When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
Visitas: 29299
Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 20: The monster, the princess and the hero

Cuando salí de casa no dejé ninguna nota.

Sencillamente, me despedí de Ángela, el pequeño Arthur, Ben y la señora Pott con un sencillo: "Me han llamado de un recado. Tengo que salir. Será breve".

Tal vez si tuviese vocación de actriz.

Nunca me habían gustado las despedidas. Se me revolvía el estómago sólo de pensar en las palabras por escrito para Elizabeth. Quizás ella no se merecía saber de mi muerte, cuando fuese a levantar mi cadáver, pero me temblaba la mano sólo de pensar que tenía que escribir mis últimas palabras. Eso tampoco era para Elizabeth. Quizás yo nunca lo supiese, pero sólo albergaba, en el fondo de mi corazón, que ella fuese capaz de separar todos los hechos y que pudiese recordar algo más de mí que los restos con los que se toparía. Esperaba que supiese todo lo que había significado para mí y sobre todo, en estos últimos años.

Nunca me había parado en escuchar las palabras de los predicadores. Aquellas que te hablan sobre la muerte. Quizás por inconsciencia. Cuando se supone que tienes una larga y feliz vida por delante, eres joven y tienes expectativas en el futuro, no piensas que la muerte te acecha y que amenaza con cortar tu hilo de vida.

Por eso no debemos nunca bajar la guardia.

Pensaba que desde hacía cinco años, yo no tenía ninguna razón real para seguir en el mundo, caminando entre los vivos. Pero la parca me había llamado y mis rodillas me habían flaqueado. Ya no estaba tan segura si quería beber de las aguas del Leteo para toda la eternidad. O tal vez ya no estaba tan segura de morir y ver a Edward de nuevo… ¿Tendría que aferrarme con fuerza a la idea de una vida después de esta? Aquello me parecía el cenit de la desesperación.

Quizás ese pensamiento me venía al ver, desde la ventanilla del taxi, como un montón de gente, vestida de negro, salía del tanatorio.

Con la preocupación y la duda de cómo sacar a Dawn del lío donde se había metido, me había olvidado que la misma persona con quien tendría mi macabro encuentro, ya había matado a varias personas, entre ellas a Mike Newton y a Lauren Mallory.

Lo recordé mientras me parecía ver a Jessica Newton, entre otros, de luto oficial, y sujeta por Tyler Crowley porque estaba tan borracha, incluso en una reunión pública y a plena luz del día, que apenas se podría sostener por sí misma. Pero a ella, eso ya no le importaba. No creía que fuese muy consciente de lo que había pasado realmente con su marido… o se sentía liberada.

Me era extraño sentir compasión por Jessica. Supuestamente, los condenados a muerte estábamos desarraigados de todo sentimiento terrenal, pero no sería humana si no me doliese la nueva situación de Jessica.

No podía decir que lo sintiese por Mike, pero no creía que nadie se mereciese morir y menos de aquella manera tan terrible.

Al recordar los tiempos en los que me habían obligado a casarme con él y había jugado tan sucio para intentar conseguirme, yo misma hubiese deseado clavarle las tijeras en el abdomen de haberme tocado con sus sucias manos.

Con el paso de los años se había vuelto aun más cruel y mezquino. Por todos sus crímenes, tendría que estar en la cárcel, pero nadie podía jugar a ser Dios y arrebatar la vida de aquella manera.

Pero aquel "Dios" tenía a Dawn y si quería recuperarla, tendría que acatar, una por una, las reglas del juego.

No podía perder a Dawn. Me había arrastrado cinco años para existir y ella, en el poco tiempo que habíamos pasado juntas, me había devuelto un trozo de mi alma. Si ella dejase de existir, sería como si Edward muriese de nuevo.

Tenía que pensar en positivo. Tal vez si me tenía a mí, la dejaría a ella. Yo era su objetivo. No una pobre niña.

Seguramente, estaría asustada y muerta de miedo.

"Tranquila, pequeña, voy a por ti", me prometí más a mi misma que a ella.

Jugueteé con el bolso nerviosamente y noté algo frío y muy duro dentro de él. Cerré los ojos y sonreí a medias. Nunca podría agradecer lo suficiente a mi padre que me enseñase a disparar. Y con una Colt en mi bolsillo, me emborrachaba una sensación de falsa seguridad.

—Una pena…—el chasquido del taxista me devolvió a la realidad por unos instantes.

Moví la cabeza por inercia.

— ¿Perdone?

—Me estaba refiriendo a Chicago. Esta ciudad ha cambiado tanto… ¡Qué sociedad! ¡Qué pillastres! ¡A esto no hay derecho! No me puedo creer que en cinco años, todo se haya degradado tanto. Todo el mundo sabe que la ciudad pertenece a Al Capone y a sus pillastres, pero la policía no hace nada para evitarlo. Más bien al contrario. Están comprados… esos canallas… ¡Y yo les tengo que pagar con mis impuestos! ¡Valientes sinvergüenzas!

Dejé que el taxista se despachara a gusto con la sociedad de Chicago, en concreto, y la del país en general, mientras se me iba formando un nudo en el estómago al acercarme a mi destino.

— ¿Tú no eres de aquí, verdad?—volvió a dirigirse a mí.

—Sí…—de repente aquel simpático taxista me había devuelto parte del humor y me sentí con ganas de hablar, aunque fuese para distraerme—. Nací aquí, pero he estado unos años fuera. En Paris.

