El Amor Más Allá Del Tiempo, Rubí

Autor: Bella_Paula.Swan
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 10/06/2013
Fecha Actualización: 20/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 10
Visitas: 23003
Capítulos: 16

De repente la calle comenzó a desaparecer frente a mí. Poco después reapareció, pero todo era diferente. Había vuelto al pasado. Me llamo Bella Swan y soy la última viajera del tiempo. Así empieza la aventura de mi vida... Pasen les juro que no se van a arrepentir :D


HOLA! Bueno aqui les dejo esta nueva historia, pero antes debo aclarar que la historia no me pertenece, este fic esta basado en la trilogia de Rubi (Rubi, Zafiro, Esmeralda) de Kerstin Gier, yo solo jugue con los personajes de crepúsculo y Wuala este es el reultado, dejenme saber si les gusta o no para segui publicando, pero dejenme aclarae que esta primera parte (Me refiero al primer libro ya que son tres) no se ve mucho el romance de los protagonistas, ya que el ellos empiezan a hablarse mas es en el tercer libro...Pero eso no quiere decir que no vamos a ver nada de nada, no señorit@s este libro tiene su sorpresita al final :D

 

Espero sus comentarios xoxoxoxox

 

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Capítulo 16: Capítulos XV - Epílogo - Extra

Los Personajes Pertenecen a Stephanie Meyer, La Historia Es De Kerstin Gier


Capítulo XV

Vivimos tiempos desquiciados. ¡Oh, nefasta suerte,

que me hiciste nacer para enmendarlos!

Hamlet

William Shakespeare

(1564-1616)

Una calesa de los Vigilantes nos llevó de Temple a Belgravia siguiendo la orilla del Támesis, y esta vez pude reconocer en el exterior muchas cosas del Londres que conocía. El sol iluminaba el Big Ben y la catedral de Westminster, y, para mi gran alegría, por las anchas avenidas paseaban personas con sombreros, sombrillas y vestidos claros como el mío, los parques brillaban con el verdor de la primavera y las calles estaban bien pavimentadas y sin pizca de lodo.

—¡Es como el escenario de un musical! —Exclamé—. Yo también quiero tener una sombrilla como esas.

—Hemos ido a parar a un buen día —Repuso Edward—. Y a un buen año.

Mi compañero de viaje había dejado su sombrero de copa en el sótano, y, como yo hubiera hecho lo mismo en su lugar, no malgasté ni una palabra en comentarlo.

—¿Por qué no esperamos sencillamente a Siobhan en Temple, cuando venga a elapsar? —Le pregunté.

—Ya lo he intentado dos veces, pero no ha sido fácil convencer a los Vigilantes de mis buenas intenciones, a pesar de la contraseña y el anillo y todo el resto. Siempre es difícil prever las reacciones de los Vigilantes del pasado. En la duda, tienden a ponerse del lado de los viajeros del tiempo que conocen y deben proteger, en lugar del de un visitante del futuro al que apenas conocen o no conocen en absoluto, tal como hicieron la noche pasada y esta mañana. Tal vez tengamos más éxito si la visitamos en su casa. En todo caso, tendremos más posibilidades de sorprenderles.

—Pero ¿No podría ser que estuviera vigilada día y noche por alguien que esté esperando a que aparezcamos? De hecho, ella cuenta con eso desde hace muchos años, ¿No?

—En los Anales de los Vigilantes no se habla para nada de una protección personal adicional. Solo del novicio de rigor que mantiene vigilada la casa de cada viajero del tiempo.

—El hombre de negro —Exclamé—. En nuestra casa también hay uno.

—Y por lo que se ve, no demasiado discreto —Dijo sonriendo Edward.

—No, en absoluto. Mi hermana pequeña dice que es un mago. —Aquello me hizo pensar en que no le había preguntado a Edward por su familia—. ¿Tú también tienes hermanos?

—Un hermano pequeño —Contestó—. Bueno, ya no es tan pequeño. Tiene diecisiete años.

—¿Y tú?

—Diecinueve —Repuso Edward—. En fin, casi.

—Si ya no vas a la escuela, ¿Qué haces aparte de viajar por el pasado? Y tocar el piano. Y toda esa clase de cosas.

—Oficialmente estoy matriculado en la Universidad de Londres —Dijo—, pero creo que este trimestre voy a tener que dejarlo.

—¿En qué facultad?

—Eres bastante curiosa, ¿No?

—Me limito a dar un poco de conversación —Repuse (había sacado la frase de Laurent)—. Vamos, dime, ¿Qué estudias?

—Medicina.

Había sonado un poco cortado. Reprimí un "¡Oh!" de sorpresa y volví a mirar por la ventana. Medicina… Interesante, sí, muy interesante.

—¿Ese que estaba hoy en el instituto es tu novio?

—¿Qué? ¿De quién hablas?

Le miré perpleja.

—El tipo que tenías detrás, el que te apoyaba la mano en el hombro.

Lo había dicho como de pasada, casi con desinterés.

—¿Te refieres a Mike Newton? Pero ¿Qué dices?

—Si no es tu novio, ¿Cómo es que te puede tocar?

—Es que no puede. Para ser sincera, no me fijé en que lo hiciera.

