—Jacob—mi voz sonaba extrañamente decidida—. Esto no te va a dar resultado.
Tan solo un ligero temblor en la inflexión de ésta, delataba el terror que estaba viviendo. Pero no le iba a demostrar a Jacob que le temía.
Aquello le debió hacer enfadar bastante, porque de un empujón, me tiró al suelo, y sin dejar de apuntarme, me agarró del cabello para acercarme más a su cuerpo.
— ¡Ni se te ocurra pasarte de lista!—me siseó muy enfadado.
Le conocía lo bastante para adivinar por su frenética respiración que él no estaba tranquilo con todo esto. No quería hacerlo y no tenía porque hacerlo.
—Jake…—suspiré entrecortadamente—. Tú no vas a hacerlo—le canturreé—. No hay ningún motivo.
Recargó la pistola con más ahínco. Aquello no era una buena salida para mí.
La persuasión había fallado. Por lo tanto tendría que ponerme agresiva con él.
—Eres un auténtico imbécil, Jacob Black. Ya sé porque Al Capone te contrató. Para limpiarse las manos y que marionetas sin cerebro le hiciesen todo el trabajo sucio. Ya te vas a llevar una buena cuando un juez honrado te detenga por tráfico de bebidas alcohólicas. No lo incrementes, matando a una mujer indefensa.
Se rió siniestramente ante mis ridículas amenazas.
—Por cada juez amiguito que tu querida magistrada te pueda conseguir, yo tendré en mi manga a diez o veinte—me tiró del pelo y su aliento empezó a quemarme la oreja—. Y he matado a senadores y políticos más importantes que la hija de un militar, convertida en una puta barata. Lo siento, querida, pero el fin justifica los medios.
Me dolía la garganta y me picaban los ojos, debido a las lágrimas que pugnaban por salir de éstos. Pero no le iba a dar la satisfacción de ver como lloraba antes de que depositase una bala en mi cabeza.
—No me voy a vengar de ti, chucho de mierda. No soy tan infantil como para ir corriendo a contarle a mi madre que te acuestas con mi prima. No soy tan rastrera como piensas. Y creo que Edward, por muy mal que te portaras con él, no lo aprobaría. Él era un auténtico hombre, y nunca pondría la mano encima a una mujer indefensa.
—Claro—chasqueó la lengua—. Y por eso ahora se encuentra criando malvas.
Enfadarme por un comentario idiota de Jacob no era conveniente y menos cuando tenía el control de la situación.
— ¡Cobarde!—mascullé entre dientes.
—No voy a permitirte que me estropees de nuevo la vida—me susurró—. Desde que nací, estuve vinculado a tu casa. Aquella casa, que tú despreciaste, era mi verdadero hogar. Por desgracia, allí no era nadie y no tenía el suficiente poder para comprarla… Lo único que podía hacer, era conseguir que la futura dueña de la casa se enamorase de mí y con el tiempo adquirir la casa por matrimonio…
— ¿Qué?—aquello me pilló completamente desprevenida. Eso significaba que nunca me había amado. Y tenía la cara de reprochárselo a Edward.
—Vale, quizás también te quería por lo que eras, y posiblemente si te hubieras casado conmigo, te hubiera conocido mejor y con el tiempo… hubiera surgido el amor…
— ¡Eres mezquino!—chillé. Se me había olvidado que estaba apuntándome con una pistola.
—En este mundo las cosas funcionan así. Siento que tú te hayas quedado atascada en tu precioso cuento de hadas—se burló.
— ¿Y Nessie? ¿Lo que está viviendo contigo es un convenio?
No podía creerlo. Ella tenía la vida resuelta y Jacob sólo se la complicaría.
—Nessie sabe de qué va el asunto—me explicó—. Ella es la heredera de Reneé. Cuando muera, le dejará todos los bienes. Y fíjate por donde, si tú mueres, como no tienes otra familia más que tu madre, todo iría a pasar a ella… y después…
Sus palabras me revolvían más el estómago que el hecho de saber que tenía poder para pegarme un tiro.
Cabrón.
—Dudo mucho que disfrutes de mis riquezas si vas a la cárcel—aparenté estar más tranquila de lo que realmente me sentía. No le amenazaba. Le advertía—. Y Elizabeth se encargará de conseguir una sentencia lo suficientemente dura para que tú no vuelvas a ver la luz del sol.
Cuando le oí volver a recargar la pistola, intuí que esta vez sería la última. Después, posiblemente un ligero dolor… y oscuridad.
Lamentaba dejar a Elizabeth, Dawn, Ángela, Ben y Emmett —estuviese donde estuviese— pero yo no estaba triste por dejar este mundo. Había logrado casi todo lo que ninguna mujer tenía al alcance de su mano y había vivido suficientes experiencias. Era hora de estar con Edward, si era verdad todo aquello que decían los predicadores sobre que habría un cielo o un infierno… Vida después de la vida. Precioso pensamiento.
Antes de que Jacob me impusiese la oscuridad, yo misma me refugié en ella. Sólo que poco a poco algo resurgió de la oscuridad y yo pude recrearme en su rostro.
Sonreí mentalmente. Nunca me había parecido tan perfecto como hasta este instante.
Sus ojos verdes brillaban intensamente y su sonrisa traviesa era más radiante. En un impulso, alargué mi brazo para intentar tocarle, aunque fuese una ínfima parte de su piel.
Mi nariz percibía el olor a pólvora usada de la pistola. La muerte para mí.
"Espérame, voy contigo", suspiré mentalmente.
Él negó con la cabeza mientras continuaba sonriendo.
— ¡Jacob Black, suelte el arma ahora mismo!—una voz potente y masculina rompió toda mi concentración.
A medida que iba abriendo los ojos, un potente flash de luz me cegaba los ojos y por unos minutos me fue incapaz de visualizar nada. En cuanto fui capaz de empezar a distinguir, una fuerza me hizo ponerme de pie y me pegó contra su musculoso cuerpo abrazando mi cuello con su brazo. Me dolió la ausencia repentina de aire en mis pulmones.
