Rosalie No comprendía aquellos sentimientos. Ella no deseaba a Emmett, no podía desear a un hombre a quien odiaba. Pero durante aquellos últimos días él había conseguido muchas veces que lo deseara, a pesar de su odio. Y su cuerpo lo había recordado aquella noche y respondido de nuevo, y no como ella había deseado que respondiese.
El se había enojado tanto después de que se le recordaron todas las razones por las cuales deseaba vengarse. Había conseguido dominarse bastante bien. Esas reacciones estaban sólo en sus ojos expresivos. Pero era suficiente para lograr que Rosalie temblase. A él le agradaba ver que Rosalie tenía miedo. Eso era casi suficiente para pacificarlo... casi.
Sus pies eran como de madera cuando se acercó a él con el lienzo suave para secarlo. Y su voz fría no la había aliviado en absoluto.
-Arrodíllate otra vez -le había ordenado-. Y ten cuidado, mujer, que no se te escape una sola gota de humedad. Si me enfrío por tu negligencia, te castigaré.
Lo había dicho como si las restantes amenazas no hubiesen sido en serio. Rosalie lo dudaba, pero en todo caso en aquel momento la inquietaba sólo aquélla. En actitud de autodefensa, se impuso secarlo lentamente, para tener la certeza de que no dejaba una gota de humedad en parte alguna de la piel
Fue una experiencia que deseó no repetir. Su temblor de miedo se había convertido en otra cosa. Y él lo sabía La observaba como un halcón, y podía ver perfectamente el efecto que ejercía sobre ella. Por supuesto, el efecto que ella ejercía sobre él era incluso más evidente, y se manifestaba en todo su esplendor. La fascinación de Rosalie ante la virilidad del hombre se repitió. Contra su voluntad, incluso lo acarició al secarlo.
En ese instante él le ordenó bruscamente que saliera. Rosalie se sentía sorprendida, pero no esperó a que le repitiese la orden. Huyó inmediatamente, y se encaminó hacia la escalera que conducía a las habitaciones de las mujeres, que comprendían las salas de costura y tejido.
Estas últimas estaban oscuras, pues todavía era temprano, y las otras mujeres estaban abajo, en el Gran Salón. Rosalie hubiera debido calmarse un poco, y después ir a buscar algo para comer. En cambio, utilizó una antorcha que cogió del corredor para encender unas pocas velas en la habitación, prepararse el jergón, ponerse de nuevo la camisola y acostarse.
Dormirse era otro asunto. Rosalie aún estaba despierta cuando cuatro de las tejedoras entraron Juntas. Hablaron en voz baja unos pocos minutos, y después todas fueron a acostarse y se durmieron sin la más mínima dificultad. Aún estaba despierta cuando el ruidoso rumoreo de su vientre se unió a los suaves sonidos de las otras mujeres que dormían. Permanecía despierta cuando se abrió la puerta, y una forma enorme se recortó en el hueco, contrapuesta a la luz que venía del corredor.
Rosalie sabía quién era. Incluso había sospechado que acudiría a verla, a pesar de que lo imaginaba gozando con Irina. A menos... ¿quizás creía que Irina estaba allí? ¿Venia a buscar a su favorita, y no a Rosalie? Pero se acercó a ella y dijo: -Ven. Ahora- Rosalie no dudó de que le hablaba a ella. Ninguna de las otras mujeres se movió. Rosalie tampoco reaccionó, excepto para menear la cabeza. El extendió la mano y repitió aquella única palabra. Ella se sintió asaltada por el recuerdo de las manos del hombre sobre su cuerpo, del placer increíble que ese cuerpo le había dado poco antes, y meneó de nuevo la cabeza violentamente. No deseaba de nuevo ese placer, por lo menos no de él.
Él habló respondiendo a su negativa, en voz baja, sólo para los oídos de Rosalie.
-Te sucede lo mismo que a mí, de lo contrario no continuarías despierta. Yo no quiero soportarlo más. Ven ahora, o te llevaré por la fuerza.
Ella temía la escena que sobrevendría, y que sin duda podría despertar a las demás, pero aun así no se movió. El agregó: -Tus gritos no importarán. ¿No lo comprendes?
