SORPRESA¡¡¡¡¡¡ Os dejo otro dejarme votos y comentarios por favor. Ya lo se es un poko corto lo siento.
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Para su sorpresa, la comida fue de lo más agradable. Quería saber cosas de la familia y Jesica no paró de contárselas.
-Gracias -dijo después de pagar la cuenta-. Necesitaba saber de todos vosotros.
-Tal vez nos veamos de nuevo. Ahora somos personas adultas -contestó Jesica.
Bella asintió. Ya no era la niña ingenua de antes y parecía que su hermana la respetaba. Tal vez después de haberse casado con un miembro de la aristocracia de Boston, Mike Newton, Jesica habría madurado y olvidado el odio que sentía hacia Edward.
Bella no tuvo ni idea de lo equivocada que estaba hasta esa misma noche.
Estaba en la ducha cuando Edward regresó. Cuando Bella entró en el dormitorio envuelta en la toalla se encontró con él que la miraba con unos ojos llenos de pura rabia.
-¿Edward? ¿Qué pasa? -preguntó ella transfigurada por el miedo.
Edward permanecía en el otro extremo de la habitación, controlándose.
-¿Te lo has pasado bien riéndote de mí, Bella? -preguntó él con voz tranquila bajo la que vibraba una furia atronadora.
-¿Qué?
-¡No te hagas la inocente! Y pensar que había creído que habías cambiado.
Arrastró la mirada por el cuerpo de Bella con tal ira que esta no quería que se le acercara. Al mismo tiempo, le dolía que estuviera tan lejos de ella, tan inalcanzable.
-Desafortunadamente para ti, tu hermana me ha contado tus planes.
-¿Qué planes? -preguntó ella poniéndose rígida.
-Tu hermana me dijo cuánto sentía tu deserción. Dijo que tenía que comprender que no podías casarte con un hombre como yo.
Bella no salía de su asombro. Entonces, Edward sacó algo del bolsillo y se lo tiró, pero ella no se movió para ver qué era.
-¡No le dijiste que era tu marido! -continuó Edward-. ¿Qué pensabas hacer cuando me abandonaras? ¿Pedir el divorcio, o simplemente ignorar que te habías casado por el rito de Zulheil? -el dolor que supuraba de esas palabras la hirió como un cuchillo.
Jesica había hecho todo aquello, pero no se saldría con la suya, pensó Bella. Su mentira era enorme, demasiado increíble. Seguramente Edward vería la verdad. Sabía cómo era Jesica.
-No estoy planeando abandonarte. Te ha mentido.
-Lo estás empeorando con más mentiras. El billete de avión que Jesica me pidió que te diera está a tu nombre, y eso no miente.
Con manos temblorosas que apenas podían sostener la toalla, Bella tomó el billete. Estaba a su nombre, y lo que era peor, detallaba los datos de su pasaporte. Era extraño, pero para su marido eran pruebas irrefutables de su traición.
-No -gritó-. Yo nunca haría algo así. Mi familia guardaba todos estos datos.
-¡Ya basta! He sido un idiota al creerte, después de todo, pero Emmett oyó cómo planeabais tu deserción -dijo Edward con una mueca.
Era obvio que Emmett no había oído la respuesta que le había dado a su hermana. Se movió hacia él, olvidando que llevaba puesta la toalla.
-Escucha
-La verdad está clara. Siempre he sabido lo que ibas a elegir. Ni tu cuerpo bastará esta vez para engañarme. Aunque, si quieres, puedo aprovechar la invitación.
La mirada de desprecio que le lanzó rompió el corazón de Bella. Era tan frío y desinteresado...
Muy avergonzada de su desnudez, levantó la toalla con dedos temblorosos y trató de razonar con él.
-Por favor, Edward, escúchame. Te amo... -le dio su corazón en un intento desesperado de conseguir su atención.
-Debes creer que soy tonto, Bella. Tu amor no tiene el menor valor -dijo Edward con una carcajada.
