Hola, bueno les pido disculpads por no publicar ayer pero tuve unos pequeños inconvenientes pero aqui les dejo el nuevo capitulo espero comentarios XD
Los Personajes Pertenecen a Stephanie Meyer, La Historia Es De Kerstin Gier
Capítulo IX
Los intervalos entre los saltos en el tiempo varían
(Siempre que no sean controlados por el cronógrafo)
De un portador del gen a otro. Si bien el conde Aro Vulturi
En sus observaciones, llegó a la conclusión de que los portadores
Del gen femenino saltan con una frecuencia y una duración
Significativamente inferiores a los masculinos, en la actualidad no
Podemos dar por válida esta afirmación.
La duración de los saltos en el tiempo incontrolados
Varía, desde el inicio de los registros, entre ocho minutos,
Doce segundos (salto de iniciación de Timothy Cullen,
5 de mayo de 1892) y dos horas y cuatro minutos (Siobhan
Tilney, 2º salto, 22 de marzo de 1894).
La ventana temporal que el cronógrafo facilita
Para los saltos en el tiempo es de, como mínimo, treinta
Minutos, y como máximo, cuatro horas.
Se desconoce si en alguna ocasión se han producido saltos
En el propio tiempo vital. En sus escritos, el conde
Aro Vulturi parte de la base de que, a causa del continuum
(V. Leyes del continuum, volumen 3),
Esto no es posible. Los ajustes en el cronógrafo hacen igualmente
Imposible un envío de vuelta al propio tiempo vital.
De las Crónicas de los Vigilantes,
Volumen 2, "Leyes generales"
Mamá me abrazó como si hubiera estado ausente al menos tres años. Tuve que repetirle un millón de veces que me encontraba bien antes de que dejara de preguntar.
— ¿Tú también estás bien, mamá?
—Sí, cariño, estoy bien.
—Bueno, veo que todo el mundo está bien —Comentó el señor Cullen burlonamente—. Me alegra que lo hayamos aclarado. —Y se acercó tanto a nosotras que incluso pude oler su agua de colonia (una mezcla especiada y afrutada con un toque de canela que me hizo venir aún más hambre) —. ¿Y qué vamos a hacer contigo ahora, Renne? —Añadió, apuntando fijamente a mamá con sus ojos de lobo.
—He dicho la verdad.
—Sí, al menos por lo que hace a las cualidades de Isabella —Convino el señor Cullen—. Pero aún queda por aclarar por qué la comadrona, que en esa época se mostró tan cooperadora como para falsificar el certificado de nacimiento, ha tenido que salir repentinamente de viaje preciSamente hoy.
Mamá se encogió de hombros.
—Yo no le daría tanta importancia a algo que debe de ser solo una casualidad, Carlisle.
—Encuentro igualmente extraño que en un caso de posible parto prematuro, la madre se decida a dar a luz en casa. Cualquier mujer mínimamente sensata se haría llevar a un hospital al sentir los primeros dolores.
Había que reconocer que en eso tenía razón.
—Sencillamente, todo ocurrió muy rápido —Replicó mamá sin parpadear—. Aún tuve suerte de que la comadrona estuviera presente.
—Bien, pero incluso así, en un parto prematuro, después del nacimiento, cualquiera hubiera ido enseguida al hospital para que examinaran al bebé.
—Y lo hicimos.
—Pero al día siguiente —Dijo el señor Cullen—. En el informe del hospital se hizo constar que, aunque el niño fue examinado a fondo, la madre rechazó someterse a una revisión. ¿Por qué, Renne?
Mamá se echó a reír.
—Creo que me entenderías mejor si tú mismo hubieras dado a luz y hubieras pasado ya por una decena de exámenes ginecológicos. Yo me encontraba perfectamente y solo quería asegurarme de que el bebé no tenía ningún problema. Lo que no entiendo es cómo has podido acceder tan rápido a un informe del hospital. Pensaba que las informaciones de ese tipo eran confidenciales.
—Por mí, puedes denunciar al hospital por violación de la ley de protección de datos —Dijo el señor Cullen—. Mientras tanto, nosotros seguiremos buscando a la comadrona. Estoy intrigadísimo por saber lo que esa mujer tiene que contarnos.
