When the stars go blue

Autor: bloodymaggie81
Género: Romance
Fecha Creación: 27/02/2013
Fecha Actualización: 28/02/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 2
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Capítulos: 30

Prólogo.

 

Cuando esa bala me atravesó el corazón, supe que todo se iba a desvanecer. Que iba a morir.

La verdad es que no me importaba demasiado, a pesar de que mi vida, físicamente hablando, había sido corta.

Pero se trataba de pura y simple supervivencia.

Hacía cinco años que yo andaba por el mundo de los hombres como una sombra. Una autómata. Prácticamente un fantasma.

Si seguía existiendo, era para que una parte de mi único y verdadero amor siguiese conmigo a pesar que la gripe española decidiese llevárselo consigo.

Posiblemente ese ser misericordioso, que los predicadores llamaban Dios, había decidido llamarlo junto a él, para adornar ese lugar con su belleza.

Y yo le maldecía una y otra vez por ello.

Sabía que me condenaría, pero después de recibir sus cálidos besos, llenarme mi mente con el sonido de su dulce voz y sentir en las yemas de mis dedos el ardor de su cuerpo desnudo, me había vuelto avariciosa y sólo le quería para mí. Me pertenecía a mí.

Recordé las palabras de Elizabeth Masen cuando se burlaba de "Romeo y Julieta" y de su muerte por amor.

"Eligieron el camino más fácil y el más cobarde", se mofaba. "Morir por amor es muy sencillo y poco heroico. El verdadero valor se demuestra viviendo por amor. Si uno de los dos muere, el otro debe seguir viviendo para que la historia perdure. El amor sobrevive si hay alguien que pueda contarlo. Se debe vivir por amor, no morir por él".

Y yo lo había cumplido. Si había cumplido esa condena era para que él no dejase de existir. Que una parte, por muy pequeña que fuera, tenía que vivir. El amor se hubiera extinguido si yo hubiera decidido desaparecer.

Pero aquello fue demasiado y aunque yo no había elegido morir en aquel lugar y momento, casi lo agradecí.

Llevaba demasiado peso en mi alma. Vivir por dos era agotador. Podía considerarse que había cumplido mi parte. Estaba en paz con el destino. Ahora sólo quería reunirme por él.

En mi agonía esperaba que el mismo Dios, del que acabe renegando, me devolviese a su lado. Así me demostraría si era tan misericordioso como decían los predicadores.

Todo se volvió oscuridad, mientras el olor a sangre desaparecía de mi mente y mi cuerpo se abandonaba al frío.

Pero esa no era la oscuridad que yo quería. No había estrellas azules. No estaba en el lago Michigan, con la cabeza apoyada en su suave hombro después de haberle sentido por unos instantes como una parte de mí, mientras sentía su entrecortada respiración sobre mi pelo.

"¿Por qué las estrellas son azules?", recordaba que le pregunté mientras le acariciaba el pecho.

"Porque son las estrellas más cercanas a nosotros y las que más luz arrojan", me respondió lacónicamente.

"Eso no lo puedes saber", le reproché.

"Yo, sí lo sé", me replicó con burlón cariño.

"¿Como me lo demuestras?", le reté. "¿Cómo sabes que las estrellas están tan cerca de nosotros que las podemos rozar con las puntas de los dedos?"

"Porque ahora mismo estoy tocando una". Me rozó la nariz con un dedo mientras volvía a atraer sus labios a los míos.

Si me estaba muriendo, ¿por qué se me hacía tan larga la agonía? No me sentía atada a este mundo.

Quería ser arrancada de él, ya.

De repente alguien escuchó mi suplica y supe que ya había llegado la hora. Pero, incluso con la buena voluntad de abandonar esta existencia, dolía demasiado dejarlo.

Una sensación parecida a clavarme un cristal en el cuello empezó a surgir y pronto sentí como pequeños cristales que me cortaban por dentro se expandían por el cuello cubriendo toda su longitud, mientras que por todas mis venas y arterias, un río de lava hacía su recorrido. Aquello tenía que ser el infierno. No había otra explicación posible.

Una parte de mí intentó rebelarse y emití un grito agónico que pareció que me rompía mis cuerdas vocales.

Pero al sentir que algo suave y gélido, aunque cada vez menos ya que mi piel se iba quedando helada a medida que la vida se me escapaba de mi cuerpo, apretándome suavemente los labios y el sonido de una voz suave y musical rota por la angustia, comprendí que esa deidad era más benévola de lo que me había imaginado.

—Bella, mi vida—enseguida supe de quien se trataba ya que él sólo me llamaba "Bella" además con esa dulzura—. Sé que duele, pero tienes que aguantar un poco más. Hazlo por mí.

Por él estaba atravesando el centro del infierno que se convertiría en mi paraíso, si me permitían quedarme con él.

—Carlisle—suplicó la voz de mi ángel muy angustiada—, dime si he hecho algo mal. Su piel… está… ¡Está azul! ¡Esto no debería estar pasando!

Un respingo de vida saltó en mi pecho y el pánico se adueño de mí, a pesar de mis juramentos eternos de no vivir en un mundo donde él no estaba. Verle tan alterado no era buena señal. ¿No me iba a ir con él? ¿Qué clase de pecado había cometido para no ser digna de estar en su presencia?

Intenté levantar la mano para asegurarme que en toda esta quimérica pesadilla, donde el dolor se quedaba estacando en mi cuello y mis pulmones se quemaban por la ausencia de aire, él estaba a mí lado. Pero las fuerzas me abandonaban y mi brazo era atraído hacia el suelo como si de un imán se tratase.

Temblaba mientras el sudor frío no aliviaba mi malestar. Algo no marchaba bien.

Una voz parecida a la de Edward lo confirmaba:

—Ha perdido demasiada sangre y el corazón bombea demasiado despacio la ponzoña… Si no hacemos algo pronto, no completará el proceso…

— ¡Pues no voy a quedar de brazos cruzados viendo como su vida se me escapa entre mis dedos!—gritó. Mala señal. Edward sólo gritaba cuando la situación le desbordaba.

Si él no podía hacer nada, toda mi fortaleza se vendría abajo y me dejaría llevar… Solo quería dormir…

— ¡Carlisle!—volvió a romper el silencio con un gruñido gutural, roto por la furia, la impotencia y el dolor—. ¡No puedes fallarme! Lo que estoy haciendo es lo más egoísta que voy a hacer en toda la eternidad. Pero si ella…, le habré arrebatado su alma y dejará de existir… ¡No me puedes decir que no hay solución!

"Por favor, Edward. No te rindas", supliqué. Esperaba que me pudiese entender aunque mi lengua, pegada al paladar, fue incapaz de articular ningún sonido.

Finalmente, la persona que él llamaba Carlisle le dio la respuesta que esperaba:

—Le diré a Alice que vaya a buscar a Elizabeth. Es la única que puede ayudar a Bella… Sólo espero que el corazón de Bella aguante un poco más…—no escuché más mientras mis parpados se mantenía cerrados pesadamente.

Algo suave y de temperatura indefinida, ya que mi cuerpo estaba invadido por el frío, me aprisionó con fuerza los dedos. Pero la voz no acompañaba a la fuerza de éstos. Era baja, suave y suplicante:

—Mi vida, demuestra que eres la mujer fuerte que has sido y haz que este corazón lata con toda la fuerza que te sea posible. Será breve, lo juro.

Hice un amago de suspiro mientras notaba como mi corazón, de manera autómata e independiente a mí, bombeaba mi pecho con una fuerza atroz.

Quizás sí lo conseguiría.

—Dormir…—musité.

—Pronto—me prometió.

—Dormir…—repetí en un susurro. Las escasas fuerzas que me quedaban, mi corazón las había cogido.

Pronto, el sonido de su voz fue la única realidad a la que acogerme:

"Una hermosa princesa miraba todas las noches las estrellas, mientras esperaba impasible como los oráculos le imponían el destino de que tenía que morir debajo de las mandíbulas de un horrendo monstruos, que los dioses habían enviado para castigar la vanidad de su madre, y salvar así su país. Inexorable. Pero ella rezaba todas las noches bajo la luz azulada de las estrellas, para que un príncipe la rescatase y se la llevase muy lejos…"

 

 

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Capítulo 13: Winter

No encontré otra ocupación mejor que leer el periódico mientras oía a Phil y a Reneé discutir por algo. Como su conversación me interesaba más bien poco, puse un disco de Jazz en el gramófono que me había regalado Edward las navidades pasadas, junto a su primer beso como novios. Intenté borrar de la memoria ese recuerdo, después de haber pasado, junto a Elizabeth, las navidades más tristes de mi vida.

