Emmett estaba aturdido, dominado por la satisfacción total y el descontento. Ninguno de los dos sentimientos le agradaba en ese momento, pero ninguno lo dejaba en paz. Uno lo inducía a desear la posibilidad de negar el otro, pero no podía, pues zambullirse en el cuerpo de aquella bruja de cabellos rubios había sido increíblemente satisfactorio. Por supuesto, todo aquello era tan agradable porque le permitía vengarse de ella. Un placer tan inmenso no podía responder a otro motivo.
Pero no hubiera debido experimentar nada de todo eso, pues no alimentaba la intención de tocarla de nuevo después de haberla liberado de sus cadenas. Su intención había sido ciertamente continuar torturándola, y cubriéndola de vergüenza. Aun se proponía lograrlo, pues no estaba dispuesto a
Permitirle que viviese sin pagar por ello cierto precio, y deseaba que Rosalie lo recordase constantemente.
Pero aquella noche había demostrado a Emmett que era un tonto si creía que podía avergonzarla obligándola a prestar servicios Íntimos sin pagar a su vez el precio correspondiente. Hubiera podido hacerlo si Rosalie hubiera continuado sintiendo sólo vergüenza, pero en cambio se había excitado, aunque había hecho todo lo posible para evitar que él lo advirtiese; y el hecho de que ella lo deseara había determinado que Emmett se descontrolase. La mujer había continuado influyendo en su "mente... y su cuerpo.
Que pudiese obligarlo a desearla tan intensamente lo había irritarlo. En verdad, aquella expresión lo enfurecía, pues no se trataba de algo distinto de la falta de control que padecía cuando ella lo había tenido en su poder. Y en efecto él había combatido el ansia abrumadora de ir a buscarla llevársela aquella noche. Pero tan pronto como pensó que la condición en que ella estaba ahora le daba todo el derecho poseerla otra vez, perdió la batalla.
Se inclinó para mirarla. Ella fingía dormir, con la esperanza de evitar que Emmett continuase prestándole atención y él sonrió para sí mismo. No había supuesto que le parecería tan divertida. Su actitud y los intentos de desafiarlo eran ridículamente divertidos. La mayor parte del tiempo le temía pero a veces también se irritaba. Y él comprobaba que le agradaba la cólera de Rosalie mucho más que su miedo, lo cual no parecía muy lógico.
Tampoco tenía mucha lógica que ella buscase intencionadamente provocar su cólera, en vista de la gravedad de su posición. No se había molestado en desnudarla o desnudarse, sencillamente le había levantado la falda, como le había advertido que podía hacer. También le había dicho que no deseaba su buena voluntad, pero oírla rogar que la poseyese había sido bastante agradable, y había apaciguado su cólera de señor.
Rosalie tenía la falda levantada hasta las caderas. El apoyó una mano sobre el flanco desnudo de la joven y vio cómo ella contenía la respiración. Pero no abrió los ojos, y continuó fingiendo que dormía. Otro pequeño gesto de desafío que él decidió ignorar por el momento.
La actitud de Emmett era extraña. Despreciaba a Rosalie por lo que ella le había hecho, pero le agradaba muchísimo tenerla en su poder. Y aquella ansia de atacarla cuando ya se sentía perfectamente saciado agravaba su descontento.
Con el entrecejo fruncido apartó la mano, y llegó a la conclusión de que la presencia de la joven debía de ser la causa de su extraña disposición de ánimo. Por lo menos eso podía solucionarse, y deprisa.
-Vete, mujer. Que te use no significa que comparta mi cama contigo más de lo que ya lo he hecho. No me ha gustado dormir en un jergón duro estas últimas tres noches.
-Estoy desbordando simpatía -replicó Rosalie mientras salía, del colchón y se encaminaba hacia la puerta. Su sarcasmo sonaba demasiado evidente y no divirtió a Emmett.
-Recuerda mi cama blanda cuando duermas en tu propio jergón duro -dijo él. Rosalie se volvió para dirigirle una breve sonrisa.
-Ya he olvidado tu cama; una losa de piedra sería preferible.
-No era ésa tu actitud cuando me rogabas que te poseyera.
La cara de Rosalie se puso escarlata cuando oyó estas palabras. Bien, eso le enseñaría a mostrarse un poco más hábil con sus burlas. Pero él lo olvidó apenas vio los pies desnudos de Rosalie.
-Vuelve aquí, Rosalie. -La cara de ella pasó del rojo al blanco, y él explotó-: No estoy de humor para llevarte de regreso a tu cama porque olvidaste traer tus zapatos.
-¿Que yo lo olvidé? No tenía intención de abandonar el cuarto en que dormía. Tú me despertaste en mitad de la noche, ¿y pretendes que esté completamente vestida?
-No dormías. Pero de todos modos, tendrás que dormir aquí, hasta que yo ordene que te traigan los zapatos, por la mañana.
-No me enfriaré, te lo juro.
-¿Pretendes permanecer ahí y discutir conmigo, mujer? -preguntó él. Ella inclinó la cabeza.
