- Jacob está …
Algo cayó sobre las espaldas de Paul dejándolo tendido en el suelo. Miré los ojos de su atacante y este me devolvió la mirada con cierta furia o quizás era algo mas parecido a la pasión.
Una tibia lágrima cayó por mi rostro.
Paul tendido en el suelo se dio la vuelta en busca de su atacante y una expresión sombría transpasó su rostro
- ¿Que haces aquí? – preguntó con la voz quebrada.
- Yo también me alegro de verte
Yo seguía paralizada mientras las lágrimas completamente mudas descendían por mis mejillas. Cerré los ojos pensando que se trataba de un sueño y al volverlos a abrir él seguía estando allí.
Me lancé sobre él. Esos labios, esos ojos. Todo él, lo había extrañado tanto. Por fin Jake estaba de vuelta.
Lo abracé con todas mis fuerzas, hundiendo mi cabeza en su desnudo pecho. Sentí ese calor que tanta falta me había hecho y sus enormes manos se ciñeron a mi cintura abrazándome y pegando nuestros cuerpos.
Me sentía tan feliz que no quería despegarme de él. Ese abrazo, el reencuentro. Todo era perfecto a su lado.
Había perdido totalmente la noción del tiempo y de donde me encontraba hasta que una voz nos sacó de nuestro mágico encuentro.
- Jake, cariño. – gritó alguien desde el otro lado de la pared de árboles que nos rodeaba
Él se deshizo de mi abrazo velozmente y me apartó de él de un empujón, levantó a Paul del suelo con la misma velocidad y esperó que ella llegara.
De pronto una mujer increíblemente hermosa apareció de entre los árboles. Su cabello largo hasta la cintura y oscuro como la noche enmarcaba unos ojos enormes y verdes y unos labios carnosos. Su sonrisa era hermosa y su piel tostada era el punto y final a esa mujer perfecta.
Ella se acercó y se agarró al brazo de Jake. Le miro a los ojos y él le devolvió la mirada y una sonrisa.
Los celos me aprisionaron y recorrían cada parte de mi cuerpo, mis venas parecían arder. Se miraban el uno al otro hasta que Paul tosió intentado llamar su atención.
Entonces los dos nos miraron. Él era una cabeza mas alto que ella pero sus pieles morenas y la hermosura que ambos compartían les convertían en la pareja perfecta.
Ella miró a Paul y le dedicó una sonrisa, después desvió su mirada hacia mi, me sonrió de una manera diferente.
- No vas a presentarnos – dije visiblemente molesta.
- Claro – contestó Jake algo inseguro – Bella, Paul ella es Meg.
Volvió a sonreir. Y los celos se apoderaban cada vez mas de mi, temía hacer alguna locura. Decidí que era el momento de hablar con Jake, y hablar de verdad.
Cuando estaba totalmente dispuesta a acercarme a él, ella, interrumpió mi disposición.
- Si soy Meg - sonrió antes de añadir unas últimas palabras – su novia.
En ese momento el peso del mundo cayó sobre mis espaldas, una fuerza invisible me empujaba e intentaba hundirme. Mi respiración se agitaba, cada vez era mas consciente de todo. De por que se había ido y de por que no quería volver.
Mire los ojos de Jacob, él tenía la mirada perdida en el suelo, con gesto ausente. Cuando se dio cuenta de que le estaba mirando me clavó sus ojos en los míos, con un intensidad asombrosa e inesperada. Ahora estaba mas confundida.
Decidí que era el momento de darse por vencida. Di media vuelta y me alejé de ellos. A mis espaldas quedaba el que había sido la persona mas importante para mi pero estaba dispuesta a sacármelo de la mente y del corazón como había hecho él conmigo.
Él me había substituido por esa niña, por alguien tan diferente a mi. Yo no tenía por que seguir esperando ahora que sabía que para él no había sido mas que un juego, tal vez no hubiera ni llegado a eso, quizás se trataba de un pasatiempo mas.
Mientras me adentraba en el bosque en busca del camino de regreso algo me agarró del brazo. Me giré sorprendida.
- Deja que él te lo explique – me sugirió Paul
- No tiene nada que explicarme. Yo no soy nada para él y a la nada no se le dan explicaciones.
Me deshice de su mano y seguí mi camino. El dolor era punzante en mi pecho e intentaba tragarme las lagrimas, él no las merecía, o eso intentaba creer. Las lágrimas pesaban aun en mi garganta aullentando al llanto y haciendo que el dolor se sintiera mas intenso en cada parte de mi cuerpo.
A las tres del mediodía llegué a mi casa, hambrienta. Me senté a comer en la cocina. Sola. Sabía que mi familia estaba al corriente de todo lo que pasaba pero sabía, también, que no querían agobiarme con preguntas, y lo último que yo quería era su compasión.
