Me Alegro de que FUeras tu... (+18)

Autor: Danisabel
Género: + 18
Fecha Creación: 22/09/2010
Fecha Actualización: 23/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 17
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Capítulos: 30

Rosalie Hale debe engendrar un heredero, o se verá sometida a la peligrosa furia sin límites de su hermanastro, Royce King II,  quien sufre la pérdida de su mal habida riqueza. Y el magnífico Emmett MacCarty es la perfecta elección para concebir a su hijo aunque para ello haya que encarcelar y violar al elegante caballero... Mientras tanto, Rosalie, prometiéndose a sí misma resistir, es traicionada por la terrible virilidad de Warrick, y este queda a su vez embrujado por la voluptuosa belleza de la dama. Así, mientras él planea una venganza adecuada, esperando ansiosamente el tiempo en que su captora llegue a ser su cautiva... empezará a sufrir el terrible tormento y el exquisito éxtasis de esta pasión.

Venganzas, drama, complicidad, amistad, pasión y amor....

Esta es una adaptación de la novela romantica Esclava del deseo escrita por Johanna Lindsey....

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Capítulo 12: LORD VENGANZA

-Aquí pasarás casi todo tu tiempo -le dijo Mary mientras abría la puerta que llevaba a la sala de costura, en el piso de arriba del Gran Salón.

Tres mujeres se apartaron de inmediato de la ventana donde habían estado observando a los hombres que practicaban ejercicios con armas en el patio del castillo. Pero no consiguieron ocupar sus asientos antes de que Mary las viese. Y Rosalie no pudo dejar de advertir la rueca con el hilo que se extendía sobre el piso, y desaparecía bajo sus faldas. Una de las mujeres había intentado darse prisa para continuar hilando, pero no lo había logrado.

En la salita había un canasto lleno de revoltijos de hilo, grandes canastos de lana recién trabajada junto a las paredes había seis grandes telares, y otro grupo de telares de mano más pequeños en la esquina; pero sólo tres de los más grandes estaban funcionando, y sólo uno tenía un lienzo casi completo. La única ventana permitía el paso de mucha luz, de modo que por lo menos no existía el problema de que el humo de las velas manchase el lienzo recién fabricado.

Finalmente, Mary comenzó a descargar su irritación sobre las mujeres.

-Perdiendo el tiempo de nuevo, ¿eh? -las reprendió-.  Terminen lo que deben hacer mientras haya luz, de lo contrario ninguna de ustedes cenará. Y si  encuentro ociosas otra vez esta semana, irán a parar al lavadero. Hay otras que tienen dedos ágiles, si me decido a traerlas de la aldea

Dicho esto, golpeó de nuevo la puerta. Rosalie se sorprendió y dijo: -Creí que debía trabajar aquí.

-Sí, así es, pero tendrás bastante que hacer el resto del día-no comenzarás a tejer e hilar todavía, y no tendrás que compartir el castigo que recibirán esas haraganas.

-Sé producir un hilo fino, aunque lleva más tiempo, y puedo enseñar a las tejedoras a conseguir un lienzo de mejor calidad, bastante bueno para las damas del castillo.

Había tenido escasa oportunidad de dirigir a sus criadas durante los últimos tres años, fuera de las que la servían sólo a ella. Pero ya tenía quince años cuando su vida cambió tan drásticamente, y su madre ya le había enseñado todo lo que necesitaba saber para administrar un castillo. Todo lo que podía ordenar podía hacerlo también por sí misma, ¿acaso hubiera podido dirigir bien a otros si no sabía exactamente qué era necesario hacer? Y en efecto, había cosas que ella sabía hacer mejor que nadie.

Después de atraer el interés de Mary, continuó: -Pero mis conocimientos se malgastarían en este sector, porque soy más hábil con una aguja.

-Eso debe de ser lo que pensó mi señor, pues también ordenó que te ocupases de sus ropas, y de la confección de prendas nuevas para él, aunque será mejor que usemos con ese fin la lana tejida. Pero ¿dices que puedes enseñar a otros a tejer mejor?

Rosalie aún estaba sonrojada por lo que creía era un castigo más severo, es decir verse obligada a tejer las ropas de aquel hombre, de modo que se limitó a asentir con un gesto duro. Mary no advirtió el rubor en las mejillas de sus a causa de la oscuridad del corredor; sólo se mostró sorprendida.

