Rosalie no podría sobrevivir a aquel episodio. Estaba segura de que las murmuraciones acerca de la terrible escena del salón le seguirían hasta el fin de sus días, a través de los campos y los pueblos, a través de los países, por donde fuese, si es que lograba salir de ese lugar. Pero, ¿qué le importaba eso al señor Venganza? Nadie murmuraría acerca de él. Que un noble se divirtiese con una de sus siervas en su propio comedor nada significaba. Después de todo, ¿quién se lo reprocharía?
Aborrecía la idea de regresar para enfrentarse con el motivo de su vergüenza más reciente. Era lamentable que no hubiese modo de llegar al dormitorio de Emmett viniendo de la cocina sin atravesar toda la extensión del salón. Pero cuando Rosalie retornó, después de demorar largamente su comida, no vio que hubiese murmullos referidos a ella. En verdad, los hombres no la miraron en absoluto, y las mujeres que estaban cerca desviaron prontamente la vista.
Confundida, se preguntó: ¿se había mortificado sin motivo? ¿O solamente los que estaban sentados frente a la misma mesa habían visto cómo se subía a las rodillas de Emmett? Pero también allí la ignoraron, excepto el propio Emmett. Este la miró, pero con aire distraído, pues estaba enredado en una profunda discusión con su amigo. Rosalie estaba desconcertada, y la situación no le agradó. Él era el que debía sentirse confundido, no ella. Pero había un modo bastante sencillo de comprobar si algo desusado había sucedido en el breve tiempo que había pasado en la cocina, algo que determinase que las mujeres, e incluso las perezosas costureras que no habían prestado atención a sus enseñanzas aquella tarde, ahora pareciesen intimidadas cuando la veían.
Vio a la joven Bella, la misma que había ido a buscarla al llegar sir Carlisle, y se detuvo junto a la mesa. Advirtió que la muchacha estaba sola.
-Bella, ¿puedo confiar en tu bondad y preguntarte qué ha sucedido aquí mientras he estado abajo?
-No ha pasado nada después de tu hermoso espectáculo.
-Comprendo -replicó Rosalie con voz dura, y se volvió para salir, decepcionada: la muchacha había parecido antes más amistosa. De pronto, Bella le cogió la mano para tranquilizarla
-No, señora, no quise insultarte. Sólo que es extraño ver que el terrible dragón se comporta como un hombre normal.
¿El terrible dragón? Qué bien expresado, pero Rosalie estaba más preocupada por el modo en que Bella acababa de llamarla, pues sabía que era mucho peor que Emmett la tratase como a una sierva si los otros sabían que no lo era.
-¿Por qué me llamas "señora"?- Bella se encogió de hombros.
-No puedes disimular lo que eres aunque lleves las ropas de una sierva. Tus modales hablan más claramente que las palabras, aunque tus palabras hablan con igual claridad de tu noble cuna.
-Tú también hablas así -señaló Rosalie, aliviada porque Bella se limitaba a formular conjeturas. Bella sonrió.
-Me limito a imitar, aunque creo que lo hago mejor que Irina- Rosalie no pudo dejar de reír.
-Sí, mucho mejor que ella. Pero dime, si no ha pasado nada, ¿por qué esas mujeres parecen casi temerosas?
-¿Cuando te miran? -Ante un gesto de Rosalie, la sonrisa de Bella se ensanchó
- Se han enterado de lo de Irina, y creen que fue porque tú se lo pediste al señor.
-Pero yo nunca...
-Yo no he creído que fuese culpa tuya, pero ellas si. También las impresiona el hecho de que no temas al dragón, ni siquiera cuando está de muy mal humor.
-Si que le temo. Tiene mi vida en sus manos.
-No, no mata mujeres. Pero incluso Irina se escondía de él cuando estaba enojado; hoy todos han visto lo enojado que estaba... y después tú lograste que riese. Oír su risa es bastante extraño.
Por alguna extraña razón, Rosalie se sintió muy triste al oír aquello, pero se apresuró a rechazar ese sentimiento. No le importaba que aquel hombre no fuese feliz. La propia Rosalie lo había pasado bastante mal los últimos años.
Aunque hubiera preferido permanecer allí y conversar, pues adivinaba que Bella podía ser su amiga, se separó de la joven, perfectamente consciente de la orden de Emmett: presentarse en su dormitorio; no, en su cama. Y ahora que su vergüenza se había disipado, tenía que afrontar aquella orden, y el nerviosismo que le provocaba.
En verdad, había preparado bien a Emmett para la seducción, o más bien él había precipitado las cosas con sus descaradas bromas durante la comida. Ahora, Rosalie ya no necesitaba siquiera mostrarse sutil. Lo único que podía frustrar su plan era que él creyese que la motivaba el miedo, más que el deseo real de estar en su compañía. Era necesario que Rosalie no demostrase el más mínimo temor. Pero la idea de seducirlo y el hecho concreto de la seducción de ningún modo eran lo mismo, y su nerviosismo estaba tan cerca del miedo que a los ojos de la propia Rosalie eran dos cosas inseparables.