—Señor Black, sea razonable—Elizabeth, o su voz por lo menos me lo indicó, parecía estar negociando, aunque yo conocía bastante bien aquel tono de inflexión en su voz para saber que estaba suplicando.
Cuando la luz me permitió formar imágenes, comprobé, efectivamente, que Elizabeth se encontraba detrás de un fornido hombre de unos treinta años, vestido de smoking y apuntándole con una pistola. Elizabeth había tomado sus precauciones en la fiesta y habría hecho venir a un grupo de policías por si las cosas se torcían.
—Black—su voz era suave y persuasiva—. No ponga las cosas peor de lo que están. Si tiene que ir a la cárcel, por lo menos hágalo con la cabeza bien alta. No es lo mismo ser un estafador que un asesino. Incluso en la cárcel, hay grados.
Jacob me apretó más fuerte y me volvió a apuntar con la pistola en la sien.
—No hay trato—siseó.
Oí un resoplido de pérdida de paciencia, o de desesperación.
— ¡No me tientes, muchacho!—el policía era más directo y menos diplomático que Elizabeth—. ¡No me gusta malgastar la saliva con gente como tú! ¡Yo soy de los que disparo sin hacer preguntas! Lo único que me lo impide, es el respeto que tengo hacia la señora Masen y la señorita Swan.
—También puede que sea porque sabe que si disparas, como acto reflejo, puedo cargarme a la zorra y que lo último que vea ella con sus preciosos ojos sea su sangre salpicando su blanca camisa, poli. ¡Lástima, está usted radiante con ese traje que no puede pagar con dos sueldos!—le desafió.
Si hubiera podido gritar, lo hubiera hecho cuando vi que Elizabeth sacaba una pistola y apuntaba a Jacob en la cabeza.
— ¿Quieres comprobar quien es más rápido de los dos?—inquirió desafiante—. No hagas apuestas sobre esto.
Jacob gruñó y aflojó la presión de nuestro cuerpo pero no me soltó. La pistola aun estaba en mi sien.
—Jacob…—susurró Elizabeth—. No quiero hacer esto…
Antes de que éste dijese alguna palabra, Nessie interrumpió en la sala. Estaba más despeinada y sudorosa que hacía cinco minutos antes, y sus ojos estaban rojos.
Se puso entre Elizabeth y Jacob y empezó a increparlo:
— ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Maldita seas! Es mejor que afrontes esto como un hombre y vayas a la cárcel por contrabando de alcohol que por asesinato… ¡No seas tonto!—sollozó—. No lo estropees, por favor…—susurró.
Nessie tuvo mejor efecto que las pistolas de Elizabeth y el policía.
Después de un suspiró de resignación, noté como la presión de su brazo disminuía hasta desaparecer y me dio un fuerte empujón hasta que caí en los brazos de Elizabeth, que acabó relajando el brazo y dejando su arma para abrazarme con fuerzas. El arma cayó al suelo provocando un ruido metálico.
Sólo me di cuenta del peligro que corría cuando Jacob se dejó esposar por el policía, sin dejar de mirar a Elizabeth, ni a mí, con gesto acusatorio.
— ¡Zorra!—se dirigió a Elizabeth, quien no se dejó amedrentar por el insulto de Jacob.
—Le dije bien claro, señor Black, que si le pillaba con las manos en la masa, iría a la cárcel—le recordó.
— ¡Y sus espías le estaban diciendo que yo iba a matar a la… señorita Swan!—escupió mi nombre con asco.
Elizabeth le enseñó un vaso al policía.
—Yo misma te he visto con un vaso de cola—olisqueó y se la entregó al policía—. Sólo que no era cola… o por lo menos, no sólo cola.
— ¡Hum! Esto huele a ginebra… y de la buena—donfirmó el policía—. Creo que esto constituye un delito en Estados Unidos, ¿verdad?
Intenté no entrar en catatonía mientras el policía me hablaba.
—Señorita Swan—se mostró cortes y educado conmigo—, ¿quiere presentar cargos contra el señor Black?
Le miré a él y después me volví hacia Nessie, quien se mordía el puño y pugnaba contra sus lágrimas, observando y esperando mi veredicto. Como me había salvado, aunque fuese por Jacob y en el fondo quería que ella misma cayese en la cuenta de a qué clase de indeseable entregaba su vida, me sentí en deuda con ella.
Al principio, negué con la cabeza.
— ¿Segura?—enarcó una ceja, preguntándome si estaba en condiciones para declarar contra Jacob.
—Creo que no es una testigo muy fiable, agente—comentó Jacob con sorna—. La tendría que detener por perjurio… Ella está casada y su apellido es McCarty… Una mujer que engaña a su marido, engaña a todo el mundo.
—Me voy a divorciar—siseé. Mejor que se lo llevase antes de que me arrepintiese de verdad.
—No eche a perder la suerte que tiene si ella no presenta cargos contra usted. La verdad que lo son bastante graves para que la fianza del todopoderoso Scarface le cueste dos años de envíos de alcohol ilegal sacarte de la cárcel, hijo—le acusó—. Un intento de asesinato…—silbó.
—Isabella—me susurró Elizabeth, dedicando una mirada de desprecio a Jacob.
—No—negué de nuevo—. Creo que con los delitos de contrabando de alcohol es suficiente. Espero que con unos meses en la cárcel, aprenda la lección y no vuelva a hacerlo—tal y como estaba la justicia, no podría esperar una condena justa para Jacob.
—Bueno, una temporadita en el talego, no le vendrá mal—se encogió de hombros—. ¡Vamos con tus compinches! Creo que la verdadera fiesta acaba de empezar…
Terminó de esposar a Jacob y se fue detrás de él, sujetándole, mientras Nessie le seguía, algo más tranquila.
Como estaba temblando, Elizabeth me ayudó a caminar, agarrándome de la cintura y pasando mi brazo por su hombro.
—Shhh—me acarició cuando amenacé con soltar un sollozo—. Ya pasó todo… todo está bien—me tatareó.
— ¿Qué ha pasado ahí… ¡hip! abajo?—hipé varias veces hasta que logré que se me entendiese algo.
