Emmett continuaba allí cuando Rosalie despertó, por la mañana; permanecía tendido al lado de la joven, en el gran lecho; pero no dormía. Tuvo la sensación de que la había estado observando un rato sin que ella lo advirtiese, y la idea la turbó, porque él tenía una expresión excesivamente seria aquella mañana.
-Mi señor, debiste despertarme, y ordenarme que fuese a cumplir mis obligaciones.
-¿De veras? ¿Por qué, puesto que una de tus obligaciones de acuerdo con tu propio ruego, está precisamente aquí?
El sonrojo se extendió sobre las mejillas de Rosalie, y lo hizo con rapidez excepcional.
-¿Eso significa que debo desentenderme de mis restantes deberes?
-Ah -dijo él, como si de pronto comprendiese-. Ahora ya tenemos un motivo que explica por qué buscaste mi lecho.
-Yo no... los trabajos que ahora me ocupan no son excesivos... todavía.
-¿Cómo todavía? -El frunció el entrecejo hasta que su mirada recayó en el vientre de Rosalie, y sus ojos se convirtieron en agujas de hielo. Pero su voz continuó diciendo suavemente, con una engañosa suavidad-. Entiendo. De nuevo demuestras que eres increíblemente estúpida al recordarme el niño que me robaste. Pero por otra parte, éste podría no ser más que otro motivo de tu súbita pasión por mí, ¿verdad? ¿O vas a decirme ahora que no habías pensado en llegar a un trato conmigo por el niño?
-Quiero tenerlo conmigo. No lo puedo negar.
-Lo deseas tanto que estás dispuesta a abrir las piernas ante mi siempre que yo te lo ordene?
¿Cómo podía haber olvidado su crueldad, o cuánto lo odia?, cuando eso era precisamente lo que ella trataba de cambiar Sin duda, lo que había sucedido entre ellos durante la noche no lo había transformado en lo más mínimo, y eso era inquietante. Estaba olvidando, sin embargo, que Emmett no creía que la joven lo deseara realmente, y que por eso se burlaba. Rosalie no podía pensar en otro modo de convencerlo fuese o no verdad lo que ella sostenía.
De pronto, se irritó profundamente al haber fracasado de modo tan absoluto. ¿Por qué aquel hombre no podía aceptar sencillamente lo que ella proponía? ¿Por qué intentaba descubrir motivos ocultos? Y esa condenada pregunta. Estaba tan irritada que se sentía dispuesta a abrir las piernas bajo la manta, a abrirlas tanto que él lo advirtiese, y estaba dispuesta también a retribuir la burla.
-Vamos, señor dragón, ven a escupir tu fuego sobre mí- El entrecejo fruncido pareció tan sombrío como la muerte.
-Mujer, quiero una razón, y la quiero ahora- Ella comenzó a hablar acaloradamente, y a mirarlo también con hostilidad.
-Eres cruel por todo lo que me exiges, vengativo por tus motivos, pero cuando me tocas, te muestras gentil. -La asombraba que después de todas las palabras brotaran de sus labios, y por eso modificó de prisa su tono, y trató de demostrar cierta incertidumbre, y también algún sonrojo-. No quise reconocerlo ante mí misma, y menos todavía ante ti, pero compruebo que... anhelo tu contacto.
Santo Dios, estaba adquiriendo eficacia para mentir, y la expresión de Emmett cambió. Ella adivinó que deseaba creerle y eso... la inquietó mucho, le produjo una sensación muy desagradable.
-Si sentías tanto deseo de mi cuerpo, no habrías esperado tanto para tentarlo y lograr que te complaciera de nuevo. ¿Acaso necesito enseñarte los ardides de una prostituta?
El insulto esta vez no la afectó, pues reconoció lo que era en realidad, un intento de combatir la tentación de creer en ella.
¿Pensaba que ninguna mujer podía desearlo sin un motivo? Recordó las palabras de Bella en el sentido de a las mujeres estaban impresionadas porque Rosalie no le temía y Esme había dicho que durante la mitad de su vida el había sido el hombre cruel y vengativo que era ahora. ¿De modo que el miedo era todo lo que él esperaba? ¿Y qué mujer podía desearlo realmente si le temía?