-No -dijo en voz tan baja que él apenas la oyó.
-Entonces, regresa ahora mismo a esta cama. No dijo más. Rosalie se adelantaba muy lentamente, poniendo a prueba la paciencia, el dominio de sí mismo y las buenas intenciones de Emmett. Pero cuando llegó a la cama, estaba tan irritado que agregó:
-Ante todo, quítate esa camisa. No deseo que me raspe la piel si llego a rozarla mientras duermo.
Ella volvió bruscamente la cabeza para mostrar a Emmett que no estaba asustada, como él había creído. Había intentado ocultarle su furia. Ahora renunció a su ficción; se quitó la camisa y la arrojó al suelo. Esa demostración de enojo era sencillamente divertida. La coloración roja en la piel, a causa de la lana áspera, era lo que irritaba a Emmett.
Condenada piel, tan delicada. Había hecho una excepción al permitir que Rosalie compartiese su cama, en defensa de su salud, y ahora se veía obligado a hacer otra excepción en favor de la joven.
A Emmett no le agradaba debilitar su venganza con aspectos parciales, pero de todos modos se dijo que debía ordenar a Enid que trajese las prendas de tela suave de Rosalie y quizá también su propia camisa, cuando por la mañana le llevase los zapatos. Pero más valía que aquélla fuese la última concesión que le hacía a causa de su sexo o su cuerpo delicado, pues si aquello continuaba así la mujer comenzaría a pensar que no sentía verdadero desagrado frente a ella.
Para lograr que no pensara semejante cosa, paseó la mirada sobre la desnudez de Rosalioe, y dijo: -Realmente, es agradable enseñarte cuál es tu lugar.
-¿Bajo tus pies? -rezongó Rosalie.
Emmett comenzó a quitarse sus propias prendas de vestir pero esbozó una sonrisa insegura antes de contestar:
-Si lo deseo así, así será. Ahora, métete bajo las mantas. No quiero oír una sola palabra más esta noche.
Por una vez Rosalie se apresuró a obedecer la orden, pero cuando él a su vez se acostó, después de apagar las velas, y se volvió hacia ella sólo para encontrar una posición cómoda, Rosalie exclamó:
-No puedo soportar de nuevo tu contacto. ¡Enloqueceré. Él se sintió tentado de refutar aquellas palabras. En cambio. dijo:
-Cállate. Estoy demasiado fatigado para forzarte de nuevo... por mucho que lo ruegues.
Pero perversamente le pasó un brazo por la cintura y la atrajo a la curva de su cuerpo.
-No puedo dormir así -dijo ella, rechinando los dientes.
-Será mejor que podamos dormir, mujer, porque de o contrario no importará lo cansado que esté. -Ella se mantuvo tan quieta que ni siquiera respiró. El se echó a reír y la apretó más fuerza-. Si te deseo de nuevo, tus tontas travesuras no lo impedirán; de modo que duérmete, no sea que cambie de
idea. Rosalie respiró hondo y no dijo más. Emmett, en efecto, estaba cansado, pero no tanto que no apreciase la calidez del cuerpo apretado contra él. Después de todo, la suavidad de la mujer era agradable, y comprendió que si no se andaba con cuidado terminaría acostumbrándose a eso.
Dios se mostró compasivo por la mañana, pues permitió que Rosalie despertase en una habitación vacía. No sabía cómo afrontaría a Emmett a la luz del día, después de lo que había sucedido la noche anterior, pero por lo menos sentía un alivio temporal, aunque no a causa de los recuerdos.
Gimió cuando evocó las diferentes escenas, y hundió la cabeza bajo la almohada. Se había sentido tan segura de que podría resistir la tentación de rogar a Emmett, pero con los labios y los dedos de aquel hombre torturándola, con su sangre cada vez más apremiada por la necesidad, las palabras que él había deseado oír brotaron de los labios de Rosalie. Y a ella no le había importado nada excepto el placer exquisito que él le había negado hasta que obedeció sus órdenes. La mortificación y el odio de sí misma habían llegado después, pero durarían mucho más tiempo, probablemente para siempre. Aún no podía soportar la idea de mirarlo a los ojos y ver su expresión regocijada.
Estaba segura de que moriría, agobiada por la vergüenza, y él se reiría. La debilidad de Rosalie no significaba nada para aquel hombre; su propio triunfo lo era todo. Sí, se echaría a reír, y ella lo odiaría más que nunca...
-Despiértate, mujer, y ponte esto.
Rosalie emitió una exclamación de sorpresa, se movió y vio a Emmett de pie junto a la cama, con ropa interior femenina en las manos, así como con la chaqueta y los zapatos que le a había dejado en la sala de costura. La miró con el entrecejo fruncido... después continuó hablando con su habitual brusquedad.