La puerta se abrió y el señor Jenks y el señor White entraron acompañados por la señorita Weber, que cargaba con un montón de expedientes. Detrás de ellos llegó Edward arrastrando los pies. Esta vez me tomé mi tiempo para observar detenidamente el resto de su cuerpo, y no solo su atractivo rostro. Busqué algo que no me gustara para no tener que sentirme tan imperfecta a su lado; pero, por desgracia, no pude encontrar nada. No era patizambo (¡De jugar al polo!) ni tenía los brazos demasiado largos ni los lóbulos de las orejas demasiado grandes (lo que, según afirmaba Alice, podía considerarse un signo de tacañería). Y la forma en que se apoyaba con el trasero en el escritorio con los brazos cruzados sobre el pecho no podía ser más guay. Lo único criticable era el pelo largo que casi le llegaba hasta los hombros. Pero ni ese penSamiento estúpido daba resultado, pues su cabello era tan sano y brillante que instintivamente me pregunté qué se sentiría al tocarlo. Daba pena ver toda esa perfección desperdiciada.
—Todo está preparado —Advirtió el señor Jenks guiñándome un ojo—. La máquina del tiempo ya está lista para funcionar.
Robert, el chiquillo fantasma, me saludó tímidamente con la mano y yo le devolví el saludo.
—Bien, ya estamos todos los que tenemos que estar — informó el señor Cullen—. Por desgracia, Carmen y Tanya han tenido que irse, pero me han encargado que os envíe a todos un cordial saludo de su parte.
—Sí, seguro —Dijo el doctor White.
— ¡Pobre muchacha! Dos días soportando esos falsos dolores deben de haber sido una experiencia nada agradable —Se lamentó el señor Jenks, y en su cara redonda se dibujó una mueca de sincera compasión.
—Por no hablar de su madre —Murmuró el doctor White, mientras hojeaba el archivador que había traído la señorita Weber —. Todo un castigo para la pobre niña.
—Señorita Weber, ¿Cómo lleva madame Zarafina el vestuario de Isabella?
—Pero si acaba de… Voy a preguntar.
La señorita Weber volvió a salir rápidamente por la puerta. El señor Jenks se frotó las manos, ansioso por entrar en acción.
—Bien, parece que ya podemos empezar.
—Pero no la pondrán en peligro, ¿Verdad? —Dijo mamá volviéndose hacia el señor Jenks—. La mantendrán al margen de ese asunto.
—Desde luego que la mantendremos al margen —Repuso Edward.
—Haremos todo lo necesario para proteger a Isabella —Aseguró el señor Jenks.
—No podemos mantenerla al margen, Renne—Dijo el señor Cullen—. Ella es parte de "ese asunto". Deberías haberlo tenido claro desde el principio, antes de empezar tu estúpido juego del escondite.
—Gracias a usted, la muchacha se encuentra totalmente falta de preparación y de conocimientos —Dijo el doctor White—. Lo que naturalmente dificultará en gran medida nuestra misión, aunque supongo que ese era preciSamente su propósito.
—Mi propósito era no poner a Isabella en peligro — aseveró mamá.
—Ya he llegado muy lejos solo —Añadió Edward—. Y también puedo seguir solo hasta el final.
—Eso es justamente lo que esperaba oír —Espetó mamá.
"También puedo seguir solo hasta el final." ¡Dios santo! Tuve que hacer un esfuerzo para que no se me escapara la risa. Parecía salido de una de esas disparatadas películas de acción en las que un musculitos de expresión melancólica y aire reconcentrado salva al mundo combatiendo, más solo que la una, contra un ejército de ninjas, una flota de barcos enemigos o un pueblo repleto de bandidos armados hasta los dientes.
—Ya veremos para qué tareas puede ser apropiada — terció el señor Cullen.
—Tenemos su sangre —Dijo Edward—. No necesitamos nada más de ella. Por mí, puede venir aquí cada día y elapsar, y todos contentos.
¿Cómo? "¿Elapsar?" Sonaba como uno de esos conceptos con los que el señor James acostumbraba a desconcertarnos en las clases de inglés. "En principio no es un mal planteamiento interpretativo, Mike, pero la próxima vez recuerda que hay casos en los que la elipsión es, si no obligada, más que recomendable." ¿O era "elisión"? Tanto daba, porque ni Mike ni yo ni nadie en la clase habíamos entendido de que hablaba. Con excepción de Tannya, naturalmente. El señor Jenks se fijó en mi cara de desconcierto.
—Con el término "elapsar" nos referimos a una sangría controlada de tu cupo de salto temporal en la que te enviamos unas horas al pasado con el cronógrafo —Explicó —. De este modo evitamos que se produzcan saltos incontrolados. —Y añadió volviéndose hacia los otros—: Estoy seguro de que, con el tiempo, Isabella nos sorprenderá a todos con su potencial. Ella…
— ¡Ella es una cría! —Le interrumpió Edward—. No tiene ni idea de nada.
