ¡Isabella, por favor! Compórtate como la dama que se que eres y deja de armar un escándalo.

Como no me iba a dejar ir por las buenas, hice lo que una dama respetable no debería hacer y, levantando una mano, le pegué una bofetada más fuerte de lo que pretendía.

Debido a la impresión que le produjo mi acción, me soltó por inercia y me escapé todo lo rápido que pude sin volver la vista hacia atrás.

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No me apetecía ir a casa tan pronto para no tener que dar explicaciones de mi acaloramiento y decidí darme un paseo para despejarme de los sentimientos encontrados que pasaban por mí.

Me puse la bufanda de color azul en mi cuello, ya que estábamos casi a finales de septiembre y en Chicago se acababa el buen tiempo. Dentro de poco volverían a caer las primeras nevadas.

Crucé uno de los puentes que atravesaban la ciudad y me quedé embelesada mirando la belleza del lago.

Por esa causa empecé a andar como una autómata y, cuando me quise dar cuenta, había llegado al edificio de justicia donde trabajaba el señor Masen.

Estuve a punto de darme la vuelta por donde había venido para no tener la embarazosa situación de encontrarme con él después de haber abofeteado a su hijo, pero me di cuenta que por la hora que era, todavía estaría trabajando, por lo que me fui hacia allá, hasta que vi una multitud concentrada que parecía muy exaltada.

Al acercarme más vi que se trataba de un grupo de mujeres, comprendí que se trataban de las sufragistas — término que se utilizaban para las mujeres que pedían el voto femenino—, y aun sabiendo que no debería estar allí, me acerqué a la multitud por pura curiosidad.

Una mujer, que encabezaba la multitud y se encontraba en la escalinata del edificio empezó a animar a sus compañeras con sus gritos.

— ¡Nosotras los parimos y educamos!—gritó a pleno pulmón—. ¿Y cómo nos lo agradecen los muy ingratos? ¡Mandándole a una guerra que nada tiene que ver con nuestro país y sin que nosotras podamos decidir! ¡Hermanas, voto femenino ya!

— ¡Si el presidente está en la Casa Blanca es porque antes una mujer le dio a luz!—gritó otra que estaba a su lado—. ¡Voto femenino ya!

— ¡Voto femenino ya!—gritó la muchedumbre de mujeres enfurecidas empezando a tirar huevos y fruta podrida hacia el edificio.

Esto estaba pasando de castaño a oscuro por lo que decidí, con grandes dificultades para pasar a través de la multitud, irme de allí lo más rápido posible, pero cuando empecé a andar alguien me agarró por el hombro.

Una mujer que vestía muy elegante y llevaba una pancarta en la mano.

—Me encanta que una jovencita como tú se conciencie con nuestra causa y piense en el futuro de sus hijos— me señaló mientras la miraba sorprendida.

—Yo… no…—balbuceé intentando explicarle que me encontraba allí por accidente y ya me iba. Pero ella me volvió a interrumpir.

—No debes tener ni dieciocho años y ya sabes lo que este país necesita—estaba exultante—. Este país necesita jovencitas como tú, ¡Sí, señor!—me dio su pancarta—. Por favor, sujétamela. Ahora vuelvo, querida.

Y se adentró entre la multitud dejándome estupefacta y con la pancarta colgando en el hombro.

Aunque quisiera no podría escapar hasta que la mujer volviese y, dado el entusiasmo que demostraba gritando improperios contra el presidente y tirando huevos podridos, aquello iba para largo.

Estaba tan mareada, dada la atmósfera tan enrarecida que se había formado en torno a mí, que no me di cuenta de la llegada de la policía, provocándose un auténtico pandemónium allí.

Algunas mujeres empezaron a correr, inútilmente ya que la policía les dio alcance enseguida, pero la mayoría se quedaron allí, desafiándoles, gritando improperios convirtiéndose en autenticas arpías.

Mi primera opción fue la de pertenecer al primer grupo de mujeres y poner pies en polvorosa, pero mi mente racional me advirtió que aquello no era un muy buena idea ya que la policía lo podría interpretar como un desacato a su autoridad y me podría buscar más de un lío. Además no era nada rápida y, en cuanto me pusiese a correr, me caería y me cogerían. Por lo que la mejor opción era quedarme allí y explicarles todo tranquilamente. Si yo me encontraba allí accidentalmente, ellos no me harían nada.

Pero cuando sentí una fuerte presión en el hombro y me dieron la vuelta bruscamente, me encontré con la cara de un policía con cara de pocos amigos y toda mi determinación se bajó a los pies.