-¿Crees que puedes haraganear en la cama, como probablemente es tu costumbre, sólo porque anoche me complaciste tu? Tu condición no cambia, y tampoco tus obligaciones, las que has descuidado esta mañana. Yo ya he comido, así que necesitarás servir la mesa del estrado hasta la noche; por lo que ve a desayunar ahora y ocúpate de tus otros deberes. Salió antes de que ella pudiese darle una respuesta adecuada irritante. De modo que haraganeaba en la cama. Como si pudiera hacerlo, sobre todo en la cama de aquel hombre.
Y de pronto advirtió que había afrontado la situación y sobrevivido. ¿No estaba dispuesto a vanagloriarse de la vergüenza de Rosalie? ¿El único modo de mencionarlo era decir que había encontrado en ella un poco de placer? Ciertamente, no lo entendía. Había desaprovechado una oportunidad perfecta para humillar más a su prisionera.
Rosalie contempló las prendas dejadas sobre la cama, y su confusión se agravó. Sabía por qué le habían entregado las ropas propias de una criada: para que aquellas prendas tan ásperas le recordasen constantemente su nueva condición. Sin embargo, ahora tenía su propia ropa interior, de fino y suave hilado, que le protegería la piel. Aún tendría que vestir la chaqueta y la falda de la criada, pero ya no sufriría la irritación en la piel a causa de aquellas prendas.
Miró divertida la puerta por donde había salido Emmett. Aquel hombre cruel rehusaba permitir que pasara hambre, rehusaba permitir que tuviese frío, aunque su inquietud con aquel asunto tenía que ver con el niño que llevaba en su vientre. Ahora rehusaba permitir que su piel se irritase con las prendas que él mismo había insistido en que usara, y eso nada tenía que ver con el hijo. Se relacionaba con ella. ¿Cruel? Sí, ciertamente, lo era... pero quizá no tanto. Y bien, ¿qué estaba pensando? No había bondad en Emmett MacCarty, ni siquiera un poco. Sin duda, tenía algún motivo escondido para devolverle sus ropas, un motivo que ella no alcanzaba todavía a adivinar, pero que probablemente la avergonzaría. Un hombre odioso. ¿No tenía nada mejor que hacer que imaginar los modos más eficaces para molestarla? Se vistió deprisa, suspirando complacida ante la familiar comodidad de su combinación de fina tela blanca, y la camisola la roja ajustada que le llegaba hasta los tobillos, como debía el caso, tratándose de una dama. La superficie áspera de la chaqueta ya no le tocó la piel, se sintió mucho mejor usando por lo menos algunas prendas propias, y casi sonreía cuando entró en el gran salón, y sonrió más abiertamente cuando vio que Emmett no estaba allí para desconcertarla con sus frías miradas. Buscó a Esme cerca del fuego, pero allí estaban únicamente las hermanas de Emmett con su tutora, aprendiendo nuevos estilos de costura. No volvió a mirarlas, de modo que no vio cómo ellas la observaban mientras se acercaba a la escalera que conducía a la cocina, con una expresión casi tan odiosa como la del padre.
-Queridas, no le presten atención -les recomendó lady Roberta-. Una dama no se rebaja a mirar a mujeres de esa clase.
-Pero ha pasado la noche en el dormitorio de nuestro hermano -señaló Alice, de diecisiete años-. Irina nunca pasó toda la noche con él.
-Con sus aires altaneros. Irina no es una compañía muy agradable -dijo Melisant con expresión desdeñosa.
Melisant era la hermana mayor, con sus dieciocho años, si no se contaba a la bastarda de Bella a la cual ninguna de las hijos legítimas reconocía como hermana. Alice era la más bonita de las dos, con sus cabellos negros y sus ojos grises, mezclados con azul en la medida suficiente para evitar que fuesen tan fríos como los del Emmett. Melisant tenía cabellos y ojos castaños, y pómulos muy pequeños. Se la hubiera creído hermosa si su expresión no hubiese sido siempre tan dura y desaprobadora.
Melisant no guardaba mucho rencor a su hermana menor. Después de todo, tenía más edad, y era la heredera después de Emmett mientras él no tuviese herederos varones. Y ésa era la razón por 1a cual Melisant vivía temerosa de la llegada de lady Isabella, se había regocijado al saber que Isabella había desaparecido, y que posiblemente estaba muerta. Emmett había necesitado mucho tiempo para encontrarla después de llegar a la conclusión de que era el momento de casarse y le había llevado todavía más tiempo cerrar el trato con ella. Estaba tan atareado con sus guerras y la ampliación de su propiedad, que no había tenido tiempo para buscar otra esposa.
A Melisant no le agradaban los rumores que le llegaban acerca de la nueva criada. Dos veces le habían dicho ya que esa mujer estaba embarazada, y que el niño probablemente era de Emmett. En sí mismo eso no era alarmante, pues Emmett jamás contraería matrimonio con una sierva de categoría inferior, y el bastardo de una sierva jamás heredaría estas tierras, aunque se tratara de un varón. Pero el otro rumor que había llegado a sus oídos era que esa mujer en realidad no era una sierva, sino una dama de buena cuna que simplemente se había ganado la enemistad de Emmett, lo cual modificaba toda la situación.