Me puse roja de indignación. ¿Cómo era capaz de soltar semejante impertinencia ese estúpido y engreído… jugador de polo? Y qué forma tan despectiva de mirarme…
—Eso no es verdad —Repliqué.
¡Yo no era ninguna cría! Tenía dieciséis años y medio. Era tan vieja como Tanya. A mi edad, María Antonieta hacía tiempo que se había casado. (No lo sabía por la clase de historia, sino por la película con Kirsten Dunst que Alice y yo habíamos visto en DVD.) Y Juana de Arco tenía solo quince años cuando…
—Ah, ¿No? —La voz de Edward rezumaba sarcasmo—. ¿Qué sabes de historia, por ejemplo?
—Lo suficiente —Dije (¿No acababan de ponerme un sobresaliente en el examen?)
— ¿De verdad? Muy bien. Veamos, ¿Quién reinó en Inglaterra después de Jorge I?
No tenía ni la más remota idea.
— ¿Jorge II? —Respondí al tuntún. ¡Bien! Parecía decepcionado. Debía de ser correcto.
— ¿Y sabrías decirme qué casa real sustituyó a los Estuardo en 1702 y por qué?
Se acabó la suerte.
—Hummm… Aún no lo hemos dado —Dije.
—En fin, está bien claro —Añadió Edward dirigiéndose a los demás—. No sabe nada de historia. Ni siquiera sabe expresarse adecuadamente. Dondequiera que saltemos, llamará la atención más que un perro verde. Además, no tiene ni idea de qué va esto. ¡No solo sería totalmente inútil, sino que supondría un peligro para toda la misión!
¿Qué? ¿Que yo no podía hablar "adecuadamente"? Pues ahora mismo se me estaban ocurriendo unos cuantos insultos de lo más adecuados que me hubiera encantado gritarle.
—Creo que has expuesto tu opinión con suficiente claridad, Edward —Declaró el señor Cullen—. Ahora sería interesante saber qué tiene que decir el conde al respecto.
—No podéis hacerle eso —Susurró mamá con un hilo de voz.
—Estoy seguro de que el conde se alegrará mucho de conocerte, Isabella —Continuó el señor Jenks sin prestar atención a sus reparos—. El rubí, el doce, el último en el Círculo. Será un momento solemne el de vuestro encuentro.
— ¡No! —Gritó mamá.
Todos volvieron la vista hacia ella.
— ¡Renne! —Dijo mi abuela—. ¡No vuelvas a empezar!
—No —Repitió mamá—. ¡Por favor! No hace falta que él la conozca. Debería bastarle con saber que completará el Círculo con su sangre.
—Que hubiera completado —Dijo el doctor White, que seguía hojeando el archivador—, si después del robo no hubiéramos tenido que empezar desde el principio.
—Sea como sea, no quiero que Isabella le conozca —Dijo mamá—. Esta es mi condición. Edward puede responsabilizarse solo de esto.
—Está claro que no está en tu mano decidir sobre el tema —Dijo el señor Cullen.
— ¡Condiciones! ¡Pone condiciones! —Exclamó el doctor White.
— ¡Pero tiene razón! No le hará ningún servicio a nadie que arrastremos a la chica hasta allí —Aseguró Edward—. Le explicaré al conde lo que ha pasado, y estoy seguro de que coincidirá conmigo.
—En cualquier caso, querrá verla para poder hacerse una idea por sí mismo —Dijo Carlisle Cullen—. No es peligroso para ella. Ni siquiera tendrá que abandonar la casa.
—Señora Swan, le aseguro que a Isabella no le pasará nada —La tranquilizó el señor Jenks —. Su opinión sobre el conde se basa quizá en prejuicios que nos alegraría mucho ayudarla a disipar.
—Me temo que no van a poder conseguirlo.
—Seguro que querrás comunicarnos en qué informaciones te basas para sentir tal rechazo por el conde, un hombre al que no conoces, por cierto, mi querida Renee —Le instó el señor Cullen.
Mamá apretó los labios.
— ¡Te escuchamos! —Dijo el señor Cullen. Mamá calló.
—Es… solo una sensación —Susurró finalmente. El señor Cullen torció la boca en una sonrisa cínica.
—Siento tener que decirlo, Renne, pero todo el rato tengo la impresión de que nos estás ocultando algo. Dime, ¿De qué tienes miedo en realidad?
— ¿Quién es ese conde, si puede saberse, y por qué no debo conocerle? —Pregunté.
—Porque tu madre tiene "una sensación" —Me respondió el doctor White arreglándose la chaqueta—. Ese hombre hace doscientos años que está muerto, señora Swan.
