La obra de Crepúsculo le pertenece a nuestra muy queridísima y muy respetada Stephenie Meyer. Personas como yo sólo nos divertimos con sus personajes para entretener, divertir, hacer soñar y suspirar. (En este capítulo van a suspirar y mucho más).
Gracias a todas las lectoras que con sus votos y comentarios han hecho que alguien tan simple como yo pueda tener las ideas más locas y estúpidas para hacer de esta historia un sueño hecho realidad. Todas ustedes con sus palabras mágicas y sencillas son la fuente de mi inspiración aunque no lo crean :)
Ya se que los capítulos anteriores las ha mareado un poco y las ha dejado ansiosas por saber todos los secretos que esta historia oculta, pero no se preocupen, poco a poco la verdad saldrá a luz, más rápido de lo que canta un gallo. Sólo recuerden, después de una tormenta aparece un bello y hermoso arco iris en lo más alto del cielo (;
Ahora bien, dejémonos de toda esta palabrería absurda y aburrida y que empiece la acción...
Edward Pov:
Hoy a Isabella Swan le daban de alta, y yo aún no me atrevía a acercarme a su habitación para entablar una conversación con ella, a fin de conocerla un poco más, saber quién era, qué le gustaba, saber cuál era su color favorito, su comida favorita, y todos esos detalles que la mayoría de las personas creen que son estúpidos. Pero la verdad era que con esos simples e insignificantes detalles se lograba alcanzar la afinidad con otra persona, podemos llegar a querer a una persona, y también a amarla.
Son esos pequeños detalles los que nos forman como persona y como seres humanos que somos, son nuestra essencia.
Aunque desde hace nueve años yo ya no me sentía capaz de mostrar afecto a otra persona que no fuera mi familia, pero Isabella Swan había despertado esas esperanzas nuevamente en mi desde la primera vez que la vi, cuando la estaban acomodando en la camilla para llevarla a quirófano y aplicarle una cirugía. Y ese momento en el que una electricidad nos recorrió de pies a cabeza, al rozar su suave y hermosa piel con la mía. Estuvimos a punto de un beso, pero desde ese día no me había atrevido a verla nuevamente.
Me encontraba solo en mi oficina esperando a que un milagro sucediera, y que ese mismo milagro me llevara consigo a la habitación de la Srta. Swan.
Eran las 3:05 pm y ella estaba a punto de irse del hospital, debería estar recogiendo sus cosas.
Y la cruda y dolorosa verdad llegó a mí como si mil navajas se me clavaran en la espalda, ¿Y si más nunca la volvía a ver? Según sus documentos de identificación, Isabella nació, creció, estudió, trabajó, y vivió en Phoenix, Arizona, ¿Y si volvía a su casa en Phoenix? ¿Cómo la encontraría? ¿Qué excusa le daría para ir a verla?
Debía hacer algo y rápido. Sin más preámbulos me paré de la silla de mi oficina y me encaminé hacia su habitación, con la simple intención de llevarla a cenar en un modesto y tranquilo restaurante para conocernos, hablar y hasta llegar a una relación de amigos, tener una amistad que no se basara sólo en la de un doctor y su paciente.
Isabella era callada y misteriosa, muy diferente del resto de las mujeres que había conocido en mi vida hasta el momento, y muy diferente de Tanya. Isabella no era como las demás, definitivamente.
Iba decidido a ir a su habitación y hablar con ella de una maldita vez. Estaba a medio camino de su habitación e iba acelerando mis pasos, hasta que algo, o mejor dicho, alguien se atravesó en mi camino, era Victoria.
-Victoria no tengo tiempo para tus...- pero me fue imposible terminar la frase ya que la muy zorra estampó su labios contra los míos, provocándome la sensación más asquerosa del mundo y del universo.
¿Es que acaso no tenía vergüenza? ¿Dónde había quedado su dignidad? Estábamos en medio del pasillo en pleno Hospital, y aunque tratará de alejarla de mí, y apartar su cara de la mía, la muy descarada hacia más fuerte su agarre de manos en mi cabello, inmovilizando así mi cabeza.
Ella era una mujer, aunque fuese difícil de creerlo, pero jamás le había levantado la mano a una mujer y mucho menos golpear a una, por lo que traté de zafarme de su agarre con un poco de gentileza y caballerosidad, como me había criado mi madre Esme, aunque se tratara de una cualquiera como Victoria.
Pero esa no fue la peor parte, lo peor de todo aquello que estaba ocurriendo en ese momento, fue que mientras mientras trataba de liberarme de su agarre para terminar de una buena vez ese asqueroso y horrendo beso, fue que se escucharon unos pequeños sollozos, y al separarme bruscamente de Victoria y cortar ese maldito beso, me di cuenta de que teníamos una espectadora, nada más y nada menos, que la propia Isabella Swan en carne y hueso.