—Hermosa ciudad—asintió con la cabeza—. Pero tiene un gran defecto a mi gusto.

— ¿Cuál?

—Está llena de franceses—se rió y yo, por automatismo, dibujé una sonrisa—. Degenerados europeos.

—Para usted todo el mundo está degenerado.

—Son estos tiempos—volvió a chasquear—. Creo que esta panda de gandules necesitan otra gran guerra para espabilarse. Lo mejor que les puede pasar, es que al ver que están en el centro del infierno, es que se den cuenta que la vida son cuatro tonterías y dejarían de hacer el imbécil… y en el peor de los casos, los demás nos libraríamos de tanta basura como hay por aquí… ¡A la mierda Al Capone y sus secuaces!

— ¡Claro!—musité.

Me dedicó una sonrisa cordial. Como la de un padre a una hija traviesa.

—Se ha vestido muy elegante para ir a un lugar que todavía no han acondicionado para su apertura—cambio su sonrisa por una de complicidad—. Déjeme adivinar. Creo que eso tiene algo que ver con una cita, ¿a que no me he equivocado?

—Algo así…—balbuceé.

— ¡Juventud, divino tesoro!—suspiró—. Espero que el chaval sea decente y se porte bien con usted. Si la próxima vez que la encuentre, no me dice que la ha tratado bien, dígamelo e iré a pegarle una paliza—me miró de arriba abajo—. Es usted una mujer muy guapa… Le aseguro que si yo tuviese diez años menos y no estuviese lisiado, le tiraría los tejos… ¡Uhm, vaya que sí!

Para entonces habíamos llegado a nuestro destino y cada parte de mi cuerpo se iba derritiendo hasta convertirse en gelatina, a medida que me iba haciendo a la idea que yo tenía que entrar allí y posiblemente nunca saldría.

—Quédese con la vuelta—le di veinte dólares—. Cómpreles algo a su mujer y a sus hijos.

Se rió a mandíbula batiente enseñándome su boca desdentada.

—Mi mujer es una víbora y mis hijos me chupan el dinero… parecen vampiros. Pero mi nieta Amanda es un sol hasta que crezca. Creo que le compraré aquel caballito de madera que vimos el otro día en la juguetería…

—Eso le gustará—por lo menos iba a morir después de hacer feliz a una niña.

—Bueno, señorita, espero que tenga buena suerte. Aunque no creo que la necesite. Tengo el presentimiento de que todo le va a salir a pedir de boca… Sería un tonto si él no quisiera nada con usted. Hágame caso, esto va a salir bien. Tengo fama de brujo y más en temas de amor…

Dejé de escucharle a medida que me iba adentrando más y más en el edificio.

Aun estaba a medias, por lo que me sorprendió que al girar el picaporte, se abriese con tanta facilidad. Sólo podía significar una cosa.

Él estaba allí y me esperaba.

Por un momento, me rebelé ante la idea de entrar en aquel lugar y formar parte de su juego. Estuve tentada a irme y llamar a Elizabeth. Ella sabría qué hacer en aquellos casos. Y la policía estaba más capacitada que yo para salvar a Dawn. Estuve vacilante delante de la puerta sin, realmente, decidir a dar el último paso hacia el umbral.

Y de repente, un ruido. Una voz. Una súplica.

"¡Mamá!".

Se trataba de Dawn. Y me necesitaba.

Todas las dudas que habitaban en mi mente, desparecieron y sin pensarlo me adentré en el edificio.

Tal vez por fuera, fuese bastante llamativo, pero por dentro, con los mármoles blancos y negros y sus paredes recubiertas por grandes espejos, daba una increíble sensación de claustrofobia. Me tuve que abrazar por la creciente sensación de frío en el ambiente. Unos débiles rayos de sol, que asomaban por las nubes grises, se colaban por las pequeñas ventanas, daban un contraste de luz en la oscuridad de la sala.

El silencio era una mala señal. Me asusté sólo por oír mis propios tacones acompasándose con mi respiración. No me gustaba todo aquello y me sentía incómoda.

Con pasos medidos y contados, me acerqué a una puerta hecha de espejos y me dispuse a abrirla. Tal vez, Dawn estaría allí.

Estaba tan ansiosa por encontrar a Dawn que no me di cuenta de que algo saltó al abrir la puerta y se abalanzó sobre mí. Por inercia, me agazapé levemente, me protegí el rostro con un brazo y con el otro golpeé a mi atacante. No hubo sonido alguno, sólo vi, borrosamente, algo que se balanceaba y se sujetaba en el aire.

Al enfocar mejor, no fui capaz de reprimir un grito. Algo pequeño y nauseabundo, como el cuerpo despellejado de un animal, sólo que estaba totalmente desangrado. Estaba balanceándose de una cuerda atada al cuello y giraba sobre sí mismo. Me eché a temblar cuando sus inexpresivos ojos se fijaron en mí. Esta vez, evité chillar.

Reconocí el collar que llevaba lo que anteriormente se podía haber denominado como gato.

— ¡Hijo de puta!—rechiné entre dientes. Pero ya no podía hacer nada por el pobre Perseo; solamente salvar a su dueña.

Retrocedí un par de pasos con el corazón encogido.

"¡Mamá!".

— ¿Dawn?

Esta vez ya no había duda. La había oído con toda claridad.

"¡Mamá, mamá, mamá! ¿Dónde estás?".

Salí corriendo hacia delante buscando a la propietaria de aquella voz.