Por suerte habían pasado más rápido de lo que me imaginaba y de diciembre habíamos pasado a finales de enero, mientras la nieve caía implacable dando a las calles su color blanco tan habitual e invernal de esta época del año.

No era que las noticias que había en el mundo me interesasen demasiado, ya que tampoco entendí lo que ocurría en el mundo, pero era la mejor manera de no pensar y empezar a evocar recuerdos.

Reneé y Phil no entendían mi repentino entusiasmo por coger el periódico y retirarme al cuarto. Barajaban varias hipótesis. Desde que les quería fastidiar para que no leyesen el periódico hasta la disparatada idea de que me había vuelto "roja" y esa era mi única manera de enterarme de lo que planeaban mis "camaradas" rusos y transmitir sus estúpidas ideas a un país tan civilizado como los Estados Unidos.

¡Como si a mí me importase lo que pasase en un país tan remoto como, la denominaban ahora, Unión Soviética! ¡Qué me importaba a mí si un tal Lenin había dado un golpe de estado y había derrocado al zar de Rusia!

Pensé que después de acabar la guerra, las noticias serían menos deprimentes. Me equivocaba. Pero necesitaba una excusa para evadirme de mi propia miseria.

Por mi propia iniciativa, había decidido volver a hacer las mismas cosas que realizaba, antes que todo lo que había tenido sentido en mi mundo, se hubiese volatilizado.

Había vuelto al conservatorio y tocaba el violoncello y el violín, a pesar que mis melodías eran tan tristes, que deprimía a todo el conservatorio y el señor Green me mandaba a casa para que me tranquilizase. Aunque el conservatorio ya no tenía atractivo para mí, desde que Ángela ya no asistía a él. Me daba cuenta que no me había vuelto tan insensible, cuando era capaz de echar de menos a alguien. Aunque callada, Ángela era una buena compañía. Pero había que entender que ahora que se había convertido en la señora de Ben Crowley, tendría cosas que nuestra sociedad consideraba esenciales para ser una buena esposa. Cosas que de sólo imaginármelas, me entraban nauseas, y más si no eran con Edward.

Su boda se celebró dos semanas después de mi recuperación y fue sencilla y discreta, debido a la escasez de fondos monetarios de aquella rama de la familia Crowley, ya que Tyler Crowley y sus padres, primos y tíos de Ben, nadaba en la abundancia y, por supuesto, no fueron a la boda para que nadie les relacionase con sus parientes pobres.

Entre sus pocos invitados nos encontrábamos Elizabeth y yo. Ésta no fue por los motivos obvios. Una viuda reciente, y además con un hijo muerto en la guerra, no debía salir de casa hasta que hubiesen pasado seis meses. Elizabeth no era de aquellas personas que se dejasen influir por las reglas de nuestra sociedad, pero para ella no sería un acontecimiento especialmente feliz. Aun así, me animó para que yo sí fuese.

"Debes hacer las mismas cosas que siempre. Tienes que recuperar tu vida", me apoyaba para que empezase a vivir de nuevo. Aunque fuese sin la mitad de mi alma.

En el fondo se lo agradecí. La ceremonia y después el sencillo ágape, no fue tan malo como me lo imaginé. Incluso llegué a disfrutar de la fiesta y alegrarme por la felicidad de Ben y Ángela Crowley. Pero por la noche, cuando la oscuridad me cubrió con su negro manto, lloré en mi almohada, como ya iba siendo habitual. Cada vez era más tenuemente, pero el dolor no desaparecía del todo. Llorar, en el fondo me hacía bien, me evitaba tener pesadillas y por lo menos ya no tenía sueños, o yo no les recordaba.

Otra cosa que me deprimió, fue la partida del doctor Cullen y su familia a Alaska. Con ellos, se iba la poca sensatez que quedaba en Chicago.

Al día siguiente de que el doctor Cullen me considerase curada y ya no hubiese riesgo para mí, por lo tanto ya tuvo la libertad para irse a su casa, tuve la visita de Esme Cullen. Venía a interesarse por mi salud y a despedirse de mí. Me consoló de mi pena cuando oí la noticia y el destino que habían escogido para su nuevo hogar.

"Vamos a quedarnos un tiempo en casa de unos parientes de Carlisle. Mis hijos y él necesitan aire fresco", me contó. "La verdad que voy a echar de menos esta ciudad, pero he prometido a la señora Masen tener contacto con ella. Por lo que también tendremos noticias tuyas", me acarició suavemente el pelo, para tranquilizarme. "Todo irá bien, cielo", me susurró maternalmente. No pude evitar echarme en su regazo y me rebelé contra la idea, que alguien tan bueno y dulce como la señora Cullen no pudiesen tener hijos y personas como mi madre y la mayoría de las señoras de nombre y categoría importante, sí. Pero como se decía: "Dios da pan a quien no tiene dientes".

Antes de irse, me regaló un libro de sonetos de Shakespeare y me prometió que tendría noticias suyas.

Su partida incrementó el agujero de mi pecho, pero no debía volver a enfermar por pena. Elizabeth ya había sufrido bastante, a parte que me había comportado como una cobarde. No había enfermado tanto por la gripe española, como por la pena que me consumía. Haberme dejado morir por la gripe, hubiese constituido algo similar al suicidio. No había estado a la altura de las circunstancias y sólo cuando me hube recuperado del todo, comprendí cuanto había hecho sufrir a Elizabeth y lo que mi muerte hubiese acarreado para ella.

Me prometí a mi misma no volver a ser tan egoísta.

Definitivamente, Cronos no entendía del dolor y el tiempo pasaba inexorablemente.

Por lo menos leer el periódico, a pesar de lo triste que era el mundo, era un buen habito para mí. Decidí devolver el periódico a Phil, antes que éste viniese a golpearme la puerta, con la excusa de que se lo devolviese.

Me levanté de la cama, me alisé la falda y cuando cogí el periódico, se me cayeron varias hojas de éste, debido a mi congénita torpeza. Con fastidio, me agaché a recogerlas y por casualidad me fijé en la sección de anuncios. O por lo menos en uno de ellos.

"Se busca institutriz inglesa o americana con buen nivel de francés para cantante de ópera. Interesadas, escribid a esta dirección: 
Avenida de la opera nº 11 piso 1º B. Preguntar por Monsieur: P. Landrú. Dr. del conservatorio de Paris.".

¿Estaba loca o qué?

Yo odiaba Francia con todas mis fuerzas. Los dos hombres que más había amado en mi vida habían fallecido allí y casi por la misma causa.

¿Por qué ese anuncio me llamaba como un canto de sirena? ¿Por qué repentinamente me dieron ganas de coger un papel y escribir para aceptar ese puesto?

Era joven y tenía un nivel más que aceptable de francés, gracias a haber acudido a las mejores escuelas y a mis tutores que mi padre me había pagado, hasta que después de su muerte Reneé consideró que no me hacían falta para encontrar un buen marido.

"A los hombres no les gustan las mujeres que piensan. Lo único que se te pide es que seas bonita, sonrías y asientas a todo lo que te digan. Eso no es mucho pedir".

Daba gracias a Dios o la genética de parecerme a mi padre en casi todos los aspectos.

Volví a concentrarme en el anuncio, para dejar atrás todo aquel pensamiento relacionado con las tonterías de mi madre.

Era increíblemente atractivo y todas las excusas que se me ocurrían para devolver el periódico a Phil, se iban esfumando como el humo.

Paris estaba muy lejos y la excusa de decirles a Phil y a Reneé que necesitaba un largo viaje por el extranjero, no serviría de nada. No porque no quisieran librarse de mí, ya que estarían encantados, si no porque aquello significaría que tendrían que desembolsarse dinero en mi persona. De nada serviría explicarles que una señorita que había ido a Paris tendría más posibilidades de casarse bien. Si yo gastaba dinero, en lugar de aportarlo, yo no era rentable.