Y no me había fijado porque estaba demasiado ocupada mirando cómo Edward intercambiaba arrumacos con Tanya. Al recordarlo, se me encendieron las mejillas. Él la había besado. O casi.

—¿Cómo es que te has sonrojado? ¿Es por ese Mike Bewbton?

—Newton —Le corregí.

—Lo que sea. Tenía aspecto de idiota.

Me eché a reír.

—No es solo el aspecto —Dije—. Y, además, besa horriblemente.

—Tampoco quería saber tanto. —Edward se agachó, se ató los cordones de los zapatos, y después de incorporarse, cruzó los brazos sobre el pecho y miró por la ventana—. ¡Mira, esto ya es Belgrave Road! ¿Estás emocionada por ver a tu tatarabuela?

—Sí, muchísimo.

Enseguida me olvidé de lo que habíamos hablado. Qué extraño era todo aquello. Mi tatarabuela, a la que estaba a punto de visitar, era un poco más joven que mi madre. Por lo visto, se había casado bien, porque la casa de Eaton Place ante la que se detuvo la calesa era una imponente mansión señorial. Y el mayordomo que nos abrió la puerta también lo era. Era aún más señorial que el señor Marcus. ¡Incluso llevaba guantes blancos! El hombre nos miró con desconfianza cuando Edward le tendió una tarjeta y le anunció que éramos una visita sorpresa para el té y que estaba seguro de que su vieja amiga, lady Tilney, se alegraría mucho de saber que Isabella Swan había venido a visitarla.

—Me parece que no te encuentra bastante refinado sin sombrero ni patillas —Observé cuando el mayordomo se marchó con la tarjeta.

—Y sin bigote —Señaló Edward—. Lord Tilney tiene uno que le va de oreja a oreja. ¿Ves? Ahí delante hay un retrato suyo. —Madre mía.

Mi tatarabuela tenía un gusto francamente extravagante en materia de hombres. Su marido tenía el tipo de bigote que hay que fijar con rulos por la noche.

—¿Y si sencillamente manda al mayordomo a decirnos que no está en casa? —Pregunté—. Tal vez no tenga ganas de volver a verte tan pronto.

—Está bien eso de tan pronto. Para ella, hace dieciocho años de mi última visita.

—¿Tanto ya?

En la escalera había aparecido una mujer alta y delgada, con el cabello pelirrojo recogido en un peinado bastante parecido al mío. Me recordaba a Abue Sue, pero treinta años más joven. Vi, sorprendida, que su forma de caminar también era calcada a la de mi abuela.

Cuando la mujer se detuvo frente a mí, las dos permanecimos calladas, totalmente concentradas en nuestra contemplación mutua. También pude reconocer algo de mí madre en mi tatarabuela. Y no sé qué o a quién vio Siobhan Tilney en mí, pero el hecho es que asintió y sonrió como si le complaciera mi aspecto. Edward esperó un momento antes de decir:

—Lady Siobhan, tengo la misma petición que hacerle que hace dieciocho años. Necesitamos un poco de su sangre.

—Y yo sigo diciendo lo mismo que hace dieciocho años. No tendrás mi sangre. —Se volvió hacia mí—. Pero puedo ofreceros un té. Aunque aún es un poco pronto para eso. Ante una taza de té se conversa mejor.

—En ese caso estaremos encantados de tomar una tacita —Repuso Edward galantemente.

Seguimos a mi tatarabuela escaleras arriba hasta una habitación que daba a la calle. Junto a la ventana había una mesita redonda servida para tres personas, con platos, tazas, cubiertos, pan, mantequilla, mermelada, y en el centro una bandeja con unos finísimos sándwiches de pepino y scones.

—Casi se diría que nos estaba esperando —Dije mientras Edward examinaba con detenimiento la habitación.

Lady Siobhan sonrió de nuevo.

—Sí, ¿Verdad? Realmente lo parece, pero, de hecho, espero a otros invitados. Tomad asiento, por favor.

—No, gracias, dadas las circunstancias preferimos seguir de pie —Repuso Edward, que de pronto se había puesto muy tenso—. Tampoco queremos molestarla mucho rato. Solo querríamos obtener un par de respuestas.

—¿Y cuáles son las preguntas?

—¿De qué conoce mi nombre? —Pregunté—. ¿Quién le ha hablado de mí?

—Tuve una visita del futuro. —Su sonrisa se hizo más amplia—. Me pasa a menudo.

—Lady Siobhan, la última vez ya traté de explicarle que esa visita le proporcionó datos totalmente falsos —Aclaró Edward—. Comete un grave error al confiar en las personas equivocadas.

—Yo también se lo digo siempre —Dijo una voz de hombre. En la puerta había aparecido un joven que se acercó con paso indolente—. Siobhan, digo siempre, cometes un grave error al confiar en las personas equivocadas. Oh, esto tiene un aspecto delicioso. ¿Son para nosotros?

Edward, que al verle había cogido aire bruscamente, tendió el brazo hacia mí y me sujetó por la muñeca.

—¡No es ni un paso más! —Resopló.

El otro hombre levantó una ceja.

—Solo voy a coger un sándwich, si no tienes inconveniente.

—Sírvete tranquilamente.