— ¿Dawn?—volví a llamarla—. Respóndeme, por favor.

"¡Mamá!".

— ¡Dawn!

"Tengo miedo".

— ¡Dawn!

"¡Un hombre malo!".

— ¡Dawn!

Me estaba acercando a un armario y me parecía que sus gritos procedían de allí.

— ¡Dawn, cariño, estoy aquí, sólo tienes que gritar y yo te encontraré!—le rogué.

Obtuve una respuesta, pero no era la que yo me esperaba.

"¡Ja, ja, ja, ja…!".

Aquella risa infantil y despreocupada me dejó en el sitio. De la impresión, mi mente se vació y me quedé totalmente abrumada. Ningún músculo se movió de mi cuerpo, mientras las carcajadas resonaban por toda la habitación.

Algo me decía que me había estado comportando como una estúpida y se habían reído a mi costa.

Mis sospechas quedaron confirmadas al oír una voz que no tenía que ver con esto:

"¡Dawn, deja de comportarte tan mal con el pobre Arthur!", Elizabeth estaba regañando a Dawn. Era una conversación típica entre una madre que regañaba a una hija traviesa. La de una madre que no estaba preocupada por la vida de su hija. La de una madre que no veía ninguna amenaza en su futuro. Sencillamente, porque nunca la hubo.

"¿Se puede saber que haces metida en el trastero? ¿Y por qué has atado al pobre Arthur?"

Con desganas, abrí las puertas del armario.

Allí no había nada. Sólo un fonógrafo.

Recordé lo mucho que a Elizabeth le gustaba esos aparatos y su afición por grabar los pequeños hechos cotidianos de su tranquila vida familiar.

"¡Sólo estábamos ensayando para la obra de teatro! ¿Soy buena actriz?"

"La verdad que estás hecha una magnifica pieza".

"¡Voy a ser una magnifica actriz de teatro!"

"Creo que el cine, en estos instantes, tiene más futuro, cariño".

"¡Cuando sea famosa, yo seré la que te de órdenes a ti!"

"… ¡Claro!, pero mientras ese día llega, ¿por qué no te quitas mi vestido y desatas al pobre Arthur? ¡Oh, Dios! Un vestido de cien dólares, comprado hace apenas una semana, ya está para tirarlo…"

"¡Ja, ja, ja, ja!"

¡Ja, ja, ja, ja!

Era contagioso. Incluso yo misma, me sentí tentada a reírme a carcajadas.

En mi risa había varios componentes. Alivio, histeria, rabia…

Dawn estaba a salvo. Siempre lo había estado.

Nunca fue su víctima.

La victima siempre había sido yo.

Y ahora ya me tenía.

Debería sentirme furiosa. Pero aquello no era la sensación predominante que albergaba mi cuerpo.

Me sentía incluso agradecida por ver que Dawn no se había involucrado en el asunto. Esto era entre él y yo… entre él y yo…

El frío de la sala se fue condensando hasta hacerse aun más presente y pesado, y calándose en mis huesos.

Pero ya no estaba asustada.

En realidad, ya todo me daba igual. Estaba segura que nunca más vería la luz del sol, pero Dawn sí lo haría. Aquello era importante.

Mi mente se había habituado a mi nuevo estado de aletargamiento, que ni siquiera me asusté, al sentir, a pocos centímetros de mí, su aliento quemándome la oreja, su jadeante respiración y ver como su reflejo en los espejos me rodeaba una y mil veces, sonriendo y observando, con precaución, cada uno de mis movimientos.

—Ella no está—mi voz sonó demasiado apática para ser un reproche—. Nunca ha estado, ¿verdad?

—No—su voz era como la había oído en el teléfono aunque, cara a cara, imponía más—. Lo siento, Bella. No tenía otra opción. No creo que hubieras venido si no llego a recurrir a esto.

— ¿Dónde está Dawn?

—No lo sé—su voz rebosaba sinceridad mientras acercaba sus dedos a un mechón de mi cabello y se embriagaba con su olor—. Conmigo no. Su desaparición no ha sido cosa mía.

—Claro—tendría que sentir repulsa por él, pero lo único que pude hacer, fue dedicar una pequeña sonrisa a mi propia imagen.

Me sentía casi eufórica. Él no haría daño a Dawn y yo ponía rostro a mi asesino. Empecé a fijarme en cada uno de los detalles, de abajo a arriba. Aparentaría tener treinta años. Como mucho, cuarenta. Su ropa era informal, nada elegante, descosida, sucia y raída. Iba completamente descalzo. Con aspecto de vagabundo. Cuerpo musculoso y liviano. Facciones anodinas y pelo castaño y mugriento cortado en mechones irregulares.

No hubiera destacado demasiado, si no hubiera sido por la palidez extrema de su piel, aquellos siniestros ojos con su extrañísimo iris rojo, similar a la sangre, pero, sobre todo, lo que más pánico me daba de él, su sonrisa inhumana y cruel. Por aquella sonrisa, adiviné que yo no tenía ninguna esperanza de salir viva de este encuentro.

No tuve demasiado tiempo para fijarme en nada más, cuando sentí algo más similar a una garra que a una mano, apretar con una fuerza hercúlea, mi muñeca y girarme para enfrentarse a mí. Todo en menos tiempo que un parpadeo. Aquello me dejó sin aliento en los pulmones. A él le pareció divertido oírme y verme jadear. Temblé al sentir su inesperada fría piel sobre la mía, sudorosa y cálida.