Tenía un millón de dólares en el banco, pero había una cláusula para poder sacarlo. Cláusula que no pensaba en cumplir. No me casaría ni tendría ninguna clase de relación estable con ningún hombre. Ya no era por creer que así traicionaría a Edward. Simplemente yo no veía la necesidad de depender de un hombre. Con el tiempo, tal vez pudiese aceptar algún amante, pero todo serían relaciones esporádicas. Y desde luego, no con la intensidad que había sido la de Edward.

Por lo tanto había dos opciones.

Vender mis joyas, y por tanto los últimos recuerdos de mi padre, lo cual me producía nauseas sólo de pensarlo.

La segunda opción era pedirle prestado el dinero a Elizabeth y devolvérselo en cómodos plazos.

Estaba casi segura que apoyaría mi decisión de irme de Chicago por un tiempo indefinido. No contaría con el beneplácito de Reneé y Phil, porque considerarían que una señorita de buena sociedad estadounidense no debería enseñar nada a los degenerados europeos.

Esperaba —y estaba convencida al cien por cien— que Elizabeth me apoyase y creyese que esto era bueno para mí.

Nunca había estado en Paris, ni mucho menos en Francia. Papá me prometió que me llevaría en cuanto acabase la guerra europea. Fue de aquellas promesas que quedaron en el aire. ¿O quizás no?

¿Qué pasaría si alguien, me estuviese mandando una señal, desde algún lejano lugar? Podría ser mi padre, quien de alguna manera, me hubiese inducido a salir de esta casa de locos y a rehacer mi propia vida.

Tal vez podría ser el propio Edward. O los dos.

"Se feliz. Elijas lo que elijas".

Tenía razón. Iba a intentar a ser feliz por todos los medios. O por lo menos, lo menos infeliz que pudiese a llegar a conseguir una persona.

Además por mucho que odiase a los franceses y a su estúpida guerra, Paris siempre sería la ciudad de la luz. O eso tenía entendido.

Nada me retenía aquí.

Sin más titubeos por mi parte, recorté el anuncio sin importarme la noticia que hubiese detrás de éste, me senté en mi escritorio, saqué un papel y para que la carta fuese más formal, saqué la máquina de escribir que me regaló Charlie y me dispuse a escribir mi contestación.

Me sentía tan eufórica, por el posible hecho de poder irme a Paris, que tardé un buen rato en darme cuenta que alguien había llamado a la puerta.

—Señora Pott, si el señor Dwyer quiere el periódico, le puede decir de mi parte que se espere su turno—intenté modular mi voz a nivel normal. La pobre señora Pott no tenía la culpa de mis enfados con Phil.

La señora Pott entró tímidamente y eso me obligó a interrumpir lo que estaba escribiendo.

—Señorita Swan, tiene una visita—me informó la señora Pott con gesto impersonal, pero por las arrugas de sus ojos, pude comprobar que no era alguien que le agrádese demasiado.

Antes que la señora Pott acabase, el visitante entró sin pedirme permiso y se sentó en la cama sin mi consentimiento. Si no hubiera estado tan sorprendida, le hubiese recordado los modales de un caballero a gritos. Pero lo último que me esperaba, era que Mike Newton estuviese sentado en la cama de mi habitación.

—Gracias, criada—despidió a la señora Pott con gesto altivo—. Puede irse a fregar los cacharros o a sus quehaceres.

Esa prepotencia me puso enferma y me mordí la lengua para no echarle a gritos de mi cuarto. Aquello hubiera sido ponerme a su nivel.

—Gracias, señora Pott—hice un gesto de disculpa hacia ella que pareció tranquilizarla y, algo airada por el trato de Mike Newton, se fue para la cocina.

Cogí una silla y la puse de frente hacia mi inesperado invitado. Intenté poner la cara más impersonal que pude, pero no llegué a conseguirlo a causa de los recelos que me causaba su visita. ¿No se suponía que tenía que estar con su prometida oficial, Jessica Stanley? No quería ni imaginarme lo que podría a llegar a decir de mí, si supiese que su prometido estaba en mi cuarto.

—Señor Newton, es usted la última persona que me imaginaba ver aquí—disimulé la sorpresa y el desencanto como pude—. Supongo que se alegrará de estar de vuelta en Chicago.

—Señorita Swan, siento haberme presentado de esta manera en su habitación. Supongo que se preguntará como he tenido tal osadía.

—Pues para ser franca, sí me lo pregunto—me dirigí a bocajarro a su mala excusa. Por su gesto confuso, él no se esperaba mi tono tan directo.

—Espero no haber interrumpido algo importante—se excusó agachando la cabeza.

—Estaba escribiendo una carta a una amiga—le mentí—. Vive en Paris y es probable que me vaya a su casa unos meses. Me viene bien después de todos los acontecimientos.

—Está usted muy pálida—corroboró al mirarme la cara y repasando, con la mirada, mis ojeras permanentes.

—Supongo que se habrá enterado que he estado enferma—le informé, aunque dudaba que la señora Stanley o la señora Mallory no le hubiesen contado todos los pormenores de mi enfermedad. Por no hablar del otro asunto.

—También me he enterado que se ha quedado usted plantada en el altar debido a que el señor Masen…—parecía muy ufano por el hecho. Estuve a punto de pegarle un puñetazo para borrarle esa sonrisa de estúpido de la cara. No permitiría que se burlase de la memoria de Edward.

—Creo que si hubiese dependido de Edw… del señor Masen, yo aún seguiría prometida con él y me hubiese casado este otoño—le repliqué fríamente—. No creo que nadie quiera morir y menos en un país extranjero lejos de sus padres y seres queridos…—hice el gesto involuntario de ponerme la mano en el pecho al sentir el dolor punzante de un agujero en mi pecho.

—No, tiene razón—admitió bajando la cabeza como si hubiese recibido la regañina de una institutriz—. Supongo que nadie quiere morir y mucho menos de gripe española y que su cuerpo tuviese que ser quemado—no hizo caso a mi gesto de nausea y dolor—para no transmitir la gripe a los demás soldados—se encogió de hombros, como si aquello no fuera importante—. Bueno, la vida sigue y a rey muerto, rey puesto.

—No quiero ser impertinente—en realidad si quería serlo y que se largase de mi cuarto—, pero se puede saber por qué no está usted con su prometida. La pobre señorita Stanley ha sufrido mucho a consecuencia de su ausencia. Sería muy descortés por su parte, privarle de su presencia.

Se rió con fuerza de mí, como si hubiese contado algo increíblemente divertido. Sólo que yo no entendía de que se podía tratar. Estaba perpleja.

— ¿Usted y la señorita Stanley no están prometidos?—pregunté con la esperanza de que me dijese que sí y con la horrible sensación de que así era.

—No—me confirmó—. Cierto que pensé en ella y su familia, pero eso fue antes de que me enviasen a la guerra y me convirtiese en alguien importante—sonrió cruelmente, y me pareció estar evocando a un ogro que quería comerse a una princesa. Sólo que esta princesa no tenía príncipe azul que la salvará—. Los Stanley no me sirven para estar en la más alta escala de la sociedad. Para un héroe de guerra como yo, se necesita alguien de la misma categoría. ¿Y quién mejor que la hija de un gran héroe de guerra?—me miró con deseo y me sentí como un caro jarrón que todos querían poseer a toda costa, pero que después se quedaba en el comodín de una mesa, sin ninguna función en concreto.

—Creo que se está confundiendo…—tartamudeé al no poder creer el descaro de Newton al pensar que se casaría conmigo… y más aún cuando hacía casi cuatro meses que yo había perdido a mi prometido—. Además aún es demasiado pronto y en mi mente no está el volverme a casar. Quiero irme a Paris y olvidarme un poco de todo. Comprenda, señor Newton, que esto es muy precipitado y necesito pensarme las cosas.

Como respuesta, Mike Newton me cogió de la muñeca y me empujó hasta donde estaba él, sentándome en su regazo. Me impuso con tanta fuerza, sus brazos en mi cintura, que me vi incapaz de desasirme de su cuerpo. Después separó un brazo de mi cintura, para atrapar mi mentón con fuerza con su mano y dirigir mi cara a la suya. Su brazo presionaba tan fuerte mi cintura, que me impedía respirar.