Mientras mi tatarabuela abandonaba la habitación, el mayordomo se plantó en el umbral de la puerta. A pesar de los guantes blancos, en ese momento parecía el portero de un club de mala fama.

Edward maldijo en voz baja.

—No debéis preocuparos por Emmett —Afirmó el joven—. Aunque dicen que una vez le partió la nuca a un hombre por descuido, ¿No es cierto, Emmett?

Le miré fijamente. No podía hacer otra cosa. Tenía los mismos ojos que Carlisle Cullen, amarillos como el ámbar. Como un lobo.

—¡Isabella Swan!

Al sonreír, aún se parecía más a Carlisle Cullen. Solo que era al menos veinte años más joven y sus cortos cabellos eran del color del azabache. Su mirada me daba miedo: era afable, pero en ella había algo que no podía acabar de definir. ¿Tal vez rabia o dolor?

—Es un placer para mí conocerte.

Su voz había enronquecido por un instante. Me tendió la mano, pero Edward me sujetó con los brazos atrayéndome hacia él.

—¡No la toques!

De nuevo arqueó las cejas.

—¿De qué tienes miedo, muchacho?

—¡Sé muy bien qué quieres de ella!

Podía sentir los latidos del corazón de Edward en mí espalda.

—¿Sangre? —El hombre cogió uno de los minúsculos y finísimos sándwiches y se lo echó a la boca. Luego nos enseñó las palmas de las manos y dijo—: Ninguna jeringa, ningún escalpelo. ¿Lo ves? Y ahora deja a la muchacha, la estás aplastando. —De nuevo esa curiosa mirada que me apuntaba—. Mi nombre es Sam, Sam Cullen.

—Ya lo imaginaba —Repuse—. Usted es el hombre que indujo a mi prima Emily a robar el cronógrafo. ¿Por qué lo hizo?

Sam Cullen hizo una mueca.

—Encuentro raro que me trates de usted.

—Y yo encuentro raro que me conozca.

—Deja de hablar con él —Me advirtió Edward.

Mientras tanto su abrazo se había aflojado un poco, y ahora solo me mantenía apretada contra él con un brazo mientras con el otro abría una puerta lateral que tenía detrás para echar un vistazo a la habitación contigua. Otro hombre enguantado se había plantado ante ella.

—Este es Brady —Dijo Sam—. Y como no es tan grande y fuerte como Emmett, lleva una pistola, ¿Ves?

—Sí —Gruñó Edward, y volvió a cerrar la puerta.

Edward no se había equivocado. Efectivamente habíamos caído en una trampa. Pero ¿Cómo era posible? Siobhan Tilney no podía haber servido la mesa para nosotros y colocado a un hombre con una pistola en la habitación contigua cada uno de los días de su vida.

—¿Cómo sabía que estaríamos aquí hoy? —Pregunté a Sam.

—Bueno… Si te dijera que no lo sabía en absoluto, que solo pasaba casualmente por aquí, seguro que no me creerías, ¿O sí? —Pescó un scone de la mesa y se dejó caer en una silla—. ¿Cómo están tus queridos padres?

—¡Cierra la boca! —Susurró Edward.

—¡Vamos, supongo que podré preguntarle cómo están sus padres, no!

—Bien —Repuse—. Al menos mamá. Mi padre murió.

Sam parecía horrorizado.

—¿Muerto? ¡Pero si Charlie tenía una salud de hierro, estaba fuerte como un roble!

—Tenía leucemia —Dije—. Murió cuando yo tenía siete años.

—Oh, Dios mío. Lo siento muchísimo. —Sam me dirigió una mirada triste y seria—. Seguro que fue espantoso para ti tener que crecer sin un padre.

—Deja de hablar con él —Volvió a decir Edward—. Solo trata de retenernos hasta que lleguen refuerzos.

—¿Sigues creyendo que voy tras su sangre?

Los ojos amarillos tenían un brillo peligroso.

—En efecto —Repuso Edward.

—¿Y crees que Emmett, Brady, yo y la pistola no nos bastaríamos para controlarte? —Preguntó Sam sarcásticamente.

—En efecto —Volvió a decir Edward.

—Oh, claro, estoy seguro de que mi querido hermano y los otros Vigilantes se habrán encargado de convertirte en una auténtica máquina de combate —Se burló Sam—. Al fin y al cabo eras tú quien tenía que sacarlos del atolladero. O, mejor dicho, al cronógrafo. Nosotros teníamos que aprender un poco de esgrima y el obligatorio piano por simple tradición, pero apuesto a que tú también has aprendido taekwondo y todo ese género de cosas. Supongo que es imprescindible cuando uno tiene que viajar al pasado para sacarle sangre a la gente.

—Hasta ahora esas personas han entregado su sangre voluntariamente.

—¡Solo porque no sabían adónde conduciría eso!

—¡No! ¡Porque no querían destruir aquello por lo que los Vigilantes han investigado, han trabajado y han velado durante siglos!

—¡Bla bla bla! También nosotros hemos tenido que soportar a lo largo de nuestras vidas esta patética cháchara, pero nosotros conocemos la verdad sobre las intenciones del conde Vulturi.

—¿Y cuál es la verdad? —Solté instintivamente. En la escalera se oyeron pasos.

