El primer día en la cámara del señor se hizo interminable para Rosalie, pese al hecho de que de Emmett la dejó en el momento mismo en que concluyó con ella, exactamente como la muchacha siempre había hecho con él. Por supuesto, debía continuar encadenada al lecho. Ojo por ojo. Y si él se atenía exactamente al propósito de repetir lo que había soportado de parte de Rosalie, ese día no volvería a forzarla. Le sorprendía que de Emmett no hubiera esperado hasta que llegase la noche para violarla, pues ése era el momento en que Royce la había llevado a la presencia del prisionero por primera vez.
Aquella primera vez... Rosalie había sufrido un dolor terrible al entregarle su virginidad, un dolor que había sido mucho más agudo a causa de su ignorancia. Pero para ser justos, él había provocado su propio sufrimiento cada vez que había luchado contra ella. Aquella vez, en cambio, él no había sufrido en absoluto. Además ella no había obtenido ningún placer al tomarlo y en cambio él había obtenido su placer como hombre en cada ocasión. Al violarla allí, era inevitable que gozara, y eso no era Justo. En realidad, a Rosalie le irritaba intensamente que él pudiera vengarse y además sentir placer.
Ojo por ojo. Si había dicho la verdad, Rosalie podía esperar que la tuviese encadenada a aquel lecho durante tres noches, y que la soltara a la tercera mañana. También podía prever que la violaría tres veces la segunda noche, y la tercera, si podía actuar sin necesidad de que ella lo incitara con sus caricias. Si no atinaba a reaccionar por sí mismo... Rosalie no quería pensar en lo que aquel hombre podía hacer. Pasaron las horas y no oyó ruidos que la perturbasen. Sin advertirlo siquiera, había perdido la sensibilidad en los brazos Lo notó cuando intentó estirarlos, y entonces la sensibilidad volvió convertida en una sensación de profundo desagrado Después, periódicamente, fue moviéndolos cuidadosamente no quiso pensar en lo que sentiría después de haber dormido durante un rato.
El sueño, sin embargo, tardó mucho en llegar. La habitación se ensombreció con la llegada de la noche, pero Rosalie no cerró los ojos. Sentía la necesidad de aliviar su cuerpo, pero la combatió hasta que por fin pasó, y empezó a temer la posibilidad de quedar avergonzada en aquella cama si alguien... "Oh, Dios mío", pensó, a él nunca le habían aflojado las cadenas para permitirle hacer sus necesidades. Esme se había ocupado de él. Cuando Rosalie pensaba en ello sentía que la piel le ardía a causa de la mortificación; y ella aún no se había enfrentado a la misma situación. Pero él sí la había sufrido, y aquélla era otra humillación a la que Rosalie ni siquiera había prestado atención. Sin embargo, si hubiese pensado en eso en aquel momento, ¿qué podría haber hecho? Royce no había querido que nadie, salvo ella y Esme, estuviesen al tanto de la presencia del caballero en la fortaleza, de modo que ella no hubiera podido enviar a un criado para facilitarle las cosas.
Fue casi como si él le hubiera leído el pensamiento, incluso a través de las espesas paredes de piedra: el señor MacCarty regresó, y trajo consigo a una criada con una bandeja de comida. Emmett fue directamente hacia los pies de la cama. La mujer se detuvo bruscamente cuando vio a Rosali, y sus ojos oscuros se llenaron de horror. Él ni siquiera había cubierto a Rosalie al retirarse, y en cambio ella siempre había extendido el lienzo sobre él antes de abandonarlo.
-Enid, deja eso ahí y ve a buscar lo que haga falta -dijo a la mujer.
Enid no vaciló y se alejó a toda prisa. Su señor no le prestó atención, porque estaba observándola. Pero ella no lo miraba, hasta que él pasó un dedo sobre el costado del pie de Rosalie, como para llamar su atención. Entonces sí lo miró, pero con todo el odio que él la obligaba a sentir. -Ah, ¿qué significa esto? ¿Ahora exhibes algo más que un corazón tierno?
Emmett sonrió, pero sin verdadero humor, sólo como un indicio más del triunfo que había alcanzado-. Tu antipatía no me desagrada. No, le doy la bienvenida.
Ella cerró los ojos, de modo que él no pudiese ver el odio que tanto le agradaba, una suerte de pequeña represalia de parte de Rosalie. Pero él no le permitió ni siquiera eso.