A pesar de eso me hacía falta la compañía de mi amigo y confidente, la compañía de Alec. Había desaparecido la noche anterior y yo, personalmente, no tenía noticias suyas. Lo único que sabía era que estaba bien, o eso me había dicho mi padre.
Después de comer subí a mi habitación y puse música. Solo había una canción capaz de iluminar mínimamente un día completamente negro, una canción que mis padres usaban para que durmiera cuando era mas pequeña, una canción que me recordaba los buenos momentos. Claro de luna.
Dejé que las notas musicales acariciaran lentamente mis oídos hasta sumirme en un estado completamente inmóvil y pacífico. Cuando acabó la canción continuó con la siguiente pista. Ese CD había sido un regalo de mi padre. La canción que ahora sonaba era la nana que mi padre había escrito para mi madre. Una nana dulce y acompasada que te invitaba a soñar.
Seguí perdida en ese mar de sonidos hasta que acabó el CD, pasé por la canción favorita de mi abuela y la que me había escrito mi padre poco después de mi nacimiento. Sin darme apenas cuenta había escuchado unas treinta canciones y había pasado horas y mi estomago volvía a rugir en busca de algún alimento.
Decidí que no me apetecía cenar acompañada del incomodo silencio que nos envolvía a mi y a mi familia.
Cogí el coche y conduje hasta Port Angeles. Un pequeño restaurante de comida japonesa me pareció el mas apropiado. No había mucha gente y eso era lo que quería, soledad.
Me senté y pedí lo primero que me vino a la mente. Comía pendiente de mis pensamientos y dejando de lado cualquier otra situación que se diera mi alrededor.
De pronto una mano se poso en mi hombro sobresaltándome. Me giré con la comida en la boca y unos ojos ansiosos buscaban los míos.
- ¿Puedo sentarme? – preguntó con voz temblorosa.
No me dio tiempo a contestar cuando mi invitado ya estaba sentado encarándome.
- ¿Te conozco? – pregunté indecisa.
Conocía poco humanos. Mis profesores había sido mi familia y había pisado muy pocas veces Forks y menos Port Angeles. Sentado frente a mi se encontraba un chico de unos 20 años, su pelo alborotado y rubio daba paso a una tez muy pálida y a unos ojos negros intensos. Era algo musculoso. Pero yo estaba acostumbrada a la belleza vampirica y al encanto de los hombres lobo así que para mi un humano corriente no era ningún tipo de estimulo.
- Aun no – contestó, demostrando una extraña seguridad.
Sabía perfectamente que a los ojos de los humanos tanto mi familia como yo resultábamos hermosos y casi perfectos.
Le miré a los ojos y su mirada oscura, al encontrarse con la mía, se tambaleó nerviosa apartando la mirada a los pocos segundos.
El silencio se instaló entre los dos mientras el jugaba con sus dedos. Podía sentir sus nervios en el aire.
Carraspeó para llamar mi atención.
- Soy David.
- Encantada David – dije mirando sus ojos. La verdad es que me gustaba ponerlo nervioso, verlo sufrir. Cogí un mechón de mi pelo y empecé a enredarlo en mi dedo y a mirarlo, coqueteando. – Yo soy Reneesme, pero puedes llamarme Renee.
- Encantado. – contestó.
El silencio seguía latente entre nosotros, igual que sus nervios. Yo me estaba divirtiendo y por un momento, una parte de mi, muy pequeña, se olvidaba del sufrimiento que se amontonaba en mi interior. Decidí jugar un rato mas.
- ¿Querías algo? – pregunté mordiéndome el labio inferior y mirándolo a los ojos.
- Solo conocerte - contestó un tanto mas seguro de si mismo. Esa seguridad me sorprendió.
- Pues ya me conoces – añadí.
Cogí el baso de agua que descansaba sobre la mesa y bebí un trago y después comí el ultimo bocado de comida que me quedaba en el plato.
Me di cuenta de que miraba a la mesa que estaba detrás de la mía así que me gire. Alrededor de esa mesa cinco chicos de la misma edad que David lo miraban con cara de envidia.
Decidí que era el momento de jugar de verdad. Me levanté y me acerqué a David. Me agaché y susurré en su oído.
- Voy al servicio, espérame. – y después de eso le di un beso en la mejilla.
Mientras me dirigía al baño los gritos y alabanzas de sus amigos inundaban el local.
Me miré al espejo. No me había arreglado prácticamente nada antes de salir de casa así que me acomodé un poco el pelo. Cuando estaba saliendo ya del servicio una mano me sujetó por la cintura.
- te dije que me esperaras en la mesa, David – dije coqueteando con el humano desconocido.
Entonces esa mano se volvió brusca y fuerte, casi violenta, y me dio la vuelta.
- No soy David. – me dijeron esos ojos furiosos y profundos.
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