—Isabella, baja al comedor—a duras penas, Elizabeth se podía contener las risas—. Ya sabemos el carácter tan pasional del señor Black. Alguien tenía que darle su merecido. Y si es una mujer, aprenderá más pronto la lección.
Mi cabeza continuaba dentro de mis piernas y no me atrevía a sacarla de allí. Mis mejillas estaban rojas y acaloradas y mis ojos rojos, a consecuencia de las lágrimas. Ya no sabía si era por la rabia, la vergüenza o de euforia.
—Te he dejado en ridículo—suspiré en cuanto me atreví a mirarla a la cara. Ella simulaba una sonrisa.
—No te preocupes—me acarició el pelo—. En las grandes fiestas, siempre hay algún contratiempo. Y me preguntaba cuando prepararías alguna de las tuyas—volví a esconder la cabeza entre las piernas—. Aún recuerdo, en el cumpleaños de Mike Newton, cuando te caíste encima de la mesa y rompiste una vajilla de porcelana china…
— ¡Vale!—alcé la mano para que no continuase. Cualquiera diría que la mala suerte y yo nos aliábamos para las grandes ocasiones…—. ¡Oh, Dios! ¡Qué vergüenza!—noté como mi cara subía de temperatura corporal, síntoma de que me estaba ruborizando—. Y mi madre pretendía hacer de mí una gran dama… y los grandes eventos rehuyen de mí. Creo que el destino no le ha dado la hija adecuada.
Elizabeth me respondió con el silencio, entrelazando sus dedos con los míos. Mala señal. Eso significaba que me tenía que decir algo que no me gustaría demasiado.
Elevé el rostro para mirarle a los ojos y ésta me sostuvo la mirada sin parpadear.
—Creo que cuanto antes lo sueltes, será lo mejor—la animé para que me contará porque estaba tan inquieta. Un ligero temblor de sus dedos hacía que los míos se moviesen con cierto nerviosismo. Me mordí los labios. ¿Tendría algo que ver con la llamada que le había tenido ocupada durante más de una hora?
Cuando conseguí arrancar la lengua del paladar, ella habló primero. Parecía molesta.
—Tu madre y Phil acaban de llegar. Quieren verte—soltó rápidamente en un siseo. Si no hubiera estado tan pendiente de sus palabras, no la hubiese entendido.
Me quedé en el sitio sin saber que decir.
—Isabella, sé que esto no es plato de buen gusto, pero creo que deberías saludarlos. Aunque sólo sea por ser correcta.
— ¿Correcta?—inquirí con sarcasmo en mi voz—. Creo que he sido demasiado correcta con ellos durante mucho tiempo. Si ellos hubieran sido la mitad de… correctos…—no había otra palabra para expresar los sentimientos que experimentaba hacia mi madre—las cosas hubieran sido muy distintos.
—Sé que ellos no se han portado como han debido—coincidió conmigo—. Pero, al fin y al cabo, es tu madre y tu padrastro. Son hijos de su época y creo que muy en el fondo, o más bien quiero creer, que algo de todo el mal que te han hecho, era por tu bien…
—Si tú dices que mi bien era ver como mi padrastro se gastaba el dinero de mi padre ante la pasividad de mi madre, intentar quitarme mi herencia casándome con un indeseable para sacar el máximo provecho de su fortuna y vivir a costa de mí, mientras yo me quedaba en mi casa aburriéndome, alumbrando un hijo por año, convirtiéndome en una vieja prematura, gorda y amargada…
—Tienes demasiado carácter—se pudo permitir el lujo de reírse—. A veces pienso que vas cien años adelantada a tu tiempo. La gente no puede correr tan deprisa como tú.
Suspiré.
— ¿La única solución para esto es decirme que tenía que haber nacido cien años después? —inquirí con mofa. Esto no era lo más ingenioso que se le había ocurrido a Elizabeth.
—Digo que dentro de cien años, verás esto de otra manera—me corrigió—. Y hasta puede que te rías con todo esto.
— ¿Cien años?—me reí entre dientes.
Esbozó una sonrisa triste y me atrajo hacia ella con ternura. Después me abrazó con una fuerza inusitada. Como si temiese por mí.
—Te voy a echar mucho de menos—me susurró al oído con voz musical—. Espero que siempre nos recuerdes y que si alguna vez me pasase algo a mí, tú cuidarás de Dawn hasta que pueda valerse por sí misma.
Tragué saliva. No podía imaginarme un mundo sin Elizabeth, pero intenté que mis temores no se manifestasen.
—Sabes que yo lo haré—le prometí, para luego reírme tontamente—. Pero creo que tú vas a vivir mucho más que yo, seguro. No es que tenga mucha suerte y…
—Sólo quiero que me lo prometas—estaba hablando en serio.
—Lo prometo—susurré.
—Gracias—me sonrió.
Me iba a reír de sus temores, pero un escalofrío recorrió mi espalda y fui consciente de la realidad de sus palabras. No podía decirla: "No, tranquila. Yo me voy a quedar con vosotras para siempre y tú vas a vivir cien años". Había algo en mi subconsciente que me indicaba que me empezase a preparar para decir adiós. Se me revolvió el estomago. Había tenido esa sensación cuando… la había tenido hacía mucho tiempo, y nunca presagiaba nada bueno.
—Tiemblas—me dijo. Lo estaba afirmando.
—Hace frío—le mentí.
Cogió el abrigo y me lo puso por encima de los hombros. Me volvió a coger en su regazo.
—No tengas miedo—me pidió con seguridad.
— ¿Debo tenerlo?—hice torpes esfuerzos para que la voz no se me quebrase, pero Elizabeth captó hasta la última nota de ese extraño terror que me empezaba a embargar.
—Tú, no—me aseguró—. Todo va a salir bien. Y es lo mejor. Dentro de poco, todo será como debió haber sido.
—Dentro de poco—repetí sus palabras.
Entonces lo comprendí todo. Pasase lo que pasase, mi hilo de la vida ahora estaba en manos de las parcas y todo se había escrito. Y por el tono de voz de Elizabeth, no me quedaba mucho tiempo. Hubiera apostado mi alma al diablo por saber lo que se le pasaba por la mente. Y me olía en la nariz, que tenía algo que ver con la llamada que la había tenido tan ocupada durante más de una hora. ¿Qué había pasado para que las cosas hubiesen cambiado tanto?
Tenía tantas preguntas en mente, pero ninguna se atrevió a materializarse.
La tranquila sonrisa de Elizabeth era un perfecto indicador de que no iba a pasar nada malo.
Apreté los puños con ansiedad y estuve varios segundos aguantando la respiración. Era demasiado precipitado para mentalizarse que en tres días todo mi mundo cambiaría de una forma trascendental.
Elizabeth me acarició las mejillas.
—Aunque no lo sepas estás preparada para esto—me animó—. Es duro cambiar, pero siempre has tenido capacidad para adaptarte. Eres una de las personas más valientes que conozco.
Yo conocía a una persona más valiente que yo y era la que, en este instante, me tenía sobre su regazo. A pesar de todo, ella tenía que estar orgullosa de todo lo que había conseguido.
— ¿Entonces quieres que vea a mis padres para…?
—Para ver si puedes sacar algo positivo. Quiero que cuando te vayas, lo hagas con buenos recuerdos. E intentar arreglar las cosas con tus padres, es algo que te servirá para evolucionar. O por lo menos, intentarlo.
Suspiré a mi pesar.
—Está bien—me resigné—. Bajemos abajo y seamos hipócritas saludando con educación a todo el mundo—me puse en pie y Elizabeth me agarró del brazo.
—Te prometo que si se pasan de la raya, cortaré de inmediato—cruzó los dedos—. Pero tienes que comportarte—me recordó.
—Vale—puse los ojos en blanco mientras bajábamos las escaleras y poco a poco fui visualizando a unas cuantas figuras en al final de ésta.
