Capítulo 17
"Rosas color sangre"
Bella PoV.
Esa noche me fui a dormir con el corazón encogido y con un nudo en la garganta. Por un lado quería tirarme a los brazos de Edward y dejar que su dulce voz resonara en mi oído. Pero por otro lado quería odiarlo, despreciarlo de tal manera que toda mi confusión con respecto a mis sentimientos se dispersara.
Me sentía dividida en dos. Una Bella decía que le necesitaba mientras que la otra pese a que sabía que la primera tenía razón, se negaba a reconocerlo.
Yo estaba actuando como la segunda Bella.
Al día siguiente me desperté gracias a unos nudillos que tocaron mi puerta. Adormilada, salí de la cama siendo plenamente consciente de que mi cabello era una maraña terrible y que mi rostro adormecido no era precisamente algo atractivo para quien fuese que se tratase. Abrí la puerta mientras me frotaba los ojos.
—Te buscan en la puerta —gruñó Edward.
Su tono no era del todo agradable y una vez que me dio mi recado se dio la vuelta y se alejó de mí dando grandes zancadas y dejándome muy, pero muy confundida. En la puerta principal de nuestra habitación se encontraba un hombre de mediana edad que llevaba en los brazos un enorme arreglo de rosas rojas.
— ¿Señorita Swan? —preguntó, al verme.
— ¿Qué…?
Tomé el arreglo de flores de los brazos del hombre que estaba en la puerta y lo dejé en una mesita que estaba al lado de la puerta y después firme de recibido. Luego observé de cerca el arreglo de flores y encontré una pequeña tarjetita escondida entre las rosas, en el sobre estaba escrito mi nombre en una perfecta letra curva.
Estoy ansiando volver a verte.
J.
¿J? ¿Quién rayos era J?
— ¿Se tratará de un error? —me pregunté en voz alta mientras me encaminaba hacia mi habitación, dejando el arreglo al lado de las rosas.
Me metí a duchar después de eso. Teníamos que ir hacernos unos estudios para que los organizadores del concurso se aseguraran de que no ingeríamos "sustancias sospechosas". Así que me apresuré a meterme dentro de un par de jeans y una camiseta negra, dejando mi cabello húmedo caer sobre mis hombros.
Nos encaminamos al vestíbulo del hotel donde los demás concursantes ya estaban ahí. No negaré que me sentí intimidada por una rubia alta y escultural que se cogía de la mano de un mastodonte de casi dos metros y con cuerpo de levantador de pesas. Eran, sin duda alguna, la pareja que más resaltaba de entre todos los concursantes. Ella era hermosa, y llevaba una rosa blanca en su sedoso cabello rubio. Cada músculo del cuerpo de su acompañante había sido trabajado con una rutina rigurosa, su cabello corto al estilo militar pero con pequeños rulos formándose.
— ¿Crees que sean problema? —me susurró Edward.
Se había dado cuenta que observaba a esa pareja y seguramente pensaba que estaba preocupada por ellos. Negué con la cabeza y le sonreí al fijar mi mirada en él.
—Él se ve demasiado pesado, no podrá moverse con mucha agilidad y habrá maniobras que no podrá realizar por tener tanto músculo —contesté—. ¿Te das cuenta que casi todos los bailarines hombres tienen un aspecto más liviano? Ello son los que realmente deberían preocuparnos.
Edward asintió y apartó la mirada de mí, como si mi mirada fija en él le incomodara. Lo vi concentrarse en las demás parejas, observándolos con ojo crítico. Yo lo igualé, midiendo cada uno de sus movimientos e imaginándomelos en la pista de baile. Pronto identifiqué dos parejas potenciales que parecían saber muy bien qué es lo que hacían ahí.
Cabe mencionar que casi me voy de espaldas cuando vi llegar a la persona que nos llevaría a la clínica a hacernos los estudios.
—James —susurré, totalmente asombrada.