-¿Estuviste a cargo de las tejedoras de Kirkburough? -preguntó.

-No, no estuve mucho tiempo en ese lugar.

-Bien no lo tomaré a mal si en efecto enseñas algunas cosas mis mujeres mientras te ocupas de tus propias tareas, pero no lo que me ordenaron que hicieras, y de todos modos no dispondrás de mucho tiempo libre. -Después se volvió para "salir limitándose a agregar- Cuando termines tu trabajo del día puedes regresar aquí para dormir con las otras.

Rosalie imaginó la salita con muy poco espacio libre, y preguntó:

-¿Todas duermen allí?

-No, sólo tres. Las otras cinco son tan relajadas como Irina. Todas tienen hombres que van a dormir con ellas durante la noche. -Mary se detuvo al final de la escalera para clavar sus ojos pequeños en Rosalie- Tú no perteneces a esa clase de mujeres, ¿verdad?

Ella sabía que alguna gente la había visto entrar en el dormitorio del señor tres días antes, y otras la habían visto salir por la mañana. Aunque Mary no parecía estar enterada, era probable que se lo dijesen más tarde. Si Rosalie debía estar sometida a la vigilancia de Mary, como parecía ser el caso, no quería convertir a aquella mujer en enemiga, permitiendo que la sorprendiesen más tarde con hechos que Rosalie podía aclararle en aquel mismo momento. Mary no parecía una mujer mala, sólo un tanto apremiada por el trabajo. Quizás pudiera incluso ayudarla, si ésta conquistaba su simpatía.

-Señora Blouet, le estaré inmensamente agradecida si puede apartar de mí a todos los hombres, pero... hay una cosa que usted debe saber, si su señor no se lo dijo. Me mantuvo en su dormitorio estos últimos tres días... encadenada a su cama.

-¡No, Jamás haría eso! -dijo indignada Mary-. ¿Por qué mientes?

Lo que menos esperaba Rosalie era oír que alguien defendía enérgicamente a aquel hombre cruel y vengativo. ¿Era posible que Mary no tuviese idea de la clase de persona que era él en realidad?

-Enid sabe que es así, y yo dudo de que tu señor lo niegue: tenia sus razones para castigarme de ese modo. Te lo digo sólo para que no te extrañes si él me llama con el fin de continuar castigándome, pues seguramente aún no ha completado su venganza.

Mary todavía parecía escéptica, aunque admitió: -Sí, es probable, pues tus otras obligaciones, ahora que lo pienso, pueden ser interpretadas como un castigo, si no te agradan. Debes servir la mesa en todas las comidas de lord Emmett, ocuparte de la limpieza de su dormitorio con la ayuda exclusiva de Enid, y atender su baño, lo cual probablemente molestará a Irina, pues antes era su obligación, y le agradaba mucho.

Rosalie sintió náuseas. ¡Y ella que había creído que lo peor ya había pasado, y que ser degradada a la condición de criada era el final de todo!

-Hay otra cosa que debes saber. Estoy embarazada, y lord Emmett está al tanto.

-¿Y te da más trabajo que a otra sierva cualquiera del castillo? No, tampoco puedo creer eso.

-¿Por qué iba a mentir si la prueba aparecerá en pocos meses?

-Entonces, es que él no lo sabe -insistió Mary. -Nadie más me ha tocado nunca, señora Blouet. El niño es suyo, y se propone incluso... quitármelo. Lanzó una exclamación.

-Muchacha, estás llevando demasiado lejos tus acusaciones. Si es cierto lo que dices, es probable que mi señor te encuentre marido, de modo que no me hables más del asunto. Ven conmigo. Tienes que limpiar el dormitorio hoy mismo, nadie lo ha hecho estos... últimos tres...

Mary no concluyó la frase, que venía a confirmar una de las aseveraciones de Rosalie. Apretó con fuerza los labios y comenzó a descender la escalera.