Tuve que admitir que estaba más nerviosa de lo que quería admitir, al encontrarme frente a frente con mi madre después de casi cinco años sin saber la una de la otra.
En cuanto me vio, ella también me empezó a ojear examinándome cada uno de mis cambios. No parecía muy contenta, porque chasqueó la lengua y frunció el ceño.
—Parece que el tiempo y Europa te han tratado bien—admitió—. Estás muy… hermosa.
—Gracias—después de todas las desavenencias entre nosotras, no me esperaba encontrarme a una Reneé con los brazos abiertos y dispuesta a cubrirme de besos. Aun así, me escoció levemente su desdén hacia mi aspecto físico. Me hacía sentir como si yo hubiese sido un patito feo.
—Veo que el tiempo tampoco ha pasado para usted, señora Dwyer—decidí enterrar el hacha de guerra a medias.
Me dedicó una sonrisa desdeñosa.
—Bueno, ya sabe, señora McCarty, que el secreto para una belleza radiante sólo consta de tres cosas fundamentales para las mujeres: el deseo de complacer a su marido, una vida reposada y tranquila y lo más importante… mucho dinero.
Dado que en lo esencial, mi madre no había cambiado demasiado, estudié disimuladamente su físico.
Había engordado considerablemente, aunque afortunadamente para ella, todo su exceso se había acumulado en el pecho y las caderas, haciendo de ella una mujer voluptuosa y atractiva para los hombres.
Se había cortado y amoldado el pelo acorde con los cánones de la moda y su vestido de tirantes dorado hasta el bajo de la rodilla y con numerosos flecos, me hacían señalar que se amoldaba a los tiempos perfectamente.
—Hablando de señora McCarty, no he tenido el gusto de encontrarme con su esposo. ¿Dónde se encuentra y por qué ha ido tan poco cortes de no acompañarla en esta noche?—me replicó malévolamente. Sabía perfectamente que yo estaba a punto de pedir el divorcio a Emmett.
Suspiré. No había manera de arreglar las cosas con Reneé.
—Usted sabe perfectamente porque esta noche no está aquí—siseé.
— ¡Oh, cielos! ¿Es cierto lo que se oye por toda la ciudad?—fingió sorprenderse e indignarse—. ¡Pobre señora McCarty! ¡Con lo feliz que parecían estar juntos y mira por donde! Y no me dirá que buenas personas le desaconsejaron ese matrimonio. Todos sabíamos el carácter aventurero del señor McCarty y de lo que ocurriría después. Pero la señora McCarty demostró ser una chica muy testaruda y sin hacer caso a los buenos consejos que le prodigaban las personas que querían su bien, hizo tan desafortunado matrimonio—suspiró exageradamente—y ahora está como está. Siendo tratada al igual que todas aquellas mujeres de vida fácil que…
—La felicidad del señor McCarty es mi felicidad, señora Dwyer—la corté antes de que dijese alguna tontería y yo, sin poderme controlar, cometiese otra tontería a lo largo de la noche—. Si hubiese seguido los consejos de aquellas personas que querían mi bien, seguramente en este instante, sería una mujer increíblemente infeliz, esclava de un hombre egocéntrico y falto de inteligencia y modales, sin poder acceder a mi fortuna, con cinco hijos a los que no querría absolutamente nada y en este momento, esperando un sexto—hice la observación fijándome en Mike Newton y su mujer, Jessica, probablemente embarazada de seis meses, bastante afligida y llorosa, mientras su flamante marido, la llenaba de insultos y la increpaba en público.
— ¡Joder, no me hagas quedar mal, Jessica!—le gritaba llenándola de insultos—. ¡Ya que por lo menos tengo que lucir una esposa fea, gorda, hinchada y borracha, por lo menos haz el favor de comportare, foca!
Jessica no se quedaba atrás.
— ¡Pues si yo soy una vaca, creo que no es sólo culpa mía!—se defendía con voz gangosa y pesada. Como si hubiera estado bebiendo—. ¡Para llegar al estado en el que estoy, hacen falta dos personas! ¡No sé quién de los dos es más estúpido! ¡Y en cuanto a mis estados de embriaguez! ¡Cómo no estarlo, si tienes una destilería ilegal en tu casa!
— ¡Cállate, Jessica! ¡Estamos en la casa de una juez!
— ¡Pues que se entere!—vociferó—. ¡Espero que te metan en la cárcel y no salgas en todo lo que te quede de vida! ¡A ti y a tu zorra! ¡Qué sé que te acuestas con Lauren Mallory!
— ¿Y que si me acuesto con ella?—protestó—. ¡Es muchísimo más dinámica y entretenida que tú!
— ¡Te juro que…!
— ¡Tú no puedes hacerme nada, puta!—le avisó—. ¡Tú no eres nadie!
Solté un suspiro de alivio, al saber de lo que me había librado por no haberme casado con Mike Newton.
Verle con sus aires estirados, su fino y rubio bigote y sus ojos azules con matices metálicos y fríos fijos en cualquier zona de la anatomía de una mujer bonita menos en su cara, me hacía reprimir las nauseas poniendo todos mis esfuerzos por tal proeza. Pero más tristeza me producía ver a Jessica llorosa y ebria, apenas simulando un toque de elegancia bajo su vestido gris plateado ajustado para su estado, mordiéndose la lengua mientras Mike bromeaba con Sam Uley y pellizcaba el trasero a una de sus acompañantes.
Mi madre no le dio importancia.
—Todo el mundo sabe que la señora Newton es una borracha—comentaba como si estuviese hablando de su próximo bebé. Luego se dirigió a Elizabeth—. De todas formas, señora Masen, siendo una juez muy respetable, no sé cómo no la detiene y le mete en prisión. Está cometiendo un crimen contra la enmienda número dieciocho de la constitución. ¡Y en su propia casa!
Elizabeth se limitó a negar.
—Me temo que si meto en la cárcel a la señora Newton no servirá para nada—miró con pesar a Jessica mientras ésta balbuceaba y protestaba por no haber en disposición una botella de licor fuerte—. Está enferma y una celda no es lugar para ella. Y creo que el negocio del señor Newton no es lo más conveniente para su esposa.
— ¡Claro! ¡Si una mujer se pervierte, la culpa la tienen los hombres! Es tan fácil culparnos de todo, ellas que van de feministas y en el fondo no hacen más que reconocer su debilidad respecto a nosotros—una voz masculina con aires arrogantes interrumpió a Elizabeth y al intentar hacerme a la idea de quién podría tratarse, se acercó a Reneé y le puso el brazo por la cintura.
Reprimí una mueca de asco. Debí imaginarme que si mi madre estaba aquí, mi padrastro no andaría muy lejos. Reprimí una risotada al ver su patético rostro delgado y astuto con sus ojos saltones y recelosos remarcado con un ridículo bigote rubio y fino. Pero aquel no era el lugar para una batalla dialéctica que podría desembocar en algo más vergonzoso.
—Señor Dwyer—le saludé lo más cordial que mi ardor de estomago me permitió.
Su sonrisa se borró de la cara y me sometí al escrutinio de la mirada quedándome atrapada en ésta. Arrugó los labios con desaprobación.
— ¿Así que tenemos que decir que la hija prodiga ha vuelto?—un brillo en su mirada me hizo ponerme en alerta de que las intenciones de Phil no eran muy apropiadas.
Reneé lo comprendió así y le cortó de inmediato:
—Querido, ya sabes que la señora McCarty nos dijo hace cinco años que no quería tener ninguna relación con nosotros—su aviso era muy claro: "Ni se te ocurra acercarte a mi hija", aunque no se debiese al amor de madre sino a su orgullo de mujer herida. No podría soportar que su marido la abandonase por su hija.