Ella se rió levemente.
—La verdad que no ha sido ninguna novedad—se encogió de hombros—. Creo que todas las fiestas acaban así… En redadas… ¡Bendito siglo XX!
La realidad estaba empezando a hacer mella en mí y, como si me hubiera destaponado los oídos, el estrepitoso ruido de una sirena del coche de policía estuvo a punto de reventarme los oídos.
— ¡Puta pasma de mierda!—el grito provenía de un hombre de aquella sala… ¿Phil?—. ¡Tengo el suficiente dinero para comprar vuestras cabezas! ¿Por qué no hacéis algo útil como perseguir a los "rojos"? ¡Si os dedicáis a las gilipolleces como éstas, no me extraña que se nos cuelen los amigos de Lenin y destruyan nuestro país!
Al acabar de bajar las escaleras, fui testigo de todo el caos que se había formado.
Una patrulla de policías, vestidos de smoking, se encargaba de arrastrar a los invitados al porche para meterlos en los coches patrullas.
Las mesas estaban volcadas y olía a una mezcla de alcohol y rosas. Si en aquel momento, alguien hubiese prendido una cerilla, hubiésemos salido todos ardiendo. Los invitados, que no habían sido detenidos, permanecían mudos al espectáculo.
Sam Uley y su banda, se resistían a caminar, por lo que fue necesaria la colaboración de dos agentes para arrastrarle.
Phil, después de amenazar, se puso a lloriquear. En aquel momento, no reconocía al hombre que tanto tiempo me había tenido aterrorizada en el principio de mi adolescencia, y después se había convertido en el enemigo a abatir durante mi juventud. Recordé la escena en la que me despedía de ellos, cinco años atrás, y la sensación de nauseas me volvió al estómago de la misma manera.
También me fue muy familiar la escena, en la que Reneé, llorosa, se agarraba a Phil.
Elizabeth se mordió los labios para no soltar nada grosero ante el lamentable espectáculo.
Uno de los agentes de paisano —parecía el jefe por sus aires de superioridad—s e acercó a Elizabeth.
—Ésta es la octava fiesta en lo que va de mes que acaba igual—chasqueó.
—Lo siento, teniente Wiston—se disculpó Elizabeth—. Usted estaba en mi fiesta como invitado. No tenía porque…
—El crimen nunca descansa, juez Masen—suspiró cansado—. Por lo menos tengo la conciencia tranquila de hacer bien mi trabajo. Eso ayuda mucho a la hora de dormir—chasqueó la lengua—. Siento que no haya podido soplar ni siquiera las velas.
—Eran demasiadas.
—Por lo menos tuvo la buena cabeza de invitar a unos cuantos agentes del orden—sonrió complaciente—. En estos tiempos, las fiestas suelen convertirse en reuniones de este tipo… ¡Qué pena! Si mi abuelo viviese…—meneó la cabeza en gesto de negación.
— ¡Dijiste que esto era perfecto, Uley!—le acusó Phil—. ¡Y mira donde nos llevan! ¡Todo por tu culpa, perro!
—Como no te calles, Dwyer, me encargaré que en la cárcel, tengas las manos sobre los pantalones para que no te los arranquen—le amenazó con su voz fría.
—Juez Masen, creo que tiene que firmar una orden de arresto y la imposición de la fianza—le informó el Teniente Wilson.
—Cierto—Elizabeth parecía exhausta. Sacó una pluma y firmó un papel—. Espero que no le importe que esto esté tan informal.
—Mientras lleve la firma de un juez, podría estar escrito en papel higiénico, señoría—se rió entre dientes mientras se metía el papel que le daba Elizabeth en el bolso—. ¿Qué es lo que ha estipulado?
—Tres días de cárcel sin fianza—respondió Elizabeth con profesionalidad—. Después ya veremos—dirigió una perversa mirada a Phil y sonrió sardónicamente—. Aunque creo que voy a hacer una excepción con el señor Dwyer—a éste se la salieron los ojos de su órbita cuando le mencionó—. Creo que va a tener el privilegio de pasarse quince días en la cárcel por insultar a un juez.
Reprimí una carcajada mientras le oí emitir un chillido.
— ¡Zorra de mierda!—fue capaz de soltarla en cuanto el habla le volvió.
—Y métele en el modulo seiscientos doce—añadió Elizabeth.
— ¿Violadores reincidentes?—Elizabeth asintió—. Muy bien, lo que mande su Señoría—empujó a Phil con brusquedad—. ¡Andando!
Una sofocada Reneé se interpuso en el camino de la policía y su marido.
— ¿Es que no tenéis piedad de una pobre mujer indefensa? ¿Qué voy a hacer yo sin mi marido?—gimoteó.
Elizabeth la dio un suave golpecito en la espalda.
—No tengo inconveniente en que pases ese tiempo con él en la cárcel—la invitó—. Ya he firmado para veinte ingresos en prisión. Por uno más…
—Creo que le lloraré en casa—se retiró pálida y con una sonrisa falsa en la boca, separándose de su amado marido.
Nessie estuvo hablando con un policía para que la dejasen quedarse con Jacob aquella noche en la cárcel.
Suspiré mientras se los llevaban. Esperaba que Jacob tuviese los suficientes meritos para hacerse digno de ella. No quería que ella se lamentase de su decisión de compartir su vida con un gánster.
— ¿Qué ha sido del señor Newton?—inquirió Elizabeth haciendo el recuento y fijándose como la señora Stanley se llevaba a su hija que apenas se sostenía en pie—. Él también estaba metido en esto.
El policía se encogió de hombros.
—Siempre se puede poner una orden de búsqueda y captura—le propuso.
—Ya le pillaremos en otra—negó Elizabeth—. Newton es de los que no aprenden de los errores.
Bostecé sin poder remediarlo.
Elizabeth apoyó su mano en mi hombro.
—Isabella—me susurró como si fuese un sueño—, creo que es hora de que os vayáis a casa.
Posiblemente el estupor me estuviese venciendo y se me acumulase en forma de sueño. De un momento a otro me caería redonda en el suelo.