— ¡Ya tan jóvenes y tan maleducadas!—chasqueó la lengua divertido—. Esto no es el lugar más educativo para ti, muchacha—me regaño divertido mientras yo forcejeaba adivinando que este policía no se atendría a razones—. Pero ya que tus padres no te han dado unos azotes a tiempo, aprenderás la lección con unas horas de cárcel.

Tragué saliva e intenté explicarle con voz baja y suplicante que yo me encontraba allí por accidente. Pero no me escuchó y me empezó a empujar hacia una camioneta para meterme dentro de una especie de jaula con otras muchas mujeres que gritaban enfurecidas.

Antes de entrar en la parte trasera, uno de los ayudantes, me quitó el violoncello mientras ignoraba mis intentos por recuperarlo.

—Y luego dicen que la música amansa a las fieras—se dirigió a mí en tono burlón—. Desde luego, muchacha, esta vez aprenderás a irte con la música a otra parte—y dicho eso me empujó a la furgoneta de malos modos.

A pesar de que mis nervios se me acumulaban en mi estómago y mi cabeza se me nubló, fui incapaz de sentarme debido a la multitud de mujeres que gritaban enfurecidas mientras la furgoneta arrancaba llevándonos a comisaría.

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No supe cuanto tiempo estuve encerrada en una celda llena de mujeres que chillaban como fieras, alegando que tenían sus derechos, mientras los guardias se reían de ellas diciendo que teníamos derecho a guardar silencio.

Pasaron dos horas hasta que el jefe de policía nos informó que éramos libres si pagábamos una fianza de cincuenta dólares y que se nos permitía hacer una llamada a nuestros familiares.

Arrugué el rostro del disgusto debido a la reacción de Reneé y Phil al enterarse de los motivos que me habían llevado a parar con mis huesos en la cárcel, y me dejarían pudrirme allí con tal de no gastarse el dinero en la fianza.

Luego, pensé en llamar a la señora Masen, pero deseché la idea al recordar el incidente con su hijo y en la impresión que le daría al saber el porqué estaba allí, por lo tanto pensé en otra tercera opción y me acordé de Jacob.

Ya sabría lo que haría. Llamaría a Jacob para que vendiese una de las joyas que me regaló papá en alguna tienda de intercambios de los bajos fondos de la ciudad, sitio no muy adecuado para una señorita como yo, pero sí para alguien como Jacob y, con el dinero, pagase mi fianza. Me dolía utilizar así las joyas de mi padre, pero él lo hubiera comprendido. Mientras esperaba para poder hacer mi llamada a Jacob, unos de los oficiales, que tenía una lista, llamó a alguien.

—Isabella Marie Masen—nombró a una persona.

Nadie pareció contestar y el hombre volvió a repetir el nombre con un deje de impaciencia en la voz.

—Isabella Marie Masen.

Me percaté que el nombre coincidía con el mío y que el apellido me era muy familiar. Las piezas empezaron a encajar cuando el guardia se dirigió a alguien.

—Me temo señor Masen que su hermana no está aquí.

Crucé los dedos para que no fuera quien yo me imaginase, pero una voz terriblemente familiar me sacó de mis esperanzas y mi ánimo se cayó a los pies.

—Compruébelo por lo menos una vez más—insistió impaciente—. O por lo menos déjeme entrar allí.

El guarda se lo debió permitir, ya que de las puertas de la celda apareció una figura masculina de pelo rebelde color cobrizo y sonrisa burlona en su rostro.

—Hermanita—repuso con un tono que hacía juego con su sonrisa—, no seas maleducada y contesta al guardia cuando te llame. ¿O es que quieres quedarte a vivir aquí?

Tuve un impulso de rebeldía y estuve a punto de contestarle que no era asunto suyo, pero al sentir que algo correteaba por mis pies al bajar la mirada y ver que era una rata, instintivamente pegué un chillido, me levanté impulsivamente y le agarré del brazo.

—Creo que no te gustan los inquilinos—rió suavemente—. Así me gusta, que seas razonable.

Me ayudó a salir de la celda y nos dirigimos a la oficina del jefe de policía donde éste le pidió unos datos antes de pagar la fianza.

—Nombre—le pidió el policía.

—Edward Anthony Masen—respondió.

—Edad.

—Veinte años.

Estuve a punto de pegar un brinco cuando le oí saltar esa mentira y a punto estuve de saltar que sólo tenía diecisiete, pero mi mente hizo que me callase enseguida.

"Quieres salir de aquí, ¿verdad? Además su padre es abogado. Si le pillan con la mentira, su padre os puede sacar de allí".