Por supuesto que yo no pondría nada de mi parte por ello. Y Phil no me aguantaría. Si no pudo conmigo cuando tenía dieciséis años, ¿qué posibilidades tendría ahora que yo era independiente y estaba a punto de cumplir veintidós años?
Aun así no desaprovechó la oportunidad para intentar herirme.
—Pues al parecer en Europa sí se hacen milagros—se pellizcó el labio inferior—. Una zorrita frígida, contestona y bastante insípida, va cinco años a Paris y vuelve convertida en una puta de lujo. Reneé—se dirigió a mi madre—, creo que mi próximo regalo será una instancia en Paris. A ver si aprendes de tu hija y me ayudas un poco con mis socios. Últimamente te estás descuidando mucho—le pellizcó en el culo
Reneé le miró como si le quisiese matar, pero como siempre ocurría, se calló sumisamente ante los comentarios soeces de Phil a su hija. Elizabeth no lo hizo.
—Señor Dwyer, creo que no es de muy buen gusto echar piropos—por las arrugas de su rostro comprendí que no sabía que palabra emplear para ella misma no ser soez—a su hijastra, estando su mujer de cuerpo presente.
Phil lanzó una mirada asesina a Elizabeth.
—Señora Masen, si su marido ni su hijo le educaron bien y no le recordaron que su papel en la vida era abrirse de piernas y mantenerse sumisa no es mi problema. Pero sí lo es que usted, precisamente, me diga como tengo que hablar a mi mujer y a mí… y a la señora McCarty. Antes de mirar la paja en el ojo ajeno, quítese la viga del suyo. Y si su trabajo de juez con el de madre no le abarca suficientes horas, siempre puede buscar algún hombre rico con el que encandilarle con mi hijastra y su preciosa niña, y por las noches la mantenga con la boca cerrada. Si tuviese una polla metida en la boca, no tendría tiempo para darme sermones de cómo llevar a la rebelión a las mujeres. Creo que ya es bastante malo que os dejen votar.
En aquel momento no supe donde meterme. Miraba al suelo mientras apretaba y aflojaba los puños para mantenerme controlada. No podía permitir otro escándalo.
Al mirar a Elizabeth, me quedé sorprendida. Pensaba verla furiosa, enrojecida por la vergüenza y la ira y cogiendo aire para prepararse a dar un grito y echar a Phil a la calle sin contemplaciones; pero no verla tranquila y con el rostro completamente inexpresivo.
—Perdóneme, señor Dwyer—se disculpó Elizabeth modestamente. Incluso llegó a bajar la mirada—. Tiene usted razón. En su casa tratará a su mujer como le convenga.
Estuve a punto de gritarle que era lo que le ocurría, pero al ver que una sonrisa irónica asomaba por la comisura de sus labios, comprendí que no se iba a vengar de Phil de una forma vulgar como él había hecho.
—Tío Phil, tía Reneé—una voz femenina muy parecida a la mía interrumpió nuestra tormentosa reunión. Reneé se giró y sonrió a alguien con ternura. Al fijar los ojos en la persona a quien Reneé abrazaba y daba un beso en la frente a la misma chica que me había mirado mal después del bochornoso espectáculo con Jacob.
Reneé le dijo algo al oído y ella sonrió para girar la cabeza hacia mi dirección y su sonrisa quedarse estática en sus gruesos labios.
Me quedé inmóvil mientras ésta me taladraba con la mirada y me preguntaba qué era lo que le había hecho. Algo en sus rasgos me parecía muy familiar.
Reneé pronto me sacó de dudas.
—Mi querida Nessie, supongo que no conocerás a Isabella McCarty, ¿verdad?—nos presentó teatralmente.
—Nos hemos visto antes—parecía que me quería escupir.
Y al observarla, caí en la cuenta de quien se trataba.
Charlie me había hablado de un hermano suyo que se fue a vivir a Edimburgo y se casó con una heredera increíblemente rica, y al cabo de un tiempo tuvieron una hija. Mi prima Nessie.
Nunca nos habíamos visto, ya que no surgió la ocasión. Charlie siempre prometía llevarme un año a Escocia para conocer a mis tíos y a mi prima, pero todo quedó en un saco roto, y yo tenía que hacerme a la idea que en la otra parte del mundo había una persona, aproximadamente de mi edad, que tenía el mismo apellido que yo y con la que compartíamos abuelos paternos.
Edward me había prometido que después de la boda, iríamos a Gran Bretaña para conocer a mi familia. El gesto era encantador pero tenía que darle collejas para que no se riese por el ridículo nombre que le habían puesto a mi prima.
"Si ahora tendré yo la culpa de que tu prima se llame igual que el monstruo del lago Ness".
Posiblemente, el nombre sería el de un monstruo, pero no le acompañaba para nada su aspecto. Me quedé boquiabierta. Era muy guapa y diametralmente opuesta a mí.
Ambas teníamos la misma altura y la misma constitución delgada, así como la piel blanca y los ojos muy grandes color café rodeado de largas pestañas.
Pero hasta aquí llegaban nuestras semejanzas, ya que ella era una imitación a las hadas que abundaban en los cuentos de Dawn. Y, sobre todo, era la combinación de gracia y elegancia personificada.
Posiblemente si sus labios no tuviesen esa expresión desdeñosa hacia mí, sería mucho más hermosa. Pero ella seguía allí, jugueteando nerviosamente con su tirabuzón color cobrizo —sutilmente más oscuro que el pelo de Elizabeth— y su impresión sobre mi persona no era la mejor.
Descubrí horrorizada en su vestido y tuve que confesar que mi traje en su cuerpo le quedaba mil veces mejor que a mí. Aunque el suyo era verde contrastando con el azul que colgaba en mi cuerpo como una percha.
"¡Oh, tierra trágame!", empezaba a pensar que esto era una broma. Estuve a punto de echarme un vaso de limonada para tener la excusa de poder cambiarme de vestido… O echárselo a ella. Yo lo había visto antes. Me estaba comportando muy infantil, pero no podía evitarlo. Para una noche que me sentía hermosa, tenía que venir una prima a la que no había visto nunca —una prima mil veces más hermosa que yo— y arrebatarme mis escasas horas de triunfo. Elizabeth tenía razón en una cosa. Mi vestido —nuestro vestido— estaría en la boca de todas las chismosas de la ciudad. Y, sobre todo, cuando las primas siamesas —creo que así se denominaban a aquellos hermanos gemelos que nacían unidos por alguna parte de su cuerpo— Swan aparecían con el mismo modelo en distinto color. Mantuve una sonrisa muy tonta en mi boca.
Ella me miró haciéndome un análisis completo, intentando ver algún defecto de mi cuerpo que le diese alguna ventaja para lucirlo mejor que yo. No quería darle la satisfacción de que ella ya había ganado esta batalla.
—Vaya—murmuró con retintín—. Parece ser que a pesar de estar tan lejos la una de la otra, tenemos una telepatía especial—asentí lentamente—. Sobre todo en lo que se refiere a ropa y hombres—escupió lo último.
"¿Hombres?", me gustaría saber que había querido decir con eso.
Con una divertida sorpresa, descubrí que ella también tenía un vaso de limonada previsto para que su contenido cayese por un intencionado accidente sobre mi vestido.
—Encantada, señorita Swan—se presentó Elizabeth intentando romper la tensión.
Había captado el mensaje. Nada de tirar limonada sobre el vestido de la otra. Pero la noche era muy larga y aun podían suceder muchas cosas.
—Encantada, señora Masen—contestó con voz angelical sin que saliese a translucir su inexplicable rabia hacia mí.
— ¿Cuánto tiempo lleva en Chicago y cuanto se quedará?
—Una semana y por lo menos me quedaré todo el verano—explicó Nessie con una sonrisa radiante—. Estoy encantada con esta ciudad. Cuando salí de Edimburgo estaba muy asustada, pero todo el mundo me ha tratado como si estuviese en mi propia casa. No me puedo quejar de nada.