¿Y qué sucedería si todo era inútil, si sus avances no modificaban el modo de tratarla de Emmett? Esme estaba segura de que las cosas cambiarían, pero Rosalie no opinaba exactamente lo mismo. Y sin embargo... él se había sentido excitado sólo con algunas palabras, y esa experiencia había cambiado drásticamente su humor; no el modo de tratar a Rosalie, pero ciertamente su humor. Tendría que esperar y decidir cuáles serían sus futuros avances. Entró en el dormitorio y apenas había echado una ojeada a la cama, donde no deseaba instalarse en espera de la llegada de Emmett, cuando él cerró la puerta detrás de la joven. Ella se volvió, sobresaltada, seguramente la había seguido apenas paso al lado de la mesa, a pesar de que parecía enfrascado en la
Conversación. Rosalie vio el ardor en sus ojos, y comprendió. La deseaba en ese mismo momento, la deseaba enormemente No estaba dispuesto a esperar un minuto más. La idea origino en ella una cálida sensación de poder. Lo que ella pretendía hacer y decir sería así mucho más fácil. Pero también para irritación de Rosalie, excitó vivamente sus propios sentidos.
Allí estaba, de pie frente a la puerta, mirándola, mientras desabrochaba lentamente su capa. Usaba una hermosa túnica parda, bordada en el ruedo y el cuello con hilos de oro. El color resaltaba debido a los cabellos negros, que habían crecido mucho desde su encierro, de modo que ahora le llegaban a los anchos hombros. Su ceño estaba relajado, de modo que la apostura de sus rasgos estaba expuesta a la vista de Rosalie, y turbaba sus sentidos.
Rosalie tenía dificultad para mirarlo cuando se le mostraba así, normal, no como el hombre cruel que podía ser. Como la timidez le convenía, después de lo que había dicho a Emmett en el salón, la Joven se refugió en ella y bajó los ojos. -Ven aquí, Rosalie.
No vaciló cuando tuvo que acercarse, pero no quiso encontrarse con la mirada del hombre. Aquellos ojos expresivos producían en ella un efecto que no podía controlar.
-¿De modo que deseas compartir mi cama?
-Sí.
-¿Por qué?
Dios santo, ¿por qué no podía aceptar su palabra? ¿Por qué? Ella no había previsto que habría un interrogatorio, y no podía pensar ahora que lo tenía tan cerca.
-¿Por qué quiere una mujer compartir el lecho de un hombre? -replicó con voz condolida.
-Porque el mío es más blando que el tuyo. Ella le dirigió una mirada que chocó con la de Emmett. El canalla. Dudaba de ella, y se proponía obligarla a actuar para convencerlo. Rosalie no había deseado seducirlo inicialmente. Y de ningún modo estaba dispuesta a esforzarse en aquella tarea.
-Es cierto -dijo Rosalie secamente-. Sin embargo, no duermo mucho. Tal vez después de todo sea preferible que use la mía.
Se volvió irritada, pero él le agarró el brazo y la apretó con fuerza contra su pecho. Un momento después su boca demostró a la muchacha qué sensaciones provocaba en el señor del castillo, y su pasión se manifestó cálida o más aún, ardiente. Se aferró a él porque sintió que se le doblaban las piernas se aferró a él porque no podía hacer otra cosa. Y allí estaba Emmett, implacable en su ataque, decidido a lograr que ella sintiera lo que él sentía, y que Dios se apiadase de ambos.
Rosalie casi se desplomó cuando la soltó. Emmett no lo advirtió. Se había apartado de Rosalie, el cuerpo tenso a causa de la agitación. Se sentó en la cama, y acarició con tal fuerza los cabellos que la joven se estremeció. Pero cuando los ojos de Emmett se clavaron de nuevo en ella, Rosalie gimió interiormente. Su expresión era ahora intensamente cruel, la expresión que ella temía.
-¿Aún dices que me deseas, mujer? Si contestaba que sí, Emmett se las arreglaría para obligarla a sufrir; Rosalie lo sabía, porque lo leyó en sus ojos. Pero si decía que no, era probable que intentase mostrarle que mentía, y precisamente ahora, con el sabor de sus labios todavía en sus propios labios, no estaba segura de que una negativa fuera la verdad. En cualquiera de los dos casos, ella perdía... o ganaba. Pero ganar le costaría un poco más de su orgullo, porque su plan era una espada de dos filos. Ahora, Rosalie sabía que para representar su papel tendría que sangrar un poco.
Él esperó paciente, dándole tiempo sobrado para seguir el camino del cobarde. Pero ella permaneció firme. Iría hasta el final sin importarle el costo. -Todavía te deseo…. mi señor.
El no contestó durante un momento. Era casi como si no pudiese hablar. Y entonces su voz llegó ronca y áspera. -Necesito pruebas. Muéstramelo.
