El Amor Más Allá Del Tiempo, Rubí

Autor: Bella_Paula.Swan
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 10/06/2013
Fecha Actualización: 20/07/2013
Finalizado: SI
Votos: 3
Comentarios: 10
Visitas: 23002
Capítulos: 16

De repente la calle comenzó a desaparecer frente a mí. Poco después reapareció, pero todo era diferente. Había vuelto al pasado. Me llamo Bella Swan y soy la última viajera del tiempo. Así empieza la aventura de mi vida... Pasen les juro que no se van a arrepentir :D


HOLA! Bueno aqui les dejo esta nueva historia, pero antes debo aclarar que la historia no me pertenece, este fic esta basado en la trilogia de Rubi (Rubi, Zafiro, Esmeralda) de Kerstin Gier, yo solo jugue con los personajes de crepúsculo y Wuala este es el reultado, dejenme saber si les gusta o no para segui publicando, pero dejenme aclarae que esta primera parte (Me refiero al primer libro ya que son tres) no se ve mucho el romance de los protagonistas, ya que el ellos empiezan a hablarse mas es en el tercer libro...Pero eso no quiere decir que no vamos a ver nada de nada, no señorit@s este libro tiene su sorpresita al final :D

 

Espero sus comentarios xoxoxoxox

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 15: Capítulos XIII - XIV

Bueno, no tengo nada que decir, les voy a dejar los 3 ultimos capitulos + el epílogo, ojala los disfruten, si como ya habia dicho antes no va a haber continuacion, si la quieren leer, esta disponible el Fanfiction.com la pueden buscar con el nombre de "El Amor Más Allá Del Tiempo, Zafiro" Ya que son 4 capítulos aqui les dejo 2 y ahora les subo los otros dos


 

Los Personajes Pertenecen a Stephanie Meyer, La Historia Es De Kerstin Gier


Capítulo XIII

Había aterrizado en blando sobre mi propia falda, pero no estaba en condiciones de levantarme de nuevo. Parecía que todos los huesos de mis piernas se hubieran volatilizado, temblaba de arriba abajo y mis dientes castañeteaban salvajemente.

— ¡Levántate! —Edward me tendió una mano. Había vuelto a colocarse la espada en el cinturón, y me estremecí al ver que tenía sangre pegada—. ¡Vamos, Isabella! La gente empieza a mirar.

Ya hacía rato que se había hecho de noche, pero habíamos aterrizado bajo una farola en algún lugar del parque. Un corredor con cascos en las orejas nos dirigió una mirada de extrañeza al pasar.

— ¿No te había dicho que te quedaras en el coche? — como no reaccionaba, Edward me sujetó del brazo y me estiró hacia arriba. Estaba pálido como un muerto—. Esto ha sido totalmente irresponsable y… terriblemente peligroso y… —Tragó saliva y me miró a los ojos—. Y, maldita sea, muy valiente por tu parte.

—Pensaba que se notaría al tocar las costillas — murmuré sin parar de castañetear los dientes—. No pensaba que fuera una sensación… parecida a cuando cortas una tarta. ¿Cómo es que ese hombre no tenía huesos?

—Seguro que tenía —Repuso Edward—. Tuviste suerte y la hoja pasó entre ellos.

—¿Se morirá?

Edward se encogió de hombros.

—Si fue un pinchazo limpio, no. Pero la cirugía del siglo XVIII no puede compararse precisamente con la de anatomía de grey.

¿Qué demonios significaba un pinchazo limpio? ¿Cómo podía ser limpio un pinchazo? ¿Qué había hecho? ¡Muy posiblemente acababa de matar a un hombre! La idea casi hizo que volviera a desplomarme, pero Edward me sostuvo.

—Ven, tenemos que volver a temple. Los otros estarán preocupados.

Por lo visto, sabía exactamente en qué lugar del parque nos encontrábamos, porque me arrastró con paso decidido camino abajo, pasando junto a dos mujeres que paseaban a sus perros y que nos miraron intrigadas.

—Por favor, deja de hacer ruido con los dientes. Es siniestro —Imploró Edward.

—Soy una asesina —Murmuré yo.

—¿No has oído nunca la expresión "En defensa propia"? Te defendiste a ti misma, o, mejor dicho, a mí, para ser exactos.

Edward esbozó una sonrisa, y en ese momento se me ocurrió que hacía solo una hora hubiera jurado que nunca sería capaz de reconocer algo así. Y de hecho no lo era.

—No es que fuera necesario… —Objetó.

—¡Ya lo creo que era necesario! ¿Cómo tienes el brazo? ¡Estás sangrando!

—No tiene importancia. El doctor White lo curará.

Durante un rato caminamos juntos sin decir nada. El aire fresco de la noche me sentó bien: poco a poco mi pulso se tranquilizó y mis dientes dejaron de castañetear.

—Me dio un vuelco el corazón cuando te vi ahí de pronto —Confesó Edward finalmente.

Me había soltado el brazo. Por lo visto, creía que ya estaba en condiciones de sostenerme sobre mis piernas sin su ayuda.

—¿Por qué no llevabas una pistola? —Le espeté—. ¡El otro hombre tenía una!

—No una, sino dos —Repuso Edward.

—¿Y por qué no las utilizó?

—Lo hizo. Mató al pobre Wilbour y el disparo de la segunda pistola no me acertó por poco.

—Pero ¿Por qué no volvió a disparar?

—¿A ti qué te parece? Pues porque cada pistola tiene un solo disparo —Aclaró Edward—. Las pequeñas y prácticas armas de fuego que conoces de las películas de James bond aún no se habían inventado.

—¡Pero ahora sí que se han inventado! ¿Por qué te llevas al pasado una estúpida espada y no una pistola como dios manda?

—No soy ningún asesino a sueldo —Contestó Edward.

—Pero esto es… quiero decir, ¿Qué ventaja tiene, si no, venir del futuro? ¡Oh! ¡Pero si estamos aquí!

Habíamos ido a parar justo a apsley house, en Hyde Park corner, donde paseantes nocturnos, corredores y propietarios de perros nos miraban con curiosidad.

—Cogeremos un taxi hasta temple —Dijo Edward.

—¿Llevas dinero encima?

—¡Claro que no!

—Bueno, yo llevo el móvil —Dije, y lo pesqué de mí escote.

—¡Ah, el "cofrecillo plateado"! ¡Ya me había imaginado algo así! Cabeza de… ¡Trae aquí!

—¡Oye, que es mío!

—¿Y qué? ¿Conoces el número por casualidad?

Edward ya estaba marcando.

—Perdóneme, querida. —Una señora mayor me estaba tirando de la manga—. No he podido resistirme a preguntárselo. ¿Es usted del teatro?

—Hummm…, sí —Repuse.

—Ah, me lo figuraba. —La señora tenía dificultades para retener a su pachón, que tiraba de la correa hacia otro perro que se encontraba a pocos metros—. Tiene un aspecto tan maravillosamente auténtico… eso solo pueden conseguirlo las figurinistas. ¿Sabe?, yo de joven también cosí mucho… ¡Polly, mala, no tires así!

—Enseguida vienen a recogernos —Murmuró Edward mientras me devolvía el móvil—. Iremos andando hasta la esquina de piccadilly.

—¿Y dónde se puede admirar su obra? —Preguntó la señora.

—Hummm… por desgracia, esta noche era la última representación —Repuse.

—Oh, qué lástima.

—Sí. Yo también lo siento.

Edward me arrastró hacia delante.

—Adiós.

—No entiendo cómo pudieron encontrarnos esos hombres, ni quién pudo ordenar a Wilbour que nos llevara a Hyde Park. No había tiempo para preparar una emboscada.

Edward caminaba murmurando entre dientes. Allí en la calle aún despertábamos más curiosidad que en el parque.

—¿Hablas conmigo? —Le pregunté.

—Alguien sabía que estaríamos allí. Pero ¿Cómo pudo enterarse?

—Wilbour… su ojo estaba…

De pronto tuve una imperiosa necesidad de vomitar.

—¿Qué estás haciendo?

Me entraron arcadas, pero no vomité.

—¡Isabella, tenemos que llegar ahí abajo! Respira hondo y se te pasará.

Me quedé donde estaba. Aquello me superaba.

—¿Que se me pasará? —Aunque en realidad tenía ganas de ponerme a chillar, me obligué a hablar despacio y claro —. ¿Pasará también el hecho de que acabo de matar a un hombre? ¿Pasará también que mi vida haya dado un giro de trescientos sesenta grados de la noche a la mañana? ¿Pasará también que un maldito engreído con el pelo largo y medias de seda que toca el piano no tenga otra cosa que hacer que darme órdenes sin parar aunque hace un momento haya salvado su asquerosa vida? Si me lo preguntas, ¡Te diré que no me faltan motivos para vomitar! Y, por si te interesa, ¡Tú eres uno de ellos!

Perfecto, la última frase tal vez había sonado un poco chillona, pero no demasiado. De pronto me di cuenta de lo bien que te quedas soltándolo todo de una vez. Por primera vez en ese día me sentí realmente liberada y por primera vez dejé de sentirme mal.

Edward me miraba tan desconcertado que me hubiera puesto a reír si no me hubiera sentido tan desesperada. ¡Menuda novedad! ¡Parecía que por fin también él se había quedado sin habla!

—Ahora quiero ir a casa —Espeté, tratando de poner término a mi discurso triunfal de la forma más digna posible.

Por desgracia, no lo conseguí del todo, porque, al pensar en mi familia, de repente mis labios empezaron a temblar y sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. ¡Maldita sea, ahora no!

—No pasa nada, tranquila —Me calmó Edward.

La sorprendente suavidad de su tono fue demasiado para mi capacidad de autocontrol. Las lágrimas empezaron a rodarme por las mejillas sin que pudiera evitarlo.