—Nessie está prometida a Lord Williams, un importante noble inglés y está aprovechando su último año de soltería—nos explicó Reneé tan entusiasmada como si se tratase de su propia hija—. En primavera se casará y será dueña de una cuarta parte del condado de Princetown.
— ¿Cómo no invitar a la prima Nessie a Chicago?—inquirí sarcástica. Si Nessie no hubiese sido una rica heredera, Reneé no se hubiese acordado de ella. Y más tratándose de mi prima por parte de padre.
—Mi tía Reneé no podía haber sido mejor anfitriona—defendió Nessie—. Y he conocido a mucha gente que me han hecho sentir como una más. Los señores Black, los Newton, los Stanley. No tengo queja ninguna.
—Desde luego, ha sido presentada a lo mejor de la sociedad—corroboró Elizabeth. Intuí en su voz cierto sarcasmo que Nessie no detectó.
—Nessie es encantadora—Reneé tampoco detectó la ironía de las palabras de Elizabeth—. Es bonita, rica, educada y respeta a sus mayores. Puede alardear de haberse educado en los mejores colegios de Escocia e Inglaterra sin tener que alardear de feminista—una clara alusión a mí—. Se ha convertido en la hija que siempre quise tener—suspiró.
Intenté tragarme el insulto y dibujé una sonrisa en mis labios. Reneé tenía razón. Nessie era el prototipo de hija perfecta para ella. Muy hermosa, callada, obediente, con un pretendiente con título y muy rica. Desde luego, era mejor escaparate que su rebelde y nada agraciada hija.
Elizabeth torció levemente la boca esperando que de mis labios saliese un aluvión de insultos y verdades soltados de sopetón a mi madre, pero me quedé muda. Ya aprovecharía alguna ocasión.
—Me han dicho, señora Masen, que usted es juez—continuó Nessie ignorando a su tía.
—Así es.
— ¿Y ha tenido tiempo de educar a dos hijos?—preguntó sin malicia. Parecía que estaba asombrada.
—En realidad a tres—me pasó el brazo por mis hombros—. Yo soy la madrina de Isabella. Hasta los seis años la estuve educando y al regresar a Chicago, he seguido cuidando de ella. Su padre Charlie era un gran amigo mío y me alegro de poder decir, que su hija se parece demasiado a él.
—La señora Masen es mi madre en todos los sentidos, menos en el lazo de parentesco, claro—por fin lancé mi puñalada.
—Isabella—me reprobó Elizabeth, pero mi paciencia se estaba desbordando y no sabía cuánto iba a durar aquella reunión.
Necesitaba salir a que me diese el aire de inmediato.
Por suerte, alguien me tiró del vestido y al bajar la mirada, me encontré con la pequeña Dawn. Aquello me serviría para desviarme de la fiesta.
—Bella, Arthur ya no quiere que le pegué más—protestó lastimeramente.
La cogí de la mano con cariño.
— ¿Te gustaría ir a jugar al jardín conmigo?—le sugerí—. Dentro de poco van a lanzar los fuegos ratifícales.
Asintió feliz.
—Elizabeth, tengo que felicitarte—comentó Reneé con cinismo—. Es una niña preciosa. Aunque no le veo ningún parecido a su marido ni a usted. Me podría aventurar a decir que es idéntica a su hermano mayor.
No era un comentario, en absoluto, inocente, ya que Reneé siempre había difundido que Dawn era la nieta de Elizabeth. Y sacar conclusiones sobre el parecido entre Dawn y Edward era su manera de demostrarlo.
—Son hermanos—intervino Nessie—. Creo que tiene que haber algún parecido entre ellos—después sonrió a Dawn—. Tu hermano debió ser muy guapo, ¿verdad? Tú eres una muñeca.
Nessie intentó hacerle una carantoña pero Dawn se alejó, pegándose más a mi vestido.
—Mi hermano es el chico más guapo del mundo. Pero no te quiere a ti. Él quiere a Isabella.
Mis mejillas se acaloraron y sentí como la congoja se acumulaba en mi pecho. Tendría que decirle a Dawn que parase el juego. Me hacía daño y se lo estaba haciendo a ella. Esto iba más lejos de todos los amigos imaginarios.
"Él quiere a Isabella", no entendía aquella manía que tenía de hablar en presente de Edward. Después de la fiesta, hablaría con Elizabeth para que le diese un toque de atención.
Por lo menos Reneé, Phil y Nessie no se dieron cuenta del cambio de tiempo del verbo.
Nessie se tomaba el comentario de Dawn en broma.
—Pobrecilla—se rió tontamente—. Le debe echar tanto de menos. Pero no te preocupes, él debe estar en un lugar mucho mejor y te vigilará siempre.
Dawn la iba a contestar pero Elizabeth intervino.
—Dawn, creo que los señores Dywer no quieren oír tus historias—la regañó severamente, pero sus ojos brillaban cautelosos. Como si Dawn y ella compartiesen un secreto y no confiase en ella para guardarlo.
—A mí me gustan tus historias—Nessie intentaba ser amable con ella.
— ¿Por qué te han puesto el mismo nombre que a una serpiente marina?—preguntó Dawn a quemarropa.
Por un momento sentí como las mejillas de mi prima se teñían de color rojizo y empezaba a respirar profundamente.
—Cariño, no debes ridiculizar el nombre de las personas—le volvió a regañar su madre.
A Nessie se le quebró una sonrisa en la boca.
—Ha sido un placer, señora Masen. Si me disculpa, la señorita Mallory, la señora Newton y la señora Crowley me han invitado a un juego y está a punto de empezar. Encantada—sin dirigir una palabra a Dawn ni a mí, se separó de nosotros y se perdió entre la multitud.
Phil también decidió salir de aquella embarazosa reunión.
—Tengo unos negocios pendientes—se disculpó y se fue al grupo donde se encontraban Jacob, Sam Uley y su cuadrilla de proyecto de matones.
—Bien—carraspeó Elizabeth—. Creo que ya es hora de que vaya atendiendo al resto de los invitados. Señora Dwyer, ¿me acompaña esta noche?—le ofreció el brazo a modo de invitación, aunque Reneé lo rehusó.
—Puede que sea una mujer de un mafioso, juez Masen, pero por lo menos yo no voy alardeando de falsa moral—y antes de que Elizabeth pudiese decir una sola palabra, se perdió entre la multitud.
Elizabeth se encogió de hombros y se puso a hablar con Robert Finne, el fiscal, que me dedicó una sonrisa radiante.
Dawn subió deprisa por las escaleras y decidí seguirla. Quería hablar con ella para que dejase de decirme esas cosas. Sus infantiles pies eran muy rápidos y cuando llegué arriba, perdí su rastro.
A pesar de encontrarnos a finales de junio, el frío del ambiente se me pegó a la piel y me abracé mi cuerpo. Un vaho que salía de mi boca, me decía la temperatura a la que me debía encontrar. Y la oscuridad invadía toda la planta de arriba.
Me sobresalté cuando oí un ruido de un cristal rompiéndose. Podría tratarse de Dawn. Procedía de la habitación de invitados.
Aligeré hacia la habitación de invitados y abrí la puerta de sopetón.
—Dawn creo que tenemos que hablar—solté sin pensármelo dos veces, pensando que ella se encontraría allí.
Lo que no me esperaba en absoluto, era oír gritos de terror. Abrí los ojos, asustada, y por un acto reflejo encendí la luz.
— ¡El espíritu se ha manifestado!—reconocí el chillido estridente de Jessica Newton.
— ¡Aquí no ha habido ninguna manifestación sobrenatural!—la voz de Lauren Mallory sonaba fastidiada—. ¡Ha sido una maldita aguafiestas la que ha arruinado todo!