Rosalie dedicó un momento a preguntarse por qué ya no le temía, antes de llevar la mano al centro del pecho de Emmett para obligarlo a abandonar su posición medio inclinada.
-Quizás tengas que enseñarme, mi señor Emmett -dijo ella con suavidad, inclinándose sobre él-. Sé algunas cosas, pero estoy segura de que puedo mejorar si me enseñas otras.
La mano de Rosalie se deslizó bajo la manta, y comprobó asombrada que él no había permanecido indiferente a su estrecha proximidad. Tampoco ella. No podía decirse que fuese inmune al contacto con él. Habría debido ser difícil. Hubiese tenido que imponerse aquel contacto. Pero fue fácil, demasiado fácil... le agradó hacerlo. Lo mismo a él. Emmett cerró los ojos. Se le aceleró la respiración. Y no pasó mucho rato antes que ella se acostase de nuevo, su boca unida a la de Emmett, y las manos del hombre retribuyéndole en especie el tierno tormento que ella acababa de infligirle.
Antes de que se decidiese a dar a Rowsalie lo que ella ansiaba desesperadamente, Jasper entró sin anunciarse en el dormitorio. Enrojeció de vergüenza cuando vio la escena; intentó salir sin molestar a los atareados ocupantes de la cama. Pero Emmett era guerrero, y tenía reacciones rápidas, sobre todo después de advertir la intromisión.
Levantó la cabeza y rezongó: -¿Qué?
Jasper no podía hablar claramente, tratando de contener la risa dijo -El padre... aquí... con la novia.
Rosalie escuchó confundida el mensaje. Como suponía que el padre de Emmett estaba muerto la palabra "novia" medio consiguió calmar los sentidos excitados de Rosalie.
Emmett no se desconcertó al escuchar el misterioso mensaje.
- ¿Están acercándose al castillo, o ya han llegado?- La serenidad con que formuló la pregunta determinó que el Jasper recobrara la compostura
-Emmett, están en el salón, y desean verte. ¿Les digo que...?
-No les digas nada. Estaré allí en un momento para darles la bienvenida.
Rosalie dedujo de esa respuesta que Emmett no pensaba terminar lo que había empezado, y su cuerpo elevó una protesta irritada. Pero su cara carecía completamente de expresión cuando él volvió a mirarla. El no tenía la misma actitud. Parecía frustrado, irritado, y después de examinarla un momento, dijo resignado:
-El sentido de la oportunidad de lord Reinard deja mucho que desear.
Emmett suspiró y se apartó de Rosalie. Ella descubrió que deseaba obligarlo a volver. La palabra "novia" ahora le producía un efecto peculiar. Pero no hizo nada que permitiese que Emmett adivinase que se sentía muy perturbada.
De todos modos, podía formular una pregunta:
-¿Lord Reinard es…?
-Futuro suegro.
De modo que se confirmaban los peores temores de Rosalie. Había desaparecido la oportunidad de suavizar a ese hombre. Había llegado su prometida, ya no se entretendría con Rosalie. Y pronto una esposa compartiría el lecho con él. ¿Y qué había entonces con su prisionera? ¿La enviaría de nuevo a la mazmorra? ¿Ordenaría que lo sirviese y atendiese también su nueva esposa?
-De modo que han encontrado a tu prometida -dijo ella con voz inexpresiva, mientras lo veía revisar un arcón en busca de ropa, sin duda algo espléndido, para su preciosa lady Isabella. Por lo menos eso significa que ya no me perseguirás por mi delito.
Emmett le dirigió una dura mirada.
-Mujer, no creas que estarás libre de culpa hasta que yo sepa por qué desapareció.
Rosalie no hizo ningún comentario. No le importaba cuál fuese la excusa de la dama, sabía solamente que deseaba que no hubiesen encontrado a Isabella. Y ésa era una comprobación inquietante, pues no hubiera debido importarle que la hallasen o no.
Emmett se desentendió de ella, y su mente se concentró en los visitantes que lo esperaban. Rosalie no podía ignorarlo con igual facilidad, aunque también ella pensaba en los visitantes. Pero incluso mientras su inquietud se agravaba en vista de la nueva situación y del modo en que a ella la afectaría, sus ojos no podían apartarse de la espléndida desnudez de Emmett, de sus flancos alargados, desnudos y musculosos, de la tensa curva de sus nalgas, de los músculos que se movían sobre la ancha espalda. Había fuerza y poder en cada línea y... sí, belleza, había belleza en esa áspera masculinidad. No podía negarlo, y tampoco negaba la necesidad de sentir fuertemente apretado contra el suyo ese cuerpo tan espléndido.
