Me Alegro de que FUeras tu... (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 22/09/2010
Fecha Actualización: 23/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 17
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Capítulos: 30

Rosalie Hale debe engendrar un heredero, o se verá sometida a la peligrosa furia sin límites de su hermanastro, Royce King II,  quien sufre la pérdida de su mal habida riqueza. Y el magnífico Emmett MacCarty es la perfecta elección para concebir a su hijo aunque para ello haya que encarcelar y violar al elegante caballero... Mientras tanto, Rosalie, prometiéndose a sí misma resistir, es traicionada por la terrible virilidad de Warrick, y este queda a su vez embrujado por la voluptuosa belleza de la dama. Así, mientras él planea una venganza adecuada, esperando ansiosamente el tiempo en que su captora llegue a ser su cautiva... empezará a sufrir el terrible tormento y el exquisito éxtasis de esta pasión.

Venganzas, drama, complicidad, amistad, pasión y amor....

Esta es una adaptación de la novela romantica Esclava del deseo escrita por Johanna Lindsey....

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Capítulo 15: CELOS

-Bienvenido, Carlisle! -exclamó Emmett, y dio un abrazo de oso a su antiguo amigo-. Ha pasado mucho tiempo desde que viniste a visitarme.

-Probablemente porque me haces crujir las costillas cada vez que vengo -rezongó Carlisle.

-Mentiroso -contestó Emmett, pero riendo, pues si Carlisle no era tan ancho como el propio Emmett, era igualmente alto e iba totalmente cubierto con su armadura. Carlisle era el dueño de la casa donde se había alojado Emmett muchos años atrás, y éste había sido su escudero cuatro años enteros. Carlisle tenía cuarenta y siete años. Eso no disminuía su apostura, más bien originaba miradas de extrañeza en las personas que lo veían por primera vez, llamaba la atención por donde fuera debido a su rubio cabello, Emmett decía que era como ver el sol y lo tomaba como un verdadero padre.

-Ven, siéntate y deja que tu escudero te quite parte de esa pesada armadura -dijo Emmett mientras se acercaba al fuego de la chimenea. Después, llamó a una criada que pasaba-. Bella, pide bebida para mi huésped-

La muchacha se volvió para obedecer, pero después de un momento Emmett la llamó otra vez-. Y trae a la nueva criada, para que le sirva.

Carlisle observó a la esbelta Joven mientras trasmitía la orden a otra criada y después caminaba hacia la escalera para dirigirse a las habitaciones de las mujeres.

-¿todavía la tratas como a una criada? -comentó, después de que la muchacha desapareció.

-Es una criada.

-También es tu hermana.

Emmett frunció el entrecejo ante aquella afirmación tajante

-No es posible demostrarlo. Sí, mi padre pudo acostarse con su madre pero había dicho que sólo una vez y eso fue poco antes de conocer a mi madre...

-¿Por qué te dedicas a buscar excusas y pretendes negar 1as cosas? -lo interrumpió Carlisle-. En realidad, es suficiente mirarla para saber que es de tu familia. Emmett se acomodó mejor en su silla, junto al fuego y arrugó todavía más el entrecejo.

-No supe nada de esa muchacha hasta que ya era una mocita. Su madre me temía tanto que la mantenía oculta en la aldea, y mis criados son tan circunspectos que ninguno me mencionó su existencia. Ni siquiera tú la habías mencionado nunca hasta hoy.

Carlisle se sonrojó, porque lo que había dicho Emmett era cierto.

-¿La reconociste como tu familia cuando al fin supiste de su existencia?

Emmett emitió un gruñido.

-Amigo mío, cuando la vi por primera vez, solamente pensé que era una muchacha atractiva con quien me hubiera gustado gozar en pocos años más, y así se lo dije; entonces ella se apresuró a explicarme, acalorada y ofendida, que no podía hacer tal cosa porque era mi hermana. Nunca me había sentido tan estúpido: no sabía nada y malinterpreté toda la situación-  Carlisle se echó a reír.

-No es fácil olvidar una situación tan embarazosa.

-No, no lo es, y te aseguro que no la he olvidado. Durante un tiempo ella se ocultaba cuando yo volvía a casa, pero ahora ya no lo hace.

-Pero, ¿la has reconocido?

-No. Ya te he dicho que no es posible demostrar que es mi hermana... Amigo¿P or qué me molestas hablándome de esa muchacha? Carlisle suspiró.

-Debí decírtelo al principio. Mi hijo, Edward, desearía tomarla por esposa- Emmett lo miró un momento, antes de echarse a reír.

-Su esposa? ¿Qué broma es ésta?

