Alice entró a su cuarto pasado el medio día. Estaba agotada por el calor, pero algo le decía que aún le quedaba algo por hacer o ver. Intentaba recordar si debía comprar algo, o había alguna exposición de música o algo, pero no recordaba.
La charla con Sounya había sido muy extraña. Primero le decía que su madre estaba con su padre, cuando ella le respondió, la vieja se quedó callada. Seguidamente se dio la vuelta mientras murmuraba que olvidase su conversación y que volviese a donde tuviese que ir.
La anciana se metió en una especie de casita y ella aporreó la puerta hasta que le dolieron las manos y los nudillos, pero nadie abrió.
Se sentó en la cama y se acarició su abultado vientre con las manos a la vez que sonreía con tristeza. Llevaba 4 meses sin saber de Jasper.
Desde que se casó parecía que había desaparecido de la faz de la Tierra. Quería hablar con él decirle que iban a tener un hijo, pero sabía muy bien que eso no iba a pasar por dos razones:
La primera su marido se lo tenía prohibido y si se llegaba a saber las consecuencias sería nefasta para ella y su bebé.
Y la segunda, Jasper estaba casado con la hija de Carlisle Cullen. Hacía poco había descubierto que ese hombre acababa de heredar un ducado a causa de que un tío suyo había fallecido sin tener esposa ni descendencia.
Con ese hombre rubio que había hablado en la boda de Jasper y que ahora sabía que había tenido una relación con su madre no había vuelto a hablar. No porque no quisiese si no por el temor de que un estúpido presentimiento le rondaba las entrañas cada vez que lo veía de lejos.
Tras estar un rato así se sintió observada. Asustada se dio la vuelta lentamente temiendo ver algún ladrón, asesino o vaya una a saber el qué. Había descubierto que por unos pasillos que tenía la casa se podía bajar a la prisión y le daba miedo que alguien se hubiese escapado. Cuando acabar de girar la cabeza su sorpresa fue mayor.
Era Jasper. Su Jasper.
-¿Qué estás haciendo aquí? Deberías de estar con tu esposa. –Le espetó temiendo que en cualquier momento entrase Aro y los viese allí a los dos solos.
Él no dijo nada simplemente se dirigió con su andar elegante y reservado hacia la puerta de la habitación y con un sencillo movimiento cerró el pestillo. Volviéndose hacia ella le dirigió una sonrisa que le robo el aliento.
-Te he echado tanto de menos… -Susurró sin borrar la expresión de su cara.
-Jasper deberías irte, imagínate que alguien entra y nos ve… Esto no es correcto. –prosiguió ella con sus quejas llevándole la contraria a su corazón.
-Tienes razón, debería, pero no quiero. Lo que quiero hacer es estar con la madre de mi hijo.
Alice se quedó sin palabras. Totalmente pálida sin saber que decir.
-¿Quién ha sido? –Finalmente habló.
-Eso no importa. Lo que de verdad me importa es porque no me lo dijiste quiero que me cuentes todo desde tu boda hasta ahora.
Y así pasó más de una hora. Ella le relataba todo desde el momento en el que Aro entró en el burdel hasta que ella había entrado en su habitación y lo había visto a él. Jasper solo asentía y de vez en cuando interrumpía formulando alguna pregunta que Alice respondía.
-Jasper debes irte, él está a punto de llegar. –Dijo refiriéndose a Aro.
-Lo sé. Escúchame. Todos los días a la hora que me has encontrado voy a estar aquí. Quiero pasar tiempo contigo y voy a hacerlo me da igual ese hijo de su madre. –Ella asintió y sus labios se juntaron en un beso muy tierno.
Sin saber como ella vio como Jasper salto por la ventana y aunque no fue a mirar por la ventana supo que estaba bien. Algo se lo decía.
Dicho y hecho. Al poco rato de que Jasper se fuese llegó Aro golpeando la puerta ya que Jasper la había dejado cerrada antes. Ella se apresuró a ir hasta allí y abrió el cerrojo.
Aro entro en la habitación pisando fuerte con sus botas de militar.