—Ya llegan los refuerzos —Anunció Sam sin volverse.

—La verdad es que miente más que habla —Repuso Edward.

El mayordomo se hizo a un lado para dejar entrar en la habitación a una esbelta muchacha pelirroja, un poco mayor para ser la hija de lady Tilney.

—No me lo puedo creer —Exclamó la joven mirándome como si nunca hubiera visto antes nada tan raro.

—¡Puedes creerlo, princesa! —Repuso Sam en un tono tierno y un poco preocupado.

La joven permanecía clavada en la puerta, como petrificada.

—Tú eres Emily —Dije.

El parecido familiar era más que evidente.

—Isabella —Suspiró Emily.

—Sí, esta es Isabella —Dijo Sam—. Y el tipo que la mantiene agarrada como si fuera su osito de peluche preferido es mi sobrino primo o como se llame eso. Por desgracia, lo único que quiere es marcharse.

—¡No, por favor! —Suplicó Emily—. Tenemos que hablar con vosotros.

—En otra ocasión —Cortó Edward secamente—. Tal vez en algún momento en que no estemos rodeados de extraños.

—¡Es importante! —Exclamó Emily.

Edward rio.

—¡Sí, estoy seguro!

—Puedes irte si quieres, chico —Afirmó Sam—. Emmett te acompañará hasta la puerta. Pero Isabella se quedará un poco más. Tengo la sensación de que es más fácil hablar con ella. Aún no ha pasado por todo ese lavado de cerebro… ¡Oh, mierda!

La maldición iba dirigida a la pequeña pistola negra que había aparecido como por ensalmo en la mano de Edward, que la giró muy despacio para apuntar a Emily.

—Ahora Isabella y yo abandonaremos la casa tranquilamente —Anunció—. Emily nos acompañará hasta la puerta.

—Eres un cerdo —Susurró Sam, que se había levantado bruscamente. Su mirada se paseaba indecisa entre Emmett, Emily y nosotros dos.

—Vuelve a sentarte —Ordenó Edward. Su voz era helada, pero yo podía sentir cómo se le había acelerado el pulso. Mientras con la mano libre seguía manteniéndome firmemente apretada contra él, añadió dirigiéndose a Emmett—: Y usted, siéntese, por favor. Aún quedan un montón de sándwiches.

Sam volvió a sentarse y miró hacia la puerta lateral.

—Una palabra a Brady y disparo —Advirtió Edward. Aunque Emily le miraba con los ojos abiertos de par en par, no parecía tener ningún miedo. Al contrario que Sam, que realmente parecía creer que Edward hablaba en serio.

—Haz lo que dice —Le dijo a Emmett, y el mayordomo abandonó su puesto en el umbral y se sentó a la mesa lanzándonos miradas furiosas.

—Ya le has visto, ¿Verdad? —Emily miró a Edward directamente a los ojos—. Ya te has encontrado con el conde Vulturi.

—Tres veces —Repuso Edward—. Y él sabe muy bien lo que os proponéis. Media vuelta. —Colocó el cañón de la pistola directamente contra la nuca de Emily—. ¡Adelante!

—Princesa…

—No pasa nada, Sam.

—Le han dado una maldita automática Smith and Wesson. Pensaba que eso iba contra las doce reglas de oro.

—En la calle la dejaremos ir —Afirmó Edward—. Pero si antes se mueve alguien aquí arriba, dispararé. Ven, Isabella. Tendrán que intentarlo otra vez si quieren conseguir tu sangre.

Dudé un momento.

—Tal vez es verdad que solo quieren hablar —Murmuré.

Me interesaba terriblemente saber lo que Emily y Sam tenían que decir. Pero, por otro lado, si realmente eran tan inofensivos, ¿Por qué habían apostado a estos guardias de corps en la habitación? Y con armas. De nuevo me vinieron a la memoria los hombres del parque.

—Puedes estar segura de que no solo quieren hablar — repuso Edward.

—Es inútil —Señaló Sam—. Le han lavado el cerebro.

—Es el conde —Dijo Emily—. Puede ser muy convincente, como sabes.

—¡Volveremos a vernos! —Saludó Edward.

Entretanto ya habíamos llegado al rellano.

—¿Debo tomarlo como una amenaza? —Exclamó Sam —. ¡Nos veremos, sí, puedes contar con ello!

Edward mantuvo la pistola apuntada contra la nuca de Emily hasta que llegamos a la puerta de la casa. Yo esperaba que en cualquier momento el hombre al que llamaban Brady saliera disparado de la otra habitación, pero no apareció nadie. Y tampoco mi tatarabuela se veía por ningún sitio.

—No debéis permitir que el Círculo se cierre —Balbució Emily nerviosamente—. Y no debéis volver a visitar nunca al conde en el pasado. ¡Sobre todo, Isabella no debe encontrarse con él!

—¡No les escuches!

Edward se vio obligado a soltarme mientras apuntaba a Emily con la pistola con una mano y con la otra abría la puerta para mirar a la calle. Desde arriba llegaba un murmullo de voces. Miré angustiada hacia la escalera. Allí arriba había tres hombres y una pistola, y allí arriba debían quedarse.