—Oye, Bella, lo siento. —De repente se acercó a mí, me cogió de los hombros y me atrajo hacia él—. Soy un idiota, he olvidado lo que esto debe de representar para ti —Me murmuró al oído—. Y eso que todavía puedo recordar lo extraño que me sentí cuando salté por primera vez, a pesar de las muchas horas de esgrima, por no hablar de las clases de piano…

Me pasó la mano por los cabellos, y yo me puse a sollozar aún más fuerte.

—No llores más —Dijo él sin saber qué hacer—. Todo irá bien.

No, nada iba bien. Todo era espantoso. La frenética persecución de esta noche, cuando me habían tomado por una ladrona, los ojos siniestros de Cayo, el conde con su voz helada y aterradora y la mano que me oprimía el cuello, y finalmente el pobre Wilbour y ese hombre al que había clavado una espada en la espalda. ¡Y ahora, para colmo, ver que ni siquiera conseguía decirle lo que pensaba a Edward sin estallar en lágrimas y soportar que él tuviera que consolarme!

Me dejé llevar por las emociones. ¡Por dios, dónde estaba mi sentido de la dignidad! Avergonzada, me enjugué las lágrimas con la mano.

—¿Un pañuelo? —Preguntó Edward, y sonriendo se sacó del bolsillo un pañuelo amarillo limón con puntas de encaje—. Por desgracia, en el rococó aún no había kleenex, pero te lo regalo.

Iba a cogerlo cuando una limusina negra se detuvo a nuestro lado. En el interior del coche nos esperaba el señor Jenks , con la calva perlada de sudor. Al verle, los pensamientos que daban vueltas sin parar en mi cabeza se calmaron un poco y me sobrevino un cansancio mortal.

—Estábamos muertos de angustia —Indicó el señor Jenks —. Oh, dios mío, Edward, ¿Qué te ha pasado en el brazo? ¡Estás sangrando! ¡E Isabella parece terriblemente trastornada! ¿Está herida?

—Solo agotada —Repuso Edward escuetamente—. La llevaremos a casa.

—Pero eso no puede ser. Tenemos que examinaros a los dos y hay que curar tu herida enseguida.

—Hace rato que ha dejado de sangrar, solo es un arañazo, de verdad. Isabella quiere irse a casa.

—Tal vez aún no haya elapsado lo suficiente. Y mañana tiene que ir a la escuela y…

La voz de Edward volvió a adoptar su característico tono arrogante, pero esta vez no iba dirigido a mí.

—Señor , ha estado tres horas fuera, tiempo suficiente para que pueda pasar tranquila las próximas dieciocho horas.

—Probablemente, sí —Repuso el señor Jenks —. Pero va contra las reglas y, además, deberíamos saber si…

—¡Señor Jenks!

Finalmente, el señor Jenks cedió: se volvió y golpeó con los nudillos la ventana de la cabina del conductor. El panel se deslizó hacia abajo con un zumbido.

—Gire a la derecha en berkeley street —Indicó—. Daremos un pequeño rodeo. Bourdonplace, número 81.

Respiré aliviada cuando el coche empezó a rodar por berkeley street. Por fin podía ir a casa con mamá. El señor Jenks me miraba muy serio. Era una mirada compasiva, como si nunca antes hubiera visto a alguien tan digno de lástima.

—¿Qué demonios ha pasado?

La sensación plomiza de cansancio persistía.

—Nuestro carruaje fue atacado por tres hombres en Hyde Park —Explicó Edward—. El cochero murió de un disparo.

—Oh, dios mío —Exclamó el señor Jenks —. Aunque no comprendo por qué, tiene sentido.

—¿Qué sentido?

—Está en los anales. 14 de septiembre de 1782. Un vigilante de segunda fila llamado Felix Wilbour aparece muerto en Hyde Park. Una bala de pistola le ha arrancado media cara. Nunca se descubrió quién había sido el autor del ataque.

—Pues ahora lo sabemos —Repuso Edward indignado—. Ya sé qué aspecto tenía su asesino, pero no conozco su nombre.

—Y yo le maté —Murmuré con voz apagada.

—¿Qué?

—Se lanzó contra el que había atacado a Wilbour y le clavó la espada en la espalda —Explicó Edward.

—¿Que hizo qué? —Preguntó el señor Jenks con los ojos dilatados de asombro.

—Eran dos contra uno —Murmuré—. No podía quedarme mirando.

—Eran tres contra uno —Me corrigió Edward—. Y ya había acabado con uno de ellos. Te dije que debías quedarte en el carruaje pasara lo que pasase.

—No parecía que pudieras aguantar mucho tiempo más —Repuse sin mirarle.

Edward calló. Señor Jenks miró a Edward, luego a mí, y finalmente dijo sacudiendo la cabeza:

—¡Qué desastre! ¡Tu madre me matará, Isabella! Se suponía que debía ser una acción totalmente inofensiva. Una conversación con el conde, en la misma casa, sin riesgo alguno. No hubieras debido correr peligro ni por un segundo. Y en lugar de eso habéis viajado por media ciudad y os han atacado unos salteadores… ¡Edward, por dios! ¿En qué estabas pensando?

—Todo hubiera ido perfectamente si alguien no nos hubiera traicionado —Replicó Edward, que ahora parecía furioso—. Alguien tenía que estar informado de nuestra visita. Alguien que estaba en situación de convencer a Wilbour para que nos llevara a una cita en el parque.

—Pero ¿Por qué iba a querer mataros nadie? ¿Y quién podía saber que haríais esta visita justo ese día? Todo esto no tiene ningún sentido. —Señor se mordió el labio —. Oh, ya hemos llegado.

Miré hacia arriba. Sí, ahí estaba nuestra casa, con todas las ventanas iluminadas. En algún lugar allí dentro me esperaba mamá. Y mi cama.

—Gracias —Dijo Edward.

Me volví hacia él.

—¿Por qué?

—Tal vez… tal vez realmente no hubiera aguantado mucho más —Confesó esbozando una pequeña sonrisa—. Creo que has salvado mi patética vida.

No sabía qué decir. Lo único que podía hacer era mirarle, cuando me di cuenta de que mi labio inferior se ponía a temblar. Rápidamente, Edward volvió a sacar su pañuelo de puntillas, y esta vez lo cogí.

—Será mejor que te limpies la cara con él; si no, tú madre acabará por pensar que has estado llorando.

Se suponía que debía hacerme reír, pero en ese momento era sencillamente imposible, si bien no me puse a lloriquear de nuevo como una tonta. El conductor abrió la puerta del coche y el señor Jenks bajó.

—La acompaño hasta la entrada, Edward. Será solamente un minuto.

—Buenas noches —Conseguí balbucir.

—Que duermas bien —Murmuró Edward sonriendo—. Hasta mañana.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxx

—¡Bella! ¡Belly! —Leah me zarandeaba para despertarme—. Llegarás tarde si no te levantas enseguida.

Me tapé la cabeza con la manta, irritada. No quería despertarme; aun estando medio dormida, sabía perfectamente que me esperaban recuerdos terribles si abandonaba el bienhechor estado de somnolencia.

—¡De verdad, Belly! ¡Ya son y cuarto!

Apreté en vano los ojos con fuerza. Demasiado tarde. Los recuerdos se habían lanzado sobre mí como… hummm… atila sobre… ¿los vándalos? (realmente era una nulidad en historia.)

Los acontecimientos de los dos últimos días pasaron ante mí como una película en tecnicolor. Pero no recordaba cómo había llegado a mi cama; solo que el señor Marcus me había abierto la puerta la noche anterior.

—Buenas noches, señorita Isabella. Buenas noches, el señor Jenks .

—Buenas noches, el señor Marcus. Traigo a Isabella a casa un poco antes de lo planeado. Por favor, transmita mis saludos a Abue Sue.

—Desde luego, señor. Buenas noches.

Los rasgos del señor Marcus habían permanecido tan inmóviles como siempre mientras cerraba la puerta detrás del señor Jenks .

—Bonito vestido, señorita Isabella —Había dicho luego dirigiéndose a mí—. ¿De finales del siglo XVIII?

—Sí, eso creo.

Estaba tan cansada que hubiera podido hacerme un ovillo sobre la alfombra y quedarme dormida allí mismo. Nunca me había alegrado tanto de poder meterme en mi cama como en ese momento. Solo temía cruzarme en mi camino al tercer piso con la tía Carmen, Tanya y Abue Sue y tener que soportar un montón de reproches, preguntas y comentarios sarcásticos.

—Por desgracia, las señoras ya han cenado, pero he preparado un pequeño piscolabis para usted en la cocina.

—Oh, realmente es muy amable de su parte, el señor Marcus, pero…

—Quiere irse a la cama —Repuso el señor Marcus esbozando una sonrisa apenas perceptible—. Permítame sugerirle que se dirija directamente a su dormitorio. Las señoras están en la sala de música y no la oirán si se desliza como un gato. Luego informaré a su madre de que está aquí y le daré la cena para que se la lleve arriba.

Estaba demasiado cansada para asombrarme de su tacto y sus atenciones. Me había limitado a murmurar "muchas gracias, señor Marcus" y había subido las escaleras. Solo recordaba vagamente el piscolabis y la conversación con mamá, porque para entonces ya estaba medio dormida. Seguro que no había podido masticar ni un bocado; aunque también podía ser que me hubieran traído una sopa.

—¡Oh, qué bonito! —Leah había descubierto el vestido, que estaba colgado sobre una silla junto con la ropa interior con fruncidos—. ¿lo has traído del pasado?

—No, ya lo llevaba puesto antes. —Me incorporé—. ¿Mamá os ha explicado la noticia?

Leah asintió.

—La verdad es que no pudo explicar mucho. La tía Carmen chillaba tanto que ahora seguro que también lo saben los vecinos. Tal como hablaba, parecía que mamá fuera una vulgar estafadora que le había robado a la pobre Tanya su gen de los viajes en el tiempo.