—Y así debe seguir —Murmuró mamá.
—El conde Aro Vulturi es el quinto de los doce viajeros del tiempo, Isabella —Explicó el señor Jenks —. Hace un momento viste su retrato en la Sala de Documentos. Él fue el primero que comprendió la función del cronógrafo y descifró los Antiguos Escritos. Y no solo descubrió cómo, con el cronógrafo, podía viajar a cualquier año y cualquier día que eligiera, sino que también desveló el secreto que se esconde tras el Secreto, el Secreto de los Doce. Con ayuda del cronógrafo, consiguió localizar a los cuatro viajeros del tiempo anteriores a él y les hizo partícipes de su descubrimiento. El conde buscó y encontró apoyo en las mentes más brillantes de su época: matemáticos, alquimistas, magos, filósofos, todos se sintieron fascinados por su causa. Juntos descifraron los Antiguos Escritos y calcularon las fechas de nacimiento de los siete viajeros del tiempo que aún debían nacer para completar el Círculo. En 1745, el conde fundó aquí, en Londres, la Sociedad de los Vigilantes, la Logia secreta del Conde Aro Vulturi.
—El conde tiene que agradecer el descifrado de los Antiguos Escritos a personajes tan famosos como Raimundus Lullus, Agrippa von Nettesheim, John Colet, Henry Draper, Simon Forman, Samuel Hartlib, Kenelm Digby y John Wallis —Informó el señor Cullen.
Ninguno de esos nombres me sonaba de nada.
—Ninguno de esos nombres le suena de nada —Dijo Edward burlonamente.
¡Demonios! ¿Es que podía leer el penSamiento? Por si acaso podía hacerlo, le dirigí una mirada asesina y pensé con todas mis fuerzas: "¡Estúpido fanfarrón!". Apartó la mirada.
—Pero Isaac Newton murió en 1727. ¿Cómo podía ser miembro de los Vigilantes?
Yo misma me quedé maravillada de que se me hubiera ocurrido aquello. Alice me lo había dicho el día anterior por teléfono, y por alguna misteriosa razón se me quedado grabado en el cerebro. Al fin y al cabo, resulta que no era tan estúpida como afirmaba el tal Edward ese.
—Exacto —Repuso el señor Jenks sonriendo—. Esa es una de las ventajas que tiene un viajero del tiempo. Puede buscarse amigos también en el pasado.
— ¿Y qué es eso del secreto que se esconde tras el secreto?
—El Secreto de los Doce se revelará cuando se haya registrado la sangre de los doce viajeros del tiempo en el cronógrafo —Anunció solemnemente el señor Jenks—. Por eso debe cerrarse el Círculo. Esta es la gran misión que debemos llevar a cabo.
— ¡Pero si yo soy la última de los Doce! ¡Conmigo el Círculo debería estar completo!
—Sí, y lo estaría —Repuso el doctor White—, si hace diecisiete años a tu prima Emily no se le hubiera ocurrido la idea de robar el cronógrafo.
—Sam fue quien robó el cronógrafo —Puntualizó mi abuela—. Emily solo…
El señor Cullen levantó una mano.
—Muy bien, muy bien, digamos sencillamente que lo robaron juntos. Dos chiquillos descarriados… De este modo se destruyeron cinco siglos de trabajo. La misión estuvo a punto de fracasar y el legado del conde Aro Vulturi estuvo a punto de perderse definitivamente.
— ¿El legado es el Secreto?
—Afortunadamente, entre estos muros se encontraba otro cronógrafo —Dijo el señor Jenks —. No estaba previsto que entrara nunca en funcionamiento. Llegó a manos de los Vigilantes en 1757, y era defectuoso. Había permanecido abandonado durante siglos y sus valiosas piedras preciosas habían sido robadas. En un esforzado trabajo de reconstrucción que se prolongó a lo largo de dos siglos, los Vigilantes consiguieron que el aparato…
El doctor White le interrumpió impaciente:
—Para abreviar un poco la historia: fue reparado y se vio que efectivamente podía funcionar, aunque solo pudimos verificarlo en la práctica cuando el undécimo viajero del tiempo, es decir, Edward, llegó a la edad de iniciación. Habíamos perdido un cronógrafo y con él la sangre de diez viajeros del tiempo. Teníamos que empezar desde el principio con el segundo.
—Para… Hummm… descubrir el Secreto de los Doce —Dije.
Había estado a punto de decir "para que se revelara". Empezaba a sentirme como si me hubieran hecho un lavado de cerebro. La respuesta fue una solemne inclinación de cabeza del doctor White y del señor Jenks.