No lo creía. Ni siquiera su hermano, que se mostraba completamente cruel con sus enemigos, trataría de ese modo a una dama. Pero si era cierto y la muchacha daba un hijo varón a Emmett, podría inducirlo a contraer matrimonio con ella.
Melisant sabía que Emmett quería un heredero varón. Todos lo sabían. Si ese heredero varón nacía, ella no podría soportarlo después de haber vivido siempre con la esperanza de ser la heredera de las posesiones de sus padres. Lo deseaba, lo necesitaba, no tenía la belleza de Alice.
Ahí está de nuevo -dijo Alice mientras Rosalie aparecía en el salón, esta vez con Enid-. Me gustaría saber de dónde sacó esa bonita camisa roja.
-Sin duda, despojos que nuestro padre le regaló - replico Melisant entrecerrando los ojos-. Creo que la llamaré y...
-No lo haréis -la reprendió severamente la tutora que sabía muy bien cuan rencorosa podía ser su pupila-. Si le causáis problemas a la preferida de vuestro padre, es probable que paguéis las consecuencias. Recordadlo cuando tengáis esposo.
Melisant miró hostil a la anciana, pero no discutió. Había comprobado que era más fácil ignorar los sabios consejos de lady Roberta, y después hacer lo que se le antojara cuando la vieja tonta y piadosa no estuviese cerca.
Gracias a la exhaustiva limpieza practicada hace unos días, Rosalie y Enid terminaron temprano en el solar, y así ella subió la escalera que llevaba a la sala de costura mucho antes del mediodía. Pero se sobresaltó cuando se abrió una de las puertas del corredor, y una mano la atrajo hacia el interior.
-Ya era hora de que vinieses por aquí -rezongó una voz, aunque con inequívoco afecto.
-¡Esme!
-Sí, y me he pasado toda la mañana aquí, esperando que salgas del cuarto de costura. ¿Cómo es posible que vengas del piso bajo?
Rosalie estaba demasiado ocupada abrazando a la mujer para decir nada por un minuto, pero después las palabras fluyeron en tropel.
-¿Cómo es que estás en aquí? ¿Emmett trató de vengarse también de ti? Me alegro tanto de que estés aquí Esme, pero no me complace que ese monstruo abuse de ti. Jamás creí que volvería a verte y...
- Calla, preciosa -la calmó Esme, y llevó a Rosalie a sentarse sobre un taburete entre canastos llenos de instrumentos de costura-. ¿Cómo puedo contestarte si no te callas ni siquiera para respirar? ¿Y por qué no contestas tú mi pregunta? Me dijeron que dormías en la sala de costura.
-Anoche dormí abajo- Por el rosado intenso que tiño las mejillas de Rosalie, Esme comprendió que más valía no preguntar dónde había estado. Se limitó a decir: -No me sorprende -Rosalie movió bruscamente la cabeza. -¿No te sorprende? ¿Por qué no? Me fastidió que quisiera quisiera... Ya se había vengado bastante.
-¿De veras?
-SÍ, exactamente ojo por ojo. Todo lo que se le hizo, él me lo hizo... y aún más. -Entonces, ¿fue tan terrible? -Peor que terrible.
-¿Todo?
Rosalie frunció el entrecejo al oír esta pregunta. -¿Qué quieres saber? -inquirió. Esme se encogió de hombros.
-Corderito, ojo por ojo significa que sentirás el mismo placer que él tuvo en tus manos. ¿Fue así? Las mejillas de Rosalie se tiñeron de rojo intenso. -Veo que así fue. Pero era previsible que sucediera así, tratándose de un hombre de aspecto tan magnífico...
-De aspecto tan cruel...
-... un hombre que sabe hacer las cosas.
-Lo único que Emmett MacCarty quiere, Esme, es que yo pague por la codicia de Royc. Bien, ¿qué haces aquí? Temí que te abandonaran en las ruinas de Kirkburough, y que no pudieras regresar a Tures.
-Nadie se quedó en las ruinas. Lord Emmett no quemó el pueblo, con la única excepción de la posada donde lo capturaron, pero incluso así ofreció a todos los habitantes de la fortaleza nuevos hogares en sus propiedades, si lo deseaban. Por mi parte, consideró que me debía algo por su libertad, pese a que yo le dije que me había limitado a cumplir tus órdenes.
-Sé que no le agrada oír excusas, y que no las acepta.
-Sí, temí que me matara si pronunciaba una palabra acerca del asunto; lo irritaba sólo la mención de tu inocencia. Pero me ofreció vivir aquí, si le prometía fidelidad total... y renunciaba a ti. Era el único modo de seguirte así que acepté de buena gana. Pero me prohibió hablar contigo. Rosalie suspiró.
-Me lo imaginaba. Seguramente no quiere que tu presencia me reconforte, aunque sólo saber que estás cerca me consuela- Esme le oprimió la mano.