—Ya le he visto —Respondí a Emily—. Ayer…

—¡Oh, no! —La cara de Emily se puso un poco más pálida aún—. ¿Él conoce tu magia?

—¿Qué magia?

—La magia del cuervo —Respondió Emily.

—La magia del cuervo es solo un mito.

Edward me cogió del brazo y me arrastró escalones abajo hacia la calle. No había ni rastro de nuestro coche.

—¡Eso no es cierto! Y el conde también lo sabe.

Aunque Edward seguía apuntando a la cabeza de Emily, ahora su mirada se dirigía a las ventanas del primer piso. Seguramente allí estaba el tal Brady con su pistola. Pero de momento aún nos encontrábamos bajo la protección del saledizo.

—Espera —Le dije a Edward.

Miré a Emily. En sus grandes ojos azules había lágrimas, y por alguna razón me resultó difícil no creerla.

—¿Por qué estás tan seguro de que no dicen la verdad, Edward? —Pregunté en voz baja.

Me miró un momento irritado antes de pestañear de incredulidad.

—Estoy totalmente seguro de que mienten —Dijo en un susurro.

—Pues no suena como si lo estuvieras —Replicó Emily con un tono de dulzura en su voz—. Podéis confiar en nosotros.

¿Realmente podíamos hacerlo? ¿Cómo habían podido entonces realizar lo imposible y esperar allí nuestra llegada?

Vi la sombra por el rabillo del ojo.

—¡Cuidado! —Grité al distinguir a Emmett, que ya estaba muy cerca.

Edward giró sobre sí mismo en el último momento, cuando el mayordomo ya se disponía a dar el golpe de gracia.

—¡Emmett, no!

Era la voz de Sam desde la escalera.

—¡Corre! —Gritó Edward, y en una fracción de segundo tomé mi propia decisión.

Salí corriendo tan rápido como me lo permitieron los botines. A cada paso que daba temía oír el sonido de un disparo.

—Habla con tu abuelo —Gritó Emily a mi espalda—. ¡Pregúntale por el Caballero Verde!

Edward no me alcanzó hasta la siguiente esquina.

—Gracias —Susurró jadeando, y volvió a guardarse la pistola—. Si la hubiera perdido, nos hubiéramos visto en un apuro. Sigamos por aquí.

Miré a mí alrededor.

—¿Nos persiguen?

—No lo creo —Repuso Edward—. Pero, por si acaso, será mejor que corramos.

—¿De dónde ha salido el tal Emmett ese tan de repente? Todo el rato he estado vigilando la escalera.

—Seguramente hay otra escalera en la casa. No había pensado en esa posibilidad.

—¿Y dónde se ha metido el Vigilante con la calesa? Se suponía que tenía que esperarnos.

—¡Qué sé yo!

Edward estaba sin aliento. La gente que caminaba por la acera nos miraba extrañada al vernos pasar corriendo, pero ya me había acostumbrado.

—¿Quién es el Caballero Verde?

—No tengo ni idea —Contestó Edward.

Empezaba a tener flato. No podría aguantar ese ritmo mucho tiempo más. Edward dobló por una estrecha calle lateral y finalmente se detuvo ante el portal de una iglesia. "Holy Trinity", leí en un cartel.

—¿A qué hemos venido aquí? —Dije jadeando.

—A confesarnos —Respondió Edward.

Miró a su alrededor antes de abrir la pesada puerta, y luego me empujó al interior en penumbra y volvió a cerrar detrás de nosotros. A nuestro alrededor todo era paz, olor a incienso y la solemne sensación de recogimiento que te envuelve en cuanto cruzas el umbral de una iglesia. Era una bonita iglesia, con ventanas con vidrieras de colores, paredes de arenisca claras y soportes en los que titilaban las llamas de las velitas que representaban una oración o un buen deseo.

Edward me guío por la nave lateral hasta un viejo confesionario, corrió la cortina a un lado y señaló el interior de la pequeña cabina.

—¿No lo dirás en serio? —Susurré.

—Pues sí. Yo me sentaré en el otro lado y esperaremos hasta que volvamos a saltar.

Perpleja, me dejé caer en el asiento, y Edward cerró la cortina ante mis narices. Un instante después se abrió la ventanilla enrejada que daba al asiento vecino.

—¿Estas cómoda?

Poco a poco había ido recuperando la respiración y mis ojos se habían habituado a la penumbra. Edward me miraba desde el otro lado con seriedad afectada.

—Y ahora, hermana, agradezcamos al Señor la protección que nos ofrece en su casa.

Le miré fijamente. ¿Cómo podía estar tan relajado, casi eufórico, cuando hacía solo un instante había estado sometido a una gran tensión? ¡Por Dios, había apuntado a la cabeza de mi prima con una pistola! Era imposible que aquello le hubiera dejado impasible.

—¿Cómo puedes bromear después de lo que ha pasado?

De pronto adoptó un aire cohibido, y se encogió de hombros.

—¿Se te ocurre algo mejor?

—¡Sí! ¡Por ejemplo podríamos tratar de analizar lo que acaba de pasar! ¿Por qué dicen Emily y Sam que alguien te ha lavado el cerebro?