Algo pasó dentro de mí porque mi flujo sanguíneo de inmediato se incrementó y mi corazón comenzó una carrera. Sentí cómo Edward bufaba por lo bajo al verlo pero sinceramente no le presté mucha atención ya que no tenía ganas de lidiar con él.
—Buenos días, jóvenes concursantes —saludó con su dulce voz. Nuestras miradas se encontraron en medio de la masa de cuerpos que había en el vestíbulo. Me sonrió y yo le respondí la sonrisa sin dudar—. A continuación nos trasladaremos a una clínica para hacerles unos exámenes y asegurarnos de que no estamos ingiriendo ninguna sustancia extraña. Así que hagan el favor de pasar al autobús que está afuera.
Uno a uno fuimos saliendo del hotel de la manera más ordenada que fuimos capaces. Cuando me encontraba cerca de la puerta sentí que alguien cerraba sus dedos entorno a mi codo y me tiraba hacia atrás.
— ¿Cómo amaneciste? —preguntó James, sonriendo y metiendo la nariz entre mis cabellos, aspirando mi aroma.
—Bien —respondí, dibujando una sonrisa inmensa en mi rostro.
— ¿Recibiste mis flores? ¿Te gustaron?
Me reí. Una parte de mí sospechaba que se trataba de él pero las posibilidades eran tan pocas que deseché la idea tan pronto abordó mi mente.
—Estaban hermosas —dije, lo cual no era mentira ya que verdaderamente estaban hermosas.
—Una rosa para otra rosa —susurró contra mis cabellos antes de soltarme.
Me alejó lo suficiente para mirarme a los ojos antes de estampar sus labios contra los míos y besarme con la misma delicadeza que me había besado el día anterior. Y de la misma manera sentí como fuegos pirotécnicos se encendían en mi interior al sentir el roce de sus labios contra los míos.
—Será mejor que subas al autobús —susurró, derramando su aliento dentro de mi boca.
Asentí y él me soltó por completo. Al subirme al autobús un Edward enfurruñado me miró y me dejó pasar al asiento de la ventana sin decir ni una sola palabra. Estaba segura que sabía que me había retrasado por estar con James y también sabía que él sospechaba que las rosas habían sido obra suya ¿Quién más me mandaría flores en Chicago?
Llegamos a la clínica y nos acomodaron a todos en una salita de espera para que fuésemos pasando poco a poco. Edward se sentó lo más lejos de mí que pudo y se dedicó a mirar a la nada mientras yo hojeaba una revista vieja. Nadie hablaba. La salita estaba en completo silencio. Uno a uno nos fueron llamando hasta que al final sólo quedamos Edward, la pareja de la chica rubia y yo.
—Emmett McCarty —anunció la enfermera con una sonrisa.
Esperé que el chico saltara de su silla pero él se mantuvo firme en su asiento, mirando a la enfermera con pánico mientras una gruesa gota de sudor le recorría la frente.
— ¿Señor McCarty? —insistió la enfermera, viendo de Edward a la montaña de músculos y de la montaña a Edward.
— ¿Podríamos dejarme al último? —habló finalmente.
—Lo siento, señor McCarty —respondió la enfermera, negando con la cabeza.
Emmett tragó audiblemente y se secó las gotas de sudor que había en su frente. Parecía nervioso cuando pasó una mirada alrededor de la sala, para fijar la vista en Edward después.
—Que él entre conmigo —casi gimió.
La enfermera seguramente se dio cuenta de cuán nervioso estaba Emmett así que miró su lista y luego llamó a Edward para que entrara con él al cubículo donde le sacarían una muestra de sangre. Edward se puso de pie sin siquiera mirarme y se encaminó al cubículo con Emmett pisándole los talones.
Me quedé sola en la salita de estar, aburrida cerré la revista que estaba leyendo y salté fuera de mi asiento mientras mi mente giraba en torno a James. ¿Qué es lo que estaba pasándome con él? Lo conocía de apenas dos días y ya me había besado dos veces.