—¿Y Tanya?

—Se fue a su habitación y no ha vuelto a salir, a pesar de las súplicas de la tía Carmen. La tía Carmen se puso a gritar que le habían destrozado la vida a Tanya y que todo era culpa de mamá. La abuela dijo que la tía Carmen debía tomarse una pastilla, porque si no se vería obligada a llamar a un médico. Y, entretanto, la tía Kate no paraba de hablar del águila, el zafiro, el serbal y el reloj de la torre.

—Debió de ser terrible —Comenté.

—Terriblemente emocionante —Repuso leah—. A Seth y a mí nos parece muy bien que tengas tú el gen y no que sea Tanya. Creo que tú lo puedes hacer todo igual de bien que Tanya, aunque la tía Carmen diga que tienes el cerebro del tamaño de un guisante y dos pies izquierdos. Es tan basta… —Acarició la tela brillante del corpiño—. ¿Te pondrás el vestido para mí hoy después de la escuela?

—Claro —Murmuré—. Pero también puedes probártelo tú, si quieres.

Leah rio entre dientes.

—¡Es demasiado grande para mí, Belly! Y ahora tienes que levantarte en serio; si no, no te darán el desayuno.

No me desperté de verdad hasta que no estuve bajo la ducha, y, mientras me lavaba el pelo, mis pensamientos no dejaron de girar en torno a la noche anterior, o, para ser más exactos, en torno a la media hora (tiempo percibido) que había pasado en brazos de Edward llorando a lágrima viva.

Recordé cómo me había atraído hacia él y me había acariciado los cabellos. Estaba tan trastornada que hasta ese momento no había pensado en absoluto en lo cerca que habíamos estado de pronto el uno del otro, lo que solo contribuía a que entonces me resultara aún más penoso recordarlo. Sobre todo porque, en contra de su estilo habitual, había estado realmente muy cariñoso (aunque solo por pura compasión), y yo me había propuesto firmemente aborrecerle hasta el fin de mis días.

—¡Belly! —Leah golpeaba la puerta del lavabo —. ¡Acaba de una vez! No puedes pasarte toda la vida en el baño.

Tenía razón. No podía quedarme allí eternamente. Tenía que volver a salir a la nueva vida que me había tocado de pronto. Cerré el grifo del agua caliente y dejé que el agua helada corriera sobre mí hasta hacer desaparecer de mí cuerpo hasta el menor rastro de suciedad. Mi uniforme de la escuela se había quedado en el cuarto de costura de madame Zarafina y tenía dos blusas en la ropa sucia, por lo que tuve que ponerme el de repuesto, que ya me iba un poco pequeño. La blusa se me tensaba sobre el pecho y la falda era un pelín corta. Tanto daba. Los zapatos azul marino también se habían quedado en temple, de modo que me puse mis deportivas negras; aunque de hecho estaba prohibido, no era probable que el director gilles entrará en clase precisamente hoy para hacer una ronda de inspección de calzado.

No tenía tiempo de usar el secador, de manera que me sequé los cabellos con una toalla tan bien como pude y me pasé el peine. El pelo, mojado y liso, me caía sobre los hombros. No quedaba ni rastro de los suaves rizos que madame Zarafina había hecho surgir el día anterior como por arte de magia.

Durante un rato contemplé mi cara en el espejo. No podía decirse que estuviera fresca como una rosa, pero sí mejor de lo que podía esperarse. Me repartí por las mejillas y la frente un poco de la crema antiarrugas de mamá. Como repetía siempre mi madre, nunca es demasiado pronto para empezar.

No me hubiera importado en absoluto prescindir del desayuno, pero, por otro lado, tarde o temprano tendría que encontrarme con Tanya y la tía Carmen, de modo que cuanto antes lo hiciera mejor. Al llegar al primer piso, mucho antes de entrar en el comedor, ya las oí hablar.

—El gran pájaro es un símbolo de desgracia —Oí que decía la tía abuela Kate. ¡Caramba, menuda novedad! A la tía Kate le encantaba dormir, y el desayuno era para ella la única comida prescindible del día. Normalmente, nunca se levantaba antes de las diez—. Me gustaría que alguien me escuchara —Continuó.

—¡Kate, por favor! Nadie sería capaz de sacar nada en claro de tu visión. Ya hemos tenido que oírla al menos diez veces. La que hablaba era Abue Sue.

—Eso es —Convino la tía Carmen—. Si oigo una vez más las palabras "huevo de zafiro", me pondré a gritar.

—Buenos días —Saludé.

Siguió un corto silencio en el que todos me miraron con los ojos tan abiertos como los de dolly, la oveja clonada.

—Buenos días, querida —Dijo Abue Sue finalmente—. Espero que hayas dormido bien.

—Sí, de maravilla, gracias. Estaba muy cansada.

—Seguro que todo esto te queda un poco grande —Me espetó la tía Carmen mirándome de arriba abajo.

De hecho, era cierto. Me dejé caer en la silla, frente a Tanya, que no había tocado su tostada. Mi prima me miró como si mi aparición fuera lo que le había hecho perder el apetito. De todos modos, mamá y Seth me dirigieron una sonrisa de complicidad y leah me alargó una fuente de cereales con leche. La tía Kate, con su bata rosa, me saludó con la mano desde el otro extremo de la mesa.

—¡Angelito! ¡Estoy tan contenta de verte! Por fin podrás poner un poco de luz en toda esta confusión. Con el escándalo que había ayer noche era imposible enterarse de nada. Carmen empezó a revolver viejas historias de entonces, de cuando Emily se fugó con ese guapo joven de Cullen. Nunca he entendido por qué armaron todos tanto alboroto solo porque Renne la dejó vivir unos días en su casa. Una pensaría que todo este asunto es cosa del pasado; pero no, apenas empieza a crecer la hierba en algún sitio, llega algún camello y se pone a mordisquearla.

Leah rio entre dientes. Sin duda se estaba imaginando a la tía Carmen como camello.

—Esto no es ninguna serie de la tele, tía Kate — resopló la tía Carmen.

—Gracias a dios —Repuso la tía Kate—. Si fuera una, haría tiempo que habría perdido el hilo.

—Es muy sencillo —Aclaró Tanya fríamente—. Todos pensaban que yo tenía el gen, pero en realidad es Isabella la que lo tiene. —Apartó el plato y se levantó —. Ya veremos cómo se las arreglará.

—¡Tanya, espera! —Pero la tía Carmen no pudo

Evitar que Tanya saliera pitando de la habitación. Antes de correr tras ella, aún tuvo tiempo de lanzar una mirada venenosa a mamá—. ¡Deberías avergonzarte, Renne!

—Realmente es un peligro público —Dijo Seth.

Abue Sue lanzó un profundo suspiro. Mamá también suspiró.

—Ahora tengo que ir al trabajo. Isabella, he quedado con el señor Jenks en que hoy irá a recogerte a la escuela. Te enviarán para elapsar al año 1956, en un sótano seguro; allá podrás hacer tranquilamente tus deberes.

—¡Brutal! —Exclamó Seth. Lo mismo pensaba yo.

—Y luego vuelve enseguida a casa —Dijo Abue Sue.

—Para entonces ya será de noche —Repuse.

¿En adelante iba a ser siempre así mi vida? ¿Desde la escuela ir a elapsar a temple, sentarme allí en un sótano aburrido y hacer los deberes y luego ir a casa a cenar? ¡Aquello era una auténtica pesadilla! La tía abuela Kate maldijo en voz baja porque la manga de su bata había rozado la mermelada de su tostada.

—Siempre digo que a esta hora uno debería estar en la cama.

—Y yo —Repuso Seth.

Como cada mañana, mamá nos dio un beso a los tres para despedirse, y luego me puso la mano en el hombro y dijo en voz baja:

—Si por casualidad vieras a mi papi, por favor dale un beso de mi parte.

Abue Sue se estremeció ligeramente al oírlo. En silencio, tomó unos sorbitos de té, miró el reloj y dijo:

—Tendréis que daros prisa si queréis llegar a la hora a la escuela.

Xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxx

—Aún no sé cómo, pero te aseguro que un día abriré un despacho de detectives —Afirmó Alice.

Las dos nos habíamos saltado la clase de geografía de la señora victoria y estábamos charlando apretujadas en el interior de un cubículo del lavabo de las chicas. Alice estaba sentada en la tapa del váter con un grueso archivador sobre las rodillas, y yo me apoyaba con la espalda contra la puerta, que estaba cubierta de inscripciones superpuestas hechas con bolígrafo y rotulador como "jenny ama a adam", "malcolm es un borde" y "la vida es una mierda", entre otras.

—Sencillamente, llevo la investigación de misterios en la sangre —Dijo Alice—. Tal vez estudie también historia y me especialice en mitos y escritos antiguos. Y luego haré algo como lo de Tom Hanks en ángeles y demonios. Aunque, naturalmente, yo tengo mejor aspecto, y además contrataré a un ayudante realmente guay.

—Hazlo —Repuse—. Seguro que será emocionante. Mientras tanto, yo me quedaré confinada para el resto de mi vida en el año 1956 en un sótano sin ventanas.

—Solo tres horas al día —Replicó.

Alice estaba al corriente de todo, y parecía que podía captar el complicado entramado de datos mucho mejor y mucho más deprisa que yo. Mi amiga había escuchado todas mis explicaciones hasta la historia de los hombres en el parque, incluida la interminable letanía de mis remordimientos de conciencia. "es mejor que te defiendas antes que dejarte cortar tú misma como una torta", había sido su comentario, que, curiosamente, me había ayudado más que todos los razonamientos del señor Jenks o de Edward juntos.

—Míralo de este modo —Me susurró ahora—. Piensa que si tienes que hacer deberes en un sótano, al menos no tendrás que toparte con condes siniestros que dominan la telequinesis.