Con el corazón deshecho ante el abierto rechazo, e incapaz de pensar en la manera de convencerlo de su amor y de su lealtad hacia él sin reservas, Bella le tiró el billete de avión a la cara.
-¡Sí, es cierto! -mintió-. ¡Vuelvo a Nueva Zelanda y voy a divorciarme de ti!
Edward no dijo nada. Su cara parecía una máscara de roca. La ira que lo movía se había convertido en furia helada.
-Volveré y me casaré con alguien mejor que tú. ¡No sé en qué estaba pensando al casarme contigo! -continuó Bella. Quería llorar y gritar de dolor, pero aún le quedaba algo de orgullo. Si cedía, LO haría siempre.
-No saldrás de Zulheil.
-¡Ya estoy fuera de Zulheil! ¡No regresaré!
-Regresarás -dijo Edward.
-¡No! -contestó Bella iracunda-. ¡No tienes ningún derecho sobre mí!
-Vístete. Nos vamos hoy -dijo Edward sin emoción en la voz-. Si quieres hacer las cosas más difíciles, me encargaré personalmente de que regreses a Zulheil.
-No irás a hacer una escena -contestó ella, con el corazón destrozado por lo distantes que eran los ojos de Edward.
-Haré lo que tenga que hacer.
Sabía que iba a perder la batalla enfrentándose con el Jeque de Zulheil. Tenía el poder político para hacer lo que quisiera.
-No tengo ningún sitio adonde ir -dijo ella, y sus palabras escaparon de sus labios como unas lágrimas largo tiempo contenidas-. Lo dejé todo por ti. Todo. Todo.
La única respuesta a sus palabras fue el golpe de la puerta al cerrarse tras él.
Fuera del hotel, Edward sintió que perdía el control. Sabía cómo era Jesica, y cuando le había dicho aquello, no la había creído. Incluso ante la prueba del billete de avión, no la había creído. Y entonces fue a ver a Bella. Quería protegerla de la maldad de su hermana. Entonces lo había había visto encaminándose a la suite, y le había preguntado si Bella había hablado con él del viaje a Nueva Zelanda. Su mirada se había vuelto iracunda.
El guardaespaldas le dijo que, de camino a la agencia de viajes, su hermana le había preguntado a su esposa con qué fecha quería el billete. Después iba a decirle algo más pero el sonido de su busca LO detuvo. Se excusó y se marchó.
Edward había creído que se le rompía el corazón con las palabras de Emmett. Había sido una suerte que se hubiera tenido que marchar, porque si no habría visto cómo se deshacía en pedazos la compostura de su jeque.
Emmett era un guardaespaldas fiel, que no tenía ningún motivo para mentir, especialmente cuando adoraba a Bella. Edward se llamó idiota por aceptar la explicación de Bella de haber llevado consigo su pasaporte neozelandés. La había creído cuando le había dicho que había sido un descuido. Incluso después de lo que le había hecho, había vuelto a confiar en ella. Quería protegerla y tenerla siempre entre sus brazos.
De pronto, sintió una navaja afiliada retorciéndose en su interior al recordar a aquella mujercita de pelo rojo rogándole que la creyera, con los hombros y las piernas desnudas. Una mujer avergonzada cuando él se había mofado de su sensualidad innata. La sensualidad que él siempre había considerado un tesoro, que se había preocupado por cuidar y alimentar.
La cuchilla se hundió aún más en su pecho. Se obligó a recordar por qué estaba furioso. No había razón para que se sintiera como si hubiera roto algo de valor incalculable. Sólo que el dolor y la ira no lo dejaban pensar con claridad. La herida que sangraba en su pecho era una eterna agonía pero no quería pensar en ello, se negó a examinarse por creer que aquella traición le dolía tanto como si los rayos de cien soles le quemaran la piel desnuda. Había sobrevivido al rechazo de Bella una vez y lo volvería a hacer.