—Estas comportándote como una zorra, Isabella —susurré en voz alta para mí misma.
Toqué mis labios con las yemas de mis dedos y cerrando los ojos, recordé las sensaciones que me invadieron cuando sus labios entraron en contacto con mis labios más temprano. Volví a recrear la escena en mi mente, deteniéndome en cada detalle, en cada movimiento y en cada toque. Suspiré, anhelando tener sus labios sobre los míos de nuevo… entonces, de la nada, escuché un fuerte estruendo dentro del cuartito un minuto antes de que la puerta se abriera y un Emmett lleno de pánico saliera pitando de ahí para esconderse detrás de mí, seguido de una enfurruñada enfermera con jeringa en mano y un Edward partido en dos por la risa.
— ¿Qué pasa? —pregunté, desconcertada.
— ¡No dejes que me metan esa cosa en el brazo! —chilló Emmett.
Me tomó de los hombros y me usó como escudo humano mientras Edward seguía riendo sin parar y la enfermera intentaba atrapar a Emmett sin mucho éxito.
— ¡Sólo es un piquetito! —le decía la enfermera, dedicándole su mejor sonrisa.
— ¡No! —gritó Emmett.
—No va a dolerte —le habló como si se tratase de un niño asustado.
— ¡Claro que lo hará! —siguió él.
Emmett me dejó en el suelo sobre mis pies sólo para abrir la puerta de la salita de espera y salir gritando como si algún asesino en serie lo persiguiera, levantando los brazos sobre su cabeza y gritando totalmente aterrado. La enfermera salió detrás de él gritando a quien sabe quién que lo detuviera.
Edward y yo compartimos una mirada, y yo estallé en risotadas con él siguiéndome también.
— ¡Quiero ver cuando lo atrapen! —chillé, muriéndome de risa.
— ¡Yo igual! —Chilló Edward— ¡Vamos detrás de ellos!
Asentí emocionada, y salimos corriendo detrás de la enfermera mientras reíamos sin parar. Fue fácil localizarlos ya que había cerca de cinco enfermeros montados encima de Emmett y la dulce enfermera había sido reemplazada por un enfermero casi tan grandote como el mismo Emmett. El paciente no dejaba de resistirse y gritar que lo dejaran en paz mientras juraba que nunca en su vida había ingerido nada sospechoso y que el estudio de sangre era innecesario. Los enfermeros trataban de calmarlo diciéndole que no sería más que un pequeño piquetito y que no le dolería en lo absoluto, pero él seguía resistiéndose a ser picado por esa aguja.
Finalmente uno de los enfermeros logró hincarle la jeringa en el brazo. Emmett soltó un alarido como si alguien estuviese matándolo justo ahí, luego miró la jeringa y vio como el flujo de sangre salía de su vena. Y cayó desmayado entre los brazos de los enfermeros.
—Se desmayó —susurré, viendo el cuerpo inerte de Emmett en el suelo.
—Eso ocurre cada vez que ve sangre —murmuró una voz detrás de nosotros.
Edward y yo nos giramos al mismo tiempo para ver a la rubia de pie detrás de nosotros. Nos sonrió antes de abrirse paso a su compañero.
—Le tiene miedo a las agujas y no puede ver sangre —dijo la rubia—. Lamento lo ocurrido.
—Está bien —dijo uno de los enfermeros, mirándolo como embobado.
Más tarde Edward y yo fuimos a que nos tomaran las muestras. Cuando iba saliendo de la salita de espera, apretando en algodón en mi piquete, vi a James cerca de la puerta hablando con alguien por teléfono. Una tonta sonrisa se dibujó en mi rostro y me encaminé hacia él enseguida, pero antes de haber dado un paso, una chica castaña llegó corriendo hacia él, lanzándole los brazos al cuello y llenándole el rostro de besos. James la abrazó cuando ella terminó de besarle la cara y hundió la nariz en su sedoso cabello marrón, justo como lo había hecho conmigo más temprano.
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