—Estás helado…—me quejé débilmente.

—No tienes ni idea, ¿verdad?—se acercó a mí, susurrándome al oído.

—No sé lo que me intentas decir—gemí al notar que me presionaba más fuerte la muñeca.

—Creo que más bien intentas ignorarlo porque crees que te será más sencillo aceptarlo.

—Me vas a matar de todas maneras— me envalentoné. Quizás se tratase de la indiferencia por la vida por la que todos los moribundos pasábamos en los últimos instantes—, ¿acaso importa quién?

—Creo que siempre es bueno saber la verdad, aunque en tu caso, sólo sea para saber cómo vas a morir—su voz rebosaba tanta lástima que lo tomé como una muestra más de su sarcasmo.

Ronroneó y alzó su mano para acomodarla en mi rostro.

—Tan suave…—volvió a coger un mechón de mi pelo y se lo llevó hasta su nariz, aspirando de nuevo su aroma, haciendo que sus aletas se dilatasen hasta llegar al éxtasis—, tan floral, tan inocente, tan cálida y leal hasta la muerte… Eres bastante estúpida, pero admito que tienes agallas. Mis otras víctimas suplicaban y sollozaban como niños pequeños que no les matasen…  los que se daban cuenta realmente, claro. Pero aquello sólo servía para que yo me cabrease más y bueno…—se encogió de hombros—. Creo que ya has leído en la noticias lo que pasa cuando me cabrean.

Cuando pasó sus dedos fríos y sucios por la piel de mi mejilla, la sensación de asco sumada a una leve chispa de inconformismo, hizo florecer en mi interior una llamarada de rebeldía, y por una milésima, me negué a rendirme.

Cerré los ojos con fuerza y al meter la mano en mi bolso, encontré lo que estaba buscando. Frío y acerado. No estaba muy segura, pero agradecí a mi padre que me hubiese enseñado a usar una de esas.

Estaba distraído y eso fue un error para él.

—…No sabes el tiempo que llevo esperando a una víctima como tú—ronroneó y comprendí que mi momento había llegado.

De alguna manera, conseguí echarme para atrás y desasirme de su agarre. Le desafié con la mirada y antes de que pudiese reaccionar, le apunté con la pistola en la cabeza.

—A lo mejor vamos a cambiar las normas del juego, ahora—le avisé arrastrando cada silaba—. Ya no te crees tan poderoso, ¿verdad?

Esperaba que en su rostro apareciese una expresión de pánico, frustración o rabia. Pero sólo pude ver como salían arrugas en su frente, debido a que estaba frunciendo el ceño, sin darme una señal de estar dominado por el miedo. Más bien parecía escéptico.

— ¿Qué es lo que quieres de mí?—inquirí recargando el gatillo—. Tal vez pueda dártelo sin necesidad de hacer tanto daño…

Y su escepticismo se convirtió en mofa. Me quedé perpleja cuando empezó a reírse ruidosamente. Todo aquello era siniestro.

Por un momento, tuve la sensación que quien sujetaba el arma era él y no yo.

—Te lo advierto…—le amenacé con un hilo de voz, acercándole más la pistola a la sien.

— ¡Ja, ja, ja…!—se rió estrepitosamente haciendo eco en la vacía sala de baile y que éste rebotase en mi cabeza—. ¡De verdad, que eres tan ingenua! ¡No te lo imaginas! ¡Ni siquiera se te pasa por la cabeza! ¡Una niña de cuatro años lo comprendió a la primera y tú, teniendo la evidencia delante de tus ojos, te niegas a creerlo! ¡Incluso morirías sin creerlo!

Apenas parpadeé y vi como la pistola se escapaba de mis manos y caía al suelo haciendo un ruido metálico contra él. Y a la par, una extraña fuerza me atraía hacia el suelo y caí, apoyando mis manos en éste para amortiguar la caída.

— ¡Ah!—jadeé frotándome la muñeca.

Con un movimiento felino, se colocó de cuclillas a mi lado y me cogió de la muñeca para captar su olor.

— ¿Qué es lo que quiero de ti?—aspiró en mi piel—. Creo que te voy a ayudar un poco…—movió la cabeza divertido—. Los adultos os creéis tan importantes. Tenéis el erróneo concepto de pensar que creer en los cuentos de hadas sólo son para los niños y con vuestra cerrada mente racional, no os dais cuenta que ellos son más inteligentes que vosotros. Por lo menos, tu pequeña amiguita sabe cómo enfrentarse a mí y eso le ha salvado la vida… Eso y tu entrada en escena…

— ¿Eres tan canalla para atreverte a hacer daño a una niña pequeña?—le desafíe con una mueca de horror y asco en mi rostro. Toda aquella persona que se sintiese tentado de hacer daño a un ser indefenso era un completo cobarde.

Pero él no parecía arrepentido de nada.

—…Yo no tengo la culpa que la pequeña me viese en el parque y sintiese lastima de mí. Ni le pedí que me invitara a pasar a vuestra casa, dicho de paso que una vez que se me invita, yo ya tengo acceso libre para siempre. Sencillamente, yo sólo me encontraba en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Los niños son tan confiados y tan puros. Enseguida, se hacen amigos tuyos si les das algún signo de confianza. Y con Dawn no me costó demasiado. Teóricamente, ella estaba muy protegida… hay otros… digamos que mis superiores, la verdad que no sé como explicártelo, no les hubiese gustado ver como atacaba a una niña y aun menos a esa niña, pero no me importaba correr el riesgo en absoluto. Llevo más de trescientos años corriendo riesgos y he sobrevivido. Puedo decir que soy implacable. Sencillamente, sólo estaba esperando el momento adecuado para atacar. Pero llegaste tú y sencillamente, decidí cambiar mis objetivos. Tú y tu delicioso olor, tal vez algo floral y adulterado, pero no dejas de ser deliciosa—remarcó la palabra deliciosa de manera morbosamente lasciva.