Por lo tanto, dejé que continuase con la sarta de mentiras que se estaba inventando y esperé hasta que rellenó todo el formulario, le devolvieron mi violoncello y le dio la mano al jefe de policía.

Después, se dirigió a mí y me hizo señas para que nos fuéramos. Para mi sorpresa, me ofreció el brazo y tras una leve renuencia por mi parte, se lo cogí.

Antes de irnos el jefe se volvió a dirigir a Edward.

—Será mejor que vigile a su hermana—le advirtió—. Sus padres deberían tener más controlada a la muchacha.

—Mi madre la tiene muy mimada—admitió divertido ignorando mi mirada furibunda.

El guarda me observó con burla para luego volver a dirigirse a Edward de nuevo.

—Lo que necesita esta chica es un marido que tenga la mano de hierro y sepa lo que realmente significa la palabra responsabilidad.

Edward estalló en una carcajada.

— ¡Pobre marido!—exclamó con falsa pena para luego despedirse de él y dirigirse a mí—. Vamos a casa, Bella o mamá empezará a preocuparse y luego me reñirá por no cuidarte como es debido.

Dicho esto salimos de la comisaría agarrada del brazo de Edward mientras mis sentimientos estaban encontrados.

"¿Bella?".

¿Pero qué libertades se estaba tomando conmigo?

Sus labios dibujaban una sonrisa estúpida mientras andábamos por el puente principal. El sol de la tarde se reflejaba en el lago tiñendo a éste de rojo. Las manchas me parecieron ojos de una criatura sedienta de sangre. Tuve un mal presentimiento. Para quitármelo decidí romper el silencio.

— ¿Bella?—inquirí frunciendo el ceño incrédula—. ¿Desde cuándo tenemos ese nivel de confianza?

Se rió suavemente.

—Tu memoria es tan inestable como tu sentido del equilibrio—puse los ojos en blanco ante su risa que se tornaba burlona. No entendía lo que me pasaba pero me gustaba verle reír—. Cuando era pequeño, yo llamaba a mi madre "Be" ya que no me salía mamá ni Elizabeth, y cuando naciste tú, mi madre me dijo que teníais el mismo nombre pero el suyo era en inglés y el tuyo en italiano, por lo tanto te llamaba "Be". Cuando fui un poco más mayorcito, y ya supe pronunciar las palabras, te llamaba Bella porque todo el mundo te llamaba Isabella y por llevar la contraria, te llamaba así. Parece que funcionaba porque tú no hacías caso a nadie excepto a mí—sus labios dibujaban una sonrisa de satisfacción—.  Aún me acuerdo cuando tenías un año y te negabas a comer las papillas. Con el mal genio que tenías se las tirabas a todo el mundo. Sólo cuando yo te las di, te las comiste sin rechistar.

—Me pregunto qué extraño poder tienes sobre mí—le sonreí algo más contenta de estar con él.

—Supongo que antes como ahora, era increíblemente atractivo y no te podías resistir a mis encantos—me dijo con aparente seriedad.

Puse los ojos en blanco.

—Eres un engreído—no pude reprimir sacarle la lengua.

—Una dama no hace esas cosas—me regañó con un atisbo de burla en la voz.

—Un caballero nunca mentiría a las autoridades sobre su hermana y su edad—seguí bromeando para luego ponerme seria—. ¿Sabes en el lío que te podías haber metido si te hubieran pillado?

Se encogió de hombros como si hubiera sido la broma más divertida que hubiese gastado.

—Tenemos al letrado Masen a nuestro favor. Si yo he aprendido malos modales, es por su culpa. Durante diez años me ha estado enseñando todo lo que sabe de derecho, tanto las triquiñuelas legales como las ilegales.

—Supongo que será una suerte tener un padre que te pueda sacar las castañas del fuego.

Se puso reflexivo de repente.

—Sí y está deseando que yo aprenda a sacarme las castañas de fuego. El año que viene entraré en la universidad de derecho de Chicago—hizo un gesto de fastidio—. Eso si no me enlistan para ir a la guerra—se rió amargamente.

—No te gusta el derecho—era una confirmación.

—No me va esa idea de todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario—puso los ojos en blanco—. Sería imposible para mí enfrentarme a un juez para defender a una persona que ha matado y tú lo sabes y aun así, hacer todo lo que puedas por ella para que salga a la calle y vuelva a delinquir. No podría dormir por las noches. En ese sentido mi padre tiene más sangre fría. Yo he heredado el carácter de mi madre, en ciertos aspectos.