Ella tenía un poco más de dignidad que todo eso. Pero como era probable que gritase si él la tocaba, se puso de pie y salió con el hombre fuera de la habitación, sólo hasta el corredor vacío. El continuó caminando, pues esperaba que ella lo siguiese. Cuando al fin comprendió que Rosalie no estaba detrás, volvió. No estaba enojado. Por lo menos todavía. Se limitó a enarcar el entrecejo mientras preguntaba:
-¿Necesitas ayuda? La indiferencia del hombre era irritante.
-No iré contigo -dijo ella secamente-. Ya te has vengado de mí. Si me vuelves a forzar no será ojo por ojo.
-¿Te dije que sólo sería ojo por ojo, mujer? Después de lo que ha sucedido hoy vas a saber a qué atenerte. Lo que decida arrancarte, lo tendré. -Y después se encogió de hombros, poco antes de que la sonrisa sin humor se dibujase en sus labios-. Pero esto nada tiene que ver. Sencillamente, pensé que no eres mas que una sierva en este momento, y por lo tanto estás atada a mi, como otra sierva cualquiera. Eso significa que no puedes hacer nada sin mi permiso, y que como otra sierva cualquiera estás obligada conmigo. Si decido levantarte las faldas y gozar de lo que tienes entre las piernas, en cualquier momento, en cualquier lugar, es mi privilegio. De modo que si te digo que vengas a mi cama, te apresurarás a obedecerme. ¿Está claro? -Si, pero... -¿Sí, qué? -Mi señor -masculló ella.
-Aprendes con lentitud. Pero por otra parte, qué puede esperarse de una mujer tan estúpida.
-No soy estúpida... mi señor.
-¿No lo eres? ¿No te parece que fue estúpido tratar de robarme un hijo?
-No estúpido -confesó ella-, sólo equivocado... pero no tenía alternativa.
-Nadie te había puesto un cuchillo en el cuello -dijo él con voz dura.
Habían advertido a Rosalie que no presentara excusas. El estaba irritado y no era probable que las escuchase, aunque ella se atreviese a intentar que la entendiese. Sin embargo, no podía dejar pasar algunas de las cosas que Emmett había dicho, aunque eso lo enojase todavía más.
-Lord Emmett, sabes muy bien que no soy sierva. Si lo fuera, sin duda estaría de acuerdo con todo lo que dices, e incluso quizá reaccionara de distinto modo cuando... me convocas en medio de la noche. Pero llamarme sierva no consigue que lo sea, no modifica mis sentimientos, no me permite aceptar lo que tú denominas "tu privilegio".
-Te gusta decirme que no tuviste alternativa. ¿Y crees que tienes alternativa con todo esto?
-Si es así, tendrás que encadenarme otra vez -le aseguro Rosalie-, jamás iré voluntariamente a tu cama. El rió cruelmente al observar su confianza. -Mujer, te puse esas cadenas por tu bien, no para el mío. Yo habría preferido que te resistieras, no deseo tu sometimiento. No, quiero tu odio, y tu vergüenza cuando al fin sucumbas. Quizás incluso esta vez te haré rogar... rogar lo que no deseas recibir.
Ella palideció al oír aquellas palabras, aunque él no percibió la palidez en la penumbra. Rosalie podía recordar la última vez en la cama de Emmett, cuando él había jugado con la joven y la había excitado de tal modo que ella se había estado dispuesta a rogarle que la poseyera... no pudo hacerlo porque estaba amordazada y eso hubiera sido más humillante de todo el resto combinado. Pero ella estaba encadenada entonces, y no podía impedir esas caricias íntimas. Liberada, lucharía, de modo que él no podría llevarla de nuevo a esa cumbre de la necesidad ardiente... no, ni siquiera podría lograr que ella le rogase. Jamás.
Armada con esa convicción, se disponía a cometer el absurdo error de decirle que lo que buscaba era imposible, es decir, que aquel era el medio más seguro para demostrar lo contrario de lo que pretendía. Y entonces su vientre interrumpió el silencio con una queja ruidosa. Incluso eso la avergonzó, sobre todo cuando él bajó los ojos para mirar fijamente el órgano de donde partía el sonido.