"Telequinesis" era el concepto que Alice había encontrado para describir la capacidad del conde de estrangularme a metros de distancia de mí. Y mediante la telequinesis, decía, uno también puede comunicarse sin abrir la boca. Me había prometido que esa misma tarde profundizaría más en el tema.

Alice se había pasado el día anterior y parte de la noche buscando información en internet sobre el conde de Aro Vulturi y el resto del material que le había proporcionado, y rechazó mis efusivas muestras de agradecimiento alegando que se lo pasaba de muerte con todo aquello.

—Parece ser que ese conde de Aro Vulturi es un personaje histórico bastante impenetrable, tanto que ni siquiera consta su fecha de nacimiento exacta. Y existen muchos enigmas sobre su origen —Dijo, mientras su rostro se encendía literalmente de entusiasmo— se dice que no envejecía, algo que algunos atribuyen a la magia y otros a una alimentación equilibrada.

—Era viejo —Repuse yo—. Tal vez estuviera bien conservado, pero puedo asegurarte que era viejo.

—Bien, entonces este punto queda rebatido —Prosiguió Alice—. Debió de ser una personalidad fascinante, porque aparece en numerosas novelas y, para determinados círculos esotéricos, es una especie de gurú, un iniciado, lo que quiera que signifique eso. Pertenecía a diversas sociedades secretas, a los masones, los rosacruces y algunas más, era un músico notable, tocaba el piano y componía, hablaba una docena de lenguas fluidamente y se dice que podía, agárrate bien, viajar en el tiempo. En todo caso, él afirmaba haber asistido a diversos acontecimientos que era imposible que hubiera presenciado.

—Bueno, supongo que en realidad podía haberlo hecho.

—Sí. Qué locura, ¿No? Además, tenía gran interés por la alquimia. En alemania tenía su propia torre alquímica para realizar sus experimentos…

—Alquimia. Eso tiene alguna relación con la piedra filosofal, ¿Verdad?

—Exacto. Y con la magia. Pero la piedra filosofal significa cosas distintas para cada persona. Había individuos que solo querían fabricar oro artificialmente, lo que condujo a todo tipo de aberraciones. Todos los reyes y príncipes estaban interesadísimos por la gente que afirmaba ser alquimista porque naturalmente iban locos por obtener oro. Pero, aunque de los intentos de fabricar oro surgió, por ejemplo, la porcelana, en la mayoría de los casos no surgía nada de nada, y por eso también a veces los alquimistas eran considerados herejes o estafadores y eran arrojados a prisión o decapitados.

—Era culpa suya —Repuse—. No tenían más que estar atentos en clase de química.

—Pero en realidad lo que preocupaba a los alquimistas no era el oro —Continuó Alice—. Ese era, por así decirlo, la tapadera para sus experimentos. La piedra filosofal es más bien un sinónimo de la inmortalidad. Los alquimistas pensaban que si se combinaban los componentes adecuados (ojos de sapo, sangre de una virgen, pelos de la cola de un gato negro, jajá, tranquila, es broma), que si se combinaban, digo, los componentes adecuados con los procesos químicos adecuados, al final surgiría una sustancia que convertiría al que la bebiera en inmortal. Los adeptos del conde de Aro Vulturi afirman que él poseía la receta, y que, por tanto, era inmortal. Sin embargo, hay fuentes que indican que murió en 1784 en alemania; aunque también hay otras fuentes que mencionan informes de personas que le vieron muchos años más tarde vivito y coleando.

—Hummm… —Murmuré—. No creo que sea inmortal, pero es posible que esté tratando de conseguirlo. Quizá ese sea el secreto que se esconde tras el secreto. Lo que ocurre cuando el círculo se cierra…

—Es posible. Pero esta es solo una cara de la moneda, impuesta forzadamente por fervorosos adeptos de teorías de la conspiración esotéricas que no tienen inconveniente en manipular los datos de las fuentes en beneficio propio. Observadores críticos, en cambio, parten de la base de que los mitos que rodean la figura de Aro Vulturi son, en su mayor parte, puras fantasías de sus seguidores, y que tienen su origen en hábiles escenificaciones creadas por ellos mismos.

Alice soltó todo esto tan deprisa y con tanto entusiasmo que no pude evitar echarme a reír.

—¿Por qué no vas a ver a el señor James y le preguntas si puedes escribir un trabajo sobre el tema? —Le propuse —. Has investigado tanto que incluso podrías escribir todo un libro sobre el tema.

—No creo que la ardilla sepa valorar mis esfuerzos —Replicó Alice—. Al fin y al cabo, es uno de los adeptos de Aro Vulturi (como vigilante, a la fuerza tiene que serlo), y para mí él es claramente el malvado en esta historia; me refiero a Aro Vulturi, no al señor James. Te amenazó y te agarró por el cuello. Y tu madre dijo que debías andar con cuidado con él. Lo que significa que sabe más de lo que admite. Y en realidad solo pudo saberlo a través de la tal Emily.

—Creo que todos saben más de lo que admiten — suspiré—. En cualquier caso, todos saben más que yo. ¡Incluso tú!

Alice rio.

—Considérame sencillamente como una parte de tu cerebro guardada en reserva. El conde siempre rodeó sus orígenes de un gran misterio. El nombre y el título, en todo caso, eran inventados. Posiblemente era hijo ilegítimo decaso, eran inventados. Posiblemente era hijo ilegítimo de maría ana de habsburgo, la viuda del rey carlos ii de españa. En cuanto al padre, existen dudas entre varios personajes. Otra teoría afirma que era hijo de un príncipe transilvano que fue criado en italia en la casa del último duque de médicis. De todas maneras, nada de esto es realmente demostrable, de modo que todo el mundo da palos de ciego. Pero ahora nosotras dos tenemos una nueva teoría.

—Ah, ¿Sí?

Alice puso los ojos en blanco.

—¡Naturalmente! Ahora sabemos que uno de sus progenitores tenía que proceder de la familia Cullen.

—¿Y de dónde hemos sacado eso?

—¡Vamos, Bella! Tú misma has dicho que el primer viajero del tiempo se llamaba Cullen, y por eso el conde debe de ser un miembro, legítimo o ilegítimo, de la familia; eso lo entiendes, ¿No? Si no, tampoco sus descendientes llevarían el apellido.

—Hummm… sí —Dije dudando. Seguía sin aclararme del todo con las genealogías familiares—. De todos modos, me parece que la teoría transilvana también tiene su interés. No puede ser casualidad que ese Cayo proceda de allí.

—Seguiré investigando sobre eso —Prometió Alice—. ¡Cuidado!

La puerta de fuera se abrió y alguien entró en los lavabos. La chica (Al menos nosotras supusimos que era una chica) entró en el cubículo de al lado para hacer pipí, y Alice y yo nos mantuvimos en silencio hasta que volvió a salir. (Sin lavarse las manos )Señaló Alice

—Puaj. Me alegro de no saber quién era.

—Se han acabado las toallitas de papel —Advertí yo. Empezaba a sentir que se me entumecían las piernas.

—¿Crees que tendremos problemas? —Le pregunté—. Seguro que la señora Victoria se dará cuenta de que no estamos. Y si no lo hace, alguien se chivará.

—Para la señora Victoria todos los alumnos son intercambiables; no se dará cuenta de nada. Desde que iba al quinto me llama lilly, y a ti te confunde con Jessica. ¡Precisamente con Jessica! No, no, lo que estamos haciendo aquí es mucho más importante que la geografía. Tienes que prepararte de la mejor manera posible. Cuanto más sepas de tu adversario, mejor.

—Si al menos supiera quién es mi adversario…

—No puedes fiarte de nadie —Me advirtió Alice, exactamente igual que mi madre—. Si estuviéramos en una película, al final el malo sería quien menos te esperaras. Pero, como no estamos en una película, yo apostaría por el tipo que ha tratado de estrangularte.

—Pero ¿Quién nos echó encima a los hombres de negro en Hyde Park? ¡El conde no lo hubiera hecho nunca! Necesita a Edward para que visite a los otros viajeros del tiempo y les extraiga sangre para cerrar el círculo.

—Sí, es verdad. —Alice se mordisqueó el labio inferior con aire pensativo—. Pero es posible que en esta película haya varios malvados. Emily y Sam también podrían serlo. Recuerda que robaron el cronógrafo. ¿Y qué me dices del hombre de negro del número 18?

Me encogí de hombros.

—Esta mañana estaba ahí, como siempre. ¿Por qué lo dices? ¿Crees que también acabará por sacar una espada?

—No, más bien diría que debe de ser un vigilante que está ahí plantado como un pasmarote por principio. — Alice volvió a concentrarse en su archivador—. Por otra parte, sobre los vigilantes como tales no he podido encontrar nada; parece que es una logia muy secreta. Pero algunos de los nombres que has mencionado, como Churchill, Wellington, Newton, aparecen también entre los masones, de modo que podemos partir de la base de que existe al menos un tipo de relación entre las dos logias. En internet no he encontrado nada sobre un chico ahogado internet no he encontrado nada sobre un chico ahogado llamado Robert White, pero en la biblioteca se pueden revisar todas las ediciones del times y del observer de los últimos cuarenta años. Estoy segura de que allí encontraré algo. ¿Qué más había? Ah, sí, el serbal, el zafiro y el cuervo… bueno, naturalmente esto se puede interpretar de mil maneras; pero de todos modos en este tipo de historias esotéricas cualquier cosa puede significar cualquier cosa, así que es imposible llegar a una conclusión fiable. Tenemos que tratar de orientarnos por los hechos más que por todas esas cosas sin importancia. Sencillamente, tienes que descubrir algo más. Sobre todo, de Emily y Sam y por qué robaron el cronógrafo. Por lo visto, ellos saben algo que los otros no saben. O que no quieren reconocer. O sobre lo que tienen una opinión distinta de antemano.