Rosalie se sentía abrumada por el nuevo temor que Mary involuntariamente le había provocado. Emmett podía casarla, y con un siervo, con el villano más bajo. ¡Por favor, Dios mío, no permitas tal cosa!. Detestaba tener que entrar de nuevo en aquella habitación, pero comprobó que el lugar no era tan deprimente ni mucho menos, ahora que ella ya no estaba atada a la cama Acercarse a aquel lecho le parecía, sin embargo, inaceptable. Prefirió cepillar el suelo de rodillas, y así lo hizo, mientras Enid se preocupaba de cambiar la ropa de la cama, cuitar el polvo y en general, ordenarlo todo. Rosalie iba a levantar las alfombras y a sacarlas para sacudirlas, pero Enid meneó la cabeza; tenían que ocuparse de lavar la ropa: Enid, la ropa blanca, Rosalie, las prendas de vestir del señor. Le indicó que ésa era su obligación mediante el sencillo recurso de depositar las ropas en sus brazos; después, los brazos también cargados, Enid le hizo señas ordenándole que la siguiera.

 

Rosalie había lavado ropas una sola vez en su vida, aunque sabía bien cómo se hacía. No era una tarea agradable. Había que empapar las sábanas en una bandeja de madera con una solución de cenizas de madera y jabón cáustico, y después golpearlas, enjuagarlas y colgarlas a secar. Las prendas de lana de los criados debían tratarse del mismo modo, pero no podía hacerse eso con las prendas finas del señor. Había que hervirlas y lavarlas a mano con un Jabón más suave, y después hervirlas otra vez y enjuagarlas no una sino tres veces, para colgarlas finalmente.

 

Aunque el jabón más suave pero todavía abrasivo que le enrojecía la delicada piel, Rosalie decidió que aquélla no era la peor de sus tareas, sobre todo porque las restantes lavanderas se mostraron todas muy cordiales, y algunas incluso llegaron a ayudarla después de que Enid se marchara. No, aún no había llegado lo peor, pero cabía abrigar la esperanza de que el señor MacCarty no fuera un hombre muy detallista, que exigiera un baño más de una vez por semana, y quizás ella contaría con unos pocos días de gracia antes de afrontar aquella obligación.

Cuando regresó al salón, comprobó que ya habían preparado las mesas de soporte para la cena. Emmett aún no había llagado, pero la mesa del señor comenzaba a ser ocupada por los privilegiados que podían comer en ella: sus hermanas, varios de sus caballeros, el mayordomo, que también era un caballero, y una dama que ya había sobrepasado la edad madura que era  la tutora de las hermanas en las artes domésticas.

Uno de los caballeros que estaban allí era sir Jasper. Cuando llevó la primera bandeja de comida, Emmett estaba en su asiento, sus ojos se clavaron en ella en cuanto entró en el salón, y no se apartaron de su persona hasta que salió de allí. Ella no lo vio, lo sintió: no quiso mirarlo de nuevo después de la primera ojeada. Había algo muy irritante en la mirada de aquel hombre, algo que no le pasó  inadvertido.

Le sorprendió ver que Emmett la esperaba al final de la escalera cuando volvió con la segunda bandeja. Su expresión no era un buen pronóstico para la Joven.

-¿No te dije que debías mirarme cuando estuvieses en mi presencia? -preguntó él. -Lo olvidé -mintió Rosalie -Aquella respuesta lo apaciguó sólo a medias. -¿Volverás a olvidarlo? -No. -¿No qué?

-Mi señor -consiguió decir ella entre dientes. Pareció complacido.

-Quizás necesites que alguien te recuerde a quién perteneces ahora -dijo él en tono reflexivo, al tiempo que su mano se cerraba sobre el seno de Rosalie.

Ella retrocedió con tanta prisa que su movimiento la llevo a la escalera, donde perdió pie. Emmett extendió la mano para atraparla, pero todo sucedió muy deprisa y él no pudo sostenerla a tiempo. Rosalie no gritó experimentó un instante de alivio al ver que su sufrimiento terminaba de aquel modo, cayó apenas dos peldaños, directamente sobre el criado que venía detrás con otra bandeja de comida.

Las dos bandejas golpearon la piedra con estrépito, mientras el hombre extendía la mano para evitar su propia caída. Fue una suerte que no se aferrase a Rosalie, o ella habría sufrido un tirón doloroso, ya que Emmett la apartó del hombre casi con la misma rapidez con que ella había caído sobre el criado. No la soltó hasta que la hubo sacudido con fuerza por lo menos dos veces.