-¿Cuándo comiste por última vez? -preguntó Emmett.
-Esta mañana.
-¿Por qué? Tuviste tiempo sobrado...
-No lo tuve antes de tu baño, y después, yo... sólo deseaba ocultarme y tratar de recobrar el ánimo.
-No me culparás por haberte perdido una comida, y tampoco volverás a perderla. No me importa si mueres de hambre, pero tendrás que esperar hasta que mi hijo ya no dependa de ti. Ya tienes muy poca carne sobre los huesos. Si te saltas otra comida, te castigaré.
Rosalie empezaba a no sobresaltarse cuando oía aquellas amenazas. Parecía que hablaba en serio, que tenía la intención de cumplir lo que decía, pero las formulaba con demasiada frecuencia y por eso mismo ya no inspiraba mucho temor.
-No tengo la intención de morir de hambre para evitar tu venganza.
-Bien, porque comprobarás que no tienes modo de escapar. Ahora, ven...
-Regreso a mi propia cama.
-Te vienes conmigo... ¿y no te advertí que no debías interrumpirme?
-Si, pero como tú no cumples esa norma, no creo que desees que se te considere un hipócrita además de un monstruo.
Volvió a dibujarse en su rostro aquella sonrisa sin alegría En realidad, la sonrisa era mucho más intimidatoria que su amenazas, porque siempre había sido preludio de los castigos El se adelantó un paso. Ella retrocedió otro. -¿No pensarás escapar de mí, verdad, mujer? -se burló él Ella levantó el mentón.
-SÍ, ¿por qué no? De todos modos, tu intención es castigarme. Y no tengo otro recurso que ser más veloz que tú, patán gigante.
Antes de que diese el paso que le permitiría apoderarse de Rosalie, ella pasó por su lado, en dirección a la escalera circular que comenzaba al final del corredor. Si podía llegar al salón, encontraría muchísimos lugares para ocultarse, incluso entre los servidores que allí dormían. Pero lo que tenía en la mente era el depósito que estaba en el sótano.
Rosalie descendió los peldaños de dos en dos. Oyó que él maldecía detrás, escuchó el silbido de su propia respiración y el roce del acero sobre la piedra, al pie de la escalera. Rosalie consiguió detenerse a tiempo. El hombre que le cerraba el paso tenía una vela en una mano, la espada en la otra. No era mayor que ella, pero tenía por lo menos un palmo más de estatura.
Rosalie no pudo encontrar el modo de esquivar la espada o al Joven que la empuñaba. Se sintió alzada por detrás, y oyó la voz de Emmett:
-Aparta ese arma, Bernard, y ve a despertar al cocinero. Pero tan pronto como el joven fue a cumplir la orden, la voz dura cobró un acento suavemente amenazador al murmurar junto al oído de Rosalie:
-Si no habías merecido el castigo antes, lo tendrás ahora... pero primero, comerás.
La cocina era un lugar inquietante sin el gran fuego que crepitaba y las muchas antorchas que disipaban las sombras. El gato emitió un gruñido quejoso antes de extenderse detrás del mozo. El cocinero mascullaba acerca de su sueño interrumpido; Bernard sostenía en alto la vela, de modo que el cocinero pudiese ver lo que estaba haciendo. Rosalie continuaba encerrada en los brazos de Emmett. Cada vez que se movía un poco, él interpretaba el gesto como un intento de huir, y apretaba con más fuerza los brazos.
Cuando al fin la sentó en un taburete, frente a la mesa, Rosalie encontró una excelente diversidad de alimentos, entre los cuales podía elegir; todos eran platos fríos, pero aun así tentadores para un vientre vacío. La media hogaza de pan todavía estaba blanda, lo mismo que la mantequilla distribuida sobre ella. Había una gruesa tajada de carne asada, algunos pedazos de ternera, un trozo de caballa condimentada con menta y perejil, aunque sin la salsa de acedera que lo había acompañado antes. Un trozo de queso, peras, y una tarta de manzana completaban la comida, además de un Jarro de cerveza.