Aunque lo que sintiera por ella fuera cien veces más fuerte que la vez anterior. Y el dolor amenazara con volverlo loco.
Llegaron a Zulheil a media mañana.
-¿Adónde vas?
-A Abraz -contestó él sin mirarla siquiera.
-¿A qué?
Entonces Edward se volvió y la miró con sus ojos verdes llenos de furia.
-Voy a casarme con mi segunda esposa. Tú ya no me diviertes. Tal vez ella me demuestre más lealtad de la que tú me has demostrado.
-¿Vás a casarte con otra? -dijo Bella con el corazón helado.
-Me casaré con ella en Abraz. Será mejor que vayas acostumbrándote a ser sumisa.
-¿Cómo puedes hacerme esto? -preguntó ella deseando que Edward le estuviera haciendo aquello como venganza ante su supuesta traición. Entonces recordó a la hermosa Tanya, la mujer que había querido casarse con Edward... y que vivía en Abraz. Tanya, la glamourosa princesa de la que le había hablado Jesica muchos años atrás. Su peor pesadilla se había hecho realidad.
El hermoso rostro de Edward se mostraba cruel e inmisericorde con ella.
-Igual que tú al planear tu traición.
-¡No! No lo hice. ¿Por qué no puedes creerme? -dijo ella extendiendo la mano para agarrarle de la chaqueta, pero él se alejó.
-No quiero llegar tarde -dijo lanzándole una nueva mirada de desprecio por encima del hombro.
En ese momento, algo dentro de ella se rompió, pero no podía permitirse sentir dolor porque si lo hacía moriría desangrada. En vez de ello, comenzó a planear escaparse. Estaba preparada para lidiar con la ira de Edward, con su desconfianza, y con su rechazo, pero con aquello...
-Nunca lo compartiré. Nunca.
Había ido demasiado lejos esta vez. No podía huir en coche; los guardias fronterizos estaban bien entrenados. Aparte de eso, su piel era como una bandera que la diferenciaba del resto de los habitantes del desierto.
-El mar.
Bella se detuvo. El corazón le latía desbocado. Zulheil tenía una pequeña costa y un puerto comercial. Sería relativamente fácil colarse en uno de esos barcos extranjeros cuando parasen a repostar. Se dirigió hacia el escritorio y tornó pluma y papel. Los dedos le temblaban bajo la fuerza de la emoción, pero sacó fuerzas de flaqueza:
Edward,
Desde que llegué a Zulheil, has estado esperando que te traicionara y te abandonara. He vivido con tu desconfianza, pero no me iré en silencio como un ladrón. Te quiero tanto que cada vez que respiro, pienso en ti. Desde el momento que nos reunimos, no tuve en ningún momento la intención de separarme de ti. Fuiste mi primer amor; mi único amor: Pensé que podría hacer algo por ti, incluso sobrellevar el castigo por no haberte elegido hace cuatro años, pero hoy he descubierto mis límites. Eres mío y sólo mío. ¿Cómo puedes pedirme que te comparta?
Tu orgullo hará que salgas en mi busca, pero te pido que, si sientes algo por mí, no lo hagas. Nunca podría vivir con un hombre al que amo pero que me odia. Eso me mataría. No sé qué voy a hacer; sólo sé que tengo el corazón roto y tengo que alejarme de aquí. Aunque no vuelva a verte nunca más, quiero que sepas que siempre te amaré.
Bella al eha Jeque
Dejó la carta en el centro del escritorio donde pudiera verla. Acarició la mesa de caoba en un gesto final de despedida. En esa habitación habían aprendido el uno del otro y ella había comenzado a ayudarlo con sus tareas.
Los muelles estaban abarrotados. El conductor aparcó delante del café lleno de gente que ella le indicó. La oportunidad la encontró en la Dama de la Suerte. Un crucero que sobresalía en el muelle, había hecho una parada de tres horas para repostar. Entre la multitud de turistas europeos que habían salido a pasear por el puerto, Bella no tuvo problemas. Las autoridades vigilaban a los pasajeros que salían del barco pero no se dieron cuenta de la pequeña mujer que entraba en él mezclada con el resto de la gente.