-No es una broma. Tal vez no lo has advertido, pero te has convertido en una fuerza que hay que tener en consideración. Señores más poderosos que yo codician una alianza con tu casa. ¿Acaso no te piden a menudo la mano de las damas de tu castillo?

-Sí, muchas propuestas, y no dispongo de tiempo para considerarlas. Pero tengo dos hermanas legítimas, y de buena gana daría a Edward cualquiera de ellas- Carlisle esbozó una mueca.

-No te ofendas, Emmett, pero Edward me amenazó con irse a Francia si vuelvo habiéndolo comprometido con cualquiera de ellas. Desea únicamente a Bella, y yo de buena gana aceptaría la unión.

-¡Pero si no es más que una sierva! -dijo Emmett – Edward es como un hermano para mí, al igual que Jasper, creo que se merece algo mejor que tan solo una criada bastarda

-No si la reconoces como hermana tuya- Emmett volvió a fruncir el entrecejo.

-Sería un insulto a tu familia. No tiene el comportamiento ni los modales de una dama. Lograría avergonzarlos...

-Puede enseñársele todo lo que necesita saber.

-Pero ¿Quién lo hará? -rezongó Emmett- Si le pido a lady Roberta que incluya a la bastarda en sus clases, se me reirá en a cara o, lo que es más probable, se marchará ofendida. Es imposible-

Su amigo volvió a suspirar.

-Debiste haberle enseñado hace mucho tiempo, pero, como dices, ignorabas su existencia. Y yo no tengo una esposa que se ocupe del asunto. Bien, ¿qué le digo a Edward, que está empeñado en tomarla por esposa? ¿Realmente carece a tal  extremo de todos los refinamientos de una dama?, Emmett ya sabes lo terco que puede ser Edward ¿y si busco una dama dispuesta a enseñarle yo?

Emmett no escuchó la pregunta. Bella había regresado a la sala, y detrás venía Rosalie. La visión de la mujer de cabello de lino apartó de la mente de Emmett todas las ideas acerca del problema de Carlisle. Rosalie no miró hacia donde estaba Emmett pero los ojos del caballero la siguieron hasta que desapareció por la escalera que conducía a la cocina.

Los recuerdos de la noche anterior retornaron y lo hicieron moverse incómodo en su silla. Después, advirtió que Carlisle lo miraba fijamente. -¿Qué?

Carlisle enarcó las cejas ante aquel tono hosco. -Te he preguntado si te opondrías a que yo buscara a una dama dispuesta a enseñar a Bella. Sin duda, no será fácil encontrarla, pero de todos modos necesito tu permiso antes de hacer nada.

Pero Emmett no lo miraba, y lo único que dijo de nuevo fue: -¿Qué? -aunque con menos calor esta vez.

-Emmett ¿qué demonios te sucede, y por qué estás tan distraído?

Rosalie había vuelto a entrar en el salón con una bandeja llena de bebidas. Aquella condenada mujer era la causa del desconcierto de Emmett. No podía mirarla sin recordar todo lo que ella le había hecho, y no podía recordar eso sin sentir el calor en sus entrañas. La furia y el deseo chocaban de nuevo en su interior, y cada vez era más difícil que la furia ganase la batalla.

-¿Necesitas algo más, mi señor?

Ella había depositado la bandeja sobre la mesa entre las dos sillas, y ahora estaba allí, de pie, las manos unidas, y los ojos disimuladamente bajos, fijos en los pies de Emmett. El la había vestido con la ropa de una criada, y sin embargo jamás había parecido una sierva. Incluso allí, de pie, esperando para servirlo, tenía toda la gracia majestuosa de una reina. Aquellos aires de gran dama eran más que irritantes, pero la idea de pronto logró hacerlo sonreír, pues pensó que allí tenía a un persona que bien podía enseñar a Bella todo lo que la joven necesitaba saber; y no tenía por qué pedírselo, era suficiente con que se lo ordenara.

En aquel momento, sin embargo, se limitó a decir:

-Ve a decir a la señora Blouet que prepare una habitación para mi huésped.

-Ya no necesito que contestes a mi última pregunta -dijo Carlisle apenas ella salió-. ¿Esta es la dama a quien encerraste en tu mazmorra? – Emmett se sorprendió.

-¿Cómo lo sabes?

-Vine a aquí hace quince días, esperando conocer a tu prometida. ¿Nadie te lo dijo?

-No, no me lo mencionaron. Pero, ¿cómo supiste lo de Rosalie?

-Dada la gran escolta que la trajo y la instaló en tu mazmorra, se convirtió en el tema principal de conversación de toda tu gente. Por lo que recuerdo, hubo muchas conjeturas, acerca de si en efecto era una dama o no. ¿Lo es?