Ángela, con el pequeño Arthur de la mano, y Ben se mostraban incómodos e impacientes por irse a casa.
— ¿Tú no vienes?—inquirí con voz pastosa.
—Tengo que hacer demasiado papeleo—negó con la cabeza—. Mi maravillosa fiesta de cumpleaños. Cuando acabe con esto, nos iremos a cenar para celebrarlo—miró la casa con desagrado mientras el resto de los invitados se iban—. Es la octava fiesta a la que acudo que acaba así…—chasqueó la lengua.
Repentinamente una imagen se me vino a la cabeza.
—Elizabeth—emití un gemido angustioso—, antes de que Jacob intentase dispararme… vi a Dawn por la ventana… Se iba con alguien. Intenté volver hacia ella, pero…
Elizabeth juntó las cejas como si no supiese de lo que le estaba hablando.
— ¡Ah!—pareció caer en la cuenta. Yo esperaba que se mostrase bastante ansiosa, como cuando le hablé de "J", y no, desde luego, su tranquila contestación—. No te preocupes por Dawn. Mandé que la recogieran antes.
— ¿Está en casa?—si en aquel instante me hubiera dicho que sí, todos mis temores se hubiesen despejados.
Pero Elizabeth se mordió el labio y aquello me dio mala espina. Otro secreto a guardar.
—No. Dawn no está en casa—me respondió—. Está a salvo…
— ¿A salvo de qué?
Me sonrió con suficiencia y me acarició la mejilla.
—Como dentro de poco te tendré que poner a ti también a salvo, pues no hace falta que te diga nada. Lo sabrás en un par de días como mucho.
—Pero…—iba a replicar cuando ella me interrumpió.
—Mañana tendremos tiempo para las explicaciones—me prometió—. Y ahora, vete a buscar tu abrigo y vete a casa—me despidió como una niña pequeña.
Por mucho que resoplase, no iba a conseguir que me dijese nada, por lo que opté por no quejarme y subir a los dormitorios de arriba por si me había dejado el abrigo. Empezaba a refrescar.
Pero por varias veces que hubiese mirado por todas las habitaciones, no había rastro de él… ¿Dónde diablos lo habría dejado?
Me pasé la mano por el pelo con impaciencia, antes de salir de aquella habitación, un brillo metálico me llamó poderosamente la atención. Se trataba de una pistola. Ignoraba si era la de Elizabeth o la de Jacob. El caso estaba en que tuve el loco impulso de cogerla entre mis manos, notando que pesaba más de lo que aparentaba, y guardarla en el bolso.
Charlie siempre me había dicho que las armas las cargaba el diablo, pero no había escatimado tardes enteras hasta lograr que tuviese una puntería casi infalible. Con los tiempos que corrían, quizás fuese buena idea tener una…
Al no tener abrigo, tuve que abrazarme con fuerzas para intentar no pasar el mayor frío posible. A pesar de ser mediados de junio, en Chicago las noches eran lo suficientemente frías como para no salir en tirantes.
Por suerte, el mercedes de Elizabeth me esperaba y Ben ya estaba dispuesto para conducir e irse a casa lo más pronto que pudiese. Yo también lo estaba deseando.
—Señorita Swan—una voz de una persona mayor me llamó y me hizo interrumpir el paso. Al girarme, me llevé una grata sorpresa.
—Vaya—no sabía que decir.
—Ha pasado mucho tiempo—con sus ojos negros y profundos me pareció que me leía los pensamientos.
—Así es, señor Black—con una curiosidad morbosa, me dediqué a observar como había afectado los estragos del tiempo al viejo Billy Black. A pesar de su elegante frac, no podía simular que no podía estar erguido y se iba curvando más y más. La mitad de su lustroso cabello era gris y necesitaba andar con un bastón. Aun así, andaba con pasos cortos y dificultosos. Pero al mirarme a los ojos, supe que aún había algo del antiguo Billy Black, que nos contaban las leyendas de miedo.
—Señor Black, si ha venido por lo de su hijo Jacob, creo que debería saber que está en la cárcel y que no puede abonar la fianza hasta que la Juez Masen la decrete… Y por lo que sé, por lo menos, Jacob se va a quedar tres días en la cárcel…
Alzó una mano en el aire para callarme. Después se rió tenuemente.
— Como tengo un frac y bastante dinero, ahora soy un señor… ¡Cuantas vueltas da el mundo! No he venido por Jacob—me aclaró—. Sé que ha hecho cosas malas, pero es un buen muchacho…, algo irresponsable, pero buen muchacho—le iba a preguntar si le parecía de buenas personas que su hijo matase a otras personas e hiciese algo que se había declarado ilegal, pero él no me dejó hablar—y como ha metido la pata hasta el fondo, pues me parece justo que se pase un tiempo en prisión. Incluso, creo que le dejaré una semana más—se rió hasta que se atragantó con su propia saliva y empezó a toser con un sonido más parecido a un motor averiado que a unos pulmones en pleno funcionamiento. Carraspeó y continuo—. No se ha portado demasiado bien contigo, lo admito, pero en las dos ocasiones en las que te ha querido hacer daño, ha sido por amor. Este chico es un cabeza hueca y se deja guiar demasiado por sus impulsos, pero en el pasado te amó a ti, y tú te comportaste cruelmente con él—me volvió a interrumpir—. Ahora está completamente enamorado de esa chica, tu prima, y tú te vuelves a interponer.
—Antes de intentar dispararme, podría haber parado a preguntar si yo iba a decir algo—estaba bastante molesta con la conversación y quería irme a casa cuanto antes—. No soy como él y lo que haga en la cama con mi prima, no es de mi incumbencia. Si ha venido a justificarle, no creo que haga falta…
—Si no me dejas de interrumpir, no acabaremos nunca—me regañó como si en aquel momento, yo tuviese seis años y hubiese robado un pastel de fresa. Cuando comprobó que yo estaba quieta, prosiguió—. No he venido a hablar sobre Jacob. El motivo de mi visita eres tú. Estás en peligro. Te juntas con las compañías que no debes.