-Corderito, no desesperes. No creo que sea. un hombre tan cruel como pretende hacernos creer. He oído decir muchas cosas acerca de los acontecimientos que lo convirtieron en el hombre que es ahora, y me cuesta decirte esto, pero la verdad es que lo compadezco.
-,;Lo compadeces? -preguntó incrédula Rosalie-. Eme, ¿te golpeó en la cabeza, para traerte aquí?.
-No, me arrastró por toda la campiña con su ejército, buscando a su prometida que ha desaparecido, pero te aseguro que no pensó mucho en lady Isabella mientras la buscaba. Y tampoco parecía muy desesperado cuando en cada uno de los lugares en que preguntaba nadie tenía noticias del paso de la dama. En cambio, tendrías que haberlo visto cuando el mensajero que llegaba de este todos los días se retrasaba un poco. Lord Emmett enviaba docenas de hombres con orden de traerlo, y cuando el mensajero al fin llegaba, pobre de él si no traía el informe de John Giffard. Rosalie endureció el cuerpo al oír ese nombre.
-¿John? Pero yo creía que él era sólo el carcelero. ¿Qué noticias podía enviarle a Emmett?
Esme le dirigió una mirada que decía claramente: No te hagas la tonta.
-Emmett no sabía que John se ocupaba de vigilarme mientras yo estaba en la mazmorra.
-¿Cómo podía ignorarlo si él mismo lo ordenó así?
-¿El lo ordenó? Yo creí que sir Jasper... Rosalie se detuvo a pensar en las consecuencias de lo que Esme acababa de decirle. Emmett la había enviado a la mazmorra, no para que sufriese... ¿salvo en su propia imaginación. Es cierto que su imaginación había sido terrible, pero la celda era como un palacio comparado con lo que habría sido sin la presencia de John como carcelero. ¿Emmett podía ignorar que John era un hombre de muy buen corazón? No 1a bondad de John se expresaba en cada uno de sus gestos percibía a la primera ojeada. Conocerlo era saber que jamás lastimaría a nadie.
De pronto exclamó, casi dolorosamente: -¡No entiendo! ¿Por qué quiso asegurarse de que estaba bien atendida antes de saber que llevaba a su hijo en mi vientre?
Esme abrió sus grandes ojos pardos. -¿De modo que sucedió en aquellos pocos días? ¿Sufres a causa del embarazo? Tengo excelentes remedios para eso, y para la inflamación que puede llegar después. Rosalie desechó impaciente el ofrecimiento
-No, no hay síntomas, a excepción de la falta de mi trastorno mensual.
-Sí, lo mismo sucedió con tu madre, continuaba cumpliendo tranquilamente sus obligaciones como si no...
-Esme, no deseo hablar de hijos, Emmett se propone quitarme el que llevo.
Esme la miró reflexiva, antes de preguntar: -¿Dijo que lo haría?
-¿Lo afirmaría yo si no me lo hubiese dicho? Dice que me arrebatará el niño cuando nazca, del mismo modo que yo... se lo quité. Ojo por ojo.
-¿Tú lo quieres?
-Por supuesto, lo quiero. ¡Es mío!
-Y suyo -señaló Esme con calma.
-Pero él no quiso que naciera.
-Tú tampoco.
-Pero si lo desea ahora es sólo para que yo sufra. Y esa no es razón para retener al niño.
-SÍ, y quizás él llegue a entenderlo así. Es demasiado pronto para preocuparse de lo que se propone hacer dentro de ocho meses. Es muy probable que antes de que llegue el momento te hayas marchado de aquí. ¿Aún no has pensado en la posibilidad de escapar? -Rosalie rezongó.
-Sí lo he Pensado, pero ¿cómo puedo lograrlo cuando hay guardias en todas las salidas, durante el día? Si me lo explicas, hoy mismo me marcho. Esme sonrió.
-No será tan fácil. Pero quizá lord Royce te ayude cuando sepa dónde estás. A estas horas debe saber que el señor MacCarty fue quien destruyó Kirkburough. Me sorprende que aún no se haya acercado con su ejército- Rosalie contuvo una exclamación.
-Ni lo pienses! Prefiero permanecer aquí y sufrir todas las crueldades de Emmett antes que quedar de nuevo bajo el control de Royce.
-Bien, eso me parece interesante. Tu hermanastro se limitaría a casarte de nuevo, y en cambio...
-Con un marido viejo y decrépito ya he tenido bastante, Esme. Y Royce... antes de salir de Kirkburough me besó, y su beso de ningún modo fue fraterno.
-Ah, de modo que al fin manifestó sus deseos, ¿verdad? Y será peor si regresas, pues ahora nada le impide llevarte a su cama, sobre todo mientras lleves en tu cuerpo al heredero que él deseaba para Kirkburough. Pero por otra parte, es un hombre muy apuesto. Tal vez no te opongas.
-¡Esme!
-¿Te opondrías? Bien, bien, es una suerte que por el momento no puedas salir de aquí. Es el lugar más seguro en que podrías estar para evitar que lord Royce se apodere nuevamente de ti.