-Sería mejor formular la pregunta de este modo ¿Era una dama? Lo era. Ahora ya no lo es.

-¿Por qué?

-Porque es mi prisionera, sin derechos y sin concesiones. No me interesa ahorcarla, ni desollarla a latigazos, ni perjudicarla de ningún otro modo, la he castigado con la pérdida de su Jerarquía anterior. La he convertido en mi sierva.

-¿Qué hizo?

-No quiero hablar de eso. Baste decir que tiene suerte de estar viva.

Carlisle no dijo nada durante varios minutos, quizá porque el tono de Emmett era excesivamente defensivo.

-Seguramente fue algo muy grave -dijo, pero después se encogió de hombros el asunto no le interesaba demasiado, pues aún debía resolver su propio problema-. ¿Qué me dices de Bella?

-Deja el asunto en mis manos. A decir verdad, mi nueva sierva bien puede enseñar a la muchacha, si es que ella es capaz de aprender. Veamos si el hierro puede convertirse en plata antes de que volvamos a hablar del tema.

Apenas Rosalie regresó a la sala de costura, apareció Irina. En el rostro una sonrisa de superioridad y un gesto un poco tenso que advirtió a Rosalie  que no le agradaría escuchar lo que la muchacha tenía que decir. Y en efecto, así fue.

-Mujer, vete a la torre del este. Sir Carlisle ha pedido un baño, y tú tendrás que ayudarle.

Rosalie observó que la dicción de Irina mejoraba mucho cuando no estaba nerviosa. Y ahora se la veía regocijada y satisfecha, a diferencia de Rosalie, que sentía que el suelo se le hundía bajo los pies.

-¿Mary te ordenó que vinieses a decírmelo?

-No, fue Emmett -sonrió Irina-. Y date prisa. Sir Carlisle ya está en el dormitorio. Y recuérdalo, mujer, él no es sólo un invitado, sino un buen amigo de tu señor. A Emmett no le agradaría que su amigo no fuera complacido con tu servicio.

Al oír esto, varias rieron. Rosalie se limitó a ponerse de pie y abandonar la habitación. Estaba enojada con Emmett a causa de esta nueva humillación que le imponía, pero incluso más enojada consigo misma porque comenzaba a pensar seriamente en las sugerencias de Esme. Un hombre que podía enviarla a la cama de otro hombre

Y Rosalie no dudaba de que ese era el sentido de la advertencia de Irina, como no lo dudaban las otras mujeres no merecía que lo sedujeran, incluso si ese era el modo de mejorar su propia suerte.

También se sentía sorprendida. Cuando la Joven Bella la había convocado, Rosalie había esperado recibir lo que había faltado aquella mañana: la humillación por su comportamiento de la víspera en la cama del señor. Pero cuando estuvo frente a Emmett ni siquiera había mencionado el episodio, aunque algo había en sus ojos mientras la miraba, como si estuviese, buscando el recuerdo de todas las escenas vividas.

En lugar de eso la había entregado a otro hombre, y con su bendición podía entenderse que era otro castigo, y sin embargo, Rosalie no atinaba a comprender qué había hecho para merecerlo. Ni siquiera había vacilado en el momento de abordarlo llamándolo "Mi señor". No se había demorado cuando él la había mandado llamar. Parecía, pues, que Emmett había llegado a un punto en el que no necesitaba motivo para castigarla, en el que la buena conducta de nada podía servir a Rosalie. Si era así, ¿por qué debía ella molestarse en hacer lo que le mandaban? Porque hay castigos peores que ayudar a un extraño a bañarse. Sin embargo, era inconcebible que le pidiesen también que se fuese a la cama con él, poco importaba que ése fuera el deseo de Emmett, y tampoco importaba lo que él podía hacerle si se negaba. El extraño tendría que violarla, y no era probable que lo hiciera. Un caballero podía poseer a una muchacha que encontrase en el campo, y hacerlo sin pensarlo dos veces, pero no abusaría de ese modo de la criada de su anfitrión, por lo menos, sin la autorización de éste. Ahí estaba el eje de la cuestión. ¿Le habría dicho Emmett a aquel sir Carlisle que podía acostarse con la sierva?

Con la cólera se mezclaba un dolor que no hubiera debido estar allí, pero el temor se imponía a ambos sentimientos cuanto más se acercaba al dormitorio del visitante, hasta que al fin sintió casi náuseas. Con todo, había en su carácter una veta de obstinación que no le permitía huir y ocultarse.