Se volvió apenas antes de que él se girase para calzarse las bragas, y entonces vio que la misma necesidad se manifestaba también en él, aunque Emmett no le hacía caso, del mismo modo que se desentendía de ella; por lo menos eso fue lo que ella pensó hasta que de nuevo encontró la mirada de Emmett, que la descubrió en aquel descarado examen de su persona.
Entonces, volvió a la cama, y sin decir palabra la agarró por el cuello y la acercó a él, hasta que su boca presionó duramente la de Rosalie. El corazón de la Joven latió aliviado, pero antes de que pudiese rodearle el cuello con los brazos para inducirlo a volver a la cama, él la soltó. La cara de Emmett era una terrible mezcla de deseo y cólera; sin duda sentía cólera porque ella lo tentaba para que ignorase a su preciosa Isabella. Sin duda, la tentación no era bastante intensa. En eso su impresión no era del todo acertada.
-Quédate exactamente así, mujer -ordenó duramente - Regresaré aquí antes de que el fuego se apague en esos ojos de zafiro, y veré si aún puedes satisfacer la promesa que leo en ellos.
No vio el sonrojo que tenían las mejillas de Rosalie, y se volvió para vestirse de prisa. Se suponía que no era tan fácil interpretar sus reacciones como sucedía con las de Emmett. Se sentía más vulnerable que en otro momento cualquiera de sus encuentros con ese hombre. Una cosa era que reconociese ante sí misma que podía desearlo, que lo deseaba, por lo menos en ese momento. Y otra muy distinta permitir que él lo viese con sus propios ojos, sin que ella apelase a sus mentiras. ¿Mentiras? Tal vez antes, cuando conseguía controlarse, algunos de sus actos y palabras habían sido mentiras, pero ahora no lo eran.
Emmett abandonó la habitación sin volver a mirar a Rosalie. Ella advirtió que se había puesto un mínimo de prendas, y nada de todo ello estaba destinado a impresionar a una prometida. De hecho, pensó Rosalie, tenía un aire bastante desaliñado y tosco, y como sus sentimientos todavía estaban conmovidos por el enojo, las arrugas crueles de su cara se destacaban bien. Podía considerarse afortunado si su prometida no le echaba una ojeada y rompía a llorar.
Ese pensamiento provocó una sonrisa en Rosalie, pero sólo durante un momento. Después, se reafirmó el sentimiento de ansiedad, aún más intenso que antes. No importaba cómo reaccionara Isabella frente a Emmett, lo cierto es que estaba allí para desposarlo. El temor de una prometida era lo que menos probabilidades tenía de evitar la celebración de una boda, y por lo tanto se llegaría a ella, lo cual significaba que la situación de Rosalie cambiaría, y por más vueltas que le diese al asunto, la joven no veía que con el cambio mejorase su situación.
Era posible que aún inflamase la sensualidad de Emmett, pero ahora tendría una esposa para calmar sus ansias, y Rosalie recibiría únicamente las sutiles crueldades y las pequeñas "venganzas del caballero. Sin el contacto íntimo que la incontinencia de Emmett le había impuesto hasta entonces, ella no tendría esperanza de modificar el trato que él le dispensaba. Todo sería peor.
El caballero había ordenado a Rosalie que permaneciera su cama, pero ella no podía obedecer. Se levantó, se vistió de prisa, y después recorrió agitada la habitación, esperando e1 regreso de Emmett. El no volvió tan pronto como había dicho poco antes de salir. Y los deseos que había provocado Rosalie hacía rato que se habían calmado.
Por fin se instaló en el duro banco, ante la ventana, para cavilar y esperar. No pasó mucho tiempo sin que llegase a la definida conclusión de que más le valía reconsiderar la posibilidad de la fuga: quizá durante la excitación y el desorden de la boda.