-¿No han sobrado perdices? –pregunto Emmett al cocinero cuando Rosalie empezó a comer.
-Una, mi señor, pero lady Melisant pidió que se la sirvieran por la mañana...
Emmett lo interrumpió para ordenar:
-Sírvela. Mi hermana puede comer lo que se prepare para el desayuno, como haremos todos los demás. Ahora esta mujer se muere de hambre.
Rosalie no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Emmett sabía que estaba creándole otro enemigo? No se le quitaba cosas una de las damas de la casa para darlas a una criada A una huésped, tal vez, pero no a una criada. Y además el cocinero tendría que lidiar por la mañana con la enojada Melisant de modo que ahí tenía también un enemigo; y el cocinero era marido de Mary Blouet, que tenía a Rosalie a su cargo
-Aquí hay más comida de la que puedo tomar -les aseguró Rosalie-. No necesito...
-Necesitas variedad -insistió Emmett
-Pero no me gusta la perdiz -mintió la Joven.
-No sólo te alimentas tú -replicó él.
Aquel comentario le enrojeció la cara a causa de la vergüenza, sobre todo porque allí estaban los otros dos hombres, que la miraban de diferente modo, como si la extraña conducta de Emmett ahora fuese más comprensible. A ese paso, la noticia de que estaba embarazada probablemente se difundiría por todo el castillo. Este hecho, unido a la gran atención que Emmett concedía a Rosalie, facilitaría a todos adivinar quién era el padre. ¿A él no le importaba? No, ¿por qué debía importarle, si su propósito era apoderarse del niño?
La frase de Emmett provocó la mirada hostil de Rosalie. -Ni el niño ni yo queremos perdiz, no la queremos- El la miró un momento antes de aceptar con tono de rezongo:
-Muy bien. -Y después se volvió hacia el aliviado cocinero y agregó-: Pero debería beber vino en lugar de cerveza. Trae una botella de ese vino suave que envié desde Tures. Rosalie tensó el cuerpo. También el cocinero, que dijo: -Mi señor, tendré que despertar al mayordomo para conseguir la llave. -Pues hazlo.
Rosalie acababa de evitar el ganarse dos nuevos enemigos al renunciar a uno de sus platos favoritos. No estaba dispuesta a conseguir otro, el mayordomo, al aceptar su propio vino, el cual probablemente se asfixiaría, porque era suyo. Era cruel ofrecerle la bebida que le habían arrebatado, pero no podía atribuir esa crueldad a Emmett, porque él no sabía que Rosalie era la señora de Tures.
Detuvo al cocinero que ya se dirigía a la escalera.
-Master Blouet, eso no será necesario. En este momento el vino me hace daño -mintió Rosalie-. Por eso no puedo beberlo
El cocinero se volvió esperanzado, para obtener la confirmación de su señor, pero Emmett estaba mirando irritado a Rosalie.
-Es extraño -dijo-, que lo que provoca molestias a otros es lo que te hace daño precisamente ahora -dijo a la joven.
-No es así -replicó con aire de duda, y después agregó con hostilidad-: Nunca vuelvas a violar mis órdenes, mujer. Si Master Blue te obedece, en lugar de acatar mis mandatos, recibirá diez latigazos.
Al escuchar eso, el pobre cocinero subió deprisa la escalera para despertar al mayordomo. Rosalie dejó de comer, y se llevó las manos al vientre, de modo que Emmett supiera que le estaba echando a perder el apetito.
-Tu actitud de rechazo es despreciable -murmuró Emmett ante el descaro de Rosalie. Ella preguntó:
-¿Qué harás con el vino? Yo no lo beberé. -Ordenaré que lo lleven a mi dormitorio, para beberlo, como te llevarán a ti apenas hayas concluido la comida; a menos que ya hayas terminado... -Rosalie volvió tan deprisa a la comida, que la sonrisa sin alegría apareció de nuevo en los labios de Emmett-. ¿Bernard? Bernard no necesitaba que le repitiesen la orden.
-Sí, mi señor, apenas haya terminado -aseguró el muchacho.
Emmett puso un dedo bajo el mentón de Rosalie, que ella estaba moviendo enérgicamente al masticar.
