When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
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Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

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Capítulo 15: Lumière

Paris, 1923.

Isabella…

Solo una vez más. Necesitaba sentir sus labios una vez más antes de no volverlo a ver en mucho tiempo. Intenso, delicado, dulce, apasionado y con un ligero sabor agridulce. Quería robar cinco minutos antes de que el destino me lo arrebatase. Todas las terminaciones nerviosas de mis dedos se concentraron en memorizar cada uno de los matices de su cabello y cada una de las angulaciones de su perfecto rostro. Quería memorizar cada detalle de su piel, para tener un refugio en mi memoria para las largas noches en las que yo le supiese lejos de mí. 

Isabella—su aliento me hacía cosquillas en mis labios. Me reí, levemente, para luego agarrar con más fuerza los mechones de su cabello y profundizar en el beso. En aquel momento, en el que Edward me acariciaba el rostro, no existía nada más. El ruido del motor del tren se extinguía, Elizabeth se había desvanecido junto su marido y el doctor Cullen y los llantos de las madres, esposas e hijas, se desvanecían en la nada. Aquella burbuja de paz y amor sólo nos envolvía a él y a mí. 

Vuelve a mí, vuelve a mí, vuelve a mí…—le susurré una y mil veces. 

Creo que eres tú la que tienes que volver a mí, BellaEdward me susurró al oído. 

Me alejé de su cuerpo todo lo que sus brazos me permitieron para observarle un par de veces y asegurarme que había oído bien. 

No pude evitar ruborizarme al echarle una ojeada vestido con su uniforme de voluntario de la cruz roja aunque odiase aquella gorra de color blanco con la cruz de color rojo. Me molestaba muchísimo a la vista y yo adoraba su alborotado pelo de color rojizo. 

Edward, yo estoy aquí—le recordé muy extrañada—. El que tienes que coger el tren para New York eres tú".

Edward me sonrió con melancolía. 

Aún estás dormida, ¿verdad?

¿Qué estás diciendo, Edward? —cada vez estaba más asustada por lo que presentía que iba a ocurrir. 

¿Dónde crees que estás?

Suspiré varias veces antes de darle la respuesta. 

Estoy en la estación con tus padres y contigo. Tú te vas a esa maldita guerra y…

Bella, no estamos en ninguna estación—me interrumpió poniéndome sus dedos sobre mis labios—. ¿No lo recuerdas?

Recordar…

Yo no regresé a Chicago contigo. Y tú ya no vives en Chicago tampoco. Hace casi cinco años que estás en Paris. Lo recuerdas ahora, ¿verdad?

Ante aquella verdad tan reveladora, una luz cegadora me inundaba más y más y mis ojos fueron incapaces de seguir abiertos. A pesar de ello, logré entreabrirlos y lo último que logré visualizar, fue a Edward fundiéndose con la luz.

Abre los ojos, Isabella…

Los rayos de sol que se colaban por la ventana, aterrizaron en mi rostro, impidiéndome cerrar los ojos de nuevo. Y si aquello no era suficiente, un balanceo me imposibilitó volver a coger el sueño.

— ¡No, mamá!—protesté—. ¡Hoy es sábado!

—Mademoiselle Swan?—la voz de Adelle, mi casera, acabó por sacarme de mi mundo onírico.

Me froté los ojos e intenté no parecer muy frustrada por tener que despertarme.

—Bonjour, Adelle—le saludé con voz pastosa intentando hablarle en mi mejor francés—. ¿Qué es lo que ocurre ahora?

—Monsieur Landrú está al teléfono. Dice que es urgente.

"¡Que cunda el pánico!", pensé al ver como se me esfumaban unas horas extras de sueño.

—Monsieur Landrú hace un mundo de una gota de agua. Enseguida bajaré a portería. Mercy, Adelle.

—Mademoiselle—me saludó antes de retirarse a portería.

Haciendo un acopio de esfuerzo por mi parte, me levanté de la cama, tirando todos los apuntes de mi examen de ayer, sobre los cuales me había quedado dormida por no haber tenido fuerzas suficientes para hacer otra cosa que ponerme el pijama y meterme en la cama. Calculé haber estado durmiendo al menos unas diez horas. Monsieur Landrú me había dado el día libre y después de salir de mi último examen del segundo semestre, no tenía el cuerpo para demasiadas celebraciones.

Busqué mi bata por la habitación y me la puse antes de salir por los pasillos y llegar hasta la portería.

No estaba lo suficiente dormida como para no estar prevenida ante la tendencia a exagerar de mi patrón, por lo que al coger el teléfono me alejé el auricular de mi oreja lo máximo que pude.

—Bonjour, monsieur Landrú. ¿Cómo le va todo…?

— ¡Al infierno con los modales, maldita mujer estadounidense! ¿Dónde ha estado anoche? Me importa una mierda que se fuera con su amante de turno. Antes de un amante, estoy yo. Está casada con su trabajo. Para eso yo me gasto una millonada en mantenerla. Espero que su juventud le haga respetar los sacrificios de los demás. Aunque siendo estadounidense, joven y mujer yo lo dude… —me gritó mi jefe en un francés perfecto. Hablaba perfectamente el inglés, pero esto lo hacía por fastidiar.

—Tiene usted razón, monsieur Landrú, usted es más importante que mis amantes— sobre todo porque me paga bien—. ¿Le ha ocurrido algo a mademoiselle Tatiana?

—Ella está divinamente. Los músicos están divinamente. Los maquilladores están divinamente. Los costureros están divinamente. Usted y su petulancia americana están divinamente… ¡A costa de mi salud! ¡Dentro de tres días tengo que estar en New York! ¡Faure me ha pedido que haga una tour con su ópera "Penélope"! Y nadie me ayuda… ¡Voy a empezar a rebajar sueldos! ¡Yo no mantengo a una pandilla de inútiles!