Rosalie no esperaba menos. Se acercó lentamente a él, y comenzó a quitarse la chaqueta. La pasó sobre la cabeza de Emmett, de pie al alcance de las manos del hombre. Soltó más lentamente la camisa. Todo lo que él sentía, ella podía verlo, y la sensación de poder retornaba, infundiéndole una audacia que otras condiciones no habría exhibido.
Dejó caer al suelo la camisa, de modo que quedó con la ropa o interior las medias y los zapatos. Para desanudar un zapato, no se inclino, sino que apoyó el pie sobre la cama, cerca del muslo de Emmett. Era un gesto descarado e intencional, y acabó con la resistencia del hombre. Gimió. Extendió el brazo para cerrar la mano sobre el trasero de Rosalie, y la atrajo hacia él. La Joven chocó contra el cuerpo del hombre, y sus rodillas se deslizaron a cada lado de las caderas masculinas. Rosalie inclinó torpemente la espalda, mientras él hundía la cara en las suaves prominencias de los pechos femeninos.
Fue un abrazo excitante. También tocó una cuerda más tierna en ella, pues él no hizo nada más, se limitó a sostenerla así un momento. Rosalie rodeó con sus brazos la cabeza de Emmett. Ya no estaba segura de estar representando un papel o actuando contra su voluntad, pues se sentía muy bien reteniéndolo así.
Y entonces, él inclinó hacia atrás la cabeza y le pidió: -Bésame.
Ella obedeció, apoyando las manos en las mejillas de Emmett, dándole un beso desprovisto de pasión, un beso de tierna inocencia, durante los tres segundos que la caricia duró. Los labios de Emmett la obligaron a abrir los suyos, y su lengua lamió el interior de la boca femenina antes de hundirse más profundamente en ella. Por primera vez, Rosalie experimentó el sentimiento de la agresión, y después se sintió abrumada por la pasión que su breve reacción desencadenaba en él.
Cayó sobre la cama, llevándola consigo, y su boca la devoraba. Emmett rodó rápidamente, presionado con el bulto duro de su virilidad entre las piernas de Rosalie; y el pulso de la joven se acentuó, y sintió que sus entrañas se conmovían, y el corazón le latió desesperadamente. Los dedos de Rosalie se habían hundido en los cabellos de Emmett, y agarraban grandes puñados. Necesitaba aquel anclaje, pues sus sentidos perturbados s determinaban que perdiese el control de su propio cuerpo. Gimió cuando Emmett la dejó, pero él lo hizo sólo para cubrirla mejor, y para acomodarse al cuerpo femenino, ahora desnudo ante él. Sus ojos la taladraron, y después sus manos provocaron un jadeo tras otro mientras ascendían lentamente por el vientre femenino para cubrirle los pechos. Capturó uno y lo llevó a la boca, ella Jadeó con el siguiente intento, y no advirtió siquiera que arqueaba el cuerpo para acercarse a él, inconscientemente exigiendo más.
Emitió un grito de protesta cuando él se detuvo para retroceder otra vez. Emmett no exhibió su sonrisa triunfal cuando escuchó la exclamación. Su necesidad era excesiva, y en ese momento no dejaba espacio para una venganza mezquina.
También él jadeaba. Sus ojos no se apartaban de Rosalie mientras intentaba desprenderse de sus propias ropas. Al quitársela, desgarró la preciosa túnica. Rosalie se sentó para ayudarlo, pero los dedos le temblaban tanto que sólo consiguió enredar los cordeles de las calzas, de modo que también se desgarraron cuando él se encargó de la tarea. Su virilidad quedó entre ellos, inflamada, acero con terciopelo, y le pareció la cosa más natural del mundo cerrar la mano alrededor de aquel miembro.
El aspiró con fuerza antes de gemir:
-No -y tomó con la suya la mano de Rosalie, y la sujeto sobre la cama.
Ella gimió ante aquella contención, pero la boca de Emmett se acercó para recibir el sonido, y después su cuerpo descendió para abrir los muslos de la muchacha, y a ella ya nada le importó, sólo aquel fuego que se disponía a penetrarla. Bajó la mano libre hasta la cintura de Emmett, todo lo que pudo alcanzar, para inducirlo a que la presionara. Pero él se mantenía apartado, y aquella mano también quedó prisionera cuando él trató de dominarlo todo. Ella ya no podía esperar más.
-Vamos... por favor, Emmett, ¡ahora' -rogó, esta vez sin que él se lo ordenase, en una actitud de acatamiento inmediato.
El se arrojó sobre Rosalie. Ella se derritió alrededor del cuerpo del hombre. Emmett empujó con dureza y con fuerza. Ella grito en la culminación, llegó antes que él, continuó después que él, con tanta intensidad que casi se desmayó. Estaba flotando en su lánguida satisfacción cuando le oyó
-Me pregunto, mujer, si alguna vez te poseeré tranquilamente, o si siempre me provocarás para caer en esa locura- Rosalie se limitó a sonreír.
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