— ¿Cómo?—apenas era capaz de asimilar sus palabras. Supongo que no se trataría de Al Capone ni ninguno de sus esbirros.
—No se trata de nadie humano. Por desgracia para ti. La juez Masen y su hija han dejado entrar el mal en su casa y una vez, invitado a tu hogar, tendrá todo el control para entrar cuando le apetezca… La juez Masen hizo un pacto terrible con los demonios para salvar el cuerpo de su hijo, pero su amor de madre no le hizo darse cuenta que lo que iba a conseguir, era perder su alma para siempre… ¡Más le hubiera valido al joven Masen haber muerto con su alma pura y no corrompida por la sangre y la muerte!
—Billy, no tengo tiempo para cuentos de miedo—no quería enfadarme con un anciano pero mi paciencia tenía un límite.
Me sujetó por la muñeca y, antes de que yo pudiese gritar, continuó hablando:
—Ella pretende que seas como su hijo… un demonio bebedor de sangre… ¡Te va a entregar a él! ¡No puedes permitírselo!
— ¡Billy!—chillé cuando noté que la presión de sus dedos en mi piel se incrementaba hasta hacerme daño—. ¡Me haces daño!
—Hay otro demonio que está bañando con sangre las calles de Chicago… Podrías caer en sus redes… ¡No te dejes tentar, muchacha! ¡No caigas en las redes de la lujuria y la sangre!
— ¡Billy!—intenté desasirme pero me fue imposible. Tenía más fuerza de lo que aparentaba.
— ¡Los fríos! ¡Los fríos! ¡Los fríos!—murmuraba como un poseso— ¡Los fríos! ¡No caigas en sus garras!
— ¿Señorita Isabella?—oleadas de alivio me recorrieron la espalda cuando oí la voz de Ben. Juntó las cejas cuando vio a Billy cogiéndome la muñeca con fuerza. Frunció el ceño y se enfrentó a Billy—. Si no suelta ahora mismo a la señorita Swan, llamaré a la policía.
Billy me soltó pero no por la amenaza de Ben, si no porque se disponía a marcharse.
— ¿Isabella?—me llamó Ben, preocupado.
—Estoy bien, gracias—le tranquilicé—. El señor Black sólo quería saludarme y ya se iba, ¿verdad?—me enfrenté a Billy aunque seguía taladrándome con sus ojos negros tan antiguos y tan vitales a la vez.
—Mi deber estaba en advertirla—contestó Billy secamente para después sacar algo de su bolsillo y entregármelo—. Esto le será más útil contra los demonios que la pistola que guarda en el bolso.
—Gracias—musité mirando con escepticismo el mechero que me había entregado—. Espero que todo le vaya bien en la vida, señor Black—me despedí mientras Ben me agarraba suavemente del brazo para que me dirigiese al coche.
—Has crecido. Te has convertido en una mujer muy hermosa, pero si no adquieres la fe de un niño, morirás—se despidió de manera fúnebre. Un mal presentimiento se cruzó por todo mi cuerpo.
—Pirado—siseó Ben entre dientes—. ¿Qué le estaba diciendo ese viejo loco?
Observé a Ángela mirarnos, asustada, dentro del coche. ¡Pobre mujer! Me imaginé que había sido una noche muy larga para ella.
—Nada—intenté sonar tranquila y relajada, mientras jugaba con el mechero entre mis dedos—. Sólo me estaba contando cuentos de miedo.
.
.
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¡Ja, ja, ja, ja, ja!
…La risa de Dawn resonaba por cualquier sitio por donde pasaba. Y tumbada sobre la hierba, parecía disfrutar del día.
Después se levantaba y corría por el prado.
—Bella, ven a por mí—me retaba riéndose para después salir corriendo.
Decidí correr hacia ella pero mis piernas eran demasiado pesadas para ello. No lograba alcanzarla…
—Bella—me volvía a llamar.
Los rayos de sol la deslumbraban tanto que era imposible ver nada que no fuese sombras moviéndose rápidamente.
—Dawn, no vayas tan deprisa—le rogué mientras intentaba caminar por el prado.
Pero instantáneamente, me quedé paralizada cuando oí el sonido de otra risa más profunda, más ronca y, por supuesto, masculina. Yo reconocería esa risa en cualquier lugar del mundo. La única que hacía que creer que aun estaba viva. Y yo tenía que ir hacia ellos.
—Edward, ¿por qué Bella no quiere venirse con nosotros? —le oí preguntar a Dawn.
— ¡Claro que quiero ir con vosotros! —exclamé mientras corría hacia ellos sin dejar que las lágrimas me impidiesen ver.
—Ella quiere venir con nosotros, pero aun no comprende—le respondió Edward—. Debe comprender antes de irse.
— ¿Comprender qué? —jadeé cuando llegué a su lado.
Edward y Dawn se dieron la vuelta y me quedé petrificada.
Eran ellos, pero algo me decía que habían cambiado. Como si un espíritu maligno se hubiera adueñado de ellos. Sus rostros hermosos, eran tan pálidos que parecían cincelados en mármol, haciéndoles parecer estatuas de Mirón. Pero lo que acabó por petrificarme, fueron aquellos dos pares de ojos rojo intenso que parecían llamas. Por lo menos, yo me sentí arder.
Edward sonrió sin querer darse cuenta de mi estupor. Dawn le agarró la mano.
—Todo va bien, Bella—me susurró con dulzura como si estuviese cantando. Era lo más parecido a un canto de sirena y lograba el mismo efecto en mí—. No tengas miedo—me extendió la mano para que se la diese.
—Ven con nosotros—me invitó Dawn.
—Confía en nosotros…
¡Miau!
El gato de Dawn estaba encima de mí, lamiéndome la cara y las orejas.
Medio dormida, intenté quitarle de un manotazo y seguir durmiendo. Por la luz azul plomiza que se colaba por las rendijas de la persiana, aún parecía temprano y lo único que quería era dormir.