—Que yo sepa, monsieur, usted me paga por la educación de Tatiana…

— ¡Pues ya sabe donde tiene que estar mañana a las diez!—me gritó—. A propósito, ¿dónde ha estado usted las dos últimas semanas?

—Usted me dio permiso para descansar y que me dedicase a mis exámenes finales—le recordé con paciencia—. Pero ahora que estoy libre. Soy toda suya. Las veinticuatro horas del día.

— ¡Mañana a las diez!—me exigió.

—Puntual como un reloj—por cuatrocientos francos al mes, no podía quejarme demasiado.

—Américaine et femme avais qu'être— "americana y mujer tenías que ser". Se despidió con sus modales acostumbrados y me colgó.

Me limité a encogerme de hombros y miré el reloj de la portería. Aún me faltaba dos horas, pero antes de ir al edificio de la ópera tenía que hacer algo. Subí los escalones con pesadez. Sentí una puerta abrirse y mi compañero de pasillo se asomó a la puerta.

—Buenos días por la mañana—me saludó Jack en un perfecto inglés con su acento de Texas. Éramos el uno para el otro, un oasis de descanso rodeado de un mar de lengua francesa. Las horas que pasaba con Jack Thompson, uno de los violinistas de la orquesta de Paris, eran las únicas en las que yo podía hablar inglés. Aquello me aseguraba que no se me olvidaba mi propio idioma. A pesar de proceder de Dallas, me encantaba tener junto a mí, un compatriota americano, y más aún si aquel compatriota era un apuesto y galante hombre de unos veintinueve años, alto, pelo rubio, ojos color miel, tez morena, sonrisa seductora, gran sentido del humor y sobre todo mucho amor por la música.

—Buenos días—le saludé olvidándome de mi mal humor por la charla con monsieur Landrú.

— ¡Uhm!—se mordió el labio inferior al ver que mi sonrisa no había sido tan efusiva como de costumbre—. Déjame adivinar… el señor Robespierre ha vuelto a decir que los americanos somos la peor escoria de la tierra, ¿me equivoco?

—Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé! Contre nous de la tyrannie— le canturreé la marsellesa como respuesta afirmativa.

— Aux armes, citoyens, Formez vos bataillons, Marchons, marchons! Qu'un sang impur Abreuve nos sillons!—me siguió la corriente. Se rió y continuó hablando—. Para que veas que todo lo que se cuenta sobre los modales de los europeos son mitos. Lo que les pasa es que están resentidos porque les salvamos el culo en la guerra. Además, sabes que monsieur guillotina en el fondo nos tiene cariño. No hubiera puesto un anuncio en un periódico de Estados Unidos buscando una maestra para su pupila, si no hubiera sabido que los americanos somos garantía de éxito. De todas formas, sigo pensando que ha salido ganando. Seguro que nunca se imaginó que tendría una señorita de la alta sociedad de Chicago, dándole clases a una pobre huérfana rusa. Bonita, culta y con sentido del humor. Lo tiene todo, señorita Swan.

A mi pesar, noté como el color se me subía a las mejillas.

— ¿Café y tostadas?—le pregunté para proseguir con tres años de ritual. Todas las mañanas, Jack venía conmigo a desayunar, comer y cenar. Como buen hombre que era, había demostrado ser incapaz de poner una sartén en el fuego sin quemarse y con ello provocar un pequeño incendio en la casa. Por lo tanto, había decidido confiarme a mí ese aspecto mientras él se dedicaba a protegerme y proporcionarme compañía cuando las circunstancias pudiesen resultar embarazosas. A pesar de que la mentalidad europea era mucho más abierta que la americana, en la mayoría de los aspectos, aun resultaba muy difícil de comprender que una mujer tuviese una independencia total y absoluta. Jack podría llegar a ser un gran aliado en ese aspecto y habíamos logrado una gran amistad debido a los sentimientos de soledad y extrañeza que pudiesen surgir en dos americanos en una ciudad hostil como Paris.

—Dame media hora—me pidió.

—Perfecto—me fui hacia mi habitación.

Preparé mi ropa, que constaba de una blusa blanca, una falda negra hasta la rodilla, un cambio de vestuario que en Chicago hubiese sido inadmisible cinco años antes y, sobre todo, una cómoda prenda interior cuya existencia había facilitado mi vida laboral de una forma prodigiosa. Después de la tiranía del corsé, la venida del sujetador había sido más que bienvenida. Adiós a las costillas apretadas, la opresión de pecho y los esfuerzos titánicos por respirar. Las braguitas de algodón y los ligueros, también eran un complemento ideal para mi agitada vida como estudiante universitaria y trabajadora casi a tiempo completo.

Abrí las persianas, el sol inundó la habitación y, con una sonrisa, descubrí ante mis ojos una calle perteneciente al barrio latino, llena de vida. Se notaba en el ambiente que el verano había llegado.

Silbé una canción, alegremente, mientras encendía el gas, regulaba el temporizador y me metía en la ducha con un humor excelente.

.

.

.

Cuando saqué mis zapatos de tacón de aguja del armario, el estómago amenazó con darme un respingo. Probablemente, esta era, junto con la melena corta y las puntas para fuera, la única moda a la que yo aún no me había hecho. Cuatro años en la capital del amor y la moda, no habían sido suficientes para erradicar mi torpeza congénita, por lo que para mí, el andar ocho horas al día sobre los tacones, se convertía en un auténtico suplicio.