—Creo que tú ya no podrás decir nada—me siseó mientras se acercaba a mi boca jadeante—. Me temo que ya es oficial y mis padres están reunidos con los tuyos para firmar el contrato de matrimonio. Ya hay fecha y todo.

Fui incapaz de expresar palabra alguna, debido la impresión que me causaron sus palabras.

—Me parece que alguien se va a tener que tragar las palabras que dijo anteriormente sobre quien sería la última persona con quien se casaría—y antes de que pudiese replicar, me besó violentamente.

Debido a la falta de aire por el beso que estaba recibiendo, me fui incapaz de pensar que tenía que hacer algo para impedir que siguiera abusando de mí, encima en mi propio cuarto.

Y debía pensarlo ya, porque Mike me empujó violentamente, tumbándome en la cama, para acto seguido tumbarse encima de mí.

—Veamos de lo que eres capaz—me mordisqueó leve el labio, interpretando un gemido de dolor salido de mi boca, por uno de placer—. No creo que con Masen fueses tan remilgada. Así que haz el favor de ser buena y abrir las piernas. Ya veremos si prefieres a un "niñas" como Masen o a todo un hombre.

Me abrió los dos primeros botones de mi blusa y metió la mano por dentro tanteando mi pecho por encima de corsé.

No sabía donde había adquirido tanto atrevimiento, pero no iba a permitirle llegar más lejos.

Mientras se concentraba en pasarme su lengua por el cuello, agaché levemente la cabeza y en mi mesilla de noche descubrí un jarrón.

Venciendo las nauseas y advirtiendo que Newton estaba tan distraído con mis encantos, hice un esfuerzo de estirarme y coger el jarrón.

Una vez que lo tuve en mis manos, apliqué toda mi rabia y mi ira y se lo estrellé en la cabeza.

Concentrado en el dolor del golpe, Newton bajó las defensas, por lo que pude empujarle con todas mis fuerzas y tirarle al suelo.

Me levanté presurosa, jadeante, me abroché los dos botones y me alisé la falda.

Newton se retorcía acongojado y para asegurarme que no se movería durante un rato, le di una patada en sus partes más delicadas. Gracias a las lecciones que Edward me daba de pequeña, junto a las de mi padre un tiempo después, me podía defender de cualquier hombre.

Aquello hizo que la casa se llenase a consecuencia de sus gritos.

Antes de irme hacia el comedor para tener una pequeña charla con mi madre y el imbécil de mi padrastro, me puse a la defensiva contra aquel ser vil, que se contraía de dolor en la alfombra de mi habitación.

— ¡Entre un hombre y un caballero, está muy claro lo que elijo!—le grité furiosa, sin compadecerme de su dolor en absoluto—. ¡Pero tú por desgracia no eres ninguna de las dos cosas! ¡El honor no se aprende en la guerra! ¡Y en cuanto a mí, no quiero que te me acerques, nunca más! ¡Prefiero que actúes como si fuera una desconocida para ti! ¡No pensaba en casarme contigo antes y, por supuesto, ahora menos que antes! ¡El día que los alemanes invadan Polonia y yo me dedique a beber sangre, será el día que me case! ¡Pero por supuesto no será contigo y no me cansaré de repetírtelo incluso si pudiese vivir eternamente!

Y sin darle tiempo a replicar, salí del cuarto muy airada.

Ignoré sus gritos, insultándome con el adjetivo de arpía.

— ¡Cuando seas una vieja solterona avinagrada te acordaras de esto, zorra!—vociferó tan alto que, cuando llegué al comedor, Reneé se atragantó con una copa, Phil derramó la mitad del contenido de la suya en la alfombra y los señores Newton me miraron como si me tratase de un fenómeno de la naturaleza.

— ¿Se puede saber de qué demonios va esto, Isabella?—me preguntó mi madre asombrada por el espectáculo que se había producido arriba.

Con toda la tranquilidad del mundo, me digné a contestar.

—Señor y señora Newton, Señor Dwyer, madre—saludé educadamente—. El señor Mike Newton ha entrado en mi cuarto sin ningún permiso, ha despedido a una trabajadora de mi casa con desdén, se ha tumbado en mi cama sin pedirme mi opinión, ha intentado abusar de mí, por lo que he tenido que darle un jarronzazo, con lo que me ha llenado la colcha y la alfombra de sangre y la pobre señora Pott le va a costar quitar esa mancha. También me he permitido darle una patada en sus partes nobles, por lo que dudo que pueda tener hijos. Y si no han escuchado bien la conversación que he tenido con él, lo vuelvo a repetir educadamente. Mi anterior prometido ha fallecido recientemente y por el momento, no he pensado en casarme. Necesito un tiempo para ordenar mis asuntos y salir de Chicago. Por lo tanto, si tienen algún contrato de matrimonio, que sepan que no tengo ninguna intención de firmarlo. Más bien se deberían preocupar de llevar al señor Newton al hospital para que le curen esa brecha y puedan asegurase de su próxima descendencia. Y ahora, si no me requieren para alguna otra cosa que no sea firmar algún documento que implique unirme en matrimonio con un patán sin escrúpulos que se digna a llamarse a si mismo caballero, y le hace falta aprender buenos modales y una esposa bonita y sumisa, cosa que no logrará de mí, me retiro a la biblioteca con sus permisos. Caballeros, señoras—incliné levemente la cabeza a modo de saludo y me dirigí hacia la biblioteca, rodeada de un silencio sepulcral.

.

.

.

Me tapé los oídos para leer tranquilamente El retrato de Dorian Gray —uno de los cuentos favoritos de mi padre— mientras Phil se dedicaba a despotricar sobre mí, desahogándose con mi madre.

— ¡O HABLAS TÚ CON TU MALDITA CRÍA O TE JURO, RENEÉ, QUE LA ESTAMPO CONTRA LA PARED!—gritó Phil a mi madre por mis numerosas negativas a casarme con Newton y haberles dejado en ridículo delante de los Newton—. ¡YA NO AGUANTO MÁS TONTERÍAS DE ESA MOCOSA! ¡O SE CASA O LA ECHO DE CASA!—amenazó mientras yo era totalmente insensible a sus amenazas. Al fin de al cabo aquella no era su casa. Y si por un casual —cosa que dudaba— yo me llegase a casar, se me declararía mayor de edad, dueña de las propiedades y podría echar a Phil de casa. Seguramente, mi madre no tardaría en seguirle.

—Phil, yo hablaré con ella—le tranquilizó Reneé—. Seguro que si se le habla con argumentos, ella acabará razonando.

—Está bien—pareció atenerse a los razonamientos que Reneé le mostraba—. ¡Pero si la respuesta es no, te juro que la llevo yo al altar de los pelos!

Definitivamente, tenía que irme a Paris. Ya había echado la carta y había puesto la dirección de Elizabeth Masen. No me fiaba que Phil o Reneé no intentasen leer la carta y su contenido no les haría demasiado felices. Seguramente, me mantendrían bajo arresto domiciliario si intentaba irme.

No dejé de leer, aun cuando sintiese una presión sobre mi hombro. Sabía perfectamente de quien se trataba.

—Pensé que este lugar te daba alergia—le contesté a mi madre de malos modos, sin querer escuchar nada de lo que tuviese que decir.

—Isabella, aunque no te lo creas, esto es lo mejor para ti—me ignoró el gesto de desagrado y se sentó en una silla a mi lado. Hablaba tranquila y parecía dispuesta a negociar. No me quedó otro remedio que escucharla. Cuanto antes lo hiciese, antes me dejarían tranquila.

—Casarme con una persona como Newton, yo no lo consideraría lo mejor para mí.

—No sabes cuantas chicas les gustaría estar en tu lugar.

—Pues me cambio por ellas encantada.

Mi madre parecía exasperada.

—Isabella necesitas tener un futuro estable y, por ahora la única manera que una mujer consiga una posición adecuada, es casándose—razonó.

—Eso es mentira—la rebatí—. En estos tiempos hay muchas mujeres que salen a trabajar y a labrarse su propio futuro.