Emmett regresó repentinamente y sin previo aviso, pero no estaba solo. La mujer que venía pisándole los talones era una dama alta y lujosamente vestida, el rostro pálido como un pergamino nuevo. Se la veía altivamente atractiva en su calidez, con los cabellos muy oscuros y los ojos verdes. También estaba terriblemente nerviosa, aunque en ella había una mirada resignada y decidida.
Rosalie observó todo esto con los ojos muy grandes. No podía entender por qué Emmett había llevado allí a la dama, pues si Rosalie hubiese seguido las órdenes del señor, todavía estaría desnuda en el lecho del caballero. El no podía haber olvidado eso, ¿verdad? No, pues volvió primero los ojos hacia la cama, y cuando la encontró vacía, de pronto, vio a Rosalie acurrucada junto a la ventana.
Ella percibió inmediatamente que Emmett deseaba algo de su prisionera. Lo adivinó como lo había adivinado antes, cuando estaba encadenado frente a ella, y ella había comprobado que podía leer sus pensamientos. Pero no alcanzaba a comprender qué deseaba esta vez, y entonces oyó que Isabella hablaba.
Sí, la mujer temía, y con razón. Lo que estaba confesando a la dura espalda de Emmett era por qué no lo amaba. Y ahora Rosalie comprendió exactamente qué deseaba Emmett de ella. Quería demostrar a Isabella que lo que estaba diciéndole no le importaba en absoluto, pero que el mero hecho de decirlo no bastaba. Rosalie no estaba segura de que su orgullo fuese lo único que él quería proteger, o si deseaba aliviar los sentimientos de ansiedad de la dama. En cualquiera de ambos era evidente que había abrigado la esperanza de hallar a Rosalie en el mismo lugar en que la había dejado, una posición que habría hablado más claramente que las palabras. Rosalie no sabía muy bien por qué deseaba ayudar a Emmett o incluso cómo podía hacerlo, pero en todo caso se puso de pie para mostrarse a la otra mujer. Por desgracia, eso no fue suficiente. Isabella estaba demasiado absorta en su explicación para prestar atención a la presencia de una criada. Hacía un gran esfuerzo para lograr que Emmett la escuchase, pero él ni siquiera se volvía para mirarla, y en cambio continuaba observando a Rosalie.
Rosalie se acercó a los dos, pero se detuvo frente a Emmett diciéndole sin palabras que podía utilizar su presencia como le diese la gana. Lo que decidió hacer fue enfrentarse con Isabella teniendo a Rosalie a sus espaldas; llevó hacia atrás su propia mano hasta que ella la tomó, y después la acercó más, hasta que Rosalie se inclinó sobre la espalda de Emmett. Lo que este cuadro debía parecer a los ojos de Isabella, si ella se dignaba mirar, era que Rosalie se ocultaba tímidamente detrás de Emmett, y que él intentaba tranquilizarla aunque sin llamar de hecho la atención sobre su persona.
Quizá todo eso era demasiado sutil para Isabella, pues aún no había terminado con su extensa explicación acerca del modo en que ella y alguien llamado Miles Fergant se habían amado desde la niñez. Rosalie hubiera podido ser invisible, a juzgar por la atención que se le prestaba. Hubiera sido mejor que volviese descaradamente a la cama de Emmett quizás incluso que se desnudase otra vez.
Sonrió para sus adentros ante esa absurda idea, y después casi rió en voz alta cuando pensó que Isabella tal vez no lo habría advertido, pero era seguro que Emmett sabría a qué atenerse.
Ese momento de capricho provocó en ella una actitud burlona que no había tenido en muchos años. Contempló la posibilidad de aferrar desde atrás la cintura de Emmett. No, eso era demasiado audaz. En cambio, desprendió su mano de la mano del caballero, vio la espalda tensa del hombre, pero él se aflojó cuando sintió que las manos de Rosalie se posaban en sus costados, exactamente encima de las caderas. Los dedos de Rosalie no eran muy visibles, pero ella ya no pensaba siquiera en la posibilidad de que Isabella viese algo más. Ahora deseaba burlarse de Emmett, y fue lo que hizo, deslizando lentamente las manos por los costados del hombre, sintiendo que él endurecía el cuerpo, y después trataba de detener los movimientos de Rosalie apretando los brazos contra los costados Ella se limitó a soltar los dedos y bajarlos a lo largo de las caderas.