Monsieur Landrú había sido muy condescendiente con el asunto de mi peinado y me había salvado de la opción de cortarme el pelo, pero había sido inflexible a la hora de llevar los zapatos de tacón. Su lema era: "La institutriz de mi cantante estrella no sólo debe ser una dama, si no también parecerlo". Los franceses consideraban mi instrumento de tortura como el paradigma de la feminidad, por lo tanto allí estaba yo, con los zapatos de charol negro en la mano y gesto de pocos amigos. Miré al reloj. Aun me quedaba media hora para dejar descansar mis pies.

A pesar de todo, nada podía empañar el buen humor con el que me había levantado. Y mientras esperaba a Jack, cortaba el pan, untaba los trozos con mantequilla y ponía las rebanadas en la sartén, empecé a tatarear una canción francesa.

Oí la puerta chirriar y comprendí que se trataba de Jack. Seguí cantando mientras ponía en la cafetera un par de vasos de agua, para preparar café.

—Vaya…—susurró divertido—. Se nota que los exámenes han terminado. ¿Qué tal te ha salido el examen de ayer? ¿Qué te pusieron?

—El feminismo en la novela "Jane Eyre"—le expliqué feliz mientras sacaba la mermelada de fresa del armario.

—Supongo que habrás sacado sobresaliente, ¿no?—Jack se rió. Conocía de sobra mi amor por las Brönte y no se dejaba amedrentar por mi carácter belicoso.

—Matricula—le corregí feliz.

—Chica, sustituye al profesor.

Me reí con ganas ante el comentario.

—Creo que a monsieur "hay que cortar el cuello a todos esos imperialistas americanos" le gustará saber que está haciendo una inversión contigo. Después de Marie Curie, tú debes ser la alumna más avanzada de "La Sorbonne".

—Hay cuarenta y cinco alumnas matriculadas en la facultad de Literatura y cada una de ellas muy competentes. Y sólo aprovecho las oportunidades que se me dan. No todos los patrones dan una oportunidad así a una simple institutriz para ir a la universidad. Y por supuesto, no iba a desaprovecharla, ¿no crees? Aunque eso ha significado una rebaja de mi sueldo a la mitad.

—Te paga cuatrocientos francos al año. El doble de lo que me paga a mí. A parte, que cuando se van de gira, tú tienes vacaciones.

—Te recuerdo que yo tengo que estar disponible siempre por si a Tatiana le sucede algo y tú lo único que tienes que hacer es ensayar unos cuantos días y además cada vez que vais de gira, ves países gratis. Sabes perfectamente que Tatiana aun no se ha ido de gira y yo me tengo que quedar con ella.

—Creo que esta temporada se va a New York de gira. Este año puede ser el suyo. Por lo menos es lo que se comenta por la orquesta.

—Pandilla de cotillas—le regañé.

—Eso significa que te podrás ir de vacaciones—me recordó Jack—. El año pasado me contaste que estabas deseosa de irte a España. ¿Sigues con la misma idea para este verano?

—Pues como creo que voy a tener mis vacaciones, creo que me iré una semana a España. Estoy deseando ver Madrid, Barcelona y Sevilla.

—Ya que te vas a dedicar a viajar tanto, también podrías aprovechar para volver a casa un tiempo. Has estado casi cinco años sin ver a tú familia. Creo que ya va siendo hora de volver.

Se me hizo un nudo en la garganta y para disimular mí congoja, mordisqueé un trozo de tostada. Miré por la ventana, el movimiento de la gente comprando libros, para disimular todas las emociones que me embargaban en aquel instante.

— ¿Tan mala fue tu vida en Chicago para no querer volver?—Jack era demasiado intuitivo. No era una cualidad que me gustase de él.

Hice acopio de valor y fui capaz de mirarle a la cara.

—Al contrario—fui sincera.

— ¿De qué huye Isabella Swan?—inquirió curioso y penetrante.

—De los buenos recuerdos—le acabé confesando un poco abochornada.

— ¿Crees que si vuelves a Chicago, se habrán olvidado de ti?

—No, al contrario. Pero creo que ha pasado tanto tiempo… Cada uno hemos seguido caminos separados y la distancia nos ha hecho más fuertes. Mi madrina está hasta el cuello de trabajo, mi amiga Ángela y su marido están tan entusiasmados por su estrenada paternidad, que han decidido ir a por el siguiente… ya está en camino… En cuanto a Emmett, sigue en Alaska buscando a su "Rosario"—era el nuevo nombre con el que había bautizado a su diosa particular. Según me había contado en una carta desde un pueblo al norte de Juneau, aún seguía en busca y captura de su amada a la que había bautizado con el nombre de una prostituta que conoció en San Diego, rubia y de "buena delantera", tal como le gustaba a él. Estaba tan ocupado con la caza de su beldad, que se le había olvidado por completo que tenía que mandarme los papeles del divorcio. Tampoco le metí demasiada prisa con el tema. Aquí, en Francia, nadie tenía pasado y a nadie preguntaba. Era la diferencia entre la degenerada Europa y la puritana Norte América. Por lo tanto yo podría ser la señorita Swan sin que nadie me señalase con el dedo ni me recordase que aún era la señora McCarty—. Mi madre y mi padrastro no han dado señales de vida, tal como les pedí y mis "amigos" estarán disfrutando del periodo de paz. Por lo tanto, creo que no hay urgencia en regresar a Chicago.

—No podrás seguir huyendo de tu pasado. Si te empeñas en ir corriendo hacia delante sin mirar atrás, algún día te toparás con un muro y tendrás que enfrentarte a tu pasado de sopetón—me aconsejó.

Le di la callada por respuesta y me limité a mordisquear mi tostada.

—Pero por lo menos ahora se te ve más feliz—observó.