—Eso no es propio de una dama—parecía que relacionar a una mujer con el trabajo, era una de las peores blasfemias que podía decir.

—Tampoco lo es casarse por dinero—no iba a dar mi brazo a torcer—. Me parece mucho más honorable ganarse el dinero por una misma, aunque tengas que echar horas. Lo de casarse por dinero, me suena más a una prostitución consentida por la sociedad.

—No hay otra forma de casarse, Isabella. Tu boda con el joven Masen era un sueño de hadas y por desgracia, los cuentos de hadas no duran eternamente. Hay que vivir según las circunstancias.

—Yo soy consciente de mis circunstancias. No me casaré con Newton. Si no quieres mantenerme, yo sabré buscarme la vida sola.

Reneé miró, pesarosa, la puerta y se mordió el labio. Algo me decía que algo no iba bien.

—Me temo que si no te casas con Newton, acabarás en la calle—susurró tenuemente.

— ¿Es una amenaza?—inquirí enfadada.

—No. Es una realidad—se alisó la falda, nerviosa—. Phil ha tenido mala suerte con los negocios. Ha invertido y parece que la bolsa no ha favorecido demasiado y se ha perdido demasiado dinero.

— ¿Cuánto?—pregunté asustada. No podía creer que la situación estuviese tan mal. No, no podía estar mal.

—Estamos en la ruina—sollozó Reneé, mientras sentía como un rayo me fulminaba allí mismo.

— ¿Phil se ha gastado todo el dinero que mi padre tanto le costó ganar?—algo de dinero tenía que haber.

—Los acreedores le han enviado varios avisos—rompió a llorar—. Incluso alguno ha enviado a unos matones para que le den una paliza a Phil—me agarró las manos, suplicante—. ¿Tú no querrás que le pase nada a Phil, verdad?

Si la situación hubiese sido diferente, tal vez me hubiese empezado a reír de los problemas de Phil y sus acreedores. Pero gastarse el dinero de mi padre y dejarnos en la más absoluta ruina, sabiendo sólo Dios donde se lo habría gastado, lo único que me producía eran nauseas.

Rechacé las manos de mi madre y me levanté de la silla, incapaz de permanecer de pie.

—Siento que la situación haya llegado tan lejos, madre. Pero yo no puedo cometer un error para enmendar los que Phil haya cometido. No voy a condenar mi vida por salvar a Phil. Si la situación es tan grave, me iré de casa. Trabajaré de maestra, tengo buena educación y seguro que me contratarían en cualquier escuela, o tal vez de institutriz. Podría mandaros algo de dinero y vosotros podríais alquilar esta casa e iros a vivir algún sitio más pequeño.

— ¡Eres increíblemente egoísta, Isabella!—mi madre puso el grito en el cielo—. ¿Qué dirán las buenas gentes de Chicago si permito que una hija se dedique a trabajar, cuando está en edad casadera y poder dar hijos? Es mucho más fácil que te cases con el joven Newton.

— ¿Hay algún interés oculto en todo esto para que estéis tan desesperados para casarme con Mike Newton?—me froté las sienes con los dedos para liberarme la presión de la cabeza e intentar no gritar a Reneé.

—Ya se ha firmado el contrato matrimonial—se me abrieron los ojos por la sorpresa—. Sólo falta tu firma y todo será formalizado.

— ¿Cuáles son las condiciones?—me obligué a sentarme debido a la pesadez de mis piernas.

—Hemos tenido que dar cinco mil dólares como fianza—abrí los ojos de la impresión. Parecía que me iban a casar con algún príncipe—. Y como dote, se darán quinientos mil dólares para el joven Newton y quinientos mil para nosotros.

— ¡Que altruista es Phil dejándose partir las piernas para pagar mi boda!—repliqué irónica—. ¿Por qué de que negocio sucio sale todo ese dinero?

Mi madre parecía avergonzada al mirarme.

—Tuvimos que vender tus joyas para pagar la primera parte de la fianza…—mi madre me detuvo con un gesto para que no empezase a despotricar—. Y luego, se supone que tienes un deposito en el banco de un millón de dólares que te dejó tu padre por si surgía algún improvisto con la condición que sólo podrías sacarlo si te casabas. Por lo tanto, cuando te cases le daremos a Newton vuestra parte para que no te acusen de mantenida, y la otra parte será para salvar las deudas de Phil. Creo que es justo que después de una determinada edad, los hijos se sacrifiquen por sus padres, ¿no crees, mi niña?—intentó pellizcarme la mejilla pero me aparté de ella como si estuviese huyendo del diablo.

— ¡Desde luego la gente no pensará que soy una mantenida!—perdí los estribos—. ¡Si prácticamente estoy manteniendo a mi marido, a mi madre y a mi padrastro! ¿Cómo habéis podido vender mis joyas?—eso era lo que más me dolía de todo. No por su aporte económico, si no por el valor sentimental. Me las había regalado mi padre y si yo las vendía, era para salir de mis propios problemas. No para sacar adelante a unos parásitos que se me habían pegado a la chepa. Pero si pensaban que me iba a rendir, aún no habían oído mi última palabra—. Por mucho que firméis, el contrato no valdrá nada si no está mi firma en él. Y ya te puedes ir enterando que no voy a firmar ningún papel que me una a Mike Newton de por vida. Por lo que, ya podéis ir pensando otra manera de arreglar vuestros problemas económicos y que el héroe de guerra pavonee de sus títulos a costa de otra mujer más sumisa que yo, que la anule haciéndole un hijo por año. Conmigo os habéis equivocado.

Mi madre me sonrió despectivamente.

—Me temo, querida, que seguirás siendo una menor hasta que no tengas ese millón en tu poder… y mira por donde, tu mismo padre aconsejado por Elizabeth y Edward Masen, a los que tanto adoras, pusieron esa cláusula de tener que casarte para poder sacar el dinero. Por lo tanto, o te casas o te haré la vida tan imposible dentro de esta casa, que desearas salir como sea.

No me dejé amedrentar en absoluto por ella.

—Vamos a ver quién de las dos tiene más aguante, señora Dwyer—la reté, mirándola a los ojos.

Mi madre se levantó airada de la silla y pegó un sonoro portazo.

— ¡TE JURO QUE TE CASARÁS, MALDITA ARPÍA!—vociferó—. ¡HARÉ CUALQUIER COSA PARA QUE LO CONSIGA!

Cuando Reneé salió del cuarto, me senté, derrotada y puse mis brazos sobre la mesa para después apoyar la cabeza sobre ellos.

Lo más fácil sería que acabase cediendo y me resignase a casarme con Newton.

Tendría que aguantar que se gastase mi dinero en bares de mala muerte, estúpidos acontecimientos sociales, y en prostíbulos. Mientras yo tendría que quedarme en casa, cuidando de los cinco niños que intentaría hacerme para después soportar la presión de su cuerpo y aguantar su olor corporal mientras me acostaba con él. Mi única vía de escape sería cerrar los ojos e imaginar que era Edward quien me tocaba. ¡No, eso era un insulto para su memoria!

Ni él ni yo nos merecíamos eso. Y de nuevo él acudió en mi ayuda.

"Te rindes, Bella", me reprochaba su voz en mi interior. "No debes hacerlo. ¡Lucha!".

Sonreí relajada y decidí tomarme un descanso. La lucha empezaría pronto.

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"Ojalá os atragantéis con una zanahoria", deseé con todas mis fuerzas mientras hacía amagos de cortar las verduras para el guiso.

Con la excusa de no tener dinero para requerir de sus servicios y que le daba a la botella, Phil despidió a la señora Pott sin darle una compensación económica. Por suerte, pude recomendarle un trabajo en casa de Elizabeth Masen y ésta fue recibida con los brazos abiertos, un salario que aumentaba el doble a lo que recibía de nuestra casa y un seguro médico bastante amplio. Pero por desgracia, sólo me llegaba de oídas, ya que Reneé y Phil me habían impuesto arresto domiciliario y no podía salir a la calle ni recibir visitas, si no eran las de Mike Newton y sus padres.

Por supuesto, Elizabeth estaba vetada en esta casa. Después de varios intentos por verme, se dio por vencida y no volví a saber nada de ella. Si hubiese llamado, yo no me hubiese enterado, ya que Phil era el encargado de recibir las llamadas y abrir el correo. Por lo tanto, si Elizabeth había recibido la contestación de Paris, ya podría dar por perdida la oportunidad de irme a Paris.