— ¿Y qué clase de secreto es ese?
Mamá empezó a reír. Aquello estaba totalmente fuera de lugar, pero el hecho es que cacareaba como hacía siempre Leah cuando veía al señor Bean por la tele.
— ¡Renne! —Susurró Abue Sue—. ¡Contrólate!
Pero solo consiguió que mamá riera aún con más ganas.
—El Secreto es el Secreto es el Secreto —Consiguió soltar entre dos estallidos de risa—, y así siempre.
—Lo que decía: ¡Son todas unas histéricas! —Gruñó el doctor White.
—Me alegra que aún consigas encontrarle el lado cómico al asunto —Puntualizó el señor Cullen.
Mamá se secó las lágrimas de los ojos.
—Lo siento. Me ha dado así sin más. En realidad, preferiría llorar, de verdad.
Comprendí que no conseguiría llegar a ninguna parte con mi pregunta sobre la naturaleza del secreto.
— ¿Qué tiene de peligroso el conde para que no deba conocerle? —Pregunté en su lugar.
Mamá, que de pronto se había puesto seria como un funeral, se limitó a sacudir la cabeza. La verdad es que empezaban a preocuparme sus cambios bruscos de humor, tan impropios de ella.
—Nada —Respondió el doctor White en su lugar—. Tu madre solo teme que puedas entrar en contacto con un cuerpo ideológico que contradiga sus propios puntos de vista, si bien ella no tiene capacidad de decisión entre estos muros.
—Cuerpo ideológico —Repitió mi madre sarcásticamente —. Un poco traído por los pelos, ¿No?
—En cualquier caso, ¿Por qué no dejamos sencillamente que sea Isabella quien decida si quiere ver al conde o no?
— ¿Solo para tener una conversación con él? ¿En el pasado? —Mi mirada pasó del señor Cullen al señor Jenks y otra vez al señor Cullen—. ¿Y él podrá responder a mi pregunta sobre el Secreto?
—Si quiere hacerlo —Repuso el señor Jenks—. Le verás en el año 1782. Por entonces, el conde ya era un hombre muy anciano, y prácticamente había venido de visita a Londres en cumplimiento de una misión estrictamente confidencial de la que los historiadores y sus biógrafos no saben nada. Pasó la noche en esta casa, razón por la cual será muy sencillo arreglar una conversación entre vosotros. Por descontado, Edward te acompañará.
Edward masculló algo que incluía las palabras "idiotas" y "canguro". "¿Canguro de idiotas?" Cómo detestaba a ese tipo.
— ¿Mamá?
—Di que no, cariño.
—Pero ¿Por qué?
—Aún no estás preparada.
— ¿Por qué no estoy preparada? ¿Por qué no puedo ver a ese conde? ¿Qué tiene de peligroso? Dímelo, mamá.
—Sí, díselo, Renne —La instó el señor Cullen—. Isabella está harta de tanto secretismo, lo cual es aún más mortificante si procede de su propia madre, pienso yo.
Mamá calló.
—Ya vez lo difícil que es arrancarnos informaciones realmente útiles —Dijo el señor Cullen, mirándome muy serio con sus ojos ambarinos.
Mi madre seguía callada. Me vinieron ganas de sacudirla por los hombros. Carlisle Cullen tenía razón: sus insinuaciones no me ayudaban en nada.
—Entonces tendré que descubrirlo por mí misma — afirmé—. Quiero conocerle.
No sé qué me había pasado de repente, pero de pronto dejé de sentirme como una niña de cinco años que solo quiere correr a casa para esconderse debajo de la cama. Edward lanzó un gemido.
—Renee, ya lo has oído —Advirtió el señor Cullen—. Creo que deberías dejar que te acompañaran de vuelta a Mayfair y tomarte un tranquilizante. Llevaremos a Isabella a casa cuando… hayamos acabado.
—No la dejaré sola —Susurró mamá.
—Leah y Seth pronto volverán de la escuela, mamá. No te preocupes, puedes marcharte. Yo puedo cuidar de mí misma.
—No, no puedes —Volvió a susurrar mamá.
—Te acompañaré, Renne —Dijo la abuela en un tono sorprendentemente afable—. Me he pasado dos días seguidos aquí y tengo dolor de cabeza. Las cosas han dado un giro realmente inesperado. Pero ahora… ya no está en nuestras manos.
—Muy juicioso —Repuso el doctor White. Mamá parecía a punto de romper a llorar.
—Muy bien —Convino—. Me iré. Confío en que se haga todo lo necesario para que Isabella no corra ningún peligro.