—¿Y cómo quieres que lo sepa? —Se pasó la mano por los cabellos, y vi que le temblaba un poco. No estaba tan tranquilo como aparentaba—. Quieren hacerte dudar. Y ha mí también.

—Emily ha dicho que debo preguntarle a mi abuelo. Seguramente no sabe que ha muerto. —Pensé en los ojos llenos de lágrimas de Emily—. Pobre. Para ella debe de ser terrible no poder volver a ver nunca a su familia en el futuro.

Edward no dijo nada. Durante un rato permanecimos en silencio. A través de una rendija de la cortina miré hacia el presbiterio. Una gárgola pequeña —Tal vez me llegara a la rodilla—, con orejas puntiagudas y una cómica cola de lagartija, salió dando un brinco de la sombra de una columna y miró hacia nosotros. Rápidamente aparté la mirada. Si se daba cuenta de que podía verla, seguro que vendría a darme la lata. Sabía por propia experiencia que los fantasmas gárgola pueden ponerse muy pesados.

—¿Estás seguro de que te puedes fiar del conde Vulturi? —Pregunté mientras la gárgola se acercaba dando saltitos.

Edward cogió aire.

—Es un genio. Ha descubierto cosas que ningún hombre antes que él… Sí, confío en el conde. Piensen lo que piensen Emily y Sam, están equivocados. —Suspiró—. En todo caso, hasta hace poco estaba totalmente seguro, cuando todo parecía tan lógico…

Por lo visto, la pequeña gárgola nos encontraba aburridos, porque trepó por una columna y desapareció en la tribuna del órgano.

—¿Y ahora ya no te lo parece?

—¡Solo sé que antes de que aparecieras tú lo tenía todo controlado! —Repuso Edward.

—¿No estarás haciéndome responsable de que por primera vez en tu vida no todos bailen al son que tú tocas?

Levanté las cejas exactamente como había visto que él lo hacía. ¡Era una sensación fantástica! Estuve a punto de sonreír, tan orgullosa me sentía de mí misma.

—¡No! —Sacudió la cabeza y lanzó un gemido—. ¡Isabella! ¿Por qué las cosas son tan complicadas contigo en comparación con Tanya?

Se inclinó hacia delante, y vi en su mirada algo que nunca había visto antes.

—¡Ah! ¿De eso hablabais hoy en el patio de la escuela? —Pregunté ofendida.

Acababa de ofrecerle la oportunidad perfecta para contraatacar. ¡Un error de principiante!

—¿Celosa? —Preguntó rápidamente con una amplia sonrisa.

—¡En absoluto!

—Tanya siempre hacía lo que yo le decía. Tú no lo haces. Lo que resulta bastante estresante. Pero, de algún modo, también muy divertido y tierno.

Esta vez no fue solo su mirada lo que me desconcertó. Con vergüenza, me aparté un mechón de cabellos de la cara. Con la carrera, mi estúpido peinado se había deshecho del todo; seguramente las horquillas habían dejado una pista desde Eaton Place hasta la puerta de la iglesia.

—¿Por qué no volvemos a Temple?

—A mí me parece que aquí se está muy bien. Si volvemos, se iniciará otra vez una de esas interminables discusiones. Y la verdad, de vez en cuando no me viene mal dejar de recibir órdenes del tío Carlisle durante un rato.

¡Bien, había vuelto a recuperar la iniciativa!

—No es una sensación muy agradable, ¿Verdad? —Le pregunté.

Sacudió la cabeza.

—No. Realmente, no.

Fuera, en la nave de la iglesia, se oyó un ruido que me hizo pegar un brinco. Volví a echar un vistazo a través de la cortina: era una anciana que encendía una vela ante un cepillo.

—¿Y qué pasará si saltamos ahora mismo? No quiero aterrizar en el regazo de… un niño que va a hacer la primera comunión, por ejemplo… Además, no creo que el cura se mostrara muy entusiasmado al verme.

—No te preocupes. —Edward rio bajito—. En nuestra época este confesionario nunca está ocupado. Podría decirse que está reservado para nosotros. El padre Jakobs lo llama "el ascensor al submundo". Naturalmente, es miembro de los Vigilantes.

—¿Cuánto falta aún para nuestro salto?

Edward miró el reloj.

—Todavía nos queda tiempo.

—Entonces deberíamos emplearlo en algo útil. —Solté una risita—. ¿No querrías confesar tus pecados, hijo mío?

Sencillamente me había salido así, sin pensarlo, y en ese instante comprendí finalmente qué estaba pasando allí.

¡Estaba sentada con el señor Edward-antes-conocido-como-el-creído-insufrible en un confesionario en el penúltimo cambio de siglo flirteando descaradamente! ¡Dios mío! ¿Por qué Alice no me había preparado un expediente lleno de indicaciones para el caso?

—Solo si tú también me confiesas tus pecados.

—Ya te gustaría. —Me apresuré a cambiar de tema.

Definitivamente me encontraba en terreno resbaladizo—. La verdad es que tenías razón con lo de la trampa. Pero ¿Cómo podían saber Emily y Sam que estaríamos allí precisamente hoy?

—No tengo ni la más remota idea —Repuso Edward, y de pronto se inclinó tanto hacia mí que nuestras narices quedaron a unos centímetros. En la penumbra sus ojos se veían muy oscuros—. Pero tal vez tú sí lo sepas.