—No soy infeliz—le di una puntilla a su comentario.

—Buen matiz—me señaló, para luego cambiar de tema—. ¿Está muy lejos Springfield de Chicago?

Me pregunté a que venía eso. Para cambiar la conversación era una pregunta muy estúpida.

—Pues no hay nada como coger un tren directo desde Springfield hasta Chicago. ¿A qué viene eso?

—No estoy planeando mudarme a Illinois. Demasiado glamour para mi gusto. Prefiero volver a Dallas, a la granja de mi padre y domesticar vacas y toros junto con mi hermana Lucy—puse los ojos en blanco, como hacía cada vez que él se metía con mi ciudad y me recordaba las diferencias entre el norte y el sur—. Te lo estoy diciendo porque creo que estás más en el mundo de Jane Austen que en el verdadero mundo.

— ¿Qué significa eso?

— ¿No has leído el periódico de ayer?

—Acababa de salir del examen. Creo que no tenía cuerpo para nada más que acostarme—le refunfuñé.

—Encima que te digo que tu estado ha salido en las noticias—me dio "Le Figaro" y me señaló la página.

Leí con atención y extrañeza un caso que en Chicago hubiese ocupado cinco líneas. No entendía por qué un periódico extranjero cubría la noticia.

—La policía de Springfield busca a un animal, responsable de la muerte de diez personas—leí con desinterés la noticia, a pesar de las dudas que me suscitaba.

Cuando llegué a la descripción del forense de cómo habían encontrado los cuerpos —mutilados, con el rostro tan destrozado que el reconocimiento de identidad sólo había sido posible gracias a los objetos de valor que las victimas llevaban y, sobre todo, totalmente desangrados, pero sin que en sus cuerpos hubiese ni una sola mancha de sangre— me hizo revolverme el estómago y fui incapaz de volver a tomar un bocado más.

—Siento haber sido tan grosero—se disculpó Jack al ver mi rostro adquiriendo tonos verdosos—. No debí enseñarte la noticia a estas horas.

—No te preocupes—me sequé el sudor debido a la palidez que había adquirido—. Sobreviviré.

—Deberían castigar a los dueños por descuidar a sus animales. Ellos son los que deberían ir a la cárcel y no los fabricantes de alcohol. Y más si no son capaces de mantener a raya a un animal así.

— ¿Esto lo ha ocasionado un animal?—me pareció demasiado rebuscado como solución al problema—. Tal como han encontrado los cuerpos, me parece demasiado inteligente y racional para que se trate de eso. Creo que tendría que dejar algún resto de algo y éste asesina a sus víctimas de manera muy limpia y además parece no alimentarse de ellas.

—Nunca subestimes la racionalidad de un animal—me previno Jack—. Y aun no sabes si se alimenta o no. El comportamiento animal puede ser admirable y peligroso—su tono era como el de una persona contando una historia de miedo.

—Procuraré no hacerlo—le prometí, susurrando las palabras—. De todas formas, me extraña que esta noticia haya salido en un periódico internacional, cuando en el propio estado de Illinois, los periódicos la hubiesen dejado en la sección de anécdotas.

—Porque los europeos saben que ahora somos los dueños del mundo y ya sabes que cuando el gigante estornuda, los demás se sobrecogen. Nos odian porque nos temen. Desde la guerra del noventa y ocho, ellos se han percatado quien manda aquí. La gran guerra sólo ha demostrado lo que todo el mundo sabe—se rió, poniendo los pies de la mesa, costumbre que yo odiaba, y volvió a retirarlos en cuanto me vio con la mano alzada dispuesta a darle un buen cachete—. De todas formas, la policía atrapará a ese bicho antes de que se acerque a las puertas de tu hermosa ciudad y tus amigos estarán a salvo y bebiendo champagne… bueno, no, que no se puede.

—Entonces no tendremos que preocuparnos—le aseguré.

—Pasando a temas más mundanos, ¿qué tienes pensado hacer después de trabajar?—me preguntó con una enorme sonrisa y modales refinados.

—No tengo previsto hacer nada especial, ¿por qué?—no sabía exactamente a donde quería llegar a parar.

—Entonces me acompañaras al cine, ¿has ido alguna vez al cine?—negué con la cabeza. Mi padre había prometido llevarme alguna vez pero siempre había algo que se lo impedía. Y dudaba mucho que con Edward se pudiese ver alguna película—. Es un invento fascinante. Lo mejor que se les ha podido ocurrir a los franceses. La película es un poco desagradable, pero creo que te gustará.

— ¿Cuál es?

—Nosferatu.

—Suena tenebrosa—fingí estremecerme.

— ¿Tienes miedo?—me provocó.

—En cuanto termine, te iré a buscar—le prometí, levantándome de la silla y poniéndome los insufribles tacones.

—Es pronto aún—miró el reloj para después mirarme a mí, sorprendido.

—Antes de ir al edificio de la ópera, tengo que hacer algo—lo había estado posponiendo durante mucho tiempo y ya no podía retrasarlo más.

—Entonces nos veremos allí—se despidió alegremente—. Y por favor, haz lo posible por llegar a la cita de una sola pieza, ¿me lo prometes?—señaló a mis tacones.

—Ja, ja, ja—le respondí mientras salía por la puerta y me agarraba a la barandilla, previniendo así la primera caída al suelo.

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El olor a rosas blancas inundaba todo el taxi. El taxista me estaba comentando algo, pero estaba tan abstraída en mirar aquella maravillosa ciudad, desde Notre-Dame hasta aquella horrible torre de hierro, que por desgracia para la estética se había convertido en el símbolo de la ciudad del amor y la luz. Pasar por el río Senna, me daba cierta paz interior.