-Mujer, nunca intentes evitar que te toque, o te sucederá algo peor que una caída por la escalera. Ahora, limpia el desastre que has provocado, y hazlo deprisa, porque no comeré hasta que tú misma llenes mi plato... y tengo apetito.

En otras palabras, la cólera de aquel hombre aumentaría cada minuto que pasara hasta que acabase de limpiar la escalera. No podía evitar que las manos le temblasen antes de terminar.

 

Rosalie estaba furiosa por el sentimiento de ansiedad que Emmett le había provocado. Cuando finalmente regresó al salón con una nueva bandeja de comida, descubrió que él estaba comiendo lo que había sobre la mesa, y tan absorto en la discusión con su mayordomo que probablemente ni por un momento había pensado en ella. De todos modos, insistió en que ella le llenase el plato, limitándose a señalar lo que deseaba. Y también insistió que permaneciese allí para volver a llenar con cerveza su copa, a pesar de que un joven paje permanecía detrás de la silla con una jarra de bebida con el fin de cumplir precisamente esa función. Mientras tanto, ella tenía que mirarlo fijamente.

También estaba furiosa por eso. No le agradaba mirarlo, ver cada uno de sus matices, saber exactamente cuándo sus pensamientos se volvían hacia ella, pues sabía que ésa era una forma más de venganza, el obligarla a contemplar su rostro cruel, un castigo idéntico al que estaba implícito en el hecho de servirle la mesa. Las dos cosas estaban calculadas para inculcarle la idea de que aún estaba completamente a su merced.

Cuando casi había acabado de comer, Emmett le ordenó que se adelantase con un gesto de la mano, sin mirar siquiera si ella le prestaba atención. Rosalie se habría visto en dificultades de haberlo desatendido; sabía que él estaba poniéndola a prueba, para comprobar hasta dónde le obedecía, aunque era evidente que esperaba un acatamiento total. Eso también la enfurecía: estaba tan arrogantemente seguro de que ella haría todo lo que se le ordenara. ¿Nadie lo desafiaba jamás? ¿Nadie provocaba intencionadamente su cólera? Un pensamiento estúpido: incluso cuando simplemente fruncía el entrecejo, era temible. Y mucho que la fastidiase, Rosalie no tenía el atrevimiento de provocar un castigo, u otra represalia cualquiera... por lo menos todavía.

-Esta noche quiero un baño -le dijo, cuando sintió la presencia de Rosalie a su lado. Pero siguió sin mirarla-. Ocúpate de eso.

Ella cerró levemente los ojos, lamentando que todavía y después de todo no se le perdonase aquella nueva humillación. Oyó la risita de una de las hermanas, seguida de una severa reprensión de la dama tutora, y sintió que ella misma se sonrojaba. Todos los que se encontraban allí habrían debido ser ciegos para no advertir la atención que Emmett le dispensaba durante la comida. Y siempre que un señor se ocupaba especialmente de una de las criadas, era casi seguro que la muchacha en cuestión terminara en su cama -o por lo menos eso era lo que todos pensaban-. Esa norma no era aplicable en el caso de Rosalie, pues ya había soportado aquella desagradable experiencia. Pero ellos no sabían que, en lugar de favorecerla, Emmett estaba castigándola.

Rosalie salió de prisa del salón, simplemente para alejarse de aquellos ojos de mirada fría. Encontró a Mary en la cocina, cenando con su esposo, y eso le recordó que ella aún no había comido. Peor, ¿cuándo tendría tiempo para comer, con todas las obligaciones que le habían asignado? Era evidente que no sería aquel día. Por otra parte, aquel día era una excepción, pues debía completar la limpieza con un retraso de tres días, y había empezado tarde; era imposible además que Emmett quisiera un baño todas las noches.

Mary se limitó a explicarle cómo debía realizar aquella tarea, mientras continuaba engullendo suculentos pedazos de perdiz asada, y el vientre de Rosalie protestaba ruidosamente porque se le concedía sólo el olor de la comida. Mary le dijo quiénes se encargaban de llevar los cubo de agua hasta la bañera. Le explicó dónde encontrar los lienzos y el Jabón destinados únicamente al uso del señor. Le advirtió que al señor le agradaba el baño algo más que tibio, pero no muy caliente y que la temperatura era responsabilidad de la propia Rosalie recibiría un buen bofetón si se equivocaba. Otra inquietud de la cual podía haber prescindido, pues bien sabía que la mayoría de los caballeros reaccionaban con violencia ante la más pequeña incomodidad; y pobre el que estuviese cerca de ellos cuando se incomodaban.