—A lo mejor él te dice que es inocente y tú te lo acabas creyendo—le señalé mientras sacudía la cabeza a modo de negación—. No puedes adivinar los pensamientos de las personas y tienes que tener confianza en lo que te dicen.

—Soy muy intuitivo, ¿sabes?—me guiñó un ojo—. Por alguna razón sé cuando me están mintiendo o cuando no. Es extraño, pero es como si no me sorprendiesen las reacciones de la gente—me miró algo extrañado—. Excepto la tuya

Ese comentario me hizo sentir fatal.

— ¿Eso qué significa?—le pregunté aprensiva—. ¿Qué soy un bicho raro?

—Sólo que eres totalmente impredecible. Es imposible saber lo que se te pasa por la cabeza y cómo vas a actuar según el momento—me penetró con la mirada—. Me pregunto por qué será.

Avergonzada, decidí volver al tema inicial.

—Tendrás que hablar con tu padre para decirle que no quieres estudiar derecho—le aconsejé—. En el momento, no se lo tomará bien, pero cuando te vea trabajar en lo que te gusta y que eres feliz, lo acabará aceptando.

Negó con la cabeza.

—Me temo que estoy atrapado en un trabajo heredado y un matrimonio forzado—se rió con amargura—. Ya veo pasar mi vida en un despacho de abogados donde todo transcurre con pasmosa lentitud y cuando llegue a casa, me recibirán mis cinco hijos y mi mujer y yo nos sentaremos en frente de una larga mesa sin decirnos nada durante horas pareciéndonos a dos completos desconocidos. Una vida muy lineal y artificial.

—No tiene que sucederte así—le consolé—. Mira tus padres.

—Eso es una excepción. Sólo ocurre a unos cuantos afortunados. Las hadas sólo bendicen una vez a una persona en la vida. Después tienes que pagar toda tu existencia el precio por su bendición.

—Eres demasiado tozudo para dejarte dominar por la situación. Seguro que harás algo para no caer en la rutina—le consolé, pero algo me decía que mis palabras tenían un atisbo de verdad.

—Yo conozco una persona que las reglas no van con ella. Creo que va a revolucionar nuestro pequeño mundo de falsos puritanos.

Le miré a sus brillantes ojos verdes y en ellos vi un brillo de expectación y de burla.

—Sólo soy una mujer—musité agachando la cabeza avergonzada y halagada de que Edward me alabase de esa forma.

Se rió al notar mi sopor.

—Pero si sigues metiéndote en jaleos no llegarás muy lejos—me regañó con ademán de ponerse serio pero sin conseguirlo realmente—. ¿Cómo se te ha ocurrido meterte en una manifestación feminista? Que conste que yo estoy de acuerdo con casi todas sus peticiones, pero creo que las cosas se pueden pedir de maneras más educadas.

—Por desgracia algunas veces hay que ir por las malas para conseguir lo que se quiere—arrugué el entrecejo—. ¿Desde cuándo te has pasado tú al otro bando?

—Desde que Elizabeth nos dijo a Edward y a mí que en esa casa era ella quien mandaba. Y lo hace muy bien la verdad—reconoció divertido—. Mientras me deje hacer lo que yo quiero, me da igual lo que diga.

—Eres tremendo—me burlé y luego algo pasó por mi mente—. ¿Cómo supiste que estaba en la cárcel?

Tragó saliva para contestarme como si hubiera hecho algo vergonzoso.

—Después del incidente en las escaleras del conservatorio, decidí seguirte—bajó la cabeza cuando en realidad tendría que haber sido yo quien lo hiciese, la que me había comportado como una inmadura era yo—. Y entonces, vi como te dirigías al edificio de justicia y lo que se avecinaba allí y me dije que tú en una manifestación era sinónimo de problemas, por lo tanto cuando me iba a meter en la jaula de grillos donde estabas, vino la policía y te llevaron a la comisaría. Como estaba enfadado contigo por no querer escucharme, decidí dejarte en la cárcel un par de horas para que se te bajasen los humos—empezó a reírse otra vez cuando le miré furibunda—. Te ha sentado bien. Por lo menos, ahora estarás más receptiva y como tengo que pedirte un favor, lo harás encantada—sus labios dibujaron una sonrisa traviesa que me dejaron descolocada durante un momento.

Para entonces ya estábamos en el porche de mi casa y en el garaje se encontraba Jacob haciendo un arreglo a un coche, ya que después de hacer las tareas, había cogido un trabajo extra de mecánico, porque disfrutaba mucho con los coches.

Pero lo dejó todo cuando me vio llegar y con gesto preocupado se acerco a mí.