A medida que mis ojos se hacían a la luz, empecé a inspeccionar la habitación y a quienes la ocupaban.
Ángela estaba sentada en el suelo junto al círculo que formaban cinco o seis mujeres más. Todas jóvenes y entre ellas reconocí a mi prima Nessie, que nada más encontrarme conmigo, bajó la mirada de forma molesta e iracunda. Yo misma desvié mis ojos de la atención y descubrí que en el centro del círculo, había una tabla de madera con las letras del alfabeto y los números del uno al diez. En cada uno de los extremos había unas palabras que leí como: yes, no, hello y bye.
Había oído que la Oui-ja se había convertido en un juego social bastante arraigado, incluso cuando me encontraba en Paris, Jack se ofreció a llevarme a los sitios donde se celebraba. Por lo que había entendido, la finalidad del juego era la de poder contactar con aquellos seres que ya habían fallecido y sus espíritus se intentaban comunicar con los vivos. Se había puesto de moda debido a las mujeres que buscaban a maridos e hijos muertos en la guerra.
Estuve tentada de participar en alguna de ellas, pero el precio era abusivo y, en el fondo, no creía que esto me fuese de gran ayuda. Si Edward se hubiese querido comunicar de alguna manera conmigo, no hubiera sido aquella.
Vagamente, en mi subconsciente y en mis sueños, se me aparecía la imagen de un Edward hermosísimo y temible, pálido como un rayo de luna y unos ojos borgoñas brillantes y estremecedores. Aquella ilusión me hizo reír. Yo había estado muy enferma con la gripe y sólo había tenido una alucinación. Aunque me hubiera gustado saber qué clase de alucinación me dejaba marcas en las muñecas. Racionalicé todo aquello. Había sido un aterrador, pero hermoso sueño.
—Lo siento—me disculpé cuando comprendí que había roto la sintonía entre el mundo humano y el espiritual—. Escuché ruidos y pensé que…
—No podía ser más inoportuna—refunfuñó Lauren Mallory—. Supongo que será inútil preguntarla si quiere participar.
Pude ver como Nessie suspiraba airada y se mordía el labio inferior mientras bajaba la cabeza. No me quería aquí.
—Yo ya me iba—comentó Ángela—. Creo que nunca debí haber hecho esto—se levantó y se puso a mi lado.
— ¿Tiene miedo señora Crowley?—le retó Lauren malévolamente.
—Sí—confesó ésta avergonzada.
—Sólo es un juego—se rió despreciativamente.
—Puede que lo de la Oui-ja sea un juego, pero a mí no me gustaría estar en su lugar si la anfitriona de la casa descubriese que invitáis a los espíritus a un trago de Martini—le avisé de buenas maneras al ver cuatro o cinco botellas de Martini y una copa por cada comensal, con la excepción de Nessie y Ángela—. Eso es delito con penas de cárcel, ¿lo sabías?
Lauren y el resto de las convidadas empezaron a reírse. Extrañamente, Jessica no lo hizo y miró a Lauren con odio.
Nessie suspiró y se levantó para salir de aquella sala. Intuía que el asunto pasaba a mayores y ella no quería tener líos. Supuse que era para cuidar su reputación con su Lord inglés y que si había escándalo, aquello no le repercutiese.
Salió rozándome y sin decirme una sola palabra.
Jessica, temblorosa, cogió una de las botellas y se sirvió una copa. Se la bebió de un trago y se dispuso a servirse otra.
—Jessica, esto no es bueno para el bebé—la detuve agarrándola de la muñeca.
— ¡Me importa una mierda el bebé!—gritó zarandeándome y librándose de mí—. Tengo tres hijos más. Y seguramente me tocará cuidar de los bastardos que esa zorra—señaló a Lauren con el dedo mientras ésta borraba la sonrisa de la cara y respiraba con furia—dará a mi marido. Aunque creo que tendrá un gran dilema porque ella nunca sabrá si son hijos de Mike o de Tyler.
—Jessica, creo que no te encuentras bien. Deberías descansar—Ashley Whiteman intentó tomar una posición conciliadora.
Jessica la empujó derramando sobre su vestido rosa algunas gotas de Martini.
—Yo no necesito descansar. Sólo un par de copas más—rogó patéticamente mientras apuraba su segunda copa de Martini en lo que yo llevaba en la sala.
El espectáculo de ver a Jessica ebria, totalmente despeinada y sucia, suplicando de rodillas que le diesen una copa mientras se convertía en el hazmerreír de todas aquellas hipócritas y sofisticadas señoras y señoritas de grandes fortunas y maridos con grandes negocios, era algo que me revolvía el estomago. No sentía ninguna simpatía por ella, siempre me había despreciado por no ser una gran dama según sus principios y la forma de casarse con Mike Newton había sido bastante indigna. Aun así, no se merecía todo lo que le estaba ocurriendo y que su marido y la amante de éste, la hubiesen incitado a convertirse en una bebedora asidua.
Por un momento, me imaginé que aquella hubiera podido ser yo. Eso podría haber sido mi futuro si yo no hubiese tenido las agallas de rebelarme y no hubiera estado respaldada por Elizabeth y Emmett. Me preguntaba si yo hubiera acabado como Jessica.
La respuesta era rotunda. No. De haberme casado con Mike Newton, no hubiera permitido que me tocase lo más mínimo. Antes me hubiera abierto las muñecas y dejado morir para que él no pudiese hacerme daño.
Me volví hacia Lauren bastante enfadada.
— ¿De dónde habéis sacado las botellas de Martini?—volví a preguntarle.
— ¿Qué? ¿Acaso quieres una?—me preguntó burlona.
—La muy puta se ha abierto de piernas y mi marido le ha regalado una caja de Martini y whisky de doce años—me informó Jessica ante la estupefacción de Lauren—. La verdad que ponerse debajo de un burro jamás fue tan rentable. Le ha regalado todo ese licor, cuando ahora mismo, en la fiesta, se está cobrando la copa por doce dólares…
— ¿Se está vendiendo alcohol en la fiesta?—pregunté anonadada. Aquello estaba prohibido.
— ¡Maldita borracha!—balbuceó Lauren entre dientes mirando a Jessica con odio.
Pero Jessica parecía halagada con todo esto.
—La banda de Uley y la de mi marido han llegado a un acuerdo para repartirse los beneficios que consigan con la venta de bebidas alcohólicas en la fiesta—explicó muy ufana.
— ¿En la casa de una juez?—aquello era peligroso. Elizabeth podría tener problemas legales y su reputación como juez mancharse—. ¿Y el señor Dwyer?—ya me extrañaba que mi padrastro estuviese tan tranquilo y no idease alguna de las suyas. Intentaría sacar tajada y, de paso, humillar a Elizabeth delante de todos los ilustres ciudadanos de Chicago.
— ¡Maldición!—solté mientras salía de la habitación para bajar al comedor.
Alguien me agarró del brazo con fuerza, torciéndomelo, y me obligó a mantenerme en el sitio.
— ¡No nos arruines la fiesta!—chilló Lauren furiosa.
Me encaré con ella.
—No voy a permitir que vayamos a la cárcel por vuestros juegos, Lauren—la avisé y dándole un empujón, me liberé.
— ¡Te he dicho que te quedes quieta!—me gruñó—. ¡Maldita…!
Antes de que terminase, oí un golpe seco, y, al darme la vuelta, vi que Lauren estaba desvanecida en el suelo rodeada de las personas que se encontraban allí mientras que Jessica sonreía con una botella rota en la mano.
—Eso es una forma directa de meterse el alcohol en sangre—se burló.
Como parecía que se iba a tambalear, la sujeté por la cintura y la obligué a andar para irnos de aquella habitación.