Era irritante tener que cruzar todo el largo del corredor para llegar al dormitorio. Con todo, le pareció que aquella vez Emmett no le prestaba atención. Y aunque lo miraba cada tantos pasos, para sujetarse a la orden absurda de mirarlo siempre, él no podía pretender que no le quitase ojo, ya que hubiera podido tropezar con algo, ¿no?

Imaginaba que no. En la antecámara, frente al dormitorio... se encontró cara a cara con Irina.

Comprendió inmediatamente quién era a causa de su extraordinaria belleza y del odio concentrado que chispeaba en sus ojos verdes. Usaba camisola y una chaqueta con bastante escote, para mostrar su amplio busto, y la abundante cabellera de rizos le confería una sensualidad salvaje que debía de ser sugestiva para cualquier hombre. Los dientes amarillentos eran apenas visibles; su abrumador aroma de rosas era casi repulsivo. Aquella mujer tenía sin duda la impresión errónea, como les sucedía a muchos nobles, de que los perfumes intensos podían disimular la suciedad.

Irina no se anduvo con rodeos, y pasó directamente al ataque.

-Te conozco... estabas en la mazmorra. ¿Qué hiciste para salir de ese castigo y verte favorecida? ¿Abriste las piernas ante él? Te arrodillaste y...

-¡Irina, cierra tu sucia boca y sal de aquí! Los ojos verdes la miraron incrédulos. -¡Tú... te atreves a hablarme así! ¿A mí? Exactamente lo que Rosalie necesitaba, una riña por un hombre que despreciaba. Era como para reírse. ¿Y que creyese  favorecía? ¿Qué alguien envidiase sus odiosas obligaciones? Dios todopoderoso, ¿qué sucedería después?

Era evidente que Irina había permitido que su posición como favorita del señor se le subiese a la cabeza y ahora manifestaba una altiva superioridad que era inadecuada en una criada. Era nada más una criada, por mucho que tratase de elevar su lenguaje, para no parecerlo. Pero lo mismo eres tú... por ahora, recordó Rosalie. Por lo tanto ¿qué derecho tienes a enojarte por la audacia de otra sirvienta?

Esta idea por desgracia no impidió que en su tono se manifestase el sarcasmo al contestar:

-Creo que puedo hablarte como me plazca, Irina. ¿Acaso no soy ahora la favorita del señor?

Esta respuesta le mereció una bofetada que resultó totalmente imprevista, así como una perversa réplica.

-No por mucho tiempo, perra. Recuerda que cuando se canse de tu cuerpo pálido y flacucho, yo conseguiré que lamentes haber tenido la intención de ocupar mi lugar.

Rosalie estaba demasiado aturdida para decir una palabra mientras aquella se dirigía a la puerta. Jamás en su vida la habían abofeteado, y realmente no era agradable. Suponía que se trataba de otra experiencia a la cual tendría que acostumbrarse. ¿A quién podía apelar, sobre todo si la ofensa provenía de la señora Blouet, a quien debía obediencia, o del propio Emmett? Pero, ¿de otro criado? No, no estaba obligada a aceptarlo... aunque frente a aquella criada no tenía la más mínima protección. Podía imaginar la reacción de Emmett si intentaba abofetear a su "favorita". Y Irina lo sabía. Por eso podía incurrir en aquel comportamiento desconcertante y no sufrir las consecuencias.

Los criados comenzaron a llegar con el agua. Rosalie fue a buscar los lienzos y el jabón al lugar donde estaban guardados en el dormitorio. Trajo otro lienzo para hundirlo en el agua fría y aplicarlo a su mejilla. Le calmó parte del calor, pero la marca no se había disipado  tanto cuando Emmett entró en la habitación.

Miró primero la bañera y el vapor que se elevaba lentamente. Había utilizado toda el agua caliente disponible para entibiar el agua fría vertida allí mientras ella no miraba; de modo que ahora le restaba sólo el agua fría para enjuagar a Emmett. Estaba a punto de ordenar más agua caliente cuando él llegó pero la presencia de Emmett la distrajo, en especial cuando la mirada del hombre la examinó y se fijó en su mejilla. Se acercó a ella, y la obligó a levantar el mentón. -¿Quién te pegó? -preguntó. -Nadie.