-No te atiborres, mujer, y no tardes demasiado; de lo contrario tendré que regresar aquí para ver qué te demora, y eso no me agradaría. La dejó sola con el escudero y la comida. Rosalie masticó más lentamente, pero la ansiedad comenzaba apretarle el estómago. Se disponía a violarla otra vez De hecho, había prometido hacerlo.
Tal vez debía rechazar al muchacho y no a EMmett después escapar y ocultarse. Bernard era más corpulento que ella, aunque aún no se había desarrollado por completo de modo que ciertamente tenía más posibilidades de huir de él que de su amo. Pero de ese modo lograría que castigasen al escudero. ¿Y si Emmett venía a por ella?, ¿no despertaría a otros con el fin de que le ayudasen a buscarla? Por supuesto aquel canalla desconsiderado adoptaría precisamente esa actitud. No le importaba que la gente del castillo trabajase de firme el día entero y que necesitara dormir. Tampoco a ella le importaba, pero en todo caso no deseaba que todos los habitantes del castillo la mirasen con odio, pues allí no había una sola alma que la protegiese de la venganza y los insultos.
-Es mejor que se dé prisa -dijo Bernard desde atrás-. El humor de mi amo no incluye la paciencia: no le gusta esperar mucho tiempo.
Ella no miró hacia atrás para contestar. -¿Y qué? Ahora vendrá a buscarme. ¿Crees que eso me importa? Venga o no venga, tendré que soportar su cólera. Y sus pequeños castigos...
Rosalie se preguntó cuál sería la humillación que la esperaba por haberlo desafiado en el corredor, Junto a las habitaciones, por escapar de él, por contrariarlo. ¿Los ruegos que había mencionado? ¿Algo peor? No. ¿Qué podía ser peor que rogar placer a un hombre a quien despreciaba? -Eres una mujer perversa, y no agradeces su generosidad. Rosalie se atragantó con la carne que estaba masticando. Cuando el acceso de tos se calmó, se volvió para mirar con odio al Joven que había formulado aquella absurda declaración.
-¿Qué generosidad? -preguntó
-Te alimenta después de que ya se ha cerrado la cocina. Antes de hoy, nunca la habían abierto en estas circunstancias. Master Blouet no se atrevería a hacerlo ni aunque él mismo estuviera muriéndose de hambre.
-Alimenta a su hijo, no a mí -se burló.
-El no abriría la cocina ni siquiera para sus hermanas -replicó el joven.
-'Tú lo sabes todo! -exclamó ella, impaciente-. Ese hombre me odia. –
-Cuando te desea antes que a otra? ¿Cuándo vaciló horas enteras ante la posibilidad de despertarte, pese a que su necesidad era grande? ¿Cuándo incluso te llevó en brazos para que no cogieses frío porque estabas descalza?
Ella podría haber refutado cada una de aquellas afirmaciones pero se había sonrojado intensamente ante la mención de la necesidad de Emmett, la que ella había provocado durante el baño. Rosalie había supuesto que mandaría llamar a Irina. ¿Por qué no lo había hecho? Porque contigo se venga Y satisface su necesidad. Pero, ¿por qué había esperado tanto tiempo? Porque a decir verdad él no podía soportar el contacto con el cuerpo de Rosalie, del mismo modo que ella no podía soportar el contacto... no, estaba mintiéndose. En realidad, jamás la había molestado tocar ese cuerpo hermosamente formado cuando lo había tenido en su poder. Y esa noche, se había excitado al tocarlo, a pesar de que él no la tocaba. ¡Pero eso le molestaba! ¡Le molestaba el efecto que él producía en ella!
-¿No importa que yo no desee sus atenciones? -preguntó Rosalie, como si pudiera lograr que el muchacho la comprendiera y cambiase de opinión. El se limitó a contestar -Ya te lo he dicho, eres perversa.
-¡Y tu eres ignorante y prejuicioso! Tu señor es un individuo cruel y vengativo...
-¡No! -exclamó Bernard, ahora irritado-. Es bueno y benévolo con quienes lo sirven. Sólo castiga a sus enemigos. -Y yo soy uno de sus enemigos -murmuró Rosalie, volviéndole la espalda
Miro Fijamente la comida que ya no deseaba, y oyó que Bernard decía:
-Bien -dijo finalmente Bernard, y la depositó en el suelo-.