La luna brillaba sobre los minaretes de Zulheina, pero Edward no podía encontrar la manera de calmar la sensación de pérdida que le roía el alma y acababa con todas sus esperanzas de felicidad.
A medio camino de Abraz los pensamientos de traición y furia se habían disipado. En su lugar sólo quedaba dolor. Le había dado a Bella su corazón y ella lo había roto en pedazos por segunda vez. Algo desesperado y primitivo dentro de él le decía que había cometido un error y que tenía que volver a casa. En el último momento, se había detenido a pensar en busca de un último rayo de esperanza. Incapaz de creer que la mezcla de desconfianza y angustia habían conseguido que aquel terrible error tuviera lugar, pero consciente de que así había sido, Edward ordenó al conductor que regresase a Zulheina a toda prisa. La parte de sí más salvaje, la que siempre le había pertenecido a Bella, lo sabía. Regresaba a Zulheina.
Muy tarde. Demasiado.
Arrugó la carta que Bella le había escrito. Había golpeado sin piedad su corazón tantas veces, de tantas formas, y ella continuaba amándolo, con un valor sereno y fuerte. Pero ni siquiera su naturaleza generosa había soportado ese último golpe fatal.
La mujer en que se había convertido su Mina lo había cambiado para siempre con su fuerza, su habilidad para permanecer a su lado, su gloriosa sensualidad... Mina era irremplazable. No podía soportar la idea de vivir sin su alma gemela, aunque lo odiara.
-Me perteneces, Mina.
Sólo el desierto oyó sus palabras. Sólo el desierto le envió suspiros solidarios a través del viento helado de la noche. Sólo el desierto comprendió su desolación... y su determinación.
Bella pasó el viaje recluida en su camarote, rechazando los intentos de la tripulación para que se uniese a las actividades de los demás pasajeros. No quería llorar. Las lágrimas se le habían congelado en el corazón junto con el resto de las emociones. Sólo quería olvidar.
El barco hizo una parada de emergencia en una isla griega porque un pasajero se había puesto enfermo. Debilitada por la sensación de perdida y la falta de sueño, Bella bajó del barco y no regresó. Era un lugar tan bueno como cualquier otro para quedarse, pensó sin entusiasmo, y como no era una parada prevista en el trayecto, Edward no podría encontrarla.
Encontró un pequeño apartamento. La noche de su llegada, se metió en la cama y se acurrucó en un rincón.
Una semana después de su llegada, decidió salir de la casa para luchar contra la depresión. Sobreviviría. No importaba que le faltara su alma gemela. Lo había abandonado por decisión propia. Paseando vio por casualidad un cartel en una tienda en el que pedían una costurera. Inspiró hondo y entró.
Esa noche, al tomar las tijeras para hacer un arreglo en una prenda, salió de pronto del letargo en el que había estado sumida. Con el cambio, los pensamientos y el dolor volvieron.
Su primer sentimiento fue el miedo, miedo a no poder olvidar nunca a Edward y, de pronto, la aterrorizó pensar en olvidarlo.
Edward tomó el pincel y estrujó el tubo de color crema. Añadió un poco de rosa pálido para conseguir el tono de la piel de Bella. Con un solo trazo el grácil brazo tomó vida. Aquella creación de color y emoción estaba casi completa. Entonces alguien llamó a la puerta.
-¿Si? -preguntó levantando la vista hacia Jasper.
-Seguimos la pista de algunos pasajeros del barco que la vieron a bordo cuando el barco abandonó Oriente Medio. No recuerdan haberla visto después de Grecia -Jasper se detuvo antes de continuar-. No puedo creer que te haya hecho esto por segunda vez. Déjala ir.
-¡Vigila tus palabras! -exclamó Edward-. Te perdono esta indiscreción porque eres mi amigo pero no quiero que vuelvas a hablar así de Mina. Yo soy el único culpable.