Parecía increíble que la posguerra no hubiese afectado a Paris. A mi llegada a Francia, había podido observar los devastadores efectos de la guerra en aquella región, e incluso algunos pueblos del norte, habían quedado prácticamente en ruinas. Pero todo aquello no iba con Paris y sus calles luminosas y llenas de música.

—Paris está preciosa en verano, ¿verdad, mademoiselle?—me comentó el taxista mientras me miraba por el rabillo del ojo, maravillarme por las vistas de la ciudad.

—Paris está increíble en verano—le di la razón.

—Paris es increíble en primavera, verano, otoño e invierno. Hemos llegado—me indicó el taxista.

—Mercy. Quédese con la vuelta—le di un billete, y me dispuse a salir para adentrarme en el cementerio de Pere-Lachaise.

Incluso los cementerios en Paris eran luminosos. Al adentrarme allí, no sentí una sensación de angustia ni miedo. Al contrario, una tranquila paz me invadió. No podía estar triste. Pronto, descubrí lo que estaba buscando entre un pandemónium de tumbas blancas. Era la tumba de un soldado americano. Me arrodillé ante ella y deposité las flores.

—Hola, papá—acaricié las letras del epitafio—. Siento no haber venido antes, pero necesitaba reunir el valor suficiente. Pero como tú bien me dijiste: "Más vale tarde que nunca…”

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—Así que has tenido una pequeña revolución en tu aula—me comentó Jack divertido cuando le conté la rabieta que había tenido Tatiana cuando le había sugerido que cambiásemos de lectura y leyésemos algo de su Rusia natal. Me había acordado que había comprado una colección de poemas de Chejov, por lo que decidí darle un respiro con los escritores de lengua inglesa y estudiar algún autor de lengua rusa.

Lo que me pareció una idea genial se convirtió en la peor ocurrencia que se me había pasado por la cabeza, ya que Tatiana, al ver el libro, se puso a chillar como una histérica y a lanzarme insultos en ruso. Después, me acusó de cometer traición contra el Imperio zarista y estar confabulada con los malditos "rojos" que destronaron al zar Nicolás II y mataron a toda su familia, obligándola a ella a venderse como cantante de ópera en la degradada Europa para poder sobrevivir. Comprendí, demasiado tarde, que no había escogido un buen escritor, ya que Chejov era conocido por sus ideas comunistas.

Sólo cuando juré que no tenía ninguna relación con el partido comunista, ni quería favorecer de ninguna manera a Lenin, se tranquilizó, no sin antes tirar el libro por la ventana y hacerme jurar que nunca más tendría ningún tipo de relación ni actividad que involucrase al régimen comunista.

—Si hubiera tenido un rifle me hubiese fusilado allí mismo—me froté las sienes mientras esperaba que empezase la película. Agradecí enormemente a Jack que me invitase al cine. Aquello me serviría para desconectar del trabajo, y de tener que aguantar a una muchacha caprichosa y egocéntrica, que tenía aires de gran marquesa cuando en el fondo era una pobre muchacha, a la cual, mi jefe había rescatado de la masacre de los comunistas a su familia durante la revolución rusa—. No quiero tener problemas con monsieur Landrú, pero no estaría de más recordarla a esa chica, que quien comete traición exaltando la figura del zar, es ella. Si estuviese en su magnífico país, y no en la ruinosa y decadente Francia, no lo contaría.

—Ten paciencia—me pidió Jack animado. Siempre la defendía y pronto comprendí la razón. Podía notar el brillo de sus ojos cuando ella se subía al escenario y con su imponente voz de soprano, ensayaba la próxima ópera a estrenar. Podía contar los latidos del corazón de Jack, cuando ella se acercaba hacia la orquesta y esbozaba una sonrisa petulante. Oía su respiración, frenética, cuando Tatiana pasaba delante de él, oliendo un ramo de rosas, con el que algún admirador, le había obsequiado. En definitiva, el violinista se había enamorado de la cantante de ópera. Yo era la buena amiga a la que le contaba las penas, aunque en primera estancia, creyó estar enamorado de mí. Suerte que mis desplantes le dejaron claro mis intenciones hacia él y el resto de los hombres.

Supuse que estaba pensando en ella, porque le oí suspirar sonoramente, mientras esperaba que la película empezase.

—Creo que no soy yo la que tenía que estar sentada contigo, Jack—le comenté.

— ¿Por qué dices eso?—preguntó sorprendido—. Tu compañía siempre es bien recibida, Isabella.

— ¿Por qué no le dices a Tatiana lo que sientes? No es justo. He notado que la amas desde el primer momento que la viste cantando.

— ¿Tanto se me nota?—parecía avergonzado.

Asentí.

—Es imposible. Es como si un mortal se enamora de un hada. Ella tiene diecinueve años y yo voy a cumplir treinta. Ella es una archiduquesa con opciones de subir al trono de Rusia. Y yo sólo soy un pobre músico sin nada que ofrecerle. Ni joyas, ni perfumes caros, ni grandes coches, ni excesivos lujos…

Le cogí la cara entre mis manos y le obligué a mirarme a los ojos.

—Estás en la flor de la vida y no es para nada extraño que un hombre de treinta se case con una chica de veinte. Ten en cuenta que nosotras maduramos antes que vosotros. Además, eres muy apuesto. No aparentas tu edad. Ella no tiene nada. Su título de archiduquesa es sólo nominal. Es prácticamente una huérfana viviendo de la caridad y de su trabajo. Para que ella llegase a ser zarina de Rusia, tendría que pasar una línea sucesoria de doscientos miembros de la realeza y de la nobleza… Aunque creo que Lenin se habrá encargado de eso…—sonreí—. De todas formas, el día que se vuelva a instaurar el imperio en Rusia, no lo verán mis ojos. En cuanto a los lujos, ella ganará tanto dinero que no importara que tú no se los puedas proporcionar. Ella tiene carencia de muchas cosas, que tú sí le puedes ofrecer—le acaricié el rostro para darle seguridad—. En este mundo, casi nada es imposible. Nunca se sabe lo que puede pasar. Por lo tanto, si ves una estrella pasar por tu camino, no te quedes mirando como se va, ve a cogerla.