De nuevo se abrió la puerta de los lavabos. Esta vez los pasos eran pesados y enérgicos. Y se dirigían directamente hacia la puerta de nuestra cabina.

—¡Alice Brandom e Isabella swan! ¡Vais a salir de aquí inmediatamente y volver a clase!

Alice y yo callamos estupefactas. Luego Alice dijo:

—Señor James, supongo que sabe que este es el lavabo de las chicas, ¿No?

—Contaré hasta tres —Dijo repuso el señor Jenks—. Uno…

Antes de que llegara a tres, abrimos la puerta.

—Esto os costará una amonestación en el libro de clase —Nos informó el señor James mientras nos observaba como una ardilla severa—. Me habéis decepcionado mucho las dos. Sobre todo tú, Isabella. Que hayas ocupado el puesto de tu prima no significa que puedas hacer lo que te dé la gana. Tanya nunca desatendió sus deberes escolares.

—Sí, señor James —Repuse.

Esa muestra de autoritarismo no encajaba en absoluto con él. Normalmente, el señor James se mostraba encantador con los alumnos, y, como mucho, en alguna ocasión podía ser sarcástico.

—Y ahora id a clase.

—¿Cómo ha sabido que estábamos aquí? —Preguntó Alice.

Señor James no respondió y alargó la mano para cogerle el archivador.

—¡Mientras tanto confiscaré esto!

—Ah, no, de ninguna manera.

Alice apretó el archivador contra su pecho.

—¡Dame eso, Alice!

—Es que lo necesito… ¡Para la clase!

—Contaré hasta tres…

Al llegar a "dos", Alice entregó el archivador murmurando entre dientes. Fue terriblemente humillante tener que entrar en el aula empujadas por el señor James; además, la señora Victoria pareció tomarse nuestro intento de hacer novillos como algo personal, porque nos ignoró por completo durante el resto de la clase.

—¿Habéis fumado algo? —Preguntó Mike.

—No, tonto —Replicó Alice—. Solo queríamos charlar tranquilas un rato.

—¿Os habéis saltado la clase porque queríais charlar? —Mike se dio una palmada en la frente—. ¡Increíble! ¡Mujeres!

—Ahora el señor James podrá revisar de arriba abajo tu archivador —Le dije a Alice—. Y entonces sabrán él y los vigilantes que te lo he explicado todo, lo cual seguro que está prohibidísimo.

—Sí, seguro que lo está —Repuso Alice—. Tal vez envíen a un hombre de negro para que se deshaga de mí porque sé cosas que nadie debe saber.

La perspectiva parecía regocijarla.

—¿Y si lo que dices no fuera tan descabellado?

—Entonces… bueno, esta tarde iré a comprarte un espray de pimienta, y aprovecharé para comprarme uno yo también. —Alice me dio una palmada en el hombro—. ¡Venga ya! No vamos a permitir que nos amedrenten, ¿Verdad?

—No. No vamos a permitirlo.

Envidiaba a Alice por su inquebrantable optimismo. Ella siempre miraba las cosas por el lado bueno, aunque costara encontrárselo.


 

 

Capítulo XIV

De los anales de los vigilantes

14 de agosto de 1949

De 15 a 18 horas. Emily y Sam han aparecido en mi despacho

Para elapsar. Hemos charlado sobre reconstrucción y

Saneamiento de barrios y sobre el increíble hecho de que Notting Hill

Sea, en su época, uno de los barrios más solicitados y

Elegantes de la ciudad. (ellos llaman "moda" a este fenómeno.)

Además, me han traído una lista de todos los ganadores

De Wimbledon a partir de 1950. He prometido depositar

Las ganancias de las apuestas en un fondo para la

Formación universitaria de mis hijos y nietos.

Además, acaricio la idea de adquirir uno o dos de los

Desastrados inmuebles de Notting Hill. Nunca se sabe.

Informe: Harry Clearwater, adepto de grado

La clase se arrastró hasta el final con una lentitud torturadora, la comida era repugnante como siempre (pudin de yorkshire) y cuando por la tarde, después de una clase doble de química, pudimos irnos por fin a casa, en realidad me sentía a punto para meterme de nuevo en la cama.

Tanya me había ignorado durante todo el día. Durante el recreo traté de hablar con ella, pero ella reaccionó diciendo:

—Si lo que quieres es disculparte, ¡Ya puedes ir olvidándote!

—¿Por qué iba a tener que disculparme? —Le pregunté indignada.

—Si ni siquiera tú lo sabes…

—¡Tanya! Yo no tengo la culpa de que haya sido yo, y no tú, la que ha heredado ese estúpido gen.

Los ojos de Tanya echaban chispas.

—No es ningún "estúpido gen" —Me espetó furiosa—. Es un don muy especial. Y ese don, en alguien como tú, es sencillamente un desperdicio. Pero eres demasiado infantil para comprenderlo aunque sea vagamente.

Dicho lo cual, dio media vuelta dejándome con la palabra en la boca.

—Ya se tranquilizará —Me animó Alice mientras recogíamos nuestras cosas de la taquilla—. Tiene que acostumbrarse al hecho de que ella ha dejado de ser especial.

—Pero es tan injusto… —Repuse—. Al fin y al cabo, yo no le he quitado nada.

—¡En el fondo sí! —Alice me alargó con determinación el cepillo del pelo—. ¡Toma!

—¿Qué quieres que haga con él?

—¡Pues cepillarte el pelo! ¿Qué si no? Obedientemente, me pasé el cepillo por los cabellos.

—¿Por qué estoy cepillándome el pelo? —Pregunté unos segundos después.

—Solo quiero que estés guapa cuando vuelvas a ver a Edward. Por suerte, no necesitas rímel, tus pestañas son increíblemente largas y negras…

Me había puesto roja como un tomate al oír el nombre de Edward.

—Tal vez no le vea hoy. Al fin y al cabo van a enviarme a un sótano de 1956 para hacer los deberes.

—Sí, pero tal vez te cruces con él en algún momento antes o después.

—¡Alice, no soy su tipo!

—Él no ha dicho eso.

—¡Sí que lo dijo!

—¿Y qué? Puede cambiar de opinión. En cualquier caso, él sí es tu tipo.

Abrí la boca para volver a cerrarla enseguida. No tenía sentido negar que era mi tipo, aunque me hubiera encantado creer lo contrario.

—Cualquier chica lo encontraría genial —Reconocí—. Al menos, físicamente. Pero todo el rato me está sacando de quicio y no para de hacerse el mandón y sencillamente es… increíblemente… increíblemente…

—… genial? —Alice me sonrió cariñosamente—. ¡Tú también lo eres, de verdad! Eres la chica más genial que conozco, exceptuándome a mí. Y, además, tú también puedes hacerte la mandona. Ahora ven, quiero ver la limusina con la que vendrán a recogerte.

James inclinó la cabeza rígidamente cuando paSamos junto a su nicho.

—Espera un momento —Le dije a Alice—. Tengo que preguntarle una cosa a Laurent.

Cuando me detuve, la expresión ofendida del rostro de Laurent desapareció para dar paso a una sonrisa de satisfacción.

—He vuelto a reflexionar sobre nuestra última conversación —Dijo.

—¿Sobre los besos?

—¡No! Sobre la viruela. Es posible que realmente la contrajera. Cambiando de tema, sus cabellos tienen hoy un brillo muy bonito.

—Gracias. Laurent, ¿Puedes hacerme un favor?

—Espero que no tenga nada que ver con los besos.

Se me escapó la risa.

—No sería mala idea —Dije—. Pero lo que me interesa ahora son los modales.

—¿Los modales?

—Siempre te estás quejando de que no tengo modales, y tienes razón. Por eso quería pedirte que me enseñaras la forma correcta de comportarse en tu época. Cómo hay que hablar, cómo hay que doblar la rodilla, cómo hay que… en fin, qué sé yo, todas esas cosas.

—¿Cómo se aguanta un abanico? ¿Cómo hay que bailar? ¿Qué normas de comportamiento hay que seguir cuando el príncipe regente se encuentra en la sala?

—¡Exacto!

—Pues sí, puedo enseñárselo —Aseguró James.

—Eres un encanto —Repuse yo, y antes de volverme de nuevo para marcharme—: esto… ¿ Laurent? ¿También sabes manejar la espada?

—Naturalmente —Dijo Laurent —. No está bien que lo diga yo, pero entre mis amigos del club se me considera uno de los mejores espadachines. El propio galliano dice que tengo un talento extraordinario.

—¡Fantástico! —Exclamé—. Eres un amigo de verdad.

—¿Quieres que el fantasma te enseñe a manejar la espada? —Alice había seguido nuestra conversación muy interesada, aunque naturalmente solo había podido oír mí parte—. ¿Un fantasma puede sostener una espada?

—Ya lo veremos —Repuse—. En cualquier caso, conoce a la perfección el siglo XVIII, porque, al fin y al cabo, es de donde viene.

Mike Newton nos alcanzó en las escaleras.

—Has vuelto a hablar con el nicho, Isabella. Lo he visto perfectamente.

—Sí, es mi nicho preferido, Mike. Se ofende si no hablo con él.

—¿Ya sabes que eres muy rara?

—Sí, querido Mike, lo sé, pero al menos no estoy cambiando la voz como tú.

—Eso pasará —Repuso Mike.

—Lo mejor sería que fueras tú quien pasaras —Dijo Alice.

—Ay perdón, seguro que queréis volver a charlar de vuestras cosas —Se mofó Mike, que siempre se pegaba como una lapa—. Hoy solo habéis estado cuchicheando cinco horas. ¿Nos veremos después en el cine?

—No —Respondió Alice.

—De todos modos, tampoco puedo —Señaló Mike, mientras nos seguía como una sombra por el vestíbulo—. Tengo que escribir esa estúpida redacción sobre los anillos de sello. ¿Os he dicho ya que odio al señor James?