Quizás era cierto, pero Rosalie deseaba que Esme no lo dijese como si debiera estar agradecida con Emmett por convertirla en su prisionera y su amante involuntaria. Esme no trataba el asunto con la gravedad necesaria. En realidad, no parecía en absoluto preocupada por la situación de Rosalie.
- Esme, ¿por qué siento que nada de todo esto te inquieta. ¿Crees que Emmett ha terminado de vengarse de mí? Te aseguro que no es así. Para él soy una ladrona, y aunque no me corto las manos para castigarme, su intención es hacerme victima de sus pequeñas crueldades todos y cada uno de los días que permanezca bajo su techo.
-Ah, pero me pregunto cuánto tiempo durará esta animosidad si comienzas a apreciarlo y se lo dices. Creo que no mucho .
-Ahora estoy segura de que te golpeó en la cabeza, y con tal fuerza que ni siquiera lo recuerdas. Esme se echó a reír.
-No, preciosa. Sucede sólo que he tenido más oportunidad que tú de observarlo descuidado. Y no creo que sea tan cruel. Un hombre cruel habría ordenado que te torturasen hasta la muerte, y habría sido testigo de ello. En cambio, lord Emmett te ha devuelto ojo por ojo.
-Niega mi condición, y ha declarado que soy su sierva.
-Nosotras creímos que también él era un siervo y lo tratamos en consecuencia -le recordó Esme-. Pero si quieres saber mi opinión, ese hombre está obsesionado contigo, y por razones que no son la venganza. Sin duda, quiere vengarse. Está en su naturaleza. Pero tal vez no sabe cómo hacerlo en este caso. Después de todo, eres una mujer, y hasta ahora todos sus enemigos han sido hombres. Sabe cómo tratar con ellos. Contigo, no sabe a qué atenerse.
-Esme, esas conjeturas no me sirven -dijo Rosalie irritada.
-No se te ha ocurrido pensar que puedes usar contra él las armas femeninas, ¿verdad?
-¿Qué armas?
-Tu belleza. Tu sensualidad. Y así, incluso el matrimonio sería una alternativa, y el niño una atracción más.
-El jamás...
-Sí, podría llegar a eso si te desea con bastante intensidad, tú puedes conseguir que él te desee tanto. Incluso podrías conseguir que te amase, y bastaría con que lo intentases.
¿Amar? ¿Cómo sería Emmett con ese sentimiento tan tierno en su corazón? ¿Sería tan intenso en el amor como lo era en el odio? No, ¿qué estaba diciendo? La sola idea era absurda. Pero Esme no había concluido.
-La mayoría de las damas detestan el lecho matrimonial, y no es de extrañar si están unidas a verdaderos patanes que las usan sólo para procrear, mientras obtienen su propio placer con otras pero tú ya sabes lo que puede ser el lecho matrimonio con este señor, y como marido, sería difícil que encontrases alguien que armonizase tan bien contigo por la riqueza, la juventud además, es un hombre viril como tú bien sabes y no demasiado feo.
-No es feo -protestó Rosalie en una reacción irreflexiva-Incluso es muy apuesto cuando... sonríe. -Frunció el entrecejo irritada al advertir que acababa de decir algo en favor de aquel hombre
-Esme, estás loca, y esas ideas son mera fantasía. Emmett desea de mí solamente el niño que le robé, y mi satisfacción eterna por ese delito. Ese hombre desprecia la imagen misma de mi persona.
-Es más probable que la imagen misma de tu persona excite su deseo, y eso es lo que él desprecia ahora. ¿No ves adonde quiero llegar? No he dicho que la idea del matrimonio vaya a madurar fácilmente en él, sólo que es posible llevarlo a pensar en ello. Ante todo, debes eliminar esa animosidad que siente frente a ti, y lograrlo implicaría cierto esfuerzo por tu parte.
-Sería un auténtico milagro.
-No, se trata simplemente de lograr que no piense sólo en lo que le hicieron. Desconcertarlo. No hacer lo que espera hagas. Seducirlo intencionadamente. Si puedes conseguir que piense que lo deseas a pesar del modo en que te ha tratado hasta ahora, tanto mejor. Eso lo desconcertará totalmente, y dedicará más tiempo a reflexionar acerca de este asunto que a idear esas pequeñas crueldades que tú dices. ¿Estás dispuesta a intentarlo?
-Preveo que sólo conseguiré hacer el papel de tonta si acepto tu idea Esme, creo que te engañas sencillamente porque deseas esa clase de solución.
-¿Y si no es así? ¿Te agrada el modo en que ahora te trata?
Rosalie recordó con un estremecimiento la experiencia de la pasada noche, la vergüenza de verse obligada a rogar, el placer indeseado que el ruego le había deparado. -No -dijo en un murmullo.
-Entonces, usa tus armas para cambiar la situación. Muéstrale a la doncella que eras antes de la llegada de los d'King Era casi imposible resistirse a tus modales seductores; todos los hombres que te conocían lo sabían muy bien.