-Mientes, mujer. ¿Qué hiciste para provocar el desagrado de la señora Blouet?

 

¿Por qué suponía que Rosalie tenía la culpa? Debía decirle la verdad, excepto que la bofetada era simplemente lo que merecía por haber descendido al nivel de Irina. Sabía muy bien que él no haría nada si se enteraba de que la agresora era ella, y quién sabe por qué eso la lastimó más que la misma bofetada.

De modo que mintió, y le pareció satisfactorio hacerlo en aquel caso especial.

-Tropecé. Como me ordenaste que te mirase constantemente, no podía ver por donde pisaba cuando venía por el corredor.

El no había estado observándola, de modo que no sabía si aquello era cierto o no.

Por una vez, el ceño fruncido de Emmett no la asustó. -Mujer estúpida. ¿Habrá que enseñarte sentido común además de tus obligaciones?

-Si me está permitido mirar por dónde camino cuando estás presente, tienes que decírmelo. No deseo desobedecerte.

-¿De veras? -rezongó él, ante la sumisa respuesta de Rosalie, y la soltó-. En ese caso veremos cuánto te agrada obedecerme. Desnúdame.

Lo había esperado, pero el rubor le tino la cara, y así las dos mejillas tuvieron el mismo color rojizo. El continuaba de pie, frente a ella, las manos colgándole flojamente a ambos lados del cuerpo. Al parecer, no estaba dispuesto a ayudarla en lo más mínimo. Rosalie detestaba aquello, detestaba acercarse a Emmett y él lo sabía,  la trataba como a una sierva; no, más bien como a su esclava personal.

Rosalie se dio prisa en desnudarlo, y ni siquiera intentó disimular su resentimiento. Aquella sonrisa sin alegría que ella odiaba se dibujó en los labios de Emmett

.

Él ni siquiera se inclinó de modo que Rosalie pudiera quitarle la túnica, y así la obligó a acercarse más, para alcanzar la altura de su pecho y sus hombros. Rosalie contuvo una exclamación cuando sus senos rozaron accidentalmente el pecho de Emmett, y otra cuando sus pezones se endurecieron repentinamente. Se conmovió tanto que retrocedió varios pasos una vez que la túnica estuvo finalmente en sus manos.

Emmett se rió ante la expresión irritada de Rosalie. Por lo menos, ella abrigaba la esperanza de que ésa fuera la única causa de su regocijo. No podía haber advertido la reacción del cuerpo femenino al contacto con el suyo, ¿verdad? ¿Y cómo era posible que algo así sucediera si Rosalie lo despreciaba? Todo carecía de sentido para ella.

No deseaba acercársele de nuevo. Pero aún tenía que quitarle las calzas y las botas. No podía hacerlo. Sus pechos comenzaron a estremecerse de nuevo sólo de pensarlo. Por Dios, ¿qué le pasaba?

El esperó pacientemente. Al ver que ella no intentaba acercarse, dijo: -Termina de una vez.

Rosalie meneó lentamente la cabeza, y vio que él enarcaba el entrecejo:

-¿Prefieres que te encadene de nuevo a mi cama? Ella se acercó bruscamente, casi chocó con Emmett.

Lo oyó reír y rechinó los dientes. Aquel hombre era realmente despreciable, en verdad podía decirse que... Será mejor que te arrodilles.

Rosalie se arrodilló sin pensar siquiera en aquella nueva orden, y de pronto tuvo frente a sus ojos el gran bulto bajo las calzas. De nuevo se le tiñeron de rojo las mejillas, y los dedos e temblaron mientras trataba de desatar los cordeles para dejar en libertad el arma vengadora que él tenía entre las piernas

-Es muy satisfactorio verte en esa posición humilde... corno un animalito doméstico a mis pies -continuó él en un tono casual-. Tal vez ordene que me sirvas la mesa en esa postura. Frente a todos

-Por favor. -Las palabras brotaron de sus labios como un gemido.