—Vamos a ver qué podemos hacer con esto—busqué una habitación para que Jessica pasase dormida el resto de la borrachera.
Pasó de la euforia al decaimiento más absoluto.
— ¡Pensaras que soy patética!—sollozó.
—No, señora Newton, no pienso nada—la contesté ausente mientras buscaba alguna habitación para descargarla.
Aun así me permití darle un consejo personal:
—Aunque sí le recomendaría que dejase de beber. Primero por el bebé—se rió con histerismo—. Y segundo, y aunque parezca una ley absurda, podría parar en la cárcel.
— ¿La cárcel?—se volvió a reír—. ¡He estado cuatro años viviendo un auténtico infierno! ¡Qué me importa la cárcel, señorita Swan! ¡Te aseguro que vivir con ese cerdo de Mike es una condena que sólo los asesinos se merecen! El único crimen que cometí era el de querer casarme bien. Es algo deseable, ¿no?
—Desde luego.
Me miró y me sonrió con sinceridad.
—Al principio te despreciaba—me confesó—. Pensé que eras una tonta por no aprovechar la oportunidad que se te daba por casarte con Mike Newton… Él era un héroe, era rico y apuesto… todo lo que una mujer deseaba. Y tú preferiste despreciarlo todo, y desafiar a toda la sociedad, diciendo que no te casarías. Y huiste, a costa de tu reputación… Y te liberaste. Yo pensé: Isabella Swan es tan estúpida… Pero, ahora tengo que tragarme mis palabras. Tú calaste a mi marido desde el principio…
—No te culpo por elegirlo—le aseguré amistosamente—. Con la educación que recibimos, cualquier muchacha en edad casadera no hubiese dudado en hacerlo con Newton.
—Tú lo tuviste claro desde el principio.
Sonreí a mi pesar.
—He tenido la enorme suerte de haberme topado con algunos hombres extraordinarios para poder hacerme una idea de lo que quería para mí—la confesé—. Siempre he pensado que el mundo era imperfecto, porque estaba gobernado por los hombres. Pero he tenido que ganar y perder tantas cosas, para darme cuenta que a pesar de la época, el machismo siempre será una plaga. En todos los tiempos habrá hombres como Newton, pero por cada Newton que haya, siempre habrá un caballero de brillante armadura, para que nos demos cuenta que no tenemos que excusarnos en los hombres y poder luchar por nosotras mismas.
—Eso es muy bonito—suspiró—. Pero ya es demasiado tarde para mí.
Quería decirle que aún había esperanzas para ella, pero algo decía que Jessica estaba tan alienada en su papel de madre y esposa afligida, que ya nunca se esforzaría por salir de su dorada cárcel.
Me pareció oler que algo se quemaba. Arrugué más la nariz y descubrí que el olor procedía de la habitación de Edward.
Por suerte, Ángela se encontraba detrás de mí y le pude dejar a Jessica, que empezaba a dormitar.
—Búscale una habitación para que pueda dormir—le ordené dándole la espalda para ir rápidamente a aquella habitación.
Al abrir la puerta, el humo se metió en mis ojos y garganta, haciendo que me ahogase. Me puse la mano en la boca para no exhalar el humo, y cuando mis lágrimas se despejaron de mis ojos, visualicé a Dawn avivando una llama que se había propagado en las cortinas.
Esa travesura estaba llegando muy lejos.
Agarré un jarrón lleno de rosas blancas, tiré las flores y arrojé el agua en las cortinas. Las pequeñas llamas que quedaron, fueron apagadas con mi pie.
Muy enfadada, me enfrenté a Dawn.
Pero me sorprendió su actitud. En lugar de fingir pucheros o de excusarse en su travesura, me atacó muy enfadada:
— ¡No sabes lo que has hecho!—estaba demasiado sobresaltada para que estuviese fingiendo—. ¡El fuego le mantiene lejos! ¡Ya no le quiero! ¡Quiere hacerte daño!
Olvidándome del enfado, me agaché y apoyé mi mano en sus menudos hombros.
—Dawn—le tranquilicé—, nadie quiere hacerme daño—hizo un mohín de enfado y me iba a replicar cuando la interrumpí—. Te agradezco que me quieras tanto, cariño. Pero he vivido demasiado y puedo protegerme sola…
— ¡De "J" no podrás!—estaba demasiado asustada para que esto ya no se tratase de un juego. A lo mejor tendría que hablar con Elizabeth sobre si Dawn estaba algo alterada.
—"J" no podrá hacerme daño, porque no existe—me puse seria. No la ayudaría en absoluto en caso de necesitar la opinión de un especialista. Necesitaba hacérselo entender de alguna manera para no ofenderla.
Ella pareció comprender que yo no la creía, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No estoy jugando. Ya no me gusta jugar con "J".
—Escúchame—le coloqué un mechón de pelo en la oreja—. He pensado que en un par de días, podemos pedirle a tu madre que nos deje irnos a Paris. Y así visitamos a un buen amigo mío.
Pareció recelar.
— ¿Un amigo en Paris?
—Sí. Y le puedes contar todo lo que me cuentas a mí. A él le gusta mucho escuchar.
Después de la fiesta, tendría una charla con Elizabeth sobre su hija y le pediría permiso para llevármela a Paris y que le tratase un estimado doctor, que había sido discípulo de un gran psiquiatra austriaco, Freud, y que basaba sus diagnósticos en los trastornos del subconsciente y rechazaba el método bárbaro de la lobotomía y el tratamiento de electrochoques.
Pero Dawn intuía en mis palabras que no estaba encaminándome en la dirección que ella quería. Se rebeló contra mí, muy enfadada y se dispuso a salir de la habitación:
— ¡Luego no digas que no te lo advertí!—salió corriendo perdiéndose en la oscuridad del pasillo.
— ¡Dawn!—la llamé mientras me iba a disponer a hablar con ella. Pero mi pie se encontró con un objeto y me tuve que sujetar a uno de los arcones de la habitación para no caerme al suelo.
Me froté los dedos de los pies para amortiguar el dolor agudo de éstos, maldiciendo la hora en la que se me había ocurrido ponerme las sandalias, y al intentar levantarme, visualicé el objeto con el que me había chocado. Se trataba de un libro, algo antiguo, las tapas gastadas y con las hojas descosidas. Parecían pertenecer a la biblioteca de abajo. ¿Para qué lo querría Dawn?
Me di cuenta que tenía una página doblada y la curiosidad por saber de qué se trataba pudo conmigo.
Me senté en la cama y empecé a hojearlo.
Fruncí el ceño al ver que casi todo el párrafo estaba en latín. Me extrañó muchísimo. No me cabía en la cabeza como una niña que apenas estaba comenzando a leer y escribir, leyese esos textos. Y además, se trataba de un latín muy complejo. Ahora mismo, me encontraba muy desorientada sobre lo que podría tratarse. Sólo podía ver las imágenes y me parecieron siniestras. Todas ellas de seres espectrales, pálidos como muertos, unos largos y puntiagudos colmillos, ojos rojos y la sangre manchando su rostro.
Una de las imágenes, representaban a tres seres cubiertos por capuchas oscuras, dejando así su rostro escondido, me helaron la sangre. Sólo se permitían ver sus espeluznantes ojos rojos, y yo ya estaba temblando.
Miré a la leyenda de la foto y la única palabra que pude sacar en claro fue "Volterra".
Dawn había mencionado ese lugar varias veces y ahora comprendía el porqué.
Tenía que devolver ese libro a la biblioteca antes de que le hiciese más daño.
Antes de cerrar el libro, leí la última cita que se había subrayado con un lápiz de color y era la única que estaba en inglés.
No hay en todo el vasto y oscuro mundo de espectros y demonios ninguna criatura tan temida y aborrecida, y aun así aureolada por una aterradora fascinación, como el vampiro, que en sí mismo no es espectro ni demonio, pero comparte con ellos su naturaleza oscura y posee las misteriosas y terribles cualidades de ambos. Reverendo Montague Summers.