Parpadeé irritada (doblemente irritada: primero por la pregunta, pero más aún por nuestra repentina proximidad).

—¿Yo?

—Podrías ser la persona que reveló a Emily y a Sam nuestra cita.

—¿Qué? —Prefiero no imaginar la cara de boba que debía de poner en ese momento—. ¡Menuda tontería! ¿Y cuándo se supone que lo habría hecho? Ni siquiera sé dónde se encuentra el cronógrafo. Y, de todos modos, nunca permitiría que… —Me detuve antes de volver a irme de la lengua.

—Isabella, no tienes ni idea de todo lo que harás en el futuro.

Tardé un poco en asimilar sus palabras antes de decir:

—Igualmente podrías haber sido tú por la misma razón.

—También es cierto. —Edward se retiró otra vez a su lado del confesionario y en la penumbra vi brillar sus dientes al sonreír—. Creo que las cosas se pondrán emocionantes para nosotros dos próximamente.

La frase provocó un cálido cosquilleo en mi estómago. Supongo que la perspectiva de vivir nuevas aventuras tendría que haberme angustiado, pero en realidad en ese instante me embargó una incontenible sensación de felicidad.

Sí, aquello prometía ponerse emocionante. Callamos durante un momento, y luego Edward dijo:

—Hace poco, en el coche, hablábamos sobre la magia del cuervo, ¿lo recuerdas?

Recordaba cada palabra.

—Has dicho que no podía tener esa magia porque no era más que una chica vulgar y corriente, una chica como tantas otras que has conocido, de esas que siempre tienen que ir juntas al lavabo y se burlan de Lisa, y que…

Una mano se posó sobre mis labios.

—Sé lo que he dicho. —Edward se había inclinado hacia mí desde su lado de la cabina—. Y lo siento.

¿Qué? Me sentí como fulminada por un rayo, incapaz de moverme y ni siquiera de respirar. Sus dedos palparon delicadamente mis labios, me acariciaron la barbilla y subieron por mis mejillas hasta las sienes.

—Tú no eres una chica vulgar, Isabella —Susurró mientras empezaba a acariciarme el cabello—. Eres una chica totalmente fuera de lo corriente. No necesitas la magia del cuervo para ser especial para mí.

Su cara se acercó aún más. Cuando sus labios rozaron mi boca, tuve que cerrar los ojos.

"Muy bien. Ahora voy a desmayarme", pensé.

De los Anales de los Vigilantes

24 de junio de 1912

Día soleado, veintitrés grados a la sombra.

Lady Tilney aparece puntualmente a las nueve

para elapsar. La circulación en la Ciudad se ha complicado debido a una

marcha de protesta de un grupo de féminas enloquecidas que

exigen el derecho de voto para las mujeres. Antes fundaremos

colonias en la Luna que ver algo así.

Por lo demás, ningún otro suceso digno de reseñar.

Informe: Brady Mine, Círculo Interior.


 

 

EPÍLOGO

 

Hyde Park, Londres

 

24 de junio de 1912

 

—Estas sombrillas son realmente prácticas —Comentó la joven mientras hacía girar la suya—. No entiendo por qué han desaparecido.

 

—Posiblemente porque aquí no para de llover, ¿No crees? —Respondió él con una media sonrisa—. Pero yo también las encuentro muy monas. Y los vestidos de verano blancos con puntillas te sientan de maravilla. Poco a poco también me voy acostumbrando a las faldas largas. Me encanta el momento en que te vuelves para sacártelas.

 

—Pues yo nunca me acostumbraré a no llevar pantalones —Se lamentó ella—. No hay día que no eche de menos mis vaqueros.

 

Él sabía muy bien que no eran los vaqueros lo que tanto echaba de menos, pero se cuidó de decirlo. Durante un rato permanecieron en silencio.

 

Bañado por el sol del verano, el parque desprendía una maravillosa sensación de paz, y la ciudad que se extendía detrás parecía construida para la eternidad. El joven pensó en que al cabo de dos años empezaría la Primera Guerra Mundial y los zepelines alemanes lanzarían sus bombas sobre Londres. Tal vez entonces tuvieran que retirarse un tiempo al campo.

 

—Es idéntica a ti —Dijo ella de pronto. Él supo enseguida de quién hablaba.

 

—¡No, es idéntica a ti, princesa! Lo único mío que tiene son los cabellos.

 

—Y la forma de ladear la cabeza cuando está reflexionando sobre algo.

 

—Es preciosa, ¿No te parece?— Ella asintió.

 

—Es curioso. Hace dos meses era una recién nacida a la que sosteníamos en nuestros brazos, y ahora ya tiene dieciséis años y me saca medio palmo. Y solo es dos años más joven que yo.

 

—Sí, es una locura.

 

—Pero, en cierto modo, me siento increíblemente aliviada de que le vaya bien. Solo lo de Charlie… ¿Por qué tuvo que morir tan joven?

 

—Leucemia. Nunca lo hubiera pensado. Pobre chica, que horror perder a su padre tan pronto… —Carraspeó—. Espero que se mantenga alejada de ese muchacho. Mi… Hummm… sobrino o lo que sea. No hay manera de aclararse con estas relaciones de parentesco.