Pero "Perseo" insistía y se colaba por las sabanas. Debía echar de menos a su pequeña dueña. Al igual que yo. Era imposible dormir bien si Dawn no venía todas las mañanas conmigo a dormir un rato. Era ya una costumbre arraigada. Tal vez, Elizabeth tenía razón, me venía bien quedarme más tiempo en Chicago. Buscaría trabajo como maestra y alquilaría un piso, no muy lejos de aquí, para dejar un espacio vital a Elizabeth y a Dawn, y a la vez, que me permitiese visitarlas de vez en cuando.
Como "Perseo" no hacía otra cosa que revolotear por las sabanas, me hice a la idea de no poder dormir más.
Un golpe seco procedente de la habitación de Dawn me hizo espabilarme del todo. Parecía como si alguien hubiera abierto la ventana. Me sobresalté y cogiendo a "Perseo", que se resistía arañando las sabanas y revoloteando en mis brazos, me dirigí a la habitación de Dawn.
Abrí la puerta con sigilo y una fría ráfaga de aire empujó mi cuerpo. Me acurruqué junto al gato, que se mostraba aun más nervioso de lo que había estado en la habitación, y entré. Estaba vacía y ordenada. Demasiado ordenada para tratarse de Dawn.
"Perseo" logró soltarse de mi abrazo y salió de la habitación casi evaporándose.
Estúpido gato.
Al ver abierta la ventana de par en par, comprendí de donde procedía el frío. Era tan extraño que la señora Pott se dejase las ventanas de este modo.
Al ir a cerrarla, me asomé para ver el cielo. Si estaba oscuro, no era porque no había amanecido. El aire caliente y el cielo gris lluvioso, indicaban que habría tormenta. Cerré la ventana y al darme la vuelta, me llevé las manos al corazón y a la boca.
Mi abrigo azul, a juego con mi vestido de anoche, estaba allí, encima de la cama, doblado a la perfección. Había un sobre encima de éste.
Al abrirlo, y desdoblar el papel, leí con nerviosismo:
Señorita Swan,
O mejor dicho, Bella, ¿te puedo llamar así? Las amigas de mis amigas, son también las mías.
Y como muestra de mi amistad y de mis buenas intenciones, le devuelvo el abrigo que se ha dejado anoche en la fiesta.
En los tiempos que corren, es casi mortal ir perdiendo las cosas. Espero que me lo agradezca como corresponde.
Aunque, ayer perdiste una rosa manchada con tu sangre, que tuve el gusto de recoger y guardar. No me quiero imaginar cómo olerás tú en verdad.
Estimadamente,
Su amigo "J".
Esto no se podía tratar de un juego de Dawn. La letra era firme y definida. Era la de un adulto. Y dudaba que Elizabeth estuviese dentro de aquel juego… a menos que estuviese haciendo una representación. En tal caso, se trataba de una gran actriz.
Las palabras de Billy se cruzaron una y otra vez por mi mente.
"Ella pretende que seas como su hijo… un demonio bebedor de sangre… ¡Te va a entregar a él!".
Pegué un chillido cuando alguien golpeó la puerta con los nudillos.
— ¿Señorita Isabella?—al ver la cara de Ben, mi corazón se relajó hasta casi conseguir un ritmo normal—. Siento haberla asustado—arrugó el rostro.
— ¡Ah! Lo siento, Ben—me relajé del todo para que no pensase que era una paranoica—. Yo sólo estaba… ¿No tenías que ir a trabajar con la señora Masen?—por la hora que era, Ben normalmente, estaba en el despacho con Elizabeth.
Ben parecía incómodo con lo que tenía que decirme. Tomó aire y susurró:
—La señora Masen llamó muy temprano, casi antes de que amaneciese. Me dijo que por ninguna circunstancias, saliésemos de casa ninguno—tragó saliva—. Ha ocurrido algo a escasos metros de la casa donde celebramos la fiesta… en las orillas del lago que hay detrás de la casa, para más señas.
— ¿Qué ha ocurrido?—por la cara asqueada de Ben, no podía ser algo bueno.
—Han encontrado los cadáveres de Mike Newton y Lauren Mallory—reprimí un jadeo de angustia para que Ben continuase, pero se le veía nervioso y tartamudeaba—. La policía estaba rastreando la zona, porque habían encontrado algunas gotas de sangre y…—se tapó la boca reprimiéndose una arcada—. Ellos estaban juntos… desnudos…—parecía que se sonrojaba—y fue imposible separarles. Y los demás detalles son demasiado escabrosos. No creo que quiera oírlos.
—No—moví la cabeza en gesto negativo—. ¿Se tiene alguna pista?
—La policía cree que hubo varias personas, porque las heridas y las lesiones son de tal gravedad que piensan que no pudo ser obra de una persona…
—A lo mejor es lo que quiere que se piense—deduje algo dubitativa.
—Tendría que tener una fuerza sobrehumana para hacer lo que hizo—negó.
—Ya…
—Elizabeth ha tenido que ir a dar la orden para levantar los cadáveres y luego informar del crimen. Dentro de unas horas, esto se llenará de periodistas—resopló.
Aquello era una molestia añadida.
—Ha dado instrucciones para ti—me dijo.
— ¿Qué ha sido lo que te ha dicho?
—Que vas a tener que estar fuera de casa unos días. Vas a irte con Dawn. A nosotros nos ha pagado un hotel—se encogió de hombros—. Al parecer no quiere que estemos en esta casa… Supongo que habrá pensado en Ángela y Arthur, y no nos hará pasar por toda la presión mediática.
Todo esto era tan extraño.
— ¿Te ha dicho donde iría?
Negó.
—Lo único que me dijo era que a lo largo de la mañana, vendría a buscarte una amiga tuya—me informó.
— ¿Una amiga? ¿La conoces?
Se encogió de hombros.
—Sólo me dijo que aunque el nombre no te sonase, ella y tú os conocisteis y que erais amigas.
— ¿No te ha dicho el nombre?—inquirí extrañada.
—Ahora que lo dices, sí. Me dijo que se llamaba Alice Cullen.
¿Cullen? Ese apellido… Me sonaba, pero…
— ¿Nada más?