Es te piso de madera no es tan frio Necesito recuperar el liento y tu puedes continuar tu camino. O Podía hacerlo? Rosalie decidió ser tan perversa
-¿Su enemigo? ¿Una mujer? ¿Qué has podido haber hecho. Para ganarte su enemistad?
Sólo violarlo Y robarle un hijo. Pero aquel era un crimen tan abrumador a sus propios ojos, que Jamás lo reconocería nadie. Era probable que Emmett cambiase de idea y la asesina si hablaba, porque por lo menos la mitad de su odio provenía del hecho de que alguien pudiera haberle infligido aquella ofensa, a él, que era un señor tan poderoso.
De modo que no contestó y se limitó a decir con voz desfallecida:
-Si piensas llevarme con él, hazlo. Ya he terminado aquí El cocinero volvió con el mayordomo, y se acercó presuroso.
-Muchacha, ¿no te agradan los restos? -Master Blouet, ha sido una comida excelente, pero ya estoy satisfecha. Y en adelante haré todo lo posible para comer a horas normales, de modo que no le molesten de nuevo. El desechó la disculpa:
-El niño debe alimentarse. Me ocuparé de que recibas siempre una ración más abundante. -No, no es necesario... -Lord Emmett así lo quiere. Y lo que lord Emmett quería, se hacía.
Rosalie rechinó los dientes y salió de la cocina. Pero antes de llegar a los peldaños de piedra, la atraparon por detrás, como antes. Pero en estos brazos no se sentía segura. Tenia la impresión de que podía caerse de un momento a otro. -Suéltame, Bernard. Soy perfectamente capaz de... -Perversa -repitió el Joven, mientras subía los peldaños-. Prefiere enfermarse y morir de modo que a mi me desuellen a latigazos. Realmente perversa.
-Tonto, es más probable que me rompa el cuello cuando me caiga contigo.
-Es caballeroso ayudar a todas las mujeres... pero la próxima vez ten la bondad de usar zapatos.
¿Estaba quejándose? Rosalie le habría arrancado las orejas, pero temió que a causa de la sorpresa la dejase caer. Dios protegiera de los aspirantes a caballero.
¿-Cómo puedes saber si el piso esta frio cuando tu no estás descalzo? Se me hielan las plantas de los pies. Después de todo, tendrás que llevarme.
Él estaba de pie, jadeante. El oscuro salón se extendió ante ellos y había sólo una antorcha al fondo para iluminar el angosto sendero entre los cuerpos dormidos de los criados. Bernard la miró horrorizado.
-Ah... ¿quieres que te preste mis zapatos?
-Lo que quiero es regresar a mi propia cama. El horror de Bernard se acentuó.
-¡No puedes hacer eso!
-Pues mírame.
Rosalie se volvió y comenzó a recorrer el sendero, pero apenas habían pasado cinco segundos cuando se sintió levantada de nuevo. Ahora Bernard estaba enojado, y le habló con verdadero malhumor.
-Amiga, esos aires de gran dama no te van. ¿Crees que el favor de un señor te eleva a esa condición? No es así, y será mejor que lo recuerdes.
Las palabras de Bernard la ofendieron, y la indujeron a contestar sin pensarlo.
-No necesito que me eleven a una jerarquía que ya es mía. Tu magnífico y benévolo señor fue quien quiso hacerme algo distinto de lo que soy, a pesar de que soy la señora de... -Su sentido común regresó antes de que dijese "Tures". En cambio, dijo "Kirkburough"-. Un lugar que él destruyó hace poco.
-Mientes, mujer.
-Y tu hablas como tu amo, estúpido -replicó Rosalie-. En realidad, la única mentira que te he dicho ha sido que tenía frio en los pies. ¡Ahora, suéltame!