—Señorita Swan—me llamó aliviado al ver que me encontraba bien—, ¿donde ha estado? Me tenía preocupado. Ha estado toda la tarde fuera y no ha llamado—se ahorró el decir que les tenía preocupados a todos. No me hubiera creído que mi madre se preocupase demasiado por mí después de haber salido toda la noche de fiesta con Phil. Lo más probable es que habría estado todo el día durmiendo.

Edward respondió por mí.

—Ha estado toda la tarde en mi casa, lo siento, se nos olvidó llamar—se disculpó ante Jacob como si este fuese mi hermano mayor, lo cual me sentó bien, porque Edward estaba tratando a Jacob como un caballero y muy mal, porque parecía que tuviese que dar explicaciones a un hombre sobre mi conducta.

Pero después de hacer lo que había hecho por mí, decidí pasar el comentario.

Edward continuó con sus modales correctos y se presentó.

—Soy Edward Masen, supongo que se acordara de mí, señor Black—le tendió la mano amistosamente.

—Señor Masen—musito tímidamente sin dar la mano a Edward y mirándoselas para que Edward comprendiese que las tenía manchadas de aceite.

Edward le quitó importancia al hecho.

—Se ha hecho todo un hombre—le halagó—. Aún me acuerdo cuando nos íbamos a jugar todos juntos a las orillas del lago que estaba en la parte de atrás de mi casa. Todos éramos así—midió la altura con su mano—. Y nosotros dos éramos unas pobres víctimas de la tiranía de aquí la dama presente.

—Sí—le dio la razón Jacob haciéndome sentir como una pequeña dictadora—. La señorita Isabella era muy mala. Por suerte ahora es un ángel.

Edward me miró burlonamente.

—Si usted lo dice—le replicó con soberana burla sin dejar de mirarme—. Porque creo que la señorita Swan sólo saca a relucir sus dotes angelicales con personas selectas. Porque lo que es conmigo, se ha portado realmente fatal—meneó la cabeza divertido—, haciendo gala de unos modales increíblemente groseros, no sólo para una dama de su alcurnia, sino también indecorosos en una arrabalera de bajos fondos.

"Eso será porque yo tampoco trataba con un caballero precisamente", pensé enfadada y cuando lo iba a soltar, Billy apareció para hablar con Jacob.

—Jacob, deja lo que estás haciendo ahora mismo y vete a arreglar el jardín—le ordenó—. La señora Dwyer no te paga para perder el tiempo en tus caprichos.

Jacob se iba a levantar cuando yo increpé a Billy.

—Billy, dentro de una hora se pondrá el sol y no merece la pena que se haga arreglos en el jardín. La señora Dwyer no se dará cuenta del esfuerzo de Jacob y mañana Jacob tendrá que hacer algo—le regañé para que no tratase a su hijo como un animal de carga.

—Además no creo que el jardín necesite más arreglos—objetó Edward—. Jacob ha hecho un buen trabajo.

Billy se quedó mirando a Edward quedamente. Fueron unos momentos de incómodo silencio hasta que Billy volvió a hablar.

—Tú debes ser el hijo de los Masen—supuso secamente.

—Señor Black—le tendió la mano con exquisitos modales muy distintos de los que se merecía Billy.

Billy se la quedó mirando un momento como si tuviese algún reparo en cogérsela para después hacerlo con poca convención. Empezaba a pensar que Edward tenía motivos para pensar en la vulgaridad de nuestra familia. Pero él ni se inmutó.

—Aún me acuerdo cuando eran unos niños e iban a jugar al lago—le recordó Billy—. Jamás se me podrá olvidar el día que fueron a pescar al lago, utilizaron a mi pobre hijo de cuatro años como cebo y le colgaron del anzuelo de la caña de pescar para después tirarle al lago ya que sus opiniones eran que mi hijo era el peor de los gusanos y que serviría para atraer a los peces. El Capitán Swan tuvo la amabilidad de pagarme un buen médico para curar su catarro.

En aquel momento Billy se comportó como el más mezquino de los hombres. ¿A qué venía recordar a Edward y a mí nuestras travesuras infantiles a costa de Jacob?

Pero Edward se negó a morder el anzuelo.

—Es extraño—le respondió educadamente—. Yo recuerdo cuando íbamos al lago con usted y nos contaba todas esas historias de su pueblo alrededor de una hoguera. Me gustó una historia de miedo en especial—empezó a hacer memoria—. Creo que era sobre hombres que se convertían en lobos y fríos… Los fríos eran seres bebedores de sangre, por lo que entendí. Esa era la mejor historia de todas. Creo que estuve sin poder dormir bien una semana.