—Y mañana pueda acudir puntualmente a la escuela — observó Abue Sue—. No debería perderse muchas clases. Ella no es como Tanya.
La miré atónita. La verdad es que me había olvidado por completo de la escuela.
— ¿Dónde están mi sombrero y mi abrigo? —Preguntó mi abuela.
Entre los hombres que estaban en la habitación se produjo una especie de suspiro de alivio que no podía oírse pero sí palparse.
—La señorita Weber se ocupará de todo, señora Sue — repuso el señor Cullen.
—Vamos, hija —Dijo Abue Sue a mamá. Mamá vaciló.
—Renee. —Carlisle Cullen le cogió la mano y se la llevó a los labios—. Ha sido un gran placer volver a verte después de tantos años.
—Tampoco han sido tantos —Repuso mamá.
—Diecisiete.
—Dieciséis —Replicó mamá, como si estuviera un poco ofendida—. También nos vimos en el entierro de mi padre. Pero seguramente lo habrás olvidado.
Volvió la cabeza para dirigirse al señor Jenks.
— ¿Cuidará de ella?
—Señora Swan, le prometo que Isabella estará segura con nosotros —Repuso el señor Jenks —. Confíe en mí.
—No me queda otro remedio. —Mamá retiró la mano al señor Cullen y se colgó el bolso al hombro—. ¿Puedo hablar un momento a solas con mi hija?
—Naturalmente —Repuso Carlisle Cullen—. Si quieres, aquí al lado no te molestará nadie.
—Me gustaría salir afuera con ella —Objetó mamá. Señor Cullen enarcó las cejas.
— ¿Tienes miedo de que te espiemos a través de una mirilla oculta en un retrato? —Preguntó entre risas.
—No, simplemente necesito un poco de aire fresco — respondió mamá.
A esa hora del día, el jardín estaba cerrado al público. Unos cuantos turistas (reconocibles por las voluminosas cámaras fotográficas que llevaban colgadas al cuello) contemplaron con envidia cómo mamá abría una de las puertas, un afiligranado portal de hierro de dos metros de altura, y volvía a cerrarla tras de nosotras. Me quedé fascinada por la exuberancia de los macizos de flores, el verde intenso del césped y la fragancia del aire.
—Ha sido una buena idea venir aquí —Dije—. Empezaba a sentirme como un topo ahí dentro.
Con gran anhelo dirigí la cara hacia el sol, que para encontrarnos a principios de abril era sorprendentemente cálido. Mamá se sentó en un banco de teca y se frotó la frente con la mano, en un gesto muy parecido al que antes había hecho la abuela, solo que mamá no parecía viejísima.
—Esto es una auténtica pesadilla —Me espetó. Me dejé caer junto a ella en el banco.
—Sí. Realmente cuesta hacerse a la idea de cómo han cambiado las cosas. Ayer por la mañana todo era como siempre, hasta que de repente… Tengo que asimilar tantas cosas de golpe, miles de pequeñas informaciones que no acaban de encajar unas con otras, que tengo la sensación de que me va a estallar la cabeza.
—Lo siento muchísimo —Dijo mamá—. Me hubiera gustado tanto poder ahorrarte todo esto…
— ¿Qué hiciste para que todos estén tan enfadados contigo?
—Ayudé a huir a Emily y a Sam —Respondió mamá, no sin antes echar una ojeada a su alrededor para asegurarse de que nadie nos espiaba—. Durante un tiempo se escondieron en nuestra casa de Durham. Pero, naturalmente, ellos acabaron por descubrirlo y tuvieron que irse.
Pensé en todo lo que me habían explicado a lo largo del día, y de pronto comprendí dónde estaba mi prima. La oveja negra de la familia no vivía en el Amazonas con alguna tribu indígena ni se había escondido en un convento de monjas en Irlanda, como siempre habíamos imaginado Alice y yo de niñas. No, Emily y Sam estaban en un sitio muy distinto.
—Desaparecieron con el cronógrafo en el pasado, ¿Verdad?
Mi madre asintió.
—No fue una decisión fácil para ellos, pero al final no tuvieron otra elección.
— ¿Por qué no fue fácil?
—No se puede alejar el cronógrafo de su época. Quien se lleva el cronógrafo al pasado, no puede viajar de vuelta y debe permanecer allí para siempre.
Tragué saliva.
— ¿Qué motivo puede haber para hacer algo así? —
Pregunté en voz baja.
—Emily y Sam comprendieron que en el presente no había ningún escondite seguro para ellos y el cronógrafo. Los Vigilantes les hubieran localizado tarde o temprano dondequiera que hubieran tratado de huir.
— ¿Y por qué lo robaron, mamá?