-Mírame -ordenó con dureza, y cuando ella obedeció de inmediato, agregó-: Eso está mejor. Mujer, siempre que estés en mi presencia, me mirarás, a menos que te ordene lo contrario
Otra amenaza. Era muy bueno para amenazar, aunque sin enumerar las consecuencias. Rosalie le demostró lo que opinaba al respecto con otra mirada de odio. ¿Por qué no, si a él le agradaba?
Pero Emmett se había embarcado en un nuevo tema, la razón por la cual había entrado en la habitación.
-Parece que tendré que aceptar otras cosas a causa de tu sexo. Tú ordenaste a una mujer que me atendiese. Yo te enviaría a un hombre, de eso puedes estar segura, pero no tengo ninguno en quien pueda confiar, no puedo estar seguro de que ninguno atienda tus necesidades sin ocuparse al mismo tiempo de las suyas propias: el ver tu desnudez sin duda provocaría su sensualidad. De modo que Enid se ocupará de tí: está acostumbrada a cuidar de los heridos y los enfermos, y no llevar ni traer chismes, porque perdió la lengua hace muchos años, cuando otro hombre se apoderó durante un tiempo de este castillo.
El rostro de su carcelero se convirtió en la máscara cruel que ella ya le había visto antes, la cara de un hombre capaz de cometer la peor atrocidad. Pero la expresión sombría no duró; retornó a aquella sonrisa que no era una auténtica sonrisa.
-De todos modos, no me sentiré satisfecho si no sufres las mismas humillaciones que yo. De modo que soportarás mi presencia mientras Enid atiende tus necesidades, y tal como te lo acabo de advertir, mantendrás los ojos en mí. No intentarás ignorarme o cerrar los ojos para olvidar mi existencia. ¿Comprendes?
Rosalie estaba demasiado abrumada para asentir siquiera pero hubiera proferido insultos contra él de haber podido. Conoció entonces otra de las humillaciones que él había soportado: la frustración de verse incapacitado para responder con maldiciones o de cualquier otro modo.
Enid regresó pronto, y comenzó a cumplir sus nuevas obligaciones sin necesidad de que le dijesen nada. Rosalie, consciente de la amenaza de Emmett, mantuvo los ojos fijos en él mientras el señor se apoyaba en el respaldo de la cama. Pero no lo veía. Concentraba en cambio la atención en Enid, y en la breve ojeada que le había echado un rato antes. Trató de hacerse una imagen de la sirvienta. A pesar de los cabellos grises, la mujer en realidad no era anciana; debía de tener alrededor de cuarenta años. Tenía la nariz ligeramente ganchuda, pero por lo demás sus rasgos eran agradables, y su piel era suave y sin arrugas. Las manos tiernas eran rápidas y eficientes, lo que agradó profundamente a Rosalie.
Lo peor finalmente terminó: aquella violación de su intimidad había sido el más horrible atropello. Mientras él la forzaba, estaba desnuda, y su sentido de justicia le decía que merecía estar así. Pero aquello no. Con su lógica perversa, Emmett se las había arreglado de modo que tuviese que soportar a dos personas como testigos; en cambio, a él lo había mirado una sola.
Intentó recordar que aquel hombre había sufrido lo mismo, había experimentado los mismos sentimientos, y que por eso ahora había decidido forzarla. Pero tales conclusiones no cambiaron en nada la situación. No se merecía aquello. Y apenas le quitaron la mordaza, se le aclaró la visión que había tratado de mantener confusa. Entonces le dijo lo que pensaba de él, y al demonio con las consecuencias.
-¡Eres el hombre más cruel y despreciable que existe sobre la tierra, mil veces peor que Royce! La respuesta del hombre fue decir a la criada:
-No me interesa escucharla, Enid, de modo que mantenle la boca llena de comida, para que sólo pueda masticar.
-Cana... Rosalie casi se ahogó con la comida, porque le metieron en 1a boca una cucharada enorme. Antes de que hubiese terminado de masticarla, otra ocupó su lugar. Enid -¿acaso había pensado que podía agradecerle algo?- obedeció al pie de la letra a su amo. Y antes de que Rosalie pudiese decir otra palabra, la amordazaron de nuevo.
Después, la criada fue despedida sumariamente. Emmett abandonó los pies de la cama para acercarse al costado e inclinarse sobre ella. Casi volvía a ser atractivo con su expresión absolutamente neutra.