Billy contrajo el rostro, libido por la ira.

—Mis creencias son sagradas para mi pueblo y no motivo de burla para jovenzuelos irrespetuosos y maleducados como usted—le replicó Billy lanzando veneno por la boca.

—Billy, creo que el señor Masen no se ha reído de sus historias, más bien al contrario—le reproché avergonzada de su comportamiento con Edward. Parecía que de un momento a otro se iba a poner a invocar a los espíritus maléficos de su tribu para que persiguieran a Edward de por vida.

—Las ha mencionado como si fuesen cuentos para dormir para niños y son historias que sucedieron a mis antepasados y transmitidas de padres a hijos durante generaciones—Billy no daba su brazo a torcer y siguió dando un sermón a Edward sobre el respeto a los mayores.

Lo peor de todo fue que consiguió que Edward se disculpase con él.

—Tiene razón, señor Black. No tenía derecho a inmiscuirme en sus tradiciones y criticarlas desde mi cerrada mente de persona no instruida en su cultura. Si le he ofendido, lo siento mucho. No era mi intención—sus exquisitos modales hicieron que yo me abochornase más por el comportamiento de Billy.

Resoplé enfadada y le increpé:

—Billy, creo que tenía que hacer unas cuentas para mañana—no quería darle a entender que se fuera pero esperaba que entendiese la indirecta.

Como hombre perspicaz, lo dedujo enseguida y se dispuso a ir, no sin antes conseguir que Jacob dejase lo que estaba haciendo y le siguiese. Jacob sonrió como gesto de disculpa, por los modales de su padre ante Edward y se fue con él, resignado.

—Señorita Swan, señor Masen—se despidió intentando ser cortes—. Vuelva otro día—le dijo a modo de despedida queriendo decir que ese día no fuera muy cercano en el tiempo.

Cuando vi que se fueron, descargué mi ira sobre él y me disculpé ante Edward.

—No me extraña que pienses que somos una familia con poca clase después de lo que has presenciado. Yo no sé qué decirte… yo… no tengo excusa por como Billy te ha tratado—balbuceé—. Si sólo le ha faltado echarte una maldición por decir que sus historias son buenas. ¡Estúpido viejo supersticioso!—le maldije para luego volverme a disculpar con Edward—. Yo no…

Edward levantó la mano para decirme que no importaba.

—Esa clase de gente tiene arraigada una serie de creencias y no se puede hacer nada contra eso. De todas formas, las suyas no hacen daño a nadie.

—Pero ha estado a la defensiva contigo desde el principio y no tenía motivos para eso—me quejé.

Edward ya no me escuchaba, ya que su atención estaba fijada en el vehículo que Jacob estaba arreglando.

—No me lo puedo creer, si es un Ford de 1908—parecía ensimismado y sin importar mancharse de grasa, se sentó enfrente de éste—. Pensé que nunca vería uno de éstos.

Me quedé sorprendida de ver a Edward como un niño con zapatos nuevos delante del coche de Jacob. A pesar de mis pulcras faldas, no pude evitar sentarme a su lado y mirar el coche, sin importar lo poco que me interesaba.

—Un amigo de nuestra familia se va a comprar un Renault y le ha regalado éste a Jacob, si es capaz de arreglarlo. Parece que el motor y los frenos están muy gastados—le expliqué la historia del coche de Jacob sin mucho entusiasmo pero éste asintió como si le estuviese contando el secreto de la eterna juventud.

—Tiene mucho trabajo, pero el que ha hecho es fabuloso—admitió sorprendido ante las habilidades de Jacob—. Aunque yo pondría este cable aquí y posiblemente cortaría este otro…—le oí musitar para sí mismo más que para mí—. De todas formas, que idiota el dueño del coche. Regalar esta maravilla para comprarse un Renault—puso los ojos en blanco—. ¡Bah!, lo mejor es el producto nacional y no dejar que los europeos nos invadan.

— ¿Qué tienes contra los europeos?—le pregunté más curiosa que molesta—. Te recuerdo que nuestro país existe por la inmigración europea. Seguro que tu misma familia procede de algún remoto país de Europa—le di una lección de historia.

—Cierto—admitió divertido—. Pero mi familia lleva aquí durante generaciones y dudo que se acuerden de los verdes prados de Irlanda. Incluso cambiamos la religión, así que imagínate cuanto tiene mi sangre de irlandesa. Y creo que a ti te pasa lo mismo.

—Cierto—tuve que admitir—. Sólo me queda decir… ¡Dios bendiga América!