—Tú siempre sacas el lado bueno de la gente—se animó—. Eres un ángel—me susurró al oído mientras notaba como sus dedos se deslizaban desde mis pómulos hasta mi cuello, pasando peligrosamente por la apertura de mi camisa.

Noté como el calor corporal me subía hasta mi rostro y deseé que la película empezase ya, si no quería que la situación se volviese embarazosa.

El cielo escuchó mis plegarias y la música indicaba que la película estaba a punto de empezar.

Jack, a regañadientes, puso la mano en su regazo y vi como en sus ojos aparecía una chispa de desilusión. Con una sonrisa de frustración, fijó su vista hacia la pantalla.

Pronto comprendí que necesitaba a Jack a mi lado. Desde el mismo momento en que aquel ser repulsivo llamado Conde Orlok apareció en pantalla, no pude evitar empezar a gritar durante toda la película, buscando la mano de Jack, entrelazando entre la mía, y esconder la cabeza en su hombro para no ver la película más de lo necesario.

Me preguntaba qué clase de magia tenía el cine, que a pesar de que las imágenes estuviesen proyectadas sobre una pantalla plana, los personajes parecían tan reales, que llegué a temer que se saliesen de la pantalla. No podía comprender como se podía haber creado un ser tan repulsivo como aquel vampiro. Había leído a Bram Stoker, pero nunca me había llegado a imaginar que fueran tan horrendos. Siempre me había imaginado a los vampiros seres increíblemente hermosos y perversamente seductores.

De vez en cuando me atrevía a mirar hacia la pantalla y la imagen de un ser pequeño, calvo, orejas puntiagudas, colmillos afilados y cuerpo deformado y repulsivo, invadía mis pupilas. Aquel no se parecía al vampiro con el que una vez soñé cuando me puse enferma de gripe, casi cinco años atrás.

Me mordí el labio, al comprender que mi desesperación sumado con la fiebre, que aparcaba a las anchas por mi cuerpo, me habían hecho pasar la mala jugada, de poner el rostro de la persona más amada por mí, a un ser de pesadilla.

Los vampiros no existían. Y si existían, serían criaturas muy semejantes a la que se presentaba ante mis ojos.

Me preguntaba cuanto faltaba para el final de la película, cuando fui testigo de cómo el malvado ser atacaba a la hermosa mujer del protagonista, que estaba dispuesta a sacrificarse por quien amaba.

Me mordí las uñas, con un tic nervioso, mientras veía como aquel ser se iba acercando poco a poco a su cuello. El último chillido que profirió mi garganta, fue cuando el gallo cantaba, anunciando el amanecer, y el conde moría convirtiéndose en un montón de bichos asquerosos. Intenté reprimir las nauseas, mientras los créditos indicaban que la película se había terminado y las luces del cine se encendían.

Jack se reía entre dientes, observando mi pálida cara, y sujetándome para no caerme. Me avergonzaba de mi actitud.

—Aunque no te lo creas, has sido muy valiente—gemí—. La mayoría de las mujeres que han ido a ver la película se han salido debido a la impresión.

Sonreí débilmente.

—Creo que te has ganado que te invité a cenar al Moulin Rouge—me ofreció su brazo. Le observé unos segundos. Era inevitable ceder ante su sonrisa. Le correspondí con otra sonrisa y de buena gana, acepté su invitación.

.

.

.

—Eres tan hermosa—sus labios recorrían mi cuello, mientras yo sofocaba un gemido. Todo ocurrió muy rápido. Inevitable. Así de sencillo.

No me di cuenta como habíamos llegado a esa etapa tan avanzada. Estábamos tranquilamente, viendo el espectáculo y riéndonos de una bailarina a la que se le había caído la falda bailando, cuando Jack, sin avisar, me robó un suave beso en los labios.

Me quedé en estado de shock. Era como si en medio de una gran batalla, todas las murallas que construían mi interior, se derrumbasen sin pleno aviso y toda la batalla por mi autocontrol empezase a desarrollarse dentro de mi conciencia. Una vez empezada, me negué a parar y sin ningún reparo, devolví el beso a Jack.

Aún no me explicaba como habíamos podido llegar al piso y habernos contenido tanto. Pero, en aquel momento, que me encontraba tumbada en la cama bajo el cuerpo protector de Jack, mientras éste besaba con pasión mis labios y sus dedos trabajaban la manera más rápida de deshacerse de la camisa.

Intentaba no pensar demasiado en las consecuencias de aquel acto, por lo que me dediqué a besar y dejarme besar, mientras mis dedos habían averiguado el modo de desabrochar la camisa y deslizar mis manos sobre su pecho.

Intentó sofocar un gemido cuando yo le mordisqueé el labio inferior e introduje mi lengua en su boca.

Luché por respirar continuamente, cuando me levantó la falda, y sus dedos empezaron a explorar la parte de mis muslos que no estaba cubierto por las medias.

No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba a un hombre hasta que el olor tan masculino, que emanaba su cuerpo varonil, me embriagó por completo. Mientras tiraba su camisa al suelo, comprendí que esta locura no era amor. Por ninguno de los dos.