A pesar de todo el horror que estaba sintiendo al escuchar cada una de sus palabras, no podía dejar de hacerlo. Me sentía como una víctima de una serpiente, a la que se tenía tan hipnotizada que ni siquiera hacía la voluntad de moverse. Quizás era lo suficientemente morbosa para interesarme por la manera que él quería matarme.

Sin reparar en mi estado de ánimo, James siguió hablando:

—…Por lo tanto, ¿por qué elegir al pequeño pececillo cuando se puede pescar al grande?  Quise que mi pequeña amiga participase en el juego y viniese aquí para que todo fuese más real. Pero tengo que admitir que me sorprendió cuando ella se negó a seguirme. La hablé de ti y se enfadó bastante. Me dijo que ya no quería ser mi amiga. Se le pueden achacar celos infantiles… no me dejó acercarme a ti ni un solo centímetro en aquella fiesta. Si ahora estás aquí y que no hubiese terminado contigo en aquella fiesta, fue gracias a su intervención. Creo que le debes un día más de vida…

— ¿Qué fue lo que hizo ella para que tú te alejases de mí?—me asombraba que Dawn fuese tan lista. En eso se parecía a su hermano. Demasiado despierta para ser tan pequeña.

—Creer en los cuentos de hadas que tú le contabas y que no quieres hacerlo…

—… ¿Acaso importan?

Se acercó a mi oído y me susurró:

—Voy a ayudarte—su siniestra risa resonó en mi mente—. ¿Quieres saber qué es lo que más deseo de ti? Dímelo tú. Mi piel es fría, y mi roce te hace temblar. La oscuridad es mi reino. He caminado entre los humanos y los no humanos durante siglos. No vivo por lo tanto tampoco puedo morir realmente, no como las limitadas mentes humanas pensáis, y mucho menos con vuestros estúpidos juguetitos…—se rió tenuemente al ver la pistola en el suelo—, ¿necesitas más pistas, querida?

El aire no me llegaba a los pulmones ya que mis nervios cerraban todas las vías que me permitían respirar con normalidad.

"Los monstruos no existen".

—No…—mi voz temblaba.

—…Querida, bienvenida a la realidad. Donde los monstruos existimos…

Y dicho eso, sonrió abiertamente mostrándome toda una hilera de dientes blancos… donde destacaban dos finísimos y afilados colmillos.

Me tapé la boca para sofocar un grito.

—Respóndeme ahora, Bella, ¿qué es lo que quiero de ti?

"Los Quileutes nos sentimos orgullosos de ser descendientes directos de aquellos hombres que hicieron pactos con los espíritus de la tierra, el agua, el aire y el fuego, para adquirir la fuerza, la destreza y la astucia de los lobos, a los cuales, consideramos nuestros hermanos de sangre y espíritu…", retrocedí varios años, hasta mi niñez feliz y libre de amenazas y por un momento, me encontré, en medio de la noche, alrededor del fuego, donde el viejo Billy Black empezaba a contarnos historias. Jacob estaba aterrado e intentaba agarrarse a mi cintura, y Edward, irritado le echaba a patadas. "…Los espíritus nos dieron la tierra de nuestros antepasados y nos prometieron paz y prosperidad, a cambio de una promesa. Nosotros deberíamos ser los protectores de todos aquellos seres que cayesen en las manos de los espíritus malignos. Espíritus sedientos de sangre que tomaban la forma de jóvenes de piel blanca, como la nieve, y belleza procedente de los infiernos para engañar con sus encantos a los ilusos mortales y arrebatarles la vida y corromper su alma… Nosotros fuimos llamados para acabar con ellos…".

"¿Demonios bebedores de sangre?", asustada, enterré mi cabeza en el hombro de Edward y éste me abrazaba para que yo no tuviese miedo.

"Los rostros pálidos los denomináis fríos…"

"Fríos".

Aun recordaba el sonido de los sollozos de Jacob, el castañear de mis dientes debido al pánico, y el resoplar nervioso de Edward.

"¡Oh, venga ya!", replicó con voz impaciente. "Bram Stoker me da más miedo que eso", se hacía el valiente. Pero yo sabía que sólo quería impresionarme para que yo no tuviese miedo. Y el caso era que lo conseguía.

Billy le pegó una colleja.

"¡Niño impío y blasfemo!", le amenazaba torvamente. "Los espíritus recordaran tu pecado y tus burlas hacia ellos y te castigaran, quitándote el alma y obligándote a vivir en las tinieblas de la noche alimentándote de la sangre de los seres inocentes…"

"¿Me estás amenazando con invocar a los espíritus malignos para que me conviertan en frío?", no parecía muy impresionado.

"¡Te lo advierto, niño! ¡Los espíritus te castigaran y te convertirás en frío!".

"Cuando eso pase, recuérdame que lo primero que haga, será ir a tu casa a patearte el trasero, por ser tan mala persona y asustar a los niños…", miró a Jacob y empezó a reírse. "Y de paso, me beberé la sangre de Jacob".

