
Acabó la semana con un viernes y amaneció con un sábado y entonces comenzó un nuevo día lleno de dudas y tensión al decidir que iría a visitar a Edward por la noche. Estaba nerviosa. Quería saber ya la respuesta de Edward.
Estoy ansiosa. El día me parece que va a pasar lento, para variar y tendría que esperar bastante.
Pasan las horas esperando a que lleguen las seis de la tarde, mientras yo estoy sentada en mi escritorio observando la fotografía que tengo puesta al lado del ordenador, la de Edward y la mía, en la que los dos estábamos delante de la fuente que hay en el parque del centro, sentados en el banco. Salíamos los dos: yo sonriendo y riéndome a carcajadas, mientras Edward me observaba con una feliz sonrisa de oreja a oreja, viéndome como disfrutaba esos pequeños momentos con él y el se alegraba, y estábamos los dos abrazados, claro está.
Ese es mi retrato favorito de todos los que tengo—todos me gustan pero ese es el que más—y me siento bien al observarlo.
Soy feliz y nadie me lo va a reprochar. Son las tres. Faltan todavía tres horas para poder ir a visitarle. Espero hasta las seis porque no quiero ser cargante con él, pero tampoco quiero que se me haga tarde. Buf, estar con Edward es… lo mejor que he podido hacer en toda mi vida.
Cuando estoy con él, es como estar en un mar lleno de emociones intensas en el que no puedes dejar de nadar. Cada abrazo, cada beso, es mejor aún que el anterior y mis ganas de quererle suben cada vez más y más. Y pensar que al principio era un desconocido al que no quería ni ver porque cada tarde me perseguía…
Ese beso que casi me da fue el que me dejó aturdida y el que me enamoró. Sé que no llegó a dármelo, pero si lo hubiera hecho, me hubiera fundido en el suelo como cuando una vela se consume y queda la cera fundida en la mesa. Edward es todo un galán.
Jamás hubiera imaginado que acabaría saliendo con una persona como él, lo único que hice fue, no dejarle escapar. Yo sabía que le gustaba, porque me lo dijo—antes que yo le dijera lo que sentía por él—y como a mí también me gustaba, pues decidí decirle que sí.
Nunca había tenido novio hasta ahora, con lo cual, mis esfuerzos por esperar a una persona que me amara, duarte todo este tiempo, me ha servido, y de mucho. Por fin encontré mi media naranja y no estoy nada insatisfecha con él. Las cinco y cuarto. Me voy a ir preparando para el gran momento. De mi casa a la de Edward hay una media hora, tres cuartos. ¡Hay que darse prisa!—bueno si llego a y diez o a y cuarto tampoco pasará nada, él no sabe que voy a visitarle—. Bajo las escaleras, voy a la puerta, cojo las llaves y mi chaqueta y salgo de aquí. Hace muy buena tarde: no hace frío, no corre viento, solo una brisa que me acaricia el pelo; el sol se está poniendo y el cielo es de color rosado-naranjado; las nubes son de un color rosa flojo y los pájaros cantan alegremente. Por fin llego a casa de Edward: las seis en punto. -¡Ding Don! – sonó el timbre de la puerta. - ¡Voy!- se escuchó de dentro de la casa—¡Ah, hola Bella! ¡Pasa, pasa amor!- dijo suavemente. - Hola Edward, he venido para ver como estás. Como no te has pasado por casa ni nada, tampoco te he querido molestar. ¿Te molesto? Te veo mala cara.
- Por favor, Bella, tú como me vas a molestar. Siempre serás bien recibida cariño. Lo que pasa, es que no me encuentro muy bien hoy, cielo.—me dijo poniéndose la mano en la cabeza.
- ¿Quieres que te prepare un té bien calentito para que te recuperes? Sé que no tomas estas cosas porque eres un vampiro—dije bajito— pero aún así te puede venir bien. Va, túmbate en la cama, que hoy me toca a mí cuidarte. Por un día dejaré de ser tu novia y seré tu novia-canguro— le dije sonriente. Y él subió a su habitación mientras calentaba el agua en el microondas y sacaba la bolsita de poleo menta que llevaba siempre en el bolso—muchas veces me estreso y siempre llevo una bolsita de estas para calmarme y relajarme un rato
Sonó el ¡Ding! del microondas y subí con el vaso en una bandejita y éste iba echando humo de lo ardiendo que estaba. Entré en su habitación y Edward estaba acurrucadito en su cama, cuando me vio entrar se sentó para poder beber el menta poleo. - No me acuerdo a que sabe esto. Hace tanto tiempo que no bebo de estas cosas… solo bebía en mi vida humana y bien pocas veces… espero que no esté malo… - No te daría nunca nada malo, Edward, es para que te recuperes vida mía. Se lo bebió. Eso seguro que le sienta bien. Bueno, allá vamos: - Edward, ¿has pensado ya… lo que te dije ayer?—le dije con suavidad. Empezó a actuar de una manera extraña: comenzó a tiritar… - Edward, ¿qué te ocurre? ¿Tienes frío? Ay que no te ha sentado bien el menta poleo…perdona yo…
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