La puerta del dormitorio estaba abierta. Un joven escudero salía en ese momento con la pesada armadura de sir Carlisle. El vapor se elevaba de la bañera colocada en el centro de la habitación. Había cerca algunos cubos de agua fría para moderar la temperatura del agua caliente. Sir Carlisle estaba de pie junto a la bañera, frotándose la nuca, como si le doliese. Necesitó un momento para verla de pie, a pocos pasos de la puerta. Cuando la vio, su sorpresa se manifestó muy pronto.

-Señora, ¿vienes a ayudarme?

¿Señora? De modo que lo sabía. Emmett le había hablado de ella. Y después la enviaba allí, de modo que todo fuese aún más humillante para Rosalie. Maldito aquel monstruo y sus diabólicos métodos de venganza. Rosalie bajó la cabeza y masculló

 -Lord Emmett me envía.

-Yo habría dicho que... -comenzó sir Carlisle, pero terminó con un leve sonrojo-. Lo agradezco.

Aquella sola palabra vertió una nueva luz sobre lo que Rosalie tenía que hacer y disipó la vergüenza que al principio sentía. Si ella fuese la señora del castillo y estuviese casada, no vacilaría en ayudar a un huésped apreciado. Su madre lo había hecho con frecuencia, y si el visitante necesitaba algo más que un baño, se le enviaba a una muchacha ligera de cascos, de las cuales había en todos los castillos. Sin duda, no se esperaba que las damas virginales ayudasen a bañar al visitante, pero Rosalie ya no era exactamente una Joven virginal. Sería mejor ocuparse de todo lo necesario, y comprobar primero si sir Carlisle realizaba intentos impropios antes de condenarlo.

Resuelta aquella cuestión, Rosalie se adelantó para ayudar al hombre a despojarse de su túnica, que ya estaba medio desatada. Aún se sentía un poco nerviosa, de modo que intentó mantener una conversación intrascendente para distraerse. -¿Habéis viajado mucho, sir Carlisle?

-No, en realidad no.

-Me han dicho que sois buen amigo de lord Emmett. Entonces, ¿hace mucho que lo conocéis?

-Si, fue mi escudero creo que me considera un padre, y es muy buen amigo de mi hijo también

 -¿Vuestro escudero? -El le dirigió una sonrisa.

-¿Por qué te sorprende? ¿Pensabas que había llegado a ser caballero sin haberse entrenado?

Ella sonrió ante la suave censura. Apenas había prestado atención a aquel hombre en el salón, pues tenía la atención fija en Emmett, pero tras una inspección más atenta le pareció que Carlisle no era tan viejo como le había parecido al principio.

-¿De modo que lo conocisteis antes de que llegase a ser tan...

 Como se trataba de un amigo de aquel hombre, debía ir con cuidado las palabras. Al final, utilizó el término duro". La palabra provocó la risa de Carlisle

-No lo conoces muy bien, si sólo dices que es duro. La mayoría de las mujeres lo consideran terrible- Rosalie se sonrojó.

-No afirmo conocerlo, pero no me atemoriza... demasiado- Él volvió a reír, con risa profunda y sonora. Ella dio un tirón a las calzas de sir Carlisle, para demostrarle que no apreciaba su regocijo.

 -¿Qué haces aquí, mujer?

 

Rosalie se  sobresaltó al escuchar aquella voz, y miró hacia la puerta, de donde provenía Emmett llenaba la abertura que ella no había pensado en cerrar. Aquella imagen desmintió lo que Rosalie acababa de decir. Se lo veía terrorífico, montado en cólera. Rosalie no alcanzaba a adivinar la causa de su ira.

-Señor, tú me ordenaste que viniera -se atrevió a recordarle, pero eso sólo consiguió que él se enojara más.

-No, no lo ordené, no lo habría hecho. Tus deberes son muy claros, mujer. Si aumentan o disminuyen, yo mismo te lo diré. Ahora, vete a mi dormitorio y espérame allí.

Ella estaba roja de indignación, pero no se atrevió a discutir con él frente a su amigo. Salió sin decir otra palabra a ninguno de los dos hombres, pero apenas había ascendido unos peldaños de la escalera cuando Emmett la alcanzó y la sacudió bruscamente, empujándola contra la pared de piedra. La ranura que daba luz a la escalera estaba bloqueada por la ancha espalda de Emmett, de modo que ella no podía ver claramente hasta dónde llegaba su enojo, pero su voz se lo indicó.

-Explícame por qué no debo castigarte después de haberte encontrado donde no debes estar.

-Yo creí que enviarme con sir Carlisle era un castigo. Y ahora, dime ¿por qué se me castiga por hacer lo que me ordenaron? Si te atreves... El la sacudió una vez.