Mi madre intentaba chantajearme emocionalmente por lo que sacó todos los libros de mi cuarto y los metió en la biblioteca, para después cerrarla con llave y esconderla. Estuve llorando toda la noche cuando me enteré que Phil había vendido mi violín y mi violoncello junto a mis partituras, a un anticuario. Me dijo, con sorna, que si firmaba el contrato me lo devolvería. Pero eso me dio más motivos para rebelarme y negarme en rotundo a firmar el contrato.

Odiaba cuando la señora Newton me miraba de reojo y fruncía el ceño ante mis escuálidas caderas.

—Señora Dwyer, ¿su hija será capaz de dar a luz un hijo sano?—cuando hacía esos comentarios me sentía como un ganado a punto de sacrificarse.

Odiaba cuando Phil me sacaba de paseo y me llevaba a las fábricas donde mujeres, de aproximadamente mi edad, y niñas menores trabajaban catorce horas por seis centavos el día.

—Ese podría ser tu destino si no accedes a casarte, mocosa—me siseaba mientras me zarandeaba y me obligaba a ver el horrible espectáculo de aquellas mujeres trabajando, hasta estando enfermas, sólo por llevar un sustento a la familia.

El espectáculo se siguió repitiendo hasta que un día, harta de tanta pantomima, a costa del sufrimiento de aquellas pobres mujeres, me puse a gritar que exigiesen contratos de ocho horas y que las menores de catorce años se vieran exentas de trabajar. Luego empecé a cantar el himno socialista, hasta que el dueño de la fábrica, temeroso de una revolución, nos echó de allí y nos pidió que no volviésemos.

Phil tuvo que recurrir a dejarme encerrada en mi cuarto hasta que tocase preparar la comida y la cena.

Me consideraban la culpable de haber echado a la señora Pott, por lo que estaba obligada a prepararles los desayunos, las comidas y las cenas. La señora Pott me había dejado una lista de cómo hacer los platos más sencillos, adivinando que se cebarían conmigo. Se lo agradecía en el alma, pero prefería hacer las cosas a mi manera y me inventé el estilo "Comidas Isabella", con mucha sal, pimienta, pimentón picante y sobre todo, increíblemente carbonizado.

Más de una vez me gané un bofetón por mis experimentos culinarios.

— ¡Pues si tan poco os gustan mis comidas, contrata a una cocinera con el dinero que habéis obtenido de robar mis joyas!—les eché en cara—. ¡Estoy segura que todas mis joyas no valen sólo cinco mil dólares!

Lo único bueno que sacaba de esta situación, era que por las noches estaba tan cansada, que no tenía ni fuerzas para llorar y tenía sueños sin pesadillas. Por lo tanto, lograba dormir más de ocho horas hasta que me levantaba para prepararles el desayuno, que constaba en unos crepes calcinados, huevos revueltos con cáscara incluida y sobre todo, un café con leche con sal y un escupitajo por mi parte. Sabía que aquello no era propio de una dama, pero tampoco entendía el concepto de Reneé sobre ser una dama. Estaba en contra de que me fuera a trabajar de maestra, pero no veía indigno, que trabajase de sirvienta en mi propia casa. Debía empezar a pensar cuál era el orden de su prioridades.

Me maldecía mientras pelaba la cebolla para el guiso, pensando si alguien escucharía mi grito silencioso. Y como si alguien hubiese escuchado a mi plegaria, llamaron a la puerta. Phil, como siempre, abrió y, aunque no pude escuchar toda la conversación, distinguí una voz masculina terriblemente familiar.

Me preguntaba de quien se podría tratar, cuando en la cocina entró un hombre alto y musculoso que me miraba amistosamente, mientras yo fruncía el ceño de extrañeza.

—Señorita Swan, ¡qué poco se acuerda usted de sus amigos!—exclamó con reproche pero se le veía que estaba bromeando.

Me sentí como una tonta al no darme cuenta de inmediato de quien podía ser. Sólo Emmett McCarty se atrevería a ser tan jovial y darme un abrazo, rompiendo todas las barreras del protocolo. Sólo cuando me sentí tan protegida entre sus brazos, me di cuenta cuanto le había extrañado. Era como si mi hermano mayor hubiese regresado a casa.

A pesar de notarle algo más delgado, a consecuencia de la guerra, y sus ojos habían perdido brillo a causa de la muerte de su más íntimo amigo, algo me decía que Emmett no había cambiado demasiado.

— ¡Está cansadísima!—exclamó asustado al ver mis ojeras y la palidez de mi cara.

—He estado enferma—me excusé. No hacía falta decir el resto de detalles. Él lo sabía de sobra y con sólo mirarme a los ojos, se pudo hacer una ligera idea de todo el dolor que me invadía como un cáncer—. Pero no se preocupe por mí, señor McCarty y cuénteme cosas de usted.

—Se lo contaré todo, si acepta ir a tomar un helado conmigo—me invitó animadamente.

Antes de que yo pudiese contestar, la voz de Phil se me adelantó.

—Me temo, joven, que la señorita Swan no está disponible para salir. Está comprometida y tiene que arreglar ciertos asuntos.

—Cierto—asintió Emmett—. He leído algo en los periódicos. Pero no creo que salir a dar una vuelta con un amigo la haga daño. Se la devolveré de una pieza y con su virtud intacta—aquello me hizo ruborizar. Desde luego no había cambiado nada en absoluto.

—Su cara me es familiar—frunció el ceño Phil.

Tragué saliva, mientras rogaba que no relacionase a Emmett con Edward, o si no le echaría de casa con cajas destempladas y yo me ganaría tarea extra.

Pero Emmett contestó felizmente.

—Yo creo que sí nos conocemos. Me parece que nos hemos debido de ver en la misma casa de putas donde voy cuando paso por Chicago a visitar a unos amigos. Creo que el puticlub se debe llamar "Casa de Mummy Louise"… pues sí, señor Dwyer, su cara me es terriblemente familiar.

Por una vez no me abochorné de los modales de Emmett, incluso simulé una sonrisa cuando vi a Phil ponerse pálido y no decir ni una palabra cuando Emmett me indicó que me esperaba abajo mientras me aseaba y me arreglaba para irnos a tomar ese helado.

Le di un beso en la mejilla y pensé que, los de arriba, me habían enviado un enorme ángel guardián con un corazón tan grande como el tamaño de su cuerpo.

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La excusa del helado fue perfecta, ya que Emmett consiguió llevarme a territorio amigo. Después de ir al cementerio, para que Emmett pudiese rendir un último homenaje al que fue su hermano en todos los sentidos, menos en el biológico —me impresionó y entristeció verle llorar, ya que no era propio de Emmett—, éste me llevo a casa de Elizabeth, quien me recibió con los brazos abiertos y dispuesta a aportar soluciones a mis problemas.

La señora Pott estaba tan encantada de verme y tan asustada por las ojeras y la delgadez que había vuelto a adquirir, que no dudo en meterse en la cocina y no salir hasta haberla completado, en un carrito, toda una colección de pasteles de todas las variedades. Con más hambre de lo que pensaba, empecé a comer con ansias.

— ¡Esos personajes!—Elizabeth pasó mi contrato matrimonial al señor Mahoney, un abogado, rival y amigo del señor Masen, que había conocido a Elizabeth en el hospital mientras cuidaba de su mujer moribunda. Unidos por la desgracia, el señor Mahoney, venía casi todas las tardes a visitar a Elizabeth.

—Señor McCarty, no es legal sustraer un documento de una casa ajena—el señor Mahoney hizo un amago de regañarle.

—No creo que me lo diesen voluntariamente—se encogió de hombros sin una pizca de arrepentimiento en su actitud—. De todas formas, no es un robo. Sólo lo he cogido prestado.

—George—le tuteó Elizabeth—, ¿pueden obligarla a casarla?

El señor Mahoney estudió detenidamente el contrato antes de dar una contestación.

—Mientras ella no firme no podrán hacerla casar.

Emmett y ella parecieron aliviarse.