-Hembra estúpida -dijo-. Fue un truco astuto, enturbiar tu visión. Pero si me hubieras obedecido, hubieses visto que yo presto únicamente mi presencia, no mi atención. Ahora te mereces un castigo por tu espíritu caprichoso. ¿Olvidas cuál será?
¿Su atención? No, más que eso, pues la mano del hombre se acercó a la intimidad de Rosalie, y sus dedos se introdujeron dolorosamente en el calor seco de la mujer, y allí se quedaron. Su falta de reacción no provocó ningún gesto esta vez, pues él sabía que antes Rosalie había cedido, y eso le garantizaba que, al igual que él la muchacha no podría resistir mucho.
Lentamente, con confianza absoluta, comenzó a desatar los cordones de sus calzas con la mano libre, mientras la otra permanecía profundamente hundida entre las piernas de Rosalie. Obedeciendo sus órdenes, ella tuvo que observar cómo lo hacía.
-Intenta resistirte, ladronzuela -dijo él con voz suave-. Lucha como lo hice yo, y aprende que al cuerpo nada le importan el odio, la cólera y la vergüenza. No es más que una simple vasija, con instintos simples pero intensos, y uno de los más fundamentales es el antiguo instinto que lleva a procrear. La carne del hombre estaba suelta bajo la túnica, y por el bulto que presionaba sobre el lienzo oscuro, ella comprendió que ya había alcanzado todo su tamaño. Esa constatación se manifestó en las entrañas de la joven, humedeció los dedos del hombre, y ella gimió, pues ahora sabía lo que humedad significaba. La risa triunfante de su aprehensor lo ratificó.
No la tocó en otros lugares, y la montó inmediatamente Se deslizó con absoluta facilidad en el interior del cuerpo femenino. Aquello era un castigo, no parte de su venganza, no parte de su inclinación a cobrarse ojo por ojo, pues se suponía que no la forzaría otra vez hasta la mañana siguiente. A Rosalie no le importó. Su cuerpo estaba suministrándole el modo de evitar el dolor, recibiendo de buena gana los medios para procrear pese al hecho de que ya había satisfecho ese instinto fundamental. Pero también el cuerpo estaba dando la bienvenida a otra cosa, y aunque esta vez luchó, se negó con toda su voluntad, gritó enfurecida contra ello, de todos modos había placer en los profundos impulsos que la conmovían sin que ella pudiese negarse. Que Dios la ayudase, Emmett estaba observándola cuando ese placer culminó y explotó en una pulsante irradiación; la rendición total de la hembra al dominio del macho se manifestaba ahora claramente; él podía saborearla. Rosalie también lo observaba, por primera vez, cuando el mismo placer se manifestó en él, las líneas crueles de su cara se desvanecieron durante un instante, y reveló de nuevo al hombre auténticamente apuesto que existía bajo la máscara del odio.
Ella no deseaba verlo. Cerró los ojos para borrar la imagen, y no le importó si por esa razón él la mataba. Lo único que hizo Emmett fue derrumbarse sobre el cuerpo de Rosalie, su frente sobre la almohada, la mejilla contra la sien de la Joven, la respiración trabajosa resonando en sus oídos. Y tampoco se separó de ella con la misma rapidez que antes.
Cuando lo hizo, su respiración había recuperado la normalidad, y la máscara ocupaba de nuevo su lugar. Se apresuró a arreglarse la ropa, pero una vez hecho esto, la miró fijamente, dejando que sus ojos recorrieran toda la longitud del cuerpo femenino, antes de volver a la cara todavía sonrojada de Rosalie; y sus dedos recorrieron la suave superficie del brazo levantado de la muchacha. -Quizás en el futuro obedezcas más prontamente mis órdenes o quizá no. -Y entonces sus labios crueles esbozaron una mueca despectiva-. Reconocerás que nunca cedí tan fácilmente como tú, mujer. Me pregunto cómo reaccionarás al pensar las veces en que volveré a ti durante los próximos días. Y esperaré hasta la noche: no deseo perder sueño, como te sucedió a ti. ¿Acaso temes, ladronzuela, que mi venganza ya no re parezca tan desagradable?
Le hubiese escupido a la cara, si no hubiese estado amordazada. Sus ojos se humedecieron y él se echó a reír.
-Excelente. No me agradaría pensar que esperas ansiosa mis visitas cuando yo detestaba tanto las tuyas, cuando lo único en que pensaba era en la posibilidad de cerrar las manos sobre ese cuello tan suave y arrancar el último suspiro de tu pequeño cuerpo.