-No creo que ahora pueda volver a ser aquella muchacha desenvuelta y feliz.
Esme se inclinó para darle un abrazo breve y cálido -Lo sé, preciosa. Pero sólo necesitas fingirlo. ¿Esto tampoco es posible? -Quizá lo sea. -Entonces, ¿lo intentarás?
-Necesito pensarlo. No sé si deseo las atenciones de Emmett más de lo que ya las tengo.
-Así no lograrás que nada cambie -Rosalie elevó obstinada el mentón.
-Y tampoco estoy segura de que desee dejar de odiarlo- Esme sonrió.
-Entonces, continúa como hasta ahora. Evita que él conozca tus verdaderos sentimientos. El es el hombre que expresa en la cara todo lo que siente, al revés de lo que tú haces, de modo que no te será muy difícil. Pero comprende que una vez que cambie y comience a buscar tu favor, tal vez quedes atrapada en el juego, lo mismo que él, y descubras que ya no lo odias.
La idea de que Emmett pudiese cortejarla era tan ridícula que Rosalie no se molestó en discutir la probabilidad de que algo así sucediese jamás, ni de que ella llegue a sentir por él algo diferente a lo que sentía en aquel momento. Además, estaba realmente harta del tema, de modo que lo cambió.
-¿Cómo es posible que nadie venga a molestarnos en esta habitación, Esme? Es el cuarto de costura, ¿verdad?
-Sí, pero envié a las mujeres a probar una nueva tintura- Rosalie se echó a reír ante la expresión perversa en la cara de Esme.
-¿No se tratará de aquel horrible verde que descubrimos el año pasado?
-Exactamente. Pero no les dije que era terrible. Les dije que podían conseguir un matiz muy hermoso, así que pasaran largo rato tratando de hallarlo. Después confesaré que olvidé mencionar
o que había que agregar un poco de amarillo, para llegar al verde hoja definitivo
-Estás a cargo de las costureras, y puedes impartirles órdenes?
-No pero la gente del castillo me mira con cierto temor porque ahora soy la doncella de las dos hermanas del señor. No conocen hasta dónde llega mi autoridad, y por lo tanto me obedecen sin discutir.
-.Y qué te parece servir a ellas? - Esme rezongó.
- Lord Emmett no me hizo ningún favor al asignarme ese cargo. Pero para ser justa, dudo de que él sepa hasta dónde llega la mala educación de sus hermanas menores. Se quejan bastante a menudo de que él nunca está aquí para corregirlas, y tú y yo sabemos por qué se comporta así, aunque la menor es un verdadero ángel, pero está curtida por el odio de la mayor
-¿Se sabe cuándo volverá a partir a enfrentarse con Royce?
-No te hagas ilusiones, querida. Además tiene que estar cerca si quieres hacerlo objeto de tus maniobras para mejorar tu propia suerte. Si se marcha pronto, tus dificultades no se aliviarán mientras esté ausente.
-No, se reducirán a la mitad, y yo podría vivir fácilmente de ese modo.
-¿Y qué me dices si decide enviarte de nuevo a la mazmorra para tener la certeza de que continuas siendo su prisionera hasta que regrese?
Era muy probable, y sin la garantía de que John Giffard volvería a ser su guardián. Pero la alternativa, tratar de seducir a aquel hombre... no, no deseaba pensar todavía en eso, no podía hacerlo. Se puso de pie, inquieta, y dijo:
-Es mejor que me marche, no sea que nos descubran y nos castiguen a las dos- Esme protestó.
-Este es el piso de las mujeres. No es probable que él venga...
-Lo hizo anoche -dijo Rosalie mientras se acercaba a la puerta. Pero al llegar allí se detuvo, y pasó un momento antes de que se volviera para preguntar con aire reflexivo
-Que quisiste decir cuando mencionaste que es natural que ahora quiera vengarse?
-¿No has oído nada acerca de lo que sucedió aquí hace dieciséis años? – dijo Esme
-Emmett mencionó que este castillo estuvo ocupado hace mucho tiempo. ¿Se trata de eso?
-Sí, lord Emmett no estaba aquí en aquel momento. Había ido a visitar a otro noble; de no haber sido así habría muerto lo mismo que sus padres
-¿Fue un asedio?
-No, traición. Según me explicaron, un barón, sir Bainart, codiciaba esta propiedad, y a lady Elizabeth, la madre de Emmett. Bainart decía ser amigo de la familia y no revelaba sus verdaderos deseos. Durante una de sus visitas actuó para apoderarse de lo que deseaba. Esperó hasta que todos estuvieron durmiendo, y entonces envió a su pequeño grupo de hombres a despachar a los soldados, y a los criados que mostrasen la intención de resistirse. Después, entró en el dormitorio y asesinó en su propia cama al padre de Emmett, en presencia de Elizabeth. Aquel hombre tan estúpido creyó que ella estaría demasiado temerosa para crearle problemas después de ver lo que sucedía. Pero no había contado con lo mucho que ella amaba a su marido. Lo mordió cruelmente delante de sus hombres, y lo enfureció de tal modo que la entregó a sus soldados, a todos; y aquellas bestias ignorantes la mataron después de maltratarla brutalmente. Las dos hermanas, y saltaron juntas desde el parapeto junto con la niñera y dos criadas, Alice era una bebe cuando sucedió eso aún no caminaba. Una de las criadas murió instantáneamente, la otra sufrió terribles heridas, pero soportó casi una semana de terrible sufrimiento, hasta que también falleció, ellas salvaron a las niñas y las protegieron hasta que Emmett llegó
Rosalie comprendió por qué Esme simpatizaba con Emmett.