Nunca olvidaría toda la clase de amenazas y maldiciones que Billy le soltó mientras Jacob lloraba inconsolablemente. Pero a Edward no le parecía importar todo aquello. Incluso, le divertía:

"¡No te preocupes!", me susurró al oído. "Tal vez si me convierto en un frío, puedo protegerte mejor de los monstruos que nos quieran hacer daño".

— ¿Bella?—James me devolvió a la realidad canturreando mi nombre. Le volví a mirar y sus colmillos me hicieron temblar. Estaban demasiado cerca de la piel de mi muñeca—. Te lo volveré a preguntar. ¿Qué es lo que más deseo de ti?

Jadeé aterrada ante la idea. Aquello no significaba que no fuese real y que no lo mencionase no tendría más razón de existir. Pero sencillamente, era incapaz de mover mi lengua para articular una sola palabra.

— ¿Qué es lo que más deseo de ti?—volvió a preguntarme por tercera vez, al ver que no respondía.

Acabé rindiéndome a la evidencia.

—Mi sangre—solté un pesado suspiro.

—Muy bien, Bella. Ya has comprendido—me rozó la piel de mi mentón con sus finos y gélidos dedos, sin darse cuenta, aparentemente, de que temblaba bajo su roce.

"Si no adquieres la fe de un niño, morirás…", la advertencia de Billy volvió a resonar en mi cabeza cuando James se dispuso a acercar sus colmillos a mi muñeca. Y entonces recordé aquel pequeño objeto metálico que Billy me dio a la salida de la fiesta.

James estaba distraído olisqueando mi muñeca, por lo tanto no se fijó en que yo revolvía un bolsillo y sacaba el mechero. La primera parte de la leyenda resultó ser verdadera. Esperaba que la parte de cómo ahuyentarle también lo fuese.

De todas formas sólo tenía esa baza.

—No te preocupes…—ronroneó sobre mi piel—. Por haber sido tan complaciente, te haré pasar por esto lo más rápido e indoloramente que pueda—me juró.

Moví la cabeza en señal de gesto negativo y pillé un dobladillo de su camisa.

—Yo aun no he dicho mi última palabra—encendí el mechero y prendí la llama en el dobladillo.

En menos de un pestañeo, James me soltó, dando, con velocidad felina, pasos hacia atrás incoherentes y emitiendo un alarido de terror, más parecido al de una alimaña que a un ser humano.

— ¡Zorra!—bramó.

No tenía tiempo para comprobar cuan efectiva había sido mi defensa, me levanté lo más rápidamente que pude, y corrí sin mirar atrás.

No pensé, mi cerebro no tomaba el control. Sólo mi instinto de querer salir de allí lo más rápido posible. Incluso me llevé la agradable sorpresa de ser capaz de coordinar la cabeza y las piernas a la vez, y no tropezarme en el intento. Aquello, en otras circunstancias, lo hubiera considerado un triunfo.

Sentía arder la zona de mi pecho por falta de aire, y los pulmones me dolían, pero al ver la puerta de emergencia, aquello dejó de tener importancia. Tenía la esperanza de intuir, que si lograba cruzar la puerta y salir a la calle, estaría a salvo.

Alcé el brazo para que mi mano llegase al picaporte… y al rozar mis yemas de los dedos con el frío metal de éste, una ráfaga de aire se interpuso en el medio y pronto sentí en mi rostro un dolor tan intenso que por un momento pensé que mi cabeza había volado.

Aquella sensación me impidió mantenerme en pie y volví a caer en el suelo, de forma tan violenta, como frugales habían sido mis esperanzas.

Me sentía tan adormecida por éste, que ni siquiera me molesté en asustarme ni asombrarme de cómo había conseguido llegar antes que yo.

En los cuentos de hadas, la magia existe, y los monstruos la utilizan para hacer daño.

Yo estaba encerrada en este cuento de hadas, donde el príncipe no rescataría a la princesa y el monstruo no obtendría su castigo. Al fin y al cabo, la magia oscura también formaba parte de los cuentos.

Agradecí que el dolor me anestesiase, ya que al oír los furiosos gruñidos de James, comprendí enseguida, que hasta que mi vida no se extinguiese de mi cuerpo, yo no pararía de sufrir.

Lo mejor que podría hacer, sería mostrar resistencia pasiva, y no caer en su sádico juego.

— ¡Veo que te gusta jugar duro, zorra de mierda! ¡No te preocupes, no te he dado un tortazo muy fuerte! ¡Si te rompo el cráneo, esto dejará de tener gracia!—me chilló mientras me levantaba y zarandeaba como a una muñeca de trapo, para después percibir una gran opresión en mi pecho y salir disparada por el aire, venciendo las leyes de la gravedad, hasta sentir el impacto de mi cuerpo contra una superficie lisa y plana, que estalló en mil pedazos al producirse la colisión.

El filo de uno de los trozos del cristal —lo más probable que se tratase de un espejo— rasgó una parte de mi cuero cabelludo y algo de consistencia líquida, viscosa y de olor nauseabundo a óxido y sal, se derramó a velocidad vertiginosa.

Oí el goteo impregnando mi ropa, en los trozos restantes de espejo y sobre el suelo

Entreabrí los ojos y me horroricé al ver teñido un gran trozo de aquel pulido y blanco suelo de escarlata y varios trozos del espejo de color rojo.