Que ahora él llevase la mano a esa zona y apretase no provocó la alarma en Rosalie. Sabía que jamás se conformaría con nada tan rápido y definitivo como la muerte de su prisionera, cuando se trataba de un hombre tan cruel e implacable. Él advirtió que Rosalie no le temía, y su mano descendió para tocarle un pecho en lugar del cuello.
-Crees que me conoces, ¿eh? -escupió, sin duda con un profundo sentimiento de desagrado ante ella-. Piénsalo mejor, nunca me conocerás tan bien que puedas adivinar de qué soy capaz, nunca sabrás qué demonios anidan en mi cuerpo y mi mente, y me convierten en lo que soy. Es mejor que reces pidiendo que me satisfaga la venganza, pues si no es así, desearás la muerte.
Si lo que quería era únicamente asustarla con aquellas palabras, estaba mostrándose diabólicamente ingenioso.
Cuando Rosalie pensaba en que él volvería otra vez, comenzaba a temblar, de modo que prefería no pensar en ello.
Ni siquiera estaba despierta cuando llegó por la mañana, poco después del amanecer. Cuando al fin cobró conciencia de su proximidad, también advirtió que él había inducido ya a su cuerpo femenino a recibirlo. Lo hizo rápidamente, con tal prisa que Rosalie se sintió casi más irritada porque había perturbado su sueño que porque había invadido su cuerpo: lo último terminó antes de que ella sintiera gran cosa. Luego, a pesar de que se sentía agotada, no pudo volver al sueño.
Enid llegó poco después, pero esta vez sin Emmett. Rosalie no estaba de humor para aceptar las miradas de simpatía que recibía de la mujer mayor; sin embargo, se sintió agradecida hacia ella. Ni siquiera había advertido que los hombros le dolían a causa de la forzada postura, lo notó cuando Enid comenzó a masajear la zona, y aunque no era necesario que hiciera tal cosa, la criada lavó con cuidado su cuerpo y eliminó el olor de aquel monstruo de la piel de Rosalie.
Emmett volvió al mediodía. Y de nuevo por la noche. La única compensación de Rosalie era que había tenido que esforzarse mucho la tercera vez para acariciar la vergonzosa humedad que la aturdía. Y así sucedió también el día siguiente. La tercera vez, la última que tuvo que soportar la penetración del cuerpo del hombre, fue la peor de todas.
El no tenía interés en prepararla bien para que lo recibiese. Continuó tocándola mucho después de comprender que ella estaba preparada para recibirlo, la acarició más de lo que ella podía soportar. Avivó la sensualidad en ella hasta que sintió deseos de rogarle que la poseyera; pero todo lo que Rosalie pudo hacer fue recibir lo que él le daba, es decir una nueva conciencia de su propio cuerpo, el conocimiento de la debilidad de su espíritu tanto como de la flaqueza de su carne. El canalla conseguía que ella lo deseara. Y lo sabía. Era su triunfo definitivo.
Lo único que mantenía a Rosalie era la certidumbre de que en la tercera mañana sería liberada, para satisfacer el ansia del hombre de cobrarse ojo por ojo. Pero temía que hubiese planificado otra venganza. No creía ni por un minuto que se sintiese satisfecho sólo con lo que ya había hecho. Había dicho que la vida de Rosalie le pertenecía como pago de la intención de matarlo de Royce, y que le atribuía escaso valor. Había dicho que ahora Rosalie le pertenecía y que debía hacer lo que a él se le antojara.
No, no le permitiría marcharse, como ella se lo había permitido; por lo menos no se lo permitiría antes de que naciese el niño. Si quería retenerlo y separar a Rosalie de su hijo, tendría que permitirle que se marchase o simplemente enviarla a otra de sus propiedades. Ella no podía permitir que sucediera tal cosa, aunque no sabía qué podía hacer al respecto, porque ignoraba incluso lo que el día siguiente le traería.
El día siguiente trajo a Enid, que venía con la llave de las cadenas. Rosalie había supuesto que Emmett lo haría en persona, para explicarle qué nuevas humillaciones le esperaban. Por supuesto, Enid no pudo decir palabra. Trajo comida (esta vez Rosalie pudo usar sus propias manos), y también ropas.