—Solo un centenar de veces.

Antes de salir afuera, vi la limusina parada ante la puerta de la escuela. Mi corazón se puso a palpitar un poco más rápido. Aún me sentía terriblemente avergonzada cuando pensaba en la noche anterior.

—¡Guau! ¡Menuda carroza! —Mike dejó escapar un silbido—. Tal vez los rumores que dicen que la hija de Madonna viene a nuestra escuela de incógnito y bajo un nombre falso son ciertos.

—Claro —Dijo Alice parpadeando al sol—. Y por eso vienen a recogerla con una limusina, para que pase de incógnito.

Unos cuantos alumnos contemplaban el coche boquiabiertos. También Jessica y su amiga Sarah se habían quedado paradas en las escaleras mirando con los ojos abiertos como platos, si bien sus miradas no apuntaban a la limusina, sino un poco más a la derecha.

—Y yo que creía que la empollona no tenía nada que ver con chicos — comentó Sarah—. Y menos con ejemplares de lujo como este.

—Tal vez sea su primo —Repuso Jessica—. O su hermano.

Mi mano se cerró con fuerza sobre el brazo de Alice. Edward en carne y hueso se encontraba en el patio de nuestra escuela, muy relajado, en vaqueros y camiseta, hablando con Tanya. Alice enseguida comprendió lo que pasaba.

—Y yo que pensaba que llevaba el pelo largo —Dijo en tono de reproche.

—Y lo lleva —Repuse yo.

—Medio largo —Aclaró Alice—. Hay una diferencia. Esta medida sí que es guay.

—Es marica, me apuesto cincuenta libras a que es marica —Soltó Mike, y apoyó el brazo en mi hombro para poder ver mejor entre Jessica y yo.

—¡Oh, dios mío, la está tocando! —Exclamó Jessica—. ¡Le está cogiendo la mano!

La sonrisa de Tanya podía verse perfectamente desde donde estábamos. Tanya no sonreía a menudo (si no se cuenta su forzada sonrisa de mona lisa), pero, cuando lo hacía, estaba encantadora. Incluso le salía un hoyuelo. Edward también debía de verlo, y seguro que en ese momento la encontraba cualquier cosa menos vulgar.

—¡Le está acariciando las mejillas!

Oh, dios mío. ¡Era cierto! La punzada que sentí al verlo era imposible de ignorar.

—¡Y ahora la está besando!

Todos contuvimos la respiración. Realmente parecía que Edward fuera a besar a Tanya.

—… en la mejilla —Dijo Jessica aliviada—. Debe de ser su primo. Belly, por favor, dinos que es su primo.

—No —Repuse—. No son parientes.

—Y tampoco es marica —Señaló Alice.

—¿Qué te apuestas a que sí? ¿Es que no has visto el anillo que lleva?

Con el rostro radiante, Tanya dirigió una última mirada a Edward y se alejó con pasos saltarines. Estaba claro que su mal humor había desaparecido. Edward se volvió hacia nosotros, y en ese momento fui muy consciente de la imagen que debíamos de ofrecer: cuatro chicas y Mike mirando con la boca abierta y riendo entre dientes en la escalera. "conozco a muchas chicas como tú."

Aquí estaba la confirmación. Fabuloso.

—¡Isabella! —Gritó Edward—. ¡Por fin estás aquí!

Jessica, Sarah y Mike contuvieron la respiración al mismo tiempo. Y, para ser sinceros, yo también. Solo Alice mantuvo la calma.

—Espabila. Tu limusina espera —Dijo dándome un empujoncito.

Mientras bajaba por la escalera, podía sentir las miradas de los otros en mi espalda. Seguramente, todos tenían la boca bien abierta, o por lo menos Mike.

—Hey —Saludé cuando llegué junto a Edward.

En ese momento no me salió nada más. A la luz del sol, el verde de sus ojos brillaba más de lo habitual.

—Hey. —Me miró detenidamente—. ¿Has crecido durante la noche?

—No. —Me ajusté la chaqueta sobre el pecho—. El uniforme ha encogido.

Edward sonrió. Luego miró por encima de mi hombro.

—¿Esas de ahí arriba son tus amigas? Creo que una está a punto de desmayarse.

Oh, dios mío.

—Es Jessica Stanley —Dije sin girarme—. Padece de un exceso de estrógenos en sangre. Si te interesa, estaré encantada de presentártela.

La sonrisa de Edward se acentuó.

—Tal vez me lo plantee más adelante. ¡Ahora vamos! Hoy tenemos mucho que hacer.

Me cogió del brazo (en la escalera resonaron unas risitas) y me llevó hacia la limusina.

—Solo tengo que hacer los deberes. En el año 1956.

—Ha habido un cambio de planes. —Edward me abrió la puerta del coche. (chillidos al unísono en la escalera.)—. Iremos a visitar a tu tatarabuela. Ha pedido expresamente verte.

Me puso la mano en la espalda para empujarme dentro. (nuevos chillidos en la escalera.) Me dejé caer en el asiento trasero, cuando vi frente a mí una familiar figura rolliza.

—Hola, el señor Jenks .

—Isabella, mi valiente muchacha, ¿Qué tal te encuentras hoy?

El rostro del señor Jenks estaba resplandeciente, igual que su calva. Edward se sentó a su lado.

—Hummm… bien, gracias.

Me puse colorada solo de imaginarme el penoso papel que hice la noche anterior. Menos mal que Edward no hizo ningún comentario sarcástico y se comportó como si no hubiera sucedido nada.

—¿Qué pasa con mi tatarabuela? —Pregunté rápidamente—. No lo he entendido muy bien.

—Sí, nosotros tampoco hemos acabado de entenderlo —Suspiró Edward.

La limusina se puso en movimiento, y resistí la tentación de mirar a mis amigos por la ventanilla trasera.

—Siobhan Tilney, nacida grand, era la abuela de tu abuela Sue y la última viajera del tiempo antes de Emily y tú. Después de su segundo salto en 1894, los vigilantes pudieron registrarla sin problemas en el primer cronógrafo, el original. Durante el resto de su vida (murió en 1944), elapsó regularmente con ayuda del cronógrafo, y los anales la describen como una persona afable y cooperativa. — el señor Jenks se frotó nerviosamente la calva con la mano —. Durante los bombardeos de londres en la segunda guerra mundial, un grupo de vigilantes se retiró al campo con ella y el cronógrafo. Allí murió, a los sesenta y siete años de edad, a consecuencia de una pulmonía.

—Qué… hummm… triste.

La verdad era que no veía para qué podían servirme aquellas informaciones.

—Como ya sabes, Edward ya ha visitado a siete miembros del círculo de los doce en el pasado y les ha extraído sangre para el segundo cronógrafo, el nuevo. En realidad, a seis, si los gemelos se cuentan como uno solo. De modo que con tu sangre y la suya solamente nos faltan cuatro del círculo: ópalo, jade, zafiro y turmalina negra.

—Elaine burghley, Siobhan Tilney, Emily Swan y Sam Cullen —Completó Edward—. Estos cuatro aún deben ser visitados en el pasado y se les debe extraer sangre.

Ya lo había entendido, tampoco era tan estúpida.

—Exacto. No creíamos que en el caso de Siobhan pudiera producirse ninguna complicación. —Señor Jenks se inclinó hacia atrás en el asiento y prosiguió—: con los otros sí, pero no había nada que nos hiciera pensar que pudieran surgir dificultades con Siobhan Tilney. Su vida ha sido protocolizada hasta el más mínimo detalle por los vigilantes. Sabemos dónde estuvo cada uno de los días de su vida. Y por eso también fue muy sencillo arreglar una cita entre ella y Edward. Así, la noche pasada, Edward viajó al año 1937 para encontrarse con Siobhan Tilney en nuestra casa de temple.

—¿De verdad? ¿Esta noche? ¿Y cuándo demonios has dormido?

—Tenía que hacerse muy rápido —Repuso Edward cruzándose de brazos—. Habíamos calculado que la acción duraría solo una hora.

—Pero, en contra de lo esperado —Observó el señor Jenks —, Siobhan se ha negado a ceder su sangre después de que Edward le hubiera expuesto la situación.

El señor Jenks me miró expectante. ¿Se suponía que ahora debía decir algo sobre el tema?

—Tal vez… hummm… tal vez no entendió lo que le explicaba —Repuse. Al fin y al cabo era una historia francamente embrollada.

—Me entendió perfectamente —Replicó Edward sacudiendo la cabeza—. Porque ella ya sabía que el primer cronógrafo había sido robado y que yo iba a tratar de conseguir su sangre para el segundo.

—Pero ¿Cómo podía prever algo que no iba a pasar hasta muchos años más tarde? ¿Es que tiene el don de la adivinación?

Apenas había acabado de pronunciar la pregunta, comprendí lo que había ocurrido. Por lo visto, poco a poco iba interiorizando ese follón de los viajes en el tiempo.

—Alguien estuvo allí antes que tú y se lo explicó, ¿No?

Edward inclinó la cabeza aprobatoriamente.

—Y la convenció de que no debía dejarse sacar sangre en ningún caso. Aún fue más extraño que se negara a hablar conmigo. Llamó a los vigilantes para que la ayudaran y exigió que me mantuvieran alejado de ella.

—Pero ¿Quién puede haber sido? —Reflexioné—. En realidad, los únicos candidatos son Emily y Sam. Los dos pueden viajar en el tiempo y quieren impedir que se cierre el círculo.

El señor Jenks y Edward intercambiaron una mirada.

—A la vuelta de Edward, nos encontramos frente a un auténtico enigma —Explicó el señor Jenks —. Aunque teníamos una vaga idea de lo que podía haber pasado, nos faltaban las pruebas. Por esto Edward volvió a viajar al pasado esta mañana y visitó de nuevo a Siobhan Tilney.