Apoyó la mano sobre la cabeza de Rosalie exactamente como si ella no hubiera sido más que un perrito que reclamaba la atención del amo y la echó hacia atrás, hasta que ella lo miró.

-¿Volverás a vacilar cuando tengas que cumplir con tu deber?

-No, no vacilaré.

El no dijo más, dejándola dominada por la duda, pues no sabía si su respuesta lo había satisfecho. Rosalie estaba de rodillas, porque había rehusado obedecer, un castigo rápido y humillante. ¿Acaso no bastaba?

Bajó las bragas y las calzas de su amo, pero evitó mirar lo que avanzaba hacia ella, y se inclinó para quitarle las botas. Cuando terminó, él permaneció inmóvil en el mismo lugar. Rosalie veía sus pies desnudos; fue un desafío, pero no precisamente un acto de desobediencia, ¿acaso los pies no eran parte de él?

-Realmente, pones a prueba mi paciencia -dijo Emmett, al ver que ella seguía clavando los ojos en sus pies.

Pero esta vez no insistió, y Rosalie vio que los pies se apartaban y después desaparecían en el interior de la bañera. Suspiró aliviada. Estaba olvidando no obstante que "atenderlo en el baño" significaba algo más. Él se lo recordó. -Mujer, ¿qué esperas ahora? Acércate y lávame el pelo.

 

Era parte del servicio. Ella lo sabía y por lo menos no pedía que le lavase todo el cuerpo. La joven no deseaba acercarse de nuevo al cuerpo desnudo; únicamente pensándolo sentía ya cierto calor y humedad interior, y eso la irritaba.

Cogió el lienzo, lo empapó y enjabonó, pero antes de tocarlo preguntó:

-¿Por qué tu esposa no se ocupa de esto?

-No tengo esposa. Estaba arreglando las cosas para tener una... -De pronto aferró la blusa de Rosalie, la acercó y gruñó- Debía reunirme con ella pero me lo impidieron, de modo que se fue y ahora ha desaparecido. ¿Sabes dónde estaba yo y por qué no pude reunirme con mi prometida como era mi intención? -Ella temía contestar. Pero él no esperó que lo hiciera-. Estaba encadenado a una cama para tu placer. Santo Dios, ¿también le echaba la culpa de aquello?

-No fue para mi placer -murmuró Rosalie. Él la soltó empujándola apenas.

-Ruega para que encuentren a lady Isabella, y para que no haya muerto.

Otra sombría advertencia de consecuencias ignoradas. Rosalie se preguntó si la dama, lejos de estar perdida, no habría aprovechado la oportunidad de evitar un matrimonio con aquel hombre. Era lo que ciertamente habría hecho Rosalie si se le hubiese ofrecido la más mínima ocasión.

El tema lo había irritado. Ella lo percibió por la tensión de la espalda, mientras la enjabonaba deprisa. De modo que en realidad no se sorprendió mucho cuando le entregó el lienzo para que terminase de lavarse solo y Emmett no lo aceptó. Se había ganado otro castigo por haberlo enojado.

-Creo que he trabajado mucho hoy, de modo que tú me lavarás... en todas partes. Será mejor te quites las ropas, para que no las mojes.

Ojalá se lo tragase el infierno. ¿Por qué tenía que vengarse de las cosas más minúsculas? Era un hijo del demonio, si se mostraba tan cruel.

Rosalie hizo lo que se le ordenaba, y se quitó al mismo tiempo la camisa y la chaqueta, rompiendo varios cordones al hacerlo. Después, se puso inmediatamente la chaqueta sin mangas antes de que él advirtiese que en realidad estaba desafiándolo por la posibilidad de mojarse. Cuando se acercó para arrodillarse al costado de Emmett y comenzó a enjabonarle el pecho, contuvo la respiración, preguntándose si recibiría de él la primera bofetada. Pero como no hizo nada, acabó por mirarlo a la cara y descubrió que Emmett tenía una sonrisa sincera en los labios, una sonrisa que le devolvía su belleza natural. Como un niño travieso la expresión de Rosalie manifestó asombro y él se echó a reír.

Rosalie se sentó sobre los talones, enojada. Lo que menos deseaba era "divertir" al monstruo. Pero no parecía que ese día fuese a recibir nada de lo que deseaba. El volvió a sonreír y dijo -Vamos, termina antes de que se enfríe el agua.