Las ropas originaron en Rosalie sus primeras sospechas acerca de su suerte futura. Sus prendas de vestir habían desaparecido hacía mucho tiempo, pero las que ahora recibía no se parecían en nada. La camisola y la chaqueta eran de lana común, no del todo tosca, pero nada que pudiese consideráis de buena calidad. Eran las prendas que se asignaban a 1a servidora de un castillo. Bajo aquellas prendas debía permanecer desnuda, probablemente una humillación más que le recordaba el cambio de las circunstancias y debía salir de la cámara del señor
Apenas Rosalie consiguió restablecer la circulación de la sangre en los brazos, y peinó y trenzó sus cabellos, Enid le ordenó que la siguiese. La mujer no podía decirle lo que le sucedería ahora. Apenas hubieron entrado en el Gran Salón, sintió la mirada que la indujo a volver los ojos hacia la mesa del señor. Emmett estaba sentado allí, y un rayo de sol que venía de los altos ventanales teñía de oro los cabellos castaños de su cabellera. Aunque había pasado hacía largo rato la hora del desayuno, todavía tenía frente a él un plato de comida y un jarro de cerveza. La miró con ojos inexpresivos, una mirada fija que recordó a Rosalie la última vez que lo había visto, cuando ella estaba completamente desnuda en su cama.
Rosalie se dijo que eso había terminado. Podía soportar todo lo que a partir de ese momento quisiera hacerle, siempre que eso hubiese terminado. El no le ordenó que se acercase. No tenía la más mínima intención de advertirle acerca de lo que sucedería. Que así fuese. No podía ser tan grave si él no demostraba demasiado interés en presenciar su horror al enterarse de lo que la esperaba.
Un movimiento detrás atrajo su atención antes de continuar avanzando. Miró hacia el fuego, y vio sentado allí a un grupo de mujeres. Todas interrumpieron lo que habían estado haciendo y la miraron con avidez. Rosalie no las había visto antes a causa de la atención que había prestado a la mesa del señor y que no incluía al grupo reunido ante el fuego. De hecho, el rayo del sol era tan intenso, que todo lo que estaba alrededor parecía envuelto en sombras. Pero ahora los ojos de Rosalie se habían adaptado y vio que la mayoría de las mujeres eran damas, y varias muy jóvenes. Las dos más Jóvenes la miraban con el entrecejo fruncido, se parecían mucho...
Dios santo, Emmett tenía hijas completamente adultas!, o quizá eran sus hermanas- No eran muy parecidas a él, excepto en el modo de fruncir el entrecejo. Aquel gesto las señalaba claramente como miembros de la misma familia. No, ¿qué dama hubiese estado dispuesta a ceder su dormitorio de modo que el marido pudiese violar allí a otra mujer? Por otra parte, la esposa de Emmett seguramente no podría influir en los deseos de aquel hombre, y para el caso poco importaba si tenía amantes o violaba a otras mujeres en su cama. Rosalie sólo podía compadecer a la mujer que tuviese un marido como aquel.
Entonces lanzó una exclamación: una de las mujeres abandonó su taburete, de modo que Rosalie pudiese verla bien. ¡ESME! ¿Cómo era posible?
Rosalie sintió que la alegría inundaba su pecho, le iluminaba la cara, y dio un paso adelante. Esme se apartó de ella para mirar hacia Emmett, y después volvió a sentarse, de nuevo oculta por las otras mujeres sentadas ante ella. ¿Sin decir palabra? ¿Sin siquiera una expresión de bienvenida? Rosalie no comprendía. Pero entonces su mirada se volvió hacia Emmett, vio la sonrisa del hombre y comprendió. En cierto sentido aquélla era otra venganza de su parte. ¿Era posible que hubiese malquistado totalmente a Esme con su ama? No, no lo creía posible, pero sin duda Esme no debía hablar con ella.
Su cólera se manifestó con la misma rapidez con que lo había hecho la alegría un momento antes. Ya la había inquietado que se le permitiese únicamente una vestimenta tan escasa y abrigaba sospechas con respecto al próximo paso del plan de Emmett para quebrarla; pero esto, negarle toda relación con la mujer que era como una segunda madre para ella...
Olvido la debilidad de su posición, olvidó que él podía arrojar de nuevo a la mazmorra, golpearla y matarla. Rosalie no hizo caso de la mano de Enid que intentaba sujetarla, caminó hacia el estrado y se acercó al frente de la mesa de Emmett, hasta que quedó ante él. El hombre se limitó a enarcar el entrecejo en un gesto de interrogación, como si advirtiese que ella estaba enfurecida.