Casi rompió a reír cuando oyó que él contenía la respiración. Pero cuando retiró la mano para palmear la nalga del hombre, él la sobresaltó girando en redondo y clavándole una mirada que por una vez no supo interpretar. Rosalie le dirigió a su vez una mirada de cándida inocencia, que provocó un leve movimiento en la curva de los labios de Emmett, antes de que reaccionara y le dirigiese una mirada de advertencia. Se suponía que ella estaba ayudándole a afrontar la confesión de Isabella, y no distrayéndolo en el momento de oírla.
Y entonces ambos advirtieron el súbito silencio, un momento antes de que Isabella preguntase impaciente
-Emmett ¿quién es esa mujer?
El se volvió. Rosalie asomó la cabeza por un costado de la ancha espalda.
-Es mi prisionera -fue todo lo que Emmett dijo como respuesta.
-Lady Rosalie de Kirkburough -agregó Rosalie casi en el mismo instante, muy consciente de que él no aceptaría ni vería con buenos ojos lo que había dicho.
Estaba en lo cierto. Llegó la réplica, y ella se estremeció. -Lady antes de ser prisionera. Ahora es la mujer que concebirá mi primer bastardo.
Rosalie hundió los dientes en el dorso del brazo de Emmett con fuerza para agradecerle esa revelación innecesaria. El no hizo el más mínimo gesto que demostrase que había recibido el mordisco.
-Comprendo -dijo fríamente Isabella.
-¿Al fin entiendes? Bien, tal vez me expliques porque creíste necesario seguirme hasta aquí con esa historia de enamorados de la infancia cuando te dije explícitamente en el salón que no estaba interesado en escucharla. ¿Crees que tu amor era una condición de nuestro matrimonio? - La brutal frialdad del tono determinó que Isabella palideciese aún más. Rosalie, de nuevo detrás de Emmett, se estremeció y durante un momento compadeció a la otra mujer.
-Yo... había abrigado la esperanza de lograr que entendieses -dijo deprimida Isabella.
-En efecto, entiendo. No me amas. No me importa. Sucede que el amor no es lo que reclamo de ti.
-No, Emmett, tú no comprendes en absoluto. No puedo casarme contigo. Ya... estoy comprometida con Miles.
Siguió un prolongado silencio. Rosalie se sintió impresionada. Ni siquiera imaginaba lo que debía de sentir Emmett. Pero su voz tenía un acento de sorprendente moderación cuando al fin preguntó:
-Entonces, ¿qué haces aquí, con tu padre, que parece creer que te trajo para celebrar una boda?
Rosalie avanzó hasta el costado de Emmett, ahora dominada por la curiosidad: no deseaba perderse una palabra del diálogo. La dama se retorcía las manos, pero Rosalie se sintió sorprendida al comprobar que Emmett no parecía inquietarse con las noticias tanto como hubiera debido ser el caso.
-Cuando mi padre me encontró en Londres, Miles había sido enviado a York por asuntos del rey de modo que no estaba conmigo. Yo... no pude decir la verdad a mi padre. Me había prohibido ver de nuevo a Miles después que él rechazara su petición de mano. Quería que tú fueses su yerno. Tú y nadie más.
-No me importa la aprobación de tu padre en relación con nuestro matrimonio. Lo que yo pedí fue tu consentimiento, y tú me lo diste.
-Me vi obligada a hacerlo. Por la misma razón, no pude decir a mi padre que me había casado con la bendición del rey. Miles es el hombre a quien amo. Mi padre me matara si sabe lo que he hecho. ----¿Crees que debes temerme menos a mí?
Rosalie estaba segura de que la mujer se desmayaría tan horrorizada se sintió ella misma al oír esa pregunta. Hubiera deseado castigar personalmente a Emmett porque asustaba intencionadamente a Isabella. Y no dudaba de que lo hiciera con toda intención. Ahora lo conocía bastante bien, y estaba muy familiarizada con su estilo de pronta represalia. Evidentemente, Isabella no estaba en la misma situación.
Ver a otra persona convertida en la destinataria de la hostilidad de Emmett era extraño. Aún más extraño era el deseo de Rosalie de desactivar la cólera del señor del castillo.
-Lady Isabella, la mazmorra de Emmett te agradará -dijo en el tenso silencio que siguió-. De veras, es muy cómoda.