La palabra "vampiro" estaba muy marcada.
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.
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— ¡Dawn! —chillé en vano mientras la perseguía a través de la oscuridad. Pero el frío me azotaba la piel hasta quemármela y las lágrimas me impedían ver.
Una pequeña figura vaporosa atravesaba la negrura de la noche con un paso tan ligero que parecía no rozar el suelo con los pies.
Pero reconocería sus rizos dorados, expandiéndose en la nada, y su vestido rosado flotando en el aire como gasa.
Si no me movía más deprisa, jamás la alcanzaría, pero los músculos no me respondían y yo era incapaz de moverme.
Al final, ella pareció pararse y se quedó estática mirando una superficie que reconocí como el lago.
— ¡Dawn! —volví a chillar con todas mis fuerzas, pero la voz se me quedó pegada en la garganta y de mi boca apenas salió un murmullo que se confundía con el viento.
Por supuesto, ella no dio señales de haberme escuchado. Parecía absorte mirando los movimientos hipnóticos del lago.
Dio un paso hacia su dirección.
— ¡Dawn, no!
Se detuvo pero no se volvió hacia mí. Giró la cabeza hacia la derecha, como si alguien la hubiese llamado y, lentamente, alzó el brazo para dar su mano a alguien, que se le acercó antes de que yo pudiese parpadear.
Solo distinguía una silueta alta y esbelta que recibía la mano de Dawn con delicadeza.
Cuando se aseguró de estar bien agarrada siguieron caminando juntos.
— ¡Dawn, no te vayas con él! —me arrodillé al fallarme las fuerzas en las piernas pero extendiendo mi brazo, con la esperanza de que regresase—. Vuelve a mí—supliqué.
Dawn se volvió para mirarme y me quedé atrapada en su mirada de ojos escarlata que contrastaba con la palidez de su rostro…
Notaba como el corazón me latía frenéticamente y el sudor invadía mi frente y mi cuello. Aún estaba lo suficiente embotada para comprender que me había quedado dormida en la cama que había pertenecido a Edward. Hice un torpe movimiento y oí como algo pesado caía al suelo.
Debería tratarse del libro. No tenía muchas fuerzas para moverme y volver a aquella aburrida fiesta y ver las mismas caras hipócritas y decidí tumbarme en la cama durante unos instantes.
Aspiré el olor de la almohada. Junto al algodón y el lino estaba encubierto un sutil olor varonil pero fresco y cálido a la vez. Posiblemente, fuese todo producto de mi imaginación.
Se me cruzó el extraño pensamiento de todos los lugares donde Edward y yo habíamos hecho el amor. Y precisamente, en su cama nunca lo habíamos llegado a hacer. Demasiado tarde.
Mis párpados amenazaron con bajarse de nuevo y volvería a quedarme dormida, si no hubiese sido porque alguien empezó a manipular el picaporte de la puerta e irrumpió en la habitación.
Me iba a levantar corriendo, cuando a lo lejos oí una voz conocida.
— ¡Jacob Black, eres un maldito bastardo!—pronto relacioné la voz con su dueña y descubrí que se trataba de Nessie, que sorprendentemente estaba insultando a Jacob—. ¡Nadie me ha tratado tan despreciablemente como tú lo has hecho esta noche!
—Querida, estamos en Estado Unidos—le contestó con cinismo—. Así se hacen las cosas. Si no te gusta lo que ves, vuelve a Inglaterra.
Cuando el pomo de la puerta comenzó a moverse, comprendí que entraban en esta habitación.
¡Maldita sea! Era demasiado tarde para irme de allí. No quería que me hiciesen preguntas sobre lo que hacía aquí, a pesar de estar en todo mi derecho.
Tenía que pensar y rápido.
Haciendo un movimiento estúpido, perdí el equilibrio y me caí de la cama.
La puerta se abrió de golpe y sólo me quedó, como último recurso, meterme debajo de la cama. Me tapé la boca y la nariz para no tener que estornudar o toser si una mota de polvo se metía en mi nariz o garganta. Me sentí como aquellas personas que se dedicaban a espiar a otras parejas mientras estaban en sus ratos íntimos. Y eso me avergonzaba.
Nessie seguía increpando a Jacob.
— ¡Me da igual donde estemos!—le volvió a gritar—. ¡Nunca he soportado que nadie me menosprecie! Y esta noche, tú me has humillado como nadie. ¿Qué es lo que te ocurre, maldito hijo de la gran puta? ¿Te has confundido de chica por qué tu olfato del perro que eres, no es capaz de distinguir entre dos personas que llevan el mismo vestido? ¿Te da morbo follarte a las dos primas?
—Nessie, creo que estás muy alterada—trató de calmarla.
— ¡Jake, te he visto besarte con mi prima! ¡Y no es que hubiese sido un beso casto! ¡No te atrevas a decir que soy una paranoica!
—He besado a tu prima—admitió—. Pero no es lo que tú piensas…
"¿Cómo que es lo que no es lo que tú piensas?", me preguntaba qué clase de excusa se inventaría. Desde luego, conmigo había representado el papel de su vida. Tendría que dedicarse a ser actor. Futuro no le faltaría.
—Ella es muy hermosa y tiene algo especial con los hombres—parecía que sollozaba—. ¿Cómo crees que me he sentido cuando te he visto besarte con ella apasionadamente? ¡Jacob!—empezó a llorar, o por lo menos eso intuí por el sonido más tenue y agudo de su voz—. Me lo estoy jugando todo por ti…
— ¡Claro!—parecía enfadado. Le conocía lo suficiente para saber qué clase de sarcasmo utilizaba cuando estaba de mal humor—. ¡Tú hablas de todos tus sufrimientos y de todo lo que arriesgas por estar conmigo! ¡Pero la que se va a casar con el Lord inglés, eres tú! Y tengo que estar contigo a escondidas… ¡Y me reprochas que esté con otra!
— ¡Jake!—rompió a llorar al fin—, ¡te quiero con todas mis fuerzas! ¡Y sabes que esto es muy difícil para mí! ¡Oh, Dios mío! ¡Quiero morirme!
Me pareció que los zapatos de Jake se movían hacia los pies de Nessie y oí el fruncir de las prendas juntándose y frotándose.
—Ness, cariño—le oí susurrar—. Ya lo sé que todo esto es una mierda. Pero saldremos adelante…—sonaba como una promesa—y por tu prima, no te preocupes. Sólo quería darle una lección. Es una zorra estirada y le he dado de su propia medicina.
"¡Claro!, yo soy una zorra estirada porque te rechacé, ¿verdad, Jacob?".
Lo que hacía el orgullo herido en los hombres.
—Pues no vuelvas a hacerme eso—le ordenó tenuemente.
—Vayámonos muy lejos.
—Ojala pudiésemos.
—Algún día—le prometió—. Pero por ahora…
Las respiraciones se volvieron más entrecortadas y jadeantes.
Me empezaba a temer lo que iba a pasar en aquel instante en aquella habitación. Y yo estaba en el medio.
—Jake…—le avisó Nessie sin mucho entusiasmo—, alguien podría venir…
—Todo el mundo está en la fiesta y no creo que nos echen de menos. Yo he cumplido con mi trabajo, por ahora. Y tus tíos están muy ocupados… por lo que… nadie entrará en esta habitación.
— ¡Oh, Jake!—jadeó—. ¡Eres un chico muy travieso!
¡Maldita sea! Aquella habitación iba a arder y yo estaba en medio del fuego.
Tendría que aguantar hasta que todo pasase y se fuesen de la habitación o se quedasen dormidos. Rezaba porque Jacob fuese de los que le gustasen las cosas rápidas.