Jack amaba sin esperanzas a Tatiana. A mí, el amor me había roto hasta no quedar el más rayo de esperanza en mi alma. Yo no estaba en la misma situación que Jack. El desinterés podría ser increíblemente cruel, pero sólo la muerte destruía todos los cimientos de tus creencias. Él aún tenía una mínima oportunidad de amar y ser amado. Yo tendría que esperar toda mi vida para que mis ruegos fuesen cumplidos. No pensaba que estaba haciendo nada malo. No estaba engañando a nadie y yo podía hacer lo que quisiese. Jack sabía que no le amaba en ese sentido y yo no me había hecho ilusiones con que él lo hiciese conmigo. Pero en ocasiones, la necesidad de un cuerpo físico era un buen sustituto de un amor que nos atrapaba sin salida.

Y mientras sentía como sus labios se deslizaban por mi cuello y como sus dedos jugaban con la tira de un sujetador, empecé a hacer odiosas comparaciones y por un momento el cuerpo de Jack se esterilizó y creció en altura. Su pelo empezó a oscurecerse hasta adquirir tonos broncíneos y pronto vi como empezaba a encresparse. Sus ojos ya no eran tan azules y empezaron a adquirir una tonalidad más parecida al color de la hierba en primavera. Sus labios se afinaron y su rostro se convirtió en lo más hermoso que había visto jamás.

Posiblemente se tratase del efecto óptico de la luz de la luna, que se filtraba por la persiana y arrojaba un tenue rayo de luz sobre nuestros cuerpos, pero por un momento, retrocedí cinco años atrás y empecé a rememorar la noche anterior a la partida de Edward, en la que impregnaba una parte de él mientras que su cuerpo me intentaba decir adiós, haciéndome el amor a su manera. Elegante, dulce, caballerosa y tierna. Tal como indicaba su carácter.

Las lágrimas acudieron a mis ojos y surcaron mis mejillas. Por un momento, él estaba conmigo y yo no iba a perder aquel instante.

"Vuelve a mí, vuelve a mí, vuelve a mí", recité mientras sentía como sus caricias se distribuían por mi cuerpo y sus besos hacían arder mi cara. "Vuelve a mí, vuelve a mí, Edward".

— ¿Edward?—la voz decepcionada de Jack me devolvió a la cruel realidad—. ¿Quién demonios es Edward?—pronto dejó de acariciarme y noté como su cuerpo había dejado de ejercer presión sobre el mío.

"¡Maldición!", era una estúpida y había soltado en voz alta mis más íntimos pensamientos. Me senté en la cama y observé a Jack. Su rostro era el paradigma de la frustración y sus ojos brillaban decepcionados.

Me reí nerviosa y comprendí del terrible error que había estado a punto de cometer. No podía continuar con esa farsa sin hacerle daño a él y a mí.

Me bajé la falda y la planché con las manos, para después abrocharme la blusa. Cuando recogí su blusa del suelo y se la entregué, comprendió que esa noche no íbamos a cruzar el límite de la amistad. Me sonrió con tristeza y aquello me hirió. Jack era demasiado caballero para reprocharme nada.

—Lo siento muchísimo—me disculpé por lo inexcusable—. Pero no puedo traicionarme a mí misma.

—He sido yo quien ha precipitado las circunstancias. Y he sido egoísta. Me he aprovechado de nuestra amistad para descargar mi frustración. Si hubiéramos llegado al final, hubiéramos roto nuestra relación. Eres demasiado buena para perder tu amistad—se puso la camisa y antes de salir me acarició levemente mis pómulos—. Mañana por la mañana estaré aquí para desayunar.

—Tostadas y café—le tranquilicé. Parecía que no le iba a perder después de todo.

Supuse que se iría después de aquello, sin embargo, se apoyó en la puerta y me preguntó a bocajarro:

— ¿A ese tal Edward le gustaba la música?

Asentí.

— ¿Qué instrumento tocaba?

—El piano.

Sonrió tristemente.

—Pianista—suspiró—. Los pianistas siempre se llevan a las mejores chicas—pronto su sonrisa volvió a su lugar correspondiente—. Antes de ir a dar clase a Tatiana, pásate por un puesto ambulante de libros y compra "Guerra y paz". Es su favorito.

Fingí que me lo pensaba.

—Es demasiado político… Habla sobre las guerras napoleónicas en Rusia y nuestro querido jefe adora a Napoleón. Me expondría a que me cortase la cabeza—bromeé—. Creo que empezaré con "La cabaña del tío Tom". Le encanta que los americanos seamos los malos de la película.

Oí su risa mientras cerraba la puerta y se dirigía hacia su habitación.

Al apagarse el sonido de su risa, el mundo se me echó encima. Me tumbé en la cama, con todas mis defensas bajo cero, y por primera vez en casi cinco años, volví a mojar la almohada con mis lágrimas.

Volví a bajar las escaleras mientras "Claro de luna" sonaba en el aire. La fiebre volvía a acampar por mi cuerpo y apenas me sostenía de pie. Pero aquello era secundario. Edward estaba allí y me estaba llamando. Tenía que ir con él. Cuando conseguí llegar hasta el comedor, me sujeté la mano en el pecho, por si aquello evitaba que se me saliese el corazón del pecho. Estaba sentado en el taburete, de espaldas a mí, concentrado en dar vida a la música con sus dedos. Era tan hermoso que las lágrimas surcaron mi rostro.

Aun sabiendo que era un pecado romper aquel encantamiento, no pude resistir llamarle. Quería ver su rostro y oír el sonido de su voz, llamándome.