—Querían evitar que… el Círculo de Sangre se cerrara.
— ¿Y qué pasa si el Círculo de Sangre se cierra?
Madre mía, ya empezaba a parecer uno de ellos. "Círculo de Sangre". A ese paso, pronto empezaría a hablar en verso.
—Escucha, cariño, no tenemos mucho tiempo. Aunque ahora afirmen lo contrario, sé que ellos tratarán de hacerte participar en lo que llaman su misión. Te necesitan para cerrar el Círculo y hacer que se revele el Secreto.
— ¿Qué es el Secreto, mamá?
Tenía la impresión de que ya había hecho esta pregunta mil veces, e interiormente casi la grité.
—Sé tan poco como los demás. Solo puedo hacer suposiciones. Sé que es muy potente y que otorga un gran poder al que sabe utilizarlo, pero también sé que el poder en manos de las personas equivocadas es muy peligroso. Por esa razón, Emily y Sam opinaban que era mejor que el Secreto permaneciera oculto y, para conseguirlo, hicieron grandes sacrificios.
—Eso ya lo he entendido. Lo que no he entendido es el por qué.
—Aunque a algunos de los hombres de ahí dentro posiblemente solo les impulse la curiosidad científica, las intenciones de muchos otros no son en absoluto tan nobles. Sé que no se detienen ante nada para conseguir sus objetivos. No puedes fiarte de ninguno de ellos. De ninguno, Isabella.
Suspiré al comprender que nada de lo que me había dicho tenía ninguna utilidad. Desde el jardín oímos un ruido de motor y un coche se detuvo ante el portal, aunque en realidad allí estaba prohibida la circulación.
— ¡Ya es hora de irnos, Renee! —Gritó Abue Sue desde fuera.
Mamá se levantó.
— ¡Creo que hoy nos espera una noche de lo más divertida! Seguro que la mirada helada de la tía Carmen congelará la comida.
— ¿Por qué la comadrona se ha ido de viaje preciSamente hoy? ¿Y por qué no me tuviste en un hospital?
—Deberían dejar en paz a esa pobre mujer —Repuso mamá.
— ¡Renne! ¡Vámonos de una vez!
La abuela golpeó la reja de hierro con la punta de su paraguas.
—Me parece que te estás ganando una buena regañina —Dije.
—Me rompe el corazón tener que dejarte aquí sola.
—Podría irme contigo a casa y ya está —Repuse, a sabiendas de que no me apetecía nada hacerlo. Carlisle Cullen tenía razón: ahora formaba parte de "ese asunto", y extrañamente eso me gustaba.
—No, no puedes —Explicó mamá—. En los saltos incontrolados en el tiempo podrías resultar herida o incluso muerta. Aquí, al menos en este sentido, estás segura. —Me abrazó—. No olvides lo que te he dicho. No te fíes de nadie. Ni siquiera de tus sensaciones. Y ve con cuidado con el conde Aro Vulturi. Se dice que tiene la facultad de penetrar en la mente de sus interlocutores. Puede leer tus penSamientos, y, lo que es peor todavía, controlar tu voluntad si se lo permites.
Me apreté tan fuerte como pude contra ella.
—Te quiero, mamá.
Por encima de su hombro pude ver que en ese momento el señor Cullen se encontraba ante la puerta. Cuando mamá se dio la vuelta, también le vio.
— ¡Sobre todo, debes ir con mucho cuidado con ese! — Susurró en voz baja—. Se ha convertido en un hombre peligroso.
Me pareció notar un matiz de admiración en su voz y, siguiendo un impulso repentino, le pregunté:
— ¿Tuviste algo con él alguna vez, mamá?
No hizo falta que me contestara; por la cara que puso, supe que había dado en el blanco.
—Yo tenía diecisiete años y era fácil de impresionar — dijo.
—Lo comprendo —Repliqué sonriendo malicioSamente —. Tiene unos ojos realmente increíbles.
Mamá me devolvió la sonrisa mientras volvíamos con deliberada lentitud hacia la puerta.
—Oh, sí. Sam tenía exactamente los mismos ojos. Pero, al contrario que su hermano mayor, no había en él ni sombra de arrogancia. No me extraña que Emily se enamorara…
—Me encantaría saber qué se ha hecho de ellos.
—Me temo que tarde o temprano lo sabrás.
—Dame la llave —Dijo Carlisle Cullen con impaciencia, y mamá le tendió el manojo de llaves a través de la reja de la puerta—. He llamado a un coche para que os lleve.