-¿Tú? Si la has tratado como a una princesa -dijo Jasper escéptico.
-Le dije que iba a tomar otra esposa.
Jasper quedó petrificado. De pronto sus rasgos se llenaron de pena, tan honda que sus ojos azules se volvieron casi negros.
-Creo que ni siquiera Alice me perdonaría semejante cosa.
-No importa. Bella es mía y nunca la dejaré ir -Edward tocó la carta que siempre llevaba consigo-. Prepara el avión. Vamos a Grecia. ¿Tienes la lista de las escalas que realizó el barco?
-Sólo hubo dos -asintió Jasper y una llama de esperanza ardió en sus ojos azules.
Edward no tenía esperanza. Tenía certeza.
Bella ignoró el toque impaciente en la puerta todo lo que pudo, pero como no paraba, dejó lo que estaba haciendo y cruzó el apartamento preparada para enfrentarse con el casero.
-¡Tú! -las rodillas le temblaron cuando vio al hombre que bloqueaba la entrada-. Déjame.
-Te vas a caer.
-Estoy bien -contestó ella empujándolo. Llevaba algo de barba y la ropa colgaba de su cuerpo de forma alarmante-. Has adelgazado. ¿Qué ha pasado?
-Que me abandonaste.
Bella no esperaba esa respuesta. Sacudió la cabeza y fue retrocediendo hasta que llegó a la pared.
-¿Cómo me has encontrado?
-Fui primero a Nueva Zelanda -contestó él y el corazón de Bella cayó a los pies-. No me habías dicho que habías vuelto la espalda a tu familia por completo para venir conmigo.
Bella no respondió. Se debatía ante la emoción de ver que al menos se había tomado la molestia de salir en su busca. Una parte de sí le decía que al menos un poco de él era mejor que nada. Pero descartó la idea inmediatamente. No, no, no.
-Me elegiste a mí, Mina -su voz era profunda, consciente de lo que Bella había hecho por él-. Me elegiste por encima de todo lo demás en el mundo. ¿Creías que te iba a dejar escapar una vez que te hice mía?
-No voy a volver -dijo con decisión. Verlo con otra la destrozaría.
-Mina -dijo él extendiendo una mano.
-¡No! No te compartiré -añadió esforzándose por que la oyera.
-Porque me amas y me elegiste a mí.
Bella asintió y no pudo contener más las lágrimas. A esa distancia, sólo quería abrazarlo y olvidar todo el dolor. A juzgar por sus palabras, casi creyó que realmente la amaba.
-Mina, tienes que venir conmigo. No puedo vivir sin ti, mi Bella. Te necesito como el desierto necesita la lluvia -continuó Edward tomándole el rostro en sus manos mientras le secaba las lágrimas con los pulgares.
El dolor que veía en sus ojos verdes era igual que el suyo. Trató de sacudir la cabeza pero no pudo porque él la sostenía con firmeza.
-Te elegí a ti, Bella. Tú eres mi esposa. Entre nosotros existe un lazo imposible de romper -continuó Edward con una fuerza que Bella tuvo que reconocer como cierta-. Te amo. Te adoro.
-Pero has tomado otra... -comenzó Bella.
-Nunca haría tal cosa -murmuró-. Estaba muy enfadado contigo ese día, y muy dolido también. Esperé cuatro años a que crecieras. Permanecí fiel a nuestro amor. ¿Crees que dejaría entrar en mi cama a otra mujer y mucho menos en mi corazón? -sus ojos relucían con la confesión que acababa de hacerle-. Perdona a tu necio marido, Mina. Cuando estás cerca, no puede pensar con claridad -dijo Edward con expresión de súplica, pero la forma en que la había atrapado contra la pared le decía que no iba a marcharse sin convencerla, por mucho que le costara.
-Sólo si él me perdona por la mala decisión que tomé hace cuatro años.