¡Edward!le llamé. Acto seguido, la música se interrumpió y se volvió hacia mí, taladrándome con sus ojos rojos inyectados en sangre. Bajo la luz de la luna, parecían brillar y sus labios dibujaron una mueca de desprecio ante mí. Aquello me hizo titubear unos cinco segundos, pero creí que se trataba de imaginaciones mías. Pronto despegué mis pies del suelo y corrí hacia él. Alzó las manos para escudarse y así evitarme. Aquello me hizo daño.

Edward…supliqué. Me preguntaba que había hecho mal. Intenté acercarme pero él daba un paso para atrás cada vez que yo lo hacía para delante.

Frunció el ceño y sus labios dibujaron una mueca de repugnancia. Me quedé estática cuando comprendí que era a mí a quien dedicaba aquella mirada de asco.

¿Se puede saber que te ocurre?solté irritada ante su expresión. Quizás sólo me estaba defendiendo de todo el daño que su expresión me causaba.

No te acerques a mí, Bellame ordenó—. Eres horrible.

Intentaba sobreponerme de sus palabras cuando me señaló un espejo y me hizo señas para que me reflejase en él.

No estaba segura si quería ver lo que pasaba en realidad pero quería saber porqué Edward me rechazaba con tanta insistencia.

El espejo me reveló la horrible realidad. Como si fuera una ironía, éste reflejó a un horrible ser calvo, pequeño, deformado con orejas puntiagudas, colmillos afilados y ojos rojos hundidos. No me lo podía creer. Imitando mis movimientos, desesperados, el horrible engendro empezó a tocarse la cabeza para ver si quedaba algún rastro de mi pelo castaño y a tocarse el áspero rostro con desesperación. Lo peor fue ver reflejado el perfecto rostro de Edward con un gesto hosco. Me volví a él con desesperación.

Me das ascosentenció.

Intentaba llorar, pero las lágrimas no acudían a mis ojos.

No comprendo cómo pude amarte alguna vez.

Aquello era más de lo que podía aguantar. Me arañé el rostro y emití un grito de angustia que hizo que el espejo se rompiese en mil pedazos y pequeños fragmentos de Edward se dispersaran por el aire.

Me desperté chillando sin molestarme en sofocar el chillido en la almohada. Cuando creí que ya me había desahogado lo suficiente, me levanté corriendo hacia el cuarto de baño y, sin pensármelo dos veces, me miré en el espejo, preparándome para lo peor.

Afortunadamente todo estaba en su sitio. Mi pelo castaño seguía en la cabeza. Mis orejas tenían la misma forma de siempre y mis colmillos tenían el tamaño adecuado. Nunca había estado tan contenta de ser como era. Suspiré aliviada. Me lavé la cara y permanecí sentada en el retrete, abrazándome las piernas y meciéndome para tranquilizarme.

Me sobresalté cuando oí que la puerta se abría y alguien entraba en mi habitación.

— Mademoiselle Swan?—la voz de Adelle me tranquilizó en gran parte. Ni siquiera me molesté en preguntarle que hacía aquí a estas horas. Ni siquiera había amanecido.

—Adelle—la tranquilicé, saliendo del cuarto de baño.

—Monsieur Landrú está al teléfono—me sorprendió. ¿Qué mosca le habría picado?

Sin decir nada a Adelle, bajé a portería y me preparé para la serenata de mi jefe.

—Monsieur Landrú…—no me molesté ni en darle los buenos días. O desearle las buenas noches. O lo que tocase a esas horas de la madrugada.

—Miss Swan, espero que tenga pasaporte y esté preparando la maleta. Partimos de gira—me interrumpió.

Tuve la suerte de que no me estuviese viendo en aquel momento, frunciendo el ceño con impaciencia y jugueteando con el cable del teléfono, preguntándome que era lo que tenía que decirme tan importante que no podía esperar unas cuantas horas y por qué se le había olvidado hablarme en francés como siempre hacía para fastidiarme.

—Teníamos un acuerdo de que yo no viajaba…—intenté recordarle las cláusulas de mi contrato.

—Esto es una emergencia. No te lo pediría si no fuese realmente necesario—sonreí petulante al intuir el matiz de súplica de sus palabras—. Ese hijo de mil madres de Faure me ha hecho una faena de las gordas y a dos días de irnos a New York nos ha prohibido que estrenemos su ópera. Según él, mi preciosa valquiria rusa es demasiado temperamental y eso le ha disgustado. No nos deja estrenar la opera en New York y ahora me toca a mí volver a empezar y preparar en dos días "Madame Butterfly"… ¡Ojalá le cortasen la cabeza por jacobino a muy…! No se da cuenta del potencial de mi pequeña flor… ¡Él se lo pierde!

— ¿En qué parte de todo esto tengo que colaborar yo?—le interrumpí con impaciencia. Quería saber a donde quería parar.

—La próxima ciudad donde estrenamos ópera es Chicago. Tengo entendido que usted es de allí. Por lo tanto sabrá los mejores lugares donde hospedarnos y los sitios de interés turístico…

Se me cayó el alma a los pies al oír el nombre de mi ciudad natal. Sabía que algún día tendría que volver pero nunca me enfrentaba a aquel hecho. Sabía que Monsieur Landrú requería de mí. No podía decir que no, a pesar de que un montón de sentimientos encontrados atravesaban mi mente.

Tenía tantas ganas de volver a ver a Elizabeth, a los Crowley y esperaba encontrarme con Emmett. Pero volver a Chicago también repercutía, volver a ver a Reneé y Phil y a toda aquella sociedad de hipócritas. Y sobre todo, tendría que volver a enfrentarme al fantasma de Edward.

—…Por lo tanto prepárese. Dentro de dos días partiremos para Chicago—aquello acabó por sentenciarlo todo.


 

Capítulo 14: The power of goodbye Capítulo 16: Dawn

 
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