— ¡Es ridículo!—Elizabeth empezó a trocear su tarta sin probarla—. ¡Ya han anunciado su boda en marzo y sin consentimiento de ella no se pueden casar! Me pregunto qué es lo que habrán pensado.

—Hacerme la vida imposible hasta que acceda.

—Parece la cenicienta sin que el príncipe azul venga a buscarla. Más bien tiene como pretendiente e un sapo y si le da un beso, se infectará—bromeó Emmett para luego suspirar, pesaroso—. Aunque los cuentos de hadas sólo son sueños. Mi princesa no me quiere y para más inri se ha ido a un lugar remoto del planeta y no quiere que la encuentre. Me escribió una carta pidiéndome que la olvidase—suspiró con tristeza.

—Lo siento, Emmett. Pero lo más seguro que te dijese eso para que su marcha fuese lo más llevadera posible—le consolé, recordando las palabras que la bellísima enfermera me dijo la última vez que la vi.

—No puedo creer que el señor McCarty se haya enamorado—Elizabeth parecía sorprendida—. ¿Quién era la afortunada? Siento que la cosa no haya llegado a buen puerto. Te hubiera servido para asentar la cabeza.

—Era la hija del doctor Cullen—le expliqué a Elizabeth. Ésta frunció los labios de manera enigmática.

—Mi pequeña Artemisa particular—sollozó Emmett.

—Emmett, lo mejor que la relación no llegase a nada. Ella no estaba hecha para ti. No pertenecéis al mismo mundo—su voz era lo más parecido a un témpano de hielo. Sin embargo el brillo de sus ojos delataba que sabía algo que nosotros ignorábamos.

Después de unos instantes de silencio, Elizabeth volvió al tema primigenio.

— ¿Tienes algún plan para librarte de este compromiso, Isabella?—inquirió Elizabeth mirándome expectante. Parecía como si se le hubiesen acabado las ideas y tuviese puesto en mí las últimas esperanzas.

Como si me hubiesen enviado una señal, lo tuve todo claro. No era la primera persona que, dejando todo atrás, se había marchado a otra ciudad o, incluso, a otro país para buscar su propia identidad. Todo a mí alrededor eran indicios de que no tenía que quedarme en Chicago.

Les miré firmemente y ellos me miraron con un interrogante en la mirada.

—Hace unas semanas contesté a un anuncio en el que se requería una institutriz que tuviese un alto nivel de francés—les contesté titubeante. Parecía que toda la firmeza se me hubiese ido a los pies—. A mí me gusta enseñar y creo que tengo aptitudes para enseñar…

— ¿Significaría eso que tendrías que irte de Chicago?—Emmett desmenuzó un cigarro en el cenicero ante el gesto de reprobación de Elizabeth.

—A Paris—asentí a la par que Emmett y el señor Mahoney me miraban asombrados. Elizabeth se limitó a sacar una carta de los bolsillos de su bata.

—Supongo que esta carta está relacionada con el asunto—me la entregó y la abrí con más ansias de las debidas.

En ella me decía que le diera una respuesta para concertar una entrevista una vez instalada en Paris.

—Quiere hacerme una entrevista—se la di para que la leyese.

— ¿Tan horrible le resulta el matrimonio que está dispuesta a irse a otro continente lejos de sus amigos y su hogar?—me preguntó el señor Mahoney asombrado ante mi osadía de decir que me iría de casa sin cumplir, aun, los dieciocho años.

—Sí—musité—. No quiero que mi madre y mi padrastro vivan a mi costa y, sobre todo, odio a Newton como amaba a Edward…—esto último lo dije en voz baja. No me atreví a decir que necesitaba estar un tiempo fuera para encontrarme a mí misma.

—Pero a Paris…—Emmett no pudo reprimir un gesto de asco—. Ya sé que es la ciudad más romántica del mundo y todo aquello que dicen de su luminosidad… pero el problema de Paris es que está llena de franceses. No he visto personajes más groseros que ellos. Así que eso de la fama que tienen los europeos de educados y seductores es un mito. Si no habría que haberles visto en los burdeles… y las mujeres… ¡Puaj!

—Muchas gracias, señor McCarty, por la información cultural que nos está dando—le interrumpió Elizabeth para luego volverse a mí—. Pues a mí eso que te vayas a Paris me parece una buena idea. Un tiempo en el extranjero y permaneciendo ociosa, te vendrá muy bien. Es una experiencia única y te ayudará a madurar. Y Paris es una ciudad maravillosa. Nunca la he visitado y lo lamento tanto.

—Elizabeth, es sólo una chiquilla—repuso el señor Mahoney—. ¿Cómo se las apañará para sobrevivir ella sola en una ciudad?

—Trabajaré de institutriz—confirmé solemne.

— ¡Mi pobre niña!—sollozó la señora Pott—. ¡Mira a lo que le han obligado esos energúmenos de su madre y su padrastro!

—Voy a estar bien—la consolé, acariciándola el rostro—. Los primeros meses serán duros, pero iré sobreviviendo poco a poco.

—Yo, a su edad, vendí todas las joyas para poder escaparme de mi casa y casarme con Edward—me defendió Elizabeth—. Pasamos unos años bastante precarios hasta que la suerte nos sonrió un poco. Además, a nadie le viene mal madurar de esta forma—me guiñó un ojo, mientras acudía a su regazo y la abrazaba con fuerza.

—Gracias—musité, dándole un beso en la mejilla.

—Ahora tenemos que pensar cómo vamos a conseguir que salgas de Chicago, sin que tus padres monten la de Troya.

Mi gozo en un pozo. Por mi sola, no podía mantenerme. Sólo tenía ese millón en el banco y no lo podía sacar hasta que fuera mayor de edad, lo que significaba que me tendría que casar. Y precisamente estábamos huyendo de eso.

—No tengo dinero y han vendido mis joyas para pagar la fianza de matrimonio a Newton—me lamenté.

—Yo te haré el préstamo—me ofreció Elizabeth—. Puedes ir devolviéndome el dinero poco a poco.

—Elizabeth—susurró el señor Mahoney, algo alterado—, no es por ser pájaro de malagüero, pero si ella se va de su casa sin el consentimiento paterno y además con tu dinero prestado, sus padres te podrían acusar de secuestro y tener muchos problemas legales.

Me mordí el labio con rabia, admitiendo que el señor Mahoney tenía toda la razón del mundo. Reneé y Phil serian capaces de acusar a Elizabeth de secuestro, aunque aquello le acarrease la ruina. Ganar un juicio a Elizabeth les sería tan gratificante como casarme con Newton y despojarme de quinientos mil dólares. Le debía algo más a Elizabeth que un montón de follones legales.

—Yo opto por contratar a unos matones para que les rompan las piernas al desgraciado de su padrastro y al cabrito de Newton—se mostró Emmett, eufórico—. Conozco un par de ellos, que me deben unos cuantos favores, que estarían más que encantados…

—Emmett—le advirtió Elizabeth, levantando un dedo—. Resolvamos esto sin recurrir a la violencia.

— ¡Qué más da!—se encogió de hombros—. ¡Si de todas formas, hay unos quince acreedores que quieren darle una paliza! Lo sé porque coincido con uno de ellos en casa de Mummy Louise y compartimos a Lilly… ¡Joder, menudos melones que tiene la mujer esa! Aunque desde luego prefiero a mi pequeña cazadora de los bosques—suspiró, evocando la hermosa imagen de Rosalie Hale.

—Gracias por informarnos de sus relaciones públicas, señor McCarty—Elizabeth puso los ojos en blanco.

—También lo que podría hacer es casarse con Newton—sugirió el señor Mahoney y continuó hablando a ver mi expresión de espanto—y cuando, legalmente sea mayor de edad, coge parte del dinero e irse a Paris.

—Escaparse de casa estando casada con el señor Newton, sería algo así como un adulterio y se considera delito—le informó Elizabeth—. A parte que en este contrato no hay separación de bienes y en un juicio y, con esos antecedentes, Newton podría quitarla todo el dinero de forma legal y echarla a la calle.

— ¡Usted es una caja de sorpresas, señora Masen!—vociferó Emmett—. ¡Ya veo que el señor Masen, que Dios le tenga en su gloria, no sólo se dedicaba a hacerle ñaca-ñaca para tener pequeños Eddies, sino que también tenían tiempo para hablar de trabajo!