 

—No es tan difícil: tu bisabuelo y su tatarabuelo eran hermanos gemelos. De modo que tu tatarabuelo es al mismo tiempo su tata-tara-abuelo. —Al ver su cara de perplejidad, se echó a reír—. Tendré que dibujártelo.

 

—Lo que yo decía, no hay quien lo entienda. En todo caso, el chico no me gusta. ¿Te has fijado en cómo la controlaba todo el rato? Afortunadamente, ella no se ha dejado dominar.

 

—Está enamorada de él.

 

—No lo está.

 

—Sí lo está. Solo que aún no lo sabe.

 

—¿Y de dónde sacas eso?

 

—Bah, simplemente salta a la vista. Oh, Dios mío, ¿Viste sus ojos? Verdes como los de un tigre. Creo que a mí también me temblaron un poco las piernas cuando me miró tan enfurecido.

 

—¿Qué? ¡No lo dirás en serio! ¿Desde cuándo te gustan los ojos verdes?— Ella rio.

 

—No te preocupes. Tus ojos siguen siendo los más bonitos, al menos para mí. Pero me parece que a ella le gustan más los verdes…

 

—Es imposible que se haya enamorado de ese creído.

 

—Pues sí, se ha enamorado de él. Y él es exactamente como tú eras antes.

 

—¿Qué dices? ¡Ese…! No se me parece en nada. ¡Yo nunca he sido tan mandón contigo, nunca!—Ella sonrió irónicamente.

 

—Sí lo fuiste.

 

—Solo cuando era necesario —Repuso él echándose el sombrero hacia atrás—. Debería dejarla en paz de una vez.

 

—Estás celoso.

 

—Sí —Reconoció él—. ¿No es normal? ¡La próxima vez que le vea le diré que le saque sus manazas de encima!

 

—Creo que en el futuro nos cruzaremos a menudo en su camino —Dijo ella, sin sonreír ahora—. Y me parece que deberías empezar a practicar esgrima. Nos esperan tiempos difíciles.

 

Él lanzó su bastón de paseo al aire, lo atrapó con destreza y dijo:

 

—Yo estoy listo. ¿Y tú, princesa?

 

—Estoy lista si tú lo estás.

 


 

Bueno les dejo un capitulo desde el punto de viste de Edward, y esta es mi despedida ojala les haya gustado, hasta la proxima

 


 

Capítulo VII: Parte Edward

 

PVO Edward

 

Volvía de elapsar y me dirigía hacia la Sala del Dragón para hablar con mi tío Carlisle, cuando, al girar una esquina, estuve a punto de chocar con alguien.

 

-¡Cuidado!- exclamó la inconfundible voz de El señor Jenks.

 

-Señor Jenks.- dije levantando la mirada.

 

Allí estaba el señor Jenks, como siempre con aquella cara de bonachón. Pero detrás había algo que no cuadraba. Una chica. Me observaba con el ceño fruncido, como si estuviera planteándose dos opciones imposibles. Quizás me había visto en alguna parte o… La miré. Tenía el pelo negro, como el azabache, y le caía por la espalda en ondulados y brillantes mechones. Sus ojos eran bastante grandes, de un café intenso y aquel uniforme espantoso que le daba un aire aniñado. Que mona, aunque tenía un aspecto muy…hum…infantil. Miré interrogativamente a El señor Jenks, ¿quién diablos era esa cría?

 

-Edward, ésta es Isabella Swan- dijo El señor Jenks con un ligero suspiro-. Isabella, éste es Edward Cullen.

 

-Hola.- me limité a decir cortésmente.

 

-Hola.- dijo ella.

 

-Creo que vosotros dos ya tendréis tiempo de conoceros mejor.-El señor Jenks rió nerviosamente-. Es posible que Isabella sea nuestra nueva Tanya.

 

-¿Cómo?

 

¿Qué? ¿Nuestra nueva Tanya? Observé a… ¿Ela? Más detenidamente, limitándome a mirar su cara. No entendía nada, no es que Tanya me encantara, ni mucho menos, pero tampoco estaba seguro de querer que aquella cría, de ojos enormes, con una mancha en forma de media luna en la frente y que me miraba con cara de no haber visto un chico en su vida, fuera a sustituir a Tanya. Y además, ¿cómo que iba a estar en su lugar? ¿Qué después de tantos años Tanya no iba a viajar en el tiempo? ¿Qué nos había engañado? En esos instantes estaba más confuso que otra cosa… Y no estaba nada seguro de que "Ela" o como se llamara me fuera a gustar, tenía una pinta tan infantil… Nada comparado con la madurez de Tanya…

 

-Es una historia muy complicada – me dijo e señor Jenks-. Lo mejor será que vayas a la Sala del Dragón y le pidas a tu tío que te lo explique todo.

 

Asentí, necesitaba las explicaciones. Y las prefería más pronto que tarde, así que dije:

 

-De todos modos, ya iba hacia allí. Hasta ahora, señor Jenks. Adiós, Ela-

 

Y me apresuré a doblar la esquina.

 

Capítulo 15: Capítulos XIII - XIV

 
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