— ¡Dios bendiga América!—repitió mis palabras divertido, para después volver a la tarea de examinar el coche.

No me podía creer que los hombres les gustase tanto esa estúpida maquina. Recordaba que mi padre decía que se compraría una después de terminar la guerra. Decidí seguir hablando con Edward, para que la nostalgia no me invadiese.

—Si te gusta tanto, ¿cómo es que no le has pedido una a tus padres por tu cumpleaños o por navidades?—inquirí curiosa por su cara de adoración hacia el vehículo.

—Lo he intentado de todas las maneras posibles—me confesó—. Hasta les he amenazado con dejar de respirar hasta que me lo comprase. Pero Elizabeth opina que soy un peligro con un aparato que puede ir a cincuenta por hora, por lo tanto me ha dicho que hasta los dieciocho años, nada de nada—frunció el ceño frustrado—. Cuando quiere ser persistente lo consigue. La he dicho que posiblemente cuando tenga dieciocho años, me manden a Europa a…—de repente se paró cuando se percató que me empezaba a faltar el aire y supo porqué—. Lo siento, no fue mi intención—sabía lo que me pasaba.

—No vuelvas a decir eso a tu madre—le hice jurar—. No sabes lo triste y aprensiva que se pone con el tema. Eres su hijo y no puedes suponer la pena que le daría ver que tú…—no me lo quería imaginar. Simplemente era inconcebible ver a Edward con uniforme y un arma en territorio no americano, luchando por una causa que no era la suya. No, no y no. Mi mente se negó a reproducir esa imagen.

Sentí como algo me cogía un mechón de pelo y me lo ponía detrás de la oreja. Mi corazón empezó a latir como las alas de un colibrí.

—Prometo no angustiar a Elizabeth con ese tema—repuso suavemente y volvió a hablarme de coches y cosas que yo no entendía para luego memorizarlas. Si le gustaban a Edward, empezaría a interesarme por ellas.

— ¿Cómo has aprendido tanto de coches?—normalmente la gente de nuestra clase se interesaba más por lucirlos que por saber cómo funcionaban.

Sonrió con satisfacción.

—En Nueva York tenía un amigo con el que solía pasar todo el día. Después de las clases, y aburridos de pasear por las grandes avenidas de esta ciudad, nos íbamos a un taller de reparaciones y su dueño después de echarnos unas doce veces al día, se resignó a tenernos allí y nos explicaba todo lo que sabía—me contó aunque se mordió el labio al darse cuenta que había dicho algo que le devolvería a lo que realmente quería de mí—. Hablando de mi amigo… necesito que me hagas un favor. Es lo que te iba a pedir antes de que me pegaras la bofetada—sonrió con gesto travieso—. Estaba dispuesto a humillarme y pedírtelo de rodillas, pero ya que te he sacado de la cárcel, creo que me cobraré el favor con creces.

—Tramposo—le insulté a sabiendas que se saldría con la suya—. ¿De qué se trata?—inquirí resignada.

Tomó aire antes de decírmelo.

—Verás, mi amigo de Nueva York va a venir a pasar unos meses con nosotros. Viene la próxima semana y se quedará hasta finales de año y principios del siguiente. Es un hombre de campo y en las ciudades se agobia muchísimo. Para que no se le haga la estancia tan pesada, ya me ha propuesto que vayamos esa semana a acampar y cazar osos durante tres días… Yo no voy a cazar nada, sólo me voy de acampada con él—puso los ojos en blanco para tranquilizarme al ver que me ponía nerviosa ante la idea de ver a Edward debajo de las fauces de un oso—. Pero para poderme ir necesito tu ayuda.

—Quieres que convenza a tu madre para que te deje ir—dije en tono monocorde adivinando lo que me iba a pedir.

Él se rió negando con la cabeza y me dejó anonada. Y luego decía que la impredecible era yo.

—Mi madre me deja ir. Las acampadas las he hecho en mi época de Nueva York. Pero esta vez, me ha impuesto la condición de que después de ir de acampada, vaya a la opera con ella, con mi amigo y contigo. Mi padre no puede ir porque se va a Springfield por motivos de trabajo. Elizabeth es cabezota cuando se propone algo. Ha decidido que nosotros dos nos llevemos bien y removerá cielos y tierras para conseguirlo. Ya que tiene ese objetivo, me he preguntado por qué no le facilitamos el trabajo, nos comportamos como personas adultas que se suponen que somos y dejamos todas la redencillas.

—Y tú te sales con la tuya y te vas de acampada con tu amigo—repliqué suspicaz—. Me llevas a la opera pero no de acampada.