Emmett la miró, como si hubiese enloquecido. Pero Isabella se limitó a mirarla con ojos inexpresivos, pues no comprendía lo que Rosalie daba a entender.
-Bien, piensas arrojarla a tu mazmorra, ¿verdad, mi señor? -continuó diciendo Rosalie-. ¿Es allí donde envías a todas las mujeres mientras esperas a ver si ellas...
-Rosalie... -comenzó él, en tono de advertencia. Rosalie le dirigió una dulce sonrisa.
-¿Sí, mi señor?
No diría lo que se proponía decir mientras ella le sonriese así. Emmett emitió un sonido de exasperación, pero cuando volvió a mirar a Isabella, su expresión ya no era tan sombría.
-¿De modo que huiste a Londres para casarte con tu amado? -dijo a Isabella-. Dime, ¿éste era tu plan cuando viniste a verme, o la cosa se precipitó a causa del retraso de nuestro encuentro?
Rosalie contuvo la respiración, y deseó que la respuesta de la mujer no agregase otro pecado a su propia lista de faltas. No tuvo tanta suerte.
-Miles se había reunido con mi escolta ese mediodía. Hacía meses que no lo veía. Ya casi no abrigaba esperanzas. Pero cuando no viniste con tus hombres, pareció obra de la suerte... quiero decir... Miles y yo vimos que ésa era nuestra única...
Isabella finalmente calló, furiosamente sonrojada, pero después de un momento agregó:
-Realmente, lo siento mucho, Emmett No fue mi intención engañarte, pero mi padre ansiaba vivamente mi matrimonio contigo.
Era inaudito y ofensivo; Rosalie sencillamente no pudo resistir el comentario:
-Lástima que él no pudiese casarse personalmente con Emmett.
Lamentó de inmediato el comentario impulsivo. La frivolidad estaba fuera de lugar en un tema tan grave. Emmett no podía apreciarlo, y se encolerizaría con ella. Isabella seguramente creía que Rosalie estaba loca. Y de pronto, Emmett se echó a reír. Su mirada encontró la expresión sorprendida de Rosalie, y rió con más intensidad todavía. Aunque Isabella no apreció esa reacción.
-¿Cómo te atreves a tomar a broma este asunto? -preguntó a Rosalie-. Mi padre quizá todavía me mate cuando se entere que incluso estoy esperando un hijos de Miles...
-No lo hará si Emmett declara nulo el contrato matrimonial, y el bebe crecería con su verdadera familia -dijo Rosalie. Ante esa idea, Emmett dejó de reír.
-Por Dios, eso comenzaría una guerra. Es mejor que ella reciba los golpes que merece cumplidamente, y que yo asegure a lord Reinard que no estoy ofendido por la pérdida de la dama.
-Eso no resuelve su situación -le recordó Rosalie- Ni la del bebe
-Mujer, ¿te imaginas que esa dificultad es algo que me inquieta?
Rosalie no le hizo caso.
-La alianza te pareció bastante buena, mi señor. ¿No es posible hablar con una de tus hermanas, de modo que una de ellas establezca la alianza en tu lugar... si esa familia tiene varones solteros?
Emmett meneó la cabeza, regocijado.
-Rosalie, dedícate a tus obligaciones, no sea que también propongas entregar mi castillo. Este asunto no te concierne, excepto por ese papel indirecto que representas en él, y que difícilmente olvidaré.
-Ah!!- Ella suspiró, poco impresionada por la advertencia-. Veo que me espera otra bocanada de fuego del dragón...
-¡Fuera! -la interrumpió Emmett, pero su expresión no era muy cruel. En realidad, estaba a un paso de sonreír.
Rosalie le sonrió también, y oyó que Isabella decía antes de cerrar la puerta:
-Emmett, su sugerencia es excelente.
-Señora, no me sorprende que te lo parezca, pues resuelve muy bien tu dilema. Pero no me da el hijo que yo deseaba con este matrimonio
Rosalie no esperó a escuchar cómo la dama repetía sus disculpas. Se alejó, mientras pensaba en el sexo del niño que llevaba en su vientre. Un hijo varón hubiese estado muy bien, pero eso era lo que Emmett deseaba. El interrogante era ¿Un varón le depararía una oferta de matrimonio, o le garantizaría la pérdida de su primogénito?
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