—El señor Masen odiaba hablar de trabajo conmigo, por lo que para evitar eso, consideró que era mejor que yo estudiase la carrera de derecho. Después nació Edward y decidí que yo era más indicada para malcriarlo que cualquier niñera.

— ¿Fue a la universidad?—estaba anonadada. Todo el tiempo que conocía a Elizabeth y me daba cuenta que aun me podía sorprender.

—Sólo había tres mujeres y yo conseguí ser la tercera de mi promoción—sonrió con orgullo, para luego suspirar nostálgica—. Pensé que cuando Edward se independizase y se casase contigo, yo podría economizar mi tiempo y estudiar para ser juez. Creo que ahora es un buen momento para retomarlo donde lo dejé.

— ¡Desde luego la profesión le va que ni pintado, señora Masen!—le elogió Emmett—. Aunque para ser juez se tendrá que preparar unos exámenes muy duros.

—En realidad estoy a un examen de ser juez—nos informó Elizabeth, petulante.

Emmett abrió los ojos como platos.

—Tendré que dejar de imaginármela desnuda, si no quiero que me imponga una orden de alejamiento—me susurró Emmett al oído, fingiendo estar escandalizado.

— ¡Lástima que los exámenes sean en junio y no se pueda hacer nada legal para que la señorita Swan se pueda ir libremente de casa de sus padres!—se lamentó el señor Mahoney.

—Emmett, ¿dónde dijiste que habías conocido a un matón y por cuanto nos podría salir el favor?—preguntó Elizabeth, desesperada.

Después negó con la cabeza y me miró con arrepentimiento.

—Si estás metida en este lío es por mi culpa, Isabella—se excusó. No podía mirarla a los ojos, sin que mi agujero en el pecho se me abriese—. Pero Edward, tu padre y yo lo hicimos por tu bien. Si no hubiera sido por ese estúpido contrato que preservaba tu millón de dólares de las manos de tu madre, ella se hubiese limitado a ignorarte. Pero pensamos que te casarías con Edward…—se atragantó al pronunciar y evocar a su hijo—. Habíais estado juntos desde el día que naciste. Prácticamente, fue su rostro lo primero que viste cuando abriste los ojos—Elizabeth me estaba revelando una gran verdad. Si yo no me podía casar con otra persona, era porque mi otro trozo de alma había sido de Edward y nadie podría devolverme aquella parte de mí que él se había llevado.

— ¡Mi pobre Eddie!—sollozó Emmett—. ¡Qué voy a hacer ahora sin él! ¿Con quién me voy a ir de caza ahora? ¿A quién le voy a contar ahora todas esas cosas que sólo contarías a tu mejor amigo? Yo, que estaba tan ilusionado con vestirme de gala y ver a mi hermano pasar por la vicaria con una mujer bonita que le hiciera el hombre más feliz del mundo. ¡Encima el pobre Eddie se ha muerto virgen!—Emmett no me vio ocultar mi cara bajo una servilleta—. ¡Pero que sepáis que yo intenté que no fuera así! Yo quería que Eddie se desfogase con alguna señorita que trabaja la esquina para que cogiese práctica y no defraudara a la señorita Swan en su noche de bodas, si alguna vez se decidía a dar el paso. Pero Eddie, no cedía, incluso yo llegué a pensar que era de la otra acera. Por lo tanto, decidí hacer un experimento. Una noche que salíamos de copas, decidimos hacer una apuesta, para ver quien aguantaba más con el alcohol. Si ganaba él, yo tenía que permanecer abstemio y no pisar un burdel durante un mes, además de tragarme toda una temporada de teatro con usted, señora Masen. Pero si yo ganaba la apuesta, él tendría que ir esa noche a casa de Mummy Louise y desvirgarse con una prostituta. Por supuesto, Eddie tenía muy poco aguante con el alcohol y perdió la apuesta. Pero en lugar de llevarle al prostíbulo, le llevé a un bar de ambiente, que son muy raros de encontrar en Chicago, y se lo ofrecí a un viejecito por cincuenta dólares. ¡Teníais que haber visto el pajarito del viejo verde y la cara de terror de Eddie! El tío salió como alma que se llevaba el diablo. Eso sí, los cincuenta dólares se los llevó. Después le perdí la pista hasta el día siguiente, apareciendo de quien sabía dónde y dedicándose a pegarme collejas e insultarme, acordándose de todos mis parientes. Pero gracias a eso, sabemos que Eddie no era gay. Y aunque si lo hubiese sido, nosotros le hubiésemos querido igual, ¿verdad?

—Gracias, Emmett por ayudar a mi hijo a descubrir su identidad sexual, aunque ya la tenía definida—replicó Elizabeth sarcástica.

—Todo un placer—contestó Emmett, complacido.

Por un momento, me reí ante las ocurrencias de Emmett y comprendí la enorme pérdida que había causado para él su ausencia. Pero ya no era el tiempo para los muertos, sino para los vivos. Necesitaba pensar con claridad.

—Elizabeth, ¿no hay ninguna manera de anular esa cláusula, sacar el millón de dólares y hacerme mayor de edad sin tener que casarme?—pregunté aferrándome a una vana esperanza.

Ésta negó con la cabeza, tristemente.

—Entonces si me he enterado bien, la señorita Swan se hace mayor de edad pasando por la vicaria, por el tálamo y de paso con un millón de dólares—Emmett se agarró la barbilla e hizo como si estuviese pensando—. ¿Pero qué pasaría si la señorita Swan se casase con alguien que no es Newton y al año se divorciase?

—Entonces tendría el millón de dólares y sería completamente libre para irse a cualquier parte—Elizabeth le miró sorprendida y después sonrió cómplice con Emmett—. ¿Me lo estoy imaginando o el señor McCarty ha pensado algo coherente por una vez en su vida?

—Yo también se pensar de vez en cuando. Aunque no gaste mucho tiempo en ello.

—Elizabeth, ¿estás diciendo que para librarme de un matrimonio no deseado, tendré que hacer otro matrimonio?—pregunté con escepticismo y congoja. Me preguntaba qué era lo que se les estaba pasando por la cabeza.

—Creo que lo ha entendido—Emmett me dedicó una sonrisa radiante.

Elizabeth se puso a mi lado y me cogió de las manos.

—Sé que esto es muy atípico y es extraño que yo te lo diga, pero es lo único que se me ocurre para salir de esta situación. Tenemos que encontrar a un hombre que acepte casarse sólo para coger el dinero e irte a Paris. Al cabo de un año, te divorciarías y se acabo.

— ¿Divorcio?—me aterré al pensar en aquella palabra. Prácticamente, una persona divorciada era una excluida social. Ni siquiera mi padre se divorció de mi madre a pesar de tener todas las razones del mundo para hacerlo.

—Los tiempos están cambiando, señorita Swan—me confirmó el señor Mahoney—. Aunque parezca mentira, ahora el divorcio no es tan mal visto como hasta hace poco y bastantes hombres y mujeres lo están solicitando.

—Además, serás rica, joven, guapa y libre—me animó Elizabeth—. En esta sociedad, el dinero lava los escándalos y borra el pasado. ¿Quién se acuerda que el señor Mallory fue amante de la señora Stanley y que Jessica y Lauren pueden ser hermanas? ¿O lo que pasó con Edward y yo? Y en Paris nadie te va a pedir explicaciones.

Poco a poco dejé de ver esa palabra como algo maldito y empezó a vislumbrarse como la salvación a mi situación. Sólo me quedaba encontrar aquel marido tan comprensivo que me ayudase a escapar de mi entorno familiar.

—No es una mala solución—en realidad era la única solución que se me ocurría.

Emmett se dirigió a mí y se arrodilló. Aquello me asustó, pero estaba tan absorta por lo que me pudiese decir, que no pude moverme de aquella silla. Me cogió la mano y me dijo muy seriamente.

—Bueno ya que todas las partes estamos de acuerdo, sólo me queda añadir una declaración: Isabella Marie Swan, ¿me acepta por esposo hasta que un papel nos separe?

 

 

Capítulo 12: Clair de lune Capítulo 14: The power of goodbye

 
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