—Has tenido un día muy agitado, ¿No? —Busqué signos de cansancio en el rostro de Edward, pero no encontré ninguno; de hecho, parecía encontrarse en plena forma—. ¿Qué tal está tu brazo? —Le pregunté.

—Bien. Escucha lo que dice el señor Jenks . Es importante.

—Esta vez Edward buscó a Siobhan inmediatamente después de su primer salto en el tiempo, en 1894 — prosiguió el señor Jenks —. Debes saber que el factor x o el gen del viaje en el tiempo, como lo llamamos nosotros, parece manifestarse en la sangre solo después del salto de iniciación. Se ha podido constatar que la sangre que se extrae de los viajeros del tiempo antes del primer salto no puede ser reconocida por el cronógrafo. El conde de Aro Vulturi realizó algunos experimentos en esta dirección que, en su época, casi condujeron a la destrucción del cronógrafo. Así pues, no tiene sentido ir a buscar a un viajero del tiempo en su niñez para sacarle sangre. Aunque eso facilitaría bastante las cosas. ¿Comprendes lo que quiero decir?

—Sí —Me limité a responder.

—Edward se encontró esta mañana con Siobhan al final de su primera elapsación oficial. Después de su primer salto en el tiempo, la joven había ido enseguida a temple. Durante los preparativos para la lectura en el cronógrafo, saltó de nuevo por segunda vez, en el que es, de hecho, el salto incontrolado más largo medido hasta la fecha. Estuvo fuera más de dos horas.

—Señor , ¿Por qué no deja sencillamente de lado los detalles sin importancia? —Propuso Edward con un punto de impaciencia.

—Sí, sí. ¿Por dónde iba? Decía que Edward visitó a Siobhan en su primera cita de elapsación. Y de nuevo le explicó la historia del cronógrafo robado y le habló de la oportunidad que se ofrecía de remediarlo todo con el segundo cronógrafo.

—¡Ah, claro! —Le interrumpí—. Por eso la anciana Siobhan conocía toda la historia. ¡Se la había explicado el propio Edward!

—Sí, sería una posibilidad —Repuso el señor Jenks —. Pero tampoco en esa ocasión la joven Siobhan escuchaba la historia por primera vez.

—De modo que alguien había estado allí antes que Edward. Emily y Sam. Viajaron al pasado con el cronógrafo robado para explicarle a Siobhan Tilney que con toda probabilidad tarde o temprano aparecería alguien que querría sacarle sangre.

Señor Jenks no dijo nada.

—¿Y esta vez se la dejó sacar?

—No —Respondió el señor Jenks —. También esta vez se negó a que le extrajeran sangre.

—De todos modos, con dieciséis años no se mostró tan testaruda como de mayor —Explicó Edward—. Esta vez pudimos conversar un poco. Y al final me dijo que en todo caso solo trataría el tema de su sangre contigo.

—¿Conmigo?

—Pronunció tu nombre, Isabella swan.

—Pero… —Me mordí el labio mientras el señor Jenks y Edward me observaban atentamente—. Pensaba que Sam y Emily habían desaparecido antes de mi nacimiento. ¿Cómo se explica entonces que conocieran mi nombre y se lo mencionaran a Siobhan?

—Sí, esa es la cuestión —Dijo el señor Jenks —. Mira: Emily y Sam robaron el cronógrafo en el mes de mayo del año de tu nacimiento. Al principio se ocultaron con él en el presente. Durante unos meses lograron eludir repetidamente con gran habilidad a los detectives de los vigilantes, dejando pistas falsas, entre otros trucos. Cambiaban con frecuencia de ciudad y viajaron con el cronógrafo por media europa. Más adelante, sin embargo, fuimos estrechando el cerco, y comprendieron que a la larga solo podrían escapar de nosotros si huían con el cronógrafo al pasado. Por desgracia, no se planteaban la opción de rendirse. Estaban absolutamente comprometidos con la defensa de sus falsos ideales. —Suspiró—. Eran tan jóvenes y tan apasionados… —Su mirada se volvió un poco soñadora.

Edward carraspeó y el señor Jenks dejó de mirar al vacío para proseguir:

—Hasta ahora creíamos que habían dado ese paso en septiembre aquí en londres, unas semanas antes de tu nacimiento.

—¡Pero entonces es imposible que conocieran mi nombre!

—Exacto —Repuso el señor Jenks —. Por eso, después de lo ocurrido esta mañana, consideramos la posibilidad de que no saltaran al pasado con el cronógrafo hasta después de tu nacimiento.

—Fuera por el motivo que fuese —Añadió Edward.

—Y aún nos quedaría por explicar cómo conocían Emily y Sam tu nombre y tu destino. Sea como sea, Siobhan Tilney se niega en redondo a cooperar. Reflexioné.

—¿Y cómo podremos conseguir su sangre ahora? — ¡Dios, realmente era yo la que acababa de decir eso!—. ¿Supongo que no pensaréis utilizar ningún tipo de violencia?

En mi mente ya veía a Edward manipulando una botella de éter, correas y una enorme jeringa, lo cual enturbió notablemente la imagen que tenía de él.

El señor Jenks sacudió la cabeza.

—Una de las doce reglas de oro de los vigilantes dice que solo se debe emplear la violencia cuando negociación y acuerdo no funcionan. De modo que primero intentaremos lo que Siobhan ha propuesto: te enviaremos para que la visites.

—¿Para qué trate de convencerla?

—Para saber más sobre sus motivos y sobre los que la han informado. Contigo hablará, ella misma lo ha dicho. Queremos saber qué es lo que tiene que decirte.

Edward suspiró.

—No creo que saquemos nada en claro de esto, pero ya llevo toda la mañana hablando con las paredes.

—Sí. Y por eso ahora mismo madame Zarafina te está cosiendo un bonito traje de verano para el año 1912 — informó el señor Jenks —. Tienes que conocer a tu tatarabuela.

—¿Por qué precisamente 1912?

—Hemos elegido el año totalmente al azar, aunque Edward cree que de todos modos podríais caer en una trampa.

—¿En una trampa?

Edward no dijo nada, se limitó a mirarme. Realmente, parecía preocupado.

—Según las leyes de la lógica, esto queda prácticamente descartado —Observó el señor Jenks .

—¿Por qué iba nadie a tendernos una trampa?

Edward se inclinó hacia mí.

—Piensa un momento: Emily y Sam tienen en su poder el cronógrafo, en el que ya se encuentra registrada la sangre de diez de los doce viajeros del tiempo. Para cerrar el círculo y poder utilizar el secreto en su beneficio, ahora solo necesitan tu sangre y la mía.

—Pero… Emily y Sam querían impedir precisamente que se cerrara el círculo y se revelara el secreto —Repuse.

De nuevo el señor Jenks y Edward intercambiaron una mirada.

—Eso es lo que tu madre cree —Dijo el señor Jenks .

Y eso era también lo que yo había creído hasta ese momento.

—¿Y vosotros no lo creéis?

—Míralo de otro modo. ¿Y si en realidad Emily y Sam quieren tener el secreto para ellos solos? —Preguntó Edward—. ¿Y si robaron el cronógrafo por eso? Entonces lo único que les faltaría para ganar la partida al conde de Aro Vulturi sería nuestra sangre.

Tardé un momento en asimilar lo que representaba aquello antes de decir:

—Y como solo pueden encontrarse con nosotros en el pasado, ¿Tienen que atraernos a algún sitio para hacerse con nuestra sangre?

—Es posible que piensen que solo la conseguirán utilizando la violencia —Explicó Edward—. Igual que nosotros sabemos, por nuestra parte, que no nos darán la suya voluntariamente.

Pensé en los hombres que nos habían atacado el día anterior en Hyde Park.

—Exacto —Dijo Edward, como si me hubiera leído el pensamiento—. Si nos hubieran matado, habrían podido coger tanta sangre como hubieran querido, si bien aún está por aclarar cómo pudieron saber que estaríamos allí.

—Conozco a Emily y a Sam, y sencillamente esa no es su forma de actuar —Señaló el señor Jenks —. Crecieron con las doce reglas de oro de los vigilantes, y estoy totalmente seguro de que no hubieran hecho asesinar a sus propios parientes. También ellos están a favor de la negociación y el acuerdo.

—Como muy bien ha dicho, usted conocía a Emily y a Sam, señor Jenks —Puntualizó Edwward—. Pero ¿Realmente puede saber en qué se han convertido desde entonces?

Miré a Edward y al señor Jenks, y finalmente dije:

—En cualquier caso, creo que sería interesante saber qué quiere de mí mi tatarabuela. Y, además, ¿Cómo puede ser una trampa si somos nosotros mismos los que elegimos el momento de nuestra visita?

—Así lo veo yo también —Repuso el señor Jenks . Edward suspiró resignado.

—De todos modos, hace tiempo que está decidido

Madame Zarafina me pasó por encima de la cabeza un vestido blanco largo hasta los tobillos, con un delicado motivo a cuadros y una especie de cuello de marinero, y me lo ciñó a la cintura con una faja de satén azul cielo de la misma tela que el lazo que adornaba la transición del cuello a la orla de la botonadura.

Cuando me miré en el espejo, me sentí un poco decepcionada. Tenía un aspecto de lo más formal. Aquella vestimenta me recordaba un poco a la de los monaguillos de luke, adonde íbamos a veces los domingos para asistir al oficio religioso.

—Naturalmente, la moda de 1912 no puede compararse con la extravagancia del rococó —Comentó madame Zarafina mientras me alcanzaba unas botitas de cuero con botones—. Casi diría que en esa época se tendía a ocultar los encantos femeninos más que a resaltarlos.

—Sí, yo también lo diría.

—Y ahora falta el peinado.

Madame Zarafina me empujó con suavidad a una silla, trazó una raya muy profunda en mi cabello, y luego lo fue recogiendo todo en mechones sueltos sobre el cogote.