-Que sea la última vez que te encierras. ¿Para qué te tienes que encerrar si se puede saber?
-Lo siento –se disculpó –solo necesitaba estar a solas y me encerré para que no entrase ninguno de tus hombres.
La contestación pareció apaciguar a Aro por el momento que asintió lentamente.
…
…
…
La música del burdel se escuchaba desde la calle con una alegre melodía. Ya pasadas las nueve de la noche todos los hombres que normalmente lo frecuentaban se dirigían hacía allí dejando a sus esposas con la perezosa excusa del: "Me voy a jugar a las cartas".
Carmen observaba desde detrás de la barra como el lugar se iba llenando. Después de tres día en lo que había tenido que cerrar por culpa de que una de sus chicas le habían salido unos sarpullidos por el cuerpo, pero no fue otra cosa que una simple alergia. Pero era mejor prevenir que luego tener que enfrentarse a sus clientes habituales o pero aun… a sus esposas, madres etc.
Por la puerta vio entrar a alguien que hacía mucho tiempo no veía. Sonrió hacia esa persona y con una mano le indicó que se acercase. Este fue sonriendo también hacía ella.
-Muy buenas noches Carmen –Saludó cuando llegó al fin hasta ella.
-Buenas noches García. ¿Qué ha pasado? ¿Laura te ha tenido castigado por emborracharte en la cantina la otra vez?
-Como lo sabes mujer, como lo sabes. –Rio alegremente –Pero en realidad lo que me ha pasado es que me ha mantenido muy ocupado el hacer de Cupido.
-¿Cupido? ¿El bueno del sargento García haciendo de Cupido? Cuéntame de que ha sido eso.
-Pues veras, he ayudado al señor Jasper ha reencontrarse con mi señora.
Carmen se quedó estática. Bien, entonces Rosalie hace cuatro meses le había ido con el cuento finalmente a Jasper y este se fue a buscar a García para que lo ayudase.
-… y a estas horas estarán juntos o bueno ya no porque el señor Jasper se habrá tenido que ir antes de que llegase mi comandante. –Había continuado el hombre mientras Carmen había estado hundida en sus pensamientos.
-Supongo que es una buena y alegre noticia, pero me preocupa lo que les pueda pasar a los tres si Aro se entera.
-Bueno, ya se pensará en eso más tarde –Dijo el regordete haciendo un gesto con la mano para quitarle hierro al asunto.
Carmen rió negando con la cabeza, pero en el fondo no estaba nada tranquila.
…
…
…
Ya en su habitación Jasper no podía dejar de sonreír como un imbécil. Había visto a SU Alice con SU abultado vientre donde iba SU hijo.
Durante bastante rato estuvo pensando en lo estúpido que fue al haber dudado de Alice, pero ahora eso ya no tenía solución y además ya todo estaba arreglado.
Durante la tarde se había pasado el rato dándole besos a Alice y a su vientre y acariciando el mismo. Más de una vez había notado alguna patada entusiasmada del pequeño como si supiese que él, su padre, estaba allí con ellos.
Escuchó cómo se abría la puerta de su vestidor, el que comunicaba con la habitación de su esposa. Giró la cabeza y vio entrar por ella un revoltijo de pelos del color del fuego.
Era ella. La mujer a la que no amaba pero con la que estaba casado por su estupidez.
Ella fue hacía el con su característica sonrisa. Era un intento de sonrisa tímida, pero que fracasaba y a él le recordaba más bien a una maligna, no sabía por qué.
Iba vestida con el mismo camisón que había utilizado en la noche de bodas. Era blanco, corto y casi transparente si no fuese por una fina capa de telita blanca.
Se tumbo en la cama de su marido quedando de lado haciendo que parte del camisón se le subiese un poco.
-Jazz, ayer no viniste a mi habitación. Te eche en falta mi amor.
-Lo sé querida, pero es que me siento indispuesto tengo algo de resfriado y no quiero pegártelo así que vuelve a tu habitación.
Mari Ángeles ofendida se levanto levantando el mentón y se fue de la habitación por donde había entrado dando un fuerte golpe.
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