—Que eras muy propensa a meterte en líos y que procurases por unas horas quedarte quieta.
— ¡Ah!—me ruboricé.
—A propósito, ¿has visto a Perseo?—me preguntó con cierta preocupación—. No le he visto desde esta mañana y hay que darle su desayuno.
Las horas pasaban increíblemente lentas cuando esperabas, incluso cuando no sabías que era lo que tenías que esperar exactamente.
No podía decir que la mañana hubiese sido aburrida, más bien al contrario.
Desde muy temprano, no había parado de sonar el teléfono y llamar al timbre.
Todas las llamadas y visitas, eran procedentes de los grandes y pequeños periódicos de Chicago, incluso había habido una llamada de un representante del New York times para enterase de lo que había ocurrido.
Ben me había asignado la misión de intentar tranquilizar a Ángela —que guardaba reposo en la cama— e intentar que no se le filtrase nada del asesinato, ya que estaba muy sensible por su embarazo. Cada vez que llamaba un periodista, la tenía que decir que se trataba de una llamada para informarse sobre la detención de la fiesta de anoche.
Lo más emocionante de la mañana —o lo más fastidioso— fue tener que echar a un fotógrafo, que había logrado entrar en la casa. Tuve que admitir que ver a la señora Pott, sonrojada y sudorosa, persiguiendo al fotógrafo con una escoba mientras le daba en la espalda, era algo bastante cómico.
Esperaba que estuviese especializado en periodismo de alto riesgo.
Si seguíamos cogiendo las llamadas, era para contestar a la tal Alice Cullen, "mi amiga", —aunque en este mundo, donde todos conocíamos a todos, era muy posible que la hubiese visto en alguna fiesta, y no acordarme de ella— tendría que hacer para concretar donde quedábamos.
Pero el tiempo pasaba demasiado lento.
—Mamá—Arthur se acurrucó al lado de Ángela—, ¿dónde está Dawn? La echo de menos.
—Se ha ido a casa de unos parientes—contesté yo por Ángela—. Y yo también la echo de menos—le acaricié el pelo.
Ángela le dio un beso en la coronilla y éste la abrazó con fuerzas.
Me mordí los labios con un aguijonazo en el pecho.
Nunca pensé que me afectase tanto, pero en aquel instante, al ver a Ángela, con su más que prominente vientre, cantando una nana a su hijo, tuve un pequeño ataque de celos. Nunca me había visto como una madre, pero en aquel instante me hubiera gustado tener un bebé entre mis brazos.
Pero con mis estériles entrañas aquello era imposible.
Me toqué el vientre con dolor que se iba haciendo físico.
Ángela, comprendió en parte, lo que se me pasaba por la cabeza.
—Tú también tendrás que afrontar esto algún día. Y cuando lo hagas, te acordaras de lo bien que estabas soltera—me sonrió con complicidad.
Le devolví la sonrisa. Aunque la mía era un sarcasmo de la suya.
—Señorita Swan—la señora Pott abrió la puerta apresuradamente—, es para usted.
Me levanté de un salto de la silla.
— ¿Le ha dicho quien era?—pregunté con desconfianza.
—No. Sólo espero que no sea algún enojoso periodista. No he podido trabajar en toda la mañana…
No la pude oír más y me dirigí hacia el despacho donde se encontraba el teléfono. Me acomodé en la silla y cogí el auricular.
Contesté confiadamente:
—Aquí Isabella Swan, ¿de parte de quien?
La respuesta fue un silencio absoluto.
— ¿Hola?
Más silencio. Debía haberse confundido, o la operadora pasar mal la llamada. No merecía la pena seguir esperando.
Pero cuando me dispuse a colgar, oí un pequeño lamento que me congeló la sangre.
"¡Mamá!", yo conocía esa voz.
— ¿Dawn?—intenté reprimir un chillido.
"¡Mamá, mamá, mamá! ¿Dónde estás? ¡Tengo miedo! ¡Aquí hace frío!", la oí sollozar.
— ¡Dawn, cariño! ¡Soy Bella! ¿Dónde estás? ¿Te está haciendo daño alguien?
"¡Un hombre malo! "
— ¿Qué hombre malo…?
"Hola, Isabella… o Bella, creo que debería decir", la voz que estaba escuchando me pilló de sorpresa. Me era tan poco familiar… que me heló la sangre. Por la voz, deduje que era un hombre. Su timbre no era desagradable. Todo lo contrario. Voz afinada, impersonal… e, incluso, amable. Una voz capaz de alertar todas mis defensas. "Antes de que el pánico empiece a adueñarse de ti, me gustaría que intentases tranquilizarte. Creo que no sería conveniente implicar a nadie más en esto".
Respiré e inspiré para mantener la voz neutra… aun sin que mi cuerpo colaborase. Estaba sudando y el corazón me palpitaba como un reloj averiado.
—Bien… En primer lugar… ¿Quién eres tú? ¿Qué hace Dawn contigo? ¿Qué es lo que pretendes?
"¡Eh!, son muchas preguntas", se rió. "Si te tranquilizas, te lo contaré todo… Los niños no son tan tontos como los adultos pretendemos creer. Y Dawn es una niña muy especial. Ella nunca se iría con nadie que no conociese. No me costó nada ir a aquella fiesta y decirla que su mamá me había encargado que la llevase a casa… ¡Es tan dulce! Ella, sin dudarlo ni un momento, me cogió la mano y se fue conmigo… ¡Tan tranquila! Ni siquiera pestañeó cuando me vio matar aquella pareja que estaba intimando en las orillas del lago…".
— ¡Tú…!
"Bella, te he dicho que no me interrumpas. No deberías preocuparte por ellos. Está claro que cuando los humanos follan, se olvidan de todo. Por lo tanto, te puedo asegurar que murieron felices. Ni siquiera notaron que yo estaba al acecho. De todas formas ellos eran marionetas en mi juego. Puro atrezzo. Necesitaba una distracción para tu querida juez. Ella no te hubiese dejado acercarte a mí. Está bien asesorada. Normalmente, cuando algo se interpone en mi camino… Pero con ella no puedo. Está muy protegida y yo aprecio demasiado mi cuello para meterme en asuntos de ese calibre… Pero sí la puedo quitar del medio por unas horas. Y como esos desgraciados estaban cerca de mi punto de mira… ¡El fin justifica los medios! No, no te preocupes tanto por los que ya no están. Ahora Dawn es tu objetivo".