Odié con todas mis fuerzas a Victoria en ese momento, la cual se encontraba recostada de la pared blanca del pasillo, y tenía una sonrisa burlona en su cara, como si hubiese ganado un maldito trofeo. Lo único que se había ganado era mi odio eterno hacia su persona.
Frente a nosotros se encontraba una Isabella que sollozaba, y de sus ojos color chocolate salían pequeñas lágrimas, y su mirada se clavaba en mi, como si hubiese cometido un delito. En su mirada se ocultaba una rabia y tristeza indescifrables, y sin más, dió media vuelta y salió corriendo de ese lugar como si hubiese visto un fantasma.
Había sido un imbécil y un completo idiota por haber caído en la trampa de Victoria, y en ese beso asqueroso. La boca me savía a tierra podrida.
Salí corriendo tras Isabella, no sin antes haberle botado todo mi veneno a Victoria con un millón de insultadas. Corrí detrás de Isabella, como un policía que persigue a un ladrón, y cuando logré alcanzarla, esta ya se encontraba en la salida del Hospital haciéndole señas a un taxi para que parara.
No pude controlar toda mi furia por lo sucedido con Victoria cuando le hablé a Isabella, la cual me daba la espalda y no se atrevía a mirarme.
-¿¡Adónde vas!?- mi tono de voz era fuerte y elevado, no podía controlar la rabia que se apoderaba de mí en ese instante, estaba a punto de perder mi oportunidad para conocer a Isabella, quizás para siempre. Pero lo que realmente me dolió fue la respuesta fría, distante y seca que me dio Isabella.
-Lejos, lejos de este lugar, y lejos de ti.- y algo dentro de mi ya muy roto corazón se partió en dos, tal vez la esperanza de volverme a enamorar de una persona como Isabella, la cual me llamaba mucho la atención, se había desvanecido como la esperanza de ser feliz junto a Tanya hace nueve años.
Se monto dentro del taxi, y éste salió volado de ese lugar hacia un destino que yo desconocía.
Me quedé un largo rato parado en ese lugar sin saber que hacer, y no sé si fue tanta la rabia que cargaba en ese momento, que no había dado cuenta de las pequeñas gotas de lluvia que comenzaban a caer del cielo.
El cielo de aquel pueblo había sido mi reflejo desde hace nueve años, si yo lloraba el cielo también lo hacía, y aquella situación en la que me encontraba no fue la excepción de aquel fenómeno.
Sin ánimos de volver al trabajo me dirigí inmediatamente hacia mi Volvo plateado, y me dirigí a mi Penthouse con una velocidad mayor a 200 km/h. En menos de lo que canta un gallo llegué a ese lugar al que solía llamar hogar, y me dirigí a mi habitación, y me quite la ropa que cargaba puesta, la bata, mis mocasines negros, mis pantalones de vestir grises y mi camisa manga larga azul marino. Me vi en el espejo del baño y lo único que pude ver fue un ser humano solo, vacío y sin esperanzas de continuar vagando en este mundo caótico y lleno de maldad.
Así, frente a mi reflejo, tomé la decisión de que si el mundo me iba a mostrar su maldad en todo su esplendor, entonces que se aguantara y se agarrara de la silla, porque yo iba a hacer lo mismo, iba a ser malo, realmente malo, rebelde y dominador. Y sin perder más tiempo del que ya había perdido me encaminé hacia mi armario, y saqué de allí mis jeans negros desgastados de todo típico adolescente, cosa que ya no era desde hace algunos años, y me los puse. De uno de los compartimentos seleccioné una playera blanca de mangas cortas y mi chaqueta de cuero negro, y finalmente me puse mis converse negros. Tenía el mismo aspecto que tuve a los 17 años.
Fui hasta la mesita de noche que estaba al lado de mi enorme cama King Size, y de la primera gaveta saqué la caja de cigarrillos que aún guardaba. Agarré uno, lo prendí y me lo llevé a la boca, inhalé el humo lo más que pude y finalmente lo exhalé, dándome esa sensación de rebeldía que no tenía desde hace mucho tiempo.
Agarré mi billetera y la metí en uno de los bolsillos de mis jeans, también agarré mi IPod Nano que guardaba desde hace casi 3 años, y puse la canción que consideraba mi muy particular himno nacional desde que cumplí los 16, Fuck Authority de Pennywise. Salí de la habitación rumbo al garaje, donde guardaba mi Volvo plateado, un Lamborghini amarillo canario, que casi nunca usaba, y mi motocicleta, una Harley-Davidson.
Cuando fui adolescente era un amante de las motocicletas, y la Harley-Davidson fue mi obsesión más grande, después del piano. Era de esos adolescentes que participaba en las carreras callejeras, y las ganaba todas y cada una de ellas, por supuesto.
Aún conservaba la Harley-Davidson para recordar quién fui una vez, y sin más preámbulos me monté en aquella motocicleta, la prendí haciendo un ruido ensordecedor con el motor, y salí volado de aquel lugar.