Obedeció, y la soltó porque en realidad ya no tenía fuerza los brazos. Pero eso no sirvió de mucho a Rosalie, pues habían llegado a la antecámara del dormitorio, y la puerta del aposento interior estaba abierta. Pronto apareció él atraído por la voz sonora de Rosalie. '
-¿Qué te sucede? –preguntó Emmett a su escudero, pues el muchacho jadeaba visiblemente.
Rosalie contestó antes de que pudiera hacerlo Bernard -Quiso imitarte y traerme, pero descubrió que tiene que crecer un poco antes de empezar a representar el papel del bárbaro que impone su voluntad a las mujeres.
La doble burla no pasó inadvertida para ninguno de los dos varones. Bernard se sonrojó intensamente. Emmett sonrió la misma sonrisa helada que Rosalie detestaba.
-De modo que mi nueva sierva tiene garras, ¿eh? -contestó Emmett-. Ya me ocupare de cortárselas. Entra, Rosalie.
Ella no se movió ni un centímetro, horrorizada por lo que acababa de hacer. ¿Qué la había inducido a pensar que podía burlarse de él e insultarlo sin pagar el precio? Pero de todos modos, mientras se viese obligada...
-Yo... estoy harta de aceptar castigos que no merezco... -Dirigió una mirada a Bernard antes de terminar con estas palabras-: Si quieres que entre ahí, tendrás que arrastrarme. Ya te lo dije, no iré por propia voluntad.
Todo habría estado muy bien si Bernard no bloqueara la única salida, pero ésa era la situación, y por lo tanto Rosalie no tuvo adonde ir cuando Emmett aceptó su desafío y se acercó para aferraría. Y aunque intentó con todas las fuerzas que poseía soltar su muñeca del apretón de los dedos de Emmett, se vio llevada bruscamente al dormitorio, y allí el cerró de un golpe la puerta. No se detuvo hasta que se acerco a la cama y la arrojó sobre ella.
Después, lentamente, y con evidente placer, acercó su cuerpo al de Rosalie, hasta que ella comprendió que no tenía la más mínima posibilidad de apartarlo.
-¿Ves ahora qué poco importa tu voluntad? -la provoco.
-Te odio.
-Te retribuyo de todo corazón el sentimiento, y te aseguro que si se trata de odiar tengo mucha más practica que tú. -Estaba mostrándole su sonrisa cruel, de modo que Rosalie alimentó pocas dudas acerca de la sinceridad de sus palabras.
De pronto sintió deseos de llorar. Incluso unas pocas lágrimas asomaron a sus ojos, y los iluminaron con el brillo de un par de joyas
EI vio las lágrimas y momento, y las examinó pensativo durante un momento antes de decir:
-No pensarás facilitarme las cosas, verdad? ¿Dónde está la resistencia que me prometiste?
-Tú te complaces demasiado con mi odio y mi resistencia. Prefiero no concederte el más mínimo placer.
-Mujer egoísta -se burló él, aunque de pronto en sus ojos se manifestó un auténtico humor-. ¿De modo que piensas dejar inerte el cuerpo, y abrigas la esperanza de que yo me aburra y te abandone?
Ella aún no conocía ese tipo de reacción en Emmett, y dijo con expresión fatigada
-Ahora que lo mencionas...
Él se rió, confundiendo a Rosalie, y rió todavía más cuando vio la confusión de la muchacha. Después, acercó la mano a la mejilla de Rosalie, una mano tan suave, y el pulgar se deslizó lentamente, inquietante, sobre la totalidad del labio inferior. -¿Qué voy a hacer contigo?
La pregunta no pareció destinada a ella, era simplemente como si pensara en voz alta. Pero de todos modos, ella contestó
-Déjame ir.
-No, jamás -dijo él con voz suave, mientras fijaba los ojos en los labios de Rosalie-. Tú eras virgen en más de un aspecto. ¿Y qué me dices de esto?
La miraba con ojos cálidos y con una sonrisa que lo hacía enormemente apuesto. Rosalie casi se sintió hipnotizada. Entonces, sus labios tocaron los de ella. Lo había previsto, estaba preparada para resistir, pero no para la imprevista participación del resto de su propio cuerpo, sobre el cual no ejercía ningún control. La lengua de Emmett rozo los labios de Rosalie, y ella experimentó sensaciones en el vientre.
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