—¿No queda un poco… hummm… abultado sobre las orejas?

—Es lo que corresponde —Dijo madame Zarafina.

—Pero es que no me parece que me siente bien, ¿Y usted?

—A ti todo te sienta bien, mi pequeño cuello de cisne. Además, esto no es un concurso de belleza. Lo que importa es…

—… la autenticidad, lo sé.

Madame Zarafina rio.

—Entonces no hay más que hablar.

Esta vez fue el doctor White quien vino a buscarme para acompañarme al escondite subterráneo del cronógrafo. El hombre tenía la misma expresión malhumorada de siempre, pero, para compensar, Robert, el chiquillo fantasma, me dirigió una sonrisa radiante. Le devolví la sonrisa. Estaba realmente encantador con sus rizos rubios y el hoyuelo.

—¡Hola!

—Hola, Isabella —Saludó Eobert.

—No veo ningún motivo para un saludo tan efusivo — repuso el doctor White, blandiendo la venda negra.

—Oh, no, ¿Por qué tengo que ponérmela otra vez?

—No hay razón para que confiemos en ti —Replicó el doctor White.

—¡Alto ahí! Traiga eso, patán. —Madame Zarafina le arrancó el paño negro de la mano—. Esta vez nadie me arruinará el peinado.

Hubiera sido terrible, sí. Madame Zarafina me vendó personalmente los ojos con tanto cuidado que ni un cabello se salió de su sitio.

—Mucha suerte, niña —Dijo cuándo el doctor White me sacó de la habitación.

Agité la mano a ciegas para despedirme. Otra vez esa desagradable sensación de ir avanzando a trompicones en el vacío; aunque esa vez el recorrido me resultaba más familiar, y Robert me prevenía por adelantado.

—Dos escalones más y luego se gira a la izquierda por la puerta secreta. Cuidado con el dintel. Diez pasos más y empieza la gran escalera.

—Muchas gracias por la ayuda. Me viene muy bien.

—Ahórrate las ironías —Repuso el doctor White.

—¿Por qué tú puedes oírme y él no? —Preguntó Robert apenado.

—Por desgracia, yo tampoco lo sé —Respondí con un nudo en la garganta—. ¿Te gustaría decirle algo?

Robert calló. El doctor White dijo:

—Carmen Clearwater tenía razón. Realmente hablas sola.

Avancé palpando la pared con la mano.

—Ajá, conozco este entrante. Ahora viene otra vez un escalón, ahí está, después de veinticuatro pasos, y giro a la derecha.

—¡Has contado los pasos!

—Solo por aburrimiento. ¿Por qué es tan desconfiado, doctor White?

—Oh, no lo soy en absoluto. Confío totalmente en ti de momento, porque por ahora aún no estás influenciada; como mucho, algo revolucionada por las equivocadas ideas de tu madre. Pero nadie sabe qué será de ti en el futuro, y por eso no me parece apropiado que conozcas el lugar donde se guarda el cronógrafo.

—Este sótano tampoco puede ser tan grande —Advertí.

—No tienes idea de lo grande que es —Repuso el doctor White—. Ya hemos perdido a gente aquí.

—¿De veras?

—Sí. —Pude notar que se esforzaba en mantenerse serio, y comprendí que solo estaba bromeando—. Y hubo otros que caminaron por estos pasadizos durante días antes de encontrar por fin una salida.

—Me gustaría decirle que lo siento —Dijo Robert.

Era evidente que el pobre chiquillo había estado pensando mucho en aquello. Me vinieron ganas de pararme y abrazarle.

—¡Oh…! Pero eso no es culpa de nadie.

—¿Estás segura de que no?

Probablemente, el doctor White se seguía refiriendo a las personas que se habían perdido en el sótano. Robert contuvo un sollozo.

—Por la mañana nos habíamos peleado. Le dije que le odiaba y que me hubiera gustado tener otro padre.

—Pero estoy segura de que no se lo tomó en serio. Segurísimo que no.

—Sí, lo hizo. Y ahora piensa que yo no le quería, y ya no puedo decirle lo contrario.

Aquella vocecita aguda, que ahora temblaba perceptiblemente, me rompía el corazón.

—¿Por eso sigues aquí?

—No quiero dejarle solo. Aunque no pueda verme ni oírme, tal vez sienta que estoy aquí.

—Oh, cariño… —Ya no pude soportarlo más y me detuve—. Seguro que sabe que le quieres. Todos los padres saben que a veces los niños dicen cosas que no piensan de verdad.

—De todos modos —Dijo el doctor White, y su voz sonó de pronto extrañamente velada—, cuando un padre prohíbe a su hijo ver la televisión durante dos días solo porque ha dejado su bicicleta fuera bajo la lluvia, no puede extrañarse de que le levante la voz y le diga cosas que no piensa de verdad.

Me empujó hacia delante.

—Me alegra que diga eso, doctor White.

—¡Y a mí también! —Repuso Robert.

Aquello nos puso de buen humor para el resto del camino. Por fin llegamos a una puerta pesada que se abrió y volvió a cerrarse detrás de nosotros. Cuando me quité la venda, lo primero que vi fue a Edward con un sombrero de copa en la cabeza, y no pude contener una carcajada. ¡Perfecto! ¡Esta vez le tocaría a él hacer el ridículo!

—Hoy está de un humor excelente —Informó el doctor White—, gracias a sus prolijas conversaciones consigo misma.

Pero su voz no sonaba tan sarcástica como de costumbre. El señor Cullen se unió a mis risas.

—Yo también lo encuentro cómico. Parece un director de circo.

—Me alegra que os divirtáis tanto —Dijo Edward.

En realidad, prescindiendo del sombrero de copa, estaba perfecto: pantalones largos oscuros, levita oscura, camisa blanca, parecía como si se hubiera vestido para una boda. Edward me miró de arriba abajo, mientras yo esperaba en tensión la revancha. En su lugar, se me hubieran ocurrido a la primera al menos diez comentarios ofensivos sobre mi vestimenta.

Pero no dijo nada y se limitó a sonreír. El señor Jenks estaba ocupado con el cronógrafo.

—¿Ha recibido Isabella todas las indicaciones necesarias?

—Creo que sí —Respondió el señor Cullen, que me había estado hablando durante media hora sobre la operación jade mientras madame Zarafina preparaba el vestuario.

¡Operación jade! Me sentía como si fuera la agente secreta emma peel. A Alice y a mí nos encantaba los vengadores, con uma thurman. La teoría de la trampa en la que tanto insistía Edward seguía pareciéndome inverosímil. Aunque Siobhan Tilney había manifestado abiertamente su deseo de mantener una conversación conmigo, no había fijado el momento de la cita; de modo que, aun suponiendo que su intención fuera atraerme a una trampa, no podía saber en qué día y a qué hora apareceríamos en su vida.

Y era muy improbable que Emily y Sam pudieran esperarnos justo en el período de tiempo elegido. Arbitrariamente se había optado por el mes de junio del año 1912. En esa época, Siobhan Tilney tenía treinta y cinco años y vivía con su marido y sus tres hijos en una casa de belgravia. Y precisamente allí la visitaríamos nosotros. Levanté la cabeza y vi que Edward me miraba fijamente, o, para ser más precisos, miraba mi escote. ¡Aquello ya era el colmo!

—¿Oye, es que tengo algo en el pecho? —Murmuré indignada.

Sonrió.

—No estoy del todo seguro —Replicó susurrando.

De pronto supe lo que quería decir. En el rococó era mucho más sencillo ocultar objetos tras las puntas de encaje, pensé. Por desgracia, habíamos atraído la atención del señor Jenks , que se inclinó hacia mí.

—¿Esto es un móvil? —Preguntó—. ¡No puedes llevarte ningún objeto de nuestra época al pasado!

—¿Y por qué no? ¡Podría resultar útil! —¡Y la foto de Cayo y lord Stefan había quedado fantástica!—. Si la última vez Edward hubiera llevado una pistola como dios manda, todo hubiera sido mucho más fácil.

Edward puso los ojos en blanco.

—Imagina que pierdes tu móvil en el pasado —Dijo el señor Cullen—. Probablemente el que lo encuentre no sabrá qué hacer con él, pero también es posible que sí. Y entonces tu móvil cambiaría el pasado. ¡O una pistola! Prefiero no pensar en lo que podría pasar si a la humanidad se le ocurriera utilizar armas sofisticadas antes aún de lo que lo ha hecho.

—Además, estos objetos serían una prueba de vuestra existencia y también de la nuestra —Aseguró el doctor White—. Al menor descuido todo podría cambiar, y el continuum estaría en peligro.

Me mordí el labio mientras reflexionaba sobre hasta qué punto un espray de pimienta que se perdiera, pongamos por caso, en el siglo xviii podría cambiar el futuro de la humanidad. Tal vez lo hiciera solo para bien, si iba a dar con la persona adecuada…

Señor alargó la mano.

—Yo me encargo de guardarlo mientras tanto.

Suspirando me llevé la mano al escote y le entregué el móvil.

—¡Pero luego quiero que me lo devuelva enseguida!

—¿Estamos listos de una vez? —Preguntó el doctor White—. El cronógrafo está preparado.

Sí, estaba lista. Sentí un ligero cosquilleo en el estómago y tuve que admitir que eso me gustaba mucho más que tener que meterme en un sótano en un año aburrido para hacer los deberes. Edward me dirigió una mirada escrutadora. Tal vez estaba pensando en qué más podía haber escondido. Le miré con cara de inocencia. Hasta la vez siguiente no podría llevarme el espray. Realmente, era una lástima.

—¿Preparada, Isabella? —Preguntó finalmente. Le sonreí.

—Estoy lista si tú lo estás.

Capítulo 14: Capítulo XII Capítulo 16: Capítulos XV - Epílogo - Extra

 
15095970 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 11082 usuarios