Sentir el viento frío golpear mi cara con tanta fuerza como lo hacía cuando andaba en aquella moto mientras escuchaba Fuck Authority, era una de las cosas jamás cambiaría por nada del mundo...
Someday you gotta find another way
You better right your mind
And live by what you say
Iba a casi 200 km/h, saltándome unas cuantas normas de la ley de tránsito...
I say fuck authority
Silent majority
Raised by the system…
Me saltaba las luces rojas del semáforo, pasaba entre los carros, me montana en la acera, y un sin fin de cosas más...
Sick of your lies
Fuck no, we won't listen
We're gonna open your eyes…
Nada ni nadie me detenía, y mi único destino era Berry's Bar.
Frustration, domination, feel the rage of a new generation,
We're livin', we're dyin' and we're never gonna stop, stop tryin'.
Al llegar llegar a mi destino, estacioné mi moto en la acera, y antes de entrar al bar, un olor en particular a flores y fresas se me hizo familiar, pero no recordaba de donde.
Entré al bar y me diriguí a la barra, y alguien en particular llamó mi atención, en una mesa, un poco apartada, se encontraba sentada una rubia de ojos azules, muy hermosa debo decir, bebiendo una soda, aunque, habían dos sodas en la mesa, tal vez estaba esperando a alguien. No le seguí dando vueltas al asunto, y le pedí un vodka al bartender, y me tomé todo el contenido del vaso de un solo trago, pero en ese instante me entraron unas ganas horribles de ir al baño.
Me paré de la silla y me dirigí al baño que se encontraba al final del pasillo, el de caballeros se encontraba justo en frente de el baño de damas, toqué la puerta para cerciorarme de que estuviese desocupado.
Un golpe... Dos golpes... Tres golpes... y nada. Gracias a Dios que se encontraba disponible en ese preciso momento, mi urgencia era enorme.
Cuando al fin acabé, me lavé las manos y mojé mi cara con agua fría, el olor a fresas y flores se hacia más fuerte cada segundo, pero aún no recordaba de dónde lo recordaba.
Me sequé las manos y cara, y salí del baño dispuesto a no dejar ni una gota de licor disponible en este bar. Me lo iba a tomar todo como si fuese agua y como si el mañana no existiera. Ya nada importaba, no volvería a ver Isabella el resto de mi vida, tal vez ella no quería ni saber que existía por el maldito beso de Victoria.
Al salir del baño, frente a mi se encontraba una mujer de cabello marrón, como chocolate, de piel blanca, y con ese peculiar aroma de flores y fresas.
Justo en ese momento, el poco de conciencia y cordura que aún me quedaban me hicieron ver algo que había pasado inadvertido ante mi. Ese peculiar aroma que había captado desde que llegué le pertenecía Isabella Swan, y ella se encontraba frente a mí dándome la espalda, esperando a que el baño de damas fuese desocupado.
Toda esa realidad me golpeó como un ladrillo en la cabeza, tenía en frente de mi a la mujer que había mantenido mi cabeza ocupada por una semana, esta era mi oportunidad, al fin el cielo me sonreía.
-Isabella- la llamé por su nombre y volteó inmediatamente, en su cara se podía notar el asombro y un poco de alegría, o eso creía hasta que finalmente habló.
-¿¡Me estás siguiendo!?- en su tono de voz se podía distinguir la rabia que emanaba de ella en todo su esplendor.
-No, no te estaba siguiendo, llegué hace un par de minutos, no había manera de seguirte, aunque así lo deseé.- era todo o nada, todo o nada -pero ya que tenemos la enorme coincidencia de volvernos a encontrar, me gustaría que dieras un pequeño paseo conmigo, quisiera mostraste un lugar especial, y hablar contigo de ciertas cosas, si quieres.- le propuse finalmente.
-Lo siento pero mi amiga espera por mi- me contestó de manera seca y distante, pero no me daría por vencido, seguiría insistiendo.
-Entonces que tal si me acompañas afuera unos minutos, sólo una pequeña caminata, por favor.
-Vuelvo y te lo repito, mi amiga espera por mi, además no tengo nada que hablar contigo, creo que ya todo ha sido aclarado.- Así que la pequeña Isabella mal interpretó ese asqueroso beso.
-Por favor Isabella, sólo serán cinco minutos como mucho, no intentaré nada, por favor.- me arrodillaría si fuera necesario, tenía que hablar con ella, antes de que fuese demasiado tarde.
-Yo... Yo...- se veía la duda en su cara. Se debatía internamente si aceptar mi propuesta o no.
Y volvemos con la misma pregunta, ¿Qué pasó hace 9 años? ¿De qué quiere hablar Edward Cullen con Bella? ¿Dirá que si o no? Ahora la cosa si se pone realmente buena =D
Dejar comentarios es casi tan bueno como si Edward Cullen nos persiguiera como un policía por haber robado su corazón. :3
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