Con morboso desagrado, fijé mi escasa y borrosa vista en James, a escasos centímetros de mí, y sus finos colmillos descubiertos y su rostro extasiado de salvaje placer.

Los parpados se me cerraron, plúmbeos, al sentirme hipnotizada por los cambiantes ojos de James. El último color que visualicé, fue el negro. O tal vez, ya todo estuviese de ese color.

—Chica mala…—canturreó James, demasiado cerca de mí, mientras sentía como se me alzaba un brazo y mi cuerpo se convulsionaba con el choque de temperaturas tan opuestas. En la ambivalencia de su humor, volvía a predominar el bueno. Mala señal. O tal vez, todo fuese malo para mí—. Me has hecho enfadar—cogió delicadamente mi dedo meñique y jugueteó con él—…y tú deberías saber lo que le ocurre a la chicas malas cuando el bueno de tío James se enfada, ocurren cosas como… ésta…—dobló rápidamente mi dedo y el chasquido de éste, al sentir como se rompía, me hizo quebrantar mi promesa y mi garganta emitió un grito de dolor agudo de dolor.

—…Creo que te viene bien un poco más de dosis…— repitió la misma operación con el siguiente dedo. Volví a gritar hasta que la garganta se me entumeció.

— ¡Pídeme piedad…!—me exigió.

A eso me negué. Posiblemente, podría obligarme a gritar, pero no a humillarme por el poco hálito de vida que le quedaba a mi cuerpo.

Como respuesta, volvió a romperme otro dedo y las lágrimas salieron de mis ojos con fluidez.

—…Te felicito. Eres estúpida, como la mayoría de los de tu especie, pero has demostrado estar hecha de otra pasta mucho más dura que la de la mayoría de mis presas. Un hombre ya estaría lloriqueando y suplicando mi compasión, y tú ni siquiera te inmutas—su voz tenía cierto de matiz de cómica sorpresa—. Eso podría decir mucho en tu favor… o mucho en tu contra. ¡No seas testaruda! Aun puedes elegir morir sin dolor.

No.

Suspiró pesadamente como si estuviese frustrado.

—Tú misma—susurró mientras maniobraba de la misma forma con otro de mis dedos. Esta vez, logré sofocar el grito.

Lo peor de todo que aun me quedaba la mano derecha con todos los dedos intactos.

—Bueno, tendremos que probar otra cosa…—chasqueó la lengua.

Si no le había temido lo suficiente hasta este momento, mi estómago se ennudeció de terror sólo de pensar lo que se lo podría estar pasando por la mente.

Un impulso me hizo arquear mi espalda y mi corazón dio un brinco hasta casi liberarme del pecho, cuando sentí en la fina piel de mi rostro, cerca del lagrimal de mi ojo derecho, como algo pulido, frío y muy afilado, la rozaba.

Ahogué el grito y sollocé.

James se equivocaba. Era demasiado cobarde para mirar de qué objeto se trataba.

—Piel humana—musitó siniestramente mientras deslizaba el objeto por mi rostro, alejándole, para mi alivio, de mis ojos—. Es tan hermosa, tan cálida, tan suave… tan delicada… Me pregunto…—hizo una pausa teatral mientras aquello, fuese lo que fuese, se desplazaba con suma delicadeza desde mi cuello hasta mi hombro—. Me preguntaba si este pequeño trozo de espejo que es capaz de hacer esto—oí el ruido de la tela del tirante desgarrarse en dos—. ¡También puede hacer esto!

— ¡Ay!—me asusté de mí misma al saber que aquel grito gutural y desnaturalizado, pudiese ser emitido por una garganta humana. Concretamente, la mía.

Pero sentir como te van haciendo cortes con un afilado cristal desde la muñeca al codo y tu piel se va disgregando de los músculos y hacía que la sangre fluyese al libre albedrío, era algo que superaba el umbral de dolor de cualquier ser humano.

¿Por qué no perdía la consciencia? Todo sería más sencillo.

Teóricamente, al recibir el enésimo corte sobre mi muñeca, tendría que haber estado insensibiliza, pero aquel último corte había sido tan bestial que me hizo abrir mis adormilados ojos de un golpe. Mi garganta estaba despellejada y mis cuerdas vocales totalmente entumecidas.

Si me hubiera pedido que le rogase piedad, no lo hubiera conseguido. Era incapaz de decir una sola palabra.

James me sonrió con cruel suficiencia, y para provocarme, se acercó el cristal a la boca y con su lengua, empezó a lamerlo tortuosamente lenta y delicadamente, deleitándose con su sabor.

Giré la cabeza para evitar ver aquel repulsivo espectáculo que había realizado James a costa de mi sangre.

— ¡Hum, deliciosa! ¡Mejor de lo que me hubiera podido imaginar!—ronroneó con placer—. Aunque tener la imagen mental de cómo va a quedar tu cuerpo mientras corto tu piel en millones de tiras y veo como se escapa tu sangre de las venas… ¡Vamos, no te rindas ahora, Bella! ¡No hemos hecho más que empezar!

En aquel momento tenía que haber sentido un corte en cualquier zona de mi cuerpo, donde cruelmente, James hubiera tenido el gusto de hacerlo.

Pero no pasó nada.

Me eché a temblar.

Aun nada.

— ¡Hum!—gruñó. Pero no era su tono habitual. Sonaba a inquieto y preocupado.

Volví a entreabrir los ojos, y, entre las brumas de mis ojos, observé a medias como se envaraba y se movía en círculos. Nervioso y sorprendido.