—No la hagas daño—supliqué con voz ronca. No tenía fuerzas para llorar.
"Bella, Bella, Bella… Dawn es mi amiga, y como tú eres la amiga de Dawn, te conviertes en mi amiga. Creo que podemos entendernos".
Su amiga. Caí en la cuenta.
—Tú eres "J"—realmente existía y no le quería como amigo.
"Dado que vamos a tener una mayor confianza y que yo ya te conozco a la perfección, dejémonos de tecnicismos ni secretos. Te doy permiso para que me llames James", me concedió.
—Bien, estrechando esa confianza entre los dos. ¿Qué es lo que quieres?
"¿Me darías cualquier cosa para que Dawn volviese a su casa y saliese de todo aquel asunto?".
—Todo lo que esté al alcance de mi mano—le prometí.
"No te será difícil concederme mi pequeño deseo, querida. Sólo quiero lo que he venido buscando desde hace un tiempo… Desde la primera vez que te vi cuando entraste en aquella habitación cálida, con tu camisón y tu pelo suelto. Tu olor tan floral y virginal… aunque tú ya no lo seas… Lo importante, que hiciste que me volviese loco e intentase… Pero preferí ser cauteloso y preparar todo con detalle. Aquello me sabría mucho mejor".
Ahora que lo entendía todo, en parte, sentí que el miedo se desvanecía y algo más parecido a la euforia me invadió. Si sólo me quería a mí, Dawn tendría posibilidades.
Reprimí un gemido ahogado debido a la emoción.
—Me quieres a mí—confirmé. Ahora podía negociar.
"Muy bien, Bella. Lo has comprendido", me felicitó.
—Pero exijo un intercambio—negocié—. Si yo caigo en tu juego, Dawn debe quedar al margen de todo.
"Es un trato justo", coincidió.
—Dime lo que tengo que hacer para encontrarme contigo—le ordené con un valor que ignoraba de donde salía.
"¡Que cooperativa eres! Me gusta…".
—No creo que eso me vaya a dar más puntos que a las otras víctimas que has matado, ¡hijo de puta!—estaba rabiosa y no debería sentirme así. Ya que me resignaba a que mi vida no era un punto negociable, por lo menos podía abogar por qué todo aquello fuese lo menos traumático posible… Y estaba perdiendo expectativas si yo me comportaba así… Pero tenía que descargar toda la rabia de mi interior.
"… ¡Vaya! ¿Hijo de puta? Eso no son los modales de una señorita", me regañó como si se tratase de un padre severo con una niña díscola.
— ¿Dónde?
"En la Archer Avenue se está construyendo una sala de baile… creo que se llama… "Liberty Grove and Hall"… ¿no es así?"
—Sí, así es.
"Pues sólo tienes que ir hacia allá y entrar en el recinto. No te preocupes, no habrá nadie que te impida la entrada. Hoy no trabajan. Cuando llegues hablaremos", me comentó animadamente como si estuviésemos cerrando un trato de trabajo, y no mi propia existencia. "No hace falta decir que cuanto antes estés allí, antes acabará todo. Y te rogaría que esto quedase entre tú y yo, Bella. Así nadie más saldrá herido".
—No pensaba hacerlo—le tranquilicé.
Quería colgarme pero yo tenía una última duda.
— ¿Podré fiarme de tu palabra? ¿Cómo sé que no le harás daño a Dawn cuando acabes conmigo?
Oí un resoplido de impaciencia.
"No me interesan los pequeños entremeses cuando tengo el plato principal a la mesa".
Antes de colgarle, algo se me cruzó por la mente.
—Creo que te he entendido mal pero, ¿has llamado humanos a la pareja que has matado?—esperaba que no me confirmase que él no lo era… Esto rayaba lo absurdo… pero, como no todo el mundo se encontraba a manos de un psicópata, todo era factible en este mundo.
"Extraño", masculló. "Entonces, ella te ha mantenido al margen de todo… Bueno, no importa. Pronto lo sabrás. Te espero con impaciencia, Bella… Y un último detalle… ¡El gato estaba delicioso!".
Colgó.
La vida es una extraña ruleta de la suerte.
Ahora mismo, en estas pocas horas, sólo contaba con una certeza: "¡Voy a morir!"
Cuando yo estaba suplicando a todas las deidades que me desterrasen de este mundo, fui condenada a arrastrarme a lo largo de éste, sobreviviendo con un mínimo halito de vida. Sobrevivir más que vivir.
Y ahora, que resurgía como un débil tallo de la tierra por la primavera, iba a ser arrancada sin piedad.
Aun así, no temo a la muerte. Sólo lamento pequeñas cosas que no he podido realizar. Pero no me voy incompleta, en absoluto.
A pesar que mi hilo es corto, he vivido intensamente. Aquiles ya lo había dicho. Quizás mis proezas no serían cantadas ni alabadas a lo largo de los siglos.
Pero puedo decir que he amado hasta los mismísimos límites del amor, y añadir, con orgullo, que he sido correspondida.
Ni yo misma puedo creer en el gran don que se me ha concedido.
A pesar que el dolor ha sido aun mayor, no cambiaría por nada aquellos meses.
Además iba a morir por alguien a quien amaba. ¿No hay mayor sacrificio que aquel?
Siempre había entendido que Eros y Tanatos iban de la mano. Yo no haría que esto fuese una excepción en mi caso.
El mundo es un gran teatro donde se representa una función. Algunos actores no llegan al primer acto…, otro viene a sustituirle… Un actor no es importante, pero ha aportado su papel en aquella obra.
Y cuando uno de ellos desaparece, se suele decir: "Es una lástima, ¡pero el espectáculo debe continuar!".
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