Edward suspiró.

—No te invito a ir de acampada porque considero que no es el mejor lugar para ti—me explicó pacientemente.

— ¿Por qué soy una mujer?—pregunté con la rabia creciendo en mi interior por el estúpido clasismo. Hasta Edward pensaba que ese lugar no era el más indicado para mí.

Edward debió adivinar que era lo que me sucedía, porque alzó la mano en son de paz para que me tranquilizase.

—No—negó con impaciencia—. No quiero que vayas, no porque seas una mujer, sino porque eres Isabella Swan.

— ¿Y?—no entendía lo que me quería decir con eso.

—Pues que me das más miedo tú que el oso—me explicó con un tono que lo que me estaba diciendo fuese lo más obvio del mundo—. Lo que te quiero decir, que no sé como lo haces, pero eres una auténtica buscadora de problemas. Todavía me acuerdo cuando casi te ahogaste en el lago y te tuve que sacar, o cuando te caíste a un pozo y tu padre y el mío tardaron en sacarte más de dos horas, o cuando un vagabundo intentó raptarte y tuve que rescatarte, o cuando…

—Vale, vale—le interrumpí—. Te he entendido.

—Prefiero que te quedes sana y salva en Chicago—torció el gesto como si eso fuese una proeza para mí—. No me gustaría saber que te has caído por un barranco o que te pilles la pierna con la trampa destinada para el oso, o peor aun, nos convirtamos en comida para osos porque tu olor le guste. Por lo tanto creo que la opera es un lugar adecuado para ti, aunque no para Emmett, pero tendrá que adaptarse al medio—añadió riéndose de algo que le hacía mucha gracia.

Después me preguntó:

— ¿Has visto alguna ópera de Verdi?

— El Rigoletto, con Charlie—asentí

— ¿La Traviatta?—me preguntó como si me estuviese examinando—. Por lo menos sabrás de lo que va, ¿no?

Negué con la cabeza algo disgustada. Había intentado obtener esa obra de Verdi por un disco de vinilo, pero no hubo forma de encontrarla.

—Muy mal—me reconvino—. No se puede ser una buena música sin haber escuchado a Verdi. Menos mal que estoy aquí para paliar tu ignorancia musical.

—Que no me conozca esa obra de Verdi no significa que sea una ignorante musicalmente hablando—me quejé—. ¿Qué sabes tú de Paganini?—le desafié.

—Reconozco que con el violín y el violoncello soy muy ignorante. Yo soy más de piano. Pero para eso estás tú aquí. Para paliar mi ignorancia musical—me sonrió tiernamente.

Me sonroje y bajé la voz hasta que se convirtió en un tenue hilo.

—Eres un idiota—musité—. Hasta ahora no me he dado cuenta de lo mucho que te he echado de menos y, todo este tiempo a esta parte, te has comportado como un auténtico grosero haciéndome creer que me odiabas y considerándome a mí y a mi familia tan vulgares…—me paré en ese instante para poder poner mis pensamientos en orden.

De pronto me agarró suavemente de la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos.

—Yo también te he echado de menos, más de lo que me he imaginado, he sido un grosero contigo porque odiaba que me ignorases y no me atrevía a romper esa barrera entre nosotros, tu familia es vulgar pero eso no incluye ni a tu padre ni a ti—se paró un momento para pensar—. Y tienes razón, soy idiota.

No me di cuenta del tiempo que estuvimos examinándonos con la mirada, pero creí que eran eternos. Al final él retiró la mirada y me sonrió para preguntarme:

— ¿Cuales son tus flores favoritas?—no me esperaba esa pregunta.

— ¿Por qué?

—El día que vaya a la opera contigo, tengo que hacerte un presente. Es una costumbre. En Nueva york son flores para la mujer, aquí no lo sé.

—También son flores—le expliqué—. Pero no te preocupes por los detalles esos, ¿vale?

Puso los ojos en blanco.

—Por favor, hagamos las cosas bien. Tengo que saberlo por si me toca ir a la floristería más cara de Chicago a comprarte orquídeas o simplemente con salir al campo para coger margaritas me sirve.

—Me gusta la idea de las margaritas—le piqué pero no se lo tragó.

—Lo voy a averiguar—me advirtió.

Le sonreí desdeñosa para demostrarle que no le resultaría tan fácil.

Me dejó por imposible para luego añadir:

—Me encanta tener en Chicago a mis dos hermanos. Emmett y tú sois de mi familia. Seguro que le caerás muy bien.

 

 

Capítulo 2: The guest Capítulo 4: Traviatta.

 
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