-No te ordenaron que vinieses aquí. Si vuelves a decir una mentira, Dios me perdone, no mandaré que te golpeen, lo haré yo mismo.

Rosalie se tragó sus palabras de réplica. Aquel hombre estaba tan irritado que comenzaba a asustarla de verdad  Habló en tono suave y tranquilizador. -Sólo te digo la verdad. Me mandaron que viniese a ayudar a bañarse a sir Carlisle. Y me dijeron que eran tus órdenes

-¿Quién te lo dijo?

-Irina.

-No se atrevería.

-Si se lo preguntas, la señora Blouet puede decirte a cuánto se atreve Irina. Y todas las otras mujeres oyeron cómo me envió aquí, no sólo para ayudar a tu amigo, sino para complacerlo en todo lo que él deseara. -Se estremeció cuando las manos del hombre le apretaron con más fuerza los brazos

-No confíes sólo en mi palabra. Las otras mujeres confirmarán lo que digo. -Hizo una pausa, y el estómago se le encogió de temor cuando concibió una idea

-, A menos que Celia les haya pedido que mientan. La señora Blouet dice que todas la obedecen y... -¿Te tocó?

Rosalie parpadeó ante el cambio de tema, que venía a acentuar su amargura, y la inducía a manifestarla.

-No, pero ¿qué importa si lo hizo? Una criada tiene poco que decir en estas cosas. Tú mismo lo dijiste.

-No puedes oponerte a lo que yo te haga, mujer, pero nadie más debe tocarte.

Como para confirmar sus palabras, la mano de Emmett se cerró sobre la gruesa trenza para sostener inmóvil la cabeza de Rosalie, y su boca se cerró sobre los labios de la Joven. Fue un beso irritado, de castigo y reclamo al mismo tiempo. A ella no le agradó. Le agradó todavía menos que hubiese una ola de calor en sus entrañas, como preparándose para afrontar una invasión más profunda.

Pero él no deseaba poseerla allí mismo, en la escalera. Terminó el beso, y ella continuaba apretada contra Emmett. La mano del hombre se cerró sobre los cabellos de Rosalie cuando preguntó:

-¿Lo habrías complacido si él te lo hubiese pedido? - Ella ni siquiera intentó mortificarlo con una mentira.

-No, me habría negado, y si eso no hubiese bastado, lo habría rechazado con toda mi fuerza. -Sintió que la tensión abandonaba el cuerpo de Emmett, y que la mano que le sostenia los cabellos se aflojaba. Entonces, añadió-. Pero eso de poco me habría servido. Hubiera necesitado un arma y no se me permite tenerla.

-Ni se te permite, ni se te permitirá -gruñó él, de nuevo irritado.

Esta vez no avivó la cólera de Emmett, porque sentía más o menos la misma sensación que él.

-Entonces, ¿qué impediría que un hombre cualquiera me violase, si me vistes como una sierva y todos consideran que a las siervas está permitido tomarlas? Incluso tus soldados no vacilarían...

Se interrumpió cuando vio la mueca en la cara de Emmett.

-Ellos conocen y comprenden mi interés por ti. Nadie se atrevería a tocarte. No, tendrás que compartir la cama únicamente conmigo... pero por otra parte, no parece que te desagrade demasiado. Protestas, pero no durante mucho tiempo.

Rosalie apartó la mano que Emmett había levantado para acariciarle la mejilla. -¡La odio, tanto como te odio a ti!

Aquello sólo consiguió que él se echase a reír, irritándola de tal modo que lo apartó de un empujón y descendió de prisa el resto de la escalera. Él le permitió alejarse, pero la idea de que Emmett podía haberla detenido si lo hubiese deseado acentuó la furia de Rosalie. El controlaba el cuerpo de Rosalie, sus pensamientos y sus sentimientos, y todo lo que ella hacía. Rosalie ni siquiera podía enojarse sin autorización de Emmett, pues él sabía muy bien cómo asustarla de modo que su cólera se disipara.

Aquel dominio tan absoluto era intolerable, y ella ya no podía soportarlo. Podía aceptarlo como un castigo merecido por lo que le había hecho, pero ya se la había castigado bastante por aquello, y aún faltaba el peor de los castigos, que le arrebatasen a su hijo. Ya estaba harta de aceptar sumisamente  su destino. Si las sugerencias de Esme podían modificar la relación entre ambos, dar a Rosalie siquiera un pequeño grado de dominio frente a aquel hombre insoportable, lo intentaría.

Capítulo 14: ARMAS FEMENINAs Capítulo 16: JUEGOS DE SEDUCCION

 
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