-Te perdoné en el momento en que pusiste el pie en Zulheil, Mina -dijo Edward con una sonrisa de depredador-. Sólo necesitaba tiempo para recuperar mi orgullo.
-¿Y lo has conseguido? ¿Volverás a dudar de mí?
-Lo único que necesitaba era saber que elegirías luchar por mí si te vieras nuevamente en la tesitura de tener que elegir.
Así de simple, y así de imposible de figurar. Bella le acarició el pelo con dedos dubitativos.
-¿Crees... crees que amarme es tu debilidad?
-Amarte es mi fuerza -contestó él después de una pausa-. Con el corazón, puedo alcanzar aquello que se me escaparía de otro modo. Nunca dejé de amarte -sus manos descendieron por el cuerpo de Bella hasta llegar a su trasero y la empujó hacia sí-. ¿Volverás conmigo?
Bella se rió de la forma en que Edward estaba tratando de actuar como si le estuviera dando a elegir, cuando ambos sabían que él no saldría de la habitación sin ella.
-¿Me prometes que serás un marido bueno y ameno, que siempre obedecerá mis órdenes?
-No lo sé -contestó él mirando distraídamente hacia la minúscula cama-. Si esa pequeña cama aguanta nuestro peso, te dejo que te aproveches de mí -dijo con un brillo en los ojos que subrayaba el tono solemne de sus intenciones, pero Bella quería saber otra cosa.
-Te amo. ¿Me crees?
-¡Mina! -exclamó Edward lleno de gozo y la abrazó-. El amor que sientes por mí está en tus ojos, en tus caricias, en cada una de tus palabras. Incluso tu carta de despedida, cuando te sentías abandonada y muy dolida, tenía ecos de la sinceridad de tu amor. No creo ser merecedor de él, pero no renunciaré a ti. Eres mía.
-No quería irme -confesó.,
-Prométeme que nunca te alejarás de mí -dijo Edward que se había vuelto a convertir en la pantera-. Lucha, enfádate, pero no me dejes.
-Te lo prometo, pero tienes que hablar conmigo. Prométemelo.
-Te lo prometo, mi Bella, te prometo que hablaré contigo. No puedo cambiar lo que soy. Soy posesivo y tendrás que acostumbrarte a un marido así.
Su debilidad ante él ya no la aterrorizaba, no cuando él la amaba con toda la pasión de su corazón de guerrero. Se inclinó para besarla, sin poder resistirlo más. Ella se deshizo allí mismo, se entregó a él.
Bella la amaba, con todos sus fallos. El hueco que sentía en el corazón se cerró para siempre. Se apoyó contra él y lo besó, un beso suave, y tierno, que le de- mostraba todo lo que sentía dentro.
-Una vez me hiciste una pregunta. La respuesta es sí: igual que tú eres Bella al eha Jeque, yo soy Edward al eha Bella. Soy todo tuyo.
La sinceridad que revestían aquellas palabras le llegó tan dentro que hizo que su corazón explotara de alegría. Edward era orgulloso y era fuerte.
-¿Me odia tu pueblo? -preguntó ella mordiéndose el labio.
-Nuestro pueblo está acostumbrado a las tempestuosas mujeres de sus jeques -sonrió-. Durante los primeros años de matrimonio de mis padres, mi madre pasó en París dos meses.
-Oh.
Aunque saberlo la hacía feliz, lo que más agradaba a Bella era el cariño que había en el tono de Edward. Parecía que su ira frustrada hacia su madre había terminado por ceder.
-Me considerarían un mal jeque si no hubiera logrado convencerte para que regresaras -dijo él inclinándose más-. Mi honor está en tus manos -añadió con un brillo juguetón en sus ojos.
-Ven aquí, esposo mío. Tu esposa quiere aprovecharse de ti.
-y yo nunca me negaría a los deseos de mi esposa. La cama sí que resistió el peso de los dos.
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Solo queda un capitulo espero k os haya gustado. kiss
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