—Nos veremos mañana en el desayuno, Isabella — dijo la abuela, y me sujetó la barbilla con la mano—. ¡Ánimo, niña! Eres una Clearwater, y las Clearwater mantienen la compostura siempre bajo cualquier circunstancia.
—Haré lo que pueda, abuela.
—Así me gusta. ¡Bueno, ya está bien! —Exclamó moviendo los brazos como si quisiera espantar a una mosca —. ¿Qué se ha creído esta gente, que soy la reina de Inglaterra?
A los turistas, sin embargo, debía parecerles tan británica, con su elegante sombrero, el paraguas y el abrigo a juego, que la fotografiaron desde todos los ángulos. Mamá volvió a abrazarme.
—El Secreto ya ha costado unas cuantas vidas —Me susurró al oído—. No lo olvides.
Con sentimientos encontrados, seguí con la mirada a mí madre y mi abuela hasta que doblaron la esquina y desaparecieron de mi vista. Señor Jenks me cogió la mano y me la estrechó con fuerza.
—No tengas miedo, Isabella. No estás sola.
Exacto, no estaba sola. Estaba con gente en la que no podía confiar. "En ninguno de ellos", había dicho mamá. Miré los amistosos ojos azules del señor Jenks y busqué en ellos algo peligroso, insincero, pero no descubrí nada. "No confíes en nadie. Ni siquiera en tus propias sensaciones."
—Ven, vamos adentro. Tienes que comer algo.
—Espero que la conversación con tu madre haya sido esclarecedora para ti —Dijo el señor Cullen de camino hacia arriba—. Déjame adivinar: te habrá prevenido contra nosotros, diciendo que carecemos de escrúpulos y no somos de gente de fiar, ¿Me equivoco?
—Eso lo sabrá usted mejor que yo —Repuse—. Pero en realidad hemos hablado de que en una época mi madre y usted tuvieron algo.
Señor Cullen enarcó las cejas sorprendido.
— ¿Eso te ha dicho? —Exclamó ligeramente arrobado—. Hace mucho de eso. Yo era joven y…
—… y fácil de impresionar —Acabé yo—. Eso mismo ha dicho mi madre.
Señor Jenks soltó una carcajada.
— ¡Pues sí, es verdad! Lo había olvidado por completo. Tú y Renne Clearwater hacíais buena pareja, Carlisle. Aunque solo durara tres semanas. Hasta que te aplastó en la camisa un pedazo de pastel de queso en aquel baile de beneficencia en Holland House y dijo que nunca volvería a dirigirte la palabra.
—Era tarta de frambuesa —Repuso el señor CullenGuiñándome un ojo—. En realidad, quería tirármela a la cara, pero por suerte solo me dio en la camisa. La mancha no salió nunca. Y todo porque estaba celosa de una chica cuyo nombre no puedo recordar siquiera.
—Larisa Crofts, hija del ministro de Finanzas —Apuntó el señor Jenks.
— ¿De verdad? —Señor Cullen parecía sinceramente sorprendido—. ¿Del actual o del de entonces?
—Del de entonces.
— ¿Era guapa?
—Por desgracia.
—De todos modos, Renne me partió el corazón porque empezó a salir con un chico de la escuela cuyo nombre recuerdo muy bien.
—Claro. Porque le partiste la nariz y sus padres estuvieron a punto de denunciarte —Repuso el señor Jenks.
— ¿Es eso verdad?
Yo estaba absolutamente fascinada.
—Fue un accidente —Aclaró el señor Cullen—. Jugábamos juntos en un equipo de rugby.
—Cuántos abismos insondables se abren ante nuestros ojos, ¿No es cierto, Isabella?
Señor Jenks aún reía divertido al abrir la puerta de la Sala del Dragón.
—Desde luego.
Me detuve al ver a Edward, que nos miraba con el gesto torcido, sentado a la mesa del centro de la habitación. El Señor Cullen me empujó hacia delante.
—No fue nada serio —Dijo—. Las relaciones amorosas entre los Cullen y los Clearwater no parecen contar con el favor de las hadas. Podría decirse que están condenadas de antemano al fracaso.
—Creo que esta advertencia es totalmente innecesaria, tío —Dijo Edward cruzándose de brazos—. Definitivamente, ella no es mi tipo.
Con "ella" se refería a mí, pero tardé varios segundos en asimilar la ofensa. Mi primer impulso fue replicarle algo del estilo "A mí tampoco me van los tipos creídos" o "Vaya, qué alivio. De hecho, ya tengo novio. Uno con buenos modales". Pero al final me limité a cerrar la boca. Muy bien. Yo no era su tipo. ¿Y qué? Pues nada. La verdad es que me importaba un pimiento.
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