Rosalie se inclinó hacia delante y murmuró de modo a sólo él la oyese:
-Puedes negarme hasta la última de las cosas que aprecio pero yo rogaré hasta el fin de mis días que tú, Emmett te pudras en el infierno.
Él le dirigió la cruel sonrisa que Rosalie estaba llegando a conocer tan bien.
-Mujer, ¿debo temer por un alma que ya está condenada? Y no te he autorizado a mostrarte tan familiar al dirigirte a mí.
Ella enderezó el cuerpo, incrédula. Acababa de maldecirlo y de condenarlo al infierno eterno, ¿y a él le preocupaba únicamente que hubiese usado su nombre de pila? Ella hervía de furia, ¿y él se limitaba a sonreírle?
-Discúlpame -se burló Rosalie-. Debí llamarte bastardo. El se puso de pie con tal rapidez que la sobresaltó. Y antes de que ella hubiese pensado siquiera en huir, se inclinó completamente sobre la mesa para aterrarle la muñeca.
Rosalie contuvo una exclamación, con tal fuerza él la apretaba, pero lo único que le oyó decir fue: -Mi señor. -¿Qué?
-No terminaste tus palabras con el tratamiento que corresponde. Debes decir "mi señor".
¿No estaba dispuesto a matarla por haberlo llamado bastardo? -Tú no eres mi señor.
-Lo soy ahora, mujer, y en adelante oiré cómo lo dices... a menudo. Lo dirás ahora.
Rosalie hubiese preferido que le cortasen la lengua. Seguramente él vio su expresión obstinada, porque la sacudió y le dijo con voz suave pero amenazadora:
-Lo dirás, o haré que te castiguen con un látigo, como corresponde a esa insolencia. No era una falsa amenaza. La había pronunciado de modo resultase evidente que cumpliría con lo que decía. Un hombre como él no amenazaba en vano. Ella prefería desconocer las consecuencias de la amenaza. Pero esperó varios segundos antes de murmurar con odio:
-Mi señor.
La soltó de inmediato. Rosalie se frotó la muñeca mientras él volvía a acomodarse en su silla, con una expresión que no era distinta de la que había mostrado cuando ella lo desafió. Pero esta vez era una expresión engañosa, porque en realidad lo irritaba el hecho de que el primer acto de Rosalie al abandonar su cautiverio hubiera sido ofenderlo, cuando después de los últimos tres días hubiera debido sentirse tan intimidada como para no sentir deseos de mostrarse desafiante.
-Quizás no estás tan desprovista de sensatez como de inteligencia -dijo Emmett respondiendo a la capitulación de Rosalie, pero después agregó en un gruñido-: Fuera de mi vista, no sea que recuerde lo que me dijiste.
Rosalie no necesitó que se lo ordenasen otra vez; ni siquiera dirigió una mirada a Emmett. Fue hasta donde estaba Enid, que esperaba ansiosa al pie del estrado, y con ella salió del salón y descendió un piso, hasta la cocina.
Había por lo menos veinte personas atareadas en diferentes trabajos. Estaban preparando la cena. Un enorme fuego ardía bajo un gran pedazo de carne que estaba siendo asado. Los cocineros rodeaban una larga mesa donde se procedía a pelar verduras, preparar pastas y cortar la carne. De la despensa negaban especias. Dos escuderos comían de prisa, de pie en un rincón" mientras una bonita criada coqueteaba con ellos. Una criada estaba siendo reprendida por derramar un poco de leche de su cubo, al tropezar con uno de los varios perros que se enredaban en las piernas de los que pasaban. A su vez, la muchacha había asestado un puntapié al perro se limitó a aullar, pero no abandonó su lugar cerca del tajo del carnicero. Una fregona estaba lavando los jarros que había quedado del almuerzo. El panadero metía hogazas nuevas en el horno. Dos robustos siervos venían del sótano con pesados sacos de grano.
Dada la amplitud del lugar, no hacía demasiado calor, pero había bastante humo a causa de los muchos fuegos encendidos y de las velas que ardían en diferentes rincones. Rosalie miró todo con cierto temor. El mayordomo estaba allí, pues acababa de abandonar la sala de los funcionarios de palacio situada un piso más arriba. Pero Enid no llevó a Rosalie junto a aquel hombre. Se acercó a una corpulenta mujer, la que estaba reprendiendo a la lechera. Rubia, el rostro encendido, y bastante alta para ser mujer, con un poco más de un metro setenta centímetros. No era una sierva, sino una mujer libre, y la esposa del cocinero principal.