Me pareció ver que olisqueaba algo.

Quizás mis sentidos estuviesen atrofiados, pero yo no pude captar aquel olor que tanto le inquietaba.

Con un movimiento invisible y felino, se acercó a mí y me taladró con la mirada.

— ¿Le has dicho a alguien donde ibas?—preguntó seriamente. Ya no estaba tan eufórico como hace un momento y respiraba deprisa y nerviosamente.

Aquello me hizo envalentonarme.

—Por supuesto que no…—le desafié—. No pretendo cargar sobre mi conciencia, el convertir a una persona inocente en tu aperitivo… ¡Maldito bastardo!

— ¡No me jodas!—al oír otro chasquido, comprendí que me había partido el único dedo que me quedaba sano de la mano izquierda. No le había gustado mi respuesta, pero me daba igual. Yo también me había vuelto sádica y obtenía placer al ver como él ya no se sentía tan seguro de sí mismo, y empezaba a perder el control sobre la situación… Fuese lo que fuese lo que le hiciese perder los estribos de aquella manera. Ni siquiera me dolió. Ver por un momento, algo de inquietud en James, me era suficiente para calmar cualquier daño que éste me hiciese.

Oí un chasquido procedente de las maderas de los andamios del techo. A lo que yo no le di la más mínima importancia, hizo que James se envarase y gruñese.

—No estamos solos—confirmó.

Reprimí un gemido. No podía decir que sintiese alivio al conocer que además de James y yo, hubiese otra persona en esta sala.

Podría tratarse de un obrero. Daba igual que me viese y tratase de ayudarme. Un simple humano no podría con James. Y yo no quería más muertes. Con la mía era suficiente.

Pero las palabras de James me hicieron darme cuenta de mi error de pensamientos.

—…Tengo competencia. Habrá olido tu sangre y ha venido hasta aquí…

Mala señal.

James leyó mis pensamientos por las líneas de expresión de mi asustado rostro, y se permitió volver a sonreírme.

—Para ti, querida, da igual lo que pase. Tu muerte es inminente… Sólo que puede ser él o yo… Y créeme, que preferirás que sea yo—me acarició un mechón de mi cabeza—. Porque si has llegado a pensar que es humano, estás muy equivocada. Es de mi especie… Y no está de muy buen humor que digamos—me informó mientras me acariciaba el rostro sin reparar en el asco que me producía que me tocase—. Está furioso.

Y efectivamente, James tenía razón. Porque esta vez, fui testigo y pude oír alto y claro, un gruñido aterrador, más parecido al de un león. Como el que había visto en el zoológico cuando era pequeña y Charlie me llevó una vez a pasar la tarde.

Pero el león que me gruñó de pequeña, sólo lo hizo para llamar la atención y mostrar su poderío.

Este rugido no era nada que hubiese podido imaginar oír antes. Imponía un terror instintivo y sobrenatural al que mi cuerpo ya no podría acostumbrarse. No quería saber quién de los dos se llevaba el dudoso honor de arremeter contra mis pedazos.

Estaba tan saturada de sensaciones, que sencillamente me colapsé y me hundí, mecida en las oscuras sombras.

Cerré los ojos y me dediqué a soñar hasta que la parca me determinase cuando sería el momento de pasar de las manos de Hipnos a Tanatos.

Seguramente, era parte del sueño oír a James, moverse en círculos a mi alrededor y vociferar burlonamente contra su involuntario invitado:

— ¡Ey, tranquilo!—se rió—. No hay que ponerse nerviosos. Es cierto que yo vi primero a esa humana. Llevo tiempo acechándola y me he tenido que utilizar toda clase de triquiñuelas para atraerla hasta mí. Aunque puedo comprenderte… Esa sangre es tan embriagadora, que no me extraña que te hayas vuelto loco. Pero me siento generoso, amigo. Aquí tenemos para los dos. Está un poco flacucha pero nos la apañaremos. ¿Qué me dices? ¿Te apuntas? ¡No seas maleducado! ¡Por lo menos, sal, da la cara y salúdame!

Silencio.

Más silencio.

Más silencio aun… que fue roto por un ruido atronador y rápido, más similar a la colisión de dos rocas, chocando a gran velocidad que acabó con un ruido de un cuerpo atravesando los espejos y acompañado de un rugido profundo, impregnado de la más terrible ira…

…pero a la vez, increíblemente familiar.

— ¡Bastardo, cabrón, sádico, hijo de puta…! ¿Te sirve como saludo? ¿O prefieres que te estreche la mano, antes de enviarte al infierno del que nunca debiste salir, alimaña de mierda?—a pesar de lo malsonante de aquellas palabras, aquella voz gutural, oscura y siniestra, estaba grabada en mi memoria desde mi uso de razón. Formaba parte de mí. Ya que había aprendido a conocer y a diferenciar cada uno de sus matices y sus octavas.

…Era la voz que yo amaba por encima de todas las cosas.

Y todo dejó de tener importancia.

Dawn y Elizabeth se desvanecieron como un etéreo recuerdo y las dejé a ellas para que rehicieran su vida. Sobrevivirían.

Y con aquella indiferencia, me di cuenta que yo ya no estaba caminando entre los vivos. No había sido tan terrible ni tan doloroso.

…Parecía que fue ayer cuando él me prometió que vendría a buscarme…

… y lo había cumplido.

Capítulo 19: The show must go on Capítulo 21: Forgive me

 
15248777 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 11152 usuarios