-Ojalá no me hubieses dicho nada -observó. -Es más sensato conocer al enemigo, y una sencilla pregunta puede aportar muchísima información cuando estás en una sala llena de mujeres que chismorrean. Lord Emmett tenía sólo, dieciséis años cuando sucedió todos eso. Pasaron seis meses antes de que conociera los detalles completos, y durante ese período atentaron dos veces contra su vida. Después de todo, él continuaba siendo el heredero, aunque no tenía la ayuda del rey ni un ejército propio para reconquistar el castillo. Bainart lo sabía, y por eso desechó a Emmett y no creyó que fuese una amenaza. No conocía uno de los recursos de Emmett, un compromiso matrimonial concertado en su niñez, todavía válido. Era demasiado joven para hacer nada al respecto en aquel momento, pero el mismo día en que se lo armó caballero fue a reclamar a su prometida, y con las tierras de la dote de la joven, que le suministraron hombres, y la ayuda adicional del padre...
-¿Reconquistó sus tierras?
-Sí.
-¿Y mató a Bainart?
-Con sus propias manos. Pero eso no fue todo. Su imposibilidad de actuar inmediatamente para vengar a su familia permitió que su odio se enconase durante aquellos dos años. En ese tiempo él no sabía nisiqueira que sus hermanas vivían, se las llevaron y las mantuvieron ocultas en el pueblo mientras volvía a la normalidad todo, pero la prosperidad del este dote había decaído, porque muchos de los servidores fueron mutilados o murieron bajo el dominio de Bainart. Lo que Emmett reconquistó fue un lugar en estado lamentable.
-Y entonces las restantes propiedades de Bainart se convirtieron en su objetivo -conjeturó Rosalie
-Exactamente. Necesitó tres años, pero al final, todas las posesiones de Bainart se sumaron duplicando su extensión. Lord Emmett perdió a su primera esposa al segundo día de su matrimonio en un accidente terrible, pero a él no le importó mucho estaba ciego por la venganza y eso le dio la posibilidad de salir a conquistar mas tierras, después de que se apoderó de todo lo de Bainart la niñera trajo a sus hermanas, y él las llenó de lujos les contrato doncellas para que nunca les faltara nada, y partió
- ¿Acaso tenía entonces otros enemigos, y necesitaba un ejército aún más numeroso?
-No, pero había Jurado que nadie volvería a ofenderlo sin pagar diez veces su ofensa. Es un voto que ha mantenido desde entonces, y le ha dado la reputación de hombre dispuesto retribuir sin demora todas las ofensas. Ese juramento lo ha comprometido en una guerra tras otra, año tras año, pues no permite ni el más mínimo agravio.
-De manera que eso es lo que lo ha convertido en el monstruo cruel que es ahora.
-No, lo que es ahora es lo mismo que ha sido desde el día en que se enteró de la destrucción de toda su familia. El dolor y la desesperación convirtieron al jovencito que era en el hombre que es ahora. Dicen que no hay comparación entre los dos, que el Jovencito era bondadoso, afectuoso, colmado de picardía y de la alegre exuberancia de la Juventud.
-Y ahora es un hombre frío y no tiene corazón...
-Pero ahora sabes la razón y no dudo de que si cambió una vez, pueda volver a cambiar.
-O no.
-¿Dónde está el optimismo de tu juventud?
-Destruido a manos de los d'King.
-Entonces, querida, devuélvele la vida, pues aquí tienes la oportunidad de asegurar tu propio futuro... y de curar a un hombre que ha vivido demasiado tiempo con los demonios de su propio pasado. Una empresa meritoria, en mi opinión.
-No quiero conocer tu opinión -dijo Rosalie con irritación cada vez más intensa-. Puedes compadecerlo, porque tú no eres el objeto de su odio. Lo que yo pienso, en cambio, es que él y sus demonios se merecen mutuamente.
-¿Permitirás que tu tragedia te haga una persona tan dura e inflexible como es él?
-Ahora te contradices para presionarme, reconoces que es un hombre duro e inflexible. Déjame en paz, Esme. He dicho que lo pensaría.
-Muy bien -suspiró Esme, pero agregó tenazmente-' ¿Ahora que lo sabes, no lo compadeces un poco?
-Ni lo más mínimo -dijo obstinadamente Rosalie... deseó que sus palabras no fuesen una mentira.
|