-De modo que ésta es la otra de Kirkburough -dijo Mary Blouet, mientras miraba a Rosalie de arriba a abajo, lo mismo que estaban haciendo todos los demás que se encontraban en la cocina, aunque no tan francamente como Mary. -Se rumoreaba que había una dama en la mazmorra, pero ahora que te han enviado a mí, veo cómo son realmente las cosas. Me llamarás señora Blouet, y no te darás aires ni me contestarás. Ya he tenido bastante con la altanera Esme, pero como cuenta con la protección del señor, no puedo hacerle sentir el dorso de mi mano. Tú en cambio no gozas de ese favor, ¿verdad?
-No -replicó Rosalie, incapaz de disimular el desprecio que sentía-. Gozo de tan escaso favor que tal vez mi destino sea verme castigada para siempre.
-¿Castigada? No, a menos que sea necesario. Bien, vamos. Tengo que vigilar a la gente, porque de lo contrario jamás se hace nada... estas criadas son muy perezosas. Mientras caminamos te explicaré tus obligaciones. Rosalie pareció sorprendida. -Entonces, ¿no trabajaré en la cocina? -¿Aquí? -Mary se echó a reír con verdadero regocijo
-,Ya tienen suficiente ayuda y no necesitan más. Además, a mi marido no le agradan las mujeres en su dominio. No soporta la pereza en sus trabajadores, y en cambio yo tengo que aguantarla todo el día, y no puedo hacer nada para remediarla, sobre todo cuando esa perra de Irina me resta autoridad apenas le doy la espalda. Y se las arregla para no ser castigada porque es la hembra favorita de lord Emmett, y todos lo saben. Cómo desearía...
El pensamiento quedó inconcluso mientras Mary subía por la escalera que llevaba nuevamente al Gran Salón. Rosalie trataba de demorarse, pues temía otro encuentro con Emmett, pero él ya no estaba allí. Y pocas damas continuaban Junto al fuego. No halló signos de Esme.
-No tengo autoridad sobre las criadas de las damas -dijo Mary cuando vio hacia dónde miraba Rosalie-. No tengo tanta suerte como esa Esme, que consiguió una tarea muy fácil.
-¿Hace mucho que ella está aquí?
-No, vino con el señor. ¿Por qué? ¿La conoces?
-Sí.
-Bien, apártate de ella. Hay jerarquía en la gente del castillo, como en cualquier lugar de esta clase, y el hecho de que ella esté a cargo de las hermanas del señor la coloca a más altura incluso que las criadas de las otras damas, y todas están más alto que tú. Pero tú estás más alto que los ayudantes de la cocina, de modo que apártate también de ellos. Podrás elegir a tus amigas entre las mujeres que están a mi cargo, pero recuerda mi consejo: no seas amiga de Irina.
Rosalie no estaba interesada en "esa Irina", aunque fuese la favorita de Emmett. Le preocupaba más su propia situación. Sabía que sería una de las "mujeres" de Mary, pero aún no sabía lo que eso significaba.
La impresión que le provocaba su nueva condición de criada era relativa, pues ya había sospechado que su suerte sería algo por el estilo, en vista de las ropas que le habían entregado. Una de las primeras cosas que Emmett le había dicho al regresar a Kirkburough era que ya no era una dama. La ironía del caso era que ella podía recordar haber deseado precisamente eso, ser nada más una sierva inferior, despojada de todo lo que podía ser un motivo de codicia y lucha realmente, en el futuro tendría que poner más cuidado en lo que deseaba.
Pero Emmett no podía convertirla en una auténtica criada pues Rosalie había nacido en una cuna noble y se había educado de acuerdo con su nivel; eso no podían arrebatárselo por mucho que lo desearan. Pero Emmett debía conseguir que la tratasen como a una criada, y ya había ordenado que así fuese; en ese sentido Rosalie nada podía hacer, pues en realidad estaba a merced de su carcelero. Sin embargo, cuando pensaba en que él hubiera podido enviarla de regreso a la mazmorra, y arrebatarle la protección del bondadoso John Giffard, debía considerarse afortunada, más que afortunada. Una criada tenía libertad de movimientos, iba de un lado a otro casi inadvertida. Una criada podía escapar…..
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