Ella obedeció, pero bañar aquel gran cuerpo masculino era una tortura, no podía describirse de otra forma. El corazón le latía con fuerza, se le aceleraba el pulso, y los pezones puntiagudos llegaron casi a dolerle, presionando contra la lana de su chaqueta. Mientras lo lavaba recordaba muy bien las veces en que lo había obligado a afrontar aquella misma situación con sus caricias. La virilidad del hombre le había rozado el brazo un número suficiente de veces, y ella sabía que estaba a un paso de adquirir su máximo volumen, que seguramente lo alcanzaría antes de que ella terminase la operación.

La cara de Rosalie estaba enrojecida. La de él todavía exhibía una notable belleza, pues continuaba sonriendo, divertido por la incomodidad de la mujer. A ella eso ya no le importaba, porque su cara no era lo único que desprendía intenso calor. De pronto tuvo el impulso súbito y enloquecido de meterse con él en la bañera.

En cambio, se incorporó bruscamente y comenzó a enjabonarle los cabellos. Pero lo hizo con excesiva fuerza, y formo tanta espuma de jabón que ésta se deslizó a los ojos de Emmett muy rapido.

-Ya es suficiente, mujer -se quejó él-. Ahora enjuágame.

Rosalie extendió la mano hacia el cubo, liviano porque casi había terminado y entonces recordó que no quedaba agua caliente. -Habrá que esperar... -No, ahora.

-¡Ahora, maldita sea!

Ella apretó los labios. Bien, Emmett lo había pedido, Rosalie le arrojó sobre la cabeza agua helada con gran placer. Notó que él contenía la respiración, mientras el agua le corría por la cara, y lo ahogaba y le provocaba una reacción violenta. El momento de placer se convirtió en alarma. Sin duda la castigaría, a pesar de que Rosalie no tenía la culpa. Pero Emmett no saltó de la bañera. De todos modos ella continuó retrocediendo lentamente, hacia la puerta, mientras él se limpiaba el agua de la cara, hasta que al fin bajó las manos y los ojos clavaron en su sitio a Rosalie.

-Traté... de decirte que no quedaba agua caliente...

-Sí, eso hiciste. Si los ojos no me hubiesen ardido tanto, podría haberte escuchado. A ella se le endureció el cuerpo.

-Entonces, ¿también de esto me culparás? Si me lo hubieses preguntado, podría haberte dicho que Jamás había bañado a nadie de este modo, y que no conocía la forma de... -¡Cállate!

Sin duda, estaba irritado, pero no pareció que deseara incorporarse y castigarla, de modo que Rosalie dijo:

-¿Qué usarás ahora? Iré a buscarlo.

-No es necesario. Deseo acostarme. Me iré directamente a la cama.

-Entonces... ¿puedo retirarme... mi señor? La vacilación que ella insistía en mostrar antes de ofrecerle la formula de respeto era intencionada, y la mirada que él le dirigió decía que sabía a qué atenerse; posiblemente por eso Emmett contestó: -No, primero me secarás.

Era probable que ése fuese el castigo por el agua fría. Al decirlo se puso de pie, y como estaba a cierta distancia, Rosalie no pudo evitar la visión de gran parte del cuerpo masculino.

Meneo la cabeza, para negarse de nuevo a obedecerle, pero él preguntó:

-¿Estas complacida con los resultados de tus manejos?

-¡No! - dijo enfáticamente Rosalie. -Antes siempre lo estabas -le recordó él. La voz de Emmett era demasiado ronca. Dios todopoderoso ¿intentaba seducirla para que lo deseara? En ese caso, lo más probable era que al lograrlo la despidiese y mandase llamar a su Irina. Había tenido su ojo por ojo. No podía desearla otra vez. No, lo único que quería era más venganza.

-No... me agrada la violación más de lo que te agradaba a ti -dijo Rosalie con expresión miserable-. Ya te dije cuánto lamento lo que te hice. ¿Cuándo acabará tu venganza?

-Cuando ya no me irrite mirarte. Cuando se hayan satisfecho todas las ofensas. Cuando haya matado a tu hermano por la muerte de mi escudero. Cuando ya no me intereses, mujer, y no antes... quizá nunca.

Capítulo 11: VENGANZA Capítulo 13: ODIO Vs DESEO

 
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