A los pies de la cama, podía ver la ropa interior de Nessie entremezclada con las prendas de Jacob. Los jadeos se volvían más insistentes y yo me estaba cansando de pensar mentalmente en todos los poemas que había recitado en francés, para no violarles más la intimidad de lo que estaba haciendo.
— ¡Ah, Jake!—tal como sonaba ese último grito, me di cuenta que todo esto no tendría un final próximo.
La cama subía y bajaba a ritmos cada vez más acelerados, y en alguna ocasión, me había llevado algún golpe fuerte en la cabeza. Me tapaba la boca para no dar alaridos de dolor cuando me daba con las tablas.
— ¡Oh, Jake! ¡Oh, Jake! ¡Oh, Jake!—,e preguntaba si yo había sido tan exagerada cuando había estado con Edward en aquellas situaciones—. ¡Más, más, más… más!
—Eso es, mi pequeña guarrilla, quiero oírte decir mi nombre de esa manera. Quiero oírte gemir mientras mis dedos están dentro de ti… ¡Sabes tan bien! ¡Oh, Dios! ¡Estoy tan caliente!
Jacob era de los que le gustaba decir cosas sucias en la cama.
—Tú pequeña guarrilla tiene muchos as en la manga…
A Nessie también le iba ese juego.
— ¡Ah! ¡Estás hecha una vampiresa!
— ¡Y tú, un perro! ¡Mi chico grande, ven aquí con mamá! Tengo una idea. Te va a gustar.
"¡Oh, no! ¡Más no, por favor!", pensé con desesperación. Me empezaba a doler la cabeza.
— ¡Oh!—exclamó con deleite Jacob—. ¿Dónde has aprendido esto?
—El Kamasutra. He leído que si la mujer se ponía debajo y enganchaba las piernas en hombro de su pareja, aumentaba el contacto de… y daba mayor placer porque… bueno… que te voy a contar… mejor será que lo sientas… ¡Oh, como yo lo estoy haciendo!
— ¡Oh, sí!
Lo único bueno que podría sacar de esto, era que siempre podría aprender algo nuevo.
Y aquella nueva pose debía ser muy satisfactoria porque todo empezó a acelerarse, desde sus respiraciones hasta el subir y bajar de las tablas de la cama y parecía que esto no iba a dar lugar a una tregua.
Tuvo que suceder que me diese con una tabla de manera muy dolorosa y no pudiese reprimir el aullido de dolor.
— ¡Ay!—me tapé la boca para disminuir la fuerza con la que iba.
Todo paró de golpe y tardé un tiempo en darme cuenta que me habían oído.
—Jake—la voz de Nessie era trémula y ya no se trababa de la emoción de hacía unos pocos instantes anteriores—. He oído a alguien.
— ¡Joder!—maldijo—. ¡No estábamos solos!—soltó una serie de palabras malsonantes antes de referirse al intruso—. ¡Seas quien seas, sal inmediatamente de donde estés!
Suspiré resignada. Antes de montar un circo, decidí salir de allí y pasar la vergüenza cuanto antes.
— ¡Sal de una vez o atente a las consecuencias!—me amenazó.
—Vale—le contesté—. No hace falta recurrir a la violencia. Ya salgo.
—Esa voz…—empezó a temblar mi prima.
Me arrastré hasta que salí de debajo de la cama, y cuando me puse de pies, me sacudí las pelusas que se me habían pegado al vestido. Antes de mirarles a la cara, vi que el libro que estaba leyendo antes, estaba en el suelo y lo recogí.
—Isabella—Jacob parecía azorado y turbado—. ¿Isabella Swan?
—Yo lo siento. Estaba leyendo un libro y se me cayó… y, antes de que vosotros entraseis… pues me agaché a buscar el libro, y entonces…—la excusa, que estaba poniendo, era ridícula y era inútil explicar nada.
Con cautela, miré hacia la cama y me encontré con el espectáculo, por decir algún eufemismo de la embarazosa situación.
Nessie se encontraba tumbada en su espalda con el vestido remangado sobre su vientre, dejando su parte de arriba y abajo, al descubierto. Sus piernas estaban dobladas sobre los hombros de Jake. Su cara estaba roja y su boca abierta, debido a la sorpresa y el bochorno. Extrañamente, no parecía haberse despeinado y llevaba las sandalias puestas. Al ver que la estaba mirando, se tapó con las manos el pecho.
Jacob estaba desnudo casi en su totalidad, exceptuando la camisa que se le caía de los hombros, y se encontraba semitumbado entre el hueco de las piernas de Nessie. Aún no había salido de ella. Me miraba como si hubiese sido su peor pesadilla.
Pero para lo que ninguno de los dos estaban preparados, era para ver como yo perdía la compostura y me empezaba a reír como una histérica.
Tendría que estar avergonzada y abochornada, pero esta situación sólo me producía risas.
Me agaché para poder contenerme y me puse las manos en la tripa.
Me sequé las lágrimas y respiré hasta tres veces para poder continuar.
Ellos seguían paralizados y mirándome como si hubiese salido de algún hospital psiquiátrico.
Lo único molesto de aquella situación, era que habían estado intimando en la cama de Edward, mancillándola de todas las maneras posibles.
Recobré la compostura y me dispuse a salir del cuarto.
—Voy a devolver el libro—les expliqué lo más natural que pude—. No es tan interesante como el Kamasutra pero teniendo estas clases de práctica quien lo necesita—cerré la puerta y me perdí por los pasillos tan rápido como pude.
La puerta de la antigua habitación de los Masen estaba abierta y pensé que había alguien. Eché un vistazo pero sólo había silencio y oscuridad.
Empezaba a hacer frío y me protegí con mis brazos.
Dejé el libro en la cómoda y por instinto miré por la ventana. No tenía intención de ver nada. Pero lo que vi, me dejó clavada en el suelo.
Dawn estaba allí afuera, muy alejada del jardín y sólo podía distinguirla por su vestido rosa de gasa. Pero ella no estaba sola. Alguien estaba a su lado, agachado para poder hablar con ella de igual a igual.
No reconocía a esa persona y apenas la podía ver desde la distancia donde me encontraba. Pero me pareció muy pálida, aunque también fuese a consecuencia de los rayos de luna que bañaban el paisaje, o del contraste blanco y negro de su esmoquin.
Parecía que Dawn le contaba algo al oído y le escuchaba atentamente.
Se levantó y le dio la mano a Dawn. Ésta pareció no vacilar, y se la dio felizmente.
Me horroricé cuando ella y su acompañante misterioso se adentraron hacia el bosque.
Por impulso, dejé de mirar por la ventana y me dispuse a salir de la casa para rescatar a Dawn.
¿No le había explicado su madre que no se debía ir con extraños?
Pero aquello no pudo ser.
Algo frío me apuntó en mi frente y me obligó a retroceder hasta quedarme arrinconada en una pared.
Una respiración jadeante y ahogada, se acercaba a mí hasta sentir como me quemaba la piel.
Y acabé aterrorizándome cuando oí un sonido metálico y repetitivo.
Había vivido el suficiente tiempo con Charlie para distinguir como se recargaba un cargador de una pistola. Y aquí, había varia gente que podría llevar pistola, pero sólo una persona tendría interés en matarme.
Acercó su cuerpo más al mío y me entró un escalofrío al sentir la boca de la pistola clavada en mi sien.
Aun así, guardé mi miedo en mi interior y me enfrenté a mi potencial asesino.
—Jacob—intentaba que mi voz sonase segura—. No sé qué es lo que planeas pero esto no te va a llevar a ninguna parte.
— ¡Al contrario!—su voz era profesional y desapasionada—. Me temo que no me queda más remedio… Lo siento por ti, debes comprender que los muertos no hablan. Por lo tanto, reza todo lo que sepas y que Dios, si es que crees en él, te acoja en su reino.
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